martes, 24 de julio de 2012

Al sur de Hiperbórea. El Mar - 21




Terminamos el relato. Los protagonistas llegan al mar, y Aswarya descubre toda la fuerza, belleza y misterio que viven en sus aguas. 




La tormenta nos acompañó la parte final del viaje. Alcanzamos el delta del Nezvaya, que regaba y donaba la vida a multitud de pequeñas aldeas, y la comitiva bordeó el brazo de río más meridional. Los campesinos y caminantes se detenían a vernos pasar, los niños, con sus ojos enormes, ansiando nuevos descubrimientos, chillando, riendo, corren junto a los caballos. Es gente alegre y sencilla. Y pobre.


Las lluvias continuaron hasta la brumosa mañana del quinto día. El sol despegó flecos de niebla que ascendían perezosos del lodazal que era el camino, el cual nos condujo hasta un promontorio desde el que se dominaba la costa oeste del Mar de Vilayet.

-El Mar de Vilayet, Aswarya –anunció Lucos-.

¡¡El mar, el mar!!! Llegamos y los ojos se me nublan de ansiedad al verlo. Nos detuvimos para contemplar, extasiados, el espectáculo de fuerza salvaje infinita. Cuando reanudan la marcha, un buen rato después, todavía Sando, Shezwena, dos soldados, Lucos y yo, permanecemos ensimismados mirando, maravillados, el horizonte.



Es enorme, azul y furioso. Da miedo. Es hermoso y da miedo. Lucos se ríe de mí, Sando está entusiasmado. Yo siento como si una mano enorme y azul se abalanzara sobre mí y me pregunto como será sumergirse en él. Oscuro y salado. Terrible. Un monstruo al lado de los tranquilos ríos. Las olas rompen contra las rocas formando nubes de espuma. No se puede beber. El aire trae un olor que no conocía.

-Es impresionante, impresionante -digo, y lo repito aunque mi voz no se oiga en medio del ruido del oleaje. Me da miedo, me da miedo, lo ahogados en él gritan desesperados y sé que si cierro los ojos sentiré como es hundirse en el ese lugar frío y oscuro-. ¿Cómo pueden los barcos navegar en él? ¿Cómo es posible que no tengan miedo?

Aquella masa de agua, de azules intensos, de celestes, de tonalidades verdes desconocidas y nuevas la vista, se extiende de norte a sur, y no tiene fin hacia el este. Brillan lo que me parecen estrellas innumerables en los reflejos arrancados a las crestas plateadas de las olas. El oleaje sigue bramando contra los acantilados, poderoso y contundente, a la vez que suave, cadencioso el rumor cuando muere en las playas de arena dorada y piedras de cantos pulidos donde las olas retrocede espumeantes. Los ojos de Sando están abiertos como platos, su pecho se agitaba deprisa. Igual que el mío.



El mar. Al fin, el Mar. Y, más allá, ¿qué me aguarda, qué encontraré? Qué importa ahora.

El Mar. 

viernes, 6 de julio de 2012

Al sur de Hiperbórea. El Mar -20



La noche transcurrió serena y cálida, un manto que arropó y protegió a los dos amantes. Al amanecer una comitiva partió: Lucos, Sando, la princesa y su doncella, Shezwena, el guardia, una docena de soldados, y yo. No creemos que haya dificultades en esa parte del trayecto, con caminos vigilados, bastantes aldeas y pueblos, y, al final del destino, la costa, el Mar de Vilayet y el barco que aguarda paciente a la princesa.

No encontramos al malnacido de Kerkan.

Partimos, siguiendo la corriente del río, cuatro jornadas más que se sucedieron sin incidentes, tranquilas, lentas, acompañados por un sol de justicia y noches cuajadas de estrellas. Aswarya abandona parte de su pasado, arrancado de forma brutal, en una tierra en la cual no podía ser de otro modo, donde se vivía bajo la violencia, la barbarie y el poder de la espada. Pero ella demostró que incluso el acero mejor templado puede doblegarse. Ella, yo.

