Debían
haber exterminado a toda la población de nocturnos del planeta, sin embargo
quedaban unos cuantos. Los últimos, abalanzándose para el definitivo asalto. En
frente, una unidad de marines de fe inquebrantable y coraje que iba más allá
del tiempo y el espacio.
El aerotransporte se elevó medio metro con Helen a los mandos, y los cuatro niños hechos un ovillo; no sabían qué era peor si esos monstruos felinos o la cara destrozada de la piloto. Al menos ella no intentaba desparramarles las tripas. Otro de los nocturnos saltó contra la cabina para recibir una nueva andanada por parte de Helen, que era, por su condición de persona artificial, la que más sangre fría mostraba junto con Simo. Este derribó a los dos animales que estaban encaramados al techo del aparato y siguió disparando al lado de Sandro.
Viviana corrió para ayudar a Rivers, y Dillon la imitó, desobedeciendo una orden. El hombre primó sobre el soldado.
-¡Por eso mismo debes cumplir la orden, Dillon! Porque eres un marine –se oyó la voz grave y potente del sargento por los auriculares. Pero Dillon ya tomó su decisión. Alcanzó a Viviana, que con una rodilla en tierra intentaba despejar el camino de Rivers y Anette. Viviana miró con intensidad a los ojos de Dillon, se mordió un labio, asintió a la sugerencia de este, le dio una palmada en el hombro y regresó al helicóptero. No había tiempo para palabras, solo para acciones.
Sandro y Simo quedaron solos defendiendo el helicóptero. Un costado quedó desguarecido y por ahí los nocturnos golpeaban salvajemente el fuselaje sin abrir brecha. Decidieron saltar sobre el techo de nuevo, arremeter contra la cabina y atacar a los dos hombres que protegían el cargamento humano. Simo le voló la cara a una de las bestias que logró acertar con un zarpazo en la pierna a Sandro, los dos disparaban en todas direcciones en un frenesí de muerte, sangre y huesos astillados. Pero el enemigo los iba a rebasar. Viviana les ayudó, brincó adentro de la nave, Sandro observó la distancia que separaba todavía a Rivers y Anette; no llegarían a tiempo. Cerró la puerta del helicóptero y Helen lo alzó definitivamente hacia el cielo de tonalidad eternamente ocre y sucia. Inclinó los controles y dos de los nocturnos encaramados se precipitaron al suelo. Pero quedó uno allá arriba y la maniobra de poner boca abajo a la nave resultaba del todo imposible. Aguantaba el sobrepeso y se elevaba, ocho metros…diez…quince…El helicóptero se mantenía estable, el depósito de combustible estaba lleno más allá de la mitad del mismo.
Tal vez lo consiguieran.
Simo y Sandro estaban desbordados. Menos de un decena de nocturnos restaban nada más en esa zona, el francotirador despachó a uno, Sandro le quitó a otro de encima, pero un tercero derribó por la espalda a Simo. Notó como las garras desgarraban armadura, tela y carne de su espalda. Cayó al suelo y boca arriba interpuso su rifle frente a la ristra de enormes colmillos que pugnaba con feroces dentelladas destrozarle la garganta. Una segunda bestia hincó su dentadura en la pierna de Simo. A Sandro le acosaban dos, uno cerró sus férreas mandíbulas en su brazo izquierdo y el otro le saltó al pecho.
No lejos de ellos, a menos de treinta metros, cuatro marines luchaban desesperadamente también. Intentaban unirse, reagruparse y formar un bloque compacto. Los nocturnos los asaltaron desde todas partes. Dillon despachó a varios de ellos, erguido igual que un monolito negro vomitando fuego; Anette otro tanto, a punto de desfallecer. El sargento reculando lentamente hacia ellos. Y Rivers abatiendo a cuantos podía con su nuevo juguete hasta que la munición se agotó.
Zarpazos furiosos, mordiscos que podían arrancarte la cabeza. Rivers sintió dientes como sables hundirse en su muslo izquierdo, unas afiladas uñas en el brazo. Su cuchillo describió un mortífero arco y seccionó una garganta peluda. A Anette la embistieron y tiraron al suelo, un nocturno se echó sobre ella. Kaplizki usó la granada con un grupito de seis o siete rezagados. Apenas si había ya nocturnos. Dillon pateó a uno, disparó a bocajarro a otro, golpeó con la culata a un tercero. Alcanzó a su compañeros y esparció roja muerte y entrañas por todas partes, a falta de Rock igual de bien sonaba el martilleo de su arma.
