lunes, 12 de marzo de 2012

Hay muchos traseros que patear 14




El cabo Linch amenazaba con su enorme cuchillo. Estaba fuera de sí. El sargento Kaplizki en el suelo, apoyado en la pared lo observaba preguntándose hasta donde llegaba su locura. O la de Rivers. Incluso Carlo. ¿Dónde se había equivocado? Carlo quiso razonar, Linch avanzó con la cabeza baja casi como un toro que va a embestir. Balsani tenía el dedo en el gatillo apunto de disparar, pero Rivers aceptó ese absurdo combate. El cabo sonrió demente, apretando firmemente el mango de su arma afilada. Rivers no jugó limpio. No era tiempo para estúpidos juegos bravucones de patio de colegio.

Su pistola vomitó fuego cuatro veces seguidas sobre Linch. El marine murió con dos agujeros en el pecho, uno en el cuello y otro en medio de la cara, al lado de la nariz, destrozándola. En sus ojos y su boca la misma expresión fuera de sí con la que apareció por el pasadizo. Así de fácil.


Cuando Ghost abrió la escotilla superior se había perdido toda la acción. Avisada a destiempo por Benley, mientras revisaba los paneles de alguno de los sistemas de la nave, su irritación y frustración acabaron por ganarle la partida en ese momento, y quiso devolver parte de la misma medicina que les estaba haciendo tragar. Sin embargo moverse con cierta dificultad por la Cheyenne y cambiar la munición le llevó tiempo extra.


La pasajera herida apenas pudo responder a Dillon. Lo miró con ojos apagados por los sedantes, pronunció un titubeante nombre y perdió definitivamente el conocimiento: “ Jeny”. La chica tuvo la fortuna de no escuchar las maldiciones que su boca lanzó contra Rivers. Y las que debió callarse Frost. Pero no solo estaba cometiendo insensateces Rivers, sino que Sandro estaba allí, usando de escudo a Anette, que no forcejeaba debido al cañón que presionaba en su sien, conocedora del carácter de Sandro. Este, a través del humo, de la oscuridad, de la luz fantasmal de las linternas y la que proyectaban las llamas, se echó a reír divertido tras el discurso de Dillon. Un Dillon que coqueteaba con la idea de jugársela disparándole incluso con Anette delante y apenas sin blanco.


- Eres un buen tío, matasanos. De bromas oscuras pero en el fondo divertidas. Y lo bueno es que te crees lo que dices. El coronel hizo bien en reclutarte. Un tipo con sentido del humor y dos dedos de frente. Me has convencido.

Sandro era así, impredecible. Apagó el detonador, lo lanzó lejos. Dejó caer su fusil al suelo y soltó a Anette, que recogió el suyo veloz, increpó a Sandro, le pegó un puñetazo. Sandro esgrimió una sonrisa socarrona, se puso a caminar rampa arriba, hacia Dillon:


- Venga, echa un vistazo al corte de la frente. ¿Dolorosa? Venga, hombre, no seas gilipollas.

Mostró las palmas de las manos hacia arriba, no parecía tener intención de hacer nada. Anette le apuntaba a la espalda, Helen desde arriba. Benley también, algo apartado de Dillon, detrás de este. Se escuchó la voz de filo amargo del sargento:

- Situación controlada aquí. Informen desde la Cheyenne. Viviana, ¿qué sucede con el ordenador?

Viviana: Señor, puede que los sistemas se reactiven, no lo se. Estamos en ello.

Benley: Tanto da. Permanecer aquí es retrasar lo inevitable. Y con la Cheyenne va a ser lo mismo.

Sandro: Eso, larguémonos. Pisa a fondo Helen, jaja.

Anette: Y si nos quedamos…¿Qué os parece?


Baltasar: ¿ Y Rivers? Eh, soldado, vas a volver a disparar el maldito sadar? ¿Podemos confiar en ti, pedazo de descerebrado?

