martes, 17 de abril de 2012

LOS ÁNGELES, 2029 -12

Una nueva entrada de Los Ángeles, 2029, que se me había quedado un tanto atrasada.



La silueta del conductor de Ricco surgió en el arco oscuro del umbral en la puerta principal, pistola en mano. El mafioso le ordenó que llevara el coche ya al callejón. Se largaban sin más demora.  Jacob no encontró nada de interés en el policía, su identificación,  una pistola de proyectiles detonadores, munición, un cuchillo capaz de rajarte de parte a parte, y el rifle de asalto que estaba más allá tirado

-¿También robáis a los muertos?-Afirmó con severidad, más que preguntó, el sacerdote. Puso los ojos en blanco y se metió en su pequeña habitación para buscar las medicinas. Mientras, farfullaba.-Esta juventud, nos destruirá a todos, ya no respetan ni a los muertos. Así es esta maldita ciudad, no te dejan de joder, y que Dios me perdone la expresión, ni aunque estés muerto.

-Se equivoca de medio a medio, padre, yo no estoy robando nada a este pobre desgraciado, solo quiero saber por que un policía con equipo de asalto se ha plantado en esta iglesia en particular, al pobre desgraciado solo le faltaba que robaran su cadáver-.

Luego, Jacob añadió en dirección al Italiano:

- Leone, habría que deshacerse de  los cuerpos de sus hombres. La poli sumará  dos y dos y se pondrá a rastrearle por toda la maldita ciudad. Lo último que necesitamos ahora es que la poli le tenga como sospechoso.

Ricco asintió. Tomó el teléfono y dio unas cuantas directrices, pocas explicaciones, a su interlocutor al otro lado de la línea.

-Limpiarán esto. Avisarán a alguien del barrio.

Subieron todos al auto, que arrancó chirriando neumáticos despareciendo por las sucias calles en dirección al motel que propuso Mara, un escondite utilizado en anteriores ocasiones.

Tomachio dejaba atrás su iglesia, sus recuerdos. Se había embarcado en algo oscuro y no podía evitar pensar si la volvería a ver una vez más. La esperanza no era necesaria para la supervivencia. Saludó al chofer al entrar en el vehículo.

-¿Tú también estas corrompido, hijo?-Le preguntó de forma tétrica. No estaba de muy buen humor. Demasiada muerte. Debía ocuparse de los vivos y de sus almas inmortales. Por los muertos no podía hacer nada más, estaban en manos divinas. Eso debía bastar para consolarles. "Espero que estén en un lugar mejor y no en el Infierno en que merecerían estar". Después de todo los policías habían disparado y antes más de ellos se habían comportado como matones. No le gustaba la muerte, mas sabia bien que muchos irían al Infierno y que así debía ser. Estaba escrito en a Biblia.

El conductor le miró con cara poco amistosa reflejada en el retrovisor. No contestó. Mara se apresuró a indicarle la dirección, entretanto el sacerdote se ocupó de su herida, dándose cuenta de la rápida regeneración de esta, parcial pues uno de los proyectiles seguía dentro, sin embargo extrañamente sanaba. Miró a los ojos de la chica, que le devolvieron el fulgurante brillo de la locura. Para la replicante el viaje en coche resultó incomodo con el resto de los mafiosos de a centavo con los que se había liado el sacerdote.  

Vaya putada –pensaba-. ahora dependía de la supuesta seguridad que me pudieran brindar estos tipos. Ahora más que nunca debía mantener los ojos bien abiertos porque en cualquier momento una traición se dejaría caer. Me deja con mal sabor de boca el ver a este hombre, al cura, envuelto en toda esta mierda. Le deprimía. 

Muy distinta era la reflexión de Ricco. Situación interesante, se decía a sí mismo, un sacerdote que se creía el salvador de esta puta ciudad, un mecánico con afán de protagonismo y una jodida zorra. El juego empezaba, Ricco tenía ante sí sus fichas en el tablero de ajedrez, algunas más fáciles de mover, otras más difíciles. Pero aún así simples piezas al fin y al cabo. Sonreía y fumaba, impasible.