El sargento se unió a ellos. Formaron un pequeño círculo, Rivers probó fortuna con las bengalas creando un perímetro de destellos rojos y dorados, crepitaban las bengalas, alumbrando la boca de la noche para que retrocediesen los fantasmas dueños de la misma. La treintena de nocturnos se lo pensó, rugiendo y bramando, cayendo bajo el metal candente que los marines les suministraban a grandes dosis. Eso les decidió a saltar por encima de las llamas, todos a la vez, cayendo muertos, heridos o indemnes sobre los cuatro. Dillon recibió una mordedura profunda en el tobillo, Anette un zarpazo en un costado, Rivers sufrió los efectos de las dentelladas en los hombros y las piernas.
Arriba, Helen describía un arco amplio, aparentemente fuera de peligro. Vio a sus camaradas cincuenta metros más abajo acosados pos esas aberraciones asesinas fabricadas en laboratorio por mentes insanas. Por el poder del dinero. Por el poder, sencillamente. Sandro y Simo a un lado. No demasiado lejos los otros cuatro. Tal vez la idea de las cuerdas de Rivers funcionaría, o sujetarse a las patas del cacharro. Quizá Viviana si descendía saltaría y auxiliaría a los marines. O todo se iría al traste. Puede que los soldados lo consiguiesen solos. La orden del sargento fue clara, marcharse. Viviana guardaba silencio, en medio de una marea de silencio, pues solo se oía en el interior de la aeronave los llantos y gemidos de los pequeños.
El sonido monótono de los rotores desapareció un instante cuando se escuchó el golpeteó intermitente y brutal sobre el fuselaje. El nocturno que quedaba. Helen se desvió un poco de su trayectoria, y entonces la bestia penetró en la cabina con una cabriola y agilidad dignas de un artista circense. Sus mandíbulas de acero se clavaron con saña en la clavícula y torso derechos de la piloto, la manaza casi se lleva la otra media cara de Helen y el empuje de la carga del nocturno la tiró hacia atrás y a un lado.
La aeronave se desequilibró un instante, giró sobre sí misma; afortunadamente se mantuvo estable. Volvió a girar. Cayó hacia el este y remontó.
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Helen McFersson
Helen vio como el felino saltaba, pero sus predicciones de que sus amigos le hicieran trocitos o incluso que su salto tuviera éxito, le pasaron factura. El bicho se coló dentro y amenazaba con separarle de cuajo todo el hombro impulsándola a un lado bastante alejada de los controles.
- ¿Te gusta morder?, ¡muerde esto!.
Le
disparó plomo hasta vaciar el cargador, llevada por la pura furia. Luego se
apresuro a tomar de nuevo los controles y guiar la nave al lugar seguro. Pensó
sobre esa palabra, su significado, y empezaba a dudar de que existiese un lugar
así. Luego con una mano en la palanca estabilizadora, con la otra agarro lo que
quedaba del bicho y lo tiro por delante de la cabina. "Pensaba que a los
gatos les daba vértigo las alturas y solo trepaban cuando una necesidad natural
les impelía a ello. Cuesta creer que hayan llegado a la fase adulta con un
instinto que suprime la auto supervivencia" pensó. " A no ser que...
no. No puede ser que esos científicos los hayan hecho traer a todos o los hayan
criado aquí, no hay comida suficiente". Miro a los niños y a la gente que
tenia detrás y se corrigió. "Quizás sí tenían comida suficiente y venían a
por más, pero me parece un plan diabólico y demente, casi perfecto".
En ese momento deseaba hablar con Kaplizki. Quería discutir y divagar sobre ello intentando con las ideas de ambos discernir la razón por la que en el caso de que Weyland hubiera sacrificado esas criaturas, como esperaba luego a su vez eliminarlas. Otro animal de mayores dimensiones seria caro, incluso para la Weyland. La piloto se inclinaba a pensar en lo contrario, un ser más pequeño. Más incluso que las hormigas gigantes, un virus.
