Hola
Un buen amigo me ha hecho notar que dejé a medias el relato/partida
anterior, Los Ángeles 2029. Preguntándome qué le había sucedido al sacerdote
padre Tomachio. Cierto. Inicié esta segunda entrega, sin terminar la primera, así
que he decidido resumir lo que quedaba de ella, utilizando la técnica del flashback.
..........
Ledna conducía y
Tomachio recordaba, El rostro de Enka le hizo retroceder,despacio, sumido en
una niebla espesa, varias semanas atrás, hasta aquella aciaga noche en el motel
del destrito Norte donde se habían refugiado provisionalmente en su huída de la
policía.
El grupo discutía
acciones a realizar, descubriendo los motivos de cada uno, las posibilidades
futuras; sugerencias, iniciativas, ideas ocultas. Cuatro desconocidos unidos
por una loca fugitiva que a saber qué había robado. Bien, algunos sí lo sabían.
Y ahora Jacob también. Una llave que abría el cofre del tesoro. Una llave cara
y peligrosa.
El padre Tomachio rememoró
la escena: extrajo el proyectil de la pierna de Mara, rechazando la idea del
matasanos callejero. Se derramó más sangre, un poco de alcohol, y Mara usó su cigarrillo
para cauterizar la herida, sin inmutarse. La chica se recuperaba. Y no estaba
dispuesta a dejar al sacerdote con aquellos dos tipos a los que calificaba de
lobos. Por otro lado se descubrió su condición de no-humana. Una androide,
replicante, bicho o pellejuda. El más sorprendido fue el sacerdote, que además
del lío en el que se había metido, su iglesia agujereada y él ahora
probablemente en busca y captura, se sentía acosado por sus propios fantasmas
en relación a lo que sentía por estas máquinas. Repulsión.
El coche del mafioso
Ricco, abajo en el callejón cantaba lo
suficiente para llamar la atención en un barrio degradado. Sonó el móvil de
Ricco. Era el chofer, se había cargado a un drogata que husmeaba demasiado.
También habían llamado de la “central” de Ricco, de la supuesta empresa de
seguridad.
Mentiras y más
mentiras.
Además, algo fallaba en
el cerebro artificial e Mara. Ciberpsicosis, afirmó Jacob. La chica veía cosas
inexistentes, farfullaba incoherencias. Podría resultar un problema, así que
Jacob se preguntaba qué hacer con ella mientras el padre Tomachio con gusto le
hubiera volado esos mismos sesos después del beso que ella le espetó de súbito
en la boca...
Repugnancia.
Si no vomitó poco
faltó. Sin embargo la chica iba a su rollo como si lo único que viese fuera
aquella amorfa gelatina que la impelía a cargarse a alguien. Luego, por
fortuna, se tumbó en la cama, aparentemente relajada, ausente. Autista.
- Nada de la tipa esa
–la voz del chofer en el móvil de Ricco-... La poli tampoco la localiza. Hubo
un tiroteo, persecución, al parecer se largaron en el metro. Ella y otra. Están
interrogando a un sujeto, no sabemos nada aún. El contacto en la poli ha
llamado, los agentes especialistas llegaron antes que nuestros hombres a la
iglesia. No debiste dejar allí a los dos cadáveres, ¡joder! No tardará en
aparecer por aquí algún detective. Se más cuidadoso.
Tenía grabada esa noche
lo mismo que si la hubiese impreso en una memoria artificial.
Sonó el intercomunicador del videoteléfono. Era el recepcionista, su cara adormilada en la pequeña pantalla:
Sonó el intercomunicador del videoteléfono. Era el recepcionista, su cara adormilada en la pequeña pantalla:
- Tengo a una tía al
otro lado de la línea, sin conexión visual. Quiere hablar con un cura, ¿qué le
digo?
La imagen se quedó en
gris. Se escuchó una voz cálida, joven, de marcado acento eslavo. La misma de
la iglesia: Enka.
