domingo, 13 de mayo de 2012

Hay muchos traseros que patear - 42



De un campo de batalla a otra situación límite. El extremo entrenamiento físico y psíquico de los marines ahora relucía en toda su intensidad, permitiendo que no perdiesen la cordura; no al menos del todo. Para lo que les estaba sucediendo no te preparan en parte alguna, ni en simulador ni en la teoría. Pero allí estaban, cumpliendo con su deber una vez más. Aunque no todos, Dillon anunció la muerte de Benley, desconocida para todos, sin embargo sospechada. Sandro no llegó a mencionarlo, aunque él no vio al cabo muerto, antes de eso explosionó el hangar; asintió con la cabeza, hora comprendía el significado de las palabras que le dijera el médico.

Tardaron unos instantes en amoldar sus torturadas mentes al momento presente. ¿Qué era el presente para ellos? Se fundían en sus castigados cuerpos el presente con el futuro y el pasado. ¿Hasta cuándo iba a ser así? ¿Hasta cuándo esta maldición duraría? Hasta la muerte de todos, seguramente. Entretanto no les quedaba más que seguir siendo marines. Y eso precisamente iban a hacer, sacar a toda esta gente de este infierno.

Se inyectaron la magia de Dillon *. La presión arterial aumentó, el dolor casi desapareció en todos ellos; el mundo se tornó rojo, los segundos pasaban delante de sus miradas ralentizados. Una sensación poco conocida, pocas veces antes se “metieron” tanta droga. Les esperaban diablos al acecho. Ellos también eran demonios. Los civiles los miraron asombrados. Aterrorizados. Ninguno decía nada aparte de gemidos y lloros. Los hombres tomaron las armas, respirando agitados, sudando a mares. Dillon les metió un buen chute, serenidad y adrenalina, el equilibrio. ¿Ha quién coño le importarían las consecuencias?

Una de las puertas ya estaba protegida por un armario, parecía que a los civiles no les dio tiempo de más. Lo apartaron, varios pequeños boquetes estaba agrandándose por las fieras al otro lado. Los soldados abrieron las puertas, Sandro y Carlo barrieron la zona a la par que dos de esas cosas saltaban al interior. Las dudas de la sintética se desvanecieron: agujerearon los corpachones felinos con sus mortales ráfagas, desparramaron sangre roja, entrañas, sesos y huesos destrozados por todas partes. Los Nocturnos no retrocedieron, quisieron entrar más, los dos marines avanzaron, delante Sandro, como era habitual en él; tuvo tiempo de girarse, llamar a Simo y levantar el dedo corazón sonriendo. La munición despedazó la carne de las fieras, un pedazo de cerebro rebotó en el pecho de Helen, la sangre salpicaba por doquier. El ruido de los disparos se fundió con los gritos de pánico de los civiles, los rugidos de los animales y los chillidos y estertores de muerte de estos. Viviana y Svenson se unieron a ellos, se abrieron paso hasta el descansillo y luego escaleras abajo dejando a su alrededor una decena de cadáveres de nocturnos mutilados. Ninguna de ellos logró de momento tocarles con sus garras o los enormes y largos colmillos. Retrocedían los bichos, a su paso; retrocedían y morían. Lo que quedaba de puerta fue cerrada de golpe y las barricadas dispuestas. En la otra puerta no fue así, miraron a la sala adyacente, allí también los nocturnos estaban intentando abrirse paso a través del techo. Aquel sitio era una ratonera.

Dentro la tensión se cortaba con un cuchillo, igual que los cuartos traseros de una ternera. A Rivers no le supuso dificultad amoldarse a la nueva arma arrebatada a aquel soldado muerto del futuro, ahora se vería qué hacía esa máquina de matar y si los nocturnos tenían miedo o algo similar. Simo a su lado, sin tener claro si esto era real o una alucinación. Dillon al otro, junto al sargento. Anette acabó por despertarse, agarró su fusil, y se acomodó en un rincón; su expresión era más salvaje que la de esas fieras. Que acabaron por entrar.

