Fueron dos jornadas de silencio preñadas de él, el día y la noche. Encerrada en mí misma, en un
mutismo solitario, impenetrable, abrasada mi alma por el fuego de un dolor
incomprensible para los demás. Soy joven, estoy viva, tengo el futuro incierto
por delante, la esperanza de encontrar a Sando. Viajo con una princesa y con
Lucos, pendenciero, jugador, temerario, pero un buen hombre comparado con lo
que podía encontrar en estas tierras desoladas. Sin embargo, me encuentro sola,
desesperadamente sola, a pesar de conservar el medallón de los ancestros. Lloro
por las noches y entierro más de una vez la cara en la tierra. Dejo las huellas
de mi angustia sin lavarme el rostro.
Lucos se mantuvo algo ausente; si le mostraba una sonrisa, la devolvía, si le hablaba, me respondía, no obstante supo dejarme con mi dolor, a sabiendas de que esa amarga bilis debe ser devorada por cada uno de nosotros. La doncella y la princesa me observaban recelosas, no decían nada. Y el guardia, poco a poco, se recuperó con mis cuidados y bálsamos, lo mismo que Lucos.
Los cinco llegamos al punto del río donde existía el servicio de transporte custodiado por una patrulla de una docena de soldados. Nos ofrecieron comida y bebida y tres de ellos nos acompañaron mientras cruzábamos el río Nezvaya hacia la ribera sur. Otro día y medio más hasta que entrábamos por la puerta principal de la guarnición que había mencionado Kerkan días atrás.
Aquí nos aguardaban varias sorpresas.
Por una parte, el comandante al mando de la guarnición turania, Leremak – un hombre de sonrisa siniestra, expresión amargada, grande como un oso, barbudo y poco dado a la limpieza personal por su aspecto sucio y desgreñado-, nos informó que kerkan había llegado allí hacía dos días, contando una historia acerca del ataque a la caravana de la princesa y que todos resultaron muertos, y la princesa capturada. Solo él y un niño lograron escapar. Leremak dio orden de buscar al mentiroso Kerkan, sin embargo fue informado que lo habían visto huir a caballo a galope un rato antes.
-El canalla parece que os ha visto. Enviaré a una patrulla tras él –señaló Leremak sin mostrar emoción alguna- Podréis hacer con su vida lo que deseéis, princesa. Es un traidor. Personalmente lo colgaría desnudo al sol, unos cuantos días, para que lo devoren los tábanos y demás insectos y las aves de rapiña mientras el ardiente disco le arranca la piel. Tras una buena tanda de latigazos, por supuesto. Disculpad mi lenguaje –añadió cuando notó la mueca de repulsión de la princesa Zawinnia.
Después apareció Sando. Se encontraba bien, y la sonrisa que se extendió en su cara quizá me hizo olvidar y mitigar un poco el dolor que arrastraba mi alma por la pérdida del cinturón de huesos.
-¡¡Aswarya!! ¡¡Lucos!!
Me abrazó tan fuerte que su ímpetu casi me tira. Tras unos momentos, abrazó luego a Lucos.
-¡Estaba seguro de que vendríais a por mí! Kerkan decía que no, que estabais muertos, ¡pero no, no podía ser!
Leremak apuntó que en unos días se unirían a sus hombres otro regimiento del ejército para batir los páramos del norte y limpiarlas de esa escoria de bandidos. Un sargento se ocupó de nuestros alojamientos y nos dejaron descansar hasta reiniciar el viaje. Zawinnia nos pidió, nos rogó más bien, que siguiéramos con ella. Le entregó a Lucos una bolsita repleta de diminutas gemas como adelanto, y a mí un par de brazaletes de oro puro. Sí, pensamos ir con ella, a conocer el mar de Vilayet como yo
deseaba.
Ver el mar y navegar.
Ver el mar y navegar.