Caminamos con esperanza hacia un futuro cuajado de interrogantes, sin saber con seguridad qué espero de él. ¿He cometido un error? Me entregué a Lucos porque mi cuerpo y  corazón lo ansiaban. Fue una liberación. ¿Amo a Lucos? ¿Solo lo deseo y quiero como amigo, como amante? Es el mejor hombre que he conocido desde que abandoné la aldea muerta, allá, en la lejana Hiperbórea. Con sus defectos y virtudes, pendenciero, jugador, algo temerario, audaz, taciturno y silencioso. ¿Acaso no comparto buena parte de esas características? No obstante, soy más reflexiva, más paciente. En la mirada de Lucos veo el deseo físico hacia mí. Creo que en mis ojos se refleja idéntica emoción hacia él. También veo que me ama. ¿Fue una equivocación por parte de los dos? Qué importa ahora.

Lucos acepta la paciencia que le solicito. Al tercer día, en una tarde donde la lluvia irrumpió de pronto en la travesía de los viajeros, el aventurero tomó la iniciativa. Esperaba que lo hiciese. Miraba el río bajo la lluvia y él me abrazó por la espalda, rodeó mi cintura con las manos y acarició finalmente mis pechos. Nos besamos y nos amamos bajo el chaparrón, apoyada en el tronco de un árbol y mis piernas entrelazadas en torno a las caderas de él.

Los relámpagos iluminaron el oscuro atardecer y las nubes tronaron allá en lo alto.

¿Qué pensarían los espíritus, qué sienten? Aún los noto, a mi lado, de alguna manera. Verían que Aswarya empezó a dominar un tanto el idioma de la princesa, y las conversaciones fueron más fluidas. Zawinnia estaba por completo subyugada por ella, por el misterio que la rodea, por tus orígenes. Se darían cuenta lo mismo que la muchacha que soy, que pronto el nacimiento de los celos en su doncella nace y crece y cómo esta rondaba a Lucos. Él, o no se daba cuenta, o se hacía el despistado, con frecuencia conversaba con el guardia de la princesa, con quien entabló cierta amistad, si bien este hombre era parco en palabras y poco o nada se separaba de su señora. Con todo, no hubo problemas. Y lo que fue mejor, Zawinnia se ofreció a llevar consigo a Sando y educarlo en el palacio de su futuro esposo, como si fuese alguien más de su familia. A Lucos le pareció una excelente idea, pues a pesar de que no le gustaba el riesgo que el niño corría con ellos y su forma de vida, no quería dejarlo en la guarnición, donde crecería entre burdos soldados, lo tratarían casi igual que a un esclavo para convertirse finalmente en uno más de ellos. Él sabía de lo que hablaba. Aswarya estuvo de acuerdo, deseaba que siguiera con ella.

Eso verían y vivirían a través de mis ojos. Y mas, que ni yo misma se.

Continuamos el viaje, los días son tranquilos. Azules, húmedos de río y de lluvia. ¿Y el mar? Pronto, muy pronto. No quiero pensar en el futuro, ni en el pasado. Sólo en el presente. La tristeza está dentro de mí pero ahora se mezcla con melancolía, el deseo por Lucos se entremezcla con un cariño que me da miedo sentir. Miro la pulsera que llevo y pienso que presto demasiada atención a los símbolos, cuando lo realmente importante es lo que hay detrás de ellos. Quiero darle algo a la princesa, para que me recuerde, le pediré un mechón de su cabello y lo trenzaré con el mío en torno a una tira de cuero. Un símbolo de amistad sin más valor que su significado. ¿Lo hago por ella? En realidad es por mí. De nuevo por mí.

Me siento junto a ella cada vez más tranquila. Hablo de mi hogar, recuerdo cosas hermosas. Imagino que sigue allí y que podría volver algún día. No le cuento lo que sucedió realmente, como si me hubiera ido un día antes, unas horas antes y ahora viajaría pensando que tengo un lugar al que volver. Pero son sus historias las que me interesan, sus modales tan suaves, que me hacen sentir torpe. Se ofrece para cuidar a Sando y mi agradecimiento no tiene límites.

