domingo, 27 de mayo de 2012

Hay muchos traseros que patear - 47



Hemos llegado a la última entrega de este relato/partida. ;) 



...  




- Despierta, Dillon. Antes de que te confundan con una estatua y uno de esos nocturnos se te mee en la pierna. Dame uno de esos cigarrillos. ¿Sabes que apestas?

La voz vibrante de tono guasón de Sandro sacó de su ensimismamiento contemplativo al médico. Vio como Anette devolvía el saludo con el dedo a Rivers, sonría la chica, luego sufrió un vahído y perdió el conocimiento. La subieron al transporte y lo vieron perderse más allá de las montañas grises golpeadas por un sol naciente furioso. El sargento tendió su arma a Rivers que junto a Sandro inspeccionaron los edificios. Encontraron algunas latas de alimentos, agua, galletas, incluso un poco de munición. Pero ningún otro bichejo.

La revisión interna de Helen no reveló alteraciones significativas en su memoria, componentes ni programas. Tenía ciertos severos problemas de funcionalidad, que necesitarían una atención urgente, sin embargo no otra cosa extraña como suponía. Tensión, efectivamente, un concepto nuevo que la sorprendió por su alcance y las perspectivas infinitas que eso suponía para su existencia. ¿Acaso había evolucionado? La respuesta del sargento le llegó nítida:

- Negativo. No arriesgaré más vidas en este miserable lugar del infierno.

Antes de marchar con Rivers, Sandro devolvió una sonrisa a Simo:

- Recuérdame eso cuando salgamos de aquí. Empezaré a practicar.

Caminó unos pasos y se dio la vuelta mirando al francotirador:

-Bien pensado, es más divertido estar delante. Se ve mejor el espectáculo y la cara de idiota de tus enemigos cuando te los cargas.





Helen regresó. Tardó un rato, pues tras dejar a los civiles en unas instalaciones abandonadas, en un valle al otro lado de las montañas, Viviana tuvo que hacerle algunos remiendos. Aguantaría.

Los componentes de aquel grupo de marines estaban destrozados, más allá de sus límites físicos. Llegó el bajón después de que la tensión aflojara y las drogas pasaron factura. El cuerpo de todos y cada uno de ellos reclamaba atenciones, torturado desde la punta de los cabellos hasta las uñas de los pies. Habían soportado lo indecible desde que aquella maldita llamada les hizo desviarse del rumbo en su bien merecido descanso en la Tierra. ¿Y ahora qué? El temor a un nuevo cambio de tiempo les atenazaba el corazón pues comprendían que no podrían resistir más a un nuevo salto. Algo que sin duda estaba en la mente de todos los soldados aunque ninguno lo mencionó. Por una vez la fortuna les acompañó y no se produjo el tan temido trastorno.

Los civiles acondicionaron el lugar. Algunos de ellos se ocuparon ahora de los marines. Los niños los miraban y estudiaban con sus grandes ojos curiosos, y toda aquella gente, grandes y pequeños, brillaba el asombro y la admiración hacia unos hombre y mujeres que sobresalían del resto de los mortales. Sandro no perdió el tiempo y a la vez que narraba historias hinchadas de proezas, monstruos y abundante sangre, donde él solía ocupar un papel protagonista, intentó engatusar a una u otra de las chicas que se lo creían todo. Viviana, incansable trabajadora, comprobó el funcionamiento del helicóptero con la ayuda de Helen así como los ordenadores de la base, que no funcionó ninguno.

Carlo se recuperaba de sus heridas y los demás también. Dillon lo pasó muy mal con sus quemaduras y falta de medicamentos, Anette se espabilaba pero no lo bajaba la fiebre, mientras que Rivers y Simo se dedicaban a patrullar, revisar armamento y salvaguardar el lugar. El sargento y Sandro realizaron un par de excursiones por los alrededores sin encontrar nada útil. Kaplizki interrogó a la doctora que habían salvado descubriendo que en las instalaciones científicas se trabajaba con ingeniería genética, de cara a alimentar la maquinaria de guerra de la corporación. De Ahí debían proceder las hormigas gigantes, lo mismo que los nocturnos. Al parecer se les fue el proyecto de las manos, fueron atacados por nocturnos y tuvieron que huir. Transportaron con ellos algunos especimenes crías que se desarrollaron con virulencia desmesurada, causando lo que ya conocían. El maletín conservaba registros de las operaciones, estudios e investigaciones, así como un muestrario de células de distintas especies, desde nocturnos a hormigas, y otras no identificadas.

El sargento destruyó el maletín y su contenido obteniendo con ellos un histerismo desatado de la doctora. Suerte para ella que en ese momento Sandro no estaba allí.

Una semana más tarde, hambrientos, fueron rescatados por una unidad de salvamento de la Weyland. Soldados armados hasta los dientes, médicos y enfermeros. Explicaciones breves y poco después, a salvo pero casi cautivos, fueron evacuados del árido planeta en una nave de grandes dimensiones.

En una base del ejército, resultó que su historia, aunque increíble, no lo era tanto. En los años transcurridos se había descubierto, mediante investigaciones ilegales y abolidas casi definitivamente, que uno de los efectos de la anti materia era el padecido por ellos. O eso se pensaba. Un laboratorio descubrió tras ensayos con animales y personas – prisioneros de guerra o criminales -, la mayoría fallidos contando con una larga cadena de errores y fracasos, que la propiedad alucinante de viajar en el tiempo, no podían controlarla, pero sí contrarrestarla por una vacuna. Dos inyecciones diarias, mañana y noche, permitía a los sujetos “mantenerse” atados al tiempo presente. Nadie les preguntó, y fueron directamente inoculados con dicha sustancia.

Ahora, les restaba aguardar su destino, si los licenciaban, los incluían en otra unidad, o se dedicaban un tiempo a estudiarlos.






Helen


Acababa de contar lo que había vivido desde que empezó todo en aquel crucero de placer, y la bomba que los había condenado. Tenia el presentimiento que la habían desconectado en algún momento y sacado la información, pero no podía corroborarlo. Todo resultaba tremendamente irónico; habían estado luchando contra las creaciones de la Weyland y considerado a estos sus enemigos, y ellos habían sido sus salvadores. Helen se sentía aun incrédula, y aun a pesar de tomar aquellas cápsulas tenia la paranoia de que en su cuerpo artificial no tendrían los efectos esperados que en organismos humanos naturales.

A sus compañeros les dijeron que les llamarían. Y algo parecido a un escalofrío le recorrió la piel que recubría su espinazo.

"Necesito reparaciones en el sistema de refrigeración de la piel" se dijo, aunque otra parte de ella le dijo que ella había sido un experimento de aquellos bastardos. Pensaba que muy probablemente por su culpa la Weyland sabia en todo momento donde estaban, que hacían y como todo encajaba en lo que toda aquella historia podría haber sido un simple experimento. Le brotaron lágrimas y no supo si era por parte de su programación o parte de esa "evolución", ese escalón a obtener Humanidad.

Miro a sus compañeros. Había muchas posibilidades, podrían silenciarlos a todos para que todo aquel asunto se mantuviera en secreto. Aunque no lo necesitaban, Helen había visto las caras de sus compañeros y juraría que se podía leer en ellas que harían cualquier cosa por no ir dando tumbos en el tiempo y poder llamar al tiempo presente con un nombre definido. Había también la posibilidad de que los licenciaran a todos, o que hicieran todo lo contrario y siguieran usándolos en otra de sus misiones suicidas. Si una unidad tenía posibilidades de hacer posible lo imposible era la imposible unidad Sigma 5. Esperaba que fuera así, ya que cualquier soldado desea morir de un tiro, limpiamente. Eran pocos los veteranos que admitían que eran felices retirados o sentados en una mesa tranquilamente hasta que sus cuerpos orgánicos se colapsaran debido a la edad.

Antes de cada uno se fuera por su lado, Helen les dirigió la palabra ya que no sabia si los volvería a ver.

- Dillon... has sido más que un maldito matasanos, siempre remendando los cuerpos y almas de tus compañeros. Has sido un amigo.

- Viviana, gracias por ser mi hermana mayor.

- Sandro, eres un...un loco. Procura moderarte un poco, para seguir siendo tan encantador.

- Rivers, gracias por enseñarme a ser mas humana. Eres un gran maestro.
- Carlo, ... cuídate!.

- Sr Kolkka, UD también.

- Anette, arriba ese animo y procura no meter la pata. Yo procurare ponerle a lo que venga buena cara.

- Sargento, por que no nos lleva a otro de esos paraísos?. Aquí se nos están entumeciendo los pies y oxidando el cerebro. Y matar y salir de churro ya sabe que se nos da de maravilla.




Dillon Frost


Sandro. Molesto como una piedrecita en el ojo. Estaba ensimismado cuando le habló.

-¿Hum?

Sacó un cigarrillo y se lo tendió. Encendió la cerilla con una de sus ásperas uñas, un truco que uno aprende en los peores tugurios de Marte, y se la tendió. El fuego danzaba en sus dedos, hermoso, como una exótica bailarina a la que nunca podría dejar de mirar.

-Apesto. Al menos no soy tan feo como tú.