Sobrevino una nueva explosión. Saltaron las tuberías, líquidos corrosivos se mezclaron con el agua y la espuma apropiada para estas situaciones. Llovía en el interior del Independencia, y quemaba en el horno en que se había trasformado. Carlota probaba de revivir el sistema.







Dillon Frost


Aquel sitio era una laguna oscura donde a veces una fuerza superior enciende una luz. Sandro se rendía. Aceptaba. ¿En serio? Se mantuvo alerta, atento, por si era un truco. No podía dejarse engañar. Había oído lo que quería escuchar. Estaba preparado para matarle. Tenía que ser una trampa. Claro, allí nadie hacía caso. Todos querían liarse a tiros. Casi le voló la cabeza cuando tiró el detonador termal a un lado. ¿Lo había apagado? Si, si, así era. Además había soltado el rifle. Ahora Anette tenía la situación controlada. Soltó aire, relajó las piernas. Casi se vino abajó, casi vomitó. Por fuera daba la impresión de no haberse movido, como un dios pagado de ébano de una cultura perdida. Imperturbable, indestructible. Una roca. Por dentro era un flan. No dejó que le controlasen sus emociones.

Sandro se acercó y le enseñó el corte de la frente. Dillon no lo miró.

-Será mejor que te ate. Por tu bien. Después de lo que has hecho nuestros compañeros más beligerantes podrían carearse si te ven suelto. Pasa dentro. Nada de juegos. Te ataré. Te estarás quistecito y te curaré esa herida. Si te sirve de algo, estás bajo mi protección y el código de los marines. Ahora eres un prisionero y no pueden tocarte*. Rivers tampoco. Tenemos correas de sobra.-Le ató. Las muñecas, a la espalda, los pies, y luego a la pared, con un arnés. Además le esposó. Por seguridad. Lo apartó de los demás y le preguntó a Anette si podría vigiarlo. Era importante no perderle de vista. Se turnaría con ella de ser necesario.

Luego se agachó, le miró la frente. Desinfectó la herida sin avisarle de que le dolería. Después de todo había tomado a Anette como rehén. Le dio puntos de ser necesarios y le vendó la cabeza. También le dio un sedante. No muy fuerte. Quería que permaneciese consciente para examinar su estado.

-Mejor así.-Lo miró fijamente.-Te diré una cosa, Sandro. Creo que realmente estás enfermo. Algo se ha apoderado de ti como de Lynch. Me gustaría creer que es una especie de locura espacio o fruto de la tensión. Y espero que sea eso. De verdad lo espero. En cualquier caso ahora no tenemos tiempo para esto. Intenta no olvidar quien eres y mantente en calma. Todo saldrá bien.-Si frase preferida. Su gran mentira. Era necesario decirla. Alguien allí debía aparentar tenerlo todo controlado.

Luego la voz del sargento. Él no lo aparentaba, él lo tenía controlado. Se preguntó a cuantos de sus compañeros habían exterminado. Sin importar el "bando". Se preguntó si razonando un poco, cara a cara, con Lynch y los suyos no se podía haber evitado todo aquello. Ahora era estúpido pensar en ello. "¿Y si?" ¿Qué más daba? Muchos habrían muerto. Pocos volverían a casa. Había que intentar que los pocos que quedaban llegasen de una sola pieza.


Hablaron por el comunicador. La situación era crítica. O se quedaban allí y arreglaban aquel desperfecto o se lanzaban a la aventura en una cáscara de metal. En cualquier caso tenían pocas posibilidades. Si se quedaban allí y lograban resucitar aquella nave podían tener una posibilidad. Puede que la única posibilidad real de sobrevivir. La Cheyenne puede que solo alargase su agonía. Era complicado decidir. Como doctor lo tenía claro. Había que alargar la vida del paciente. No se podía jugar todo a una sola carta que podía no llegar. La baraja podía estar trucada y el as que esperaban haber sido destapado ya. La Cheyenne era lo más sensato.

