El cabo Benley comprendió que había cometido un pésimo error. No solo demostró su flaqueza frente a sus soldados, porque aquellos eran ahora sus marines, sino que abrió la puerta a la desconfianza, la incertidumbre, al choque de posturas contrapuestas, a que cada uno dijese la suya. Eso no podían permitírselo y Benley se dio cuenta que del mal causado, maldiciéndose por su imprevisión; error de cálculo, pensó. Debía solucionarlo. Los miró, estaba seguro que unos le seguirían fuese cual fuese su decisión, otros la aceptarían a regañadientes, y puede que más de dos le plantasen cara; Simo apostaba por la anarquía, lo que alegró el semblante de Sandro, partidario de tal cosa. Dillon parecía el que más le apoyaba junto con Viviana, mientras Rivers lo que quería era que le mandasen con un lenguaje claro y directo, sin tonterías ni niñerías, y de esa forma no tener que pensar demasiado. Helen optó por relevarle del mando; supuso que la mente lógica de la sintética analizó las múltiples posibilidades y esa resultaba la más razonable y lógica. Su expresión cambió a otra de serena determinación, en sus ojos brilló un destello del tipo duro y con sentido común que solía ser; tomó aire:
- Nadie va a tomar el mando. Queréis un pato cabrón líder de la bandada. De acuerdo. Los galones no te hacen líder, eso se lleva en la sangre, pero asumiré la lotería que me ha tocado. Por lo pronto está la búsqueda del sargento: dos de vosotros iréis, Rivers, que tantas ganas tiene, y Sandro. No puedo prescindir de ningún otro, todos sois piezas clave en esta unida pero algunos son prácticamente irreemplazables. Yamec nos deja uno de sus cacharros pero no esperará a nadie, cuando llegue su nave, se largarán. Ese es vuestro riesgo. Nosotros somos una unidad, siempre lo hemos sido y eso se demuestra con la acciones más que con las palabras, por lo tanto, llegado el momento, intentaremos convencerles de que aguarden un poco. Simo, no vamos a confiscarles nada, no es nuestro estilo, no con esta gente, sin embargo, si las circunstancias lo requieren, lo haremos. Confío en no llegar a tanto...No esperan a sus compañeros hasta dentro al menos de dos días, eso os da cierto margen, pero recordad que les ponemos en un grave peligro, pues como ya sabéis temen un ataque, y dudo que podamos convencer de nuestra historia a un equipo de asalto. Así pues, tres días, no más, evidentemente si es que su nave está aquí ya. Luego deberemos irnos. ¿Queda claro?
Sandro asintió con una sonrisa de perversa animosidad:
- Lo que más me jode sería no ver más el culo de Anette. Aunque me alegraría de perder de vista las feas caras de otros. No compensa, la verdad.
Anette dio un bufido pero no dijo nada. Benley continuó:
- Como he dicho, podemos salir de aquí. Nos llevarán con ellos a su destino y a partir de ahí buscarnos la vida para salir del Borde Exterior o llegar a una base de los Marines Coloniales. La chica puede quedarse con ellos, quizá sea la mejor opción para ella, a no ser que decida correr riesgos con nosotros hasta que podamos dejarla con autoridades competentes. Otra cosa…- dudó un instante -. Me ha pedido ayuda. No, no es un favor por su hospitalidad, no existen compromisos. Ese Yamec es inteligente y sabe qué clase de soldados somos. No se trata de unirnos a sus rebeldes, no es eso, sin embargo ha dejado claro que tenemos la puerta abierta de querer hacerlo, ellos representan los únicos amigos que tenemos en este tiempo. Esa droga que está matando a la chica, se extrae y elabora del cuerpo de una mosca, la Mosca Roja, descubierta por pura casualidad hace dos años en un satélite que es un pantano hediondo e irrespirable. Al parecer unos contrabandistas dieron con esos insectos, escasos. La droga es adictiva desde la primera toma, y mortal. Te transforma en un zombi y acaba por bloquear el sistema nervioso. La Weyland la están usando con prisioneros y no solo eso, con sus propias tropas, kamikazes suicidas. Yamec prepara un asalto a las instalaciones de esa luna con gente de élite de su grupo, pero se ha dado cuenta de nuestro potencial, considera que la mano de Dios nos ha traído hasta él.
