Rezó por todos y por todo, menos por él. Humildad y confianza en los demás. Tal vez excesiva. Había sermoneado al inspector, a sus compañeros testigos, a la chica de la calle. Así mismo incluso. Era su deber, su obligación. Su vida. Se quedó sentado con la escopeta al lado, con Mara persistente en su mirada vacía y de vez en cuando contemplándolo extrañada, como si no supiese quien era. Afuera dos coches de la policía silenciosos vigilaban. Hacía solo unos momentos que el resto de agentes acababa de marchar de fisgonear en la iglesia. El padre Tomachio esperaba a alguien, creía que la fugitiva regresaría. Tenía algo de ella. Un trozo de metal y plástico que la mujer le entregó quizá para protegerse, confiando en un sacerdote. En quien mejor.
La puerta de entrada se abrió un poco y entraron dos vagabundos tosiendo y encorvados, con capuchas y chaquetas sucias y rotas, y una botella de alcohol en la mano. Avanzaron unos metros tambaleándose hasta que uno de ellos se irguió y con voz serena y carente de ebriedad rompió la escena tan encantadora:
- Lamento interrumpirles. Solo un momento, luego sigan. Padre, tiene algo que queremos. Me lo da y nos vamos. Ahórrese problemas. Me entiende, ¿verdad?
Mara se giró hacia los recién llegados. Le parecieron dos cajas negras parlantes, ondulaban en medio de una luz roja. ¿Cajas negras? Más bien eran bolsas para basura con un ojo rojo, si... Bolsas para basura con algo revolviéndose dentro que no cesaba en su contoneo. Su cerebro no reaccionaba. Miró al sacerdote y lo vio normal, nada de manchas negras goteando viscosas desde el techo.
- ¡Ah qué bien! ¡Estás bien! – abrazó de pronto al padre y continuó así unos instantes. Tomachio se mostró adusto e inerte ante el abrazo de la chica.
-Un poco de decoro, hija mía, un poco de decoro.-No sabia si sus palabras la habían convencido o el efecto de las drogas se le había pasado. Puede que fuese algo mental y necesitase ayuda de verdad. No debía mostrarse duro con ella hasta que no lo supiera.
Más invitados. Con pinta de mendigos. Y puede que lo fuesen. Sin embargo el cura sospechó. Quizá solo una tapadera. ¿Como entrarías tú en una iglesia vigilada por la policía teniendo en cuenta que el disfraz de párroco ya esta cogido? De mendigo, claro. Se mantuvo alerta y atento. Escuchó las palabras. "La noche mejora por momentos". No le había gustado aquello de "Ahórrese problemas". ¿Pensaba que iban a amedrentarle? ¿A él? ¿En la casa de Dios? Todo aquello tenía la pinta de no terminar muy bien. Tampoco podía montar un escándalo estando la policía afuera. Lo mejor sería probar la vía pacífica. Pero su compañera no pensaba igual.
- Jódete- le espetó de lama manera al tipo, la replicante. Quiso buscar en su bolso la pistola y recordó que se la había incautado la policía. Mierda-. Vete fuera de aquí y no molestes más. El padre esta ocupado.
-Tranquila, Mara -el ceño del padre se frunció. Cuando probó de coger la escopeta del suelo, la muchacha se le adelantó con un movimiento rápido, preciso, y se la colocó sobre el hombro, el cañón apuntando al techo y una mueca de desprecio en la boca. Tomachio quería mostrarse seguro de sí mismo, no débil. La gente creía que por llevar alzacuellos uno deja de luchar por las cosas en las que cree. Se equivocaban. No obstante, el movimiento veloz de Mara le sorprendió. Más todavía cuando apreció la naturalidad con la que ella sujetaba el arma. El hombre que había hablado mostró una sonrisa de medio lado, artera y sucia. Su compañero sacó casi al instante un subfusil de debajo de su sucia chaqueta. La cosa se equilibraba
-¿Problemas?, Son mi especialidad. No tengo nada para ti, hijo mío. Aunque, puede que si. ¿Qué es lo que se supone que tengo que darte? ¿Y por qué?-Si aquellos hombres venían en nombre de la psiónica quería saber qué era aquella cosa y si podía entregarla tan libremente. Claro, que la mujer había venido sola y él no sabía si aquellos eran sus compañeros.-La policía está afuera. ¿Por eso habéis venido así? Podemos hablar un poco antes de hacer negocios...-Negocios, si bueno, podía llamarlo así.-Cuidad vuestras palabras. Este es un lugar sagrado. Nada de amenazas ni palabras que puedan ofender a la señorita.-Se mostraba hospitalario pero no dispuesto a ceder. No tenía porque amedrentarse en su propia casa.
Mara seguía embebida en sus alucinaciones. Su helada mirada de asesina estaba fija en los dos tipos de la entrada. Les soltó una palabra y una frase, y la amenaza de la violenta locura en sus ojos a punto de hablar por ella. El sacerdote quiso ser conciliador y calmar a la chica. Era un tipo duro el padre. Sí, había que serlo para sobrevivir en allí. No se acobardaba, era su hogar y lo defendería. El de cara de lobo volvió a hablar:
- Mal, mal, padre. No me ha entendido. O no me he explicado bien. La poli está ahí fuera. Pueden venir en cualquier momento. Es probable que no. No, si salimos con lo que queremos. No me tome por idiota. Usted sabe que tiene algo. Ella se lo entregó. Me lo da. Adiós. No nos volvemos a ver. Cualquier otra idea sería una estupidez. Olvídese de su iglesia, de sus obras, acostúmbrese a las rejas. Lo encerrarán, a su putita le meterán un tiro entre ceja y ceja o la dejarán como desahogo de los majaras del centro clínico del este. Derribarán la iglesia. Píenselo. Sea inteligente. Y tú, zorra, baja es escopeta antes de que te rompas una uña.
