martes, 22 de mayo de 2012

Hay muchos traseros que patear - 46



El silencio se adueñó capa sobre capa de las instalaciones mineras mientras la temblorosa madrugada se perfilaba brumosa en las altas y grises montañas. El olor ferruginoso de la sangre se mezclaba con el acre y repugnante procedente de las vísceras desparramadas de decenas de nocturnos. Un velo de niebla pegajoso se elevaba frío reptando entre los cadáveres y los edificios abandonados.

La unidad Sigma 5, lo que quedaba de ella, menos de una decena de efectivos, se mantenía en pie, desafiante, como un solo ser, un solo marine. Múltiples heridas surcaban sus castigados cuerpos, un sin número de cicatrices, contusiones, hematomas y quemaduras. Agotados hasta la extenuación, su espíritu de lucha se mantenía vivo y latente, poderoso, en todos los corazones.

Simo se acercó, cojeando junto a Sandro, al resto de compañeros. Dillon, erguido, buscaba otro cigarrillo entre la docena de bolsillos del destrozado traje de campaña; Anette se apoyaba en el corpachón del loco del Sadar, Rivers, que pateó a un último nocturno, la hoja de su cuchillo chorreando sangre.


Arriba, el helicóptero circunvaló la zona y aterrizó de nuevo no lejos de los marines, cuando ya la fiesta hubo terminado. Helen, a los mandos, con plena conciencia de ello, saltó a tierra. La piloto no había sido auxiliada por Viviana, que no podía llegar en forma alguna hasta ella debido a todas las personas que ocupaban la aeronave, sin embargo la providencia hizo que una de las mujeres fuese ingeniera y logró solventar los problemas de fluido vital de Helen. Para más tarde quedaría la solución y reparación del brazo.

El sargento, renqueante, altivo, quitó un cargador y puso otro; el tono de su voz no perdió un ápice de fortaleza:

-Rivers, Sandro, comprobad los edificios adyacentes. El resto, ubiquemos a Anette en este trasto. Helen, Viviana, buscad un lugar cercano y decente. Luego regresad.

El helicóptero se elevó de nuevo con Anette a bordo. Lo miraron alejarse ruidoso y tembloroso, hasta que se transformó en un punto en el horizonte, más allá de las montañas.





Dillon Frost


El dios rojo se alzaba en el horizonte. Primero carmesí, fuego en la alborada. Más tarde anaranjado, vivaz, palabras destellantes que escondían el secreto de la vida. Y luego luz. Una luz intensa, amarillenta, hasta que te absorbía. Y era blanca. Pura, clara como el cristal. Un espectáculo maravilloso. Le dolía todo el cuerpo. Sentía como los efectos de su droga se desvanecían dejándole atrás con un cuerpo roto y cansado. Muy cansado. Más su alma se alegraba de poder ver aquello. Una justa recompensa. Mataría a ¿Cuántos había destrozado aquella noche?¿Aquel día?¿Aquella vida? Volvería a matarlos si el premio era aquel.

-Esto no se ve todos los días.-Irónicamente era un amanecer. Su mente aún chisporroteaba con el candor de la batalla. ¿Cuándo había terminado?¿Hace una hora?¿Un minuto? Quizás nunca. Quizás no había empezado aún. Futuro en su corazón, el pasado en su memoria. El presente en sus manos. Encontró los cigarrillos.-Es estupendo estar vivo, joder.-Lo encendió y le dio una calada. Una invitación a la muerte. Ningún médico recomendaba fumar. Pocas personas lo hacían ya. Sabían que era llamar a una muerte apodada cáncer. Él no la temía. Como marine, no viviría tanto como para convertir sus pulmones en charcos de brea. Pero vería un día más. Aspiró el humo de aquel cigarrillo barato y lo paladeó como si fuese el filete más caro de uno de esos restaurantes donde te obligan a llevar corbata.

