Resultaba complejo averiguar qué había llevado a un grupo de soldados, acostumbrados a las peores pesadillas de la guerra, que habían compartido sinsabores en planetas helados, en tierras de soles abrasadores, que se habían enfrentado a tormentas de viento en desiertos de arenas negras, a abandonar a sus compañeros, a decidir sobre sus vidas, a no respetar orden ni norma alguna. El miedo era la respuesta para muchos, sin embargo este sentimiento, esa explicación era demasiado sencilla. La muerte rondaba a los hombres y mujeres de la unidad siempre, en todo momento y lugar. Estaban hechos para eso, para eso fueron entrenados. ¿Qué más podía ser que alteraba la mente, los corazones, que los camaradas de hacía unos instantes ahora deseaban matarse mutuamente, con reacciones tan extremas como la de Rivers? La palabra traición pesaba mucho, miles de años atrás su significado era el mismo que ahora cuando el ser humano había conquistado las estrellas. O estas a él. No tenía sentido la acción de Linch y los suyos, no parecía tenerlo. ¿Qué les sucedía?
Rivers obtuvo una respuesta pronta del cabo Linch:
-Si lo haces, Rivers, confirmarás que eres un loco de atar. Creo que sí, que eres capaz de disparar ese juguete. Adelante. Aunque primero tendrás que llegar aquí. Jaja. Vamos, hombrecito. Y tú, Dillon, no entiendes de esto una mierda. Eres un puto aspirante a matasanos que nunca fuiste uno de los nuestros. Si quieres salvar a Serena, hazlo. No me hables de chorradas del espacio profundo o el limbo. Y los demás, escuchad los consejos del médico, y dejadnos tranquilos.
No era la voz usual de Linch. Su tono sonaba distinto, macabro, sombrío. Un deje de locura se deslizaba en cada sílaba. Por su parte, a Verónica se le notaba el miedo en sus palabras:
Verónica: Escuchad a Dillon y a Ghost. Nos vamos, nos largamos, os dejamos la Cheyenne. Venga, chicos, hay sitio para otros.
Interrumpió el cabo Benley:
Benley: Deberíamos ser todos conscientes de que ni las cápsulas ni la Cheyenne nos salvarán. Si salimos de la Independencia seguiremos bajo la influencia, atracción o como demonios queráis llamarlo, de las consecuencias de la explosión de la antimateria. Estamos en ella, dentro de de ella. Además, ¿adónde vamos con la Cheyenne? Su capacidad operativa es limitada, lo sabéis de sobra. Acabaremos pegándonos un tiro. No soy pesimista ni aguafiestas, es que va a ser lo más lógico, lo racional. Eso es, un poco de raciocinio nos iría bien a todos.
Las posturas iban desde la más radical y aparentemente fuera de contexto de la de Rivers, apoyado por Carlo que estaba de acuerdo con el sargento, lo mismo que otros varios, hasta la más serena, razonada, con sentido común, de Frost y Helen. Esta última descargó sobre Jake el reglamento, apelando al código militar. De poco valía en Rivers, al que solo restaba demostrar si era un fanfarrón o no. No solía tirarse faroles.
El sargento Kaplizki escuchó con su pistola en alto la decisión y motivos de Dillon. El sudor resbalaba desde su frente hasta el pecho, deslizándose por el fuerte cuello. Todos estaban empapados, sudorosos, transpirando rabia, frustración, luchando contra una salvación que se revelaba imposible. El sargento hizo una mueca de desagrado, sus arrugas se marcaron en su expresión cambiante al asentimiento:
- Si el coronel estuviese aquí, esos cuatro bastardos no hubieran hecho tal cosa. Frost. Sí eres un marine, uno de los buenos, a pesar de no haber recibido la adecuada instrucción. Uno de los buenos, como casi todos los que estáis aquí, muchachos. Estoy orgulloso de todos, lo estaba incluso de ti, Linch, o de ti, Verónica. Alí, Sandro. No os entiendo. No son cabales vuestros actos. Estáis perturbados por lo que sea que nos está sucediendo. Pensadlo bien. Todos juntos, vivos o muertos. Podíamos haber decidido quienes iban en las cápsulas, quienes en la Cheyenne. Funcionen o no. Pero teníais que cagarla. ¿Qué os ha sucedido, chicos? Y tú, Jake, cálmate, me oyes, CÁLMATE. Sin necesidad de recordar el reglamento, Helen.
