El caballo de Lucos relinchó, se encabritó, y luego prosiguió su
carrera ahora también cargando con mi peso. Mi montura siguió galopando al lado
por puro instinto junto a los demás. Lucos estaba encorvado hacia delante, me
llega su murmullo amortiguado por el dolor:
-¿Pero qué haces, Aswarya? ¿Qué haces? No me debes nada. Por Mitra, te queda
mucha vida.
El salto de un caballo a otro, aunque complicado, obtuvo su éxito. Sin embargo ahora la distancia se acortó peligrosamente con los tres primeros jinetes que nos persiguen. Miro hacia atrás, rodeada de espíritus que intentan darle alas al corcel, envuelta en miedo, empapada en sudor frío. Miedo vencido por una decisión, sin importar las consecuencias. Importa el ahora, no el mañana. Nos define lo que hacemos, no como pensamos. Tal vez esos pensamientos rondan mi mente; o un vacío completo, solo impulsada por la necesidad de actuar. Guiada por el corazón.
Quiero cerrar los ojos, soñar que cabalgamos bajo el sol, nadie nos
persigue, la humedad que noto en mi vientre es sudor, no es sangre. Pero
corremos, corremos, porque no podemos soñar, porque el enemigo está tan cerca,
tan condenadamente cerca. Y el caballo con el peso de los dos avanza más
despacio. ¿He cometido un error? No quiero pensar en eso, no quiero pensar.
Sólo cabalgar, continuar adelante. Las lágrimas saben a sangre. No contesto a
los reproches de Lucos porque tengo un nudo en la garganta, pero me aprieto
contra él, que sienta mi calor ya que no puedo darle otra cosa.
De nuevo miro hacia atrás, el enemigo está cada vez más cerca, no descansa, no se rinde. Estamos muy lejos de conseguir escapar, quizás no lo logremos nunca. Los espíritus están inquietos. No es esta la venganza que sueñan, que anhelan, los veo retorcerse, tan inquietos como yo. Reflejan mi miedo. Nos alcanzan. Nos alcanzan.
Están aquí.
Aquellos tres asesinos se nos echan encima. Puede que Zawinnia le diera una orden al guardia sobreviviente, el hecho es que este vuelve grupas hacia nosotros, acude a ayudarnos. Llega justo cuando uno de los bandidos se preparaba para darme un golpe mortal. El soldado le cortó la cabeza de un certero sablazo en la primera pasada al galope. Me vuelvo un segundo: la lucha es breve, intensa, cruel. El hombre se enfrenta a los dos bandidos, maneja con habilidad su acero. Veo abrirse el pecho de un segundo bastardo, y, no se como, hago descabalgar al tercero con un golpe de bastón en su nuca. Peleo con rabia, ya que no tengo esperanza, con la ira de cien muertos latiendo en mi interior.
Espero que Lucos pueda aferrarse solo al caballo, pero no le digo
nada. Sin el guardia no lo habría conseguido. El miedo es el que mueve mis
manos y usa mi bastón, el miedo es el que me tiene en pie y consigue que no me
desplome sollozando de impotencia en el suelo. Logramos escapar de ellos, y las
lágrimas son de alegría ahora.
Pero vienen más, la luna brillante deja ver el aguerrido grupo de
asaltantes que se aproxima a galope tendido. Ellos son tantos y nosotros tan
pocos. Lo único que podemos hacer es seguir corriendo.
-¡Vamos! –me urge el corpulento guardia.
De nuevo cabalgando, arrastrando una esperanza que se desvanece a cada impulso de los cascos del caballo. Noto las manos llenas de la sangre de Lucos, mi vientre, mi estómago empapado en su sangre, mezclada con mía. Es imposible escapar. Galopamos todo lo deprisa que podemos. No parece ser suficiente, nunca es suficiente. No quiero volver la cabeza, no quiero mirar. Hemos perdido, esta vez hemos perdido. ¿Por qué seguimos huyendo? ¿Por qué continuamos luchando, esforzándonos? Si no podremos conseguirlo. Si la sangre mana cada vez con más intensidad. Sangre que nos mantiene pegados, unidos. Si pudiéramos parar podría intentar hacer algo para contener la hemorragia, pero no podemos detenernos. Ellos están cerca. Nos atraparán. No servirá de nada.
