miércoles, 27 de junio de 2012

Al sur de Hiperbórea. El Mar. 16




Doy un último beso en la mejilla de Lucos. Se gira de improviso y su boca se une  a la mía. No me retiro, paladeo el sabor a sangre, a aventura, a esperanza y a último final. Un segundo. Lucos se apartó, dio un paso atrás, sus ojos brillaban en la noche, y vi que los míos reflejaban los mismos destellos en sus pupilas.

-Yo…lo siento, Aswarya –confundido, su mano apretó mi antebrazo; se resintió del dolor que le producía la herida, lo aguantó en silencio. Tragó saliva – Te daremos tiempo. Claro que sí. Yo confío en ti.

Lucos se apoyó en un árbol, se pasó la mano por la cara, sostuvo la espada, me regaló uno de sus guiños. El guardia se situó detrás de unos matorrales. La doncella y la princesa se alejaron una decena de metros, escondiéndose en la negrura del bosque.


Un viento frío me atravesó el cuerpo. Arrastraba la savia del bosque, me traía el sabor de la tierra seca. Ascendió el bosque a lo largo de mis brazos, de mis piernas, mis senos y mi cabeza. Me cubrió de su fuerza, de su poder ancestral, mi energía vital se unió a él en una comunión que solo yo y los que son como yo podían comprender. Los espíritus acudían a mi llamada, se fundieron con la materia de la selva, hundieron sus raíces en la tierra, profundo, profundo…

Ya no soy solo yo. Me veo como a otra.

Aswarya abrió los ojos y apreció  su obra, para sumergirse acto seguido en su segundo ritual. Navegó más allá de lo que otro mortal es capaz de comprender o siquiera imaginar. Ella era una chamán. La última de su pueblo, de toda una estirpe antigua y salvaje. Aquel coloso de casi tres metros emergió de lo profundo de la tierra, de las copas de los árboles, del ramaje de cada uno de los árboles. Palideció Lucos cuando levantó la cabeza a su paso, lo mismo que el soldado, que se quedó paralizado por el miedo y el asombro.

Aswarya no pudo oír los gritos de terror y horror de los bandidos cuando se toparon con el elemental animado por los espíritus y la fuerza interior de la poderosa chamán que veo y siento, que vive dentro de mí, aletargada.Tampoco el crujir cruel de sus huesos al quebrarse, el gorgoteo de la sangre que brotaba a raudales de gargantas desgarradas o miembros mutilados. Los que pudieron huyeron en distintas direcciones, presas del pánico. Algunos, los más valientes, osados o locos, se enfrentaron al monstruo, vaciando sus vidas y almas. Corrieron a refugiarse fuera del bosque. Los más templados, probaron el fuego, pero las llamas no fueron suficientes para detener la furia del golem. Él mismo es una antorcha gigantesca y furiosa que arrasa con todo a su paso.

Sin embargo algunos rompieron su cerco o avanzaron desde otras direcciones. Pocos, que lograron llegar hasta los dos emboscados. Lucos descargó con sus menguadas fuerzas su acero por dos veces: desafortunado en el juego, tenía buena suerte a la hora de matar. El soldado hizo lo propio, asaltando ambos por sorpresa a los asesinos. Uno de ellos hirió al guardia y permitió que otro de los suyos rompiera la barrera dirigiéndose con ansia y cólera hacia la pequeña mujer arrodillada tras la mata de arbustos. Un traicionero rayo de luna le permitió localizarla. Otro bandido de las estepas derribó a Lucos con un golpe de su pequeño broquel.

Algunos más rebasaron a Lucos y al soldado. Se abalanzaron hacia mí. Regreso del mundo de los espíritus y los veo, sin levantar los párpados. La princesa no pudo reprimir un grito de temor más allá. Me encuentran, o imaginan donde estoy a través de la oscuridad. Las llamadas de los hombres barbudos, sus risas guturales, sus espadas centelleando como plata. Justo a tiempo recupero mi cuerpo, delante precisamente al traidor seboso que había urdido el plan. Sudorosa, temblando, apenas se donde me encuentro después de fundirme con los espíritus y navegar en ese mundo de sombras ciegas y cenitales. Intento esquivar el primer golpe, brilla el cuchillo en mi mano, pero el puñetazo del bandido golpea mi frente. Un fogonazo, y caigo, me tumba, mil agujas se hincan en mi cerebro. Quiero correr, me agarran por el cinturón, me tiran al suelo, noto el sabor, una vez más, de la tierra en la boca.

La oscuridad sobrevino de súbito, mordaz, angustiosa, callada. Absoluta.



No hay comentarios:

Publicar un comentario