sábado, 28 de abril de 2012

Al sur de Hiperbórea. El Mar. 5



La conversación fluía serena en el interior del lujoso carro, a pesar de los dos mundos tan dispares frente a frente, gracias a la joven que traducía nuestras frases. La princesa rozó apenas el dorso de mi mano, después guardó silencio mientras me observaba y su doncella me explicaba que no podía tocar a Zawinnia, tan solo su familia y sus doncellas personales podían hacerlo. Lo mismo sucedía con su cara, no estaba permitido a nadie verla ni a ella mostrarla. Me ofrecieron más pastelitos, la princesa añadió a través de su criada que le complacía que viajara con ellos hasta el mar. Ahora se encontraba fatigada, deseaba dormir, y me invitó nuevamente mañana a charlar. Se quitó una de las pulseras de plata que adornaban su fina muñeca y me la ofreció, entregándosela a la doncella para que me la pusiera; la plata llevaba incrustadas diminutas gemas, esmeraldas, rubíes y ónices de tonalidades rojizas.

Tomé la pulsera con cuidado, como si me quemara. Nunca he tenido algo tan bello en mis manos. La cierro sobre mi muñeca y tengo una sensación extraña. Me pesa. No puedo dejar de tocarla como si fuera un elemento extraño que se ha añadido de pronto a mi cuerpo. Pero no lo es. Puedo quitármela cuando quiera. Hacerlo delante de ellas sería una ofensa. Me gustaría darle algo a cambio, pero no tengo nada que sea hermoso. Quizás pueda hacer algo y entregárselo antes de que lleguemos al mar. Sonrío con más timidez que alegría y les digo que me encantará volver mañana. Salgo del carruaje y es como si saliera a otro mundo. Un mundo sin perfumes ni pastelillos pero con agua y aire. No dejo de tocarme la pulsera mientras camino.

Afuera, Lucos y Sando me esperaban inquietos y curiosos. La noche es hermosa, las estrellas tan brillantes como las piedras que adornan la pulsera. Resplandores rojizos en la noche al pie de las hogueras.  Al poco Lucos se unió a una nueva partida, le acompaño, se sienta otra vez a perder. Ni siquiera lo entiendo a él. Ni nada de lo que me rodea, me siento ajena y preocupada. Un tipo debió soltar alguna inconveniencia, tal vez hacia mí, y Lucos, pendenciero por naturaleza, le contestó bruscamente. Otro soldado calmó los ánimos, escanciando de vino la copa de mi amigo. Este no bebió, rara vez lo hacía cuando jugaba; absorto en los dados, asistía impasible a su sempiterna mala suerte. “Algún día cambiará, seguro. Llegaré a un lugar donde la buena fortuna me salga al paso”, suele decirme. No puedo sonreír al ver a Lucos pelearse, ni puedo sentirme tranquila al saber que otra vez perderá a los dados. A veces me parece más niño que Sando y siento ganas de revolverle el pelo y decirle que sí, que la suerte vendrá a buscarlo. De todas formas él lo cree, es lo extraño, que realmente lo cree.

Sando me pidió dar un paseo, quería mojar sus pies en la orilla del río. Cuando nos marchábamos, Lucos me tendió la bolsa con el dinero adelantado por Kerkan, una buena parte quedaba todavía.

-Mejor guárdalo tú. Si lo necesito te buscaré. No te alejes demasiado.

Luego, una ancha sonrisa se extendió en su curtido rostro:

- El mar intimida, Aswarya. Es tan enorme, y nosotros tan pequeños a su lado. Es azul, verde, gris, negro. Los rayos del sol se reflejan y destellan en mil irisados puntos distintos. El amanecer en el mar es lo más hermoso que he visto jamás. Cuando lo contemplé por primera vez, me dije que ya podía morir. Cruzaremos el Mar de Vilayet, hasta Hyrkania, al este. Más allá se extiende el misterioso oriente. Dicen que en Venyha,  los hombres crían las serpientes como nosotros al ganado, las domestican y las hacen bailar.

Le devuelvo la sonrisa. Y él, antes de regresar a sus dados, añade algo más:

- Estoy contento de viajar contigo –poco habituado a mostrar sus sentimientos, no dijo más. Me sentí confusa, conjugando temor y alborozo en mi corazón.

Sando y yo nos alejamos hacia el río. El niño chapoteó en el agua, cálida, atesoró durante todo el día el calor ofrecido por el arrogante sol de esta tierra, tan diferente al pálido y taciturno de mi país, allá en el lejano norte. No está fría, y eso, por contraste, me trae recuerdos de los ríos que bajan de las montañas, gélidos, aunque el sol los caliente. Pero nuestro sol no es este sol. Nuestro aire no es este aire. ¿Lo echáis de menos? Si pudiera estar sola un rato intentaría hablar con vosotros. Tal vez es lo único que necesitáis, tan lejos del hogar. ¿Por qué los espíritus no descansaban? Miré alrededor, paseando por la arena tibia, con Sando de la mano. Tal vez un poco más lejos podría contactar con ellos, entre las sombras del follaje, entretanto que el crío jugaba con las piedras y el agua.

- Lucos dice que el mar es como mirar la tierra y los árboles y ver solo agua y agua. Que hay barcos grandes y los hombres luchan como en las batallas sobre la tierra. ¿Tú cree que Lucos se inventa todas las historias? A mí me gustan. También me gustas tú, Aswarya.

-Me gustan las historias de Lucos -concuerdo-. Y también me gustas tú, Sando. No importa si son verdad o no, mientras sean emocionantes y hermosas. Y el mar lo veremos pronto. Sí, llegaremos pronto. Acerquémonos a ese bosquecillo, parece tranquilo.

Sando disfruta de la noche aunque este no es lugar para un niño. Me preocupa no poder dejarlo en un lugar adecuado, seguro, un lugar donde no vaya a sufrir. No sé si encontraremos un sitio así. Le revuelvo el pelo mientras andamos, tiene los pies mojados del río y deja pequeñas huellas sobre la arena. La noche debería ser tranquila pero yo me siento inquieta, los huesos del cinturón parece que se mueven solos a cada paso que doy. Nos alejamos un buen trecho, un bosquecillo se abría en la oscuridad iluminada por una soñolienta luna y junto con Sando fui a echar un vistazo pues parecía el sitio idóneo para mis propósitos. Fue entonces que me llegaron retazos de una conversación, el idioma me resultaba familiar, lo dominaba con cierta soltura. Voces. Las entiendo. Qué extraño es oír voces que entiendo. Oculta tras los matorrales y al amparo de la noche, escucho la conversación. Un viento helado parece atravesarme con cada palabra que oyen mis oídos. Me llevo el dedo a los labios y con la otra mano le tapo la boca a Sando. Me comprende perfectamente y está asustado. Se abraza a mí, y eso me reconforta. Como si ya no estuviera sola. Aunque lo que oímos sea peligroso. Aferra con fuerza mi mano,  los ojos muy abiertos


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