Simo no opuso comentario alguno a las órdenes de su superior, al contrario de Dillon, que discutió al principio para luego acatarlas, comprendiendo que así debía ser. Un día tomó la decisión, el camino de la medicina, de la cirugía, era bueno en eso, si alguien no era descuartizado por los nocturnos quizá pillaría un resfriado. Ahí estaría él entonces, para ofrecer un pañuelo.
El francotirador, impasible y frío como siempre, fue reuniendo al rebaño, comprobó los accesos y esperó, el primero, junto a la puerta. No dejaba una sola brecha en el muro que separaba sus emociones de las del exterior de su mundo. Detrás de él una veintena de personas aterrorizadas, casi todos llorando, sollozando, con el pánico y el terror pintado de forma tenebrosa en sus facciones.
Helen y su grupo tenían ciertos problemas, no más que el resto. Si las criaturas asesinas daban con los civiles, sería tremendamente difícil proteger a todos ellos. Simo y Dillon lo sabían, contaban con la ayuda del otro hombre armado, pero que estaba tan asustado que el arma temblaba en sus manos. El médico hizo lo posible por calmar a la gente, vano intento, aunque algo de seguridad transmitió su voz y su cuerpazo de gigante. Un niño de unos cinco años lo miraba intensamente, sin quitarle la vista de encima, no lloraba ni decía nada. Tan solo le miraba con unos grandes ojos sin expresión alguna debajo de los churretes que ensuciaban su carita.
Arriba los disparos atronaban, enmudeciendo los lloros y lamentaciones. Aguardaban, impacientes, nerviosos, con el corazón a punto de estallar. El aerotransporte no aparecía, la munición estaba a menos de la mitad conforme a lo que señalaban los indicadores de ambos fusiles, y para empeorar la situación Helen anunció el pequeño tamaño del helicóptero. ¿Cómo iban a hacerlo? En el piso superior continuaba la cacofonía de rugidos, chillidos y por encima de todo las incesantes ráfagas ensordecedoras que vomitaban los cañones de sus compañeros.
…
Helen
¿Hacia dónde?, preguntó Helen. La doctora tomó aire y abrió la boca para responder, y se encontró con el codo de la piloto en el estómago. Casi en el mismo instante Sandro golpeó con la culata de su M41A1 en la cara a la mujer, que se derrumbó emitiendo un gemido apagado. El detonador lo cogió rápidamente Viviana, que luego arrastró a la inconsciente doctora a un rincón. Sangraba por la nariz y la boca, Viviana la examinó.
- Tiene la nariz rota y un par de dientes también. Conmocionada, sobrevivirá.
- Más trabajo para nuestro buen amigo, Dillon. Seguro que nos lo agradece – sonrió sardónicamente Sandro-.
Helen viró bruscamente y dirigió el aerotransporte hacia donde esperaban ansiosos y desesperados sus camaradas.
…
En el piso superior el enfrentamiento llegaría pronto a su fin. O los nocturnos alcanzarían a los marines, faltos de munición, o estos escaparían. O las fieras morirían todas.
Rivers no se marcharía sin Anette. La determinación de la soldado era tanta o más que la del propio Rivers:
- Esos cuentos para tu abuela, marine. Déjame morir como yo quiera.
Sus rasgos estaban afeados por una feroz mueca mientras disparaba ebria de sangre y muerte, clavadas sus pupilas en las bestias peludas.
- Cuando Rivers se marche tú vas con él. No se discuten las órdenes, soldado.
Fuese la profunda voz del sargento, su tono, unido a la clara decisión de Rivers, que no dudaría un segundo en llevar a cabo su amenaza, Anette cedió y se arrastró hacia el amplio agujero, malhumorada y con un rictus de dolor en su rostro. Rivers se preparó para descender con la mujer, el sargento parecía decidido a aguantar hasta el final.
- ¡Bajad los dos! – pudo hacerse oír gritando por encima del estruendo de las armas y los chillidos y gruñidos de los nocturnos.
Se escuchó la voz de Helen: -Sargento, sobrevolamos la zona. Descendemos.