La puerta cedió, los armarios cayeron. Aguardaron un instante a que esa marabunta se desparramase en el interior conforme a la sugerencia de Rivers. Solo un segundo, porque los nocturnos penetraron a grandes saltos, corriendo, con una furia inusitada. Pudieron verlos, grandes, casi del tamaño de un lobo, con cierto parecido a los gatos monteses de los que habló el sargento. Parapetados tras las mesas volcadas, los marines no tardaron en recibirles adecuadamente.

Resultó una sangría. No fue la primera vez en que tuvieron que enfrentarse a bichos en alguno de aquellos mundos exteriores, pero con todo, siempre resultaba espeluznante ver los resultados. La primera oleada se transformó en pulpa en menos de treinta segundos. Su sangre y pedazos de órganos internos saltaron en todas direcciones, en los trajes de los soldados, en sus rostros demacrados con expresiones de puro salvajismo. La música a todo volumen de Dillon se mezcló con la cacofonía demencial que amenazaba con aplastar el reducido espacio de la sala. El fusil de Rivers era capaz de reventarles la cabeza y llevarse por delante a varios más. Ni Simo ni Dillon supieron a cuantos derribaron. En su rincón, Anette contribuía a la masacre mientras el sargento no dejaba que fiera alguna se aproximase; Phillips también disparaba sin cesar. Las mujeres y los niños chillaban aterrorizados.

Los nocturnos no retrocedían, se amontonaban sus cadáveres despedazados. Uno de ellos alcanzó una de las mesas y antes de que explotara su cerebro, sus garras la partieron por la mitad. Unas tremendas zarpas, negras como la obsidiana y duras como el titanio. Otros intentaron llegar pero fueron repelidos antes. Entonces el techo se agrietó en un par de puntos y comenzaron a llover los monstruos de setenta kilos. Fueron abatidos igual que sus congéneres pero uno de los agujeros estaba próximo a la zona de los civiles. Anette y Svenson los hicieron retroceder, el sargento les ayudó. Un zarpazo abrió una ancha franja roja en la pierna de Kaplizki; otra garra arrancó de cuajo la cabeza de una mujer. Los marines y el resto tuvieron que retroceder un poco. Otra fisura en el techo se agrandó y una parte de él se vino abajo. Phillips miró por una rendija de la otra puerta, de momento el techo allí resistía, los nocturnos estaban centrando sus esfuerzos en la primera sala:

- ¡Vayamos a este otro lado!¡Nos dará más tiempo!

Las bestias no se detenían de forma alguna. Sus sistema neuronal les mandaba una única orden, matar y aniquilar al enemigo; no conocían el miedo, la sensatez ni cuando era el momento de retirarse. Y su número no se agotaba. Empezaron a alcanzar la barricada de las mesas con aquellos saltos enormes de los que eran capaces de realizar, sus cuerpos eran descuartizados en el aire.



Para Helen



Escaleras abajo dejaron un reguero de cuerpos de nocturnos fragmentados. Una zarpa hirió en el brazo a Sandro, que apretó los dientes y pateó a la bestia. Salieron al exterior corriendo y disparando como posesos, cubriéndose mutuamente, desplazándose entre las sombras en medio de la zona apenas iluminada artificialmente. Algunos nocturnos los siguieron, acosándolos, pero la mayoría se quedó en las inmediaciones del edificio o treparon de nuevo por las escaleras.

Se detuvieron en una esquina. Recuperando el resuello, en la dirección indicada por el suboficial. Vieron a los nocturnos, en los tejados, en las calles, decenas de ellos. Una escena dantesca. Se escuchó a Sandro por el transmisor:

- Sargento, chicos. Son…docenas. Son docenas y docenas. Joder. –Se dirigió a Helen y el resto-. Movámonos rápido hacia ese helicóptero.