- Hola, padre. ¿Tuvo
problemas? Si es así, lamento haberlos causado. ¿Está bien? Conserve lo que le
di. ¿Está solo, padre? Apuesto a que no.
- Padre. Padre.
Tomachio, ¿se encuentra bien? –la voz de Ledna apenas le sacó de su
ensimismamiento.
-Sí, agente. Recordaba.
Solo eso.
Regresó una vez más al
cuarto del motel.
-¿Problemas? Más que
eso. Ha muerto gente y todavía no comprendo porqué –le había respondido a la
rusa-. Que yo esté bien o mal no importa, nunca ha importado. Y sobre si estoy
solo...lo siento, pero no eres tú quien hace las preguntas. Tengo conmigo lo
que me diste. No sé lo que es. ¿Vas ha decírmelo? Si no se lo que es voy ha
romperlo en mil trocitos con mi zapato, parece frágil.-Esperaba que al menos
ella si se sincerase con él y le dijese que era aquel objeto.
Tomachio había
contestado con frialdad, dureza. Llegó de inmediato la contestación de su
interlocutora, el acento muy marcado:
- Me decepciona, padre.
Las amenazas desacreditan y humillan a quienes las usan para sus fines. Es cosa
de débiles, ¿usted lo es, padre? Yo creo que no –hizo una pausa- Si quiere romperlo,
adelante. Pero si no piensa hacerlo, no me vacile.
-¿Por qué me elegiste a
mi para que te lo guardase? –Preguntó, exasperado. Aquello era algo que
necesitaba saber. Con esa respuesta podría saber si tenía alguna oportunidad de
ayudarla.-Soy un hombre de dios, de fe y de oración; cuando las cosas se
complican dejo de rezar y empiezo a actuar, pero no entiendo cual es el
verdadero problema aquí, hija mía. Será mejor que me expliques qué es todo
esto, el motivo de que mi vida haya dado un giro de 180º en una sola noche. Si
no, diré adiós y no me volverás a ver, ni a mi, ni a esta cosa que guardo
conmigo. Necesito saber si todo este merece la pena. No soy un bandolero ni un
ladrón, soy un cura y tengo mis creencias, sigo el camino de la virtud y no voy
ha meterme en asuntos en los que no puedo salvar almas...si todo esto es un
asunto de dinero...-Explotaría, así de simple. Quería saber y puesto que entre
los allí presentes nadie se mostraba especialmente cooperador, tendría que
obtener la información de aquella chica.
- Lo ha dicho, padre,
es un hombre de Fe. Se puede confiar en usted. Hábleme de esas muertes. ¿Qué
sucedió? Por favor, cuéntemelo todo, es importante. Si la jugada sale bien, le
garantizo que salvará almas.
Luego añadió:
- Y enviará otras al
infierno. De donde no deberían haber salido nunca. ¿Puede hablar con libertad o
no, padre?
¿Libertad? Claro. ¿Qué
límites? la conversación se difuminaba detrás de un telón escarlata. Se pasó la
mano derecha por los cabellos. Notó el sudor en su frente.
Recordaba.
El sacerdote había
rebuscado en sus ropas, no tardó en dar con algo que no era suyo en el bolsillo
derecho de su chaqueta: tenía forma de botoncito diminuto, pegado al interior
de la tela. Lo puso en la palma de la mano. Jacob supo al momento de qué se
trataba, el tan temido localizador. Jacob lo destrozó bajo el talón de su
zapato.
Salieron al callejón,
la androide Mara delante; Un café helado y un paseo por Tokio Cannion eran sus
planes, ajena a la situación, una náufraga en el mar de la noche áspera de Los Ángeles.
El chofer de Ricco sonreía de oreja a oreja observando su contoneo turbador.
Caminaron hacia el
coche. Mara iba a entrar en el vehículo
cuando una detonación rompió el silencio de la madrugada y la cabeza del conductor
reventó como un melón. Su sangre y sesos salpicaron el rostro, cabellos y torso
de la replicante.
Sí, recordaba.
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