- Dillon, si nos encontrásemos con una epidemia. ¿Cuánto crees que tardarías en encontrar una cura?.
Anexo
Helen
El mordisco de la bestia arrancó carne, fibra y nervios artificiales. Varios chorros de sangre roja sintética salpicaron el panel de mando y a los horrorizados niños. La bestia felina abrió unas enormes mandíbulas capaces de engullir la cabeza de la piloto y sus zarpas se hundieron profundamente en el hombro izquierdo.
El instinto de supervivencia de Helen hizo que pudiera acercar la automática a la boca y derramarle dentro de la misma una descarga tras otra. Los sesos del bicho se desparramaron en todas direcciones y la amenaza fue eliminada en unos segundos.
Estabilizada la aeronave, Helen se hizo diversas preguntas para las que de momento no encontraba respuesta exacta, fuese lógica o no. Su sangre seguía manando de forma peligrosa y un chequeo instantáneo le reveló que la capacidad de su brazo derecho descendió al 75% , no pudiendo moverlo con fluidez. Otro dato igualmente alarmante era que a este ritmo, la pérdida de fluido vital la conduciría al colapso en menos de diez minutos.
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Helen McFersson Anexo.
Tras hacer un breve análisis nada tranquilizador se precipito a informar de ello a la única persona que podía salvarla.
- Viviana, me muero. Me estoy desangrando. Necesito me ayudes lo antes posible.
No tenía nada sano. La rodilla derecha se había curado, pero recordaba como un eco la barra atravesándole la rodilla. Las hormigas que le habían atravesado la espalda, al sintético de combate que le había destrozado la cara y ahora el brazo izquierdo lo tenia que amenazaba con desprenderse, si no lo había echo ya. Pensó con ironía que casi seria menos doloroso herirse el lado derecho antes de que lo hiciera alguna otra cosa, pero siendo diestra era complicado. Todo apuntaba a que su utilidad para el grupo estaba llegando a su fin, y terminaría tirada como material reciclable o quizás ni eso.
- Usa mi equipo si lo necesitas, encontraras en mi botiquín un soldador y material para reparaciones electrónicas. Date prisa, me queda poco tiempo.
Se conecto al transporte, tenia poca memoria, pero volcó en ella su ser. Trasladó su conciencia en el transporte y abandono (temporalmente) su cuerpo, para que Viviana lo reparase y el tiempo no constituyese un problema por desconexión, si sucedía. Aunque por supuesto, olvidaría muchas cosas ya que en su cuerpo era donde estaban almacenada la información de cómo se hacían un gran número de cosas. Pero eso era ya era otro problema. Mientras se preocuparía por recoger a Anette con la ayuda de Viviana y salir de aquel lugar infestado de gatos hiperdesarrollados.
Jake Rivers
-¿Ves?, no había que preocuparse, nos quedamos todos en tierra- Dice Rivers mirando a Anette. Ya será imposible llegar al transporte, ahora solo dependen de sus armas para sobrevivir. En el fondo se ha convertido en un escenario muy simple. Los marines van a abatir a tantos nocturnos como puedan mientras les quede munición. Luego aún abatirán a unos pocos más con las armas blancas. La única duda es si serán capaces de abatir a todas las bestias para cuando se hayan quedado sin munición. De no ser así morirán, y de ser así habrán exterminado una raza entera. Solo cabe preguntarse ¿la superioridad numérica de los nocturnos les será suficiente?
-Al menos hemos cumplido la jodida misión- Piensa al escuchar el aparato elevarse. Ahora deben centrarse en sobrevivir. Será muy complicado, por eso no todo el mundo puede ser marine colonial, solo los más duros.
Comienza a disparar la munición restante, sin preocuparse tanto de elegir bien los blancos. Dispare a donde dispare les va a dar, e incluso va a matarles, los demás tendrán que apuntar mejor… y él también cuando se vea obligado a usar el rifle antiguo. Cree que hacerlo le supondrá una depresión, ¿cómo puede volver a usar otro tipo de armas tras probar la prosperidad del futuro?
