-No, no ha mencionado a ningún niño. No temas por Sando, Kerkan no
mata niños. Seguramente lo abandonará en alguna aldea –responde al fin Lucos a
mi pregunta.
No es un consuelo.
La idea desesperada centellea en mis pupilas. Descarto perseguir a Kerkan en la barca y trato de jugársela a los bandidos. Los demás comprenden, vemos alejarse a los caballos y su carga de muerte.
Deprisa. Deprisa.
- Zse caerán. No aguantarán. Oh, diozses, no vamoss a escapar –casi lloró la doncella.
Lucos se apoya en el tronco de un árbol. La princesa mira aterrada el trozo de tela ensangrentado. Sus manos enjoyadas jamás deben haber hecho algo semejante. Entonces la doncella me ayuda. Lucos bromea, no suelta mi mano; la sonrisa no huye de su boca. Su vida sí.
-Bueno, si te pones así de pesada, aguantaré.
El miedo nos sigue, nos atenaza, es nuestro más cruel perseguidor.
Aquel a quien no podemos engañar. No puedo negarme a mí misma que estoy
asustada. Que tengo miedo. Veo a Lucos desangrándose, aguantando, con esa
sonrisa que no consigue ocultar el dolor que siente.
Calla. Calla. No, sigue hablando. Mientras hables estás vivo. Mientras
hables tu espíritu no se unirá a los que me acompañan. Ya he perdido a
demasiada gente. Demasiada. No quiero arrancar uno de tus dedos y unirlo a mi
cinturón de huesos. Necesito la carne, el calor, la sonrisa y el sonido de los
dados. La herida no sería grave si no tuviéramos que movernos, si no nos
persiguieran, si el tiempo no jugara en contra nuestra. ¡Ah! Lucos, la suerte podría
sonreírte al menos una vez. Al menos esta vez.
Los bandidos llegan al galope, una docena o más, atronando los cascos de sus monturas, justo a tiempo de que podamos desaparecer en los lindes de la oscuridad del bosque. Atisbo, oculta por un arbusto: se detienen los hombres barbudos, maldicen en su lengua, los sables en alto. Buscan huellas, sus caballos patean y piafan, alzando sus remos. Examinan las brasas de la hoguera, señalan hacia la barca, discuten entre ellos.
Con el corazón encogido veo que se deciden a continuar cabalgando tras
los caballos en fuga.
La luz reflejada de la luna apenas si penetra en la noche ciega del bosque. Apurados, seguimos avanzando, los más silenciosamente posible. El guardia, un hombre alto, corpulento, de mirada sombría, me ayuda con Lucos. En un diminuto claro donde penetra un rayo plateado nos tomamos un descanso. Se que no tardarán en dar alcance a los falsos señuelos; regresarán, no les resultaría difícil dar con nosotros. ¿Y entonces qué?
Tendemos a mi amigo en el suelo y me siento a su lado.
-El bosque no es una solución. Tal vez si logramos ocultarnos en alguna hondonada –señala Lucos, la voz apagada, la piel de la cara sudorosa, pierde el color. Se va con las cenizas.
El guardia dijo algo, Lucos cabeceó y tradujo:
-Dice que la noche es nuestra aliada, su oscuridad: aprovecharla, o
vender caras nuestras vidas.
La herida es grave, el movimiento de la huída y la pérdida de sangre la han agravado, la luz se le escapa sin remedio. Lucos, me dices que busque una hondonada, el bosque no sirve. No, el bosque nos da un tiempo precioso. Quizás hubiera sido más sencillo nadar hacia la barca. Kerkan no habría perdido la oportunidad de ayudar a la princesa y llevarla a su destino, pero habríamos tenido que abandonarte, Lucos, y no estoy dispuesta a hacer eso. Ni siquiera lo entiendes, estoy segura de que ni siquiera lo entiendes. Posiblemente ellos tampoco. Me miran, como si supiera qué estoy haciendo. Lucos traduce lo que hablan. Sí, traduce, pídeles que vigilen, que se preocupen ellos. Yo no puedo. Ni siquiera me salen ya las palabras.