Alí: Lo siento, sargento. Yo…Linch es mi amigo. No quiero demorar una muerte segura en la Cheyenne. Prefiero dormir y no despertar jamás.
Baltasar: Eres un marine, Alí. Lo que dices es de cobardes. No eres tú.
Verónica: No hay vuelta atrás. Lo sabéis. Usted lo sabe, sargento, señor. No podemos dar marcha atrás.
Sargento: Me muerdo la lengua, Verónica. El coronel os daría otra oportunidad a vuestro sin sentido. Deponed las armas, es una orden. No sois vosotros. Coged a Linch, es su influencia. Está enfermo. Vamos.
Silencio. Luego llegó un seco “No” de Sandro, de Verónica, de Alí.
Kaplizki bajó los párpados, expulsó aire. Los demás esperaban. Viviana y Carlota peleaban con las entrañas del ordenador. Rivers trasteaba en el almacén, Joe se aproximaba a la Cheyenne.
Sargento: Ok. Solo hay un castigo para la traición, es nuestro código, nuestra ley. No hay otra manera. Carlo, Miguel y yo mismo apoyaremos a Rivers. Joe, ¿qué hay de la Cheyenne?
Joe: Es increíble, sargento. La energía es del 80%, los indicadores señalan todo correcto, estoy comprobando, pero parece intacta, o casi. Quizá necesitemos algo más de energía.
Resultaba extraño. Algunos elementos funcionaban, las armas, algunas células de energía, la Cheyenne…otros no. ¿Por qué? ¿Habían sido más o menos afectados por la onda que desplazó la explosión de la antimateria?
Sargento: Dillon, lleva a Serena a la Cheyenne. Benley, Helen, Anette, vosotros también. Carlota y Viviana, cargad con las células, que os ayude Baltasar. Rivers…atiende bien. Eres un maldito loco. Lo harás, se que será así, a pesar de mis órdenes, apunta bien, hijo de puta. Cortamos las comunicaciones, prohibido usar el intercomunicador. En cuanto esté en marcha la Cheyenne nos vamos. Que dios nos ayude.
Todo el mundo se puso en marcha. Se escucharon los primeros disparos. Cuando llegó Rivers cargando el SADAR un par de pasillos antes de llegar a la zona de las cápsulas se encontró con que desde una compuerta al otro extremo Alí abría fuego sobre él. Sandro lanzó una granada y un amasijo de metal, cables y plástico se retorció delante de él. Llegó otra más. Rivers no tuvo más remedio que recular. Llego el sargento con Carlo y Miguel. Sin tonterías cargaron por el corredor, fuego en ambas direcciones. Carlo acertó a Alí en la cabeza. Sandro logró esfumarse por una trampilla de ventilación adosada a la pared, tiroteado por Miguel y Kaplizki. Cuando Rivers les alcanzó, vio a Ali en el suelo con un agujero humeante en la frente. Allá delante Linch y Verónica usaban sus fusiles de asalto. Una lluvia de metal hirviente se les vino encima. Miguel cayó atravesado por varios disparos, el sargento y Carlo cubrieron a Rivers. Su posición no era la mejor, los rebeldes no cedían.
En la Cheyenne se reunieron los demás. Actuaron con rapidez, cada uno sabía lo que tenía que hacer. Helen, rabiando por el dolor de la rodilla, aunque ella lo notaba de otra manera, a los mandos conectaba y pulsaba palancas una tras otra. Joe de copiloto seguía sus indicaciones. Dillon se ocupaba de Serena y la chica herida. Benley y Anette traían comida y bebida. Baltasar se escuchó sofocado a través del comunicador a pesar de la prohibición del sargento:
- Eh!! El ordenador…funciona, sargento, señor, responde. ¡¡Está en marcha!!
Tarde.
Rivers ya había ajustado la mira, la distancia, el objetivo. Les iba a dar su merecido a pesar de que podía enviar al infierno a la nave.