Llegaron al motel. El recepcionista apenas se fijó en ellos, no quiso pensar en la clase de reunión que tenía allí con aquellos tipos y una joven a la que recordaba vagamente. No era asunto suyo los asuntos de los clientes. Le entregó una tarjeta magnética  a Mara , y siguió amodorrado, con una botella al lado medio vacía. El conductor se quedó en el coche y ellos subieron por las sucias escaleras, hasta un cuartucho falto de muebles, una cama con sábanas que hacía un siglo fueron blancas, y dos sillas. Contaba con un baño no excesivamente pulcro.

"Tendrá que valer", decidió Tomachio.  Había curado a Mara lo mejor que podía pero necesitaba que alguien le sacase la bala. No podían ir a ningún hospital. Y seguramente de poder hacerlo sería peor. No podía fiarse de los médicos, hombres de ciencia que creen que una persona es solo carne y hueso. "No podían estar más equivocados".  Se apenó por el recepcionista, “borracho. Que novedad. Si no beben, están drogándose, con mujeres de mala vida, robando coches, asesinando, metidos en peleas...ah, señor, que rebaño tan turbulento este. Al menos este tipo es inofensivo para los demás".

-¿Y ahora que?- preguntó a Mara.-Puedo intentar sacarte la bala, si quieres. Te dolerá, pero es mejor que esté fuera que dentro. Tú eliges. No soy médico.-Ni quería serlo- Pero puedo ayudar -Y claro, debía de ser él. No dejaría que ninguno de los otros husmease entre las piernas de la muchacha. Había que estar prevenido, quien es capaz de matar es capaz de cualquier cosa. Apretó con fuerza la empuñadura de su escopeta. Miró con dureza a Jacob y a Ricco.

-¿Que vamos a hacer?¿Querías ver lo que guardo e el bolsillo, no? –Afirmó más que pregunto a Jacob- Creo que es porque intuyes qué puede ser, y que tú y tú amigo Ricco estáis aquí por eso. Y seguramente tendréis razón.-Se sentó en la cama, se secó el sudor de la frente.-Así que podéis empezar a hablar, muchachos, lo que digáis no saldrá que de estas cuatro paredes. ¿Qué creéis que es lo que guardo y qué queréis sacar de ello?

Había que poner los puntos sobre las íes antes de seguir avanzando. ¿Hacia dónde? No lo sabía. Sí, pondría a aquella gente en su lugar. Si aquella empresa, sea cual fuere, iba ha resultar complicada no se dejaría rodear de ratas, a menos que supiese de que tipos de ratas de trataban. Suponía que de las más gordas y apestosas. Mara lo miró de arriba abajo, preguntándose de qué pasta estaba hecho este hombre. Se sentó en la cama, contempló su herida y se mordisqueó el labio inferior.

Jacob se recostó en una de las sucias paredes, indolente, sacó su paquete de cigarrillos. Se dijo a sí mismo que el cura era más suspicaz que un gato escaldado. No importaba, ya se avendría a razones, no daba la impresión de que fuera tan estúpido de ir por ahí con la escopeta disparando a ciegas sin saber lo que tiene entre la manos. Encendió su cigarrillo, pensando que iba siendo hora de comprar otro paquete, la fiesta en la que se había metido no tenía muchas pintas de ser de las que acaban rápido y una de la s pocas cosas que era capaz de ponerlo nervioso era no tener un silk cut humeante entre sus dedos. Miró a Ricco,

-Permítame hablar con ellos, Ricco, déjeme exponerles la situación.