El sujeto tenía ligero acento extranjero, no quedaba claro de donde. De Europa, eso sí. Parecía tranquilo. El otro sostenía el subfusil como si hubiese nacido con él.
Mara le dejó hablar, solo que había algo que no soportaba más esa noche: que la llamasen de nuevo puta, de aquella manera. Aunque fuese así como se ganaba la vida últimamente.
Calculó la escena: primero le meto un tiro entre ceja y ceja al del subfusil. Luego le reviento el estómago al otro. Soy mejor y más rápida. No soy humana. Sacaré esta mierda de la casa de Dios. Sí, y quizá me lo agradezca y pueda revolcarme con él en su cama. Eso estaría bien.
Los pensamientos del veterano sacerdote iban por otros derroteros. “Un Subfusil. En la casa de Dios. No para defender, sino para intimidar, amedrentar, asustar. ¿No se dan cuenta de que no siento temor porque él siempre está conmigo? Ningún lugar es demasiado oscuro ni solitario. Esta gente no sabe lo que se hace. Aquí es imposible tener miedo"
"No vienen a hablar, vienen a por lo que quieren ¿He de dárselo señor? ¿Qué es lo que voy a darles? ¿Y si es algo que pone en peligro muchas más vidas? ¿Acaso no dejé escapar a la asesina? ¿Acaso eso no pone en peligro más vidas? Señor. ¿Qué he de hacer? A veces el camino es demasiado turbio para verlo. No dudo, sigo adelante, pero no sé si mis pasos son los correctos. ¿Al ayudar a estas almas descarriadas cuantas otras almas estoy sacrificando? ¿Es justo que yo elija eso? ¿Es justo elegir? ¿Existe lo que es justo, señor? Solo puedo seguir adelante".
“¿Por qué las armas en lugar de la palabra? El fuego se combate con fuego. No se erradica el mal echando sermones o cediendo limosna. Se usa la violencia. ¿He llegado ya a ese extremo? Quiero creer que no es así, que aún me quedan más palabras antes de usar mis manos...Señor, dame fuerzas. No para vencer, sino para seguir en el camino correcto.
Escuchó las palabras de aquel hombre. Querían aquel objeto, sin más. ¿Por qué no vendría la policía? Si oían disparos vendrían...salvo que les hubiese pasado algo. Y si estas dos ovejas perdidas eran capaces de inutilizar a dos policías. No eran simples criminales. "Odio que se entrenen en caminos tan sucios como la muerte." Observó a Mara:
-Tranquila. No dispares. Matar a una persona es lo que peor puedes hacer. Te condenaría al Infierno y ni yo mismo podría ayudarte a salir. Así que, no dispares.-Aunque no fue tan necio para decirle que bajase el arma.
La cosa terminaría mal. Lo había vivido antes, situaciones semejantes, cerca del límite. En la frontera del bien y del mal. Las amenazas del desconocido hicieron que se le empezaran a fundir los plomos. ¿Entre rejas? ¿Por qué crimen? ¿Por qué tienen que llamar a la chica "putita"? ¿Por qué tanto desprecio? ¿Van a derribar mi iglesia? Para el padre aquellas palabras eran peor que los insultos. No se enfadó, tenía demasiado autocontrol para eso, sin embargo las chipas empezaron a crepitar dentro de su cabeza. "No, aún puedo hacerlo bien", se esforzaría en ello.
El sacerdote filosofaba consigo mismo y con Dios. En exceso, se estaba perdiendo en un laberinto y no encontraba el ovillo que le llevara a la salida. O tal vez se hubiese enredado más de dar con él. La joven le sacó de la maraña de sus pensamientos. Ni palabras ni más preguntas, un disparo. La chica había disparado, sin que apenas nadie pudiera apreciar la rapidísima ejecución de sus acciones, el cañón vomitó su muerte contenida. No se puede culpar a un gato cuando es acorralado y te araña. Pero ella no estaba acorralada. El problema lo tenía él. Solo podía entender una cosa. Que a veces el buen corazón de una persona, guiada por nobles virtudes, te obliga a hacer algo terrible.
Abrió fuego Mara. Una décima de segundo antes el de la sonrisa lobuna saltó entre los bancos, tras una de las columnas. Su compañero no tuvo tiempo de repeler la agresión, el cañón de Mara escupió plomo destrozando la garganta del sicario que cayó entre los bancos del otro lado. Se arrastró ensuciando con su sangre la madera, todavía quiso girarse para disparar. El padre actuó raudo y con una patada le arrancó el subfusil de las manos. El moribundo quedó tendido, gorgoteando la sangre en su garganta, agonizaba. Tomachio pidió el alto el fuego.
-¡Por favor, no dispares más!-Gritó- Tu alma está en peligro mortal. Te lo ruego, deja esa insensatez. A los dos os lo pido -No cayó en la cuenta que él mismo había preparado antes su escopeta. ¿Qué pensaba hacer con ella sino usarla?
- Mal. Mal de nuevo, padre. – anunció otra vez el que estaba protegido por la columna; la voz se tornó opaca, sin vida, helada-. ¿Ahora que debo hacer, padre? ¿Matar a los dos o solo a su fulana? Le ha metido en serios problemas. Quítele el arma y hablemos entre hombres. Contaré hasta cinco.
* La imagen es de la iglesia de Santa María Magdalena en la Provenza (Maries de la Mer)
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