Siguió con su mutismo. Esperando, no sabía que. Esa paz lo abandonaría pronto, al igual que la felicidad de ese momento. Disfrutó el instante. No solía haberlos. No en la vida de un marine. Aquello era el tiempo muerto, la entrada en boxes, sus vacaciones. Nada pasaba, nada ocurría. Los peludos estaban muertos y los civiles a salvo. No llegaban órdenes nuevas ni aparecían nuevos heridos que atender. Era la calma después de la tempestad. Sandro no podía empañar eso. A pesar de que era realmente feo.

Los civiles estaban a salvo. Helen había tardado en volver. Viviana era su enfermera particular y había tenido que remendarla. Un chip aquí, una soldadura allá. Una técnica que él nunca lograría comprender. La medicina era sencilla. Observando los complicados entramados que seguía el sistema nervioso o circulatorio, cuando uno abría un cuerpo sabía que trabajaba con una obra divina, el resultado del trabajo de un genio. Cuando abría una maquina solo veía la demencia de un loco.

Volaron al lugar seguro. Unas instalaciones abandonadas.

-¿Ningún hotel de cinco estrellas por la zona, Helen?-Comentó al salir del helicóptero. No saltaron. Tuvieron una tregua. Ahora eran los civiles quienes velaban por ellos. Agradecido, solía pasar sus días tendido en la cama, mirando el techo tiznado de hollín de humedad. A veces hablaba. Hubiese alguien o no en la habitación. Y sus pensamientos se filtraban más allá. Como si pudiese ver algo en ese techo descascarillado que no verían los demás. Jugaba con los niños cuando podía. Era agradable. No mataban, no había violencia en ellos. Eran inocentes...felices. Se preocupó porque ninguno de ellos arrastrase un trauma mental debido a la aventura que habían vivido. Escuchó las historias de Sandro, igual que vio sus intenciones hacia alguna de las muchachas. En una ocasión, en la que dos de ellas, o tres, parecían bastante acaramelas con él, se acercó al compañero y le palmeó la espalda.

-Si, yo también recuerdo esa misión. Nos salvaste a todos. Lo recuerdo como si fuese ayer. ¿Les has contado la misión de Rigel XXI? ¿No? Cuando te comiste esas setas...Ya sabes, las púrpuras.-Miró al "público".-Y contrajo una enfermedad. Aún no hay cura. Lo estoy tratando.-Su semblante serio se abrió en una sonrisa nívea.-Los muchachos llaman a lo que él tiene "Ladillas Carnívoras". Vamos Sandro, es la hora de tu inspección...-Era agradable que Sandro hubiese sobrevivido. Podías portarte mal con él y no tener remordimientos.

Él ya tenía su propio castigo. Las quemaduras no le dejaban dormir. Ahora sabía lo que sentían, en menor grado, muchos de los hombres a los que había matado usando a la Vieja Betsy. Pobre chica. Brindó a su salud. Aguantó. A veces deliraba. Sudaba. Se cambiaba las vendas él mismo y aplicaba agua fría. Resistiría. Escuchó la historia de los peludos y la ingeniería genética detrás de un telón de sufrimiento carnal. No sintió pena cuando el sargento comentó que había mandado toda la información al Infierno. Lástima que no pudiesen hacer lo mismo con la doctora.

Cuando llegó el equipo de rescate de Weyland Corp. fueron salvados. Jamás serían felices.

Les drogaban para que no "saltasen". Nadie les daba información a pesar de que su caso no era aislado. Los estudiaban. Eran prisioneros. No le gustaba sentirse así. La Weyland mandaba. No era su ejército. Aquel no era su hogar. Ni siquiera debía ser su tiempo exacto. Muchas preguntas, ninguna respuesta. ¿Qué pasaba con el coronel? Obligado a repetir, hora tras hora, el momento que los daba la vida. Abrir las compuertas...durante toda la eternidad. Se recuperó. No habló. Dejó que sus heridas sanasen y cuando se reunía con sus compañeros volvía a mirar al espacio, a las estrellas. Podía haberse quedado allí. La comida no era tan mala y el sargento no había dado orden algún. Quedarse y ver que pasaba. Tentar al destino, a los altos cargos de la corporación, y que ellos decidiesen. Pero antes de entrar allí Helen le había dicho algo. Amigo. Le había llamado amigo. ¿Sabía ella que para poder considerarle a él como tal ella tenía que considerarse a si misma humana?¿Y ese cambio?¿Estaba siendo ella estudiada doblemente por los estériles científicos de aquella base? Preguntas, preguntas. Sabía como obtener unas cuantas respuestas.

Una fría noche se dejó ver por la habitación de Rivers. La puerta, generalmente cerraba, estaba abierta. Un fallo electrónico. Cortesía de Viviana. El loco del Sadar estaba durmiendo a pata suelta. O fingía que dormía.

-Arriba sabandija.-Dijo desde la puerta. Su figura se recortaba en la oscuridad, era más negra. Le arrojó algo. Un arma.-Los técnicos de la Weyland la recuperaron. Aunque no es de este mundo, han podido fabricar una munición decente. Tienes dos cajas enteras. Viviana ha accedido a sus archivos. No será difícil fabricarla.-Se quedó en silencio. ¿Qué esperaba? Algo más, claro.-Tenemos que irnos. El sargento no ha dicho nada pero no vamos a quedarnos aquí siendo conejillos de indias. Somos perros, no ratas. Y mordemos. Mueve el culo.-¿Seguía sin estar convencido?-Puede que esta sea una base de máxima seguridad pero he calculado que si nos atrincheramos y dejamos de tomar esas sucias píldoras durante una semana, los efectos pasaron y podremos "saltar". Viviana y Anette están abajo, esperando. Y tengo esto para Simo.-Un rifle de precisión, nuevo, con munición abundante.-Quizás le interese. No parece la clase de hombre que acepte un regalo de otro hombre. Pero este le gustará.-Miró al pasillo, un ruido.-Tendremos que buscar algo para el sargento y Sandro. El arsenal nos pilla de camino. También necesitaremos a Helen. Vayamos donde vayamos, una piloto siempre es útil. Tenemos que irnos, Rivers. Debemos marcharnos.-Podía haberle dado mil motivos; ellos no podían ayudar a la Weyland a dominar los viajes en el tiempo mediante sus investigaciones, no podían ser sus prisioneros, tenían que ser libres, tenían que volver al ejército, tenían que sacar a Helen de allí antes de que se enterasen de que, quizás, había cambiado a algo demasiado aterrador como para pensarlo. Tenían que salir porque eran sus vidas. Podía haberle dado cualquiera de esas razones y Rivers habría entendido como lo habían hecho Viviana y Anette. No dijo ninguna de ellas.-Aquí...el café es un asco.-Se giró, dispuesto a seguir.-Ah, no os he presentado.-Bajo la luz del pasillo su compañero podría apreciar el doble bidón de combustible que portaba a la espalda y una larga herramienta que descansaba en las manos. Una herramienta con una llama en la punta.-Esta es Charlene. Es tímida, pero está impaciente por conocer gente nueva...-Un amor nuevo, una vida nueva.



Jake Rivers


No encontraron nada en la inspección, y ya hace días de eso. En resumen, buenas noticias. Los civiles a salvo, ¡ya era hora de cumplir alguna misión!. Ellos recuperándose de las heridas.

El bajón cuando remiten las drogas, un buen motivo para no usar estimulantes de ningún tipo en plena batalla. Ahora se siente algo abatido. No sabe cuando saltarán de nuevo, si quedarán enteros de una pieza al hacerlo… no sabe nada. Incluso podría ocurrirles como al coronel. En unos segundos tal vez tenga una de esas monstruosas hormigas inyectándole veneno. Un solo parpadeo y estará evitando la lluvia de destrucción causada por las armas del futuro. Cuando se cubra en alguna trinchera, al volver a asomar la cabeza se verá rodeado de felinos súper desarrollados con ganas de morderles el trasero. Pasará de arrastrarse para llegar al transporte a llevar a hombros a una muchacha, a penas una niña, que jamás debió empuñar un arma, solo para ver como la muchacha se convierte en Anette y le enseña el dedo por haberla obligado a no quedarse atrás.

Es un miedo bastante confuso. No sabe a que temerle, o si debería temerle a algo. Es mucho más fácil tener un enemigo delante, basta con abrir fuego hasta agotar el cargador. El cerebro tan solo se centra en sobrevivir, en hacer que los demás sobrevivan. Buscar la mejor cobertura, seguir avanzando, siempre avanzando, es la forma de ganar las batallas. Escasear la zona con la vista, rápidamente, para encontrar un blanco. Ocultarse, echar a correr, buscar la mejor cobertura…

El mismo ciclo una y otra vez. Soporta bien la tensión de saber que pueden abatirle en cualquier momento, la tensión posterior a la batalla, cuando comienzas a sentirte seguro, es mucho peor. Recuerda las estupideces de “estos días”. Disparar un SADAR en plena nave, ofrecerse voluntario para explorar un terreno inhóspito, adentrarse en la independencia tras verla envuelta en esa extraña burbuja, intentar rodear dos pájaros acorazados, quedarse el último para repeler la amenaza animal.

En el momento de enfrentar cada una de esas situaciones no siente el más mínimo nerviosismo. Para eso le han entrenado. Son marines coloniales, lo más duro que ha conocido el universo. Dentro de semejante cuerpo, la unidad Sigma es la más dura. ¿Dudar antes de moverse?, ¿Sentir remordimientos al disparar? A ellos no les afectan esas mierdas.