-Sargento, Sandro se ha entregado.-Lo primero era lo primero.-Está sedado, atado y vigilado. Ya no es un problema.-Esperaba que no todos hubiesen decidido airear sus neuronas y que no lo ejecutasen.-Creo que está enfermo. Como lo estaba Lynch. Vamos, usted le conocía. Todos, de hecho. Es impropio de él. De un marine. Hay algo que está perturbando a la gente. Trabajamos bien bajo presión. No puede ser solo eso.-Se secó el sudor de la frente.-Es una hipótesis. Puede que me equivoque...pero...-No dijo más. Tampoco sabía nada a ciencia cierta.-No soy un experto, sargento, pero este cacharro no tiene aspecto de ir a durar mucho más. Sugiero que nos reagrupemos todos en la Cheyenne. Si todo se empieza a desmoronar podremos salir todos juntos. Ya tenemos comida, agua y medicinas. Traigan lo que crean necesario.-Era su bote salvavidas. Solo una idea. Quien debía decidir era el sargento. Pero tener un plan B por si el principal falla nunca estaba de más. Incluso un C.

No podía hacer nada por la nave. Mantendría la posición. Esperaría a sus compañeros. La órdenes, el caos, o lo que quisiese venir ahora. Se arrodilló frente a Sandro, lejos de su alcance, y le miró fijamente.

-Ahora, dime, amigo. ¿Qué sentiste antes de tomar esta decisión?¿Algo especial?¿Un impulso?¿Un vacío? Tal vez viste algo, una luz...u oscuridad. ¿Una chispa?¿Un olor?¿Un olor a plumas quemadas por ejemplo?-Mientras, le tomó una muestra de sangre y la escaseó con su unidad portátil. No creía que el problema estuviese ahí, sino más adentro, allí donde la medicina no podía llegar.



Helen


Helen se largo como pudo en busca de un carrito y luego a su camarote. Allí recogió sus escasas pertenencias y volvió a toda prisa a la Cheyenne. Si alguien le pregunta, le comenta donde va y si quiere ir con ella. Todo muy rápido, porque no hay tiempo que perder.



Carlo balean


Linch ha caído por las balas, me daría tristeza si fuera en otras circunstancias pero estas no son las que esperaba.

- Un traidor tiene lo que siembra, ¿no lo crees sí, Rivers? Pero dejemos que él y su alma vaguen en esta nave hasta que desaparezca que tal como lo veo falta poco para eso. Si no movemos nuestros traseros terminaremos fritos, congelados, asfixiados; y no se que más.

- ¿Sargento, puede moverse? Tenemos poco tiempo y hemos de sacarlo de aquí,  llamare por radio para que Dillon prepare algo para su llegada y pueda curarlo rápidamente Dillon, Balsani al habla, tenemos hombre herido. Repito, hombre herido, es el sargento –informó tras un ligero titubeo-. Necesitamos ayuda médica. Cambio Dillon,  responde..Cambio

- Sargento, he llamado a Dillon para que nos venga ha ayudar con usted y su herida. Me adelantaré para buscar provisiones que nos puedan hacer falta para el viaje ¿Quien sabe qué nos depara el futuro? Mas vale ir preparados y no con los ojos vendados.

Al terminar de decir eso salgo como alma que lleva el diablo en dirección de donde se encuentras mis cosas. Cojo una mochila y empiezo ha meter todo sin orden alguno, ya habrá tiempo para poderlas ordenas después. Tomo el chaleco antibalas y me lo pongo sin siquiera abrocharlo, lo que trato es de ganar tiempo.

Salí rápido en dirección de la Cheyenne con la esperanza de que habrá un nuevo amanecer para poder abrazar a mis seres queridos.



Dillon Frost



Balsani por el comunicador.