A la derecha, la sombra del río donde se bañaba el astro nocturno. En frente y a la izquierda, bosquecillos. Detrás, la muerte o algo peor. Mi mirada se iluminó de sorpresa: lo que parecía una vela blanca destaca más allá de los márgenes del río, entre los diminutos islotes diseminados en la corriente. Llegamos a una pequeña hondonada, la princesa, la doncella y el guardia nos esperan. Hay una hoguera medio apagada, sus brasas todavía relucen en la oscuridad de la noche, jirones de humo ceniciento se elevan indolentes. En los ojos de Zawinnia se lee el temor mezclado con agradecimiento, suficiente con un asentimiento de cabeza. Cerca de la hoguera el cadáver de un hombre de cierta edad yace con un tajo en el cuello donde todavía fluye un hilo de encendido carmesí. Junto a la maleza, la doncella sostiene en su regazo la cabeza de un chico; huía la sangre y su vida por su boca, las manos apretándose el vientre. Consiguió articular unas palabras cuando el guardia le pregunto en su lengua. Después su rostro se crispó en un rictus de agonía y sus ojos se quedaron ciegos y estáticos mirando al infinito cielo. Lucos me tradujo, con esfuerzo:
- Un hombre a caballo apareció…Quería que lo transportasen a la otra orilla. Su padre se negó…Son pescadores. Mató a su padre y obligó a su hermano a ayudarle con la vela. Sin duda era Kerkan…Hijo de puta.
Muerte por doquier. Muertos todos. ¿Qué habrá sido de Sando? ¿Ha visto
como mataban a estos hombres? ¿Estará muerto él también?
-¿De Sando no ha dicho nada? -le pregunto a Lucos, aunque no quiero
que se esfuerce, no quiero que hable. Tenemos que ocuparnos de esa herida ya.
Si es que no es demasiado tarde. Los miro a todos, la princesa está asustada,
todos estamos asustados. Pero estamos vivos todavía, estamos libres todavía,
sentimos el viento, olemos la sangre, derramamos lágrimas.
La barquita no estaba lejos de la orilla, puede que a menos de treinta metros, bordeando un islote. La ribera herbosa del río se pierde hacia el este, y al norte el bosque. Los bandidos galopan sedientos de nuestra sangre desde el oeste. Los demás no saben qué hacer. Las dos mujeres miran alternativamente al guardia, a mí y a Lucos. El soldado blande el acero, en su cara oscura y tatuada la determinación a vender cara su vida.
La mano de Lucos aprieta con fuerza la mía, tanto que casi me hace daño.
- Veo a tus espíritus, Aswarya. Te comprendo…ahora. –Gira su cabeza, sus pupilas brillan en mis lágrimas, una sonrisa se asoma a su perfil –Es mi última partida. Y la perderé, como siempre –la sonrisa se ensancha-. No podía morir con nadie mejor a mi lado.
Desmontamos y dejamos con cuidad a Lucos sobre la húmeda hierba de la orilla.
-Aguanta, Lucos, aguanta. Nos quedan muchas partidas todavía. Nos quedan muchas partidas -no sé si ya me oye o no. No quiero saberlo. Sostengo su mano, le doy un beso en la mejilla. Arranco un trozo de mi ropa y se lo doy a la princesa, enseñándola como presionar sobre la herida para que no salga más sangre.
Mi vista se pierde en la oscuridad buscando una salida, una desesperada solución.
-Tal vez si nadamos hasta la barca, pero él no podrá... –digo sin
convencimiento, tampoco sé si la princesa y su doncella saben nadar bien, si
los meteré en un peligro enviándolos a Kerkan... qué complicado es todo. Miro
los cadáveres. Son sólo dos...El guardia niega con la cabeza, mira a Lucos. Se
lo que piensa.
-¡Deprisa, ayudadme! -con rapidez intento montar al hombre y al muchacho en los caballos, el soldado me ayuda, le ponemos a uno de ellos mi capa, le pido a la princesa la suya. Todavía está oscuro, el engaño puede funcionar. Si se alejan, si se alejaran... ¿podremos transportar a Lucos? No puedo arriesgarme a quedarme con un caballo, podrían encontrar las huellas.
-Al norte, iremos hacia el bosquecillo, no esconderemos allí. Díselo,
Lucos, háblales. A mi no me entienden. Te necesito. No te vayas todavía, te
necesito.
Incito a los caballos para que corran en las márgenes del río, a la
vista. Golpeamos sus grupas, espero que los cuerpos muertos no se caigan,
espero tantas cosas. El guardia me ayuda con Lucos, la princesa vigila. Los
animales inician su carrera transportando dos cadáveres. No hay tiempo para más,
a la doncella borra nuestras huellas. Espero que me entienda, espero que todos
me entiendan.
-Aguanta, Lucos, aguanta –una vez más, y otra-. Tienes que llevarme a ver el mar -las lágrimas corren por mi rostro sin que pueda hacer nada por evitarlas, no vuelvo la cabeza atrás, no miro a nuestros perseguidores, miro hacia adelante, hacia el bosque, huimos a pie para ocultarnos en su salvaje vegetación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario