martes, 31 de enero de 2012

Hechicería y Acero, 11 a 13


11



El caballero mercenario, desconfiado por naturaleza, no aceptaba que los dioses o la fortuna les mostraran su rostro amable por una vez. No se fiaba, salió y regresó con los caballos. ¿Qué sentido tenía una trampa? Los dioses eran caprichosos; si es que existían, ¿pero encontrarse de pronto con Maclo? ¿O que aquella vieja ni siquiera les pidiese explicaciones o se sintiera atemorizada por su presencia? Tampoco la mujer que cocinaba había dicho nada…Sospechoso. Se quedó vigilando, observando la extensa llanura blanca, acompañado por las ocasionales ráfagas de viento helado; despuntó en el horizonte oriental la primera hebra encendida de la aurora.

En el interior de la cabaña, Sablen y Keito asintieron y reafirmaron las palabras de Bazag. La sonrisa de Maclo se borró cuando Bazag mencionó el regreso y preguntó acerca de sus penurias, trocándose en una ligera mueca de tristeza, inclinó y ocultó la cabeza en sus manos, se refugió nuevamente en el ancho torso de Sablen. Con voz entrecortada susurró parte de su historia:

- Fui prisionera y esclava de una bruja odiosa…Whosoran también…Es un hombre valiente de voluntad de hierro. Logramos escapar…la bruja creyó que moriríamos en esos páramos, ese desierto helado, sin comida ni ropa apenas…Durante…creo que durante más de tres días vagamos en dirección este, hacia el mar…Whosoran no me abandonó…ni yo a él. Cargó conmigo cuando podía haberme dejado tirada, cubierta y congelada por la nieve para la eternidad.


La mujer que atendía los fogones se giró con una cazuela humeante que llevó hasta la mesa. Superaba los treinta años, sus largos cabellos rizados, negros y no muy limpios enmarcaban un rostro marcado por las cicatrices del inclemente tiempo pero que conservaba parte de atractivo que tuvo en su juventud, dos ojos de un azul intensísimo semejaban zafiros engarzados en su piel de bronce. Unas manos fuertes y callosas por el duro trabajo depositaron la olla sobre la superficie de la mesa de madera. Keito, mujeriego y vividor, sintió pronto una punzada de deseo, pues se adivinaban las curvas del cuerpo de la mujer bajo los harapos y delantal con los que se cubría; Maclo era tabú, pero no el resto de mujeres como así lo atestiguaba su forma de actuar durante el viaje.

- Debes contárselo todo – dijo la mujer a Maclo; esta se estremeció.

Maclo:- Tú sabías que vendrían, igual que lo hicimos nosotros dos.

Mujer:- Algo así, sí. Lo presentí.

Maclo dejó transcurrir un minuto, la anfitriona dispuso unos platos que llenó con la sopa caliente. La anciana se sentó al calor del hogar, y se puso a coser como si nada una tela tan vieja como ella. La joven Maclo suspiró y un hilo de voz surgió de su boca:

- El regreso Bazag…- se apartó del aquilonio.- La bruja…la Señora de las Taigas me…Un sortilegio terrible ha caído sobre mí. Me…-tragó saliva -, me transformo…en…en…loba. De día soy una loba…por la noche mujer, hasta el alba…Pero cada vez menos tiempo mi cuerpo tiene forma humana…Acabaré siendo una bestia de las montañas…Whosoran me ayudará a encontrar una solución antes de eso…

Lloró desconsolada. Sablen os miró, perplejo, le dijo a Keito que informase de esto a Acherus. El viaje de regreso, por tierra o mar, se complicaba si lo que decía la chica era cierto. Keito maldijo por lo bajo, brujería, sintió un escalofrío no a consecuencia de la glacial temperatura, encontró a Acherus de guardia y le dio las nuevas noticias; los dos regresaron al interior (presupongo que lo haces). El grandullón Sablen interrogó con la mirada a la joven asustada y llorosa, que permaneció callada. Keito insistió:

-Repite lo que has dicho. ¿Qué broma es esa? Nadie me habló de hechiceras ni conjuros. Me asquea la magia.

Sablen: Tranquilízate, hyrkanio. Esto es grave. A ver, Maclo, serénate, danos más detalles.

Maclo: No hay mucho más que contar. Esa bruja se presentó una noche en el campamento de los vanires de los que era cautiva…Ella y sus negras artes y sus lobos grandes como….como los leones que vi en el circo de Belverus y de colmillos igual que espadas sanguinolentas mataron y degollaron a todos. ¡Me capturó…y…y…y ya te lo he dicho! ¡Dentro de unos minutos lo veréis!

Se asomó al exterior, el sol se alzaba perezoso. Volvió a la mesa:

- Queda poco. Entonces me creeréis.

Mujer: Comed. Está caliente, no es mucho pero es lo que tenemos. También hay queso y tortas de pan, agua; luego muñiré a la vaca. Podréis dormir en el establo.

Maclo le aferró la muñeca:

- Tú sabes cosas, verdad, ¿Takala? – la mujer clavó sus ojos azules en ella, con expresión de cierta lástima y pesadumbre y después paseó su mirada por los rostros hirsutos de los cinco hombres. Acarició las mejillas de Maclo, sin sonreír:

Takala: Come, muchacha. Recupera fuerzas.

Keito se sentó, inquieto, Sablen le imitó. Se sirvieron dos buenos cazos de la espesa sopa.

Keito, con caldo y pan en la boca, preguntó, irritado, a la vez que la vista se le iba de vez en cuando al cuerpo de Takala:

- ¿Y qué vamos a hacer ahora? ¿Qué disparate es este? ¿Cómo vamos a regresar si de verdad se convierte en lobo?

Sablen: Viejo, te repito que te calmes. Ya has oído a la señora, come. Pensaremos algo – se giró a Whosoran – Gracias por salvar a Maclo de esa arpía. Ven con nosotros, siéntate a nuestro lado. ¿Tenías alguna idea en mente? Si has sido capaz de enfrentare a esa soledad helada de ahí fuera durante varios días, debes ser un tipo fuerte y con recursos.

Keito. Un momento, no sabemos nada de él. ¿Quién eres, amigo? Y algo más, ¿no habrás tocado a la chica, no?

Maclo le dio una bofetada a Keito:

-¿Cómo piensas tal cosa? Él…él – el color sonrosado se arremolinó en sus mejillas -, me trató siempre bien. Siempre has tenido una mente sucia, Keito.

Keito: Hace mucho frío. Tal vez te dio calor y tú a él.

Maclo: Eso no fue de la forma que piensas. ¿Y si así fuera es cosa mía, verdad?

Sablen: Ya basta de memeces. Quedamos cuatro de la partida que salió hace semanas, tenemos un techo, calor y comida. Hace un rato creí que se me congelarían hasta los huesos. Joder, aprovechemos este momento.




Bazag

Maclo no es la primera persona que escapa de un duro cautiverio. Bazag sabe de la existencia de otras, sobretodo mujeres, que son incapaces de dejar atrás los largos días de esclavitud. Le cuesta poco imaginarse para que querían a una joven como ella, por eso había previsto que reaccionase mal si le preguntaban por lo ocurrido, pero debía hacerlo. Es un modo de anticiparse a posibles futuros problemas. Cuando emprendes un rescate debes acabar huyendo. Cuando huyes alguien te persigue. Es mejor saber quien, de cuanta fuerza dispone, y hasta donde está dispuesto a seguirte.
Por desgracia la muchacha se hunde sin poder contarles nada, incluso la perspectiva de volver a casa se le hace doloroso. También es algo común, la gente se ve incapaz de enfrentar a sus seres queridos tras sufrir ciertas clases de abuso. Acabará superándolo, espera. Lo cierto es que Bazag siente cierta lástima inesperada por la joven.

También le sorprende que Maclo consiga sacar fuerzas para contar su historia. Es poco habitual, especialmente viniendo de alguien que se ha criado entre los muros de un pequeño palacio, llevando una vida cómoda. Son quienes más suelen hundirse porque son quienes jamás se consideraron en peligro, quienes no conocen la ferocidad del mundo real. La muchacha debe haber necesitado aprender rápido.

Cuando escucha la historia no está seguro de si la joven se lo cree o simplemente lo está inventando a modo de excusa para no ser obligada a volver. La mira a los ojos para discernir si intenta mentirles. El llanto es bastante convincente para él. El encantamiento debe ser cierto, o ella debe creerlo. Queda poco tiempo para comprobarlo.
Bazag comienza a pensar en ello. ¿Podría realmente haber sido hechizada por una bruja?, él jamás ha enfrentado algo semejante. Unos simples guerreros no pueden hacer mucho contra alguien capaz de modificar la realidad a su antojo. Tanto Sablen como sobretodo Keito se muestran desolados ante la perspectiva. No es para menos, se trata de un desafío al que no serán capaces de enfrentarse. Deberían devolver a Maclo con su familia. Ellos disponen de recursos, tal vez puedan dar con un modo de salvarla.
Este no es modo de devolver un favor-, niega con la cabeza para si mismo. La muchacha debe volver en buenas condiciones. Si la maldición es cierta, deben curarla, y si solo es imaginación de la chica, quizás siguiendo sus delirios consigan sacarla de ellos.

Ha tomado una decisión, pero al hacerlo ha olvidado algo importante. De ser una historia cierta es demasiado peligroso, demasiado…
Bazag sonríe un instante, confiando en que nadie más haya podido verle. Jamás se había planteado intentar algo así. Es interesante, quizás nunca vaya a tener otra oportunidad de enfrentarse a nada menos que el sortilegio de una bruja, si la versión de la muchacha es correcta.

Las voces de Keito, Sablen, y Maclo; le devuelven al mundo real. Keito insinúa que la muchacha ha hecho algo más que acompañar a ese tal Whosoran en el viaje. No ve cual sería el problema mientras que a ella le haya parecido bien. Es normal que una mujer joven se desvergüence un poco frente a quien le ha salvado la vida. Desde luego a simple vista Maclo no le parece esa clase de persona, pero tiene razón en algo, es asunto suyo y solo suyo, no de los demás. Sablen intenta poner un poco de calma, hace bien.

-Volver con una loba resultaría complicado, estoy de acuerdo- sonríe nuevamente –Solucionemos el problema entonces. Habrá algún modo de romper ese maleficio, es lo que diría su padre si hubiese venido con nosotros-. Mira a Maclo – Whosoran y tú podéis contar con mi ayuda -. Para ella parece importante ese hombre, es comprensible ya que según dice ha salvado su vida. Se sentirá más tranquila si les acompaña. – ¿Tenemos la más mínima idea de por donde empezar a buscar?- Pregunta en general, aunque mira a la extraña mujer que “tuvo un presagio” de su llegada. Por lo general la consideraría una timadora, una feriante aprovechada. Hoy no. Si van a hacer frente a una bruja, tener una vidente de su lado podría significar bastante. –Cualquier cosa, por absurda que resulte, es mejor que nada, ¿cierto?-





Whosoran

Todavía débil por el frío y la fatiga, me incorporo con dificultad para ver a los recién llegados. Una punzada de ¿celos? al ver a la joven Maclo abrazarse con el viejo... Estúpido vicioso -me digo a mi mismo- No dejes que el culo de esta jovencita te impida ver las cosas con claridad
Callado veo y escucho todo que se dice. Sonrío con ironía al oír discutir al Hyrkanio con Maclo acerca de la posibilidad de que halla tirado a la chica...Eso te gustaría a tí, envidioso perro del desierto
Me pongo de pie, intentando disimular la mucha dificultad que me supone y me acerco a la pared para mantenerme firme, mi rostro inpertérrito para ocultar mi vergonzosa debilidad.
Vosotros...espero que os comporteis como hombres y no como cobardes y supersticiosos sacerdotes-digo mirándolos a los tres...Cuando veais la maldición de Maclo.
Me acerco a mi arma, donde quiera que esté en la habitación...
Maclo ha sido fuerte, rompiendo el hechizo de la bruja de los páramos y luchando contra ella... No es un monstruo de ninguna clase. Lo que le ha sucedido a ella podría haberle sucedido a mí...o a cualquier otro.
Me oigo hablar y sueno algo patético...debo poner remedio o pensarán que soy un eunuco...
Voy a deciros algo a todos, uno por uno, nenes...
A ti negro
 -le digo a Bazag- que hablas demasiado... y a tí Hyrkanio, que te metas la lengua en el culo. 
Me río entonces, cuando veo sus caras, a carcajadas...
Me acompañareis a buscar la solución para lo de Maclo. ¡Y tú, mujer!-le digo a la que nos rescató- dinos todo lo que sepas acerca de la maldición de la bruja de los páramos...