-Te copio, Carlo.-El sargento herido y él informándole como si estuviesen tomándose unos daiquikiris en una taberna cualquiera.-Voy para allá.-Durante un momento pensó en lo malo que sería que perdiesen a su único oficial. Ninguno había tenido tiempo para pensar en la ausencia del general, salvo quizás Lynch. Las cosas podían desmadrarse más aún. Sus compañeros no eran mala gente pero sin una autoridad cercana podían enloquecer como unos perros de presa sin amo. Además había que tener en cuenta aquello que flotaba en el aire. Casi podía palparse. O sería la tensión.

Le indicó a Anette que no perdiera de vista a Sandro. Vio a Gost salir corriendo de la nave.

-¿Dónde está el fuego?-Se preguntó. Salió afuera. Allí todo ardía.-Ah, ya. Aquí.-Revisó su equipo. Tendría que servir para asistir al sargento. Empezó a ir en su dirección. Esperaba que el SADAR de Rivers, y su mala leche, no hubiese afectado a la estructura de la nave. Sortearía los fuegos y se daría toda la prisa que pudiese. Aplicaría una cura rápida sobre el sargento, esperando que pudiese aguantar hasta llegar a la nave. No podía asistirlo, si su caso era muy grave, allí. Tenían que estar todos en la nave.-Balsani, Carlo. ¿Cómo está el sargento?-Consciente, inconsciente, agujero de bala, herida de cuchillo, quemaduras, etc. Estaría preparado para actuar en cuanto lo viese.


Anexo


Ni siquiera las pupilas de Sandro reaccionaron al aplicar el desinfectante a la herida de su frente. Se dejó poner las correas, las esposas, no discutió ni forcejeó. Extraño. Dillon suturó, indagó, busco en lo profundo de la mente de su compañero, que lo miraba con ojos pétreos y sonrisa burlona:

- Eh. Lo haces bien. Hablas demasiado tal vez, pero soportable.


Helen corrió cojeando, bajó la rampa, Anette la interrogó con la mirada, Benley la detuvo. Accedió a que fuera a por sus cosas:


- No te demores –afilado, seco, poco amistoso, no parecía el Benley de siempre -.

El sargento tosió, su voz sonaba algo débil, trató de disimular:


- Puede, Frost. Puede ser que algo afecte el cerebro. Pero sois malditos marines, no madonnas sorprendidas por sus maridos haciéndoles el salto. Mierda. Marines. Escucha, no quitad el ojo de Sandro, y tranquilo, nadie lo tocará. Es una orden. A ver que sacas de él. Parece que todos elegimos largarnos. Viviana, Carlota, Baltasar, dejadlo. Coged las células de energía, equipos de supervivencia, trajes, material mecánico y técnico, así co-mo mu-munición. Moved el culo.

Le costaba respirar. Estaba herido. Mantenía el tipo como sargento de hierro que era.


Baltasar: - Sí, señor. Nos ponemos en marcha.

Viviana:- A la orden, sargento. Aunque…creo que podríamos…Bien, abandonamos la nave.


Sandro bajó la cabeza, escuchó al conciliador Frost. Levantó los ojos, el sedante dibujaba garabatos en su mirada, apenas le hizo efecto. Poca cosa para Sandro:

- Matasanos, la oscuridad brilla siempre en mi cabeza. ¿ Plumas quemadas? ¿De qué coño hablas? ¿ No te estará afectando a ti? Reaccioné así por un impulso, sí. Preferí meterme en el “ataúd” y no despertar más, eso estaría bien, eh? No más imágenes acosándome por las noches, no más cabezas que reventar. No lo se, tío. No pensé en vosotros, en nadie. Quería largarme. Ya está.

Se encogió de hombros. Echó la cabeza atrás y la apoyó en la pared, cerró los ojos. No dormía. Era su manera de alejarse. No dijo más. El análisis de sangre no reveló nada anormal.


El sargento trató de ponerse en pie. Sangraba bastante, el balazo del cuello era feo. Carlo le ayudó y avisó, le taponó las heridas, avanzaron un poco y descansaron. Dillon tomó el maletín. Carlo de improviso quiso ir en busca de más provisiones, el sargento lo dejó marchar, estaba con Rivers.