Así lo hicieron. La ametralladora inteligente de Helen derribó a toda cosa viva que se movía alrededor. Viviana y Svenson guardaban las espaldas, Helen en el centro, Sandro y Carlo delante. Sandro era tan imparable como esas bestias, no le iba a la zaga Helen ni ninguno de sus compañeros. Se desplazaron bastante deprisa, empezaron a no encontrarse con casi ninguna resistencia. Algún bicho les atacaba o brincaba encima, sin embargo la mayoría los vigilaba desde las alturas o los seguía a una distancia prudencial. A veces, de pronto, se abalanzaban sobre ellos sin aviso previo, una docena o más, viéndose obligados a refugiarse en alguna entrada de los edificios.

Cruzaban una calle cuando un nocturno se abalanzó desde un tejado sobre la espalda de Svenson. Lo derribó y antes de que Viviana pudiera dar cuenta de él ya había hundido sus acerados colmillos en el cráneo del pobre hombre. Se sacudieron sus extremidades unos pocos segundos y quedó luego rígido. Tuvieron que dejar el cuerpo, y al mirar atrás vieron media docena de esos animales devorándolo. Otros cuantos los persiguieron.

Llegaron a las inmediaciones de un puente, Helen cada vez más convencida d que eran producto de las manipulaciones genéticas de una corporación. Miraron arriba, se veían despejados los escalones que ascendían a una altura de veinte metros. Luego la plataforma del puente, cincuenta metros, que enlazaba con otro y salvaba el desnivel de la montaña en ese lugar. Observaron bestias agazapadas en toda su extensión. Viviana les llamó la atención al otro lado, un vehículo semejante a un jeep aparcado atravesado en medio de la calzada, a unos veinticinco metros de ellos. En campo abierto y sin protección alguna. Podía o no funcionar y llevarles hasta el transporte aéreo evitando el puente a través de las rampas construidas a tal efecto. Dos opciones.







Helen McFersson


Los nocturnos eran unas bestias feroces. No era la primera vez que se enfrentaba a engendros de laboratorio crecidos de modo salvaje, pero sabia que no podía confiarse ni desconcentrarse. Al igual que los "peludos", ella también tenia que ir matando a su paso. Uno de los chicos de Yamec cayo, pero al ver como lo destrozaban otros siguió su camino sin dedicarle mas pensamientos. Cada segundo era un metro menos, no había tiempo que perder.

Viviana, una vez más parecía ser su ángel de la suerte. Y ya iban tres con esta!. La primera, salvándole el pellejo sintético, la segunda haciéndole saber las debilidades de "su raza", y ahora ahorrándole el difícil y casi segura emboscada en el puente que llevaba al helicóptero. Había otro modo de llegar al helicóptero, era un riesgo que merecía la pena intentar.

- Vamos a ese vehículo. Esos bichos parecen no saber cuando están muertos, ni cuando están cansados. Llegaremos además al helicóptero más rápido.

La sintética se sentía asombrada, y también sentía algo de admiración por el creador de aquellas bestias. Eran un extraño cóctel de cerebro de insecto, las habilidades de un felino, y una resistencia de un reptil. Su munición y sus armas eran eficaces si, pero cada vez menos. Sintió rabia por no poder haberse llevado el blaster y una armadura mejor. De nada servia lamentarse ya que ella no tuvo elección, intento usar esa rabia para correr más deprisa.



Anexo para Helen



El grupo siguió a Helen hacia el pequeño vehículo. Corrieron disparando al frente y hacia atrás. Viviana y Helen a la par, un felino saltó sobre esta última y la sintética le reventó la cabeza con una ráfaga de la ametralladora. Otro le alcanzó con un zarpazo en la pierna, un roce únicamente, Helen le propinó una patada y girándose los proyectiles lo destriparon esparciendo sus entrañas por el suelo ensangrentado.

Helen llegó la primera al jeep. Viviana la cubría, apoyada en los costados del vehículo, mientras Sandro, unos metros rezagado en la retaguardia, con una rodilla en tierra, eliminaba a los engendros que se abalanzaban sin temor alguno a la muerte, con una furia desmedida y frenética.

-¡Pon en marcha el puto jeep, Helen! –Bramó Sandro-.

