Rivers vio la culata del rifle caer de nuevo hacia él, hacia su cabeza, el soldado estaba cerca, lo quería vivo, pero fuera de juego. Golpeó la pierna derecha a tiempo el fusil y el movimiento rápido de la izquierda desequilibró a su rival. El marine no saltó con la suficiente velocidad sobre él, el dolor del costado le atravesó la corteza cerebral; el otro logró disparar huyendo los proyectiles a pocos centímetros del casco de Rivers. La rodilla sobre el rifle, desenfundó su propia pistola, el otro le sujetó la muñeca. Entonces aquel hombre emitió un desgarrador grito, por instinto soltó el brazo de Rivers y se lo llevó a la cabeza, que movía con espasmos a un lado y otro. Rivers no dudo y vació el cargador frenético contra la zona del cuello, una y otra vez. El otro intentó liberarse de la presa, actuaba a la desesperada, sin controlar sus movimientos, algo lo estaba devorando en el interior de su casco. Se sacudió un par de veces más, para cuando Rivers buscaba partes débiles de la armadura todavía se movía, seguramente con la nuez destrozada. Con todo, la hoja del cuchillo se abrió paso allá donde las balas rompieron la protección y le desgarró la garganta.
Simo gateó con la bala mordiéndole por dentro. No era nada para un marine, un rasguño. Segundos antes de que apareciese el enemigo encontró más o menos un buen lugar. Vio alzarse a menos de una docena de metros al sintético, imponente, un coloso de acero y titanio cuyos sensores indicaban la posición exacta del marine. Los nervios de hielo de Simo no fallaron, su temple tampoco, su puntería menos. El disparo impactó en la frente acorazada, penetró varios centímetros, echó un poco atrás al androide. Recargó Simo, oculto. Probó otra vez, acertó de nuevo con el mismo resultado a la vez que el sintético abría fuego. Un rayo cegador cruzó la distancia que los separaba, Simo cayó de espaldas, el rifle a su lado. La roca estalló en infinidad de esquirlas cortantes, le ardía la mano, casi en carne viva, escarlata intenso. No le faltaba ningún dedo ni sentía fractura alguna. De hecho, solo notaba un pulsante y agudo dolor. Un dolor de mil demonios. Transcurrieron los segundos…más segundos…Se arriesgó a mirar y vio al sintético de pie, parado, inmóvil, con su gran arma en el suelo, ni un solo movimiento en su completa estructura. Luego, el acorazado soldado artificial cayó de rodillas y terminó por desplomarse de cara a la cenicienta tierra.
Helen accedió al sistema de comunicaciones, envió la señal ensordecedora a todos los soldados enemigos y su árbol de procesos continuó al siguiente rango, los sintéticos. Había descubierto que la nave solo transportaba dos y uno estaba neutralizado. Le llevó un tiempo descodificar y forzar el sistema para dar con las claves necesarias de control, pero lo hizo. Descendió al tercer nivel de prioridades.
Un plan desesperado, un locura desproporcionada que no se le hubiese ocurrido ni a Sandro. A Dillon sí. ¿Era la única opción? Fue su elección. Nela arrastró a Anette, de nuevo inconsciente, al otro pasillo. La rebelde no respondió nada, paralizada un instante, aturdida por la comprensión del plan de Dillon. Carlo asintió, dispuesto, preparado, aferrando firmemente su fusil apuntando al extremo opuesto de corredor. Plantado allá en medio, fumando. Algo sucedió al otro lado. Asomó uno de los soldados, golpeándose contra las paredes, las manos sujetando su cabeza, chillando. Carlo apretó el gatillo, ráfaga tras ráfaga de metal caliente se estrellaron contra el blindaje, en el casco, en la visera. El solado no repelió el ataque, se acurrucaba contra los muros, de espalda; el otro no apareció, no sabían que le sucedía lo mismo que a su camarada, pero había soportado mejor el dolor en sus tímpanos y tuvo la suficiente fuerza de ánimo para desconectar el comunicador.