Acherus

Tras escuchar las carcajadas del hombre, Acherus rompe el silencio en el que se había sumido tras regresar a la cabaña. Había escuchado lo suficiente... respecto a varios temas.

¿Te acompañaremos? Creo que olvidas tu lugar en el mundo. Maclo sin duda se sentirá en deuda contigo, pero eso no te hace diferente. La escoria como tú debe contentarse con que se le deje dormir a los pies de hombres mejores. Y quizá ni eso merezcas, viendo como tratas a quien te ha dado cobijo en una situación tan precaria - El poitanio mira sobretodo a la mujer, esperando ver alguna reacción. Puede creer la historia -ha visto cosas realmente extrañas en su vida- pero no tanto una hospitalidad tan generosa y a la vez tan inconsciente. Si quisieran matarla y llevarse todo lo que encontrasen en la cabaña, o incluso llevarse a la propia mujer, ¿quien se lo impediría? Esa pregunta le llevó a una respuesta que no le gustó demasiado: quizá la propia mujer se lo impidiese. Quizá tuviera alguna clase de poder, fuese alguna especie de bruja de las nieves. Su seguridad, el conocimiento que podía deducirse de sus palabras... si, podía ser. Los habitantes de aquellas tierras eran extraños para él, y no sabía a que atenerse. Al menos con los estigios uno sabía a que atenerse, dentro de ciertos límites.

Dejó sus cavilaciones para más tarde, esperando alguna estupidez por boca del hombre tendido. Quizá fuese una pose, siempre era difícil decirlo, pero alguien que perdía el tiempo con esa clase de banalidades no le preocupaba en exceso...

Pero la historia daba vueltas en su mente... una mujer que se convertía en loba... Pero...

Señora, desearía preguntaros algo...- pese a haber oído el nombre de la mujer, prefería hablarle así. ¿Visteis a Maclo transformada en loba? Si no la habéis visto con vuestros propios ojos, quizá deberíamos esperar. Hay entre los hombres del sur algunos capaces de hacer creer a los sentidos de los hombres que las cosas no son como en realidad son. Hipnotismo... - Dejó la palabra en el aire un instante, antes de proseguir - Quizá sólo se trate de una ilusión. De ser así, todo seria más sencillo. Y supongo que en ese caso, solo Maclo y él se verían afectados... El desprecio en su voz dejó bastante claro quien era él, aunque tampoco era necesario...



Bazag

-Vamos niños, no os peléis- dice Bazag en tono burlón. Nunca ha entendido esta necesidad de la mayoría de guerreros. Siempre quieren mostrar la inferioridad de los demás, o su propia superioridad. Le parece simplemente magnífico, un herido que a penas puede mantenerse en pie lanza bravuconadas contra cuatro desconocidos, armados claro está. Acherus como respuesta no tarda en recordar que algunas personas son basura mientras otras no. Bazag siempre se ha sentido enervado por ese tipo de actitud. Ha visto a caballeros y nobles llorar cuando tenían la muerte cerca, también ha visto a campesinos proteger a sus familias con su propio cuerpo.

-En lo que a mi respecta, has ayudado a Maclo, y lo respeto, incluso lo agradezco- sigue en deuda con su padre, no va a olvidarlo –Pero algunos excéntricos dan las gracias cuando llega la ayuda- continúa con el tono burlón –No hace falta pelearnos entre nosotros-
Acherus también podría tener un poco más de tacto, aunque debe resultarle complicado. Cada uno tiene sus propias ideas de la vida, es difícil cambiarlas. –Acherus, tampoco hace falta empezar a partir cráneos tan pronto, creo que podemos esperar un poco-

Mira a todos en general, le cuesta creer que tenga que ser él quien pretenda que una discusión se corte antes de producirse. Por eso prefiere trabajar solo, no es necesario preocuparse por los egos de los demás, tan solo por el suyo. –Si nos parece bien a todos, escuchemos lo que tiene que decir ella- en ese punto están todos de acuerdo, la mujer quizás pueda ayudarles –Quizás así podamos pensar en algo. Ya tendremos tiempo de sobra para mostrar lo mal que nos caemos todos, ahora hay cosas más importantes-
Los demás parecen no comprender algo que para Bazag es evidente. En estos momentos Maclo confía en Whosoran, es a quien ve como un salvador. Los demás solo acaban de entrar por la puerta, cuando los malos momentos ya han pasado. Si insultan al hombre ofenderán también a la chica, haciendo probable que decida escapar incluso de ellos. Por eso suele preferir a los ladrones, hay menos orgullo en el ambiente cuando se trata con los amigos de lo ajeno. Se gira hacia la mujer, cree haber oído que se llama Takala. – ¿Podrías iluminarnos un poco?- quizás sería natural desconfiar de ella, pero tienen pocas más opciones.





por Lord Arzzun
Whosoran el estrangulador

Bah! Hablad como cotorras si queréis. Yo tengo una promesa que cumplir y una deuda que saldar...me da igual lo que hagáis vosotros. Los miro desafiante a pesar de mi estado de debilidad. En cuanto a ti, desgraciado -digo mirando a Acherus- hablas bien para ser un vagabundo... ¿Qué eres, un bujarra? JaJaJa

Si me atacan, usaré algún objeto que tenga a mano para lanzárselo sorpresivamente al primero que de un paso hacia mí...algo como un jarrón o la misma manta que me cubría...luego rodaría hacia atrás, hacia la cama y la alzaría como barrera.. no sé si tengo todavía mis armas, pero si las tuviese cerca, lanzaría el catre hacia ellos para ganar tiempo y poder armarme...





por Thorontir
Acherus

Con un gesto un tanto prepotente, Acherus giró la cabeza hacía Takala, esperando una respuesta a la petición de Bazag. Sin duda la mujer ha de saber mucho. Espera también una respuesta a su propia pregunta, aunque no es optimista al respecto. Pero, sobretodo, espera ofender al hombre postrado, mediante la más absoluta ignorancia. Habla demasiado, y eso hace a Acherus estar tranquilo, por lo general, un exceso de locuacidad es tranquilizador, puesto que la vida le ha enseñado que no suele ir acompañado de gran peligro. Aun así, siempre hay excepciones, por lo que seguirá prudentemente en guardia.





12



El carácter arisco, pendenciero y agresivo de Whosoran, labrado a golpes de acero, de muertes y brutalidades durante el paso de los años, hizo que la tensión en el pequeño refugio se alzase igual que las llamas del hogar, calentando sobremanera los ánimos y la estancia. Por fortuna, los recién llegados no deseaban entrar en discusiones ni pelear, agotados de su largo viaje o considerando que no merecía la pena hacer caso a las palabras febriles de un convaleciente. Acherus, impertérrito, acabó por ignorar al turanio y sus insultos, Bazag llamó a la sensatez, impropio en él, posiblemente el frío del lugar hacía mella en su caliente sangre, y Keito y Sablen se lanzaron a por la sopa sin darle más importancia al asunto.

Maclo miró horrorizada a unos y otros. No supo si cobijarse en el pecho de toro de Whosoran o en el de oso de Sablen. Las frases y el comportamiento del turanio daban la razón al caballero Acherus que no podía evitar la impronta de su nacimiento en los actos y palabras que decía, pero a ojos de todos, Whosoran se estaba comportando como un provocador sin venir a cuento. El turanio parecía sentir de verdad algún sentimiento de cariño para Maclo, de cariño y deseo que no podía evitar, y, ciertamente, Maclo buscaba en él su refugio, por el puente de amistad y ayuda tendida entre ambos o porque el hombre la atraía en otro sentido…Terminó acercándose al turanio, apoyando su cabeza en su pecho y susurrándole que se calmase, que comiera algo, eran amigos y no pretendían hacerle daño.

La mujer llamada Takala no reaccionó ni bien ni mal a las preguntas de unos y otros ni tampoco las respondió. Comieron en silencio, salpicado de las bromas y buen humor de Sablen, que intentaba apartar la superchería y la historia de brujas y lobos. Keito no apartaba sus ojos lujuriosos de Takala, y Maclo le rogó a la anciana que les acompañase en la comida, pero ella negó con la cabeza. La claridad del amanecer empezaba a colarse en el interior de la choza. Los zafiros de Takala se clavaron en cada uno de los presentes:

- Es cierto que se transforma en lobo. Lo he visto – miró a Acherus -, y vosotros lo veréis también en un momento. No es hipnotismo. No. Pronto dejará de ser humana para transformarse definitivamente en animal salvaje.

Se levantó en el ambiente glacial dejado por sus palabras, recogió los platos. De espalas a vosotros continuó:

- Se por donde empezar, Bazag. Pero no se hasta donde la lealtad de ese hombre os puede conducir. Os enfrentáis a hechicería y magia, arriesgáis vuestras vidas y almas.

La anciana la interrumpió con gestos perentorios. Hablaron por signos, Takala la llamó “madre” en un par de ocasiones. La vieja se marchó al final, salió con un cubo vacío.

Takala: Mi madre conoce el peligro y desea proteger mi vida. Es muda gracias a la voluntad de esa bruja, la misma que asesinó a mi padre, a mis hermanos, y a los hermanos de mi padre. La misma que me maldijo siendo una niña.

Keito: ¿Qué clase de maldición? Tú también pareces una bruja.

Takala: Eso es asunto mío, hombre.

Sablen: ¿Nos ayudarías? ¿Por qué ibas a hacerlo?

Takala: Eso también es asunto mío.

Sacó un odre debajo de detrás de unas cajas. Era vino que escanció en una jarra que colocó sobre la mesa y luego en pequeños cuencos.

- La Señora de las Taigas es una lepra para todas estas tierras….desde hace decenas de años. Mitad mujer mitad demonio. Su brujería es poderosa. Solo la muerte puede ayudaros.

Keito se levantó de un salto:

- ¡Maldita seas! Si pretendes jugar con nosotros y asustarnos te juro que te corto el cuello, aquí y ahora. a ti y a tu madre y quemaré tu casa y tu vaca y…

- Vamos, vamos, Keito. Necesitas dormir un poco más – lo tranquilizó Sablen. Se giró a la extraña mujer-. Comprende que tu lengua dice cosas que me ponen la piel de gallina. Estarás acostumbrada a todo esto pero nosotros no.

Takala: El sol cubre ya con sus rayos la tierra helada.

Maclo se puso en pie, apretó la mano de Whosoran y luego la de Sablen. Salió al exterior. Escucharon gemidos de dolor, gritos de angustia. Después, todos salieron, para observar atónitos a una inmensa loba blanca y gris que los miraba con los indómitos ojos de Maclo. Sablen besó la cruz de Mitra que colgaba de su cuello.