El cohete voló como un halcón en picado hacia su presa. De llenó impactó en la cápsula. Tembló el mundo. La destrozó y la onda expansiva levantó y lanzó por los aires al resto, hizo que reventaran las otras, que varias explosiones se sucedieran. Crujió y gimió la Independencia. El fuego se extendió como una ola enorme liberada, y se lanzó igual que una serpiente de llamas por los conductos y corredores. Carlo, Rivers y el sargento corrieron para salvarse. La lengua de fuego lamió sus traseros y retrocedió.
Los del Cheyenne pudieron escuchar perfectamente las detonaciones. Estaban muy cerca. Tras las máscaras de oxígeno y el humo negro del hangar esperaron lo peor. La nave resistía y Rivers no perforó el fuselaje. Sin embargo, la compuerta no aguantó y se resquebrajó, dejando entrar al fuego en el hangar y decenas de trozos de metal. Una figura emergió de la oscuridad densa: Sandro. Tomó a Anette de sorpresa como rehén y se parapetó tras ella, lleva el fusil y uno de los detonadores termales parpadeaba en su cinturón. Se aproximó sonriente a la Cheyenne, al lado de la amplia rampa de subida.
El sargento miró hacia atrás, desde la distancia y seguridad del pasillo cuando pasaron unos momentos tras el infierno creado por Rivers. Recibió dos balazos en el brazo, y uno le rozó el cuello, alguien de nuevo abría fuego contra ellos desde el fondo, desde la entrada a la zona de las cápsulas. Una silueta enmarcado en dorado y negro corrió escupiendo muerte el cañón de su fusil. Era Linch, estaba vivo. Se plantó delante de vosotros, humeaba, sus ojos brillaban con malsana inquina, su mejilla izquierda era carne quemada, su boca una ristra de dientes sonrientes de un joker divertido y malévolo; tiró el fusil al suelo, amenazó con su cuchillo:
- ¡Vamos! Rivers, Rivers…Y tú, Carlo, venga. Rematad la faena. O tenéis cojones de enfrentaros a mí cara a cara, hombre a hombre. Vamos, hijos de puta, ¿qué decís? ¡Jajajaja!
El ordenador ahora intentaba arrancar, los sistemas cobraban vida. ¿Se pondría definitivamente en marcha? Ahora, justo ahora.
Otra célula de energía explotó en las cápsulas. Una fisura en el fuselaje, no, no llegaba todavía a eso. Pero el acero se retorcía.
Carlo Balsani
Una nueva ráfaga de balas se escucha en la nave. Dos de ellas le dan al sargento, no se si esta bien o no pero algo mas me llama la atención. Dentro del amasijo de hierros torcidos y las llamas se ve salir una figura de entre todo el escombro. !!Maldición, es Linch!, parte de su cara esta quemada y tiene mala pinta por lo que se ve. Tal parece que tiene más vidas que un gato; pero su suerte está a punto de terminarse. Solo queda él y nosotros.
-Si fueras un verdadero marine lo haría como dices. Pero cuando un traidor solo demuestra lo que tú has hecho, solo hay una manera de lidiar con ellos y es meterles una bala en la cabeza. Tira ese cuchillo y deja que te llevemos preso y todo estará bien. Es tu última oportunidad de salir con vida de aquí. ¿Qué te dice tu sentido común?
Se dio cuenta de lo estúpido de su pregunta. Pego el dedo al gatillo listo para abrir fuego.
Dillon Frost
Hablaban de nuevo. Lych respondió. Verónica también. Ignoró lo que decía. Él ya había hablado. Ya había tomado una decisión. No era oficial, ni siquiera cabo, no podía mandar sobre los demás más que como compañero. Y eso poco parecía importarles a la mayoría. No podía hacer más. Era frustrante pero a la vez liberador. Se centró en las personas que si podía ayudar. Serena no le daría muchos problemas...porque estaba dormida, sedada y herida. Supuso que de estar consciente también tendría mucho que decir. Y que mucho de eso no sería agradable.
-Pandilla de cabritos...-Eso es lo que era el cuerpo de marines coloniales, ni más ni menos. No una unidad, ni un cuerpo de defensa, ni un ejército, sino una manada de bestias que se asusta cuando cae el telón y este es negro.