Caos. Azar. Lo imprevisto siempre presente. Dillon sabía que no saldría bien, no para él, aunque durante un momento pensó que resultaría, sin entender del todo qué pasaba con esos dos, con la forma extraña de actuar. Una chispa, del anterior incendio del ascensor, de las explosiones de unos minutos antes. El mismo calor. Prendió el combustible. La llama corrió igual que un tren sin frenos. Llegó al depósito. El médico se giró, levantó por la cintura a Helen, la protegió. Carlo dio media vuelta. La tremenda explosión los levantó por los aires, desmembró e incineró a los dos soldados enemigos. Las llamas rojas escaparon en todas direcciones, a un extremo y otro, por el hueco del ascensor, se desparramaron. Alcanzaron a Dillon y rozaron a Carlo. Helen perdió el contacto con los sistemas de la nave justo cuando pretendía inutilizar las terminales. Un apagón, oscuridad total, silencio blanco. Despertó con reverberaciones fluctuantes de la explosión en sus oídos artificiales y que algo, alguien se echaba sobre ella, la empujaban. Los tres marines chocaron contra la pared, Carlo escapó a un lado, con las pantorrillas levemente quemadas. La ola de fuego retrocedió. Ghost se escurrió debajo del corpachón de Dillon, aturdida, desconcertada, tiró de Dillon y lo arrastró hasta Nela y Anette, a cubierto. El corpulento negro, sin sentido, tenía quemaduras de segundo grado en las dos piernas, un hilo de sangre escapaba por su boca torcida en un rictus de dolor. Vomitó y despertó, una sonrisa irónica se pintó en su cara: en el infierno también había sitio para seres artificiales como Helen. Le quitaron la armadura, cuarteada e hirviente, pegados algunos trozos a su espalda; más quemaduras, de primer grado. Le costaba respirar, algo en su interior estaba quebrado, sin duda. Continuaba con vida. El humo se extendía buscando la libertad. Se movieron hacia otro pasillo.
Afuera, Rivers cargó de nuevo con la chica. Igual que un zombi llegó a la nave y trepó a ella, detrás de Simo, que soportaba el tormento de su mano, despellejada, con pequeñas partes de las falanges a la vista. El hangar era fuego y metal retorcido. Se encontraron con Sandro, ayudaba a caminar a Yamec, al que había sacado de debajo de los escombros. Se tomaron un reposo, unos minutos para cubrir las heridas de Simo y Rivers. Yamec tenía un brazo roto. Luego enfilaron el corredor opuesto, pues el otro estaba bloqueado por las llamas y un denso humo negro. Traspasaron las compuertas. Voltearon esquinas y dieron con sus compañeros. Todos se refugiaron en una gran estancia destinada a servicios y duchas. Sandro y Nela se apostaron de centinelas. Al poco, después de evitar y esquivar los ataques del Hornet, al que casi despistan rodeando la nave, llegaron también, prácticamente ilesos, Viviana acompañada de un rebelde.
Notaron una corriente de aire, leve, cálida. Les envolvía. No procedía de las detonaciones, del fuego ni el calor del vapor. No. Hormigueos en las piernas y brazos. Las paredes temblaron. Una sensación ya experimentada con anterioridad.
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Dillon
Frost
Miraba a la muerte directamente a los ojos. Siendo marine no se podía hacer de otra manera. ¿Miedo a la muerte? La muerte era su credo, si disciplina, su única amante y consejera. El puro de la victoria encendido, anticipando el desenlace. Y una mirada de asombro por parte de Nela. ¿Qué?¿Qué estaba loco? Seguramente. El médico de la unidad debía haberle echo unos chequeos psicológicos muy malos. Ahora dejaban entrar a cualquiera en el cuerpo de marines, tsk. Se tomó unos momentos para responder a la reciente madre.
-Así es como lo hemos los de la vieja escuela.-Y le soltó una mirada severa.-Acabas de parir y ya estás luchando. Cuando esto acabe...nada de batallar. Bajo prescripción médica.-Uno podía pensar que estaba bromeando. No era así. Su rostro era pétreo, casi ofensivo, rozando la amenaza. Enfocó el corredor y le dio una calada breve al puro. Esperaba al enemigo. El olor agradable a combustible y a tabaco calmaba su mente. Cruzaría una nueva frontera, un misterio menos.