Miró a sus compañeros. Ya los remendaría más tarde. Tenía trabajo que hacer. Mucho trabajo. Se habían salvado todos. Todos los que quedaban, claro. No eran muchos. Viviana, buena chica. Helen, ella era quien menos trabajo le daba. El cabronazo de Sandro y el pirado de Rivers. Debía de haber sufrido un shock porque se alegraba de que esos dos desgraciados aún siguiesen con vida. Simo, siempre tan tranquilo e impasible, como si allí no hubiese pasado nada. Anette...cuyos padres podían estar orgullosos. No era un chico pero los tenía bien puestos. Y el sargento. ¿Quedaba en él algo de la esencia del coronel? Si.
Recordaba las dentelladas que le habían arrancado buenos pedazos de carne y las garras calientes que se habían clavado en su espalda. Jamás se borraría de su mente aquel momento en el que tuvo que usar la cabeza para deshacerse de aquel mínimo con malas pulgas. Dos veces, hasta partirle algunos dientes y ganar así el cuchillo, con el que destriparle en una distancia tan corta. Ahora olía a sus entrañas y tenía una brecha en la cabeza. Había gastado hasta la última bala. Y cuando el fusil quedó son ellas lo había arrojado contra el primero de los seres que había saltado sobre él. Un marine siempre sabe como darle buen uso a sus armas. Aún le quedaba la pistola y había sido suerte agenciarse el rifle del vigilante.

Seguía con vida. En silencio, profundo y estruendoso. Sus compañeros estaban vivos. Los civiles también. El sargento ya estaba dando órdenes. Se movían. El siguió quieto, igual que una estatua a la que hubiese mirado la Gorgona. Una estatua de obsidiana. Roca que sangraba, piedra que sufría. Por esas heridas la pena se escapaba. Lo habían hecho. Venciendo al planeta. Por encima de la cadena alimentaria, por encima de las corrientes del tiempo. Marines. Eso eran. Habían llegado, habían pateado unos cuantos culos y ahora todo estaba bien. Veni, vidi, vinci.

Ya no miraba la oscuridad. Ahora contemplaba el sol en la medida de lo posible. Esa luz purificadora lo inundó. Quería pensar que todos los que no estaban allí parece celebrar aquella adusta victoria se encontraban más allá de esa luz. No en la oscuridad. Un poco de esperanza. Ahora eran más fuertes, más expertos y más viejos.

-Volvamos a casa, señores...




Jake Rivers


Rivers respira hondo mientras contempla su cuchillo, goteando algo similar a la sangre. No sabe si está herido, a penas puede sentir nada en todo el cuerpo. Tan solo sobrecargas musculares por toda su anatomía. Duda poder mover una sola extremidad en este momento. Si hay un mañana, tendrá unas agujetas descomunales.

A penas recuerda los momentos anteriores. Acuden pequeños flashes a su memoria. En algún momento pensó desenfundar el cuchillo. Instantes después ya lo tenía en las manos, como si el segundo intermedio no existiese. Ahora puede ver varios cadáveres de nocturnos delante, con heridas de arma blanca. Tampoco recuerda haber matado a la mayoría de ellos.

Siempre es igual, tardará varios días en tener una idea clara de lo ocurrido. En plena batalla no hay tiempo para pensar, sobretodo cuando te enfrentas a seres sedientos de sangre, sin orden táctico ni estrategias. Ves amenazas, reaccionas ante ellas, y confías en tener las espaldas bien cubiertas por los demás. Sabe que hoy ha sido así. Con el tiempo llegarán las pesadillas, mostrándole imágenes mezcladas de lo que fue y lo que pudo ser. También las dejará atrás, así es la vida de un marine.

Mira a los demás. Ni uno solo está sano, tan solo los hay con menos heridas. Busca con la vista a Anette. –Te dije que nunca debes rendirte- sonríe con cierta malicia –¿Podías seguir luchando o no?- levanta el pulgar en señal de victoria.

Continúa el repaso con los demás. Dillon se alegra de seguir vivo… y no le culpa, Rivers también se siente así. Otra batalla a sus espaldas. Quizás suficiente para pensar en jubilarse, pero no llegará ese día. Además, quizás ni siquiera sobreviva a todo esto. El sargento, como cabía esperar, le ordena ir a revisar la zona. Tan solo responde asintiendo con la cabeza, o esa era su intención, luego se da cuenta de algo evidente, ya no tiene balas. –¿Queda algún rifle cargado?-

Mientras lo busca, escucha a Dillon sugiriendo volver a casa. Estaría bien para quien tenga una, él tan solo pretende regresar a alguna base hasta que llegue la siguiente misión. Eso si ya están en su tiempo, o si regresan. No se puede decir que haya sido una victoria impecable, desde luego, aunque al fin y al cabo han cumplido. La mayoría de civiles conseguirá salvarse. Con suerte ellos también, si regresa el transporte.