- Mitra bendita…



Keito se quedó mudo, tragó saliva. Transcurrieron unos segundos eternos. Sablen se decidió a hablar:

- Mujer…qué es eso de la muerte puede ayudarnos.

Takala: Al norte duermen los muertos. Entre ellos hay uno que puede saber.

Keito: ¡Y una mierda! ¡Esto se escapa a nuestro deber!

Sablen: Empiezas a cansarme, Keito. Creo que hablo por todos si digo que tenemos tanto miedo y respeto por todo lo que huele a hechicería como tú. Observa a ese animal y mira bien, escondida ahí dentro está la joven e inocente Maclo. Di mi palabra a su padre, entiendes. Su padre, que me sacó del estercolero donde malvivía y me dio una oportunidad –encaró a Takala, sin apartar del todo la vista de la loba-. Si esto es una trampa o una mentira seré yo quien te corte el cuello. No confío plenamente en ti, todo esto es muy raro…-miró a los demás con la pregunta en sus ojos inquietos donde se amagaba el miedo ancestral a lo desconocido y misterioso-.





Bazag

La situación le crispa los nervios, y no se trata de la posible maldición o de encontrarse en un ambiente helado. Ni siquiera es por la negativa de Takala a hablar. Le cuesta entender la actitud de todo el mundo. Bazag es tan dado a meter la pata como el que más. Le encanta provocar a los bocazas, reírse de ellos cuando no dicen más que estupideces. Ahora sería un gran momento, tras escuchar una vez más, y ya ha perdido la cuenta, las nuevas bravuconadas de un hombre debilitado. Los dioses saben cuantas peleas ha empezado por mucho menos que esto. No es la única actitud molesta, algunos de sus compañeros contribuyen a crispar más el ambiente.
Hace un grandísimo esfuerzo por mantener el autocontrol. Esto no se trata del dinero, ni siquiera la diversión, está devolviendo algo que alguien hizo por él hace años. Le debe la vida al padre de Maclo, en su lista de prioridades, compensarlo está más alto que buscar la satisfacción rápida de seguirles el juego. Procura conformarse con mostrar la mejor de sus sonrisas cuando Whosoran sugiere su parecido con cierta ave. –Acabar la misión, solo debo pensar en eso- se consuela diciéndoselo a si mismo hasta que la comida le hace olvidar lo demás.

Takala al final les habla. Bazag se pregunta si ha estado buscando las palabras hasta este momento o solo esperaba intrigarles más aún. No, la respuesta es distinta, casi ha amanecido. De ser cierta la historia de la maldición, están a punto de verla con sus propios ojos, es buen momento para romper el silencio.
Afirma saber por donde empezar, y que la anciana es su madre. –Incluso si nos atrapasen, no diremos quien nos informó- Si alguien no puede mantener ese tipo de promesas, equivocó su profesión. Muchos consideran a los mercenarios como la peor clase de escoria en este mundo. Tienen gran parte de razón. Matan para otros, guerrean para otros, se revuelcan en la mierda de otros, para otros. Aún así hay ciertas normas. No servirían para combatir si van a huir cuando la batalla parece estar perdida, y no servirían para este tipo de encargos si están dispuestos a entregar a quien les contrata. Esas normas básicas son lo más parecido a unos principios que Bazag puede permitirse. –No hay nada que temer-. Habla desde la ignorancia, lo sabe. La gente habla mucho sobre las brujas, ignora cuanta verdad puede haber en los mitos. Quizás pueda averiguarlo en cuanto alguien hable sobre su maldición. En cualquier caso, Takala, que no niega ser también una bruja, a pesar de tampoco admitirlo, parece estar dispuesta a cooperar.

Por fin llega la hora de comprobar si la maldición es cierta. Confiaba en que no fuese así, tan solo debían ser alucinaciones, la historia creada por alguien que ha sufrido mucho durante los últimos días, una forma de escapar a la realidad. Se equivocaba, cada palabra es cierta. Queda petrificado al contemplar al animal que ahora les mira a ellos. –Es Maclo, son sus ojos, esto no se trata de ningún truco de feria-. Mira de nuevo a Takala –Entonces hablaba en serio-. No había llegado a plantearse muy seriamente las últimas palabras de la mujer, “Solo la muerte puede ayudaros”.
La explicación prosigue, deben ir al norte para encontrar un muerto. Tal como lo ve, hay dos posibilidades, siempre son solo dos posibilidades. La mujer se aprovecha de su desesperación para conseguir algo más, o quiere ayudarles de verdad por algún motivo desconocido. Para Bazag no se trata de si está dispuesto a llegar hasta el final por saldar su deuda, por ayudar a la hija de un buen amigo. Se trata de fiarse o no de Takala.

Busca en el bolsillo una moneda. La lanza al aire sin contemplaciones. El destino, su sino, el plan de los dioses, o simple azar. La decisión está tomada. –Adelante pues- sonríe – ¿Quién soy yo para eludir el destino?- guarda la moneda, ya ha cumplido su función. – ¿Cómo encontramos a ese muerto?- ni siquiera saben quien es, – y sobretodo ¿qué querrá a cambio?-. Tratar con algo sobrenatural debe ser peligroso, pero está convencido de algo importante, ni siquiera los muertos dan nada sin recibir algo a cambio.
Dado que ya está completamente decidido, prefiere no pensar en lo peligroso de todo este asunto. Al final tan solo se trata de su vida, muchas veces antes se la ha jugado. Hacerlo con vivos, muertos, brujas… pueden matarle, como puede matarle cualquier novato con una espada mal afilada. Si una misión no fuese arriesgada, no podría disfrutar con ella.






Acherus

Se mantuvo al margen, como todo el tiempo anterior. No había probado el vino antes de ver a la chica convertida en loba, pero después no encontró el ánimo para seguir resistiendo. Si era una trampa, no importaba. Todo aquello era... extraño. Una mujer que se convierte en loba por la maldición de una bruja. Otra bruja les pone sobre la pista, aparentando ayudarles a solucionar el entuerto. La muerte como aliada. Bien, quizás lo último no es tan extraño, pues todos ellos viven del acero. Pero la muerte otorgada no es como la muerte a la que probablemente se enfrenten. La situación no es del agrado de Acherus. Un cierto temor le embarga. Vislumbra una posibilidad, y decide intentarlo. No piensa que pueda hacer nada con Takala, pero Sablen, y sobre todo Keito, son harina de otro costal. A Bazag lo tiene de momento al margen, pues parece dispuesto a lo que sea. Su instinto le dice que si convence a Sablen, habrá logrado lo que se propone.

-Nos enviaron a encontrar a Maclo, y a devolverla a su padre. La hemos encontrado. Esta maldición acabará con ella. Pero si vamos ahora, y fallamos, se acabó. Deberíamos regresar, si no todos, al menos Maclo y alguno de nosotros. Su padre debe saber lo ocurrido, y si fallamos, debería enviar más hombres mientras le quede tiempo... Añade esto último mirando a Maclo, pero dirigiéndose sobretodo a Sablen. Intenta no dejar entrever sus verdaderas palabras: si vuelven ahora, probablemente el premio por salvar a la chica sea mayor. Cumplirá con la tarea enmendada, pero desde luego cuanto mayor sea el botín, mejor. Y eso es lo que ve ahora: la posibilidad de un botín mayor. Ah, la chica convertida en lobo es un auténtico espectáculo. Si su padre la ve... la recompensa por romper la maldición podría ser incluso la mano de la joven.

Un escalofrío recorre su espalda. Siente los ojos de la mujer loba en él, pero se niega a mirarlos. Con una vez le ha bastado.

-Y debe saber además quien nos encamina hacia ese destino tan extraño: si logramos algo en el norte, y no basta para romper la maldición, quizás Takala reciba su recompensa igualmente... Por ponernos sobre la pista de esa muerte que mora en el norte... Evita las amenazas directas, pero aun así intenta no fiar todas sus cartas a la buena voluntad de aquella mujer.

Hechicería. Uno nunca puede fiarse de quienes la practican...


...En realidad, uno no puede fiarse de nadie.




Anexo 


Takala se encogió de hombros hacia Bazag:

- Si os atrapan, no tendréis oportunidad de decir quién os ayudó. Y tampoco me importa vuestro silencio o no. Lo que sí te digo es que hay mucho por lo que temer.

Las palabras de Takala no eran precisamente tranquilizadoras. Aun así, el ladrón aventurero tomó su elección o, mejor dicho, su moneda lo hizo por él. Evitaba decidir él. A pesar de las dudas y de no fiarse de la mujer, lo mismo que ninguno de sus camaradas, estaba dispuesto a enfrentarse a sus miedos y al destino marcado por la brujería. Sus preguntas no recibieron respuesta al adelantarse Acherus con su propuesta. Sablen negó con la cabeza, dubitativo al principio, con más firmeza luego:

- Regresar por tierra nos puede llevar cerca de tres semanas. Sin contar los contratiempos…Por mar, hemos de llegar a la costa, a Leirigh y embarcarnos, tampoco es fácil esa ruta. Decían antes que se le acaba el tiempo a Maclo. Acherus, ¿y si luego no hay forma de que vuelva a su estado humano?

Keito: No está mal pensado por el caballero. Acherus, la chica y yo podemos regresar, los tres.

Sablen: Ya. Cruzar media Hyboria con una loba, para entregarle a su padre un animal salvaje. Genial. Y así te libras de todo esto.

Keito: Eh!, el viaje de vuelta no será fácil.

Takala intervino:

- No habrá posibilidad de regresión si se transforma definitivamente en lobo. No lo se con seguridad, pero es lo que pienso. Ya no le queda mucho – miró a Acherus-. No quiero recompensas de los hombres del sur. En tus ojos luce el brillo de la codicia, supongo que es normal en alguien como vosotros.

Keito: ¿Qué sacas tú de esto, eh, mujer? Cuáles son tus “asuntos”. Nos abres la puerta de tu casa, nos das comida y nos ayudas. Esto huele raro –interrumpió de sopetón-.

Takala lo miró desde la profundidad de sus ojos azules, tan intensos e inquietantes que casi molestaba fijar la vista en ellos:

- Yo no os ayudo, solo a ella. Y saber y ver lo que le sucede, la humillación que pesa sobre ella, es suficiente, ¿no te parece? ¿Debía huir con mi madre antes de que llegarais? ¿Atacaros con una espada? Dime qué pueden hacer dos mujeres solas.

Sablen: ¿Por qué vives aquí, tan alejada de todo y de todos? Porque eres una bruja y te matarían.

Takala: Es nuestra tierra. Desde generaciones. Además, no te interesa, yo no te pregunto sobre tu vida.

Sablen: Está bien. No tenemos idea de hechicerías ni maldiciones. O nos arriesgamos a hacer lo que dice o volvemos todos y tal vez alguno de los sacerdotes sepa algo. En tal caso el riesgo es la pérdida de humanidad de Maclo. El tipo este – señaló a Whosoran- está con la chica, Bazag también, y yo. ¿Nadie abandonará ahora verdad? Tu idea, Acherus, no está mal, pero ya ves, nos la jugamos mucho. Es su vida.

Takala entró en la casa, dejó a los hombres que se decidieran mientras la loba los observaba atenta.




Bazag

Comprende la reacción de Acherus, todo esto les sobrepasa. Vinieron buscando rescatar a una joven hermosa y agradable, pero se han encontrado con una mujer maldita. Hay cientos de motivos para no meterse en asuntos de brujería. Si eso no bastase, el padre de Maclo tiene dinero suficiente para buscar los servicios de otra bruja, alguien capaz de romper la maldición. Visto de ese modo, es absurdo seguir adelante. Además, no pueden fiarse de Takala. Quizás la mujer quiera ayudar a la joven, tal como ha dicho, o quizás no. También podría estar intentando eliminar a una bruja rival, o a quien azota las tierras cercanas, o incluso tener miedo de lo que pueda ocurrir si les niega sus consejos. Es una mujer, no pretende comprenderla, nadie en este mundo es capaz de algo así.