Pensar todo después, analizar los errores… eso es distinto. Tal vez podían haberse salvado más de ellos. Quizás alguien podía haber convencido al cabo de no volverse tan fanático, o alguien podía haber convencido a sus compañeros de no ocupar así las cápsulas. Él mismo podía haber dejado marchar a los amotinados, ¿Qué le importaba?

Ha pasado por esto otras muchas veces. Debe dejar de pensar en ello, dejarlo estar. Sin duda podían haberlo hecho todo mejor, pero no debería afectarles. También podían haberlo hecho mucho peor. Han conseguido salvarse unos cuantos. Todos muy heridos, claro, la pobre Anette estaba destrozada, y Dillon más ennegrecido de lo normal, lo cual es mucho decir. Helen parece muy destrozada ¿Quién les iba a decir que era una sintética? Él no la ve así, claro, la ve como otra compañera. Habría cargado con ella de ser necesario, como cargó con Anette.

Al final siempre acaba consolándose con lo mismo. Algunos están vivos para poder contarlo, suficiente para aguantar un día más.

Al final llega el equipo de rescate, por llamarlo de algún modo. Los civiles irán a un lugar seguro, o eso quiere pensar. Aquí se desarrollaban armas biológicas, esta gente sabe demasiado. ¿Los dejarán marchar sin más?... debe comprobarlo.

Tiene más asuntos pendientes. Si están en su tiempo, o al menos cerca, juró buscar a quien le dio a la mujer una bomba de antimateria. Desde luego, lo hará, cuando encuentre a los responsables, el líder de la organización o el que vendió los materiales, les hará tragar una granada. Ese será el fin, el principio aún no lo tiene decidido. Es un interrogador bastante eficaz, aún puede mejorar. Un par de libros de anatomía y el dolor se disparará exponencialmente. Solo con eso podrá hacer justicia. No la justicia del sistema, ni siquiera la justicia entendida como un concepto universal. Su justicia.

Helen les habla antes de ser separada. –A los humanos no nos gustan las despedidas- levanta el pulgar –No te acostumbres demasiado a la buena vida y a tenernos lejos. Recuerda la norma más básica de los marines - Espera que baste para entenderlo. Él no se despide, de nadie. La unidad Sigma sigue viva, hace falta mucho más que un par de imbéciles armados para mantenerles encerrados.

Pasan varios días entre drogas experimentales, preguntas, y pruebas. Está cansado de todo esto. No es una rata de laboratorio, ni un jodido asesor técnico. Es un soldado. Si quieren sacar algo útil de él que le envíen con un arma a cualquier frente. La frustración llega, acompañada de sus grandes amigas, ansiedad e ira. A nadie le gusta ver a Rivers enfadado, eso es algo que los gilipollas de la Weyland están acercándose a comprobar, un poco más cada día.

A penas duerme por las noches. Se considera prisionero. El deber de todo prisionero es escapar. Una lógica sencilla, demoledora. Para hacerlo debe recopilar información, puntos débiles… lo que sea, y es más sencillo por la noche, cuando los guardias creen que duerme. Escapará de aquí, junto con los demás, eso es tan seguro como el dolor tras un buen puñetazo.

*Dillon aparece, no sabría decir cuantos días después. Una fuga… ambos pensaban en lo mismo. El médico habla de perros encerrados. –Leones… no perros. Somos leones a los que alimentan a través de una verja para no hacerse daño. Pero este León no ha nacido para vivir en un zoológico… ni para beber mal café- Añade con una sonrisa cargada de malicia. –Sí, saquemos a Helen de allí… nunca dejamos a nadie atrás. De camino quiero inspeccionar ese arsenal… como en la independencia. ¿Atrincherarnos dices?, van a rezar porque consigamos salir, créeme.- La expectativa de una fuga le ha hecho recuperar la euforia perdida. Dillon también se muestra más alegre, debe ser por su nueva chica. –Dillon… no puede ser saludable ponerle nombre a tus armas- bate la cabeza –¿Qué será lo próximo?, hablar con ella- Ahora ríe, conteniéndose para no despertar a demasiada gente –En fin, es hora de dar una vuelta con ella, ¿no crees?-




Simo Kolkka


Lo que les había dado Dillon había perdido su efecto, Helen empezó a despedirse y no quedaba nada a lo que disparar, descontando a Sandro. No podía ser una situación más deprimente. Sr Kolkka... ¿Por que se refería a él como señor? ¿Tan mayor parecía? Imposible. A doc lo había llamado por su nombre. Cosas de robots, seguro. Encontraron municiones. En cajas rojas. Incluso comida. Si Dillon encontraba mas caramelos estarían preparados para otra fiesta de las gordas. Empezó a comer galletas mientras llegaba el autobús. Seguro que una vez arriba se las quitaban para que no tirase migas.

Llegaron a donde estaban los civiles, y en un par de horas aquello parecía casi un lugar normal, con un ambiente normal. Él prefirió seguir jugando a ser soldado, y buscó un nido donde meterse cuando volvieran las hormigas, los wargos o los cylon de la serie original. Lo prepararía para cuando la cosa se pusiese fea, y después se sentaría a disfrutar del paisaje.

Con el tiempo, llegó la caballería. Se mostraron muy comprensivos. Demasiado. Daba la sensación de que fueran a darles una medalla al mérito. Quizás le dieran sus nombres a una condecoración. Medalla Sigma 5 a la temeridad. Sonaba bien.


Con el tiempo, el resto del equipo empezó a sentir lo mismo que él. Sobraban allí. Llegado aquel punto de la partida, sobraban en cualquier lado al que fuesen. Fue Dillon quien lo dijo en voz alta.

- Mordemos. Mordemos. Mordemos. Me gusta.- le traía un regalo.- ¿Has guardado el ticket? No me gusta en este color... Como sea, recuperemos a nuestra HAL 9000...

martes, 22 de mayo de 2012

Hay muchos traseros que patear - 46



El silencio se adueñó capa sobre capa de las instalaciones mineras mientras la temblorosa madrugada se perfilaba brumosa en las altas y grises montañas. El olor ferruginoso de la sangre se mezclaba con el acre y repugnante procedente de las vísceras desparramadas de decenas de nocturnos. Un velo de niebla pegajoso se elevaba frío reptando entre los cadáveres y los edificios abandonados.

La unidad Sigma 5, lo que quedaba de ella, menos de una decena de efectivos, se mantenía en pie, desafiante, como un solo ser, un solo marine. Múltiples heridas surcaban sus castigados cuerpos, un sin número de cicatrices, contusiones, hematomas y quemaduras. Agotados hasta la extenuación, su espíritu de lucha se mantenía vivo y latente, poderoso, en todos los corazones.

Simo se acercó, cojeando junto a Sandro, al resto de compañeros. Dillon, erguido, buscaba otro cigarrillo entre la docena de bolsillos del destrozado traje de campaña; Anette se apoyaba en el corpachón del loco del Sadar, Rivers, que pateó a un último nocturno, la hoja de su cuchillo chorreando sangre.


Arriba, el helicóptero circunvaló la zona y aterrizó de nuevo no lejos de los marines, cuando ya la fiesta hubo terminado. Helen, a los mandos, con plena conciencia de ello, saltó a tierra. La piloto no había sido auxiliada por Viviana, que no podía llegar en forma alguna hasta ella debido a todas las personas que ocupaban la aeronave, sin embargo la providencia hizo que una de las mujeres fuese ingeniera y logró solventar los problemas de fluido vital de Helen. Para más tarde quedaría la solución y reparación del brazo.

El sargento, renqueante, altivo, quitó un cargador y puso otro; el tono de su voz no perdió un ápice de fortaleza:

-Rivers, Sandro, comprobad los edificios adyacentes. El resto, ubiquemos a Anette en este trasto. Helen, Viviana, buscad un lugar cercano y decente. Luego regresad.

El helicóptero se elevó de nuevo con Anette a bordo. Lo miraron alejarse ruidoso y tembloroso, hasta que se transformó en un punto en el horizonte, más allá de las montañas.





Dillon Frost


El dios rojo se alzaba en el horizonte. Primero carmesí, fuego en la alborada. Más tarde anaranjado, vivaz, palabras destellantes que escondían el secreto de la vida. Y luego luz. Una luz intensa, amarillenta, hasta que te absorbía. Y era blanca. Pura, clara como el cristal. Un espectáculo maravilloso. Le dolía todo el cuerpo. Sentía como los efectos de su droga se desvanecían dejándole atrás con un cuerpo roto y cansado. Muy cansado. Más su alma se alegraba de poder ver aquello. Una justa recompensa. Mataría a ¿Cuántos había destrozado aquella noche?¿Aquel día?¿Aquella vida? Volvería a matarlos si el premio era aquel.

-Esto no se ve todos los días.-Irónicamente era un amanecer. Su mente aún chisporroteaba con el candor de la batalla. ¿Cuándo había terminado?¿Hace una hora?¿Un minuto? Quizás nunca. Quizás no había empezado aún. Futuro en su corazón, el pasado en su memoria. El presente en sus manos. Encontró los cigarrillos.-Es estupendo estar vivo, joder.-Lo encendió y le dio una calada. Una invitación a la muerte. Ningún médico recomendaba fumar. Pocas personas lo hacían ya. Sabían que era llamar a una muerte apodada cáncer. Él no la temía. Como marine, no viviría tanto como para convertir sus pulmones en charcos de brea. Pero vería un día más. Aspiró el humo de aquel cigarrillo barato y lo paladeó como si fuese el filete más caro de uno de esos restaurantes donde te obligan a llevar corbata.