El aerotransporte había llegado. Dillon y Simo corrieron como dos auténticos perros pastores dirigiendo y protegiendo al grupo de corderos que salían a todo correr, tropezando, cayendo, sin poder evitar gritar y sollozar. Consiguieron que cerrasen las bocas y solo el débil gemido o llanto de algún niño les acompañó en su marcha. Mantuvieron el orden sin que aquello se convirtiera en una desbandada. Cruzaron la calle y trotando dándose la vuelta continuamente, mirando arriba, a los lados, y a las oscuras calzadas llegaron a donde se había posado el helicóptero.
Solo cincuenta metros, poco más. Pero pareció una maratón. Saltaron al suelo Sandro y Viviana, se apresuraron en tomar posiciones y protegerte el perímetro junto con Simo. Entretanto Helen y Dillon ayudaron a subir a los civiles. Imposible, se dijeron más de una vez, pero allá estaban, subiendo a trompicones, cobijándose en los huecos, agazapándose y apretujándose. Incluso en la cabina pusieron a cuatro niños.
-¡¿Y los demás?! –preguntó Viviana.
…
Rivers descendió por la cuerda cargando con Anette al cuello. Sus botas tocaron el piso inferior y miró a lo alto. El sargento seguía allí, manteniendo la posición, dándoles algo con lo que entretenerse a esas voraces fieras. Dillon, Simo y los civiles habían marchado ya. Se dirigió a la puerta y se giró una vez más, vio a Kaplizki aferrarse a la soga y brincar abajo, con ellos. Los tres abrieron fuego contra el boquete y los únicos nocturnos que lo atravesaron fueron lo que se precipitaron muertos.
El cerebro de estos bichos se activó y comenzaron a abalanzarse por las escaleras. Ahora tenían dos frentes abiertos y los tres marines recularon hacia la salida. En ese preciso instante los civiles estaba trepando al aerotransporte, a sesenta metros de allí.
Los nocturnos se abrieron paso a través de las paredes, y de la azotea, con sus descomunales fauces abiertas de par en par y aquellos tremendos saltos. Localizaron el transporte y desde ese edificio y otros más alejados, una nueva marea se les echó encima. Probablemente los últimos que quedaban. Rivers, sujetando a Anette que se apoyaba en él mientras no cejaba de disparar, y el sargento, se encontraban ya fuera del almacén y oficinas, con unos cuantos bichos acechándoles de frente y algunos más a sus espaldas, en las oscuras calles.
Entre dos fuegos.
Pero los civiles parecían a salvo. O casi. La mayoría estaba dentro del helicóptero, Simo, Viviana y Sandro daban buena cuenta de los nocturnos que corrían hacia su posición. Uno brincó y se descuartizó en las hélices principales; por fortuna no rompió los rotores. Se escuchó la voz del sargento crepitar en los audífonos:
- Intentad evacuad a Anette. Helen, adelante, lárgate. Dillon, tú también. Siempre podéis regresar a por nosotros.
Quedaban unos cinco civiles por subir, tres hombres y dos muchachos. El aparato estaba a tope, no sabían como pero metieron a toda esa gente, quedaba el espacio justo para los que restaban y un marine más. Helen en los controles. Sus camaradas disparando afuera, cubriendo el transporte. Los nocturnos estrellándose contra las ráfagas de los cañones o contra el fuselaje del trasto, sacudiéndolo peligrosamente.
De pronto uno salto contra el frente de la cabina del piloto, casi rompe el cristal. Le siguió otro que lo resquebrajó. Y un tercero lo hizo añicos del todo. Helen cubrió con su cuerpo a los pequeños situados en la cabina que chillaron aterrados. El nocturno a punto estuvo de colarse sin embargo recibió un par de tiros en la cabeza por parte de la sintética. Otro saltaba y Sandro le desparramó las tripas. Pero uno más se alzó y trató de entrar. Sobre el techo se agazaparon otra pareja de monstruos.
Simo Kolkka
La espera se hizo eterna. Dillon prestaba atención a todos aquellos incómodos civiles. Intentaba tranquilizarlos, pero Simo sabía que era inútil. La única forma de que guardaran silencio era de lo que estaban intentando protegerles. Finalmente llegó la caballería. Nada mas ver el transporte quedó confirmado lo que Helen había dicho; no podían entrar todos de ninguna manera. Sin pensárselo, empezó a guiar al rebaño. Se mantuvieron callados, pero seguramente mas por instinto de auto conservación que por que las clases de psicología a las que Dillon seguramente hubiese asistido diesen efecto. Una vez dentro dejó que otros se encargaran de hacer de azafatas. Debían defender la zona a toda costa, así que buscó una posición privilegiada en torno al helicóptero, y esperó. La distracción del resto del equipo duró poco, y las bestias fueron directas a por ellos. Ráfagas cortas a blancos claros, no había tiempo ni munición para algo mejor.