Por otro lado, Sablen también tiene razón… o puede que no se trate de eso. No es capaz de dar ningún argumento sólido a parte de la falta de tiempo y la dificultad de emprender un viaje tan largo con un animal salvaje siguiéndoles. Sin embargo para Bazag es quien esgrime mejores argumentos, incluso si estos son tan vagos. –Si Takala nos miente o nos utiliza, estamos siendo enviados a la muerte, sin lugar a dudas. Aunque para matarnos no tendría más que haber envenenado la sopa- sonríe de forma burlona. Si es una bruja, seguro que puede hacer eso y mucho más. –Si alguien tenía esas dudas, debía haberlo pensado antes de comer o beber nada- ahora ya sería un poco tarde. –En cualquier caso, Maclo dice que cada vez pasa menos tiempo como persona, Sablen tiene razón en eso, no podemos permitirnos tardar tres semanas en hacer cualquier cosa. Podríamos llevarla a casa, mantenerla a salvo, y buscar la solución mientras tanto, aunque ella acabase de transformarse completamente, estaría en un lugar donde nadie iba a dañarla hasta que encontrásemos un modo de solucionar esto. Sin embargo la solución puede requerir que Maclo esté cerca, y puede requerir que no tardemos más de unos días, o unas horas. ¿Queréis devolverle una loba a su padre?-

El azar ha hablado*, ahora mismo estaría defendiendo lo contrario si la moneda hubiese caído del otro lado, pero no fue así. Por ese motivo es él mismo la primera persona a la que necesita convencerse de estar haciendo lo más sabio en esta situación. No le cuesta mucho, le parecen argumentos razonables. Además, la loba no iba a seguirles si emprenden el camino de regreso. La mirada que aún posee Maclo… puede estar equivocado, pero cree que incluso en este estado entiende cuanto se dice a su alrededor. Si emprenden el camino a casa, ella no lo hará, seguirá a Whosoran. Este probablemente decida ir a encontrar al muerto que puede ayudarles. Incluso de no ser así, duda que la loba vaya a seguirles si deciden regresar. Para la joven debe resultar humillante, doloroso, volver en ese estado. Preferirá quedarse aquí, alejada de todo cuanto ha conocido. –Es normal tener miedo, claro- Añade sonriendo de nuevo. Ya no hay motivos para mantener tanto las formas. –Pero yo me voy a quedar aquí, como ha dicho Sablen- No es una decisión que vaya a cambiar por nada que los demás puedan decir, solo espera que ellos hagan lo mismo. Por su parte las únicas palabras que les queda por escuchar son las de Takala indicándoles exactamente donde dirigirse y como tratar con aquel muerto.

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Acherus

-¿Abandonar? En modo alguno. No es algo que todos los hombres cumplan, de hecho ni siquiera es algo común, pero yo cumplo con mi palabra. Y un contrato no es diferente. Sencillamente di mi opinión... Acherus parece ofendido, y es difícil decir si lo parece por que realmente lo está o se trata de una pose. En cualquier caso, parece que él mismo si se lo cree. - Pero esta perra no me insultará, aduciendo que me mueve la codicia. ¡Una bruja! y por lo visto se cree mejor que nosotros. Marchemos al norte, sea para encontrar la forma de romper la maldición o para encontrar nuestra muerte, pero dejemos a esta mujer con su madre, a ver si el veneno que sale de su boca acaba por matarla. Con gesto airado, se dirige a los establos, para ver a los caballos. Necesita hacer algo, así pensará mejor. Lo ha intentado, pero al parecer no hay escapatoria, irá al norte con el resto. De repente rompe a reír, sólo, al ver a los caballos...

-Bien, mi madre siempre decía que el resto de mujeres eran todas unas lobas. A veces, parece, tiene razón, pero no del modo en que ella creía...




Whosoran

Al final mis palabras no desembocan en un derramamiento de sangre ni en violencia. Entre decepcionado y aliviado, me vuelvo a sentar lentamente en el catre y escucho todo lo que los mercenarios tienen que decir. Poco a poco voy haciéndome un mapa mental de la situación y estudiando las personalidades de los cuatro y de todo lo que la bruja, Talaka, va diciendo.
Una vieja rivalidad entre brujas...venganza o ambición de algún tipo debe moverla. Todas las mujeres con algo de poder son iguales, ya sean brujas o no, siempre manipulando, siempre con sus juegos de dominio.
Bien, bien...ya que estamos por fin de acuerdo...necesitamos saber donde debemos ir y a qué nos enfrentamos. Pero lo que realmente me gustaría -digo mirando ala presunta hechicera- es saber si retorcer el pescuezo de la puta bruja de los páramos acabaría con la maldición




13


La decisión, gustase o no a todos, fue confiar en las palabras de Takala, una mujer que los recibía en su casa, les proponía una posible solución para el mal de Maclo, que tenía pinta de bruja y que podía estar manipulándolos para sus propios intereses. Pero no menos cierto era que ellos habían llegado a su pobre cabaña, el destino los guió hasta allí, ¿o podía ser otra cosa? Ya se habían planteado la tremenda fortuna de encontrarse justamente aquí con Maclo, ¿estaban siendo manejados como títeres de fuerzas poderosas? Bien, desde luego la sopa, de gustoso sabor, no estaba envenenada, el agua tampoco.

Takala se perdió en el interior de su choca y dejó afuera a los hombres discutiendo. Sablen replicó a las agrias palabras de Acherus:

- No la critiques por lo que te ha dicho. Eso es lo que desprendían tus palabras, reconócelo. Además, es cierto, es nuestro deber, pero si luego nuestra bolsa se llena hasta desbordar, mejor que mejor.

Keito: - ¡Pero esa bruja no se quedará aquí! Que venga con nosotros, tiene que guiarnos, ¿no?

Sablen: Sí, así es. Vendrá con nosotros. Si hay que ver a un muerto, o lo que sea, que lo haga ella. No me siento con ánimos de conversar con un cadáver.

Keito: Puede que no se trate de eso. Esa mujer no habla claro, es como un acertijo, como si quisiera meternos miedo. Yo le voy a meter otra cosa. Ja.


El resto del día resultó tranquilo. Inquietos, impacientes, dándole vueltas a la cabeza, cada uno ocupó su tiempo en algo distinto: los caballos, limpiar y engrasar las armas, husmear por la cabaña, dormir, descansar. Whosoran salió con Maclo a cazar, después de que Takala le dijese con una mal disimulada sonrisa de burla que de nada serviría eso de retorcer el pescuezo a la hechicera, esto era poderosa magia negra, no la vulgar de los magos ineptos del sur. Bazag no sacó nada más en claro de la mujer, que rehuyó sus preguntas, atareada con los animales, o la comida. A pesar del desprecio de Acherus examinó también a los animales, sus patas y cascos, preparó una mezcla de salvado, agua y unas raíces de las que tan solo señaló que serían beneficiosas para los caballos. Estos se quedarían en la cabaña, no sobrevivirían a los fríos del norte. *

Whosoran trajo consigo media docena de conejos de las nieves, se sentía mejor, bastante recuperado. No sabía qué demonios le había hecho tomar la anfitriona de la casa, pero desde luego lo estaba poniendo en forma. Entretanto, Acherus y Bazag echaron un vistazo a los objetos de la supuesta bruja, y, sin ser entendidos en la materia, podían apreciar fácilmente que no había cosas realmente extrañas. Sí bastantes potecitos de arcilla, o bolsitas de cuero, conteniendo hierbas, polvos de variados colores; sin embargo nada de animales muertos, o vísceras, o alas de murciélago…Tampoco pudieron mirar mucho más, la vieja muda los miraba con sus ojillos agresivos y en una ocasión les golpeó en la mano con su bastón. Sablen se pasó casi toda la tarde durmiendo sonoramente, Keito echó una siesta, después salió un rato.

Cuando cenaron Maclo todavía seguía en forma de loba. Se repitió la escena del otro día, pero esta vez, cuando Takala sirvió los platos, escupió en el de Keito. Este lanzó una carcajada y atrajo hacia sí a la mujer, que se apartó con odio en sus ojos. Hasta este momento, ella no dio señales de que nada hubiera sucedido, parecía que esperó el momento de la comida para revelar el comportamiento de vuestro compañero. Unas miradas bastaron para saber qué había hecho Keito.

- Eres un malnacido, Keito –dijo Sablen-.

Keito: Eh! Será que tú o cualquiera de vosotros no ha actuado otra veces igual.

Sablen: No con quien te da de comer y te cobija en su casa. Eres peor que un perro en celo.

Keito: ¡Bah! Si a ella le gustó también, deberías haber visto como se movía en esa mierda de establo que tiene.

Sablen: Claro, con un cuchillo en su garganta.

Keito: ¡Ya basta! Hay para todos, si quieres tíratela tú también. O a la vieja si lo prefieres. Ja,ja,ja!

Sablen: En serio que eres un hijo de puta. No vuelvas a tocarla.

Keito se encogió de hombros, apartó el escupitajo y se puso a comer tranquilamente.- Tú no me dirás lo que tengo que hacer, amigo. El clima es frío, y yo un tipo de sangre caliente.

Transcurrió la cena, sin más sobresaltos, silenciosa Takala. Más tarde Maclo regresó a su forma humana, no quiso hablar con nadie y se refugió en los brazos del corpulento turanio Whosoran, donde terminó por dormirse.


Amaneció nevando. Finos copos de nieve que pacientemente iban aumentando el grosor de la capa blanca sobre la tierra. Maclo y Whosoran – y quien lo desee-, fueron otra vez de caza, sin tanta suerte como el día anterior, solo se cobraron tres piezas. Se pusieron en marcha, hacia el norte. Takala, quien no se opuso a las demandas de Sablen de que les acompañase, incluso daba la impresión que quería hacerlo, se cubría sus hombros con una capa de piel de oso que hasta ahora no habíais visto, y calzaba unas botas ajadas, sucias, pero fuertes, sin rotos.

- Tres días de camino al norte –anunció respondiendo a las preguntas del día anterior. Observó el cielo gris pálido-, si el tiempo no nos retrasa. Una tormenta se acerca, así que cuatro o cinco días. El lugar donde reposan los muertos, una necrópolis abandonada.

Se puso en marcha, se detuvo y se giró a Bazag:

-¿Qué crees tú que quiere un muerto?

Caminaron sobre y bajo la nieve, el paisaje monótono y helado no invitaba a grandes alegrías. Al menos el viento no hizo su aparición, todavía se veían rastros de vegetación, y Maclo, en forma de lobo, buscaba con insistencia alguna presa. La nevada se detuvo a media tarde, se hizo menos pesada la marcha. Cerca del crepúsculo, Keito dijo que se encontraba mal. Le dolían los huesos, lo achacó al exagerado frío.

Más tarde se detuvo con un grito de pura agonía, sorprendiendo a todos. Cayó de rodillas, levantó las manos a la altura de la cara. Sus ojos se salían de las órbitas debido al terror. La piel y la carne de las manos se le estaban abriendo, se le deshacían igual que cenizas de una hoguera; las falanges se le contrajeron hasta transformar en un muñón sus manos. A su cara le sucedía lo mismo. Gimió horrorizado:

-¿Qué…qué me está sucediendo? ¿Qué es esto? ¡Haced algo!