En esos tres días Lucos perdió el contenido completo de la bolsa, aunque sin que se le borrase la sonrisa de la boca, en particular cuando me mira. Se enzarzó en un par de peleas de las que no recordaba el motivo y probablemente empezó él debido a su temperamento; rechazó cualquier acercamiento de las prostitutas que viven en un gran cobertizo montado para el disfrute de los soldados. Soldados que me miran raro, inquietos, pues la presencia de alguien como yo, de la que corre el rumor que es una bruja, y mi aspecto así lo señala, al menos para ellos. La princesa me invita a su tienda todas las tardes y me pregunta cosas de mi pasado por intermediación de su doncella. A veces me baño con Sando en una zona apartada entre juncos del río.
La noche es agradable aquí, junto al río. Agradable y oscura, no hay
luna, nadie me ve. Mañana partiremos de nuevo después de estos extraños días.
Extraños. Todo se había vuelto gris, como si lo viera todo a través de un velo.
Grises los caminos, grises los hombres. Gris la guarnición. Un lugar tranquilo donde
reposar, la felicidad de abrazar a Sando y revolverle el pelo. Me da igual lo
que hagan con Kerkan, no es asunto mío. Nos dejó abandonado a Sando, lo trajo
hasta donde estaba a salvo, no puedo odiarle. En realidad es como si ya no
pudiera odiar, ni sentir.
Lavé mi rostro y sólo se veían las heridas del cuerpo, mi ojo amoratado que la princesa siempre mira con preocupación cuando acudo a visitarla. Se irá poco a poco, las heridas del cuerpo sanan más rápido que las del alma. Mucho más rápido. Durante estos días he caminado entre los vivos como si estuviera muerta, negándome la posibilidad de sonreír. Sólo Sando ha conseguido sacarme alguna sonrisa, las demás han sido forzadas. Sólo Sando viene a mí, me abraza, juega conmigo, los demás tienen miedo de tocarme. ¿Acaso no era lo que deseaba? Estar sola. Hundirme en el dolor hasta que enloqueciera y dejara de recordarlo. Como si no sentir dolor fuera traicionarles de algún modo. Alargo las manos esperando que los fantasmas las rocen pero no hay nadie. Sólo hay vivos envueltos en niebla.
No puedo seguir así.
Estaba despierta cuando Lucos entró, con pasos torpes. Lo estaba esperando. Corrí hacia su manta y me apreté contra él, deseando que aquellos brazos que siempre han sido suaves conmigo me rodearan y me apretaran. Busqué su boca con ansia, con desesperación, sabía a alcohol y acero. Frotamos nuestros cuerpos mientras el deseo nos encendía, sus manos jugaban con mis pechos, su lengua acariciaba mi vientre, me llenó. Y yo dejé que fuera él quien marcara el ritmo, sudando, jadeando, intentando no pensar en nada más que en estar viva. Yo lo arranqué de los brazos de la muerte. ¿No era esto lo que deseaba? Lo que llevo deseando mucho tiempo sin querer admitirlo, pues ya he cometido muchos errores. ¿Uno más no importa? ¿No es eso la vida? Y yo estoy viva, estoy viva. Deseo estar viva.
Lucos se derramó dentro de mí y se apartó, jadeando, pero yo no me sentí plena. No sé si él lo notó. Estuvimos en silencio un rato. Yo intentaba ver algo en la oscuridad y me volví hacia él y le di un beso en la mejilla.
-Hoy sí, mañana no... No es fácil. Sé paciente conmigo -le susurré, aunque no sabía si estaba ya dormido. Su respiración ya no era agitada, sus ojos parecían cerrados. Salí de debajo de la manta y me alejo. Me giro y lo veo contemplarme. Asiente con la cabeza, me comprende. Me deja marchar sola.
Y ahora estoy aquí, junto al rió. Sando y yo nos bañamos esta mañana. Me siento en la orilla y miro el cielo sin luna. Mañana partiremos. Es el día propicio. O no. Pero no puedo esperar más. Tengo miedo.
Hundo mis manos en la tierra húmeda, me quito los brazales, la pulsera, no debo llevar nada en el viaje. Desprenderme del medallón es el último paso, me cuesta hacerlo. Lleva mucho tiempo junto a mi pecho, pero tengo que ir sola, esta vez tengo que ir sola. Lo entierro todo junto. El pasado junto al presente. Mis antepasados y una amiga a la que no entiendo. De pequeña siempre quise tener hermanas.