Pronto se acabó el espacio, y llegó la decisión aparentemente difícil. El siguió disparando. Lo más sensato sería desalojar a unos cuantos civiles. Así las posibilidades de éxito del resto aumentaban, y la de que ellos sobreviviesen dejaba de ser nula. Al resto no se le ocurrió. Posiblemente tampoco el ocupar la última plaza. Él era distinto. Evaluaba todas las posibilidades, por inmorales que fueran. La mayoría de francotiradores aprendían eso con el tiempo. A Simo no le había hecho falta. La cosa se iba poniendo fea por momentos. La fauna local estaba poniendo la integridad del helicóptero en serio peligro. Centró sus disparos en los que ya se habían echado encima, y en caso de despejarlo seguiría acribillándolos por orden de cercanía al vehículo. Esperaba que alguien lo estuviese cubriendo, o la cosa acabaría pronto para él.
Helen McFersson
Neutralizar a la doctora no supuso ningún problema para la sintética, pero una parte de ella misma le decía que podía haberlo echo de otro modo. Se convenció a sí misma pensando que seguramente habría otra manera, pero seguramente requería más tiempo del que tenían. Recordó brevemente la ferocidad con que los nocturnos les atacaron mientras caminaban hasta el transporte. Lanzo una mirada a Viviana, como si esta fuera transparente e intentara ver la herida de su espalda.
Empezó a vislumbrar el lugar donde se suponía estaban los civiles y los demás. Busco con la mirada un sitio despejado donde tanto aterrizar como mantener la zona despejada fuera un juego de infantes.
- Sargento, sobrevolamos la zona. Descendemos. - informo innecesariamente, ya que sabia la habrían oído antes de ver el transporte siquiera. Pero al menos sabrían por el tono de voz que todo iba según lo previsto.
Simo y Dillon los conducían hasta el transporte, para mientras este ultimo y la piloto los hacían entrar lo mas rápidamente posible, el resto aseguraban la zona.
" No van a caber!" pensó mientras estaban entrando. Pero sin embargo entraron todos ocupando todos los rincones y en posiciones incomodas. Viviana pregunto la pregunta que la piloto se estaba formulando al no ver ni a Anette ni a Rivers.
-¡¿Y los demás?!
Oyó los disparos que por lo menos uno de los dos seguía vivo. Pensó en echar a correr para hacerles el camino más fácil, pero no era tan sencillo, alguien tenía que conducir aquel trasto. Por si fuera poco para disuadirla recibió la orden del sargento.
- Intentad evacuad a Anette. Helen, adelante, lárgate. Dillon, tú también. Siempre podéis regresar a por nosotros.
La piloto no estaba segura de ese "siempre". Los nocturnos desde luego no iban a resignarse a comerse las babas, aunque ello les costase la vida. Y luego estaba la antimateria que les hacia saltar en el tiempo, normalmente del fuego a la sartén o viceversa. De cualquier modo no cuestiono las órdenes y se puso a los mandos para salir de allí lo antes posible. Los nocturnos ya habían roto la hélice principal, y con todo aquel peso las cosas podían ponerse muy mal con facilidad.
Como un eco de su fatalismo, los suicidas nocturnos se estrellaron hasta que rompieron el cristal de la cabina. Dos balas pusieron punto final y una advertencia a los siguientes de que tenían que hacerlo mejor. Se elevó justo cuando oyó como Sandro desparramaba las tripas de otro que había saltado. Y dos mas se pusieron en el techo, si partían uno de los dos ejes, el otro cedería por el peso excesivo. Por un segundo pensó en hacer salir a los chicos y abrir fuego, pero la metralla podría matar a mas civiles, por no mencionar que podrían hacer el trabajo de los bichos partiendo con la metralla el eje. No había opción, espero que aquellos bichos tuvieran realmente algo que tienen todos los felinos... vértigo!. Sin embargo tenia que subir mucho para que lo sintieran, y si se rompía una hélice... "mejor no lo pienses se dijo"
- No disparéis al eje principal - gritó la piloto - Corre de delante hacia atrás por el medio justo, y mide justo un palmo*.