Apareció el primero de los soldados. Algo le pasaba en la cabeza. No se preguntaron que era. Balsani empezó a fundirle. Soltó una ristra de plomo tras otra sobre él. El soldado enemigo ni siquiera se defendía. Tampoco moría. Tendrían que darle con algo más grande. ¿Dónde estaba el segundo? De haber sabido que a todos les entraría un dolor de cabeza no se hubiera convertido en un kamikaze. Está bien, las cosas vienen como vienen. Dios te vacila y el universo entero conspira contra ti. Solo tenía que alejarse del combustible, esperar a que Helen terminarse e irse de allí antes de que una de las balas de Balsani impactase en el comburente. Entonces Dios, y sus chistecitos. Una chispa, solo, una, y el Infierno llegó.
-Grave error.-Intentó proteger a Helen. Nadie debía pagar por su metedura de pata. Lo hizo bastante bien porque notó el calor, su carne derretida y un dolor áspero que rasgaba cada ápice de su cerebro. Se la llevó de allí. No pesaba gran cosa. Volaron, se estrellaron. Fue perdiendo el sentido. Algo oscuro. ¿Eso era todo? Siempre había pensando que la muerte sería fría. Se equivocaba. Era ardiente. Fue vagamente consciente de que alguien tiraba de él. Debía ser Helen, era una de las pocas que tenía el tacto agradable.
-Se suponía que era yo quien tenía que salvarte...-Luego nada. Y nada fue.
Vomitó. Sangre y dolor. ¿Lo estaban pariendo? Recordó, poco a poco, y a la vez que se iluminaba su rostro se aclaraba su memoria. Sonrió. Seguía vivo. El pasillo del que venían era ahora una zona que podía catalogarse de catástrofe. Además, había un apagón. No estaba mal aunque no sabía que parte la había provocado él y su delirio y cual Helen y sus trucos. Escupió hacia un lado un gargajo blanco y rojo. Algo no iba bien dentro. Ahora no solo le fallaba la cabeza.
-Mujeres.-Dijo, áspero.-Siempre que te separas de una se lleva algo de ti...y te deja echo una mierda.-Le quitaron parte de la armadura. Por partes.-No quitéis la ropa.-Les dijo. Luego ganó algo de orgullo.-Creo que puedo ocuparme yo solo*.-Sabía que las quemaduras eran difíciles de tratar en batalla. También sabía que nadie se moría de ellas. Eran dolorosas, eso sí. No tomó nada para el dolor. El dolor te hace sentir vivo. No quería dormirse. Tampoco entrar en shock. Un par de compresas húmedas bastaría.
Se movieron, llegaron a un cuarto con duchas. Aparecieron Rivers y Simo. No lo habían pasado bien. El caso era darle trabajo. Se preguntó irónicamente que, ahora que él también estaba herido y Anette no tenía precisamente la buena pinta que tenía siempre, quien iba a cuidar de él. ¿Quién cura al médico cuando el médico no esta? Tendría que esperar a Santa Claus, joder. Pero había llegado. El agua de las duchas, no demasiada fría, le calmaría un poco. Rivers también parecía un poco tostado, así que le animaría a imitarle.
-Lávate detrás de las orejas.-Le diría con sorna. Apareció Viviana y otra rebelde. Aquello se estaba convirtiendo, poco a poco, en una buena fiesta. Ahora podrían lanzar una buena ofensiva contra el centro de mando. Entonces llegaron las vibraciones y un calor que no procedía de las llamas. Quizás de ellos mismos. Se sacudió la cabeza. El agua, la perdida de sangre, la impresión, la ligereza que notaba en la espalda ahora que no llevaba consigo a la vieja Betsy. Era una situación anómala. Sin embargo esa sensación le resultaba familiar.
-Que alguien me diga que estamos despegando...
Helen McFersson
La sintética empezaba a pensar que cerca de Dillon primaba la ley de Murphy en lugar de la ley de la probabilidad. Bueno, no era del todo cierto. Pero definitivamente en la unidad Sigma 5 había algún gafe. Quizás era ella misma. Cuando estaba "en trance" a punto de asegurarse era la única entidad que controlaba la nave, algo la aparto de ello. Ese algo era el matasanos. Apenas tuvo tiempo de asimilar la realidad cuando el sonido familiar de hierro retorcido y calor extremos acudió a sus sensores olfativos. Esta vez, eran ellos los abrasados. Intento protegerse dentro del corpachón del negro ya que no tenia idea de lo que pudiese pasar si su piel sintética se fundiera con la orgánica o viceversa. Nada bueno en cualquier caso. Tiro de él tanto como pudo, era conveniente tener un escudo con el que protegerse. Aun no entendía si ese incendio era de algún arma o parte de la explosión de alguna tubería, aunque pensaba era más probable lo segundo.