- Majadero loco – intervino Anette -.
Benley: - No está loco. Creen firmemente, no resultan de esos tipos de doble moral. Tampoco parecen alcanzar el límite del fanatismo, aunque nunca se sabe. Apuesto que es el tipo más buscado en este sector de la galaxia, peligroso y con recursos.
Vivinana:- Entonces, retomemos la idea de Simo. Lo capturamos y entregamos a las autoridades. Eso ayudaría a nuestra reintegración.
Sandro: - ¿A quién coño le interesa nuestra reintegración? Eh!, pensadlo bien. Unos soldados que saltan en el tiempo. Nos van a joder como se enteren, con sus jodidas inyecciones.
Se resolvió así la situación, dejando en suspenso la decisión a tomar, para que todos meditasen acerca del posible compromiso con el grupo de Yamec. Sandro insistió en que cuando regresasen y salieran de esta mierda de planeta debían ser enérgicos y actuar conforme la sugerencia de Simo, apoderándose de la nave; ellos eran lobos, no corderos. Curiosamente, Anette le secundó tímidamente, sí, pero asintió con la cabeza. Benley respondió que tomaba nota y en una próxima reunión discutirían los temas pendientes. Rivers y Sandro se equiparon y en poco tiempo tuvieron preparado su vehículo, similar a una ranchera blindada. Para su sorpresa, uno de los integrantes de Los Guerreros de la Fe, se presentó voluntario para acompañarles como conductor y guía, a pesar del riesgo que representaba la expedición; así era esta gente. Era un tipo no muy alto, rechoncho, de fuertes brazos, cabeza redonda y ojillos perspicaces, su nombre André.
Con todo casi listo, en las afueras, al lado del vehículo, llegó corriendo Nela, con ojos relampagueantes de temor:
- Una nave ha entrado en la atmósfera del planeta, a menos de media hora de aquí. Ha establecido contacto y facilitado los códigos y claves, pero Yamec presiente que no es la nuestra, que nos han descubierto. Hay que buscar refugio en las montañas cercanas.
Yamec apareció arriba, sobre una plataforma:
- No es vuestra guerra. El destino a veces cambia su curso, las casualidades entrelazan su mimbre. Puede ser vuestra oportunidad de regresar a vuestro mundo. Creo que no me equivoco si digo que son nuestros enemigos; esa gente no es buena y aquí corréis tanto peligro como nosotros.
Carlo Balsani
Las órdenes del cabo Benley solo eran aplicables a los demás, no para Balsani. A la mañana que se disponían a salir Rivers y Sandro, Balsani tomó sus cosas y las introdujo en el vehículo donde ellos iban a partir. Miró a Rivers y con tono serio le dijo.
-El sargento nos salvó cuando nos guió a los restos del Independencia a pesar de las múltiples veces que discutimos entre nosotros. No pienso quedarme cruzado de brazos y no devolverle el favor a él. Ya lo dijo Helen, han pasado cincuenta años y según las reglas de la milicia ya ha acabado nuestro tiempo de servicio y esto no es una insubordinación, solo regreso un favor a un amigo de tiempo.
Balsani encaró a Benley y con un saludo marcial le dijo:
-Señor, si piensa ponerme en corte marcial deberá de hacerlo, pero si lo piensa hacer deberá de seguirme a donde se encuentra el sargento. Lo siento pero no pienso quedarme aquí sin saber que le ha sucedido a Kaplizki y si no regreso no tengo ya nada más que perder.
Dillon Frost
Benley se había mostrado humano ante ellos. Un oficial jamás podía hacer eso. Un oficial debía a hacer creer a los demás que estaba hecho de una pasta diferente, que no había sido engendrado por una madre sino forjado en una fábrica con el mejor de los metales. En tiempos de guerra el oficial al mando era el hombre que les decía exactamente como salvar el trasero. Los enemigos llegaban y los compañeros caían. El oficial se mantenía en la brecha, dando órdenes, como si eso fuese a suponer un cambio. Y a veces lo era. Si un oficial, no eran más que un puñado de locos a los que les gustaba darle al gatillo.