Se elevo casi en diagonal, inclinando la nave para no darles oportunidades a los nocturnos, una vez arriba si no los habían despachado a disparos, intentaría (dependiendo de los motores, el keroseno restante, y el calor interno) si la nave lo permitía ponerla boca abajo para tirar a los nocturnos.
Dillon
Frost
Con poca munición y solo dos hombres para proteger a una veintena de civiles rodeados de gatos con malas pulgas, muchos dientes y hambre. Un hambre atroz. ¿Debería sentirse incómodo? Mientras una tonada de Rock and Roll daba descanso a su mente la sinfonía atronadora y martilleante de su rifle daba paz a su espíritu. El transporte no llegaba. Además, era pequeño. No lo sabía, pero intuía que tampoco debía quedarle mucho combustible. Solo por hacer las cosas más interesantes. Esa era la situación. La jodida situación. “Nada que unos cuantos marines no puedan hacer”. Esa era su convicción, su fe. Y no la de ese loco religioso que creía en la nada. Él creía en algo tangible: el olor de la sangre, la quemazón de la pólvora sobre sus manos y la falta de aire en sus pulmones. En sus compañeros. Creía en ellos.
Helen no llegaba.
-El autobús habrá pinchado una rueda.-Musitó con bastante humor. Ya no entonaba, solo tarareaba. Viejos éxitos, pequeñas glorias como aquella que estaban llevando a cabo. Enmudeció la música, devorada por el confortante sonido de un rotor y aspas que cortan el viento con celestial armonía. El transporte. Lo habían conseguido.
-Bravo Helen. Vuelves a salvarnos el culo.-Organizaron a los civiles. Les obligó, mediante el miedo pues allí no había otra herramienta que usar, a que se calmasen y avanzasen rápido pero de forma ordenada, en grupo. Simo y él lograron llevar a los civiles hasta el transporte.
Allí estaba Viviana y Helen. También Sandro.
-Sigues igual de feo que hace unas horas, Sandro.-Ayudaron a subir a los civiles.-No aplasten a los niños.-No había sitio.-No se acomoden, este no es un viaje de placer. Apriétense un poco. Dejen espacio. Vamos, vamos señora. Este tren no espera.-Cogía a los pequeños y los subía. Ayudaba a las mujeres y a los más débiles a subir. Tocaba sus manos, sucias y calientes, y sentía que aquello tenía algún valor. En un remoto confín del universo aquello era valioso para alguien. Solo personas. Vidas. Más que una misión. Costó, pero entraron.
-Civiles a salvo. Objetivo cumplido.
Llegaron más nocturnos. Los iban despachando. Uno de ellos rompió la cabina pero Helen no era una chica fácil. Un par de fogonazos y lo que quedaba del nocturno era parecido a un gato atropellado. Escuchó la orden del sargento y algo le revolvió las tripas. Solo había una plaza. Lo más sensato era que la piloto y él se fueran. Era una orden inteligente, brillante. Era una mierda pinchada en un palo afilado. El peludo que había saltado contra las hélices le había salpicado de sangre. Se apartó una gota del rostro, la miró y en un momento ya no estaba allí. Su mente voló lejos. Un recuerdo, uno oscuro.
“-¡¿Qué era esa cosa?!-Henry. Estaba histérico al borde de un colapso.
-No lo sé.-Le respondió Big Mama, uno de los kapos del pabellón A.-Pero tenemos que volver.-Henry era negro. Pero negro de verdad. Igual que el agujero del culo de un mono. En ese momento hubiera podido pasar por un ario.
-¡¿Qué?!¡No!¡No vamos a volver ahí!¡Nadie va a volver ahí!¡Esa cosa está ahí!¡No vamos a ir!-Todos tenían miedo. Henry era el más débil. Siempre metiéndose en peleas de las que tenían que sacarle. Un gallito, un cobarde en el fondo. Una rata.