Pero poco pudisteis hacer, aparte de mirar asombrados y con expresión de repugnancia, como la carne putrefacta y corrompida de Keito dejaba ver sus huesos, que también se resquebrajaban, se partían mientras él continuaba con vida, entre gritos y aullidos capaces de encoger incluso a vuestros duros corazones.

Por fortuna, no duró mucho. Al poco, el hyrkanio tan solo era una masa informe de huesos rotos, malolientes, un esperpento de lo que un día fue un hombre fuerte y lleno de vida. **


OFF

* Takala aconseja no llevar los caballos, pero la decisión es vuestra.

Podéis narrar qué hacéis este día antes de la partida y si intervenís en la conversación de la cena. No he puesto nada acerca de que os “sobrepaséis” con Takala, porque no veo a vuestros pjs con esos bajos instintos.

** Lo mismo queréis darle muerte antes y evitarle el sufrimiento.





Bazag

Al menos todos han acabado estando de acuerdo, más o menos. Tal vez Keito no lo esté del todo, pero la decisión es firme. A Bazag tampoco le hubiese importado mucho si los demás prefiriesen volver, su camino ya estaba escogido, ¿Quién es él para oponerse a los designios del destino? Tal vez haya un buen motivo para que la moneda caiga de este lado, tal vez sea solo fruto del azar. En ambos casos es una buena decisión porque ¿cómo van a intentar guiarse por la razón cuando el problema se escapa a ella de forma tan evidente?
Sablen y Keito toman una decisión más, Takala irá con ellos. –Y si se niega ¿vamos a obligarla?- no está seguro de si es conveniente hacer algo así con una bruja. Por otro lado, tampoco está seguro de si es una bruja. Prefiere no pensar en el tema aún, quizás la mujer no ponga pegas si le piden que les acompañe, eso sería lo mejor, y después de todo hasta ahora parece dispuesta a ayudar.

Esperar un día más no le resulta agradable, preferiría acabar cuanto antes para abandonar este gélido lugar. Jamás pensó echar de menos el calor asfixiante del desierto, pero ahora casi lo recuerda con cariño. Se pregunta cómo puede vivir nadie aquí durante tanto tiempo. Hacerlo es muestra una dureza poco habitual incluso en los soldados más veteranos, acostumbrados a pasar meses acampados en las condiciones más duras. Sin embargo, si las apariencias no engañan, aquí han aguantado dos mujeres solas durante… ¿Cuánto tiempo?, no sabe si debería preguntar. A parte de la primera conclusión evidente, la fortaleza mental de ambas y de todo el resto de habitantes de las cercanías, llega a una más. La supervivencia siempre es posible, en cualquier lugar. Él solo ve nieve, algún matorral helado, y montañas iguales entre sí. Sin embargo hay caza, y hay otro tipo de alimentos, simplemente no sabe encontrarlos. Debería intentar remediarlo. Una vida como la suya siempre tiene dos incógnitas: cual será el último combate o la última trampa, y donde estará dentro de una semana. Conviene estar preparado para afrontar cualquier condición, por extrema que parezca.

Pasa unas cuantas horas sentado, ansioso. Necesita mantenerse ocupado, pero no hay nada que hacer. Desearía tener al menos un par de dados. Hace semanas, quizás meses, que no juega, esta misión ha resultado ser muchísimo más larga de lo que esperaba. Mira de forma vacía hacia el frente, mientras lanza una y otra vez una moneda al aire, sin mirar el resultado, solo por costumbre. Ni juego, ni alcohol, ni peleas. Tampoco puede divertirse con mujer alguna. Incluso siendo un mercenario, alguien que llega a matar por dinero, se marca ciertas reglas. Jamás ha tomado a ninguna mujer por la fuerza. Puede seducirlas con mentiras, pagar a aquellas con una moral más distraída, pero hay líneas que no está dispuesto a cruzar. Le desagrada causar un sufrimiento innecesario en la gente, salvo si se encuentra sediento de venganza, pero le ocurre pocas veces.
Comienza a seguir con la vista su moneda, mientras sube y baja dando vueltas. Luego mira alrededor algo nervioso. Necesita ponerse en movimiento, hacer cualquier cosa, no soporta quedarse quieto sin hacer nada.

Sale de la cabaña, reconocerá el terreno de los alrededores, sin alejarse mucho. Incluso tratará de acompañar a Whosoran y Maclo en su cacería, tal vez aprenda algo del entorno. Además aprovecha el tiempo para ejercitarse un poco. La nieve es un elemento adverso para combatir, especialmente con el estilo de Bazag. ¿Podría ponerse a dar saltos en este lugar?, decide ponerlo a prueba. Resbala una vez tras otra al caer, deberá esforzarse por controlarlo. Además, cuando tiene las piernas hundidas en la nieve le resulta sorprendentemente difícil levantarlas. No le gusta el resultado de sus pruebas, aunque confía en poder adaptarse, de un modo u otro. En cualquier caso necesita hacerlo, a partir de ahora avanzarán a pie. Prefiere no opinar respecto a esa decisión, desconoce el terreno. Solo sabe que van a dejar atrás una cantidad enorme de comida en caso de necesitarla. Supone que sabrán encontrar alimento de otros modos.

Llega el momento de la cena. Debería ser el mejor del día, comer un poco le ayudará a despejar la mente, o así debería ser. Observa sorprendido a Takala escupiendo sobre el plato de Keito. Tarda unos segundos, a penas un poco más que Sablen, en comprender los motivos. El propio Sablen le recrimina su actuación, pero Bazag nunca ha sabido cerrar el pico, bastante le ha costado mostrarse respetuoso estos días. Además, Keito asume todo esto como algo normal, ignorando cualquier reprimenda –Keito, no solo eres un bastardo mal nacido, eres el hijo de puta más estúpido que he conocido en toda mi vida- añade con calma, sin sobresaltarse. –supongo que ahora te da igual pagar así a quien te ha dado alojamiento y comida cuando no dejabas de llorar como una niña durante tu caminata, pero piensa esto, si es que tienes esa capacidad. Pretendes que esa mujer te guíe durante los próximos días ¿crees que va a estar muy contenta contigo?- No ha sido capaz de pensar con la cabeza antes que con la entrepierna, ahora Bazag no puede pedir milagros, pero a parte del desprecio que siente por tipos como este, está el asunto de haberles podido meter en un buen lío. –Como dice Sablen, no vas a tocarla más, y si eso no te entra en la cabeza, habrá que tratarte como al perro que eres, y hay una forma muy sencilla de controlarlos para evitar su época de celo-

Ha provocado bastantes peleas en su vida como para ignorar que es posible haber provocado una en este momento*, y casi la espera, jamás ha rehuido una**

Cuatro o cinco días de viaje –magnífico- piensa con resignación mientras se encoge de hombros. Claro que debería agradecer ese tiempo adicional, se dirigen ni más ni menos que al lugar donde habitan los muertos. No quiere imaginarse como será el lugar, aunque por otro lado quizás sea emocionante. –Solo hay un modo de salir de dudas- es momento de comenzar el nuevo viaje. Antes de hacerlo, Takala se detiene para hacerle una pregunta interesante ¿Qué puede querer un muerto? – ¿Volver a la vida?- Una respuesta absurda, rápida, sin pensar. Probablemente la mujer lo tome como una estupidez, pero de no ser así, ¿qué podría necesitar un muerto?, ya no debe tener necesidades materiales.

Caminan pesadamente, sintiendo el frío calarse en sus huesos, sin más distracción que asegurarse de plantar bien cada pie en el suelo antes de levantar el otro para dar un paso. Hasta hace poco nunca había visto la nieve, ahora ha tenido bastante para toda la vida. Keito se queja, como en el viaje anterior, pero con más insistencia esta vez. –¿Habrá enfermado por el frío?-. Esa idea se aleja de su mente con los primeros gritos de dolor y pánico. A partir de entonces todo sucede muy rápido. Bazag no sabe como describir lo que ve, resulta aterrador. Se está deshaciendo como si fuese un trozo de hielo al que están sumergiendo en agua caliente. No le cae demasiado bien, pero es evidente que no pueden ayudarle y dejarle acabar así es desgarrador. No se trata de ahorrarle sufrimiento a él, es que todos lo están viendo, y para él está clarísimo que se trata de magia, es decir, cualquiera puede acabar de igual modo. Durante un breve instante mira a Takala, a los ojos, quiere ver su reacción, ¿podría haber sido ella?
El espectáculo es suficiente para segar el valor de cualquiera. Desenvaina una de sus cimitarras y, sin pensarlo, corta la cabeza del pobre desgraciado. Luego envaina, sin mirar dos veces al cadáver. Se acerca a Takala y le dice, sin levantar mucho la voz –Dime que has sido tú por venganza- ni la culparía ni haría nada al respecto, puede ser un castigo desmedido, pero para él es justo. –Porque sino es así, si esto es obra de la bruja o de alguna otra cosa, tenemos problemas realmente serios-

Luego se acerca a los demás. –No podemos pararnos a enterrarlo- y cuanto más tiempo pasen al lado del cadáver, más mermará la moral de todos, o casi todos, pensando que cualquiera puede ser el siguiente. Él mismo debería plantearse que ha llegado tan lejos como ha podido, ya no es aceptable arriesgarse, no contra esas fuerzas. Esos pensamientos le abandonan rápido, la decisión ya está tomada, para bien o para mal. –Aprovechemos para seguir avanzando- como mercenario, está acostumbrado a dejar atrás los cuerpos de sus compañeros o enemigos, sin prestarles ninguna atención especial. Cada uno tiene sus propios ritos funerarios, todos distintos entre sí, cualquier cosa que hagan podría estar condenando al muerto frente a sus dioses. –Es todo cuanto podemos hacer-. Podría coger sus provisiones, sin duda útiles, pero si “eso” lo ha causado algún tipo de veneno, es mejor no correr riesgos estúpidos. A partir de ahora deberán andar con cuidado, claro, pero ya ha quedado convenientemente demostrado que pueden enfrentarse a enemigos contra los cuales una espada no puede nada. ¿Puede tomar precauciones respecto a eso?, lo duda.
Sin embargo si teme algo, que los demás aten cabos del mismo modo. Él ha pensado inmediatamente en Takala como responsable de esto, los demás también caerán en la cuenta. Ese ha sido otro buen motivo para preguntarle a la mujer, sin más, mirándola a los ojos, estudiando sus gestos cuando responda. La situación podría acabar empeorando bastante en segundos, necesita saber lo que está ocurriendo. Él lo entendería si se trata de ella, pero el resto… no tiene ni idea.




Acherus

Parecía evidente que todos habían asumido que había propuesto volver movido por la codicia. Bien, podía ser cierto, pero aun así adoptó un aire dolido, como si eso no hubiese pasado jamás por su cabeza. Ese aire acompañó cada gesto a lo largo del día, salvo cuando se distrajo con los caballos. Cuidar de ellos era algo casi tan importante como cuidar de uno mismo. Un caballo podía ser una diferencia abismal, cuando se trataba de luchar, de viajar, de vivir. O de no morir, por decirlo de otro modo más breve.

A la hora de la cena, llega la tormenta: resulta evidente lo sucedido, y llegan las reprimendas de Sablen y Bazag. Acherus no termina de entenderlo: Keito tiene razón, en parte; no son pocas las ocasiones en que la anfitriona acaba dando más de lo que desearía a los huéspedes, si la fuerzan a ello, pero por otro lado, la mujer es peligrosa, sin duda, y la situación desesperada. No, es algo normal para aquellos hombres, al menos razonablemente normal, pero en esta ocasión ha escogido un blanco inadecuado. Finalmente Acherus decide no intervenir. No tiene sentido hacerlo, ni en un sentido ni en otro. Pero no es estúpido, por lo que se echa a dormir alerta, esperando una venganza poco selectiva, quizás fuego. Pero no se hace ilusiones, si de verdad es una bruja...