Miró a sus compañeros. Ya los remendaría más tarde. Tenía trabajo que hacer. Mucho trabajo. Se habían salvado todos. Todos los que quedaban, claro. No eran muchos. Viviana, buena chica. Helen, ella era quien menos trabajo le daba. El cabronazo de Sandro y el pirado de Rivers. Debía de haber sufrido un shock porque se alegraba de que esos dos desgraciados aún siguiesen con vida. Simo, siempre tan tranquilo e impasible, como si allí no hubiese pasado nada. Anette...cuyos padres podían estar orgullosos. No era un chico pero los tenía bien puestos. Y el sargento. ¿Quedaba en él algo de la esencia del coronel? Si.
Recordaba las dentelladas que le habían arrancado buenos pedazos de carne y las garras calientes que se habían clavado en su espalda. Jamás se borraría de su mente aquel momento en el que tuvo que usar la cabeza para deshacerse de aquel mínimo con malas pulgas. Dos veces, hasta partirle algunos dientes y ganar así el cuchillo, con el que destriparle en una distancia tan corta. Ahora olía a sus entrañas y tenía una brecha en la cabeza. Había gastado hasta la última bala. Y cuando el fusil quedó son ellas lo había arrojado contra el primero de los seres que había saltado sobre él. Un marine siempre sabe como darle buen uso a sus armas. Aún le quedaba la pistola y había sido suerte agenciarse el rifle del vigilante.

Seguía con vida. En silencio, profundo y estruendoso. Sus compañeros estaban vivos. Los civiles también. El sargento ya estaba dando órdenes. Se movían. El siguió quieto, igual que una estatua a la que hubiese mirado la Gorgona. Una estatua de obsidiana. Roca que sangraba, piedra que sufría. Por esas heridas la pena se escapaba. Lo habían hecho. Venciendo al planeta. Por encima de la cadena alimentaria, por encima de las corrientes del tiempo. Marines. Eso eran. Habían llegado, habían pateado unos cuantos culos y ahora todo estaba bien. Veni, vidi, vinci.

Ya no miraba la oscuridad. Ahora contemplaba el sol en la medida de lo posible. Esa luz purificadora lo inundó. Quería pensar que todos los que no estaban allí parece celebrar aquella adusta victoria se encontraban más allá de esa luz. No en la oscuridad. Un poco de esperanza. Ahora eran más fuertes, más expertos y más viejos.

-Volvamos a casa, señores...




Jake Rivers


Rivers respira hondo mientras contempla su cuchillo, goteando algo similar a la sangre. No sabe si está herido, a penas puede sentir nada en todo el cuerpo. Tan solo sobrecargas musculares por toda su anatomía. Duda poder mover una sola extremidad en este momento. Si hay un mañana, tendrá unas agujetas descomunales.

A penas recuerda los momentos anteriores. Acuden pequeños flashes a su memoria. En algún momento pensó desenfundar el cuchillo. Instantes después ya lo tenía en las manos, como si el segundo intermedio no existiese. Ahora puede ver varios cadáveres de nocturnos delante, con heridas de arma blanca. Tampoco recuerda haber matado a la mayoría de ellos.

Siempre es igual, tardará varios días en tener una idea clara de lo ocurrido. En plena batalla no hay tiempo para pensar, sobretodo cuando te enfrentas a seres sedientos de sangre, sin orden táctico ni estrategias. Ves amenazas, reaccionas ante ellas, y confías en tener las espaldas bien cubiertas por los demás. Sabe que hoy ha sido así. Con el tiempo llegarán las pesadillas, mostrándole imágenes mezcladas de lo que fue y lo que pudo ser. También las dejará atrás, así es la vida de un marine.

Mira a los demás. Ni uno solo está sano, tan solo los hay con menos heridas. Busca con la vista a Anette. –Te dije que nunca debes rendirte- sonríe con cierta malicia –¿Podías seguir luchando o no?- levanta el pulgar en señal de victoria.

Continúa el repaso con los demás. Dillon se alegra de seguir vivo… y no le culpa, Rivers también se siente así. Otra batalla a sus espaldas. Quizás suficiente para pensar en jubilarse, pero no llegará ese día. Además, quizás ni siquiera sobreviva a todo esto. El sargento, como cabía esperar, le ordena ir a revisar la zona. Tan solo responde asintiendo con la cabeza, o esa era su intención, luego se da cuenta de algo evidente, ya no tiene balas. –¿Queda algún rifle cargado?-

Mientras lo busca, escucha a Dillon sugiriendo volver a casa. Estaría bien para quien tenga una, él tan solo pretende regresar a alguna base hasta que llegue la siguiente misión. Eso si ya están en su tiempo, o si regresan. No se puede decir que haya sido una victoria impecable, desde luego, aunque al fin y al cabo han cumplido. La mayoría de civiles conseguirá salvarse. Con suerte ellos también, si regresa el transporte.


-De acuerdo, echaremos un vistazo. Luego nos marchamos de aquí. Últimamente hemos estado en los peores lugares, pero este se lleva la palma. Creo que no lo echaré de menos.-

Avanzará con cuidado. Aunque los nocturnos son bastante salvajes, tampoco están carentes de inteligencia. Muchas veces ha visto morir a alguien cuando parecía estar a salvo. Esta falsa sensación de seguridad es un terrible enemigo. Cumplirá este encargo con la misma profesionalidad de siempre, sin obviar ningún detalle importante. En su mente aún está combatiendo. Uno de los instructores les decía: Solo estaréis seguros cuando regreséis a casa.
Nuevamente, regresar a casa… un concepto ajeno para él. En realidad, si han sobrevivido los pocos miembros restantes de la unidad Sigma, ya está en casa. Espera que puedan llegar a algún lugar tranquilo para disfrutarlo… hasta el próximo salto, o hasta que alguien les encuentre.



Helen McFersson


Con Anette a bordo, la piloto elevo el aparato no sin cierta dificultad al no poder usar su brazo izquierdo. Sin embargo, al conectarse al aparato ese handicap era totalmente irrelevante al moverlo como si fuera una extensión de ella misma. Lúgubres pensamientos pasaron por su mente al analizar posibilidades futuras. Un antiaéreo que derribara al aparato, la doctora que despertaba e intentaba reventar la nave con todos dentro, nocturnos que seguían por tierra al aparato...

Haciendo una retrospectiva de sus propios pensamientos pidió a Ghost que analizase toda su estructura virtual en busca de "demonios" o algo externo que le hiciera pensar lo peor con tanta frecuencia.

- "Tranquila - se dijo entre murmullos - estas demasiado tensa por tanta acción y tensión acumuladas. Una vez estemos todos a salvo podrás desconectarte y recuperar funcionalidad".

Aunque otra parte de su mente sabía muy posiblemente no seria verdad. Lo veía todo como un preludio de su propia muerte. Como si un dios la considerase un insecto al que fuera privando de partes de su cuerpo poco a poco y disfrutando con ello hasta llegar la desconexión total.


Oyó con sus finos oídos un gimoteo que creía era de Anette. Y se sintió culpable y terriblemente egoísta.

- "Eres una imbécil. Fuiste creada para morir al servicio del grupo Sigma 5, con esos pensamientos no ayudaras a nadie".

Hizo un nuevo análisis del terreno. Buscaba un sitio lo mas plano posible que fuera fácil defenderlo. Aunque por otro lado, pensó en atar a la doctora y hacer que la guiara hasta el bunker. Quizás fuera ir de la sartén al plato, pero seria un refugio para los civiles en cualquier caso. Consideraba eran gente de la Weyland, científicos a los que la compañía había dejado morir a manos de aquellos monstruos. Serian conscientes de eso?. Decidió consultarlo con su superior, tales decisiones en las que dependía las vidas humanas iban, en cierto modo, por encima de sus prioridades.

- Sargento, pido permiso para ir al bunker de la doctora. Es un refugio al fin y al cabo y muy probablemente no este demasiado lejos. Una vez lleguemos, le daré las coordenadas.





Simo Kolkka


Acertó con su apuesta, y el último enemigo acabó en el suelo, sin vida, pero todavía con sus dientes clavados en la pierna. Hizo un pequeño esfuerzo y se lo quitó de encima. Otro esfuerzo más y consiguió ponerse en pie, procurando apoyarse lo menos posible en la pierna que acababan de destrozarle. La porquería que le hubiesen dado hacía que no doliese mucho de momento. Sandro seguía vivo por allí.


- Lo mejor de ser tirador de elite es que todos los demás se pegan por cubrirte la espalda. ¿Sabías eso?

Los demás también seguían vivos, y habían terminado su ración. El sol empezaba a salir, y el helicóptero se acercaba. En cualquier momento acabaría la película y empezarían a salir los créditos. Buscó un montón de cadáveres sobre los que sentarse, y observó sin demasiado interés lo que pasaba en torno al transporte. Dillon y Rivers parecían optimistas. Mala señal.

- No te creas. Aquí por lo menos no hace calor.