Carlo se encontraba en el vértice derecho del imaginario triángulo formado por Sandro, Viviana y Carlo, protegiendo a la piloto que manipulaba en el panel de mandos y el teclado. Con sus recientes conocimientos su base de datos le mostró lo que podía llegar a hacer, hasta donde alcanzaban sus habilidades desconocidas, fue como una puerta de los secretos recién abierta. Se conectó al ordenador del jeep y lo puso en marcha. El motor rugió al primer intento, en perfecto estado.

Viviana ya estaba arriba, Sandro retrocedía hacia el vehículo. Carlo estaba siendo rodeado y una de las bestias logró derribarlo. Viviana lanzó un agudo grito de dolor y cayó hacia delante sobre el asiento de atrás, un nocturno le había atravesado la coraza en la espalda de un tremendo zarpazo. Su cabezota de dientes duros como el metal se balanceó mirando a Helen. Otro nocturno saltó sobre el capó y un tercero en la parte de atrás, no lejos de Viviana.






Helen Macfersson (Anexo)


Helen miro al nocturno cara a cara esperando en esa fracción de segundo oler su propio miedo, pero solo percibía un fétido aliento mezclado con el olor metálico de la sangre. La fracción de segundo siguiente, su pistola escupía plomo sobre el nocturno quitándole la preocupación de matar.
- Viviana, ya se que duele pero si no te ocupas de los laterales con la metralleta inteligente olvídate de lo que queda de vida, y de las nuestras de paso. Sandro monta de una puta vez y ayúdala un poco.

La idea era avanzar esquivando o atropellando a los nocturnos que se pusieran delante. No era una de sus mejores ideas, de echo le parecía una idea muy mala, pero no tenia otra. Volver no era opción. Carlo estaba muerto desde el mismo momento en que le cayó un bicho encima, y Viviana... prefería no hacer conjeturas. Viviana había tenido la suerte de caer herida dentro del jeep, sino se hubiera visto obligada a darla por muerta. Estaba claro que esos bichos sabían matar y no daban oportunidades sobre aquellos que golpeaban con sus zarpas. Se centro en llegar, como fuera, al helicóptero. Luego estaba el problema de hacerlo despegar, tendría que olvidarse de las comprobaciones y despegar tan pronto los rotores tuvieran propulsión suficiente. Ahí Sandro y Viviana iban a pasarlas putas. En esos escasos veinte segundos, podría pasar cualquier cosa, Helen ayudaría a cubrir los otros ángulos.




Jake Rivers

Al menos acaba de comprobar algo, no tienen miedo. Resulta sorprendente, casi todos los animales que él conoce acaban teniendo miedo de ser masacrados. Estos siguen viniendo sin ningún reparo, a pesar de encontrar la muerte uno tras otro. No les importa, han salido a buscar sangre y morirán por conseguirla. Es la peor clase de enemigo que se puede encontrar. Cuando uno combate contra humanos sabe lo que puede esperar. Ya deba atacar o defender, siempre se puede encontrar alguna lógica en el comportamiento enemigo. Incluso si te estás defendiendo contra un número aplastantemente superior de efectivos, comienzan a plantearse mejor sus ataques cuando pierden las primeras oleadas. Ahora no tienen esa ventaja. Da igual si son unos salvajes a la hora de despachar a estos gatitos, siempre van a venir más sin tener en cuenta su propio destino.

Tanto él como sus compañeros aguantan bien, lanzándoles una lluvia de plomo a cada instante. Por su parte, Rivers queda más que satisfecho con la nueva adquisición. Se pregunta cuantos años tendrá que esperar, si regresan a su propio presente, para que desarrollen un arma como esta. En contadas ocasiones había visto los proyectiles atravesar el primer blanco para impactar en el segundo. Con esta preciosidad lo consigue a cada instante. ¿A cuantos derriba por cada disparo?, resulta imposible contarlo. Tenían que haber intentado hacerse con unas pocas más. Incluso así la situación sería mala, pero al menos mejoraría un poco.

