Los de abajo no estaban, así que salí del
edificio no sin apuntar antes los nombres de los inquilinos o dueños de la
susodicha parcela de la colmena. Saludé con la mano a los agentes y me largué
de allí con andares insinuantes y provocadores para pasar delante de todo aquel
jodido cuerpo policial que no estaba capacitado ni para recoger un trocito de
seso del suelo. El cabrón de Gálvez ya no estaba.
Le di al contacto del coche y subí el
volumen de la radio a tope.... “Alexis Jordan... Chica mala”. Qué puto azar.
No estaba siendo un buen día. Para nada. En
realidad era como casi cualquier otro, con la salvedad de que este era uno de
esos, pocos, en que libraba. Y aquí me encontraba, conduciendo camino del
hospital, olvidada la playa, con un calor de mil demonios, sudada, sin duchar y
para colmo me acababa de acordar, cuando quise conectarlo, que el aire
acondicionado del buga no funcionaba desde dos semanas atrás.
Y encima esas dos zorras lesbis que sin
saber como me habían puesto el coño como una tostadora al rojo. Necesitaba un
desahogo, y pronto.
Pero como buena profesional, ahí estaba,
dando el callo.
El asfalto se derretía a esas horas, las
retenciones eran continuas y los bocinazos, improperios y maldiciones de los
conductores se elevaban hacia un cielo inclemente y dorado. “Vale, tranqui.
Céntrate. Primero ves a la vieja, hablas con la enfermera o con el médico.
¿Todavía estará la bolsa?”
Eché un vistazo al asiento de atrás. Ajá.
“Bingo. Ropa interior limpia, falda y camiseta de tirantes, a estrenar. No hará
falta que pase por casa. No me queda gel. La ducha del hospital me vendrá de
perlas. Bien, vamos a ello. Hostias, vaya mierda de día...”
Con la sirena a toda leche me abrí paso
hasta la clínica. La vieja estaba ingresada en la UVI del segundo
piso, los médicos estaban missing y una enfermera bollicao mascando
chicle me contó que se encontraba muy mal, que vamos, que no lo iba a contar
seguro. Al parecer el corazón lo tenía jodido de antes.
Me escabullí y lo primero fue meterte con
todo el morro en la ducha de una de las habitaciones donde dormitaba un
paciente con mil tubos prendidos a su cuerpo. En la ducha terminé lo empezado
antes en la entrepierna y me di un gustazo que no estuvo nada mal. Relajada,
limpia por dentro y por fuera, me fui a la habitación de la anciana. Justo
cruzaba la sala de esperas donde vi que se desesperaba un atractivo doctor
cachas vigilante de la playa, intentando que sus instrucciones las entendieran
tres niñatas auxiliares que más se fijaban en sus pantalones que en
lo que explicaba.
No tenía desperdicio y yo disponía de tiempo
de sobras. Quien sabe lo que podría suceder. Se me ocurrió que podía matar dos
pájaros de un tiro. No me iría mal un buen revolcón aunque fuera encima de la
cama de la vieja y de paso algo de información sobre su estado real. Así que me
amasé las tetas para que los pezones se me marcaran aún más y me acerqué a él,
sonriente. Me puse delante de él dejando a su espalda a las becarias imberbes y
le enseñé la bendita placa.
-”Le necesito, doctor... Puede
acompañarme...” -sugerí suavemente pero de manera firme.
-”Vera doctor... Hoy tengo un día infernal,
y cuando no. Su nombre es… Pau Gallán. Encantada. Inspectora Ilian.
Lo tomé del brazo y no le di tiempo a
reaccionar, llevándomelo a la habitación 314 donde descansaba la abuela.
. Necesito información sobre la viej…sobre
la señora. Ha sido testigo de un
crimen. Cualquier cosa, por absurda o insignificante que sea o le
parezca me sería de gran ayuda en la investigación del caso” -le rogué,
casi pegadita a él indicando la cama en donde se encontraba postrada la
testigo.