También estaba el hecho de que los rivales de aquel escenario no eran inmunes a sus balas, como los robots asesinos, pero eso ya era lo de menos. Algunos empezaron a moverse. Helen tenía ganas de excursión. Los del helicóptero debían de haberse quedado con ganas de fiesta. No tenían de que preocuparse. Seguramente la próxima estuviese a la vuelta de la esquina.


domingo, 20 de mayo de 2012

Hay muchos traseros que patear - 45


Debían haber exterminado a toda la población de nocturnos del planeta, sin embargo quedaban unos cuantos. Los últimos, abalanzándose para el definitivo asalto. En frente, una unidad de marines de fe inquebrantable y coraje que iba más allá del tiempo y el espacio.

El aerotransporte se elevó medio metro con Helen a los mandos, y los cuatro niños hechos un ovillo; no sabían qué era peor si esos monstruos felinos o la cara destrozada de la piloto. Al menos ella no intentaba desparramarles las tripas. Otro de los nocturnos saltó contra la cabina para recibir una nueva andanada por parte de Helen, que era, por su condición de persona artificial, la que más sangre fría mostraba junto con Simo. Este derribó a los dos animales que estaban encaramados al techo del aparato y siguió disparando al lado de Sandro.

Viviana corrió para ayudar a Rivers, y Dillon la imitó, desobedeciendo una orden. El hombre primó sobre el soldado.

-¡Por eso mismo debes cumplir la orden, Dillon! Porque eres un marine –se oyó la voz grave y potente del sargento por los auriculares. Pero Dillon ya tomó su decisión. Alcanzó a Viviana, que con una rodilla en tierra intentaba despejar el camino de Rivers y Anette. Viviana miró con intensidad a los ojos de Dillon, se mordió un labio, asintió a la sugerencia de este, le dio una palmada en el hombro y regresó al helicóptero. No había tiempo para palabras, solo para acciones.

Sandro y Simo quedaron solos defendiendo el helicóptero. Un costado quedó desguarecido y por ahí los nocturnos golpeaban salvajemente el fuselaje sin abrir brecha. Decidieron saltar sobre el techo de nuevo, arremeter contra la cabina y atacar a los dos hombres que protegían el cargamento humano. Simo le voló la cara a una de las bestias que logró acertar con un zarpazo en la pierna a Sandro, los dos disparaban en todas direcciones en un frenesí de muerte, sangre y huesos astillados. Pero el enemigo los iba a rebasar. Viviana les ayudó, brincó adentro de la nave, Sandro observó la distancia que separaba todavía a Rivers y Anette; no llegarían a tiempo. Cerró la puerta del helicóptero y Helen lo alzó definitivamente hacia el cielo de tonalidad eternamente ocre y sucia. Inclinó los controles y dos de los nocturnos encaramados se precipitaron al suelo. Pero quedó uno allá arriba y la maniobra de poner boca abajo a la nave resultaba del todo imposible. Aguantaba el sobrepeso y se elevaba, ocho metros…diez…quince…El helicóptero se mantenía estable, el depósito de combustible estaba lleno más allá de la mitad del mismo.

Tal vez lo consiguieran.

Simo y Sandro estaban desbordados. Menos de un decena de nocturnos restaban nada más en esa zona, el francotirador despachó a uno, Sandro le quitó a otro de encima, pero un tercero derribó por la espalda a Simo. Notó como las garras desgarraban armadura, tela y carne de su espalda. Cayó al suelo y boca arriba interpuso su rifle frente a la ristra de enormes colmillos que pugnaba con feroces dentelladas destrozarle la garganta. Una segunda bestia hincó su dentadura en la pierna de Simo. A Sandro le acosaban dos, uno cerró sus férreas mandíbulas en su brazo izquierdo y el otro le saltó al pecho.

No lejos de ellos, a menos de treinta metros, cuatro marines luchaban desesperadamente también. Intentaban unirse, reagruparse y formar un bloque compacto. Los nocturnos los asaltaron desde todas partes. Dillon despachó a varios de ellos, erguido igual que un monolito negro vomitando fuego; Anette otro tanto, a punto de desfallecer. El sargento reculando lentamente hacia ellos. Y Rivers abatiendo a cuantos podía con su nuevo juguete hasta que la munición se agotó.

Zarpazos furiosos, mordiscos que podían arrancarte la cabeza. Rivers sintió dientes como sables hundirse en su muslo izquierdo, unas afiladas uñas en el brazo. Su cuchillo describió un mortífero arco y seccionó una garganta peluda. A Anette la embistieron y tiraron al suelo, un nocturno se echó sobre ella. Kaplizki usó la granada con un grupito de seis o siete rezagados. Apenas si había ya nocturnos. Dillon pateó a uno, disparó a bocajarro a otro, golpeó con la culata a un tercero. Alcanzó a su compañeros y esparció roja muerte y entrañas por todas partes, a falta de Rock igual de bien sonaba el martilleo de su arma.

El sargento se unió a ellos. Formaron un pequeño círculo, Rivers probó fortuna con las bengalas creando un perímetro de destellos rojos y dorados, crepitaban las bengalas, alumbrando la boca de la noche para que retrocediesen los fantasmas dueños de la misma. La treintena de nocturnos se lo pensó, rugiendo y bramando, cayendo bajo el metal candente que los marines les suministraban a grandes dosis. Eso les decidió a saltar por encima de las llamas, todos a la vez, cayendo muertos, heridos o indemnes sobre los cuatro. Dillon recibió una mordedura profunda en el tobillo, Anette un zarpazo en un costado, Rivers sufrió los efectos de las dentelladas en los hombros y las piernas.


Arriba, Helen describía un arco amplio, aparentemente fuera de peligro. Vio a sus camaradas cincuenta metros más abajo acosados pos esas aberraciones asesinas fabricadas en laboratorio por mentes insanas. Por el poder del dinero. Por el poder, sencillamente. Sandro y Simo a un lado. No demasiado lejos los otros cuatro. Tal vez la idea de las cuerdas de Rivers funcionaría, o sujetarse a las patas del cacharro. Quizá Viviana si descendía saltaría y auxiliaría a los marines. O todo se iría al traste. Puede que los soldados lo consiguiesen solos. La orden del sargento fue clara, marcharse. Viviana guardaba silencio, en medio de una marea de silencio, pues solo se oía en el interior de la aeronave los llantos y gemidos de los pequeños.

El sonido monótono de los rotores desapareció un instante cuando se escuchó el golpeteó intermitente y brutal sobre el fuselaje. El nocturno que quedaba. Helen se desvió un poco de su trayectoria, y entonces la bestia penetró en la cabina con una cabriola y agilidad dignas de un artista circense. Sus mandíbulas de acero se clavaron con saña en la clavícula y torso derechos de la piloto, la manaza casi se lleva la otra media cara de Helen y el empuje de la carga del nocturno la tiró hacia atrás y a un lado.

La aeronave se desequilibró un instante, giró sobre sí misma; afortunadamente se mantuvo estable. Volvió a girar. Cayó hacia el este y remontó.


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Helen McFersson


Helen vio como el felino saltaba, pero sus predicciones de que sus amigos le hicieran trocitos o incluso que su salto tuviera éxito, le pasaron factura. El bicho se coló dentro y amenazaba con separarle de cuajo todo el hombro impulsándola a un lado bastante alejada de los controles.

- ¿Te gusta morder?, ¡muerde esto!.

Le disparó plomo hasta vaciar el cargador, llevada por la pura furia. Luego se apresuro a tomar de nuevo los controles y guiar la nave al lugar seguro. Pensó sobre esa palabra, su significado, y empezaba a dudar de que existiese un lugar así. Luego con una mano en la palanca estabilizadora, con la otra agarro lo que quedaba del bicho y lo tiro por delante de la cabina. "Pensaba que a los gatos les daba vértigo las alturas y solo trepaban cuando una necesidad natural les impelía a ello. Cuesta creer que hayan llegado a la fase adulta con un instinto que suprime la auto supervivencia" pensó. " A no ser que... no. No puede ser que esos científicos los hayan hecho traer a todos o los hayan criado aquí, no hay comida suficiente". Miro a los niños y a la gente que tenia detrás y se corrigió. "Quizás sí tenían comida suficiente y venían a por más, pero me parece un plan diabólico y demente, casi perfecto".

En ese momento deseaba hablar con Kaplizki. Quería discutir y divagar sobre ello intentando con las ideas de ambos discernir la razón por la que en el caso de que Weyland hubiera sacrificado esas criaturas, como esperaba luego a su vez eliminarlas. Otro animal de mayores dimensiones seria caro, incluso para la Weyland. La piloto se inclinaba a pensar en lo contrario, un ser más pequeño. Más incluso que las hormigas gigantes, un virus.

- Dillon, si nos encontrásemos con una epidemia. ¿Cuánto crees que tardarías en encontrar una cura?.




Anexo Helen



El mordisco de la bestia arrancó carne, fibra y nervios artificiales. Varios chorros de sangre roja sintética salpicaron el panel de mando y a los horrorizados niños. La bestia felina abrió unas enormes mandíbulas capaces de engullir la cabeza de la piloto y sus zarpas se hundieron profundamente en el hombro izquierdo.

El instinto de supervivencia de Helen hizo que pudiera acercar la automática a la boca y derramarle dentro de la misma una descarga tras otra. Los sesos del bicho se desparramaron en todas direcciones y la amenaza fue eliminada en unos segundos.