Podrían aguantar bastante tiempo aquí, pero la habitación está comenzando a ceder. Quedan tan solo unos segundos para que todo se desmorone como ya lo hace el techo. Por cada nuevo agujero entran más de esos “nocturnos”, incluso llegan a los civiles, justo lo que estaban intentando evitar. Esto está apunto de convertirse en una posición indefendible. Alguien sugiere ir a la habitación contigua, pero allí no hay ninguna salida, será como entrar en una ratonera. Aún así, no tienen más remedio. –Vamos, moved a los civiles primero- él retrocederá más lentamente, protegiendo la retaguardia… y esperando que los demás le cubran.

Incluso cambiando el lugar, volviendo a formar para cubrir las entradas más fáciles, no habrán arreglado nada, al contrario, solo habrán retrasado lo inevitable pues se encontrarán completamente encerrados. Aguantar toda la noche es imposible. Incluso con los estimulantes de Dillon, los reflejos comenzarán a fallar tras unos minutos de fuego continuado. Las paredes también cederán, y el techo. Todo eso si no se les agota la munición antes. Por eso jamás ha sido partidario de encerrarse en una situación extrema, te quedas sin alternativas.


Dillon también ha pensado en lo mismo*, necesitan un plan de emergencia. Están en un segundo piso. Mientras Rivers piensa en preguntar hacia que dirección quedan las escaleras, porque las paredes son un impedimento tan pequeño para los marines como lo son para los nocturnos, Dillon recuerda algo más simple y probablemente eficaz, llevan cuerdas encima. Pueden atar unas cuantas, prepararse para evacuar en cuanto el vehículo esté cerca o cuando simplemente ya no puedan aguantar más tiempo aquí dentro. Es una buena idea, o al menos la que le parece más aceptable. –Que alguien busque un punto firme para atar un par de cuerdas. Cuando debamos irnos o ya sea imposible quedarnos aquí, que bajen un par de los nuestros primero, luego los civiles, y por último los que aún estemos aquí arriba mientras nos cubren desde abajo. Tengo más potencia de fuego, me quedaré el último. En cuanto toquemos suelo deberemos formar un perímetro solo entre nosotros porque ya no quedará nada para cubrirnos- Le parece lo menos descabellado… luego recuerda un dato importante, él no está al mando. –¿Te parece bien, sargento?-

Si les parece bien, no tiene más que poner en marcha el plan. Buscar un buen sitio para aguantar hasta que sea imposible, y abatir a tantos de esos gatitos como puedan. Cuando le toque descender, si llega ese momento, tiene claro que no lo hará poco a poco, de forma segura y progresiva, sino deslizándose por la cuerda. En el peor de los casos, dos pisos no son mucha altura para una caída, es más importante evitar las garras y mandíbulas de estos animales. Tan solo es necesario amortiguar bien la caída, tanto si se desliza como si algo corta la cuerda o él ve necesario soltarse. Flexionar las piernas al tocar suelo y rodar hacia un lado. Lo han hecho cientos de veces. Luego situarse para seguir cubriendo y confiar en que los demás traigan el maldito helicóptero… si es que funciona, porque la suerte no está de su lado últimamente.




Dillon Frost


Presente, pasado, sin futuro. Sacón las dosis. Un compuesto químico experimental que hacia subir la adrenalina igual que la tabla de ventas de un centro comercial el día antes de Navidad. Gasolina en las venas, veneno en la cabeza. Chispas en el corazón.

-El desayuno de los campeones.-Y soltó una risa aciaga. Inyectó a todos sus compañeros. El dolor se esfumó. Era consciente, a duras penas, de que su carne seguía quemada, de que trozos macilentos se desprendían a veces. Ahora podía ignorarlo perfectamente. Escuchó el tic tac de un reloj. Tic, tac. El momento de salir, el momento de empezar. Tic tac dentro de su cabeza. Tic, un latido, tac, un parpadeo. Tensión, sudor. Música en sus oídos. ¿Cómo podía escuchar el reloj?

Abrieron la puerta. El viejo rock and roll enmudeció por la sintonía que había sido la banda sonora de su vida. Balsani, Carlo, Helen, Viviana y el apoyo civil. ¿Volvería a verlos? No era tiempo de ponerse nostálgico. En cuanto salieron, los abandonaron a su suerte cerrando la puerta tras ellos.