Benley tomó la palabra y el mando. Había estado al borde del desfiladero. Eligió no caer. Le pareció escuchar algo sobre un pato. Ilógico, irracional, una locura. Algo normal en una reunión de marines. Dio órdenes. Rivers y Sandro irían a buscar al sargento. Así de simple. Dillon tuvo la vaga sospecha de que el cabo de estaba quitando de en medio a dos de sus soldados más problemáticos. Después de todo Sandro flirteaba y tenía una lengua mordaz mientras que a Rivers...era mejor ordenarle lo que él quería sino querías que te reventase la cara. ¿Se había desecho Benley de ellos? Pensó que no. Era su oficial. ¿Cómo no confiar? Hace unos momentos parecía al borde del llanto. Sandro intervino. No sé que del trasero de Anette.
-No eres el único que se alegrará de perder una fea cara de vista.-Comentó, aunque su rostro estaba tan lejos de la alegría como un potro de torturas.
Sus siguientes movimientos. Luchar de parte de Yamec o buscar su lugar en aquel mundo. Ni siquiera sabían si su estancia en esa línea sería algo fijo. Aún podían saltar. O quizás, no saltarían más. Debían construir su futuro en la base de la inseguridad, igual que una casa sobre el paso de una autopista. Podía ocurrir cualquier cosa. Eran marines. Siempre hacían lo justo, lo más duro. Esa droga no debía existir. El nuevo mundo estaba podrido. Alguien debía quemarlo y hacer una barbacoa con esos conspiradores de la Weyland. Olvidó eso, Benley había pasado con ligereza sobre un asunto al que él le confería más importancia.
-La chica, la civil que rescatamos de la nave. Tendrá que elegir. Nuestras órdenes eran protegerla. Si ella no quiere quedarse aquí tendrá que venir con nosotros. No voy a dejarla en un sitio donde se sienta insegura.-Ni siquiera recordaba su nombre. Para ella, una mujer normal con una vida normal, ser asediada por locos para toparse luego con hormigas, nocturnos y saltos en el tiempo debía ser un shock enorme. Luego iría a verla para asegurarse de su estado y de lo que quería hacer. También la explicaría la situación como mejor pudiese.
Benley dejó en suspenso la decisión final. ¿Qué quería? ¿Ver el apoyo de los suyos ante el líder religioso? ¿Qué opinaba él? Sandro había dicho que estaría bien matar a toda aquella gente. Anette le había apoyado. Era idea de Simo. Estaba bien. Matar gente porque ellos eran los lobos. Una idea fantástica.
-Solo eres un perro sediento de sangre, Sandro. Un perro rabioso. Por eso te uniste a Linch cuando se rebeló.-Se alegraría de perderle de vista. Pasó por delante de Rivers.-Ten cuidado Rivers, esta vez no estaré ahí para remendar lo que quede de tu trasero.-Y Finalmente topó con Anette.-¿Así que matarles a todos te parece bien?-Asintió.-Fantástico, Anette.-Pensó en decir algo más. Se cortó, decidió salir de la sala y perderse en aquel refugio. Topó con uno de los luchadores por la libertad.-Un gimnasio. ¿Dónde?-Estaba de mal humor y aún no sabía exactamente porque. Buscaba algo a lo que golpear. Un saco de boxeo, un pedazo de carne helada colgando de un gancho, la cara de Sandro. Algo que destrozar a puñetazos.
Y lo golpearía. Se aislaría de todos para dar rienda suelta a su rabia. Porque tenían un oficial que lloriqueaba al que un líder religioso parecía haberle sorbido el seso. Golpearía porque la mitad de sus compañeros eran todos unos sádicos dementes en busca de sangre. Y la otra mitad estaban muertos. No había podido salvarles. No era culpa suya. El hecho claro es que no estaban allí. Ya había visto demasiadas muertes. Algunos de sus compañeros buscaban más. Sandro, aún seguía infectado por el virus que le había vuelto loco. O quizás había sido así siempre. ¿Y que diablos le pasaba a Anette? ¿Y a Simo? Lo de Rivers lo entendía, siempre hacia lo que le salía de las pelotas. Golpeó hasta que sus manos le dolieron, y entonces golpeó un poco más. Se cansó, jadeó. Las dudas y la rabia desaparecieron. Su cerebro era como un viejo motor, tenía que dar escape a sus gases más calientes o explotaría en el momento menos oportuno. Así se mantenía frío.