Estabilizada la aeronave, Helen se hizo diversas preguntas para las que de momento no encontraba respuesta exacta, fuese lógica o no. Su sangre seguía manando de forma peligrosa y un chequeo instantáneo le reveló que la capacidad de su brazo derecho descendió al 75% , no pudiendo moverlo con fluidez. Otro dato igualmente alarmante era que a este ritmo, la pérdida de fluido vital la conduciría al colapso en menos de diez minutos.



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Helen McFersson Anexo.


Tras hacer un breve análisis nada tranquilizador se precipito a informar de ello a la única persona que podía salvarla.

- Viviana, me muero. Me estoy desangrando. Necesito me ayudes lo antes posible.

No tenía nada sano. La rodilla derecha se había curado, pero recordaba como un eco la barra atravesándole la rodilla. Las hormigas que le habían atravesado la espalda, al sintético de combate que le había destrozado la cara y ahora el brazo izquierdo lo tenia que amenazaba con desprenderse, si no lo había echo ya. Pensó con ironía que casi seria menos doloroso herirse el lado derecho antes de que lo hiciera alguna otra cosa, pero siendo diestra era complicado. Todo apuntaba a que su utilidad para el grupo estaba llegando a su fin, y terminaría tirada como material reciclable o quizás ni eso.

- Usa mi equipo si lo necesitas, encontraras en mi botiquín un soldador y material para reparaciones electrónicas. Date prisa, me queda poco tiempo.

Se conecto al transporte, tenia poca memoria, pero volcó en ella su ser. Trasladó su conciencia en el transporte y abandono (temporalmente) su cuerpo, para que Viviana lo reparase y el tiempo no constituyese un problema por desconexión, si sucedía. Aunque por supuesto, olvidaría muchas cosas ya que en su cuerpo era donde estaban almacenada la información de cómo se hacían un gran número de cosas. Pero eso era ya era otro problema. Mientras se preocuparía por recoger a Anette con la ayuda de Viviana y salir de aquel lugar infestado de gatos hiperdesarrollados.






Jake Rivers


-¿Ves?, no había que preocuparse, nos quedamos todos en tierra- Dice Rivers mirando a Anette. Ya será imposible llegar al transporte, ahora solo dependen de sus armas para sobrevivir. En el fondo se ha convertido en un escenario muy simple. Los marines van a abatir a tantos nocturnos como puedan mientras les quede munición. Luego aún abatirán a unos pocos más con las armas blancas. La única duda es si serán capaces de abatir a todas las bestias para cuando se hayan quedado sin munición. De no ser así morirán, y de ser así habrán exterminado una raza entera. Solo cabe preguntarse ¿la superioridad numérica de los nocturnos les será suficiente?

-Al menos hemos cumplido la jodida misión- Piensa al escuchar el aparato elevarse. Ahora deben centrarse en sobrevivir. Será muy complicado, por eso no todo el mundo puede ser marine colonial, solo los más duros.
Comienza a disparar la munición restante, sin preocuparse tanto de elegir bien los blancos. Dispare a donde dispare les va a dar, e incluso va a matarles, los demás tendrán que apuntar mejor… y él también cuando se vea obligado a usar el rifle antiguo. Cree que hacerlo le supondrá una depresión, ¿cómo puede volver a usar otro tipo de armas tras probar la prosperidad del futuro?

Pronto se agotan las balas. Los nocturnos se les abalanzan encima, sin darles tiempo para cambiar de arma. Cuando quiere darse cuenta ya le han mordido las extremidades. Comprueba, con cierto optimismo, como el cuchillo es capaz de herirles, incluso matarles. Por algún motivo pensaba que las armas blancas serían bastante inútiles contra esas bestias. Sin embargo atraviesan bien carne y músculos, no necesita más para causar heridas mortales. La parte mala es que cuando ya los tienen encima es inevitable recibir el severo castigo al que les someten.

Tal como imaginaba, las bengalas les molestan, pero poco más. Se limitan a saltarlas por encima. Eso les da a ellos un blanco fácil. No resuelve el problema. Acaban rodeados completamente, en un cerco cada vez más estrecho. La situación no va nada bien.

Rivers trata de descolgar el rifle antiguo*. También desenfunda la pistola con la mano izquierda. Agarra el rifle con la derecha, apoyando el cañón sobre el antebrazo izquierdo. Así sostiene ambas armas a al vez. No puede usar la pistola sin más, pero cuando se quede sin munición tampoco perderá más tiempo para cambiar de arma. Además, cuando considere que puede conformarse con menos potencia de fuego, disparará el arma corta, así ahorrará munición.

-Olvidad el perímetro, vamos espalda contra espalda- No es la mejor opción contra enemigos armados, pero contra bestias que atacan de este modo, conseguirán concentrarlas a todas en el mismo punto. Más aún, se estorbaran las unas a las otras al atacarles, y ellos podrán aprovechar mejor la potencia de fuego que aún les quede. Una medida desesperada. Bien, es una situación desesperada.

-¿Podéis usar las luces de ese trasto para alumbrar encima de nosotros? - pregunta por radio. A parte de que la luz sí parece molestar a estos bichos, y esta vez no podrán saltarla, a ellos les vendrá bien para ver mejor sus alrededores.

Aún podrían salir de allí colgándose del aparato, pero eso ya no depende de ellos. El transporte tendría que descender. Ellos solo pueden mantenerse con vida hasta el último momento, matando a todo nocturno en los alrededores para conseguirlo.

Desgraciadamente no hay mucho tiempo para apuntar, ni para hacer fuego selectivo, aunque intentará no disparar a lo loco. Cuando llegue el momento, volverá a sacar el cuchillo de paseo. Intentará esquivar a las bestias y contraatacar entonces… aunque en ese punto espera que queden pocas, de lo contrario están acabados, aunque saberlo no le impedirá luchar con más fuerzas aún de lo normal.




Dillon Frost


Se había arrancado el auricular de la música creyendo que lo tendría incrustado muy dentro, casi en el cerebro. Una extirpación perfecta. Sabía que el walkman no tenía pilas. Era antiguo, tanto traqueteo podía haberlo desajustado. No se oía. Lo sabía. No obstante, seguía escuchando música. Dentro de su cabeza. Tronantes guitarras escupían notas metálicas sobre sus neuronas mientras que los solos de batería pisoteaban sus pensamientos. Una voz estridente arrancaba aullidos allá adentro, en lo profundo. El baile seguía, el juego no terminaba. Tarareaba, cantaba, era feliz en medio de la carnicería. Su sentido de la vida, su motivo de existencia.

Logró que la chica se fuese. "Suerte Viviana". No volvería a verla. No volvería a ver a nadie más. La situación era tan crítica que podía oler a la muerte cerca de él. La había visto de muchas maneras. En batalla, sangrienta, al igual que todos sus compañeros. Pero también ponzoñosa, en los hospitales de campaña, y sardónica en los soldados ha los que no podía salvar por llegar demasiado tarde o por no llevar el instrumental necesario. Estaba allí. Su vieja amiga...en la oscuridad. Nunca los había dejado. Una canción popular de los muchachos decía que ellos estaban casados con la muerte. No se sentía asustado. Viviana había dejado el campo de batalla. Estaba bien porque su trabajo era salvar vidas. Era un buen médico...Irónicamente era mejor cirujano con el rifle en las manos que con el bisturí. Al sargento le ignoró. No podía hacer otra cosa. Su corazón no le dejaba optar a la razón, a la lógica o a la disciplina.
Avanzó. Pisó a uno, escupió a otro y reventó los sesos a un tercero. Plomo y pelo quemado. Sangre y vísceras. Nada nuevo bajo el sol. Un camino solitario. Su alma se vaciaba igual que su cargado. La furia violenta de esos seres amedrentaba sus redaños conduciéndole a un punto sin retorno. Pisó un cadáver, una nueva ráfaga tanto dentro como fuera de su cabeza. Perdido en una batalla eterna. Dientes, garras. Nada tan terrible como aquella vez. Nada tan oscuro. Llegó hasta sus compañeros. No dijo nada pero se alegró de haber llegar a tiempo. Si caía, lo haría con ellos. No podía escapar eternamente de la vieja de la guadaña pero su presencia se notaba menos entre el sudor de sus compañeros.

-Que mala pinta tenéis todos, joder.-Demasiado trabajo por hacer, demasiadas piezas por remendar. No habría un mañana. Esa noche él dormiría. No tendría que quedarse desvelado con las manos ensangrentadas dentro de la herida de alguien. Esta noche el cadáver sería él.

Desgraciadamente para los nocturnos seguía vivo. Moriría hoy seguramente. Aún tenía balas. Disfrutó de la vida, por corta que fuese era intensa. Estallidos de pólvora y un horror danzante de formas peludas que caían destrozadas a sus pies. La vida era hermosa.

Rivers arrojó sus bengalas. Chico listo. No sirvió de mucho. Quizás antes pensar en la luz les hubiese salvado el culo. Ahora no. Una treinta saltó las llamas y les atacó. Todos perdieron unos cuantos pedacitos de si mismos. Salvo el sargento. Sintió algo taladrándole uno de los tobillos. Le piso el cuello y le reventó la sien. Esta año no correría la maratón. Las heridas ya no le preocupaban. No podía dejar de disparar y curar a sus compañeros. Esta vez solo tenía una herramienta que empuñar.