Tomó aire y empezó a hablar:

-Si la chica aún es capaz de moverse, no necesita un medico, necesita un mecánico- expulsó el humo con tranquilidad-, nadie normal recibe esos impactos y sigue tan ancho, no obstante es tu decisión, chica,¿te llevamos al hospital?.No creo, algo me dice que no te atraen demasiado los hospitales, están obligados a dar parte de toda herida de armas de fuego que traten algo que en este momento a ninguno de nosotros le haría ilusión que pasase. Además de permitir que te registren el potenciador que uses, tu nombre, dirección etc...me imagino que todo ese papeleo y luz sobre ti no te haría ni pizca de gracia; de modo que tienes dos opciones, o permites que te llevemos a un doctor callejero que conocemos, o si no te interesa y como yo creo tienes alguna clase de prótesis permites que lo arregle yo, sea como sea no pienso dejar que te vayas desangrando por todos los sitios que vayamos, seria una gilipollez.

Lanzó el humo de una fuerte calada hacia el techo con una expresión cansada en el rostro, y preguntándose como narices había sido capaz de de soltar semejante parrafada sin tomar aliento.

Al padre Tomachio no le gustaron sus palabras. Habló sobre la chica y sobre sus heridas. "¡Un mecánico ¿ que se cree que es esta chica, un coche? Yo debo de parecerle una moto de baja cilindrada." Aunque tenía algo de razón. La chica le había parecido muy valiente mientras revisaba las heridas. No había gritado. Claro, que tampoco era una chica sensible. Todo lo contrarío, era una de esas mujeres capaces de volarte la cabeza sin miramientos. Escuchó la idea de un médico callejero. "Un carnicero, más bien. Seguro que la llevan a una sala llena de basura y gérmenes y que la chica muere dos meses después por culpa de una infección". Sin embargo Mara no parecía necesitar un médico. Puede que en lo del mecánico tuviese razón, aunque él no lo hubiera dicho de esa manera. "Prótesis. Seguro que lleva prótesis porque tuvo un accidente en el pasado. Que no lo haya dicho hasta ahora indica que fue demasiado traumatizante para ella, y ahora este tipo lo dice abiertamente. Debería de tener más en cuenta los sentimientos de los demás. Las palabras duelen, a veces más que las balas."

Mara se enfureció. Agitó la cabeza como si estuviese en un concierto de música Flash. Afortunadamente, se contuvo su estallido de ira. Miró con desprecio a Jacob, que parloteaba como si supiera de todo  cuanto se mueve en esta tierra de miseria. De esos capullos que les puedes meter un tiro y dejarles atrás pues, valen menos de una mierda. Un sabiondo de las calles.

-Idiota, no tengo ningún problema mecánico que cuidar. Sabes una cosa, cabrón –se puso en pie y le quitó su recién encendido cigarrillo de los labios-, no expulses por la boca tanta mierda barata igual que si hablaras con cualquier trasto de la ultima pocilga donde hallas echado tu pestilente y jodido culo- miró al padre, con ingenuidad, y corrigió- , trasero.

Se sentó de nuevo en la cama y apagó el pitillo en una de sus heridas a modo de chapucera cauterización.  El sacerdote se quedó blanco, y Ricco silbó de sorpresa y admiración.

- Esto no me impide andar, ni me he roto nada. Tienes suerte de que no haya sido en tu pierna o estarías revolcándote en patético dolor. Seamos claros sobre algo, imbécil –se levantó una segunda vez, y el cigarro aplastado lo devolvió a la boca de Jacob- sé corresponder. Trátame bien  y no tendrás queja de mi. Pásate de listo y te aplastaré igual que a esta colilla.

El mecánico levantó las dos manos, a modo de dejar las cosas como estaban, no era asunto suyo, se apartó de la pared.

-Vale, tía, calma. Ya me ha quedado claro –claro lo jodidamente loca que estás.