Se dio una ducha, se aseó, y fue a la ver a la civil. La preguntaría que quería hacer y la aseguraría que cuidarían de ella hasta que se encontrase en un sitio al que pudiese llamar hogar. Esas eran sus órdenes. Luego revisaría sus armas y las mantendría a mano, también su armadura, la cual limpiaría. Puede que no fuese la mejor protección en esos tiempos modernos pero era la única que tenía.
Salió a despedir a Sandro y a Rivers, si es que eso se podía llamar despedida. Balsani se ofreció a ir con ellos. Era una locura. Aunque era lo más sensato que le había visto hacer a Balsani. No se fueron, apareció Nela. Una nave llegaba. Problemas. Les habían encontrado. Droides u hombres de la corporación Weyland.
-Que viene el lobo...-Logró decir. Algo en las palabras de Nela no encajaba.- ¿Qué lo presiente?-Por lo visto aquel hombre tenía duendes o dragones espaciales que le decían que los que iban en esa nave no eran los suyos. Hizo acto de presencia. No se dejó impresionar. De todos los allí presentes él era uno de los pocos hombres de ciencia. Si se ponían ahora a respetar esas ideas locas sobre brujerías o premoniciones ya podía tirar su ordenador de mano y el botiquín, curaría a la gente dando saltitos a su alrededor y una varita mágica. Por supuesto Yamec aseguraba que su llegada era obra del destino, de una fuerza superior. Dillon era bastante espiritual pero toda aquella palabrería se parecía más a la farándula y al engaño que a una verdadera fe. Lo miró desde abajo y le respondió aunque nadie le había preguntado. Tenía en mente las palabras de Benley. "La mano de Dios les había traído hasta él".
-Si yo fuese el líder de un reducido grupo de guerreros, inocentes, y de fe, que se enfrenta a una mega corporación que parece invencible, también tendría a bien considerar cada golpe de buena suerte una intervención del destino o del mismo Dios. Pero no vi a Dios mientras mi compañía se arrastraba deshidratada y hambrienta por el desierto. Tampoco lo vi en los rostros de mis compañeros muertos. Y desde luego, tampoco lo veo he visto aquí. Si tan seguro está que esa nave está llena de enemigos, vuélela antes de que aterrice.-Pero diría que no podían, que no tenían armamento, hombres, etc., cuando en verdad solo quería esconder la duda. Yamec no podía saber si esa era una nave rival. Habían facilitado los códigos, podían haber sido robados, si, pero también podían no serlo. Yamec no estaba seguro. Y toda la lógica del mundo dependía de que Yamec no lo estuviese. No podía empezar a creer en la magia tan pronto.
Se colocó frente a Benley y se cuadró para esperar órdenes.
-¿Señor?
Jake Rivers
-Al fin reaccionas maldito- piensa al escuchar las palabras de Benley. Prefiere ignorar que se haya llamado a si mismo “Pato Cabrón”. Lo importante es que esté empezando a dar órdenes, en uno u otro sentido. Le gustaría no haber tenido que pasar por esto, ahora la imagen de Benley como líder está un poco comprometida, muchos podrían no tomarle en serio. Él desde luego no lo tiene precisamente por un gran oficial, no después de lo visto, pero piensa que deben concederle el beneficio de la duda. Por una vez va a intentar portarse bien, ya verán como salen las cosas después.
Recibe órdenes, casi las echaba de menos. La parte mala es llevar a Sandro como compañero, preferiría cualquier otro, incluso ir solo. Conoce bien la capacidad de combate de ese bastardo, probablemente es el único igual de sanguinario que él mismo. También era uno de los traidores, el único superviviente. Eso significa que no solo estuvo dispuesto a abandonar la unidad Sigma, además abandonó a los traidores cuando le fue necesario. Son malas noticias, alguien debería estar custodiándole en lugar de usarle como compañero. Esta orden se la discutiría incluso al coronel, y ese era un oficial al que sí respetaba profundamente. No obstante dijo que sabría acatar las órdenes recibidas. A todas luces esto le parece un castigo, tal vez Benley confíe en que ambos se maten el uno al otro para así quitarse de en medio dos miembros molestos de la unidad. Puede llegar a comprenderlo, y comprenderlo no libraría a Benley de un par de gritos… en cualquier otro momento. Ahora mismo sus compañeros podrían no aguantar más caos. Ya se insubordinará cuando el liderazgo esté un poco más afianzado, si es que sobrevive tanto, hasta entonces toca resignarse.