-Conmigo sólo correrá peligros, lamentaré separarme de él pero es lo mejor -le digo, la sombra de la separación es suave porque sé que Sando estará bien. No es mi hijo. En mi familia sólo hemos tenido hijas durante muchas generaciones. Pero quizás eso cambie, porque las cosas ya no son iguales. A veces me cuesta recordarlo-. Lamentaría mucho ponerlo en peligro, Sando ha sufrido demasiado.

Lo sé. Ha sufrido igual que yo. Es por mí.

-¿Cómo vivirá en tu palacio? ¿Cómo lo educarás? -intento parecer cortés e interesada, no quiero juzgar su forma de vida, la mía no tiene porqué ser mejor. La mía nos ha llevado a la muerte. Y este mundo por el que camino ahora es muy distinto al mío.

- Crezse felis. Hombre sabio enseña. Será muchacho fuerte, hombre de verdazs. Tú verás. Tú con él un tiempo, ¿zsí?

Sonrío. No lo se. ¿Qué haré? No tengo miedo. Lucos me abraza y sonríe y yo me siento bien. Sando ríe y se sienta a mi lado a ver caer la lluvia y me pregunta por las altas montañas, tan extrañas para él como para mí el mar. Pronto lo veré, pronto y mi impaciencia le hace reír como si yo fuera tan niña como él. Ante lo nuevo todos somos niños otra vez. Reímos, levanto la cabeza y me encuentro con la mirada de Shezwena, mirada que no puede esconder lo que siente. Sus celos enturbian estos días sencillos en paz. La doncella pone sus ojos en Lucos, aunque él no la mira como me mira a mí. No he intentado hablar con ella, no es una lucha entre nosotras, es él quien tiene que decidir y no dejaré que vea que me siento mal si me deja y se vuelve hacia ella. Los celos son crueles y duelen. No quiero sufrir más. Tampoco siento que Lucos sea mío, no me pertenece. Sólo me acompaña como el medallón de mis antepasados y quizás algún día desaparezca como lo hizo el cinturón. Y yo seguiré adelante y no iré tras él aunque me duela. Por mucho que me duela.


miércoles, 4 de julio de 2012

Al sur de Hiperbórea. El Mar -19




Fueron dos jornadas de silencio preñadas de él, el  día y la noche. Encerrada en mí misma, en un mutismo solitario, impenetrable, abrasada mi alma por el fuego de un dolor incomprensible para los demás. Soy joven, estoy viva, tengo el futuro incierto por delante, la esperanza de encontrar a Sando. Viajo con una princesa y con Lucos, pendenciero, jugador, temerario, pero un buen hombre comparado con lo que podía encontrar en estas tierras desoladas. Sin embargo, me encuentro sola, desesperadamente sola, a pesar de conservar el medallón de los ancestros. Lloro por las noches y entierro más de una vez la cara en la tierra. Dejo las huellas de mi angustia sin lavarme el rostro.

Lucos se mantuvo algo ausente; si le mostraba una sonrisa, la devolvía, si le hablaba, me respondía, no obstante supo dejarme con mi dolor, a sabiendas de que esa amarga bilis debe ser devorada por cada uno de nosotros. La doncella y la princesa me observaban recelosas, no decían nada. Y el guardia, poco a poco, se recuperó con mis cuidados y bálsamos, lo mismo que Lucos.

Los cinco llegamos al punto del río donde existía el servicio de transporte custodiado por una patrulla de una docena de soldados. Nos ofrecieron comida y bebida y tres de ellos nos acompañaron mientras cruzábamos el río Nezvaya hacia la ribera sur. Otro día y medio más hasta que entrábamos por la puerta principal de la guarnición que había mencionado Kerkan días atrás.

Aquí nos aguardaban varias sorpresas.