-Billy “Cuchillas” sigue ahí.-Fue lo único que dijo Big Mama. No había más que decir. Billy “Cuchillas” era uno de los suyos. No lo olvidó. El miedo, el sudor, el olor de la muerte y algo ácido en el aire. Tres hombres armados con palos apunto de cagarse en los pantalones. Cuando volvieron a la sala de ocio donde estaba Billy “Cuchillas” fue la mano temblorosa de Henry quien abrió la puerta. Una rata de la gordas.”
“Los marines. Un desierto y unos cuantos rebeldes a los que habían fulminado. Aún así un pequeño grupo había escapado y había tomado como prisionero a uno de ellos. Un tal Macnun. Un cabo había desaparecido también. Él no era marine, era un preso. Esperaba el momento en el que se marchasen. No lo hicieron. Se quedaron esperando dos días. Al tercero ya estaban organizándose para cubrir todo el maldito desierto en busca del cabo perdido y de rebeldes. ¿Por qué? Pensaba. Había visto demasiada muerte en las últimas semanas como para pensar que una sola vida, o dos o diez, tenía importancia. ¿Por qué molestarse? Estarían muertos. Uno con los rebeldes. El otro en el desierto sin siquiera unas raciones para comer. Perdían el tiempo.
Una hora antes de partir un vigía detectó dos hombres acercándose. Uno era Macnun. El otro el cabo. El cabo tenía las tripas abiertas y Macnun cargaba con él. Tenía los labios tan agrietados que podría colar una moneda de cinco centavos entre las fisuras. El teniente se enteró de lo que había pasado. Algo sencillo para ellos. El cabo había seguido a los rebeldes que habían tomado prisionero a Macnun. Había atacado y rescatado a su compañero. Como recompensa le habían colado una bala en las tripas. Ese gilipollas había atacado a unos veinte hombres él solo con tres cargadores. Salvó a Macnun pero no pudo salvar sus intestinos.
Macnun era grande. Se enfrentaba a una caminata en el desierto sin agua ni comida. Tenía pocas posibilidades. Esas posibilidades se habían reducido a cero cuando decidió cargar con el cabo en sus espaldas. ¿Por qué? Se había preguntado él. Los marines no se hicieron era pregunta. El sol quema, las armas matan. Un marine no deja a sus compañeros.
El gilipollas del cabo había salvado a Macnun. Y el hijo de puta de Macnun había arrastrado al cabo durante kilómetros, bajo un sol abrasador para hacer lo mismo. No había servido para nada. En la primera incursión habían volado la cabeza al médico. El cabo no se salvaría. Todo ese esfuerzo para nada. Miró sus manos, ahora arenosas, y pensó que quizás la vida si fuese importante. Por eso era el precio que pagaban muchos.
-Apártate.-Dijo, poniéndose en pie. Su carcelero le miró con recelo.-Voy a salvar a ese hombre…”
Un segundo, dos recuerdos. Allí estaba. Solo era una sensación. Algo que llevaba grabado a fuego en la sangre. Algo que, en cada palpitar, le quemaba el corazón. Miró a Simo, luego a Sandro. Las hélices se movían con parsimonia. Todo iba más lento. Una decisión. Ya estaba tomada, joder. Antes de que el sargento pronunciase esas palabras, ya estaba tomada. “A la mierda, sargento”, pensó decir. “Váyase al Infierno” o “Métase sus putas órdenes por donde le quepan, señor”. No dijo nada de eso. No era como Rivers.
-Señor, soy un marine. No puedo cumplir esa orden.-Miró a los civiles. Tenían poca munición.-¡Eh Jhon Wayne!-Le dijo al hombre armado.-Ya no necesitarás eso.-Tampoco quería dejar un hombre armado dentro de un helicóptero. Sobretodo a un hombre nervioso. Miró al niño que antes le había mirado fijamente y le sonrió.-Nunca hay que dejar de luchar.-Cogió el arma y se la echó a la espalda. No sabía quien ocuparía la plaza libre. Pero él no.
Irónicamente su vida había empezado en el Infierno, en una fundición. Las aspas de la aeronave empujaban un viento que no era tan ardiente. Era incluso fresco. Los cuerpos despedazados de los peludos, su sangre corriendo a ríos y el olor a pólvora y plomo llenaba el ambiente.