Se sintió orgulloso cuando el sargento le dijo que era un marine. Desgraciadamente ahora se sentía menos marine que nunca. Con todas esas traiciones, desprecios y amenazas llenando el aire de la nave. Escuchó el resto de la conversación sin prestar mucha atención. Se detuvo solo cuando el sargento dijo algo. Había dicho que Lynch estaba enfermo... ¿Y si era asÍ? No parecía él. ¿Y si se había contagiado? La explosión de antimateria podía contener también un virus, o despertar alguna parte dormida del cerebro humano, incluso propagar la locura del desaparecido Pegaso. Aquella idea no solo significaría que sus compañeros se estaban equivocando, sino que iban a matar a Lynch por algo ajeno a él. ¿Había un titiritero invisible moviendo los hilos o solo tenía demasiada imaginación? Maldita sea, en medio de aquella oscuridad era difícil saber que era real y que no, que podía ser verdad y que una tontería, otra locura.
-En medio de las tinieblas las pesadillas se tornan realidad...-Se llevó a Serena a la Cheyenne siguiendo las órdenes, siguiendo sus propios instintos. Cortaron las comunicaciones. ¿Y si necesitaban ayuda médica? Sus compañeros se iban a matar y él no podía hacer nada. Ni siquiera curar las heridas de unos. Negó con la cabeza. Se habían vuelto todos locos, en mayor o menor grado.
Prepararon la Cheyenne entre todos. Se aseguró de que Serena estuviese cómoda y de que la chica herida se tranquilizase. Para ella todo aquello debía ser lo más parecido al caos que se podía imaginar. Mientras la atendía, mera rutina, solo retirar y cambiar los vendajes y ver que las heridas no se habían vuelto a abrir, le habló.
-¿Cuál es su nombre?-Su voz seca era como uno de esos desiertos rocosos de Maite.-Todo saldrá bien.- ¿Y que iba decir sino? Parte de su trabajo era también curar los miedos, espantarlos, dar algo de esperanza. Se sorprendió al escuchar una voz por el comunicador. Al menos era una buena noticia. Desgraciadamente después llegó el temblor. La Independencia se agitó como si un niño inviable la hubiese cogido entre sus manos y la zarandease de un lado a otro como un juguete.
-Hijo de...ese desgraciado ha disparado el SADAR dentro de la nave.-Al menos seguían vivos para poder quejarse.-Rivers ¡Gilipollas!-Al menos si tenían un poco de suerte dejarían manco a Rivers y este no podía volver a coger un arma como si se tratase de una pistola de agua. Su preocupación había empezado a desaparecer para ser substituida por un enfado cada vez más creciente. La ira se iba asentado en sus músculos como una capa de sedimentos cada vez más pesados.
Salió afuera para ver si los desperfectos habían afectado a la Cheyenne. No había sido así. Solo había estallado la puerta del hangar. EL fuego se colaba por aquel agujero como un personaje que nadie invitado. Y algo más. Otro loco, otro demente. Eran todos iguales. Lynch, Rivers, los colgados del Pegaso. Y ahora Sandro. Apenas podía ver lo que creía. Usaba como escudo humano a Anette, quien se había descuidado quizás por última vez, mientras un detonar termal le indicaba a Dillon que tenía razón, que estaba todos locos. Se preguntó si había sido Rivers quien le había sugerido a Sandro aquel plan. Para él, estaba todos en el mismo saco.
-Está resultado ser un día demasiado largo...-Sacó la pistola y se la colocó en la cintura, en la espalda, donde Sandro no pudiese verla. Luego se dejó ver, con las manos en alto, las palmas abiertas, descubiertas.-Hola, Sandro.-Lo miró fijamente, y durante todas sus palabras no dejaría de observarlo. Cualquier movimiento le haría entrar en acción. Pero no quería. No quería porque no solo había que salvar la Cheyenne. Sino a Anette... y a Sandro.
