Simo y Rivers fueron más cautelosos, no se quitaron el casco ni bajaron el rifle; Helen por su parte lo hizo, acercándose al coronel y Joe se quedó atónito, mirando a intervalos al corpulento y alto oficial y la Cheyenne. La recia voz del coronel llegó amortiguada a los oídos de Rivers y Benley, el hombre parecía tan sorprendido y perplejo como vosotros.
- Curiosa escena, eh? ¿De dónde venís, muchachos? No creí volveros a ver jamás.
El silencio siguió a esta pregunta, rompiéndolo Joe, que explico a trompicones que escaparon de la nave en el transporte yendo a parar a un árido planeta donde de forma insospechada y pasmosa se encontraron con el Independencia.
-Ah. – fue la única respuesta del coronel. Se quedó mirando al Cheyenne sin decir nada, fumando, reflexionando tal vez. Joe, comido por los nervios, salió corriendo hacia el transporte, que ya cerraba sus compuertas. Golpeó, o quiso hacerlo, en el fuselaje, sin resultado. La pequeña nave se elevó, se abrieron las compuertas primeras, descendió el transporte y se volvieron a cerrar.
El coronel se dirigió al panel de control, aguardando. Se repitió la situación vivida antes, las sólidas puertas que daban al espacio exterior se encontraban bloqueadas y fue el coronel quien pulsó la palanca manual. La Cheyenne estaba libre.
- De alguna manera, concentrándome y con cierto esfuerzo, puedo tocar los objetos – informó el coronel-.
A prisa, rebasados por la incongruencia del lugar, por una situación sin precedentes, regresaron al lugar por el que entraron en la nave. Rivers pidió al coronel que viniera con ellos, el oficial negó:
- Debéis marchar si es que podéis, marines. No deberíais haber entrado. Le he dado vueltas a todo esto, he tenido tiempo. Evidentemente es efecto de la antimateria. Perdidos en tiempos diferentes, fantasmas aquí y ahora. No puedo ir con vosotros, alguien tiene que accionar ese dispositivo para que podáis escapar.
- Señor, usted murió…desapareció ante nuestros ojos en el descenso de la Cheyenne – dijo Joe-.
- Sin embargo estoy aquí en este momento.
- Venga con nosotros – insistió Joe -.
- No puedo, soldado. No haga que me repita – Se quedó pensativo - ¿dónde deja todo esto a mi alma, si ya he muerto? – parecía preguntar más para sí mismo que para vosotros -.
Helen se decidió a marchar, sus circuitos chisporroteaban buscando la lógica imposible. Atravesó el casco parcialmente encontrándose con una oscuridad aplastante, tenebrosas tinieblas densas que le dieron la impresión que aplastaban sus huesos. No era igual que cuando “penetraron” en la nave. Se quedó a medias y se echó para atrás, comunicando la experiencia a sus compañeros.
-¿Qué estás diciendo? ¿Crees que estamos atrapados en esta maldita nave?
Joe cada vez estaba más fuera de sí. El coronel permanecía sumido en sus pensamientos. La nave crujía, podían escuchar sus quejidos y lamentos.
…
Renegando, maldiciendo, la frustración concentrada en unos puños apretados, Dillon y Carlo acabaron por obedecer la orden y ponerse en marcha con los demás, Benley, Viviana, Sandro, Anette y Jane. El cabo miró una última vez atrás, hacia Kaplizki:
- Sargento, si no regresan, ¿qué hará? ¿Entrarán en la nave?
- No lo he decidido todavía, Benley.
Se fueron poco a poco, mordiéndose la lengua más de uno. Se escuchó a lo lejos al suboficial:
- ¡Que dios os acompañe, marines!
Una decena de pasos después, Sandro dijo que estaba bien eso de dios, pero que él prefería a su M41A1.
Anette se acercó a Carlo y Dillon, afirmó que todos pensaban como ellos, que compartían las mismas emociones y sentimientos, igual estado de ánimo en cada uno de los componentes de la diezmada unidad.