Se puso alerta cuando oyó alguien se acercaba, pero resultaron ser los demás; Yamec, Rivers, Simo y una chica rebelde. Todos con un aspecto magnifico. Yamec tan solo tenía un brazo roto. Simo gimoteaba en silencio solo por airear las falanges de su mano despellejada. Rivers tenía el costado como un colador y hacia aspavientos de que le costaba respirar. Poco después llego Viviana acompañada de otro rebelde. Ahora estaban juntos y a Helen solo se le ocurrían preguntas estúpidas o comentarios que decidió no hacer. Finalmente cuando empezaron a sentir calor y reverberación en las paredes, Dillon dijo justo lo que todos pensaban... Estaban despegando.
- Yamec, ¿era esta la nave que esperaba nos sacase a sus rebeldes y a nosotros?.
Jake Rivers
Tiene un breve instante para alegrarse de su decisión cuando ve la culata del rifle descender de nuevo. Si sobrevive lo suficiente pensará en todo esto con más calma, en como la preparación o, porque no decirlo, su agresividad innata, le han permitido resistirse cuando el enemigo tenía malas intenciones. De haber pretendido únicamente capturarle, habría necesitado acercarse menos, más órdenes y menos golpes. Pero lo quería sin sentido, lo cual solo puede desembocar en algo realmente malo.
Por fortuna o por desgracia, ahora no tiene ese tiempo para pensar. Lanza la patada con toda la fuerza que tiene, apartando el arma, usando la otra pierna para tumbarle. Un par de balas pasan cerca de su casco. Ha tenido suerte. Tampoco puede planteárselo demasiado, así es la guerra, un único momento de fortuna significa la diferencia entre vivir o morir.
Los segundos siguientes son más tensos. Rivers ha sido incapaz de inmovilizar el arma, pero su adversario tampoco tiene libertad para usarla. Ambos forcejean. El tiempo de los interrogatorios y los prisioneros de guerra ha terminado, ahora solo hay un fin aceptable para ambos, matar al otro.
-¿Qué demonios?- piensa mientras ve al soldado retorcerse de dolor. Poco importa, si tiene jaqueca es cosa suya, no vivirá para lamentarlo. En lo que a Rivers se refiere, no existe algo como “pelear limpio”. Cuando un enemigo se siente indispuesto, estaría mejor lejos de él, en su casa con algún familiar, porque Rivers está acostumbrado a utilizar cualquier ventaja sin planteárselo dos veces. Tan solo sabe que ahora tiene la oportunidad de usar su pistola en condiciones.
No deja de disparar mientras le quedan balas, ya recargará luego. Acuchilla con fuerza aún cuando ese hombre debe estar muerto, prefiere no lamentar errores estúpidos más adelante. Continuará con la agresión hasta asegurarse de su buen resultado.
Escucha a Simo por el comunicador. –¿Aún no te han matado?- dibuja una sonrisa en su rostro aunque nadie más pueda verla –¿Pruebas psicológicas?... lo recuerdo vagamente, dijeron algo como “carne de cañón”-
Comienza a registrar al enemigo abatido mientras aún se ríe de los comentarios de su compañero. ¿Realmente espera que los marines rechazasen a alguien por estar un poco loco?, los dementes son mucho menos susceptibles a sucumbir al pánico. No es su caso, desde luego, disfruta tan poco como cualquier otro arrojándose hacia el fuego enemigo. En esos momentos simplemente deja de pensar, guardándose el miedo para más adelante.