-De acuerdo, echaremos un vistazo. Luego nos marchamos de aquí. Últimamente hemos estado en los peores lugares, pero este se lleva la palma. Creo que no lo echaré de menos.-

Avanzará con cuidado. Aunque los nocturnos son bastante salvajes, tampoco están carentes de inteligencia. Muchas veces ha visto morir a alguien cuando parecía estar a salvo. Esta falsa sensación de seguridad es un terrible enemigo. Cumplirá este encargo con la misma profesionalidad de siempre, sin obviar ningún detalle importante. En su mente aún está combatiendo. Uno de los instructores les decía: Solo estaréis seguros cuando regreséis a casa.
Nuevamente, regresar a casa… un concepto ajeno para él. En realidad, si han sobrevivido los pocos miembros restantes de la unidad Sigma, ya está en casa. Espera que puedan llegar a algún lugar tranquilo para disfrutarlo… hasta el próximo salto, o hasta que alguien les encuentre.



Helen McFersson


Con Anette a bordo, la piloto elevo el aparato no sin cierta dificultad al no poder usar su brazo izquierdo. Sin embargo, al conectarse al aparato ese handicap era totalmente irrelevante al moverlo como si fuera una extensión de ella misma. Lúgubres pensamientos pasaron por su mente al analizar posibilidades futuras. Un antiaéreo que derribara al aparato, la doctora que despertaba e intentaba reventar la nave con todos dentro, nocturnos que seguían por tierra al aparato...

Haciendo una retrospectiva de sus propios pensamientos pidió a Ghost que analizase toda su estructura virtual en busca de "demonios" o algo externo que le hiciera pensar lo peor con tanta frecuencia.

- "Tranquila - se dijo entre murmullos - estas demasiado tensa por tanta acción y tensión acumuladas. Una vez estemos todos a salvo podrás desconectarte y recuperar funcionalidad".

Aunque otra parte de su mente sabía muy posiblemente no seria verdad. Lo veía todo como un preludio de su propia muerte. Como si un dios la considerase un insecto al que fuera privando de partes de su cuerpo poco a poco y disfrutando con ello hasta llegar la desconexión total.


Oyó con sus finos oídos un gimoteo que creía era de Anette. Y se sintió culpable y terriblemente egoísta.

- "Eres una imbécil. Fuiste creada para morir al servicio del grupo Sigma 5, con esos pensamientos no ayudaras a nadie".

Hizo un nuevo análisis del terreno. Buscaba un sitio lo mas plano posible que fuera fácil defenderlo. Aunque por otro lado, pensó en atar a la doctora y hacer que la guiara hasta el bunker. Quizás fuera ir de la sartén al plato, pero seria un refugio para los civiles en cualquier caso. Consideraba eran gente de la Weyland, científicos a los que la compañía había dejado morir a manos de aquellos monstruos. Serian conscientes de eso?. Decidió consultarlo con su superior, tales decisiones en las que dependía las vidas humanas iban, en cierto modo, por encima de sus prioridades.

- Sargento, pido permiso para ir al bunker de la doctora. Es un refugio al fin y al cabo y muy probablemente no este demasiado lejos. Una vez lleguemos, le daré las coordenadas.





Simo Kolkka


Acertó con su apuesta, y el último enemigo acabó en el suelo, sin vida, pero todavía con sus dientes clavados en la pierna. Hizo un pequeño esfuerzo y se lo quitó de encima. Otro esfuerzo más y consiguió ponerse en pie, procurando apoyarse lo menos posible en la pierna que acababan de destrozarle. La porquería que le hubiesen dado hacía que no doliese mucho de momento. Sandro seguía vivo por allí.


- Lo mejor de ser tirador de elite es que todos los demás se pegan por cubrirte la espalda. ¿Sabías eso?

Los demás también seguían vivos, y habían terminado su ración. El sol empezaba a salir, y el helicóptero se acercaba. En cualquier momento acabaría la película y empezarían a salir los créditos. Buscó un montón de cadáveres sobre los que sentarse, y observó sin demasiado interés lo que pasaba en torno al transporte. Dillon y Rivers parecían optimistas. Mala señal.

- No te creas. Aquí por lo menos no hace calor.

También estaba el hecho de que los rivales de aquel escenario no eran inmunes a sus balas, como los robots asesinos, pero eso ya era lo de menos. Algunos empezaron a moverse. Helen tenía ganas de excursión. Los del helicóptero debían de haberse quedado con ganas de fiesta. No tenían de que preocuparse. Seguramente la próxima estuviese a la vuelta de la esquina.


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