Por una parte, el comandante al mando de la guarnición turania, Leremak – un hombre de sonrisa siniestra, expresión amargada, grande como un oso, barbudo y poco dado a la limpieza personal por su aspecto sucio y desgreñado-, nos informó que kerkan había llegado allí hacía dos días, contando una historia acerca del ataque a la caravana de la princesa y que todos resultaron muertos, y la princesa capturada. Solo él y un niño lograron escapar. Leremak dio orden de buscar al mentiroso Kerkan, sin embargo fue informado que lo habían visto huir a caballo a galope un rato antes.

-El canalla parece que os ha visto. Enviaré a una patrulla tras él –señaló Leremak sin mostrar emoción alguna- Podréis hacer con su vida lo que deseéis, princesa. Es un traidor. Personalmente lo colgaría desnudo al sol, unos cuantos días, para que lo devoren los tábanos y demás insectos y las aves de rapiña mientras el ardiente disco le arranca la piel. Tras una buena tanda de latigazos, por supuesto. Disculpad mi lenguaje –añadió cuando notó la mueca de repulsión de la princesa Zawinnia.

Después apareció Sando. Se encontraba bien, y la sonrisa que se extendió en su cara quizá me hizo olvidar y mitigar un poco el dolor que arrastraba mi alma por la pérdida del cinturón de huesos.

-¡¡Aswarya!! ¡¡Lucos!!

Me abrazó tan fuerte que su ímpetu casi me tira. Tras unos momentos, abrazó luego a Lucos.

-¡Estaba seguro de que vendríais a por mí! Kerkan decía que no, que estabais muertos, ¡pero no, no podía ser!

Leremak apuntó que en unos días se unirían a sus hombres otro regimiento del ejército para batir los páramos del norte y limpiarlas de esa escoria de bandidos. Un sargento se ocupó de nuestros alojamientos y nos dejaron descansar hasta reiniciar el viaje. Zawinnia nos pidió, nos rogó más bien, que siguiéramos con ella. Le entregó a Lucos una bolsita repleta de diminutas gemas como adelanto, y a mí un par de brazaletes de oro puro. Sí, pensamos ir con ella, a conocer el mar de Vilayet como yo
deseaba.

Ver el mar y navegar.

En esos tres días Lucos perdió el contenido completo de la bolsa, aunque sin que se le borrase la sonrisa de la boca, en particular cuando me mira. Se enzarzó en un par de peleas de las que no recordaba el motivo y probablemente empezó él debido a su temperamento; rechazó cualquier acercamiento de las prostitutas que viven en un gran cobertizo montado para el disfrute de los soldados. Soldados que me miran raro, inquietos, pues la presencia de alguien como yo, de la que corre el rumor que es una bruja, y mi aspecto así lo señala, al menos para ellos. La princesa me invita a su tienda todas las tardes y me pregunta cosas de mi pasado por intermediación de su doncella. A veces me baño con Sando en una zona apartada entre juncos del río.

La noche es agradable aquí, junto al río. Agradable y oscura, no hay luna, nadie me ve. Mañana partiremos de nuevo después de estos extraños días. Extraños. Todo se había vuelto gris, como si lo viera todo a través de un velo. Grises los caminos, grises los hombres. Gris la guarnición. Un lugar tranquilo donde reposar, la felicidad de abrazar a Sando y revolverle el pelo. Me da igual lo que hagan con Kerkan, no es asunto mío. Nos dejó abandonado a Sando, lo trajo hasta donde estaba a salvo, no puedo odiarle. En realidad es como si ya no pudiera odiar, ni sentir.

Lavé mi rostro y sólo se veían las heridas del cuerpo, mi ojo amoratado que la princesa siempre mira con preocupación cuando acudo a visitarla. Se irá poco a poco, las heridas del cuerpo sanan más rápido que las del alma. Mucho más rápido. Durante estos días he caminado entre los vivos como si estuviera muerta, negándome la posibilidad de sonreír. Sólo Sando ha conseguido sacarme alguna sonrisa, las demás han sido forzadas. Sólo Sando viene a mí, me abraza, juega conmigo, los demás tienen miedo de tocarme. ¿Acaso no era lo que deseaba? Estar sola. Hundirme en el dolor hasta que enloqueciera y dejara de recordarlo. Como si no sentir dolor fuera traicionarles de algún modo. Alargo las manos esperando que los fantasmas las rocen pero no hay nadie. Sólo hay vivos envueltos en niebla.