Los muertos revolotean a tu alrededor, presienten que serás su próximo compañero. ¿Es que no veis que lo necesito con vida? No le tendáis los brazos, no le acojáis. Todavía no. Todavía no. Me quedaré sola en un mundo que no entiendo y que no me entiende. Levanto la cabeza y miro a la princesa, a su doncella, al guardia. Cansados, asustados, sangre seca, sudor y polvo. Trago saliva, pero soy incapaz de decir nada, espero que entiendan que ahora Lucos es lo más importante.
Me vuelvo hacia él. Dejo que mis dedos jueguen con su cabello, recorro la línea de su mentón, bajo mi rostro y le doy un beso, las lágrimas recorren mis mejillas, el guardia habla pero no lo entiendo, no quiero entenderlo. Aprieto la mano de Lucos con fuerza, su espíritu se tambalea, inquieto, puedo verlo como una larga mancha que se extiende sobre su cuerpo. Todavía duda, es un niño indefenso en el mundo de los muertos. Mira sorprendido todo lo que le rodea, ahora ve las cosas de distinta forma, o quizás todavía esté ciego y no las vea. Todavía está demasiado cerca de este mundo.
Glan fue niño antes de morir, ahora es el primero que extiende sus brazos hacia el desconocido que llega a su reino. Los veo, puedo verlos. Y podría extender mis manos y tocarlos si tuviera tiempo, si no estuviera sosteniendo la mano de Lucos. No voy a soltarla. Aplico sobre la herida una hojas de muérdago, y un poco de ungüento elaborado por mí. La joven doncella me ayuda, sus manos son hábiles. La princesa gime, oculta su rostro asustado con sus manos. Seco mis lágrimas. No veo más nítido a pesar de eso. Estoy tan cerca del mundo de los fantasmas que podría tocarlos, podrían verme. ¿Me oyen? ¿Me oís?
-Ayudadme -les pido, y mi súplica es un lamento lleno de dolor, un canto fúnebre-. No ha llegado su momento todavía, no es su momento. Si queréis que siga viva él también tiene que vivir. Habladle. Hacedle volver. Lo necesito. El peligro será mucho mayor si él no me acompaña. Lo sabéis.
Intento reconocer las formas de los muertos, pero se tornan borrosos, se entremezclan unos con otros. Extiendo mi mano y dejo que sus espíritus se enreden entre mis dedos, no puedo caminar con vosotros hoy. Hoy tengo que quedarme a este lado.
-Abuela. Abuela. ¿Eres tú? Atiende mi súplica. Siente mi dolor. Penetra en mis sentidos, mira con mis ojos. Ayúdame. Ayúdalo.
Las sombras se tornan más intensas y ya no veo lo que tengo a mi alrededor. Solo las veo a ellas. Si el guardia sigue hablando yo ya no le escucho. Lo único real ahora es la mano de Lucos a la que me aferro. La aprieto con fuerza aunque él apenas cierra la suya en torno a la mía. Se me escapa. Se me escapa.
-Lucos. Lucos. No es momento. Tienes que volver a tu cuerpo. Tienes que ayudarnos. Me has metido en este lío y tienes que sacarme de él. No podemos seguir sin ti y no estás preparado. ¿No ves que la herida se va a cerrar? El muérdago detiene la hemorragia y ayuda a cicatrizar la herida. Te pondrás bien. Pero no puedes rendirte ahora. Tienes que volver. Mírame. Mírame con tus ojos. No mires a los muertos que me acompañan, no tienes que ir con ellos. No es tu momento. Regresa. Regresa a mi. Aprieta mi mano. Lucos. Aprieta mi mano. Regresa.
El guardia vigila. Espetó una orden, varias veces. No lo comprendo,
pero se su evidente significado: “Aprisa, aprisa, regresan”.
Noto el miedo a mi alrededor. Es un sentimiento. Una sensación. Ni
siquiera sé si procede de mi, de mis compañeros, o de los muertos. Mis sentidos
están en el puente. Sin pasar al otro lado, sin volver a este. Extiendo la mano
hacia la sombra que se agita sin separarse de Lucos, mi cuerpo real apretando
su mano real, mi espíritu intentando alcanzar el suyo. Mi personal partida de
dados. Mi apuesta. No me has enseñado a perder, Lucos, no me has enseñado. No
sé perder y mantener la sonrisa. Me echaré a llorar.
Ya estoy llorando.
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