sábado, 2 de junio de 2012

Al sur de Hiperbórea, El Mar, 6

Terminado el relato/partida de los marines, cientos de fans  ( :P ) me solicitan que siga con Al sur de Hiperbórea, El Mar.  De manera que proseguimos, de un tirón, con las vivencias de Aswarya y Lucos en tierras de Hyboria, Tiempo ahora de una nueva entrada, la sexta. Si queréis hacer memoria, las anteriores "entregas" se encuentran en etiquetas.

Un saludo




6



-…están ya en posición, un minuto más y atacarán –dijo una voz de tintes amargos.

- La droga en el vino ya está surtiendo efecto, he visto alguno inconsciente. Será fácil como os dije. Los centinelas son los únicos a quienes no se les ha distribuido pero ni se enterarán cuando les corten el cuello –escuché la respuesta de otra voz cuya tonalidad era más grave.

- Perfecto. Perfecto. Si queda algún soldado con vida podremos venderlo en los mercados de esclavos, pero recordad bien nuestro objetivo principal: la princesa, también sus doncellas y el comandante Liurgan. El resto son prescindibles –reconocí el timbre y tonalidad de esa garganta traidora; la del sujeto al que Lucos golpeó en el encuentro de la mañana.

- Así se hará.

- ¿Y el capitán Kerkam?

- Matadlo.

- ¿Qué pasa con ese tipo, y la muchacha del cinturón?

- La hiperbórea calentará mi cama. Luego puedes entregarla a los hombres de Akam-Lar. No la maltratéis demasiado, una mujer así, del norte y con esa apariencia, vale su peso en oro en los mercados de Zamora. Lo mismo os digo de las doncellas, mejor no las toquéis. Las vírgenes cotizan muy alto.

Risas apagadas de hiena.

- El niño lo podéis criar con vosotros. Haced de él un asesino, jajajaja. Pero a ese perro de Lucos no lo matéis. Le daremos motivos sólidos para que nos suplique su muerte. Le voy a devolver el regalo que me hizo. Primero dejaremos que vea el repaso que le dan los hombres a su querida puta, después…empezaremos arrancándole los ojos, o mejor quemándoselos.

Sando no entendía nada, lo leía en su mirada perpleja a la vez que asustada. Yo tampoco lo comprendo. No, sí lo entiendo. Van a atacarnos. Nos destrozarán. Han estado esperando su momento y ha llegado. Lo sabíamos. Lo sabíamos. Tengo que hacer algo. Tengo que avisarles. Hemos sido traicionados. No sé si es bueno o es malo saber que no van a matar a Lucos. Huir. Huir de aquí sería lo mejor. Dejarlos morir solos. Pero llevo la pulsera en la muñeca y la princesa ha sido amable conmigo. Al menos tengo que avisarles. Ah! Si Sando no estuviera a mi lado. Pobre niño asustado. No puedo dejar que vuelva a ver otra matanza. No puedo.

Una sombra se perfiló a mi lado. Está ahí. Es más una sensación que una certeza y me giro, y lo veo, tras un arbusto, a mis espaldas, surge un hombre vestido con pieles, de cabello y barba negros e hirsutos. Blande un sable, y en sus ojos brilla una luz malsana y asesina. Me di la vuelta a tiempo de encararlo.

- Quieta, zorra. ¡Eh, venid! Aquí tenemos una visitante inesperada –llamó en un susurro a los otros-. ¿Me entiendes verdad? Entenderás esto, entonces –señaló su acero-.

Si Sando no estuviera a mi lado, de nuevo me digo a mi encogido corazón. Mejor muerta que esclava. Mejor, mejor. Pero son muchos los que dependen de mí ahora. La luna refleja el brillo de la pulsera, se pierde en los cabellos de Sando. Huye, pequeño, huye. No puedo decirlo en voz alta. Al menos que él tenga una oportunidad. Bajo los ojos de derrota y me encojo en actitud sumisa. Espero poder engañarle.

Me lanzo sobre el hombre. Más alto, mas grande, más fuerte que yo. Espero cogerle de sorpresa, que no tenga tiempo de reaccionar. Tirarle al suelo para que Sando pueda salir corriendo.

-¡Corre, Sando, da la alarma!! ¡Corre lo más rápido que puedas! ¡Nos atacan! ¡Nos atacan!

El mundo gira a mi alrededor, o soy yo la que giro. El aire se ha vuelto arena. Las piernas son dos pesados troncos. Y el acero está muy cerca de mi cabeza.



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