Ellos se quedaron dentro. Sin escapatoria. ¿Y quien la quería? Si saltaban ahora dejarían anonadados a todos. Si, ellos podían escapar. Los civiles no. Saltar. De nuevo la mezcla de realidades. ¿Qué era la realidad?¿Estaba él allí, sudor en la frente y el fusil en las manos o estaba en otro lugar, quizás en su hogar, Marte, mirando desde una ventana el negro vacío? No había lógica, no había sentido. Todo era irreal. Sueños y pesadillas. Había que romper la sensación, lo que veían, lo que creían, a golpe de gatillo.

Saltaron los armarios, destrozados. Aparecieron las bestias. Los llamados Nocturnos. Gatos hiperdesarrollados con malas pulgas. Había visto cosas peores. A Sandro cuando se despertaba. Rabiosos, como diablos. Entraron. Empezó la escabechina. La cacofonía de las armas reinó durante unos momentos dejando tras de si un páramo lleno de sangre, restos de hueso y casquillos vacíos. Le dio una calada al puro y asintió mientras su arma seguía martilleando en sus manos. Sintió el miedo de los civiles. "Que se callen, joder. Los marines están aquí". Pólvora y el hedor de la muerte. El nuevo juguete de Rivers hacia las delicias del psicópata de su compañero.

-Las navidades se han adelantado para ti ¿eh? Ho, ho, ho.-Ráfagas cortas, medidas, directas al cerebro, o tiros rápidos que barrían la zona. Los Nocturnos quedaban desmenuzados. Y venía más. Sabía porque eran tantos. Allí estaban todos. Varias generaciones. Del pasado, del futuro y del presente. Si, toda la puta raza estaba allí congregada. ¿Realmente no estaba en Marte mirando por una fría ventana al exterior mientras esperaba a que su café se enfriase? No. Eso nunca había pasado. Ya solo conocía esa vida.


Estaban preparando un gran banquete para los carroñeros. No iba mal la cosa. No habían contado con que las paredes tenían que aguantar. Ellos eran más duros que la roca y el acero. Resistirían. Las paredes no. Todo empezó a venirse abajo. Cayeron. Hirieron al sargento. Ni siquiera lo notaría. Una de las civiles no tuvo tanta suerte. Su cabeza salió despedida como un juego perfecto de un golfista. El palo adecuado. Defendieron el perímetro. "El problema es que el perímetro se está yendo al carajo".

Empezaron a saltar sobre ellos.

-¡Plato!-Gritaba cuando veía uno en medio del aire. Y luego todo eran fuegos artificiales rojos y oscuros. Allí no brillaba nadie. Alguien dijo de retirarse hacia el cuarto de al lado.-Pues vamos, joder. Todos a mover el culo. Usted también señora. Un, dos, un, dos.-Se giró, protegió a los civiles. Corrieron ríos de sangre. Fuentes de sangre, explosiones escarlatas. Un mundo rojo.-Me encanta mi trabajo...-Llegaron a la sala contigua*. Otra ratonera. Al menos esta tenía techo. Rápidamente buscaron una idea para cuando tuvieran que evacuar la zona. Habló con Rivers un momento. No, nada del Sadar. Cuerdas, solo cuerdas. No, no iban a colgar a nadie. ¿Podrían bajar todos los civiles por la cuerda? Si. Era una situación desesperada. No oía los cascos del caballo de la Muerte. Venía a por ellos. Tic, tac, detrás del reloj. Lo escuchaba.