El viaje al norte

La mañana llega, y Acherus despierta agradecido: nada sucedió durante la noche. Se siente tentado de salir a cazar, pero desecha la idea, dado el terreno en que se encuentran. La suerte parece estar de su lado cuando Takala, sin ninguna pega accede a acompañarlos. Suerte para su misión, pero no para Acherus, pese a lo que está por llegar, no está seguro de querer a la mujer a su lado.

Cuando se ponen en marcha, les advierte de la duración del viaje, y Acherus no se hace ilusiones: si la horquilla comprende de 3 a 5 días, prefiere suponer que serán 6. Pero no se para a pensar en ello, pues ha continuación la mujer hace una extraña pregunta a Bazag, y la respuesta de este le parece al aquilonio algo ingenua.

"Quieren vida, si, pero no para volver a vivir. Quieren vida para alimentarse de ella, para aumentar su poder, y atesorarlo como el avaro atesora el dinero, sin usarlo, sin necesitarlo. Eso es lo que quieren los muertos en todas las historias que he escuchado"

Hace frío, y no le apetece compartir sus pensamientos, por lo que no abre la boca. Keito tampoco lo hace, salvo para quejarse de lo mal que se encuentra.

"Acabamos de salir, si el frío ya le ha entrado en los huesos, no llegará. Uno menos, y demasiado pronto..."

Pero con el paso del tiempo, queda claro que no se trata de frío. La piel se le deshace, los ojos se le salen de las órbitas, y es entonces cuando Bazag le corta la cabeza. A continuación pregunta a Takala, y Acherus tiene la confirmación de lo que suponía, el mercenario es terriblemente ingenuo. Tanto peor para él. Mentalmente lo tacha de su lista, y se pregunta si Sablen y él, y el turanio si les acompañase, llegarían con la mujer hasta su padre, en el caso de romper la maldición. Pero no importa, primero deben romperla, y después se preocuparán de la vuelta. Mientras, el tipo sigue hablando, parece querer consolarlos, o algo así, pero probablemente intente justificar ante si mismo el haber acabado con el pobre diablo. Ah, ingenuo, tal vez, o quizá idealista. O ambas cosas. Tanto mejor: uno del que no ha de temer puñaladas. Ahora queda sólo vigilar al amigo de la chica, y a la bruja. Pero decide aclararle algo al chico.

-No deberías haber hecho eso. Tomó lo que deseaba, y ahora debía pagar el precio. Si no le ayudaste antes, ¿por qué lo has hecho ahora? Piensa en ello...

No espera respuesta, ni dice nada más: se limita a seguir andando, dando su aprobación a tal plan. Acherus se siente más tranquilo: la bruja -ahora no le quedan dudas- se ha vengado, pero sólo de aquel de quien debía hacerlo. No le gusta, pero al menos ya no teme un ataque. Al menos, no de momento.

lunes, 30 de enero de 2012

Leyenda: Las mujeres...




Cuentan los viejos sabios que en el principio de la creación, ya hubo serias y graves diferencias en uno de los dos sexos diseñados para perpetuar una nueva raza: la humana. Aquellas hermosas y exuberantes criaturas de largos cabellos y mirada cautivadora, capaces de engredar a los vástagos que harían multiplicar su especie, competían insaciables por mejorar su aspecto y conseguir lo que otras tenían y creían que a ellas les falta e incluso al que otras deseaban. Los dones de la vanidad, la arrogancia, la envidia y el desprecio no habían sido bien calculados en ellas.

Explican que la crueldad que exhibían, tan solo para demostrar que eran más deseables, superiores y bellas, las llevo a cometer actos infames contra sus propias congéneres a las que sacrificaban para devorar su corazón, beber su sangre y trocear sus cuerpos en grandes trozos de carne y nervios, creyendo que así poseerían aquello que en la más absoluta intimidad, ansiaban tener. Ser la única.

Dicen que el caos fue tal que los elementos que formaron y dieron vida al aquel mundo se unieron para rectificar su gran error de cálculo y poner fin a la barbarie que asoló a aquella tierra. Así pues, fue convenido el momento en que todos ellos actuarían para aniquilar al fruto podrido y poder de nuevo crear al necesario espécimen basándose en los anteriores errores cometidos.

Comentan que a pesar de sus esfuerzos, algunas consiguieron escapar de la aniquilación y se refugiaron en el único elemento que se negó a participar en el evento, el mar. Las bravas y saladas aguas las acogieron transformando aparentemente su aspecto para que no pudieran identificarlas. Desde entonces, el castigo impuesto por su osadía fue transformar sus bocas haciéndolas enormes de oreja a oreja, con tres filas de afilados dientes. A ir desnudas y combinar sus cuerpos con atributos de mujer y de pez. Tan solo en ocasiones especiales cuando dado el permiso oportuno se les permitía subir a la superficie podían seguir mostrando los mismos bellos rasgos de antes, pero envilecidos por una expresión de crueldad que helaba la sangre y de un aliento fétido del demonio del mar que les otorgó, como venganza hacía los suyos, el poder de atrapar el alma del hombre y el cautivar con susurros su alma para arrastralos al gélido infierno que ellas debían soportar eternamente pero que al menos les permitía perpetuar aquella nueva especie.

Aseguran que a pesar de que unas permanecen atrapadas bajo las frías aguas y que otras fueron de nuevo creadas en base a los errores y la experiencia vivida años atrás, los cálculos de nuevo fueron erróneos, de ahí las transparentes perlas saladas que brotan de los ojos de todas ellas para recordarles su origen, su historia, su pasado... Tal vez de ahí el dicho: “El peor enemigo de una mujer, es... Otra mujer...”

domingo, 29 de enero de 2012

Trailer de Prometheus

Puede que muchos ya lo sepáis, pero no está de más avisar.  Prometheus, precuela de Alien. Habrá que esperar unos meses todavía.

http://pelicula-trailer.com/cine/prometheus/

Un saludo

Apunte


Saludo a los nuevos seguidores que se han anotado en el blog –y a los primeros, que creo recordar que nunca lo hice-, y a todos aquellos lectores/as que dedican parte de su tiempo a echar un vistazo por estos mundos. Un agradecimiento a todos ellos.

Aprovecho para comentar que seguiré con la historia de Hechicería, luego las dos de ciencia ficción, y puede que alguna otra cosilla entretanto. Y por supuesto con las aportaciones magníficas de Iasbel.  

Saludos

Hechicería y Acero, Acherus, Bazag y 10

 Aquí se produce la entrada de dos jugadores, Drakkon y Thorontir, con sus psjs Bazag y Acherus. El primero un ladrón aventurero shemita y Acherus caballero de Poitain, desencantado de la vida y metido a mercenario. Puede que os suenen a quienes hayan echado un vistazo al libro juego.



INTRO DE ACHERUS Y BAZAG



Acherus era hombre de palabra, conservaba esa virtud que caracterizaba a los hombres y mujeres de su familia, lo llevaba en la sangre. En el fondo, a pesar de la vida que había decidido seguir, continuaba siendo un caballero, desde que nació lo fue, y eso, para bien o mal, le marcaba con huella indeleble e influenciaba en sus decisiones y acciones. Sin embargo, empezaba a considerar que, en esta ocasión, su palabra carecía ya de sentido. Se sentía muy cansado, aterido de frío, se acarició la barba cuajada de leves copos de nieve recordando los pasos que le condujeron hasta aquí.

Llevaba tres meses el servicio del conde Lambio, en la ciudad de Meshken, al sur de Khoraja. Pertenecía a su guardia personal, y aparte de alguna refriega con ladrones y bandidos shemitas, su trabajo era relajado. Tenía una buena paga, preciosas compañeras de cama, y buen vino y mejor carne que llevarse al gaznate y al estómago. Allí trabó amistad con un veterano aventurero, Bazag, que conocía a su señor de otros tiempos.

Bazag, el halcón, el guerrero, el ladrón shemita, el vagabundo, estaba cansado de Zamora y sus arteras mujeres. Había viajado por Corinthia, Khaurán, Koth, Shem e incluso Argos. Robos y asaltos en su haber, algún que otro muerto a sus espaldas, inevitable, por supuesto. Sus pasos le encaminaron un día a Khoraja y el destino, el azar, quien sabe, hizo que la aurora le encontrase a las puertas de Meshken. Allí, para su sorpresa se encontró nada más y nada menos con el hombre que le sacó de las calles en sus años mozos, el jefe de la guarnición de Eruk, su mentor, su instructor, Lambio, ahora el conde Lambio. Aceptó su hospitalidad una vez más, y decidió quedarse un tiempo, meditando acerca de sus próximas decisiones en la vida. Conoció a Achelus, un caballero algo despechado del mundo y de los hombres.

El conde era un hombre cabal, sensato, justo; había sido soldado en Khoraja, en Koth, Turán y Shem. En este último país escaló posiciones llegando a capitán de la guardia de alguna que otra ciudad. Su habilidad con la espada, su arte para la guerra, su justicia y moral, le hicieron granjearse amistades y también muchos enemigos. Amasó una fortuna y acabó por retirarse a su ciudad natal, con su esposa y cuatro hijos, en una gran hacienda cuyo centro era un magnífico palacio con jardines, estanques, árboles de todo tipo y extensas zonas de cultivo. Contaba con un numeroso contingente de hombres y, de hecho, él representaba al gobierno en esa zona y sus tropas junto con las de otros ricos terratenientes es ocupaban de vigilar la frontera. Acherus y él pronto se llevaron bien, guardando las distancias, eso sí, pues el conde era un tanto seco y parco en palabras. Su hija mayor, una codiciosa mujer, residía en Ianthe, en Ophir, casada con un gordo, grasiento y enormemente adinerado tipo, de cierta influencia en la corte; su hija también estaba engordando, tenía un par de amantes y hacía dos años que no la veía. Ni ganas. Su segundo vástago era un joven con la cabeza sobre los hombros, reflejo de su padre, al servicio de la reina de Khoraja. La tercera hija, Maclo, era una belleza sin igual, un rostro labrado por los dioses y un cuerpo que para sí quisiera Isthar. Alegre, decidida, jovial y afable. Acherus apenas cruzó un par de frases con ella pues a los tres días de su inicio como guardia ella marchó a visitar a su hermana mayor, Iscla, y Bazag ni siquiera la conoció, pues él llegó a la ciudad dos semanas después de su partida. El último hijo era un cabeza loca, inútil para las armas, mujeriego, cobarde y sin sangre en las venas.




La noticia del rapto de Maclo llegó como un mazazo al corazón del conde y de su esposa, una mujer pequeña, de carácter fuerte, siempre en movimiento. Un mensajero contó que en el viaje de vuelta, poco de salir de Ianthe, fueron atacados por traficantes de esclavos. Él pudo escapar de milagro, perdiendo un ojo y dos dedos de la mano izquierda. Acherus y Bazag formaron parte de la docena de hombres que el conde envió raudo al rescate de su hija, al mando del capitán Lango, un barbudo argoseo, noble y fuerte como un buey. Acherus por su deber al enrolarse en su guardia, y Bazag, espoleado por su conciencia, a fin de devolverle el favor que le hizo Lambio en su juventud. Cabalgaron, al norte, Koth, Ophir, Nemedia…y perdido hombres por los diversos encuentros nefastos durante el camino. Era como si una maldición hubiese caído sobre ellos. La pista les llevaba hacia el Reino Frontera, luego Hiperbórea, donde se vieron enredados en una lucha entre tribus. El frío de Aesgaard mató a otro de los compañeros y al penetrar en Vanaheim tan solo quedaban cuatro hombres, Bazag, Acherus, Keito, un huraño Hyrkanio, y Sablen, aquilonio de músculos de hierro y decisión inquebrantable.