Carlota, Alí, Carlos, Baltasar, Miguel, Lynch, Benley. El Coronel. Muchos otros que no podía recordar, muchos otros que olvidaría. El Real Cuerpo de Marines Espaciales. En aquel agujero, el viento era fresco. Muy fresco. El paraíso. Su familia.
-Este es mi hogar.-No se iría de allí. A los marines no los fabrican para sobrevivir. A los marines les fabrican para resistir golpes y toda la mierda que los demás no pueden digerir. Los marines solucionan cosas. Los marines hacen lo que debe hacerse. No por el sueldo ni por un fin elevado. Lo hacen porque eso es lo que hacen los marines. Y él era un marine. Y un verdadero soldado nunca dejado a un compañero atrás. Además, Rivers tenía suficiente munición como para volar el planeta y si lo dejaban solo, seguramente volaría el planeta.
Viviana, Sandro y Simo. Anette, Rivers y el Sargento. Al menos Helen se salvaría. Solo podía pensar en ellos. Amartilló su arma. Alguno se quedaría con él. Sencillamente no había sitio en la máquina.
-Niños
y mujeres primero, Viviana. Es tu plaza.-Dicho esto empezó a avanzar. Sus
ráfagas eran precisas y cortas. Ahorraba munición. Su objetivo era llegar hasta
el grupo del sargento y una vez allí…bueno, una vez allí ¿Qué más daba? Estaría
con los suyos. Si alguno le seguía avanzarían en formación, cubriéndose,
parapetándose y deteniéndose cuando la situación fuese crítica. Aún tenía
balas. ¿Cómo es que se iba a ir si podía matar a unos quinientos de esos seres?
Por no hablar del otro rifle que había conseguido*, la pistola, el cuchillo, el
tenedor de plástico de las comidas, sus manos desnudas y sus propios dientes.
Avanzar y destrozar. No retrocedería ni un paso.
A medio camino se detendría y miraría a sus compañeros, muy serio.
-Problemas.-Se quitó el auricular de la música.-Me he quedado sin pilas.-Tiró también el corto pedazo de puro que le quedaba.-Y sin tabaco. Preguntaremos a algunos de esos peludos si hay un seven-eleven por aquí…
Jake Rivers
Rivers no es un hombre razonable, nadie opina lo contrario. Anette puede negarse, protestar, e incluso forcejear cuanto le apetezca, pero sabe que él no dudará ni un instante en dejarla fuera de combate para cargar con ella como un peso muerto si es necesario. Tampoco puede decirse que ella entre en razón, tan solo acaba cediendo. El sargento sin embargo sí le hace caso. Ya habrá otra ocasión para morir heroicamente.
Tal como había previsto, barren a los nocturnos cuando estos trataban de pasar por el mismo agujero. Por desgracia esos malditos bichos son listos, demasiado listos. Buscan otra ruta de inmediato, aunque les dan el tiempo suficiente para salir corriendo hacia los demás.
Cuando
salen del edificio el maldito transporte ya está allí, pero viene con malas
noticias. Al parecer no habrá sitio suficiente para todos, y además aún
necesitan llegar hasta el trasto, lo cual puede resultar complicado porque hay
nocturnos delante y nocturnos persiguiéndoles. Unos pocos empiezan a arremeter
contra el propio aparato. Es una maniobra estúpida, aunque suficiente para
acabar rompiéndolo. Las desventajas tradicionales de luchar contra enemigos
suicidas, no puedes intimidarlos ni plantear maniobras de protección
convencionales.
-Vamos a tener que acelerar un poco el paso- Acompaña sus palabras de un fuerte tirón para levantar a Anette del suelo y cargarla a hombros. –Ya protestarás otro día, por ahora agarra el rifle y sigue disparando como puedas-. Es la postura más adecuada, él puede seguir sosteniendo el arma con una sola mano y correr más libremente. Si solo hay una plaza disponible, debe ser para la herida.