No puedo seguir así.

Estaba despierta cuando Lucos entró, con pasos torpes. Lo estaba esperando. Corrí hacia su manta y me apreté contra él, deseando que aquellos brazos que siempre han sido suaves conmigo me rodearan y me apretaran. Busqué su boca con ansia, con desesperación, sabía a alcohol y acero. Frotamos nuestros cuerpos mientras el deseo nos encendía, sus manos jugaban con mis pechos, su lengua acariciaba mi vientre, me llenó. Y yo dejé que fuera él quien marcara el ritmo, sudando, jadeando, intentando no pensar en nada más que en estar viva. Yo lo arranqué de los brazos de la muerte. ¿No era esto lo que deseaba? Lo que llevo deseando mucho tiempo sin querer admitirlo, pues ya he cometido muchos errores. ¿Uno más no importa? ¿No es eso la vida? Y yo estoy viva, estoy viva. Deseo estar viva.

Lucos se derramó dentro de mí y se apartó, jadeando, pero yo no me sentí plena. No sé si él lo notó. Estuvimos en silencio un rato. Yo intentaba ver algo en la oscuridad y me volví hacia él y le di un beso en la mejilla.

-Hoy sí, mañana no... No es fácil. Sé paciente conmigo -le susurré, aunque no sabía si estaba ya dormido. Su respiración ya no era agitada, sus ojos parecían cerrados. Salí de debajo de la manta y me alejo. Me giro y lo veo contemplarme. Asiente con la cabeza, me comprende. Me deja marchar sola.

Y ahora estoy aquí, junto al rió. Sando y yo nos bañamos esta mañana. Me siento en la orilla y miro el cielo sin luna. Mañana partiremos. Es el día propicio. O no. Pero no puedo esperar más. Tengo miedo.

Hundo mis manos en la tierra húmeda, me quito los brazales, la pulsera, no debo llevar nada en el viaje. Desprenderme del medallón es el último paso, me cuesta hacerlo. Lleva mucho tiempo junto a mi pecho, pero tengo que ir sola, esta vez tengo que ir sola. Lo entierro todo junto. El pasado junto al presente. Mis antepasados y una amiga a la que no entiendo. De pequeña siempre quise tener hermanas.

No estoy preparada, lo sé, pero es el momento. He sido tierra, he sido agua, he sido fuego, me falta ser viento, si lo fuera podría apartar los velos pero no estoy preparada. Tengo miedo. Cierro los ojos y busco, busco en el aire, una lágrima cae desde mi ojo sano. Tardo más de lo normal en encontrar el puente. No hay manos que me guíen ahora. Camino sola y el puente está vacío. Nadie me espera al otro. Podría no cruzarlo, aún estoy a tiempo. Las maderas parecen crujir cuando las piso pero yo ya debería ser aire. Al otro lado no hay nadie.

Camino. Vuelo. Aquí es también todo gris. Estoy en medio de los dos mundos y no puedo escapar de ninguno de los dos. Ciega en ambos. Me pierdo. Avanzo despacio, cada vez me siento más etérea, ahora empiezo a verlos. Ellos no me miran, no pueden verme. Casi todos hombres, casi todos soldados. Muertes violentas, heridas, sangre. No hay muertos agradables en una guarnición. Intento llamar su atención pero no pueden verme. Todavía no.