Centró su atención en el sacerdote:

- Escúcheme padre, hagamos un trato, me permite examinar el objeto, delante de usted- levantó las manos en gesto pacificador- sin trucos, ni tonterías, no estoy de humor para gestos idiotas como provocar una pelea con alguien que ha sido capaz de despachar así a uno de esos tipos. El recepcionista parecería drogado pero le garantizo que en cuanto oiga el primer tiro llamará a la poli; si el objeto es lo que buscamos hablaremos de porqué un escuadrón de la policía especial se ha plantado en su iglesia, de porqué ha estado esta noche en la comisaría y del motivo de que la chiflada, evidentemente una psíquica lo dejase a su cuidado; si no, sencillamente saldremos por la puerta, sin hacer ninguna clase de ruido, sin trampa ni cartón; les dejaremos a usted y a la chica en donde quieran, luego su destino estará en sus manos o las de Dios como prefiera. No obstante le advierto de que si quiere meterse en este asunto lo hará bajo su responsabilidad; esta situación no es algo con lo que se pueda jugar a la ligera-


El cura  escuchó  su perorata con la atención más puesta  en Mara que en Jacob. "Habla demasiado. Se muestra demasiado gentil, demasiado dispuesto a ayudar. No confíes en él.¿Has olvidado ya confiar en la raza humana, Tomachio?¿Te has olvidado? No, pero últimamente solo encuentro lo peor del pozo del Infierno. Solo soy cauto. Eres un desconfiado, Jesucristo nunca perdió la fe en los demás, ni siquiera cuando le crucificaron". Y aquella voz tenía razón. Su propia voz. Se sacó aquella cosa del bolsillo y se la entregó al mecánico.

-Jugar a la ligera.-Sonrió, una sonrisa vacía.-Llevo en esto demasiado tiempo, hijo mío. Antes de que tú fueras un vestigio en el corazón de tus padres yo ya paseaba por estas calles alejadas de la ley y de Dios. Jugar a la ligera, ojalá pudiera hacerlo alguna vez, pero ese tiempo ya pasó. Puede que sea un simple sacerdote pero la maldad del hombre no pasa en vano delante de mí. Tengo mi fe y tengo mis oraciones, confío en las personas...y si todo falla.-Elevó la escopeta.-Tengo otros métodos. Sé donde me meto...-"Aunque no el motivo".

Jacob no pudo evitar una sonrisa de satisfacción. Examinó con ojos ávidos de experto  el objeto. Su mirada se cruzó con la del mafioso Ricco, sumido en sus pensamientos, divertido por la escena que tenía ante sí. Se decidió finalmente a hablar, a tomar el control. Sabía que el ser agradable y cortés no servía con un cura, al menos no con uno como el que tenían allí. Tampoco la puta parecía agradecer tal comportamiento. Él se mostraría sincero. Mostraría su sinceridad.

- Gracias Jacob, encárgate de comprobar la barra lo mejor que puedas y sepas. Me alegro de que confíe en nosotros, padre, sobre todo teniendo en cuenta la situación en la que nos hemos conocido. Pero opino exactamente igual que usted. Las cartas sobre la mesa. La mujer que le dio este trasto es una ladrona, ni más ni menos. Por eso la buscamos, y, como habrá podido adivinar, no somos policías, ni mucho menos. Ese cilindro tiene datos importantes, cuentas bancarias, programas informáticos o virus. No lo sé. Tampoco me importa, ciertamente. De hecho si me lo llevase a mi casa no serviría más que para decorar  como pisapapeles, hace falta un ordenador potentísimo para desencriptarlo, pero ese no es el caso. Tan sólo se que es el tipo de datos que una empresa oculta a las autoridades y que encarga su recuperación a gente más discreta.

Hizo una pausa, no era un discurso, podía tomárselo con calma.