- Quedamos pocos. ¿Moriremos aquí todos? ¿Es ese nuestro maldito destino, Dillon? No imaginaba que sería de hambre y sed, sino dándole al gatillo, la muerte ideal para cualquier marine. Los guerreros deben morir en la batalla, siempre ha sido así.- suspiró- No entiendo como vamos a salvar a nadie si nosotros somos los que deberíamos ser salvados. Esto es un asco.
Se la veía baja de moral, apesadumbrada. Igual que al resto.
…
El viento omnipresente arreció, incrementando su fuerza y velocidad conforme el día avanzaba. Golpeaba con violento furor en los cuerpos de los marines, como si tuviera algo personal contra ellos, como si fuesen intrusos en sus dominios y quisiera echarlos de allí. Al caer la tarde ya se había transformado en una de aquellas tormentas tan comunes y terribles. Minúsculas partículas de tierra, arena, polvo, insistían en ralentizar el paso de los soldados. Acamparon fustigados por el vendaval. Jane se pasó media noche llorando, hasta que se durmió, agotada. El amanecer no trajo la calma y la ventisca sopló durante toda la mañana. Solo ya cerca del atardecer disminuyó levemente. Casi sin comida ni agua, los labios resecos y agrietados, las lenguas hinchadas. Nadie habló durante las largas horas de vigilia, incluso Sandro de abstuvo de cualquier comentario.
Fue entonces cuando la visibilidad mejoró y se toparon con las instalaciones mineras. Un milagro. O una pesadilla.
Varios edificios de distintas alturas se levantaban junto a una cadena de montañas que no sobrepasaba el kilómetro de alto, la primera comitiva que daba la bienvenida a las inmensas moles más alejadas que se elevaban imponentes. Las instalaciones se encontraban media enterradas en la arena, prisioneras por la tierra que incesante era traída y llevada por el viento. Los edificios bajos estaban completamente hundidos en las dunas, en otros la inmensa mole de arena llegaba hasta más allá del segundo piso. Caminaron como fantasmas que regresaban a un pueblo muerto y desaparecido. Allí donde la arena no había digerido los bloques de metal y cemento la herrumbre dominaba las instalaciones desoladas.
Parecía que hacía años que nadie pisaba este lugar. Viviana no recibió mensaje alguno en la radio, y varios miraban a un cabo Benley amargado en busca de respuestas que no aparecían, incapaz de descifrar el acertijo que pugnaba por devorarles el entendimiento y la existencia. Benley dejó a Jane al cuidado de Viviana en una caseta de planta baja a resguardo de otra de cinco pisos, mientras el resto, sin separarse, se adentraba en la base minera. Comprobaron que recibían la comunicación a través de los cascos, con cierto ruido y estática de fondo, pero lograban escucharse. Desplegados, fueron de un edificio a otro, subieron y descendieron escaleras, evitaron cascotes, metal retorcido y montones de desechos. Había ordenadores, grandes paneles, sistemas eléctricos, todo abandonado, destruido por el tiempo y la arena. Lo mismo el mobiliario, las oficinas, los baños, los dormitorios. Sin rastro de vida, de cuerpos, de cadáveres o esqueletos. Ni comida ni agua. Los sensores de muñeca no señalaban ningún movimiento.
Durante dos horas caminaron entre escombros y fría soledad, comunicándose a intervalos con Viviana, sin novedad por ambas parte. Oscurecía, y quedaban varias zonas por examinar, entre ellas, los túneles principales que se sumergían en las entrañas de la montaña, Benley ordenó regresar y pasar la noche en aquel escondrijo donde permanecía Viviana con la chica. Lo hicieron, cuando se escuchó la voz alterada de Viviana:
- Benley, muchachos. Algo se mueve. Mi sensor capta movimiento próximo a donde estamos. Cuatro puntos que de desplazan con rapidez. Vienen aquí. No me gusta. No me gusta. Daros prisa.
Los cinco se miraron y apresuraron corriendo. Aún tardarían unos minutos en alcanzar la posición de Viviana. Sus sensores también empezaron a marcar señales delante de ellos, y a los dos lados. Una decena al menos, algo más. El grupo estaba bajando unas amplias escaleras que daban a un pasillo exterior que luego llegaba a un puente que había que atravesar. Al otro lado estaban varios de esos puntos en la pantalla del sensor. Sandro creyó ver que algo reptaba y trepaba por las columnas del puente. Debajo de las escaleras también alguna cosa se les venía encima. Muy rápido.