Dentro de su cabeza había otra voz. Menos estridente, más familiar. Tardó unos segundos en entender que Helen le estaba hablando por el auricular. ¿Una epidemia?¿Y que más?¿Por qué no bajaba Dios santísimo de los cielos a escupirles directamente?

-No lo sé, Helen. Soy médico de campaña, no un científico. Jamás he pisado una universidad ni tengo un laboratorio...pero seamos optimistas. Encontraría una cura antes que una salida de este agujero.-Si ¿Por qué no? ¿El universo no tenía nada más que arrojarles? Se iba a sentir decepcionado.
Rivers sugirió que abandonasen la formación, que ya de por si era bastante paupérrima, y se pusiesen espalda contra espalda. Aceptó.

-Tú siempre saltándote las normas, Rivers. Hasta el final.-El sargento dio la orden a Helen de que les abandonase. Una orden sensata. Helen era como ellos. Le gustaba pensar que a pesar de ser una máquina un poquito de ellos, un pedazo de su locura, se había filtrado en sus circuitos como un virus. La aeronave a punto estuvo de caer. Zozobró y su corazón se detuvo. No podía caer. No lo hizo. Helen era la mejor piloto del escuadrón. Era la única piloto con vida. Vendría a por ellos. Una oportunidad.

Tenían que aguantar. Al menos el tiempo suficiente para poder sacar a Anette de allí. Rivers pidió algo de apoyo luminoso.

-Lástima que Betsy no esté con nosotros. Les hubiese enseñado un par de cosas a estos peludos. Oh, cuánto la echo de menos. Ella si que sabía como animar una fiesta.-Había quedado claro que el mejor arma de un marine era el lanzallamas. Servía para cualquier situación.-Tsk, una verdadera lástima.

Balas silbando y estallidos dentro de su cabeza. No sabía que le destrozaría antes; si esos peludos tan poco amistosos o la presión dentro de su cabeza. Pensar, un plan, una idea. Algo. Cuando Helen llegase podían subir a Anette y colgarse de las cuerdas, como decía Rivers. Irían colgados, igual que un péndulo. Podrían seguir disparando como sugería Rivers. También podían ir en los apoyos de aterrizaje de la máquina. Si, saldrían de allí. Como otras tantas veces, dejando tras de si a una dama de negro bastante furiosa. Tenía que sacarlos de allí. El escuadrón se había hecho trizas. Al menos que se salvasen los mejores.

Pensó. No dejaba de surgirle la lamentación. "¡Si la vieja Betsy estuviese aquí!". El fuego es siempre una respuesta. Fuego, calor. El fuego purifica. El fuego. Hay muchas maneras de hacer fuego. Una chispa sobre carburante, dos rocas que chocan sobre ramas secas. Algo que quemar. El fuego es luz. Y su mente se iluminó con una idea. Yamec estaría contento. Dios les daba todo lo que necesitaban, solo había que saber verlo. Siguió disparando, a una mano, mientras que con la otra buscaba algo entre sus partencias. Cuando lo encontró lo saco con orgullo.

-Aquí estás pequeña.-La sacudió. Aún quedaba bastante alcohol en la petaca. No era buen bebedor. La colgó del cinto y arrancó un pedazo de tela de su uniforme. Cogió la petaca y el pedazo de tela con la misma mano mientras arrancaba el tapón con los dientes.-Vamos a entrar en calor.-Metió la tela dentro de la petaca con su dedo gordo y negro. Al cinto de nuevo. Una cerilla. Era previsor. Tenía unas cuantas. Se la encendió en la cabeza y, aguantado la respiración, prendió la tela.-Amontonemos unos cuantos, necesito leña.-Iba a prender los cadáveres. Era lo único que podía prender allí.

Eliminarían unos cuantos y luego arrojaría la petaca sobre ellos. No se rompería pero usaría la pistola para agujerearla y que el alcohol se prendiese gracias al fuego. Imaginaba que el pelo de esos gatitos ardería con facilidad. Les mostró los dientes, no tan afilados pero igual de siniestros. Blancos, puros, en su rostro sombrío, negro como la pez. Y que se quemasen. La luz y el calor los espantaría...quizás. Los animales temen al fuego. La luz les dañaba a la vista. Eran sensibles. Y tendrían un flanco protegido. Si todo salía bien y esos seres prendían con facilidad.

-Nos vamos al Infierno señores...Prepárate Anette, ahí viene tu taxi...




Simo Kolkka


Siguió disparando y acertando dentro de su rango. Antes no era difícil, ya que las balas perdidas siempre encontraban un bicho en el que estrellarse. Ahora quedaban pocos, estaban dispersos y desesperados, y empezaron a actuar con la determinación del que sabe va a morir pero es demasiado cobarde como dejarse llevar por el miedo. Eliminó a los que acosaban al helicóptero, sin detenerse a evaluar la situación como alguien que tuviese un mínimo instinto de conservación. Mantuvo el fuego, como sabía que Sandro estaba haciendo en algún punto cerca de él. El transporte ya debería estar fuera de peligro. Al menos del peligro que representaban aquellas bestias. Hecho.

Una fuerza sobrehumana le derribó por detrás. Por un instante estuvo tentado de perder el conocimiento. Lo siguiente que sintió fue el suelo golpeando unas heridas en su espalda que no recordaba haberse hecho, y una especie de demonio encima de él. No había dolor, ni miedo. Estaba igual de muerto que vivo. Algo parecía tirar de su pierna, pero lo único que percibía era el sonido de las hélices del transporte dentro de su cabeza, a un ritmo muy lento. La mascota del equipo seguía encima de él y solo su arma se interponía entre ambos. Era ridículo pasar sus últimos segundos de vida como francotirador usando su arma como escudo. No notaba los brazos, pero intuía que debían de estar cediendo. La única explicación para que siguieran sujetando el arma era que estuvieran atenazados por el pánico. Calma perrito... Todo seguía en silencio a su alrededor, a excepción del sonido metálico, marcando el paso.

Una última gran apuesta. Reuniendo las fuerzas que quedasen, recogió la pierna que tenía libre, y la colocó contra el abdomen del animal, en algún punto lo suficientemente centrado como para que no resbalara, de forma que su propia pierna quedase lo mas flexionada posible contra sí mismo. Entonces empujaría con todas sus fuerzas, intentando hacer palanca y que el animal quedara lo más lejos posible suyo, y tuviese espacio para disparar, primero al que había tenido encima, y después al que jugaba con su pierna.

jueves, 17 de mayo de 2012

Hay muchos traseros que patear - 44



Simo no opuso comentario alguno a las órdenes de su superior, al contrario de Dillon, que discutió al principio para luego acatarlas, comprendiendo que así debía ser. Un día tomó la decisión, el camino de la medicina, de la cirugía, era bueno en eso, si alguien no era descuartizado por los nocturnos quizá pillaría un resfriado. Ahí estaría él entonces, para ofrecer un pañuelo.

El francotirador, impasible y frío como siempre, fue reuniendo al rebaño, comprobó los accesos y esperó, el primero, junto a la puerta. No dejaba una sola brecha en el muro que separaba sus emociones de las del exterior de su mundo. Detrás de él una veintena de personas aterrorizadas, casi todos llorando, sollozando, con el pánico y el terror pintado de forma tenebrosa en sus facciones.

Helen y su grupo tenían ciertos problemas, no más que el resto. Si las criaturas asesinas daban con los civiles, sería tremendamente difícil proteger a todos ellos. Simo y Dillon lo sabían, contaban con la ayuda del otro hombre armado, pero que estaba tan asustado que el arma temblaba en sus manos. El médico hizo lo posible por calmar a la gente, vano intento, aunque algo de seguridad transmitió su voz y su cuerpazo de gigante. Un niño de unos cinco años lo miraba intensamente, sin quitarle la vista de encima, no lloraba ni decía nada. Tan solo le miraba con unos grandes ojos sin expresión alguna debajo de los churretes que ensuciaban su carita.



Arriba los disparos atronaban, enmudeciendo los lloros y lamentaciones. Aguardaban, impacientes, nerviosos, con el corazón a punto de estallar. El aerotransporte no aparecía, la munición estaba a menos de la mitad conforme a lo que señalaban los indicadores de ambos fusiles, y para empeorar la situación Helen anunció el pequeño tamaño del helicóptero. ¿Cómo iban a hacerlo? En el piso superior continuaba la cacofonía de rugidos, chillidos y por encima de todo las incesantes ráfagas ensordecedoras que vomitaban los cañones de sus compañeros.




Helen

¿Hacia dónde?, preguntó Helen. La doctora tomó aire y abrió la boca para responder, y se encontró con el codo de la piloto en el estómago. Casi en el mismo instante Sandro golpeó con la culata de su M41A1 en la cara a la mujer, que se derrumbó emitiendo un gemido apagado. El detonador lo cogió rápidamente Viviana, que luego arrastró a la inconsciente doctora a un rincón. Sangraba por la nariz y la boca, Viviana la examinó.

- Tiene la nariz rota y un par de dientes también. Conmocionada, sobrevivirá.

- Más trabajo para nuestro buen amigo, Dillon. Seguro que nos lo agradece – sonrió sardónicamente Sandro-.

Helen viró bruscamente y dirigió el aerotransporte hacia donde esperaban ansiosos y desesperados sus camaradas.