Dillon corre en su dirección*. –Joder, estoy rodeado de suicidas- dice medio sonriendo mientras dispara contra la acumulación más grande de nocturnos que haya en la zona. Está visto que hay más de uno dispuesto a quedarse en tierra y presentar batalla hasta el final. –¿Por qué no?- Lo único que ha tenido sentido se su vida es ser un marine. No le hacía ninguna ilusión llegar a viejo, necesitar de la ayuda de otros tan solo para llegar hasta el retrete, pudrirse lentamente mientras cuenta batallas en algún bar, asustando a los más jóvenes. ¿Cómo vuelve uno a la vida normal tras acabar el servicio?, ¿cómo se lleva el convertirse en un don nadie que necesita suplicar para conseguir un empleo porque jamás ha tenido uno antes? Aquí, con los marines, es un loco útil con habilidades valiosas, fuera del cuerpo no es útil, es solo un loco. Definitivamente, la vida solo tiene sentido para él como marine, debe morir como marine, luchando hasta el final. Quizás sobrevivan o quizás no, da igual, tan solo importa combatir hasta el último aliento.
Ahora sería el momento de organizarse para aguantar entre todos tanto como puedan, pero aún hay algo que hacer. Las evacuaciones tienen un orden preestablecido, los heridos primero. No es porque el sargento lo haya ordenado, simplemente es así. –Lleguemos hasta el helicóptero, dejamos allí a Anette, y les cubrimos mientras despegan-
Eso les obligaría a ir moviendo el perímetro porque poco podrán cubrir si les masacran, pero tampoco serviría demasiado quedarse ellos lejos mientras Helen despega. Necesitan cubrir el propio transporte, luego ya verán.
En cualquier caso, disparará sin parar, se acabaron las ráfagas cortas. La nueva arma atraviesa a los nocturnos con relativa facilidad, así que va a triturarlos por decenas. Que los demás sean quienes hagan un fuego más preciso y selectivo. Se hace a la idea de tener que cambiar de arma pronto, la munición empezará a escasear muy pronto. Eso será luego, ahora debe correr velozmente, pero con cuidado, y asegurarse de que su compañera herida ocupa la última plaza en el vehículo.
Si lo consiguen, ya solo queda aguantar, aunque les queda una vía de escape. Se comunicará con Helen por radio –Ghost, ¿ese trasto puede cargar con más peso o tampoco le es posible?-
Todos tienen cuerdas, esas que prefirieron no usar para salir del edificio. Aunque no puedan entrar en el compartimiento, puede atarlas al interior y levantarse. Quizás no llegasen demasiado lejos, y tampoco lo necesitan, tan solo salir de allí hacia un lugar que sea temporalmente más seguro.
En cualquier caso, lo primordial es defenderse. –Si a alguien le quedan granadas, este no es momento para ser avaros. Es momento para lanzarlas donde más bastardos de estos haya.-
Por supuesto el seguirá disparando con el juguete del futuro mientras le queden balas, luego cambiará al rifle antiguo. Será un duro golpe moral. Aunque también quiere probar algo más. Estos seres cazan de noche. Quizás sea solo por costumbre, pero no deben estar demasiado acostumbrados a la luz. Tampoco tiene ningún sentido morir con unas cuantas bengalas sin usar, probará a lanzarlas, a ver si les resultan al menos molestas. Cualquier cosa que ayude a mantener un perímetro será bienvenida.
No sabe como acabará esto, probablemente mal, pero sí sabe algo. Va a usar cada bala de cada arma que tenga, luego el cuchillo, incluso usará las manos de llegar a ser necesario. Quizás todos tengan claro que es muy difícil sobrevivir, tal vez imposible, pero ese es un mejor motivo para luchar con todo. Si hay alguna única posibilidad, es esta.
Helen McFersson (Anexo)
Estaba elevando el transporte cuando pensó otro nocturno se había colado en la parte superior, pero al girarse vio que era Dillon que iba a ayudar a Rivers. La piloto se pregunto como haría Rivers para cargar con Anette y el negro si caía. "Seguramente los arrastrará" pensó. Seguía sin ver al sargento, pero sabía que estaba en alguna parte. Helen creyó percibir la idea de Rivers, Anette estando herida, seria mas útil en el helicóptero disparando que corriendo y saltando. Y Rivers no tardo en preguntarlo.
– Ghost, ¿ese trasto puede cargar con más peso o tampoco le es posible?-
- Depende si nos quitáis los dos nocturnos de la parte superior o no. - respondió con cierto tono de preocupación - Pero aquí dentro Annette puede entrar. Y quizás, aunque es muy arriesgado, podéis ir vosotros agarrados a las patas de este trasto.
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