Dillon Frost
Se mordió el labio, asintió ante las palabras de Balsani y aceptó las del sargento.
-No hay muchas opciones...-Masculló para si mismo. Tendría que obedecer, entender que el sargento quedaría atrás, como muchos otros. Abandonado a su suerte debido a que él era el oficial alo mando y a que debía quedarse atrás por si los demás volvían. Una carga demasiado pesada. Ahora toda esa responsabilidad recaía sobre el cabo. ¿Y si el caía? Los demás eran soldados rasos. Esperaba que a Benley no le pasase nada. Esperaba poder sacarles a todos de allí. Había mineros atrapados. Ellos también lo estaban. Matarían dos pájaros de un tiro. Si, saldrían adelante. Se despidieron de forma brusca.
-Hasta la vista.-Nada más. Por delante; un mundo de roca, un erial sin vida. Desesperanza, dolor, cansancio, hambre, sed, calor...No podía solucionar la mayoría de las cosas. Una sí. Por eso cuando Anette se acercó a Balsani y a él para hablar no se mordió la lengua. Sus palabras surgían arenosas y resecas. Su tono de voz seguía siendo profundo.
-Nuestro destino está en nuestras manos. Todos morimos, tarde o temprano. A nosotros nos compete aceptarlo cuando llegue...o luchar cuando el destino nos marque, y sobrevivir.-La moral baja no era buena en los soldados. ¿Cómo debía de sentirse él? ¿Tenía esperanzas? ¿Creía poder salir con vida de esta? No mentiría. Tragó saliva; seca, amarga.-Salvaremos a esa gente. Porque cuando un marine cae por el abismo se sujeta con una mano...y con la otra ayuda al inocente, el débil, al civil. Somos los mejores hombres y mujeres de toda la galaxia. Entrenados para matar, para sobrevivir. Somos la "creme de la creme", la guinda del pastel, los cabrones más feos y con más mala ostia de todo esta puta roca. Somos duros y decimos palabrotas. Mascamos el peligro y escupimos sobre palabras como dolor o riesgo ¿Qué puede con nosotros? Aplastamos a nuestros enemigos, volamos sus tanques y nos meamos en sus misiles. ¿Morir? ¿Aquí? Aún respiras, Anette. Todos lo hacemos. Y mientras lo hagamos, tenemos posibilidades de sobrevivir. Porque somos marines. En parte hombres, en parte guerra... Cualquier otro hubiera caído ya. Nosotros no. Nacimos para esto. Saldremos de aquí. ¿Qué no hay comida en este planeta? mascaremos piedra y beberemos arena. Somos marines, ¡Joder! Estamos por encima de esto. Si no hay una salida, la haremos a dentelladas.-La verdad, solo la verdad. No eran dioses, solo hombres. Pero si no pensaban en que podrían conseguirlo, no lo harían. El creía en ello. Una ruta de escape, una salida, la salvación. Creía en ello. Siempre tenía fe. Había sobrevivido a cosas peores. Si, a pesar de todo había habido otras situaciones más al límite. No se creía inmortal, solo un bastardo afortunado.
Hasta el viento estaba en su contra. Le daba igual. Como si tenía que desafiar a un ciclón. Avanzó. Cada paso que daba se clavaba en la tierra como un obús de penetración. Cada paso, una victoria. Sin lamentos, sin quejas, sin dolor. Ignoraba el hambre. La sed no existía. Su lengua era un infierno ardiente. "Da igual, Dillon, no necesitas hablar ahora". No dejó que los fantasmas del desánimo se colasen entre sus compañeros. Cada cierto tiempo decía algo. No algo estúpido como "Ya falta menos", o "Debe de estar cerca", ninguna de esas estupideces. Sino lemas, frases hechas sacadas de la propaganda de la escuela de marines. "Los marines avanzan, nunca se detienen, nunca retroceden", "Somos marines. Nos hicieron para sufrir y para ganar", "No conocemos el significado de la palabra derrota". Y que Sandro se cuidase mucho de hacer alguno de sus comentarios o tendría que flambearle el culo.