Cuando acaba de quitarle cualquier cosa útil, especialmente las armas (aunque se cuida de no empuñarlas por el momento), vuelve a cargar con la rebelde herida. –¿Cómo puedes seguir fuera de combate con todo lo que pasa a tu alrededor?- definitivamente algún médico debe echarle un vistazo. Quizás ya sea tarde para ella aunque siga viva. –Si estás fingiendo para que cargue contigo, vas a acordarte de Jake Rivers durante lo que te queda de vida-
En la nave, el resto de la unidad sigma no se encuentra demasiado bien.
–¿Alguna
baja?- sería estúpido preguntar si hay algún herido, lo que no hay es
nadie ileso.
Dillon sugiere usar algo de agua para las quemaduras, no es mala idea, aunque le preocupan más las demás heridas y así se lo hace saber. –Casi me acribillan por esta novata- dice tras buscar algún lugar donde dejarla –Si aún te sientes capaz, deberías echarle un vistazo, detesto que me disparen por nada-
Las paredes comienzan a vibrar, acompañado este suceso de otros también extraños, como el calor. Dillon quiere creer que están despegando, y él también lo querría, pero a estas alturas ya no se permite ser demasiado optimista. –Diría que es otra cosa… distinta- no cree necesitar concretarlo. De todos modos poco pueden hacer al respecto, y tal vez su mente ha pasado por demasiado, olvidando lo que se siente al levantar el vuelo. –Imagino que los pilotos no estarán en muy buenas condiciones, ¿no?. En ese caso quien mueve este trasto-. Si nadie sabe contestarle a eso, simplemente no están despegando… y es mejor buscar algún lugar seguro.
Simo Kolkka
En un último esfuerzo había logrado ponerse a cubierto y disparar. La parte que a él le tocaba fue un éxito, pero no podía decir lo mismo de la bala. Como ya había comprobado a larga distancia, el armazón de aquellos monstruos era demasiado espeso como para atravesarlo con una bala "normal". Hizo un segundo disparo, más por costumbre que por otra cosa. Estaba acabado. Si cometía el error de acercarse demasiado intentaría sorprenderle y luchar en combate cuerpo a cuerpo. No estaba seguro de que fuese posible que una máquina se sorprendiese, pero tenía claro que ni aunque estuviese sano podría vencerlo desarmado. Además estaba el dolor en la mano. El del hombro lo había soportado. Tenía una buena tolerancia al dolor. Pero sin su mano no era nada. Un francotirador manco. Sería digno de ver. Aunque realmente ahora no importaba. Estaba técnica y tácticamente muerto. Pasaron los segundos, y decidió asomarse. Aquella máquina debía de estar disfrutando. Para su sorpresa, cayó al suelo, como si alguien hubiese pulsado el botón de apagado. ¿Está roto? Era imposible. No habían sido sus balas. Era impensable que fuera un engaño. No creía que su programación fuera en ese sentido. No se lo pensó más, y echó a correr en dirección a la nave, haciendo un pequeño rodeo para no pasar a menos de dos metros del caído. Me debes una mano...
En cuanto estuvo lo suficientemente lejos aminoró la marcha, y se concentró en seguir andando, y no caerse. Ahora que el peligro había pasado era cuando las heridas empezaban a doler realmente. El del hombro era un dolor punzante e intermitente. Cuando parecía que había dejado de doler, un martillo invisible le golpeaba, amenazando con tirarlo al suelo. La mano era constante, y extendía como una enfermedad por todo el brazo hasta llegar al cuello. Tenía que hacer un esfuerzo para no desmayarse. No veía enemigos, pero eso no significaba que no los hubiese. Un rato difícil de determinar después estaba en el hangar. Veía caras conocidas, y mucha destrucción. Encontró a Dillon. No tenía mejor aspecto que los demás.
- Os habéis divertido, ¿verdad? Una pena que la fiesta haya acabado tan pronto.- ¿Había acabado realmente? Todos sabían que era poco probable.- Cuando tengas tiempo, necesito una mano nueva, o que por lo menos le pongas un par de parches a esta.- No era el que necesitaba asistencia más urgente. Todavía tenía una mano con la que apretar el gatillo. Vio también a Rivers. Preguntó por las bajas.- Somos demasiado atractivos como para morir. Deberías saberlo.
Si no encontraba nada mejor que hacer buscaría un sitio donde sentarse cerca a la puerta, vigilando por si tenían más visitar imprevistas.
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