Pronto se agotan las balas. Los nocturnos se les abalanzan encima, sin darles tiempo para cambiar de arma. Cuando quiere darse cuenta ya le han mordido las extremidades. Comprueba, con cierto optimismo, como el cuchillo es capaz de herirles, incluso matarles. Por algún motivo pensaba que las armas blancas serían bastante inútiles contra esas bestias. Sin embargo atraviesan bien carne y músculos, no necesita más para causar heridas mortales. La parte mala es que cuando ya los tienen encima es inevitable recibir el severo castigo al que les someten.
Tal como imaginaba, las bengalas les molestan, pero poco más. Se limitan a saltarlas por encima. Eso les da a ellos un blanco fácil. No resuelve el problema. Acaban rodeados completamente, en un cerco cada vez más estrecho. La situación no va nada bien.
Rivers trata de descolgar el rifle antiguo*. También desenfunda la pistola con la mano izquierda. Agarra el rifle con la derecha, apoyando el cañón sobre el antebrazo izquierdo. Así sostiene ambas armas a al vez. No puede usar la pistola sin más, pero cuando se quede sin munición tampoco perderá más tiempo para cambiar de arma. Además, cuando considere que puede conformarse con menos potencia de fuego, disparará el arma corta, así ahorrará munición.
-Olvidad el perímetro, vamos espalda contra espalda- No es la mejor opción contra enemigos armados, pero contra bestias que atacan de este modo, conseguirán concentrarlas a todas en el mismo punto. Más aún, se estorbaran las unas a las otras al atacarles, y ellos podrán aprovechar mejor la potencia de fuego que aún les quede. Una medida desesperada. Bien, es una situación desesperada.
-¿Podéis usar las luces de ese trasto para alumbrar encima de nosotros? - pregunta por radio. A parte de que la luz sí parece molestar a estos bichos, y esta vez no podrán saltarla, a ellos les vendrá bien para ver mejor sus alrededores.
Aún podrían salir de allí colgándose del aparato, pero eso ya no depende de ellos. El transporte tendría que descender. Ellos solo pueden mantenerse con vida hasta el último momento, matando a todo nocturno en los alrededores para conseguirlo.
Desgraciadamente no hay mucho tiempo para apuntar, ni para hacer fuego selectivo, aunque intentará no disparar a lo loco. Cuando llegue el momento, volverá a sacar el cuchillo de paseo. Intentará esquivar a las bestias y contraatacar entonces… aunque en ese punto espera que queden pocas, de lo contrario están acabados, aunque saberlo no le impedirá luchar con más fuerzas aún de lo normal.
Dillon
Frost
Se había arrancado el auricular de la música creyendo que lo tendría incrustado muy dentro, casi en el cerebro. Una extirpación perfecta. Sabía que el walkman no tenía pilas. Era antiguo, tanto traqueteo podía haberlo desajustado. No se oía. Lo sabía. No obstante, seguía escuchando música. Dentro de su cabeza. Tronantes guitarras escupían notas metálicas sobre sus neuronas mientras que los solos de batería pisoteaban sus pensamientos. Una voz estridente arrancaba aullidos allá adentro, en lo profundo. El baile seguía, el juego no terminaba. Tarareaba, cantaba, era feliz en medio de la carnicería. Su sentido de la vida, su motivo de existencia.
Logró que la chica se fuese. "Suerte Viviana". No volvería a verla. No volvería a ver a nadie más. La situación era tan crítica que podía oler a la muerte cerca de él. La había visto de muchas maneras. En batalla, sangrienta, al igual que todos sus compañeros. Pero también ponzoñosa, en los hospitales de campaña, y sardónica en los soldados ha los que no podía salvar por llegar demasiado tarde o por no llevar el instrumental necesario. Estaba allí. Su vieja amiga...en la oscuridad. Nunca los había dejado. Una canción popular de los muchachos decía que ellos estaban casados con la muerte. No se sentía asustado. Viviana había dejado el campo de batalla. Estaba bien porque su trabajo era salvar vidas. Era un buen médico...Irónicamente era mejor cirujano con el rifle en las manos que con el bisturí. Al sargento le ignoró. No podía hacer otra cosa. Su corazón no le dejaba optar a la razón, a la lógica o a la disciplina.