Llegaron a las instalaciones mineras. Nada iba a ser tan fácil. Esperaba una zona de guerra, un lugar conflictivo. Aquel sitio estaba abandonado. Y desde hacia bastante tiempo. Todo aquello no le gustaba. Tampoco apreciaba que las cosas fuesen fáciles. Se había perdido el misterio de la nave. Destaparía este desde el fondo.
-Hace unos días estábamos solos en este desierto de roca. Hace menos, encontramos una nave y una base minera. Este planeta es inesperado. Mantengamos los ojos abiertos.-Encendió la llama de su arma.
Encontraron un refugio para la civil y para Viviana. No le gustaba la idea de separarse. Aquel lugar olía a problemas.
-Intenta mandar tú una señal, Viviana. Quizás alguien nos oiga.-"Y quizás ese alguien venga y nos devore a todos". Había que intentarlo.-Pide un par pizzas. La mía con anchoas ¿Quieres?-Si, claro, si uno no podía decir tonterías el último día de su vida ¿Cuándo iba a hacerlo?
Empezaron a barrer la base. Nada. Silencio, polvo, arena. Prometedor. Pasaron el resto del día así.
-¿Qué opinas, Balsani? Según lo veo yo o tendrían que estar friéndonos el culo o aplaudiendo nuestra llegada. Pero aquí no hay nadie. ¿Crees que el mensaje podría ser una grabación?-Regresaban hacia la posición de Viviana. No llevaban ningún premio. Aún era pronto para desanimarse. Quedaban los conductos principales, entre otros. Si él tuviese que esconderse de algo, lo haría abajo del todo. También si quisiese ocultar algo.
Entonces, movimiento. Los sensores se disparaban. Demasiado movimiento. ¿Por qué ahora y no antes? No era una trampa. Habrían atacado a Viviana cuando ellos estaban más lejos.
-Salen de noche a cazar. De noche...-Sudor frío, recuerdos fríos. La noche sin estrellas y un mar de dientes. Dientes dentro de otros dientes. "No puede ser. No aquí, en esta roca. No aquí". Miró el sensor. Rápidos, muchos, rodeándoles. "Hormigas, tienen que ser hormigas". ¿Y si no lo eran? "Dios está con nosotros, Sargento, pero creo que es cruel". Una historia, un mito, una pesadilla. Algo real, palpable. "Aquí no. No ahora. Me hagas escupir sobre mi propia fe". Ni siquiera sabía con quien hablaba o a que le suplicaba. Solo quería evitar un horror que llevaba clavado en su corazón demasiado tiempo.
-Vamos...vamos a apretar el paso. ¿Queréis, muchachos?-Su voz era un hilillo. Su tono de piel era pálido. Quería equivocarse. Deseaba equivocarse.-Estoy preocupado por las chicas. Muy preocupado. Abrámonos paso....y no nos separemos. ¿Vale? Sugiero una formación cerrada hasta que veamos a que nos enfrentamos. Espalda con espalda. Para que no nos atrapen desprevenido a ninguno....-Su voz no estaba atenaza por el miedo. Solo susurraba, como si hubiese una sombra terrible que pudiese robarle el alma si le oía hablar.
Esperaría a esas cosas. Podían ser hombres, claro, u hormigas, o una especie nueva. No tenía porque creer otra cosa. Salvo por su miedo, su historia. Cuando uno se ha enfrentado al hombre del saco cree que todas las personas que ve llevan una bolsa de arpillera debajo del chaleco. Esperaría, atento. Miraría el sensor.
-Pueden estar tanto debajo como arriba de nosotros.-Había un puente. Jugaban con más dimensiones de lo habitual. Esperaría, los ojos abiertos como linternas. Y lo vería. Vería lo que eran, vería si sus miedos eran solo pavores del pasado o realidad del presente. Y una vez visto, abriría fuego y correría hacia la posición de Viviana. Mantendría la posición, cubriría a sus compañeros, mantendría sus miedos atrás con entereza y fuego. El fuego siempre era agradable.
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