Tengo miedo. Quizás no lo consiga. Ahora me muevo entre ellos, intento ser una de ellos. Me rozan. Sólo uno de ellos. Una línea blanca en medio del infinito gris. Es ella. Puedo verla. Parece que me sonríe. Puede verme. Alargo la mano pero soy aire y toco aire. El contacto me estremece. Veo imágenes de lo que fue, de lo que sentía. Una prostituta de la guarnición. Me dejo guiar, conjuro imágenes para que me entienda. Los hombres la miran y me miran. Algunos extienden sus manos. Todos recuerdan la vida y las imágenes son demasiadas, demasiada ansia por agarrar la poca vida que les ofrezco. Se van haciendo nítidos al mismo tiempo que se difuminan. No es fácil hablar con ellos. Soy extranjera y ellos no están acostumbrados. Si mi abuela me acompañara sería más fácil, pero tenía que hacerlo sola. Soy yo la que tiene que controlar su vida y no perderse. A veces es tan difícil.

Me cuesta dejarlos. Me cuesta volver al mundo de lo vivos. Mis manos arañan la tierra y abro los ojos muy lentamente. Reconozco apenas el lugar, que ahora parece haberse librado del manto gris. He sido aire y he vuelto. Sé que mi abuela estaría orgullosa de mí. Desentierro el medallón y vuelvo a ponérmelo, los brazaletes, la pulsera. El aire huele a humedad. Yo huelo a sudor. Me acerco al agua y dejo que la fría corriente me cubra, sentir, eso es lo que quiero. Frío, miedo, dolor, alegría. Estoy viva, y puedo flotar entre los muertos.

Vuelvo después con Lucos y me abrazo a el bajo la manta, intentando no despertarle. Mi cabello mojado se extiende sobre su pecho y yo cierro los ojos. Mañana partiremos, y aún tengo cosas que perder.

- Me gusta el olor de tu cuerpo, Aswarya –Lucos no duerme, o se ha despertado. Hace una pausa-. Contigo siento que nada en este mundo, hombre o bestia, puede detenerme. ¿Te das cuenta que nos has salvado a todos?

Me abrazo a su cuerpo mientras habla y apenas puedo susurrar.

-Pero lo hice por mí, Lucos, lo hice por mí. Sólo por mí.

Quizás siempre lo he sabido pero no me he dado cuenta hasta que Lucos me ha hecho la pregunta. Si camino, si hablo, si juego con Sando en el río o acaricio a Lucos una noche no es por ellos, es por mi. Sobrevivo, y no puedo hacerlo sola. Es demasiado duro no tener a alguien al lado, no poder cerrar los ojos sabiendo que te abrazarán si tienes una pesadilla. Los espíritus a veces sólo chillan desesperados. No puedo hacer nada por ellos, ni por nadie.

Sólo por mí.





lunes, 2 de julio de 2012

al sur de Hiperbórea. El Mar -18



Lucos vio el dolor y la angustia reflejados en la desesperada expresión que compusieron las bellas facciones de Aswarya. Se acercó a ella y, con cierta timidez, abrazó su hermoso cuerpo, intentando transmitirte su calor y amistad. Al poco se decidió a decir algo:

-Si quieres…podríamos intentar regresar. No es buena idea, desde luego. Ellos no lo comprenderán –señaló a la princesa y sus servidores-. Aquella parte del bosque se transformó en un caos. El muro que surgió…la cosa esa. Dudo que podamos encontrar algo, y, los dioses, el destino o…bueno, o tú y tus…tus magias, nos salvaron el pellejo. Quizá a esta hora se hayan puesto en marcha para perseguirnos de nuevo. La princesa representa mucho oro.

-No me toques. No me toques -apenas susurro. No me muevo ni evito sus torpes caricias, pero no soporto su contacto ahora. Necesito alejarme. Necesito volar lejos, muy lejos. Soltar mi espíritu. No hay tiempo. Nunca hay tiempo. Estoy anclada a un cuerpo que no pertenece a ningún lugar. Ni a nadie. Sólo cuando las lágrimas salen de mis ojos me siento viva. Me pongo de rodillas y entierro mi rostro en la tierra, aullando de dolor para que sólo ella me escuche. No lo entendéis, dejadme sola. Ya estoy sola.

El espasmo pasa y los miro, sin comprender. ¿Por qué están preocupados por mi? Estamos vivos. Eso es lo que importa. Estamos vivos. Sólo me han amputado una parte de mi alma, pero se puede vivir sin un brazo, y sin una pierna. Cojear te hace ir más despacio, pero no te impide andar. Ni siquiera pueden saberlo porque la parte que me han amputado no se ve.