Rivers organizó todo aquello. El muy mamón había cogido los galones prestados al sargento. Y no lo hacia mal. Arrojó su cuerda a uno de los civiles. Que empezasen ya. Dos cuerdas. Bajarían el doble de rápido y así dos podrían quedarse atrás. Rivers se ofreció. Decía tener más potencia de fuego.
-Si, bueno, yo también la tengo grande. Me quedo contigo. Bajamos juntos.-Miró atrás, por la ventana, solo un instante. Seguramente abajo había más de esas cosas.-Si alguien tiene explosivos que los use ahora. Limpiemos esa zona.-El petardeo incesante seguiría. Formarían un perímetro defensivo al lado de las ventanas. Los civiles cobijados. El sargento tendría que bajar el primero, junto con Simo. A Anette tendrían que bajarla. Seguro que tenían un par de cinturones o correas para que alguien pudiese cargar con ella. Sino, se ofrecería él y serían tres para la fiesta final.

Asegurada la zona lo suyo era ganar tiempo. Resistir, aguantar todo lo que pudiesen. Escuchar el silbido de las balas junto a una vieja balada de heavy metal. Que bonita era la vida. Tabaco en los pulmones, fuego en las manos. Y cuando todo empezase a desbordar. De cadáveres, de Nocturnos, saldrían pitando, usando las cuerdas. Aquello no se convertiría en una típica situación de "entre la espada y la pared". Salvo que ellos fuesen la pared y los demás viniesen a estrellarse contra ellos.

Cuando bajasen los primeros marines y los civiles tendrían que estar atentos, disparar en el piso y fuera, cubrir a los suyos. Sería en momento en el que más vulnerables serían. Se quedaría hasta el final, con Rivers, escupiendo plomo y maldiciones, soltando humo por la boca y muerte por el cañón de su arma. Luego saldrían de allí. Bajaría haciendo rappel. Se quemaría la mano por la fricción de la cuerda. Solo era dolor. Ahora podía aguantarlo. Y luego...bueno, luego se verían sumidos en un mar de pelo y dientes donde ya no tendrían cobijo. Resistirían hasta el final. Y más allá.

-When we're living our lives on the edge, say a prayer on the book of the dead. We're blood brothers, we're blood brothers





Simo Kolkka


La poción mágica del doctor era buena. Se preguntaba por que no la había sacado antes. Se la guardaba toda para el, seguro. Sabía la verdadera respuesta, todavía no la habían necesitado antes. Él seguía disparando. La mano no le dolía, aunque sabía que cuando saliese de aquella, o despertase, no iba a ser precisamente una molestia fácil de llevar. Dedicó un momento a mirar alrededor, sin dejar de apretar el gatillo. Los marines que quedaban estaban disparando también, pero había algo en sus rostros que le daba miedo incluso a él. Cuando nacieron eran niños normales. Bueno, seguramente eran del tipo de los que pegaban a otros niños en el parque, pero normales al fin y al cabo. Ahora se habían convertido en bestias. Debía de ser la única manera de vencer a aquel enemigo, empezar a parecerse a ellos. Cuando volvió a sí mismo estaba bañado en sangre y trozos de carne que no sabía de donde habían salido. Si era suyo daba igual lo que hiciese, así que continuó con su labor. Quizás no fuera un sueño, al fin y al cabo. Parecía más bien un videojuego. Los había más sangrientos, pero no con mejores gráficos. Había que conceder que la mujer perdiendo la cabeza fue un buen punto. Rivers tomó el mando, e ideó un "plan". Simo hizo un gesto de negación. Aquella gente estaba loca, pero viéndolo en perspectiva, de momento la mayoría de sus locuras habían funcionado, y aquella vez el tarado con la pistola futurista parecía tenerlo claro.

- ¿Y si hacemos un agujero y pasamos al primer piso? Parece que tenemos invitación.- señala el nuevo juguete de Rivers.


Mitad de caída, un poco más seguro, pero solo temporal. Siempre podía seguir bajando. Por si la idea no cuajaba, empezó a retirarse hacia la ventana. A no ser que estuviese bloqueada no dispararía. Si llamaban tan pronto la atención podían estar perdidos. A no ser que el sargento tomase la iniciativa, o su plan fuese descartado, bajaría el primero. Seguiría con su política de no disparar a no ser que fuese vital, y lo haría con ráfagas cortas y precisas. Los civiles tardarían en bajar, y a campo abierto no iban a poder defenderse si se les echaban todos encima.


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