Carlo decide unirse a la misión de rescate. En parte lo agradece, pero si él está dispuesto a tragar por el bien de todos, Carlo también debería hacerlo. –Nuestro contrato dice cuantos años de servicio debemos prestar, Carlo. Puedes considerar que caducó hace años o que aún no lo has cumplido, es decisión tuya- aunque eso último está bastante claro – Pero si llegamos a por el sargento, entonces no habrán transcurrido los cincuenta años y seguirás siendo legalmente un marine - Suelta una carcajada sin previo aviso. De pronto la situación le ha hecho gracia. Si viajan en el tiempo al futuro no son marines, pero si vuelven al pasado siguen siéndolo. Todo esto no tiene ningún sentido para él. Por eso ríe, no conoce ningún otro modo de tratar el asunto, su mente es incapaz de procesarlo. –Haz lo que quieras, pero pídele permiso a Benley, no creo que te lo niegue, y yo no me voy a quejar por llevar un tirador más- espera que le dejen llevar armas a él también, no se lo había planteado, pero probablemente las necesitará.
Escucha la advertencia de Dillon, curiosa forma de despedirse. –Tranquilo, volveremos para que puedas cosernos una vez más, nadie quiere que te expulsen del club de costura-. El médico parece el único, a parte de Rivers, que sigue siendo él mismo. Hace unos momentos ha escuchado sugerir que secuestren una nave civil. ¿Por qué motivo? La libertad y la rebeldía están bien, pero actuar solo porque pueden hacerlo es un desprestigio para sus habilidades. Espera que reaccionen antes o después
Está preparado para avanzar, siempre cuidadoso porque no se fía ni de Sandro ni del “guerrero de fe”. – ¿Por qué no se harán llamar guerreros de Dios? Entonces llegan las noticias. Le parece extraña la historia. Una nave da los códigos de acceso correctos pero la consideran enemiga porque… ¿Dios se lo ha dicho a Yamec? Supone que debe ser así, o al menos ellos deben creerlo.
Ya estaba decidido a partir, pero esto puede cambiar las cosas. Mira a Benley – ¿Nos necesitarás por aquí?- la unidad ya está bastante reducida. Si el cabo decidiese hacerles combatir sería imprudente no contar con todos los efectivos. Después de todo pretende ir a rescatar al sargento, pero aquí hay más vidas que pueden estar en juego, quiere creer que siguen siendo un equipo.
Helen McFersson
Benley había decidido recapacitar, y había respondido a Helen usando la misma alegoría que ella había usado con los patos de Texas. Con cierta resignación, iba a ser el líder de la "bandada" aunque la unidad Sigma 5 estaba más cerca de ser una banda que una bandada. La lógica de su actuación causo cierto orden en los cálculos de comportamiento que ella tenía, era lo que sus compañeros denominarían alegría. Envió a Rivers y Sandro a buscar al sargento. No eran los más apropiados, pero tampoco los menos indicados para dicha tarea. Por un microsegundo considero el indicarle los nombres adecuados, pero un segundo pensamiento le dijo que no solo no serviría de nada, sino que además la pondría a ella en peor situación.
La marcha se ve interrumpida, no solo por el nuevo chico por parte de Yamec, sino por la entrada de una nave. La gente esta inquieta debido a que aunque ha facilitado los códigos adecuadamente, su líder dice que no es de los suyos. Ghost se pregunta a que esperan para convertirla en una bola de fuego. De seguro Rivers con un SADAR haría los honores gustoso de derribarla. Ghost presiente que la llegada de la nave es, en cierto modo, una prueba para la fe de esa gente respecto a su líder o su dios. ¿O por el contrario es una prueba de lealtades para los restos de la unidad Sigma 5? De ser así, lo lógico seria devolverles el favor ayudándolos.
- Creo cabo, que si queremos ganarnos ese billete de salida de este pedrusco tendremos que trabajar para esta gente. Es nuestro jodido trabajo a fin de cuentas, así que deberíamos ponernos manos al asunto antes de que la nave aterrice. Así que dígame rapidito donde coloco a mi "amiga". Supongo que ellos no saben que sabemos que han pirateado los códigos de acceso. ¿Dónde se supone tenemos que darles la bienvenida?
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