Seguían el rastro hacia el oeste de Vanaheim, a las entrañas de un mundo glacial, helado; contaban con tres caballos, poca comida y la esperanza de localizar a Maclo cada vez más hundida en sus corazones apesadumbrados. Sabían que la chica fue vendida en los mercados de Nemedia, y su nombre apareció de nuevo en El Reino Frontera debido a su belleza exquisita. Los rumores les dirigieron hasta Vanaheim finalmente. ¿Qué maltratos habría sufrido la joven, qué violencias? Al menos, por lo que sabían, continuaba con vida. ¿Y ellos?

Delante, hielo, llanuras extensas y blancas, desoladas, vacías, una vastedad de hielo y nieve. Por no contar con los terribles y fieros clanes vanires.





Acherus - Introducción

Largo tiempo llevaban buscando, largo tiempo siguiendo rumores, largo tiempo, en definitiva, persiguiendo humo. Aquella era una búsqueda de las que desagradaban a Acherus, dado que la distancia era tal que uno no podía seguir auténticas pistas, de esas que eran inevitablemente buenas. Seguían pistas basadas en rumores, basadas en testimonios de gente que a menudo solo hablaba previo pago.

La muchacha era un objetivo esquivo, no por ella misma, si no por la ventaja que sus captores les llevaban. Era una persecución ya desesperada, sobretodo por un detalle que jamás antes había sufrido. Un detalle que en otra campaña, en otras circunstancias, quizá le habría parecido propicio, dado que significaba menos cabezas para repartir el botín logrado.

El grupo había ido menguando poco a poco, hombre a hombre. Ahora, sin un caballo por cabeza, era evidente que estaban condenados. Quizá, con un poco de suerte, algún hombre moriría antes que algún caballo, y los restantes podrían seguir un trecho. Pero lo que empieza torcido, es difícil que se enderece. Acherus no se hacía ilusiones al respecto. Solo pedía una muerte en condiciones, a manos de un enemigo, y no por el cruel frío que ahora aullaba por boca del viento. No era muerte para un hombre. Sencillamente el cansancio te podía, te parabas, y ya no podías seguir. Era una muerte cobarde, traicionera, que te traía el alivio del fin del sufrimiento como medio para que cesara tu resistencia.

Por eso daba gracias por el frío que sentía, y por el dolor en los pulmones. El dolor indicaba que seguías con vida. El dolor, y el ansia que sentía por un mísero pellejo de vino tibio, especiado, de esos que te pueden curar cualquier mal. Del que te bebes antes de ir con una mujer hermosa, antes de celebrar un triunfo.

-Deberíamos parar y encender un fuego. Que nos vean, si hay alguien que pueda vernos, y que vengan. Si ha de venir enemigo alguno, lo prefiero antes que ver como se me caen las orejas, congeladas. Y luego la nariz. Y al final los cojones. No, prefiero las armas vanires, si es que se atreven a venir.

Se arrebujó en la capa, mirando hacía sus compañeros. El trayecto era malo, pero peor aun no tener caballos para todos. Correr con aquel frío era terrible, y el humor de todos ellos se había resentido, en mayor o menor medida.




Bazag

Al principio no pudo creer las vueltas que daba la vida. Harto de Zamora, y con unas cuantas deudas pendientes, decidió salir de allí, sin prepararse para el viaje, y por supuesto sin avisar. ¿Hacia donde ir?, decidió seguir la primera caravana de viajeros con la que se cruzase, después de todo tanto le daba un lado como otro. La siguió hasta que se cansó, entonces escogió el primer desvío en el camino. Tras una serie de decisiones similares, acabó en Meshken. Nunca antes había estado, eso lo convertía en un buen lugar para probar fortuna.

Pensó que sería fácil encontrar trabajo, siempre lo hay para alguien con sus capacidades, pero encontrar allí a su mentor… jamás habría esperado nada similar. Había ascendido mucho, conde nada menos. Generalmente esa basura consigue sus títulos heredándolos de otros tipos tan podridos como ellos. Lambio debió hacerlo gracias a su valía con la espada. Otra persona habría considerado eso como una muestra de justicia, la recompensa al trabajo duro de toda una vida, librando combate tras combate para bastardos que jamás han pisado el campo de batalla. Bazag únicamente se alegró por Lambio, más aún cuando este no parecía guardarle ningún rencor tras haber abandonado la guardia de la ciudad sin dar explicación alguna. Muchos lo considerarían una deserción, Lambio simplemente le conoce demasiado bien, incluso debía haber previsto que actuaría así antes o después.

Durante un tiempo se aprovechó de la hospitalidad. Allí tenía cuanto puede desear, cobijo, alimento, bebida y mujeres. Antes o después Lambio le pediría unirse a sus hombres, Bazag estaba convencido, y aceptaría por un tiempo. Se iría más tarde, en cuanto se cansase de aquello, ambos lo sabían. Hasta ese momento… decidió permanecer allí.

Llegó el momento de pagar las deudas. Maclo, la hija menor de su mentor, fue secuestrada. De inmediato se formó una partida para ir a buscarla, Bazag ni siquiera espero a que se lo pidieran. Lambio no solo le enseñó a usar las armas, le sacó de las calles, le habló de otros lugares, de la magnitud y la extensión del mundo. Más aún, le perdonó la vida cuando sus órdenes indicaban lo contrario. Son más deudas de las que podría pagar en varias vidas.
Sin preguntarle a nadie, se presentó allí cuando los hombres se reunían, escuchó las instrucciones, los datos, y se dispuso a marchar. Únicamente asintió antes de salir, queriendo transmitir algo de seguridad. Por desgracia ambos saben que nada puede garantizarse en un asunto como este.

El primer rastro les lleva al siguiente, este a uno más… ya ha perdido la cuenta de las veces que han abandonado una pista para seguir otra. Si encuentran a la joven, no quiere pensar en que estado va a encontrarse. Sus padres la querrán de vuelta igualmente.
Encuentran mucho más a parte de la información. Cuando se trata de encontrar esclavos siempre acabas removiendo mucha basura, llamando la atención sobre ti. Sin contar a bandidos y demás escoria. Ha sido necesario combatir una vez tras otra para abrirse paso. Doce hombres partieron, ahora solo quedan cuatro. Es mala idea seguir adelante, pero ir a pedir refuerzos solo conseguiría invalidar cualquier información que ahora posean.

Mientras acampan sobre la nieve y el hielo, escucha a Acherus sugerir una fogata. Bazag responde con una sonrisa en los labios – ¿Y donde vamos a encontrar leña aquí?- hace un amplio gesto con ambas manos, señalando todo el lugar. La nieve no favorece demasiado la búsqueda de madera seca, pero entiende al caballero, o ex caballero. Este llevaba poco tiempo al servicio de Lambio, tampoco ha debido ver a la muchacha más de un par de veces. –Sobreviviremos al frío, no te preocupes. Ya llegará el momento de cortar cabezas otra vez- concluye de forma chistosa. Es probablemente quien se ha mostrado más capaz hasta ahora, escaramuza tras escaramuza. Los demás son luchadores bien entrenados, pero les falta algo, Acherus es distinto, debe llevar muchos más combates a sus espaldas. Prefiere no preguntarle por ellos durante todo el viaje, cada uno es libre de guardar sus recuerdos para si mismo.

Bazag pasa a juguetear con uno de sus cuchillos, más para no dejar de moverse y no enfriarse que por diversión. –Bastará con cubrirnos con las mantas, acercarnos los unos a los otros a la hora de dormir… solo para dormir – nunca se sabe cuando es necesario concretar ese tipo de factores –Y mañana estaremos listos para seguir el rastro nuevamente-. Comprende que la moral de los demás descienda por el tiempo transcurrido, las malas noticias, las muertes de sus compañeros, y el frío. No es su caso, va a encontrar a Maclo de un modo u otro, aunque solo sea para poder volver con malas noticias. Es mejor que la incertidumbre.



Acherus


Tras asentir ante la obviedad de la falta de leña, Acherus no pareció contentarse con las mantas.

-El problema no es el calor. El problema es la suerte. No hemos tenido otra cosa que problemas. Y esos rastros que sugieres seguir mañana... también forman parte del problema. Hemos seguido rumores, no rastros. Un lobo no caza una presa de la que oye rumores, el lobo caza aquello que huele. Somos lobos, lobos hambrientos, pero no olemos nada.

Bajó la cabeza, pateó la nieve, y escupió, maldiciendo a continuación. No estaba acostumbrado a aquel clima, y le estaba nublando el espíritu.

-Quizá el mañana nos traiga un rastro. Mientras tanto, bastará con que sigamos con vida. Nunca se sabe cuando puede verse uno favorecido por los dioses. Disculpadme por mi pesimismo, sin duda infundado... -Al instante volvió a maldecir, liberaba tensión con alguna ocurrencia irónica de tanto en tanto, pero desde luego aquello estaba fuera de lugar. Tenía razones para el pesimismo, desde luego, pero aquella no era la forma de mejorar la situación.

-Me encargaré de la primera guardia, descansad. Y si aparecen vanires, prometo dejaros alguno, si son suficientes... -Intentó sonreír, pero la escarcha que se le acumulaba en la barba le molestaba demasiado. Desistió, y se limitó a arrebujarse aun más en la capa, raída y manchada.




Bazag

-El rastro es poco claro- desde luego no puede negarle a Acherus algo tan evidente. –Pero existe. Un rumor nos lleva hasta otro, este a otro más… He perdido la cuenta. Llevamos mucho tiempo de desventaja. Sin embargo todavía no hemos encontrado información contradictoria. Acabaremos dando con la chica y volveremos para disfrutar de la hospitalidad de Lambio- Los que queden vivos para entonces. Todos debían creer que volverían a cobrar cualquier recompensa que se les hubiese ofrecido. Incluso Bazag, a pesar de no estar haciendo esto por dinero, confía en recibir algo al volver. Sin embargo han muerto dos terceras partes del grupo, hay pocos motivos para el optimismo.

-Sí, tienes razón, mañana será un mejor día-. Supone que el problema es la idea de buen día que tiene cada uno. Para él un buen día es aquel en el que nadie intenta matarle. Para Acherus no.

-La primera guardia es tuya entonces. Despierta a quien peor te caiga para la segunda- añade entre risas. –Pero si hay acción avísanos. No es que dude de tus capacidades, es que no me gustaría que me asesinen mientras duermo- niega enérgicamente con la cabeza.

Antes de dejarle ir, se pone un poco más serio. –Daremos con ella. Sería estúpido por nuestra parte haber pasado por tanto para no encontrar nada. Creo que los espíritus de los caídos vendrían a mordernos el trasero- aunque quizás no les importe, ¿qué más dan los resultados una vez han muerto? –Personalmente creo que sería un desperdicio haber venido hasta aquí persiguiendo únicamente rumores. Así que no te preocupes, no podemos estar demasiado lejos ya.-



Para Bazag y Acherus


El aquilonio Sablen levantó a sus tres compañeros. El sol pálido apenas disipó el frío helado de la noche pero eso no impidió ponerse en marcha de nuevo, con los reniegos de Keito de acompañamiento musical:

- No es lugar para hombres ni bestias. ¿Cómo pueden vivir aquí estos malditos vanires? ¿Qué calor anima sus corazones tan fieros? No logro comprenderlo.

