Aunque parecían existir cierta vibraciones
positivas entre ambos, el sacerdote guardaba las distancias frente a la
desconocida; la suspicacia y el sentido común hicieron acto de presencia en su
pregunta. Ledna sujetaba una percha con su camisa. El humo del cigarrillo daba
un tinte gris a sus pálidas facciones:
- El obispo tiene carnes y mente sucias, ya
se lo he dicho. También es un canalla por lo que hace. Usted vive alejado de
ese mundo, cree que hay que auxiliar a toda alma descarriada. No se lo discuto,
pero quizá peca de demasiado inocente; o ignorante. Shelton Johens cultiva la amistad de criminales, está metido
en drogas y tráfico de armas. Organiza orgías. Y algo más. Como sabrá, los
replicantes Nexus 6 son prohibidos en la Tierra, con excepciones. La Tyrell le
proporciona ejemplares hembras para su deleite personal.
Siguió fumando, sin apartar los ojos de su
interlocutor, observando como encajaba la noticia.
-Es la realidad que quieres ver -contestó el
sacerdote, tuteándola- Es la sociedad del odio la que te hace hablar. Si vieras
a las personas como yo las veo. Ah...como ovejas descarriadas, perdidas, del
rebaño del señor. No se puede culpar a un niño por robar una golosina. No si
carece de padres que le eduquen o si alguna vez sufrió algún mal que le hizo
cambiar. A veces no es tan fácil. Incluso alguien que debería estar del lado de
la fe y la bondad y que se ha pasado al bando de la lujuria tiene un motivo
para ello. Yo los veo como personas sedientas en el desierto...o mejor aún,
como un galápago que se ha caído de espaldas y al que el sol, los pecados, lo
abrasan. Puede que volcasen por un error del pasado, por algo ajeno o por
debilidad. Así somos los seres humanos. Débiles, caemos en la tentación una y
otra vez. Pero esas ovejas merecen ser salvadas, incluso las más oscuras
-Suspiró. Era tan grande la tarea que tenía por delante- No soy un ingenuo,
pequeña. Puede que en mi juventud. Ahora ya no. Se diferenciar a las ovejas de
los lobos.
La forma de pensar de Tomachio no coincidía
con la de Ledna. Negó con la cabeza, entrecerró los ojos. Él quería salvar al
mundo entero de sí mismo. Algo que no pudo ni siquiera Jesús, pero no por ello
hay que abandonar. El primer paso es el que nos pone en camino.
- No compartimos ese punto de vista, padre.
Ese hombre y sus allegados son despreciables. Yo nací en Los Ángeles, me crié y
viví aquí. Se de lo que hablo, créame. Pero no estoy aquí por él. De momento.-hizo
una pausa -. Quiero que confíe en mí. Usando su lenguaje, necesito su
cooperación para salvar personas, almas, y enviar demonios al Infierno. Yo me
encargaré de lo segundo. Aunque a usted tampoco le importe hacerlo, recuerdo
sus palabras en el expediente: "Algunas personas están mejor
muertas". Una frase que muchos no justifican su piedad. Eso no le ayuda en
este instante, ni su pasado, a pesar de que algunas voces dentro de la Iglesia
están a su favor. Pero no le pediré tanto.
Estaba terminando el Camel.
- Mascari le dijo que no había agentes de
guardia, sin embargo una de las enfermeras lo es y la asistente en recepción de
esta sala también. Una de las bandas de su barrio quiso aprovechar la ocasión,
fue neutralizada hace una semana. No quiso intranquilizarle. No se ha vuelto a
producir. Mascari ha limpiado la zona, al menos lo que ha podido.
Apagó el cigarrillo, y le tendió la camisa negra.
Tomachio asintió. No se inmutó cuando le
habló del ataque de una de las bandas. Era el pan de cada día. Al menos esta vez
no había tenido que defenderse él. La ley funcionaba. Y eso le extrañó. Cogió la prenda de vestir, agradecido. Intuía que todo aquello tendría que ver,
lógicamente, con androides. No le gustaban, solo eran máquinas, a veces
problemáticas.
- Es un asunto feo, no dudo de que me ha
comprendido. Peligroso. Yo lo llevaré a cabo, con o sin usted. La elección es
suya, las cartas repartidas son malas. Puede optar por la huida, aunque, con
sinceridad, no creo que usted sea de esos. Una fuga para predicar la Palabra de
Dios al margen de la ley de los hombres, que le conducirá a un final
previsible. Aproveche su comodín.
Esgrimió de nuevo su sonrisa, en esta ocasión de complicidad.
- Le contaré una bonita historia durante el
camino.
Oscura, siniestra, la lluvia persistía en su
intento de arrancar gemidos al metal y al asfalto. La Luna desapareció tras la
cortina incesante y rolliza, un aguacero que arrastraría la suciedad diaria
acumulada dejando en su lugar el acre sabor de la ceniza radiactiva.
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