La ropa de Helen estaba empapada en un sudor en exceso frío, denso, que humedecía todo su cuerpo. Guardaba rauda sus pertenencias. Escuchó pasos rápidos, apareció por allí Carlo. En la Cheyenne, Joe se afanaba con los mandos, Benley colocaba las células de energía, Anette no quitaba ojo a Sandro.

Sargento: Consciente, Dillon. Dos agujeros limpios de fusil y otro en el cuello, no parecen haber tocado ningún punto vital. Nada grave.



Helen
Tras acomodar sus bultos y pertenencias y ponerles correas, como si proveyera un aterrizaje forzoso, se acerco a los mandos de la Cheyenne. Fugaces imágenes vinieron a la memoria Helen, enviadas por Ghost en un intento de avisarle de algo. Las imágenes eran de cuando se le destrozo la rodilla. Vio a Joe en los mandos, dispuesto a pilotar la nave. En tono seco le dijo;

- Aparta de ahí a-ho-ra.


Nota; Si no lo hace tras 5 segundos le disparo a bocajarro y por la espalda, tal cual estamos, y lo aparto yo misma.

Si oigo que alguien piílla las armas en el sitio, también le disparo. Creo que yo también voy a ser una persona perturbada y pacificadora.

Imagino se apartara por las buenas, así que me siento y anuncio (como en los aeropuertos) el despegue en 20 minutos.

Ahora no hay superior que me obligue a seguir las ordenes.




Dillon Frost


Era como si Sandro estuviese en trance. Si algo no se había apoderado de él había perdido el norte completamente.

-La oscuridad nunca brilla, Sandro.-Había dado una respuesta sencilla que podía explicarse como pánico. Puede que solo fuese eso. Le gustaría creer que era así. Pero el sedante apenas le había hecho efecto. Colocó más correajes y esposas en los brazos y piernas del prisionero. Si había algún cajón pesado en la nave, con equipamiento por ejemplo, lo ataría a él también.-Espero que no tengas que ir al baño.-Comentó sin humor. Pidió también ayuda para Anette. Que la mujer sola no vigilase a Sandro. Era capaz, claro, pero Sandro no era normal. Era una fiera encadenada y presentía que todas esas correas no servirían al final. Era potencialmente peligroso.-No tardaré en volver.-Les dijo a sus compañeros. No les explicó más, no hacia falta. Había escuchado su conversación con Balsani.

La nave era un caos. Ya no era el orgullo mecánico e invencible que había sido en el pasado. Contempló las fogatas y los hierros retorcidos. El fuego parecía reír con dientes de sierra mientras que el metal se estremecía como un niño a causa el frío. Evitó un gran incendio.

-Lástima no haber traído malvaviscos.-Encontró al sargento sin tardar mucho. Examinó las heridas. El oficial podía hablar. No le gustaba el tiro que tenía en el cuello.-No pretenda hacer mi trabajo, señor.-Le dio antibióticos, contuvo las hemorragias y esperó que pudiese caminar. Allí estaba Rivers. Apenas le mostró atención. Para él había pasado a ser "El chalado que casi les vuela el culo a todos". No le golpeaba por el único motivo de que era el apoyo del sargento. Debería estar atado y amordazado**, igual que Sandro.

-Volvamos.-Balsani no estaba, había ido por equipaje. Se comunicaron con él.-Dillon a Balsani. Dillon a Balsani. ¿Me copias?-Dijo, siguiendo su fórmula anterior.-Hay una chica en mi cuarto, la vieja Betsy. No me importaría que la recogieras. Es una chica muy especial.-Se refería a su lanzallamas. ¿Y luego era él quien llamaba loco a los demás? Le había puesto nombre y sexo a un arma, y hablaba de ella como una persona.-Sino estás cerca, déjalo. Ella es reemplazable, tú no.-Aunque esperaba que ella no le hubiese oído.

