sábado, 20 de octubre de 2012

Los Ángeles 2029. Lluvia Negra - 7



Hola

Un buen amigo me ha hecho notar que dejé a medias el relato/partida anterior, Los Ángeles 2029. Preguntándome qué le había sucedido al sacerdote padre Tomachio. Cierto. Inicié esta segunda entrega, sin terminar la primera, así que he decidido resumir lo que quedaba de ella, utilizando la técnica del flashback.


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Ledna conducía y Tomachio recordaba, El rostro de Enka le hizo retroceder,despacio, sumido en una niebla espesa, varias semanas atrás, hasta aquella aciaga noche en el motel del destrito Norte donde se habían refugiado provisionalmente en su huída de la policía.

El grupo discutía acciones a realizar, descubriendo los motivos de cada uno, las posibilidades futuras; sugerencias, iniciativas, ideas ocultas. Cuatro desconocidos unidos por una loca fugitiva que a saber qué había robado. Bien, algunos sí lo sabían. Y ahora Jacob también. Una llave que abría el cofre del tesoro. Una llave cara y peligrosa.

El padre Tomachio rememoró la escena: extrajo el proyectil de la pierna de Mara, rechazando la idea del matasanos callejero. Se derramó más sangre, un poco de alcohol, y Mara usó su cigarrillo para cauterizar la herida, sin inmutarse. La chica se recuperaba. Y no estaba dispuesta a dejar al sacerdote con aquellos dos tipos a los que calificaba de lobos. Por otro lado se descubrió su condición de no-humana. Una androide, replicante, bicho o pellejuda. El más sorprendido fue el sacerdote, que además del lío en el que se había metido, su iglesia agujereada y él ahora probablemente en busca y captura, se sentía acosado por sus propios fantasmas en relación a lo que sentía por estas máquinas. Repulsión.

El coche del mafioso Ricco,  abajo en el callejón cantaba lo suficiente para llamar la atención en un barrio degradado. Sonó el móvil de Ricco. Era el chofer, se había cargado a un drogata que husmeaba demasiado. También habían llamado de la “central” de Ricco, de la supuesta empresa de seguridad.

Mentiras y más mentiras.  

Además, algo fallaba en el cerebro artificial e Mara. Ciberpsicosis, afirmó Jacob. La chica veía cosas inexistentes, farfullaba incoherencias. Podría resultar un problema, así que Jacob se preguntaba qué hacer con ella mientras el padre Tomachio con gusto le hubiera volado esos mismos sesos después del beso que ella le espetó de súbito en la boca...

Repugnancia.

Si no vomitó poco faltó. Sin embargo la chica iba a su rollo como si lo único que viese fuera aquella amorfa gelatina que la impelía a cargarse a alguien. Luego, por fortuna, se tumbó en la cama, aparentemente relajada, ausente. Autista.

- Nada de la tipa esa –la voz del chofer en el móvil de Ricco-... La poli tampoco la localiza. Hubo un tiroteo, persecución, al parecer se largaron en el metro. Ella y otra. Están interrogando a un sujeto, no sabemos nada aún. El contacto en la poli ha llamado, los agentes especialistas llegaron antes que nuestros hombres a la iglesia. No debiste dejar allí a los dos cadáveres, ¡joder! No tardará en aparecer por aquí algún detective. Se más cuidadoso.

Tenía grabada esa noche lo mismo que si la hubiese impreso en una memoria artificial. 

Sonó el intercomunicador del videoteléfono. Era el recepcionista, su cara adormilada en la pequeña pantalla:

- Tengo a una tía al otro lado de la línea, sin conexión visual. Quiere hablar con un cura, ¿qué le digo?

La imagen se quedó en gris. Se escuchó una voz cálida, joven, de marcado acento eslavo. La misma de la iglesia: Enka.

- Hola, padre. ¿Tuvo problemas? Si es así, lamento haberlos causado. ¿Está bien? Conserve lo que le di. ¿Está solo, padre? Apuesto a que no.


- Padre. Padre. Tomachio, ¿se encuentra bien? –la voz de Ledna apenas le sacó de su ensimismamiento.

-Sí, agente. Recordaba. Solo eso.


Regresó una vez más al cuarto del motel.

-¿Problemas? Más que eso. Ha muerto gente y todavía no comprendo porqué –le había respondido a la rusa-. Que yo esté bien o mal no importa, nunca ha importado. Y sobre si estoy solo...lo siento, pero no eres tú quien hace las preguntas. Tengo conmigo lo que me diste. No sé lo que es. ¿Vas ha decírmelo? Si no se lo que es voy ha romperlo en mil trocitos con mi zapato, parece frágil.-Esperaba que al menos ella si se sincerase con él y le dijese que era aquel objeto.

Tomachio había contestado con frialdad, dureza. Llegó de inmediato la contestación de su interlocutora, el acento muy marcado:

- Me decepciona, padre. Las amenazas desacreditan y humillan a quienes las usan para sus fines. Es cosa de débiles, ¿usted lo es, padre? Yo creo que no –hizo una pausa- Si quiere romperlo, adelante. Pero si no piensa hacerlo, no me vacile.

-¿Por qué me elegiste a mi para que te lo guardase? –Preguntó, exasperado. Aquello era algo que necesitaba saber. Con esa respuesta podría saber si tenía alguna oportunidad de ayudarla.-Soy un hombre de dios, de fe y de oración; cuando las cosas se complican dejo de rezar y empiezo a actuar, pero no entiendo cual es el verdadero problema aquí, hija mía. Será mejor que me expliques qué es todo esto, el motivo de que mi vida haya dado un giro de 180º en una sola noche. Si no, diré adiós y no me volverás a ver, ni a mi, ni a esta cosa que guardo conmigo. Necesito saber si todo este merece la pena. No soy un bandolero ni un ladrón, soy un cura y tengo mis creencias, sigo el camino de la virtud y no voy ha meterme en asuntos en los que no puedo salvar almas...si todo esto es un asunto de dinero...-Explotaría, así de simple. Quería saber y puesto que entre los allí presentes nadie se mostraba especialmente cooperador, tendría que obtener la información de aquella chica.


- Lo ha dicho, padre, es un hombre de Fe. Se puede confiar en usted. Hábleme de esas muertes. ¿Qué sucedió? Por favor, cuéntemelo todo, es importante. Si la jugada sale bien, le garantizo que salvará almas.

Luego añadió:

- Y enviará otras al infierno. De donde no deberían haber salido nunca. ¿Puede hablar con libertad o no, padre?

¿Libertad? Claro. ¿Qué límites? la conversación se difuminaba detrás de un telón escarlata. Se pasó la mano derecha por los cabellos. Notó el sudor en su frente.

Recordaba.

El sacerdote había rebuscado en sus ropas, no tardó en dar con algo que no era suyo en el bolsillo derecho de su chaqueta: tenía forma de botoncito diminuto, pegado al interior de la tela. Lo puso en la palma de la mano. Jacob supo al momento de qué se trataba, el tan temido localizador. Jacob lo destrozó bajo el talón de su zapato.

Salieron al callejón, la androide Mara delante; Un café helado y un paseo por Tokio Cannion eran sus planes, ajena a la situación, una náufraga en el mar de la noche áspera de Los Ángeles. El chofer de Ricco sonreía de oreja a oreja observando su contoneo turbador.


Caminaron hacia el coche. Mara  iba a entrar en el vehículo cuando una detonación rompió el silencio de la madrugada y la cabeza del conductor reventó como un melón. Su sangre y sesos salpicaron el rostro, cabellos y torso de la replicante.

Sí, recordaba.   

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