 - Comprendo que mi trabajo quizás no le resulte el más apropiado según la senda cristiana, pues a veces debo emplear métodos bruscos con los criminales, al fin y al cabo no pertenecemos más que a una empresa de seguridad. Sólo que no hacemos preguntas. Simplemente eso. Bien, repito, nuestras cartas están sobre la mesa. La ladrona no solo robó ese dispositivo, se llevó más con ella, por eso es vital que nos diga todo lo que sepa sobre esa mujer - volvió a detenerse - Obviamente puede optar por contarle todo a la policía. Pero entonces sólo se crearía nuevos enemigos. Por un lado la empresa que fabricó el dispositivo, que quizás tomase represalias económicas y embargasen su iglesia, y por otro lado, y lo que es más grande, la mujer que se lo entregó, cuyas represalias mucho me temo que serán... Más desagradables. Jacob y yo vimos como asesinaba a dos tipos mientras la vigilábamos... - una nueva pausa - Claro que también cabría la posibilidad de que tratase de devolverle el artefacto, aunque supongo que esta vez existe una traba mayor. No creo que uno de los Diez Mandamientos consista en ayudar a quien roba bienes ajenos. Por no mencionar que la gente que entró en su iglesia posiblemente sean agentes de la policía corruptos trabajando a saber para quien. Los otros policías no entraron a ayudarle, sino a terminar el trabajo de los otros dos. ¿Lo pilla, verdad?

¿Por qué una psíquica confía en un cura? ¿Lo conocería de algo? ¿Quizás su cómplice? Esperaba que realmente los sacerdotes no mintiesen.


Era un gran orador, sin duda, pensó Tomachio. Mezclaba los buenos modales con la verdad más cruel. Embargarle su iglesia, morir de forma horrible a manos de la fugitiva, sí, eran las otras alternativas que Ricco le mostraba. La mejor opción era seguir con él. Al menos, eso les lo que él quería que creyese. Para Tomachio, Ricco había obviado un último camino: seguir el propio. Miró con displicencia al joven.

-No intentes meterme miedo, muchacho. Solo temo a la ira de Dios y sobre eso, tengo las espaldas bien cubiertas ¿ no crees? Si pierdo mi iglesia construiré otra, y si muero lo aceptaré como la voluntad de Dios. No soy de los flaquean por unas cuantas palabras.-Le desagradaba tener que mostrarse así ante los demás, pero esta clase de gente no entendía otro tipo de palabras.-Te diré todo lo que sé sobre esa desconocida. Nada. Vino a mi iglesia. La perseguían. Dejó caer eso que tiene tu amigo entre las manos en mi bolsillo. Y yo lo oculté. Pero no la conozco, no la había visto antes y sí, intuyo que tiene un don mental. Soy ignorante en todo esto. No sé lo que me dio, ni como espera recuperarlo. Tampoco sé como adivinó que yo se lo guardaría, puede que mirase dentro de mi mente.

No lo sabía, en la viña del señor hay gente muy extraña con increíbles capacidades.

-Ya que quieres todas las cartas sobre la mesa, te explicaré para que guardo eso. No es para ayudar a una asesina. Si piensas tal cosa eres igual que esos policías que imaginaron que había algo más que palabras entre Mara y yo.-Se pasó la mano por la boca, se relajó.-No puedo ayudar a todo el mundo. Hay gente que no quiere que la ayuden. Ni siquiera a la fuerza. Drogadictos, ladrones, asesinos, borrachos, maltratadores, narcotraficantes. Ellos creen que su vida está bien y hasta que no se dan cuenta de que no lo está, no piden ayuda. ¿Y cómo lo hacen? Vienen a mi iglesia. A veces son solo un par de yonquis que creen que en ese lugar tan oscuro encontraran un sitio tranquilo para tomar una nueva dosis. A veces son asesinos que huyendo de la policía se esconden en el templo. Y yo me tomo eso como una señal divina. Sé muy bien que los que entran no piensan en la redención, pero también sé que Dios me los manda. Entre tantos callejones oscuros él les guía a mi iglesia, no existen las casualidades. Y esa mujer entró en ella. No guardé eso para entregárselo. Solo quiero encontrarla, entenderla y ayudarla. Si todo sale bien se lo devolveré a quien pertenezca. Pero no entregaré a la mujer a la policía ni a vosotros. La cárcel no ayuda a nada. Y si todo sale mal no creo que importe mucho donde haya ido a parar ese trasto. Solo importa el alma de esa mujer.

Muchos de los que habían escuchado ese pequeño discurso, esa pequeña parte de él, lo habían tomado por un loco, un soñador, un romántico y un idiota, todo a la vez.