Volverían. Él esperando que las cosas siguieran en su sitio en la vuelta a la Cheyenne.




Jake Rivers


Y esa es su idea de un combate limpio. Mira al suelo, el cadáver de Lynch. Siempre fue un bastardo, pero él mismo también lo es, y no cree que ninguno de los dos hubiese llegado a atrincherarse en una sección de la independencia bajo ningún concepto. El miedo no es una justificación, no para alguien que en sus últimos momentos de vida tan solo ha intentado matar gente. Quizás la mente de los desertores estuviese afectada, al menos la de algunos de ellos, otros simplemente se aferraron a la vida. Tal vez debería sentirse culpable, pero no es así. De haber enloquecido eran un peligro, alguien debía frenarles. Tampoco significa que esté libre de remordimientos, no completamente. Se encoge de hombros ante sus propios pensamientos, podrá vivir con ello. – Si, un traidor tiene lo que siembra - responde ante Carlo

– Pero en algún momento fueron compañeros nuestros - eso debería hacerles merecedores de cierto respeto. – Claro que… fueron ellos quienes decidieron olvidarlo - Con esa última reflexión se olvida de toda culpa. Advirtió antes de disparar, ellos sabían que dispararía. Firmaron su propia sentencia de muerte.

Carlo llama a Dillon, quien no tarda en llegar para atender al sargento. El médico parece estar molesto. Ha sido incapaz de ver la realidad aún cuando está ha intentado morderles el trasero a todos. Probablemente le recriminará lo ocurrido, y tendrá parte de razón, pero Rivers no recuerda haber oído el nombre de Dillon entre la lista de los invitados a las cápsulas. Había más ausencias en esa lista. Para él es sencillo, se convirtieron en enemigos, era una decisión más o menos meditada, pero firme. Se les dio oportunidades de rendirse, de salir de allí. ¿Qué más hace falta?. Comprende la furia, pero está ciego si solo quiere ver una parte de todo este asunto. Rivers espera más miradas cómo esta en el resto de compañeros. –Carlo - tendrá que pedírselo a su compañero ya que el sargento le ha elegido a él cómo su muleta personal – Intenta coger uno de esos carros y tres o cuatro trajes para salir al exterior. El oxígeno nos vendrá bien en el Cheyenne - Iría él mismo, más cuando Dillon también ha hecho un encargo y pueden ser demasiados bultos para uno solo, pero tendrá que ayudar al sargento. Preguntaría si es seguro moverlo, en otras circunstancias, en estas morirá si no lo hacen, merece la pena correr el riesgo.

Avanza contemplando el estado de la nave en general. Antes era su cuartel general, ahora es solo un montón de escombros. Es poco propenso a sentir algo de nostalgia, esta no es una excepción, pero resulta paradójico haber acabado así cuando estaban tan cerca de volver. La vida del marine, arriesgarse a morir en cada instante. Para él está bien, desde luego prefiere seguir viviendo, pero el fin debe llegar antes o después. Aún no siente miedo, no mientras les quede un solo segundo de oxígeno para respirar. Además, tiene confianza en encontrar algo una vez a bordo del Cheyenne. Carece de motivos, sin embargo es su forma de afrontar los problemas. Se están esforzando demasiado cómo para morir así. Claro que la vida nunca se ha caracterizado por ser especialmente justa.


Al llegar a la nave ve a Sandro atado, custodiado por Anette. – ¿Ves cómo era más fácil rendirse? - Sonríe mientras busca algún lugar para dejar al sargento. Si a este le han perdonado, podrían haber hecho lo mismo con los demás. – Deberíamos despejar todo para el despegue, pero aguantar hasta el último instante en la independencia, eso nos permitiría ganar tiempo - Para otros un segundo de vida puede ser un segundo más de agonía, para él es una oportunidad más de sobrevivir. De todos modos no es decisión suya. Esperará pacientemente al despegue, aunque antes hablará con Carlo de nuevo, con su comunicador 



–¿Necesitas una mano con esa carga?

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