El día resultó tan gélido y solitario como los anteriores. El espíritu de los cuatro hombres se resquebrajaba, se deshacía junto con los áureos copos de nieve que comenzaron a caer. Acherus se mostraba pesimista, en contraposición al optimismo del que hacía gala Bazag, fuese cierto o no. Keito participaba de los ánimos de Acherus y el generoso y rudo corazón de Sablen equilibraba de nuevo la balanza. Tanto el hyrkanio como el aquilonio, conocían desde años atrás a Lambio y su lealtad estaba fuera de toda duda.

Llegó la noche, que solo trajo más frío y además para empeorar las cosas, más nieve y viento. El temporal arreciaba, otro caballo no lo resistió y murió de madrugada; al menos por la comida no debían preocuparse durante unos días. Y esos días fueron durísimos, azotados por el vendaval impenitente, la soledad extrema de los parajes helados, con las fortalezas de las montañas lejanas cubiertas de nieve como únicas testigos de su paso. Ni rastro de hombres, de animales, de vida alguna. Tampoco nada de la chica, las premoniciones de Bazag se confundían con el paisaje níveo y desolado.

Parecían perdidos, y su camino les llevó al oeste, hacia la costa. Las llanuras heladas comenzaron a remitir y tímidas plantas y raquíticos arbustos dispersos salpicaron la blanca superficie, dando paso poco a poco a la tundra; despistadas liebres de las nieves asomaban la cabeza desde sus escondrijos en raras ocasiones. Guiados por una finísima voluta de humo hacia el oeste, cabalgaron hasta bien entrada la noche, cerca ya de la madrugada, para encontrar una aislada cabaña, en medio de la nada, de cuya chimenea la fumarola huía refugiándose en el cielo gris.


Una vieja mujer encorvada y tapada hasta las cejas cargaba con un montón de leña. Los vio, se dirigió a la puerta, la abrió y la dejó así, en clara y extraña muestra de hospitalidad. El grupo guardó los caballos en la pequeña techumbre que hacía las veces de granero, establo y almacén, por llamarlo de alguna manera, donde rumiaba una huesuda vaca y dormitaban un trío de gallinas. Al entrar en la humilde choza les recibió el calor de la chimenea, observaron a la anciana dejar la leña cerca del fuego y una mujer de espaldas cocinando. Y una sorpresa que les dejó sin habla unos instantes: Una joven de cabellos rubios casi blancos, ensortijados bucles sucios cayendo a los largo de su espalda, enmarcando un rostro de extraordinaria belleza, que atendía a un hombre en un camastro. Ella se volvió y lanzo un grito de asombro.

(Continúa en 10 Todos)



10 Todos



Los ojos grandes y grises de Maclo no creían lo que veían; los cuatro pares que la contemplaban, tampoco. Reaccionó luego y corrió hacia Sablen, el de más edad de todos y que la conocía desde niña, que abrió sus brazos y ella estrechó con fuerza su corpachón, con lágrimas rodando en sus hermosas facciones. Acherus supo quien era la chica a pesar de haberla tratado muy poco y Bazag lo intuyó por las descripciones que conocía: Maclo. De alguna manera, la fortuna, los dioses o el destino los habían conducido a ella, porque sin duda lo era, a pesar de su aspecto desmejorado, las hundidas mejillas, las cicatrices en la frente, la palidez de su rostro, un poncho sobre los hombros y un pantalón harapiento. Maclo alzó sus ojos a Sablen, miró a los otros:

- Pero cómo…cómo habéis dado conmigo…

Regresó al lecho donde descansaba el turanio:

- Whorosan, Whosoran! ¿Son hombres de mi padre, de mi padre, lo entiendes? Oh, sagrada Mitra, perdona mis anteriores palabras y falta de Fe. Estos son Sablen y Keito y…a otro de ellos me parece recordarlo, aunque no su nombre. ¡Sagrada Mitra! ¡Sablen, Sablen!, ¡este es Whosoran, un amigo, juntos logramos escapar de nuestra esclavitud!

La perplejidad y la alegría, la emoción y los sentimientos crecían en el pecho de la joven y ascendían hasta su garganta para desbordarse en llanto y risa. Whosoran se enfrentó a la mirada de los cuatro hombres. Momentos antes hubo escuchado el relincho de un caballo, como la vieja entraba encorvada y dejaba la puerta abierta. Quiso levantarse pero su cuerpo se negó a obedecer, se incorporó a medias.


OFF


Keito: de aspecto similar a Whosoran, más bajo y delgado, barba y grandes bigotes, calvo, pendiente en una oreja. Un sable en bandolera y un par de cuchillos. Lleva arco.

Sablen: metro noventa, muy fuerte pero no en plan Hércules. Cabellos castaños, largos, bigote, barba de varios días; espadón a la espalda, espada corta al cinto, una daga.




Acherus

Cuando Maclo comenzó a hablar con Sablen, Acherus se hizo un par de pasos más atrás, intentando atraer a Bazag. Cuando le habló, lo hizo en un tono bajo, intentando al tiempo averiguar cuanto pudiese del tipo del lecho.
-Demasiado sencillo. Todas estas penurias, todas estas desgracias, los hombres perdidos... y ahora la encontramos aquí, en esta choza, desmejorada pero entera, y acompañada... Demasiado sencillo. Hemos de desconfiar, sin duda. Vigilaré los exteriores, cuídate del tipo y de la anciana. - Con un leve asentimiento de cabeza, Acherus salió de la choza, de regreso al frío. Aquello no podía ser. Podía aceptar que aquella fuese realmente Maclo -Sablen y Keito lo aceptaban, al parecer, y ellos si la conocían - pero sin duda aquella debía ser alguna especie de trampa. ¿Quien podría querer tenderles una trampa? No se le ocurría ninguna respuesta, pero desde luego eso no lo tranquilizaba. Tampoco contemplaba una intervención divina en su favor, no se consideraba más ni menos pío que sus compañeros caídos. Así pues, por el momento carecía de explicación para la situación que se presentaba ante ellos, pero por el momento no iba a dejar de lado las precauciones. Desde luego que no. Confiaba en que, de producirse alguna acción originada en el interior (ya fuera el hombre o la anciana) escucharía ruidos, y desde luego confiaba en que sus compañeros pudiesen apañárselas. Pero si la amenaza llegaba desde el exterior, estaría preparado. Al menos, vigilaría por un tiempo. Más tarde expondría sus dudas a los demás, y pediría un relevo, pues confiaba en que trampa o no, permaneciesen en la choza al menos una noche, para poder recuperar fuerzas y acumular algo de calor, aunque sólo fuese psicológico...

Se dirigió al establo, por llamarlo de alguna manera. Pasaría menos frió, y en caso de ataque probablemente seria un objetivo primario, para impedir su huida. Desde allí vigilaría.




Bazag

Maldice cuando Sablen le despierta. Detesta levantarse de este modo, teniendo nieve, hielo, y la fea cara de sus compañeros, como único panorama. Prefiere levantarse con una mujer a su lado tras una noche de diversión. –Menos quejas, no estoy aquí por diversión-. Aunque en parte sí está aquí por diversión, no concibe otro modo de vida.

Le sorprende lo poco que varía la temperatura entre la noche y el día. De donde él viene es distinto, mientras luce el sol se enfrentan a un calor asfixiante, y cuando se esconde el frío es desolador. Con los años aprendió a apreciar esa diferencia, a disfrutar de las últimas horas de sol y buscar un buen cobijo para no helarse durante la noche. Jamás había pensado que en el resto del mundo las cosas fuesen distintas, era una verdad asumida del mismo modo que uno acepta el viento o la lluvia. Cuando empezó a viajar descubrió que en otros lugares las diferencias eran más tenues, aunque seguían existiendo. Aquí simplemente da igual, lo único que cambia es la luz, y en ocasiones tampoco está demasiado seguro.
Piensa lo mismo todas las mañanas al reemprender la marcha. Entonces acaba llegando la noche y vuelve a pensar que se equivocaba, el frío azota con más fuerza cuando aparecen las estrellas. Este debe ser el peor lugar del mundo, el más inhóspito para vivir. En el desierto solo hace falta preocuparse por encontrar agua, pero esta siempre puede encontrarse si se sabe donde buscar.
Mejor no pensarlo- se encoge de hombros mientras comienza a andar. El clima solo es una dificultad más, como la pérdida de las monturas.

-Son raros, Keito- Responde a su compañero con una sonrisa burlona en el rostro. No se le ocurre explicación más razonable porque tampoco concibe que ninguna criatura de este mundo quiera vivir aquí.

Están perdidos, eso nadie debe dudarlo ya. No conocen la zona ni saben hacia donde se dirigen. La única opción conocida sería darse la vuelta para volver sobre sus pasos, y es inaceptable. A pesar de todo confía en encontrar alguna pista, un nuevo rastro, si vagan por estas tierras. La chica estuvo cerca de aquí, si deben creer los rumores hasta ahora. En ese caso, quien fuese que la llevase, también debió encontrarse con las inclemencias de este inhóspito lugar. Darán con ella, antes o después. –Espero que sea antes, ¡maldita sea!- piensa mientras se ríe sin ningún motivo aparente.

Ya no sabe cuanto tiempo llevan de camino, sin ver nada a parte de montañas y nieve. El paisaje es monótono, sin puntos claros de referencia. Comienza a sentirse realmente frustrado, pero divisan una cabaña en el horizonte. Le sorprende comprobar que la propietaria les deje entrar sin más, sin hacer preguntas. Debe estar acostumbrada a encontrarse viajeros perdidos, en malas condiciones. –Gracias señora- dice a modo de saludo cuando entra. Necesitaban entrar en calor. Observa al resto de habitantes de la cabaña, reparando como es natural en la chica joven. Parece haber pasado por un mal trago, incluso alguna paliza, pero es una preciosidad a pesar de todo. Tan solo puede imaginarse su belleza si se encontrase en mejores condiciones. Es entonces cuando piensa en las descripciones que le dieron sobre Maclo. –¡No puede ser!- mira con incredulidad. ¿Han dado con ella?, es difícil creerlo. Dudaría de si mismo, jamás la había visto antes, pero los demás la reconocen, y ella también reconoce a Sablen, abrazándole efusivamente.

Bazag se gira hacia Acherus. –¿Y dudabas de nuestra suerte?- acompaña las palabras con una leve carcajada. Su compañero sin embargo es más cauto, quizás demasiado, o quizás tenga razón. Procura responder también de forma disimulada –De acuerdo, tendremos cuidado… avisa si ves algo raro fuera-

Tras el breve intercambio de palabras, da un paso al frente. –No me conoce. Mi nombre es Bazag. Su padre fue mi mentor hace tiempo. Más aún, salvó mi vida. Como imaginará, organizó esta expedición en cuanto tuvo noticias de su captura, y yo me sentí obligado a unirme a ella porque estoy en deuda con su padre.- Procura hablar suavemente, no imagina por lo que habrá pasado la muchacha, así que no quiere abrumarla ni asustarla. –Seguimos los rumores hasta aquí. No ha sido una búsqueda fácil, pero he de admitir que al final nos ha acompañado la suerte porque… nos habíamos perdido - añade rascándose la cabeza –Pero lo importante es haber acabado encontrándola.- Mira al hombre en el camastro –Supongo que usted debe haberla ayudado a escapar. Creo que debemos estarle agradecido- Normalmente no tiene tantos modales para hablar, pero no quiere asustar a nadie y echar a perder el rescate por una de sus estupideces típicas. –Supongo que no habrá inconveniente en volver a casa, en cuanto él esté en condiciones de andar- intenta mostrar la mejor de sus sonrisas. –Pero dígame, ¿cómo han conseguido llegar hasta aquí?- da unos segundos para que respondan, pero si parecen dubitativos les dirá algo más. –Comprendo que debe haber sido muy duro, no tiene porque contárnoslo si le desagrada.-