-Esa herida parece dolorosa, Sandro. ¿Por qué no tiras las armas y me dejas echarla un vistazo? Esto no tiene sentido. Recapacita, hombre. Puedes venir con nosotros. ¿Te preocupa un consejo de guerra? No es problema. Puedo hacer un informe alegando locura especial. No te preocupes. No te condenaran. Pasarás unos meses de reposo en observación, en uno de esos hospitales cachondos donde las enfermeras llevan las faldas demasiado cortas. Puedes venir con nosotros. En serio.-Parpadeó para alejar las molestas gotas de sudor de sus ojos.- ¿Quieres irte en las cápsulas con Lynch y los demás? Entonces suelta a Anette y vete. Nadie va...nadie va a dispararte. No tenemos esa orden. Ni queremos hacerlo. Solo queremos largarnos, como tú. Deja a Anette y vete en paz. Es otra opción.-Esperaba que razonase.-Aquí no vamos ha hacerte daño. No tienes porque hacernos daño tú.-"Maldito loco, dispárale, dispárale antes de que lo vuele todo" le decía una cruel vocecilla dentro de su cabeza. La aplastó como a una cucaracha.-No tenemos porque complicar las cosas. Por favor...-Su mirada no podía ser más sincera.
Si aquello no funcionaba, y siempre que no hubiese más posibilidades de negociar, pasaría a la acción. Igual que haría si se acercaba demasiado a la Cheyenne o amenazaba con matar a Anette. También intervendría si la mujer, pues era marine después de todo, hacia algo por liberarse o apartarse, pegándole un pisotón, un codazo o algo.
Las armas cortas no eran lo suyo. Su puntería no era lo mejor. Preferías las armas pesadas, aquellas que explotaban o prendían, donde no hacía falta tener buen tino para hacer mucho daño. Las armas cortas, como la pistola, eran armas de precisión. Deseó que cualquiera de sus compañeros estuviese allí, con él. De momento estaba solo. Lo que pretendía era un movimiento medido y exacto, rápido, fugaz. En un momento dejaría de tener sus manos alzadas para llevarlas a la espalda, retirar la pistola y apuntar a Sandro. Dispararía sin miramientos. Se escondía detrás de Anette, por ello dispararía al hombro izquierdo de ella, atravesándola de lado a lado, impactando la bala en el cuerpo de Sandro. Eso debería tirar a la mujer al suelo, o al menos a un lado, dejándole vía libre para efectuar más disparos de ser necesario. Si era así, intentaría que no fuesen mortales, aunque tampoco podía preocuparse mucho por eso.
Su disparo debía de ser justo, medido casi al centímetro, adecuado para herir a Anette e impactar en Sandro. No sabía donde había aprendido aquel movimiento; si de las fuerzas policiales de Marte, de los marines o tal vez en una vieja película holográfica. Pero no tenía nada mejor. Sandro tenía alternativas. Temía, y con razón, que según estaban saliendo las cosas, volvería a verterse sangre.
Sandro era mejor tirador. Seguramente más rápido. Él solo contaba con la sorpresa y unos nervios de acero que impedirían que su mano temblase. Como en una operación a corazón abierto, sus entrañan eran fuego pero su piel seguía siendo fría.
Helen
Helen estaba un poco harta de todo. La locura del Pegaso V parecía haber entrado en la nave Independencia. Lo había intentado por las buenas, nadie le hizo caso.
- ¡A la mierda! - dijo y todos los que estaban con ella lo oyeron. Habían prohibido minutos antes usar el comunicador. No obstante, ella solo había apagado el micrófono por si alguien pedía ayuda. Se levanto cojeando de la silla en la nave Cheyenne. Subió por una rampa para abrir la escotilla superior, y allí despacio, pero corriendo, saco las balas de su fusil, y las reemplazo por las de la pistola narcótica del mismo calibre, 9mm. Puso todo lo deprisa que pudo el silenciador y la mira telescópica, apunto a Sandro desde arriba y apretó el gatillo. Una bala tumbaría a alguien normal, ella disparo tres veces. Debería bastar para dormir a un elefante. Luego se replantearía si disparar a Linch o no dependiendo de su actitud.
Jake Rivers
Rivers no había pedido apoyo, prefería hacerlo solo. Él no va a sentir remordimientos, no va a despertarse por la noche, sudoroso, gritando y preguntándose que ha hecho. Los demás si, eso les honra, pero el honor no te lleva a ningún lado.