No estoy preparada, lo sé, pero es el momento. He sido tierra, he sido agua, he sido fuego, me falta ser viento, si lo fuera podría apartar los velos pero no estoy preparada. Tengo miedo. Cierro los ojos y busco, busco en el aire, una lágrima cae desde mi ojo sano. Tardo más de lo normal en encontrar el puente. No hay manos que me guíen ahora. Camino sola y el puente está vacío. Nadie me espera al otro. Podría no cruzarlo, aún estoy a tiempo. Las maderas parecen crujir cuando las piso pero yo ya debería ser aire. Al otro lado no hay nadie.
Camino. Vuelo. Aquí es también todo gris. Estoy en medio de los dos mundos y no puedo escapar de ninguno de los dos. Ciega en ambos. Me pierdo. Avanzo despacio, cada vez me siento más etérea, ahora empiezo a verlos. Ellos no me miran, no pueden verme. Casi todos hombres, casi todos soldados. Muertes violentas, heridas, sangre. No hay muertos agradables en una guarnición. Intento llamar su atención pero no pueden verme. Todavía no.
Tengo miedo. Quizás no lo consiga. Ahora me muevo entre ellos, intento ser una de ellos. Me rozan. Sólo uno de ellos. Una línea blanca en medio del infinito gris. Es ella. Puedo verla. Parece que me sonríe. Puede verme. Alargo la mano pero soy aire y toco aire. El contacto me estremece. Veo imágenes de lo que fue, de lo que sentía. Una prostituta de la guarnición. Me dejo guiar, conjuro imágenes para que me entienda. Los hombres la miran y me miran. Algunos extienden sus manos. Todos recuerdan la vida y las imágenes son demasiadas, demasiada ansia por agarrar la poca vida que les ofrezco. Se van haciendo nítidos al mismo tiempo que se difuminan. No es fácil hablar con ellos. Soy extranjera y ellos no están acostumbrados. Si mi abuela me acompañara sería más fácil, pero tenía que hacerlo sola. Soy yo la que tiene que controlar su vida y no perderse. A veces es tan difícil.
Me cuesta dejarlos. Me cuesta volver al mundo de lo vivos. Mis manos arañan la tierra y abro los ojos muy lentamente. Reconozco apenas el lugar, que ahora parece haberse librado del manto gris. He sido aire y he vuelto. Sé que mi abuela estaría orgullosa de mí. Desentierro el medallón y vuelvo a ponérmelo, los brazaletes, la pulsera. El aire huele a humedad. Yo huelo a sudor. Me acerco al agua y dejo que la fría corriente me cubra, sentir, eso es lo que quiero. Frío, miedo, dolor, alegría. Estoy viva, y puedo flotar entre los muertos.
Vuelvo después con Lucos y me abrazo a el bajo la manta, intentando no despertarle. Mi cabello mojado se extiende sobre su pecho y yo cierro los ojos. Mañana partiremos, y aún tengo cosas que perder.
- Me gusta el olor de tu cuerpo, Aswarya –Lucos no duerme, o se ha
despertado. Hace una pausa-. Contigo siento que nada en este mundo, hombre o
bestia, puede detenerme. ¿Te das cuenta que nos has salvado a todos?
Me abrazo a su cuerpo mientras habla y apenas puedo susurrar.
-Pero lo hice por mí, Lucos, lo hice por mí. Sólo por mí.
Quizás siempre lo he sabido pero no me he dado cuenta hasta que Lucos me ha hecho la pregunta. Si camino, si hablo, si juego con Sando en el río o acaricio a Lucos una noche no es por ellos, es por mi. Sobrevivo, y no puedo hacerlo sola. Es demasiado duro no tener a alguien al lado, no poder cerrar los ojos sabiendo que te abrazarán si tienes una pesadilla. Los espíritus a veces sólo chillan desesperados. No puedo hacer nada por ellos, ni por nadie.
Sólo por mí.
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