Ahora es como si caminara por un espacio vacío e infinito, donde no hay nada. Muertos desconocidos, gente que no conoce ni entiende, que no está atada a mí. Me pregunto qué habrá sido de ellos. Si se habrán liberado de su prisión de hueso ahora que el cinturón se ha roto o si seguirán atados a ella. Vagando entre los espíritus de los que nos han perseguido. Quizás sigan luchando con ellos. Quizás, quizás... pero ya no importa. Ahora tengo que aprender a caminar sola.

-No podemos regresar -contesto a Lucos, sé que tiene buenas intenciones, que si se lo pido iría conmigo a buscar uno a uno los huesos del cinturón pero no es lo que debemos hacer. Están ellos. La princesa de los grandes ojos negros y asustados. No se merecía pasar por esto. Hemos sobrevivido. Estamos vivos. Eso debería ser lo importante, eso debería consolarme... No es tan fácil. Nunca me han enseñado a perder.

Lucos se aparta. Se queda callado. La doncella me ofrece un cuenco para que beba su contenido. Su sabor amargo me espabila. Pero a la hora de levantarme tengo que quedarme un poco más sentada; mareada, el mundo da vueltas. Lucos me sostiene. Lucos, siempre él.

-Cuidado. No estás bien. Ninguno de nosotros lo estamos. No apostaría nada por este grupo, jajajaja. Bien pensado, sí lo haría, seguimos vivos, así que ganaría un buen puñado de monedas.

¿Regresar? ¿Lucos lo dice en serio? Se que el aventurero haría por mí lo que fuese. Y mucho más ahora, sus claros ojos traslucen sus pensamientos. Lucos actúa, después reflexiona. ¿Y yo? No es para nada una opción prudente volver en busca de mi cinturón. Representa mucho para mí, ¿tanto como para arriesgar su vida una vez más?

-Es tarde, Lucos. Ya lo hemos perdido. Y tenemos que ayudarlos a ellos, encontrar a Sando y a tu... ¿amigo? No podemos pararnos a llorar ahora. No podemos volver. Aposté y perdí, eso es todo. A veces se pierde, lo sabes bien. No vamos a volver. Sólo me duele.

Bebo y el acre sabor parece darme unas fuerzas que no tengo. Es hora de seguir. No puedo. Todo da vueltas. Me apoyo en el hombro de Lucos. Fuerte, seguro, cálido. Me apoyo en su brazo y parece más real que todo lo que hemos vivido esta noche, lo único real. Necesitamos descansar, pero no hasta que el peligro haya pasado. Cierro los ojos un momento, todo está oscuro con los ojos cerrados. Oscuro y vacío. Los abro y miro a mi alrededor como si todo fuera nuevo, pero no lo es.

-Sí, sigamos adelante -murmuro-. Tenemos que ver el mar.

No sé si Lucos me oye, si la princesa y su doncella me entienden. Las lágrimas han dejado surcos oscuros en mi rostro lleno de arena. Harán juego con el morado del ojo. Si antes era exótica en este lugar extraño ahora pareceré un monstruo.

-No apostemos nada, Lucos. No apostemos, no perdamos. No puedo perder nada más.

¿Me queda algo por perder? Los vivos, los que me rodean. Extiendo mi brazo para apoyarme en la doncella, me acerco al hombre para ayudarlo con intención de preparar un emplasto. Toco su carne herida. El tacto de los vivos me resulta extraño. Casi incómodo. Entonces veo la pulsera que me regaló la princesa. La conservo. La acarició con las yemas de mis dedos. Me une a la realidad.

-Estamos vivos. Pensemos en eso -es más fácil decirlo que hacerlo. Los miro. Quizás algún día lleve otro cinturón sobre mi piel, pero no será hoy cuando lo empiece y eso me alegra. Ojalá no pueda llevarlo nunca. Ojalá no pierda nunca nada más.