Tembló un instante el desconcierto en los ojos de Kerkan. No se
esperaba cargar con un mocoso, prefería cabalgar al lado de una mujer como
Aswarya. Emular la suerte de Lucos. Miró al niño, no menos sorprendido que él;
Sando lloraba, no quería soltarse de los brazos de la joven. El rostro sudoroso
del capitán se maquilló con una sonrisa cínica:
-Tan loca como él. Hasta nunca, par de idiotas -Fustigó al caballo que sacudió su cabeza, relinchó y brincó hacia delante con sus dos jinetes. Kerkan pateó a un bandido que le salió la paso y con su espada rajó la cara de otro. Se perdió al galope en la oscuridad de los árboles en dirección este.
En la expresión de Lucos leí orgullo y miedo. Sus ojos revelaban que hubiese preferido que escapare y salvara mi vida. Pero también una felicidad infantil escondía la mirada del grandullón. No veía, no quería ver la muerte que acechaba en los filos acerados que blandían los asesinos. Quedarse para salvar a la princesa. O para morir. O algo peor. Estaba decidido. Ya está. La vida se aleja, quizás, me quedo con el peligro y la muerte. Me rodean. Lucos sonríe. Mi sonrisa le responde. Estamos juntos en esto. Si muero, no lo haré sola. Ya solo quedan metros que nos separan de nuestro destino, sea cual sea.
Siento los brazos de los muertos abrazándome. Quisiera librarme de ellos, librarme del calor y la humedad de este clima infame. Me dejo llevar. En las montañas hace frío, en las montañas el aire corta, la respiración se hace más lenta, aquí todo es más rápido. En eso también llevo ventaja. Corremos hacia la carroza, quebré el cuello de un bandido de un golpe fuerte y seco en la nuez, con el extremo del recio bastón. Lucos abrió el pecho de un barbudo enemigo, atravesó el vientre de otro. Llegamos a la carroza para auxiliar a los altos guardias. Cayó con la cabeza cortada otro de ellos, rebotó, sanguinolenta y los ojos muy abiertos, a mis pies. Dos bandidos se abalanzaron, esquivé el sable de uno, el bastón giró en molinete, rompiendo huesos y desparramando sesos. El segundo asaltante evitó mi golpe, el filo de su arma dio de lleno en la puerta de la carroza cuando me agaché para evitarlo. Saltaron astillas de madera color azul. El bastón impactó en su hombro, reculó el hombre hacia atrás, y volvió a la carga. Llegaban más de sus compañeros.
Golpear, golpear, golpear. Como tuve que haber hecho y no hice. Veo
los espíritus que se alejan de los cuerpos sin vida. Algunos extienden las
manos, intentando agarrarme en la muerte como no han podido hacer en vida. Los
dejo pasar. Dejo que se alejen, intento no oír sus gritos. Sólo lo siento por
el guardián herido. Un aliado menos.
-¡¡Hay que huir, señora!! ¡¡Venid con nosotros!!! -la llamo, espero que salga, no podemos llevarnos la carreta. Sólo podemos cargar con nuestras vidas, ya es peso suficiente- . ¡¡Señora!! ¡¡Si tenéis alguna arma, cogedla!!! ¡¡Confiad en nosotros, os protegeremos!!!
-Tenemos que llegar a los caballos, intentemos llegar todos juntos, con la princesa en el centro -quizás haya alguna dama con ella, quizás este sola. No miro para comprobarlo. La única oportunidad que tenemos es huir. Observo a Lucos y a los guardias que quedan-. Tenemos que avanzar todos juntos o no llegaremos. No podeos quedarnos a luchar, son demasiados.
Los huesos de mi cinturón tiemblan. A veces creo que ellos desearían que yo también estuviera muerta, con ellos.
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