Además, no todos apoyan la opción violenta, ahora el resto también mirará mal a quienes le han apoyado. Puede comprender la situación, pero se están equivocando. Alguien dispuesto a abandonarte en el espacio no es un compañero ni un amigo. ¿Tan ciegos están?, no, es peor, simplemente no quieren verlo. Lo fácil para él habría sido aceptar la plaza libre, sin apretar ningún gatillo, sin ver un tiroteo entre antiguos hermanos de armas. Ha elegido el camino difícil, el correcto según su forma de verlo. Luego podrán llorar, patalear, insultarle… da igual, no tiene porque rendirles cuentas a ellos, solo a sus superiores. A decir verdad, lo habría hecho incluso si le ordenasen lo contrario.
Ghost no ha perdido la ocasión de recordarle la ilegalidad de sus actos. ¿Realmente hablaba en serio? ¿Cómo vas a disuadir a nadie amenazándole si luego incumples tu palabra porque es ilegal? Sus compañeros no le entienden, está claro, pero desde luego él tampoco les comprende a ellos. – ¿Qué se le va a hacer?-
Desata el infierno. Habría preferido una rendición, pero son ellos quienes se han amotinado. –Si jugáis conmigo, no volverás a jugar con nadie nunca- Lo sabían, iba a disparar, les dio la oportunidad de rendirse, los demás les ofrecieron incluso el perdón. Han preferido enfrentarse al misil. Le ha parecido a ver a Sandro huir, si aparece por allí también obtendrá su merecido. Ahora no tiene escapatoria, darán con él antes o después.
Por desgracia no es el único superviviente. Linch también ha conseguido resistir a la explosión, de algún modo. Por supuesto solo piensa en vengarse… o quizás no. ¿Realmente piensa?, parece tan colgado cómo cualquiera de esos tarados del Pegaso V, sin embargo tiene algo más de tiento, ha disparado cómo el profesional que es. Le desafía, a él y a todos los demás. Carlo trata nuevamente de dialogar con él, otra pérdida de tiempo. Sin embargo quizás lo consiga, tiene derecho a intentarlo. Cuando falle, porque seguramente falle, Rivers actuará.
Dejará el SADAR y el fúsil atrás. – Claro, Linch. Si quieres morir estaré encantado de concederte tu deseo - Que vea claramente el rifle caer, que sepa que le concede su combate limpio, cuchillo contra cuchillo. Se levanta cuan largo es, desenvainando su propio vibrofilo, agarrándolo para apuñalar con él. –Un grandullón de dos metros ¿eh?- Él mismo tampoco es bajo, pero siempre le ha gustado tumbar torres más altas. – Tendrás tu pelea -. Solo que para Rivers un combate no es limpio, ni sucio, es solo un combate. Antes de mostrarse se ha asegurado de dejar bien accesible la pistola. En cuanto lo tenga a tiro disparará con la mano izquierda, tantos proyectiles cómo le hagan falta, pero con cuidado de no recibir un golpe por no ser precavido.
Si llega a tener que pelear, confiará en su entrenamiento para luchar cuerpo a cuerpo. –No es más duro que yo- piensa mientras centra sus ojos en los de Linch, concentrándose únicamente en su víctima, en los movimientos de su víctima. Adelanta el lado izquierdo mientras mueve la mano derecha, con la que sujeta el cuchillo, de forma errática, amagando atacar a cada instante, por arriba y por abajo, a un lado y otro. Él intentará esquivar los golpes de su enemigo, no retrocediendo, eso le impediría contra atacar bien, sino haciéndose a un lado, o agachándose. Incluso puede sujetar el brazo (no el cuchillo) o apartarlo con su propia mano izquierda. En cualquier caso aprovechará cuando Linch acabe de atacar para vengarse. No quiere un corte superficial en el pecho, los brazos, o las piernas. Seguramente lo aguantaría sin más. Va a degollarle o a hundir la hoja hasta alcanzar algún órgano vital. Quizás tenga que apartarse y al hacerlo pueda ganar su espalda, en ese caso intentaría encontrar la nuca o, nuevamente, algún órgano vital. Si puede, también le dará patadas e incluso rodillazos, especialmente en el lateral de las piernas, cerca de la rodilla, en la corva, o la entrepierna.
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