-Tú, Jacob, Mara...también entrasteis en mi iglesia, ¿recordáis?-Sonrió, esta vez la sonrisa fue débil pero sincera. Se dirigió de nuevo a Ricco- Lo que no entiendo es ¿trabajáis para una empresa secreta, de investigación?

Reflexionó sobe el último comentario de Ricco.

-Esos dos hombres buscaban a la mujer. No parecían ser amigos suyos. Así que es cierto, hay alguien más, aparte de vosotros, que la busca.-Respiró profundamente.-Si un puñado de pecadores hubiera usado las palabras en lugar de las armas puede que ahora alguno de ellos estuviese vivo para poder preguntarle qué está pasando. Pero la gente es violenta. Todos han muerto, salvo el que se escapó.

-Terroristas, padre. Como estos dos. Me meo de la risa. Ninguna corporación de policía o investigación privada actuaría con los métodos que vosotros usáis, ellos son mas institucionales. Así que mejor nos dejamos de idioteces y nos habláis mas en claro. Después de todo a mi me da igual vuestro papel aquí. Si esa chucheria se trae tanta información vayamos a buscar algún lector que lo pueda interpretar y lo destruimos.. El objeto por el que nos persiguen quedara inútil, y quizá les sea mas fácil desaparecer. Me pone de mala actitud el tener que esconderme como un bicho en las calles y veo que a vosotros igualmente. En cuanto a que quieren quitárselo al padre no se lo pondremos fácil. No tienen idea con quien se la juegan.

Jacob encendió otro cigarrillo. “Decididamente loca de atar”. El Italiano opinó lo mismo.

- Creo que no me han entendido.

Ricco se rascó su cabeza en un gesto casual, demasiado casual quizás.

- Primero de todo, padre, no intento meterle miedo. Imagino que habrá visto suficientes cosas como para que una simple amenaza de que puede acabar cerca de Dios no le asuste. El barrio de su iglesia no es precisamente para curas asustadizos.

Giró la cabeza hasta echar un vistazo por la ventana, fuera un par de tipos ebrios discutían sobre quien debería coger el coche. Al final la fuerza se impuso y uno de los dos empujó al otro al asiento del copiloto, en breves segundos se perdieron en la oscuridad nocturna. Una farola parpadeó.

 - Tampoco pertenezco a ningún cuerpo de policía, ni secreto ni encubierto ni nada por el estilo. Digamos que hay empresas que, dentro de la legalidad, tienen documentos o datos que, o bien no les interesa que sean conocidos por las autoridades por circunstancias que no vienen al caso, o bien temen que alguien pueda robarles dichos datos, por lo que los guardan con el mayor celo posible. Incluso de las fuerzas del orden. Para recuperar esos datos recurren a empresas de seguridad privada, de la que formamos parte tanto Jacob como yo. La ventaja que ofrecemos es que simplemente no han de darnos explicaciones acerca de qué contienen esos elementos, simplemente los recuperamos y fin del caso.

¿No entendían o no querían entender? ¿Acaso trataban de ponerle nervioso? Ilusos.

 - Imagino que hizo bien en entregarle a usted el dispositivo. Aún así si usted dice que no conoce a la muchacha confío en su palabra. Nunca vi a un cura mentir. - sonrió, ahora quien mentía era él. Descaradamente - De todas formas la muchacha volverá a por el artefacto. Y sabrá dónde encontrarlo, aunque se esconda, de eso no me cabe la menor duda. Supongo que entonces podríamos hacer ambos nuestro trabajo. Yo recuperar los cilindros robados, y usted tratar de encarrilarla en el buen camino..Y espero que sea bueno en su trabajo, si la mente de una persona es enrevesada imagínese el laberinto que puede suponer la de un psíquico.

Jacob husmeaba, trasteaba con el cilindro, observándolo desde diversa posiciones, buscando y no encontrando.

- Si me lo preguntáis os diré, que soy cien por cien artificial –soltó de súbito Mara. Jacob chasqueó la lengua, en señal de que lo sabía, de que su intuición fue correcta.


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