Avanzó. Pisó a uno, escupió a otro y reventó los sesos a un tercero. Plomo y pelo quemado. Sangre y vísceras. Nada nuevo bajo el sol. Un camino solitario. Su alma se vaciaba igual que su cargado. La furia violenta de esos seres amedrentaba sus redaños conduciéndole a un punto sin retorno. Pisó un cadáver, una nueva ráfaga tanto dentro como fuera de su cabeza. Perdido en una batalla eterna. Dientes, garras. Nada tan terrible como aquella vez. Nada tan oscuro. Llegó hasta sus compañeros. No dijo nada pero se alegró de haber llegar a tiempo. Si caía, lo haría con ellos. No podía escapar eternamente de la vieja de la guadaña pero su presencia se notaba menos entre el sudor de sus compañeros.
-Que mala pinta tenéis todos, joder.-Demasiado trabajo por hacer, demasiadas piezas por remendar. No habría un mañana. Esa noche él dormiría. No tendría que quedarse desvelado con las manos ensangrentadas dentro de la herida de alguien. Esta noche el cadáver sería él.
Desgraciadamente para los nocturnos seguía vivo. Moriría hoy seguramente. Aún tenía balas. Disfrutó de la vida, por corta que fuese era intensa. Estallidos de pólvora y un horror danzante de formas peludas que caían destrozadas a sus pies. La vida era hermosa.
Rivers arrojó sus bengalas. Chico listo. No sirvió de mucho. Quizás antes pensar en la luz les hubiese salvado el culo. Ahora no. Una treinta saltó las llamas y les atacó. Todos perdieron unos cuantos pedacitos de si mismos. Salvo el sargento. Sintió algo taladrándole uno de los tobillos. Le piso el cuello y le reventó la sien. Esta año no correría la maratón. Las heridas ya no le preocupaban. No podía dejar de disparar y curar a sus compañeros. Esta vez solo tenía una herramienta que empuñar.
Dentro de su cabeza había otra voz. Menos estridente, más familiar. Tardó unos segundos en entender que Helen le estaba hablando por el auricular. ¿Una epidemia?¿Y que más?¿Por qué no bajaba Dios santísimo de los cielos a escupirles directamente?
-No lo sé, Helen. Soy médico de campaña, no un científico. Jamás he pisado una universidad ni tengo un laboratorio...pero seamos optimistas. Encontraría una cura antes que una salida de este agujero.-Si ¿Por qué no? ¿El universo no tenía nada más que arrojarles? Se iba a sentir decepcionado.
Rivers sugirió que abandonasen la formación, que ya de por si era bastante paupérrima, y se pusiesen espalda contra espalda. Aceptó.
-Tú siempre saltándote las normas, Rivers. Hasta el final.-El sargento dio la orden a Helen de que les abandonase. Una orden sensata. Helen era como ellos. Le gustaba pensar que a pesar de ser una máquina un poquito de ellos, un pedazo de su locura, se había filtrado en sus circuitos como un virus. La aeronave a punto estuvo de caer. Zozobró y su corazón se detuvo. No podía caer. No lo hizo. Helen era la mejor piloto del escuadrón. Era la única piloto con vida. Vendría a por ellos. Una oportunidad.
Tenían que aguantar. Al menos el tiempo suficiente para poder sacar a Anette de allí. Rivers pidió algo de apoyo luminoso.
-Lástima que Betsy no esté con nosotros. Les hubiese enseñado un par de cosas a estos peludos. Oh, cuánto la echo de menos. Ella si que sabía como animar una fiesta.-Había quedado claro que el mejor arma de un marine era el lanzallamas. Servía para cualquier situación.-Tsk, una verdadera lástima.
Balas silbando y estallidos dentro de su cabeza. No sabía que le destrozaría antes; si esos peludos tan poco amistosos o la presión dentro de su cabeza. Pensar, un plan, una idea. Algo. Cuando Helen llegase podían subir a Anette y colgarse de las cuerdas, como decía Rivers. Irían colgados, igual que un péndulo. Podrían seguir disparando como sugería Rivers. También podían ir en los apoyos de aterrizaje de la máquina. Si, saldrían de allí. Como otras tantas veces, dejando tras de si a una dama de negro bastante furiosa. Tenía que sacarlos de allí. El escuadrón se había hecho trizas. Al menos que se salvasen los mejores.
Pensó. No dejaba de surgirle la lamentación. "¡Si la vieja Betsy estuviese aquí!". El fuego es siempre una respuesta. Fuego, calor. El fuego purifica. El fuego. Hay muchas maneras de hacer fuego. Una chispa sobre carburante, dos rocas que chocan sobre ramas secas. Algo que quemar. El fuego es luz. Y su mente se iluminó con una idea. Yamec estaría contento. Dios les daba todo lo que necesitaban, solo había que saber verlo. Siguió disparando, a una mano, mientras que con la otra buscaba algo entre sus partencias. Cuando lo encontró lo saco con orgullo.
-Aquí estás pequeña.-La sacudió. Aún quedaba bastante alcohol en la petaca. No era buen bebedor. La colgó del cinto y arrancó un pedazo de tela de su uniforme. Cogió la petaca y el pedazo de tela con la misma mano mientras arrancaba el tapón con los dientes.-Vamos a entrar en calor.-Metió la tela dentro de la petaca con su dedo gordo y negro. Al cinto de nuevo. Una cerilla. Era previsor. Tenía unas cuantas. Se la encendió en la cabeza y, aguantado la respiración, prendió la tela.-Amontonemos unos cuantos, necesito leña.-Iba a prender los cadáveres. Era lo único que podía prender allí.
Eliminarían unos cuantos y luego arrojaría la petaca sobre ellos. No se rompería pero usaría la pistola para agujerearla y que el alcohol se prendiese gracias al fuego. Imaginaba que el pelo de esos gatitos ardería con facilidad. Les mostró los dientes, no tan afilados pero igual de siniestros. Blancos, puros, en su rostro sombrío, negro como la pez. Y que se quemasen. La luz y el calor los espantaría...quizás. Los animales temen al fuego. La luz les dañaba a la vista. Eran sensibles. Y tendrían un flanco protegido. Si todo salía bien y esos seres prendían con facilidad.
-Nos vamos al Infierno señores...Prepárate Anette, ahí viene tu taxi...
Simo Kolkka
Siguió disparando y acertando dentro de su rango. Antes no era difícil, ya que las balas perdidas siempre encontraban un bicho en el que estrellarse. Ahora quedaban pocos, estaban dispersos y desesperados, y empezaron a actuar con la determinación del que sabe va a morir pero es demasiado cobarde como dejarse llevar por el miedo. Eliminó a los que acosaban al helicóptero, sin detenerse a evaluar la situación como alguien que tuviese un mínimo instinto de conservación. Mantuvo el fuego, como sabía que Sandro estaba haciendo en algún punto cerca de él. El transporte ya debería estar fuera de peligro. Al menos del peligro que representaban aquellas bestias. Hecho.
Una fuerza sobrehumana le derribó por detrás. Por un instante estuvo tentado de perder el conocimiento. Lo siguiente que sintió fue el suelo golpeando unas heridas en su espalda que no recordaba haberse hecho, y una especie de demonio encima de él. No había dolor, ni miedo. Estaba igual de muerto que vivo. Algo parecía tirar de su pierna, pero lo único que percibía era el sonido de las hélices del transporte dentro de su cabeza, a un ritmo muy lento. La mascota del equipo seguía encima de él y solo su arma se interponía entre ambos. Era ridículo pasar sus últimos segundos de vida como francotirador usando su arma como escudo. No notaba los brazos, pero intuía que debían de estar cediendo. La única explicación para que siguieran sujetando el arma era que estuvieran atenazados por el pánico. Calma perrito... Todo seguía en silencio a su alrededor, a excepción del sonido metálico, marcando el paso.
Una última gran apuesta. Reuniendo las fuerzas que quedasen, recogió la pierna que tenía libre, y la colocó contra el abdomen del animal, en algún punto lo suficientemente centrado como para que no resbalara, de forma que su propia pierna quedase lo mas flexionada posible contra sí mismo. Entonces empujaría con todas sus fuerzas, intentando hacer palanca y que el animal quedara lo más lejos posible suyo, y tuviese espacio para disparar, primero al que había tenido encima, y después al que jugaba con su pierna.
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