En el piso superior el enfrentamiento llegaría pronto a su fin. O los nocturnos alcanzarían a los marines, faltos de munición, o estos escaparían. O las fieras morirían todas.


Rivers no se marcharía sin Anette. La determinación de la soldado era tanta o más que la del propio Rivers:

- Esos cuentos para tu abuela, marine. Déjame morir como yo quiera.

Sus rasgos estaban afeados por una feroz mueca mientras disparaba ebria de sangre y muerte, clavadas sus pupilas en las bestias peludas.

- Cuando Rivers se marche tú vas con él. No se discuten las órdenes, soldado.

Fuese la profunda voz del sargento, su tono, unido a la clara decisión de Rivers, que no dudaría un segundo en llevar a cabo su amenaza, Anette cedió y se arrastró hacia el amplio agujero, malhumorada y con un rictus de dolor en su rostro. Rivers se preparó para descender con la mujer, el sargento parecía decidido a aguantar hasta el final.

- ¡Bajad los dos! – pudo hacerse oír gritando por encima del estruendo de las armas y los chillidos y gruñidos de los nocturnos.

Se escuchó la voz de Helen: -Sargento, sobrevolamos la zona. Descendemos.

El aerotransporte había llegado. Dillon y Simo corrieron como dos auténticos perros pastores dirigiendo y protegiendo al grupo de corderos que salían a todo correr, tropezando, cayendo, sin poder evitar gritar y sollozar. Consiguieron que cerrasen las bocas y solo el débil gemido o llanto de algún niño les acompañó en su marcha. Mantuvieron el orden sin que aquello se convirtiera en una desbandada. Cruzaron la calle y trotando dándose la vuelta continuamente, mirando arriba, a los lados, y a las oscuras calzadas llegaron a donde se había posado el helicóptero.


Solo cincuenta metros, poco más. Pero pareció una maratón. Saltaron al suelo Sandro y Viviana, se apresuraron en tomar posiciones y protegerte el perímetro junto con Simo. Entretanto Helen y Dillon ayudaron a subir a los civiles. Imposible, se dijeron más de una vez, pero allá estaban, subiendo a trompicones, cobijándose en los huecos, agazapándose y apretujándose. Incluso en la cabina pusieron a cuatro niños.

-¡¿Y los demás?! –preguntó Viviana.





Rivers descendió por la cuerda cargando con Anette al cuello. Sus botas tocaron el piso inferior y miró a lo alto. El sargento seguía allí, manteniendo la posición, dándoles algo con lo que entretenerse a esas voraces fieras. Dillon, Simo y los civiles habían marchado ya. Se dirigió a la puerta y se giró una vez más, vio a Kaplizki aferrarse a la soga y brincar abajo, con ellos. Los tres abrieron fuego contra el boquete y los únicos nocturnos que lo atravesaron fueron lo que se precipitaron muertos.

El cerebro de estos bichos se activó y comenzaron a abalanzarse por las escaleras. Ahora tenían dos frentes abiertos y los tres marines recularon hacia la salida. En ese preciso instante los civiles estaba trepando al aerotransporte, a sesenta metros de allí.

Los nocturnos se abrieron paso a través de las paredes, y de la azotea, con sus descomunales fauces abiertas de par en par y aquellos tremendos saltos. Localizaron el transporte y desde ese edificio y otros más alejados, una nueva marea se les echó encima. Probablemente los últimos que quedaban. Rivers, sujetando a Anette que se apoyaba en él mientras no cejaba de disparar, y el sargento, se encontraban ya fuera del almacén y oficinas, con unos cuantos bichos acechándoles de frente y algunos más a sus espaldas, en las oscuras calles.

Entre dos fuegos.

Pero los civiles parecían a salvo. O casi. La mayoría estaba dentro del helicóptero, Simo, Viviana y Sandro daban buena cuenta de los nocturnos que corrían hacia su posición. Uno brincó y se descuartizó en las hélices principales; por fortuna no rompió los rotores. Se escuchó la voz del sargento crepitar en los audífonos:

- Intentad evacuad a Anette. Helen, adelante, lárgate. Dillon, tú también. Siempre podéis regresar a por nosotros.

Quedaban unos cinco civiles por subir, tres hombres y dos muchachos. El aparato estaba a tope, no sabían como pero metieron a toda esa gente, quedaba el espacio justo para los que restaban y un marine más. Helen en los controles. Sus camaradas disparando afuera, cubriendo el transporte. Los nocturnos estrellándose contra las ráfagas de los cañones o contra el fuselaje del trasto, sacudiéndolo peligrosamente.

De pronto uno salto contra el frente de la cabina del piloto, casi rompe el cristal. Le siguió otro que lo resquebrajó. Y un tercero lo hizo añicos del todo. Helen cubrió con su cuerpo a los pequeños situados en la cabina que chillaron aterrados. El nocturno a punto estuvo de colarse sin embargo recibió un par de tiros en la cabeza por parte de la sintética. Otro saltaba y Sandro le desparramó las tripas. Pero uno más se alzó y trató de entrar. Sobre el techo se agazaparon otra pareja de monstruos.





Simo Kolkka


La espera se hizo eterna. Dillon prestaba atención a todos aquellos incómodos civiles. Intentaba tranquilizarlos, pero Simo sabía que era inútil. La única forma de que guardaran silencio era de lo que estaban intentando protegerles. Finalmente llegó la caballería. Nada mas ver el transporte quedó confirmado lo que Helen había dicho; no podían entrar todos de ninguna manera. Sin pensárselo, empezó a guiar al rebaño. Se mantuvieron callados, pero seguramente mas por instinto de auto conservación que por que las clases de psicología a las que Dillon seguramente hubiese asistido diesen efecto. Una vez dentro dejó que otros se encargaran de hacer de azafatas. Debían defender la zona a toda costa, así que buscó una posición privilegiada en torno al helicóptero, y esperó. La distracción del resto del equipo duró poco, y las bestias fueron directas a por ellos. Ráfagas cortas a blancos claros, no había tiempo ni munición para algo mejor.


Pronto se acabó el espacio, y llegó la decisión aparentemente difícil. El siguió disparando. Lo más sensato sería desalojar a unos cuantos civiles. Así las posibilidades de éxito del resto aumentaban, y la de que ellos sobreviviesen dejaba de ser nula. Al resto no se le ocurrió. Posiblemente tampoco el ocupar la última plaza. Él era distinto. Evaluaba todas las posibilidades, por inmorales que fueran. La mayoría de francotiradores aprendían eso con el tiempo. A Simo no le había hecho falta. La cosa se iba poniendo fea por momentos. La fauna local estaba poniendo la integridad del helicóptero en serio peligro. Centró sus disparos en los que ya se habían echado encima, y en caso de despejarlo seguiría acribillándolos por orden de cercanía al vehículo. Esperaba que alguien lo estuviese cubriendo, o la cosa acabaría pronto para él.




Helen McFersson


Neutralizar a la doctora no supuso ningún problema para la sintética, pero una parte de ella misma le decía que podía haberlo echo de otro modo. Se convenció a sí misma pensando que seguramente habría otra manera, pero seguramente requería más tiempo del que tenían. Recordó brevemente la ferocidad con que los nocturnos les atacaron mientras caminaban hasta el transporte. Lanzo una mirada a Viviana, como si esta fuera transparente e intentara ver la herida de su espalda.

Empezó a vislumbrar el lugar donde se suponía estaban los civiles y los demás. Busco con la mirada un sitio despejado donde tanto aterrizar como mantener la zona despejada fuera un juego de infantes.

- Sargento, sobrevolamos la zona. Descendemos. - informo innecesariamente, ya que sabia la habrían oído antes de ver el transporte siquiera. Pero al menos sabrían por el tono de voz que todo iba según lo previsto.
Simo y Dillon los conducían hasta el transporte, para mientras este ultimo y la piloto los hacían entrar lo mas rápidamente posible, el resto aseguraban la zona.
" No van a caber!" pensó mientras estaban entrando. Pero sin embargo entraron todos ocupando todos los rincones y en posiciones incomodas. Viviana pregunto la pregunta que la piloto se estaba formulando al no ver ni a Anette ni a Rivers.

-¡¿Y los demás?!


Oyó los disparos que por lo menos uno de los dos seguía vivo. Pensó en echar a correr para hacerles el camino más fácil, pero no era tan sencillo, alguien tenía que conducir aquel trasto. Por si fuera poco para disuadirla recibió la orden del sargento.

- Intentad evacuad a Anette. Helen, adelante, lárgate. Dillon, tú también. Siempre podéis regresar a por nosotros.

La piloto no estaba segura de ese "siempre". Los nocturnos desde luego no iban a resignarse a comerse las babas, aunque ello les costase la vida. Y luego estaba la antimateria que les hacia saltar en el tiempo, normalmente del fuego a la sartén o viceversa. De cualquier modo no cuestiono las órdenes y se puso a los mandos para salir de allí lo antes posible. Los nocturnos ya habían roto la hélice principal, y con todo aquel peso las cosas podían ponerse muy mal con facilidad.

Como un eco de su fatalismo, los suicidas nocturnos se estrellaron hasta que rompieron el cristal de la cabina. Dos balas pusieron punto final y una advertencia a los siguientes de que tenían que hacerlo mejor. Se elevó justo cuando oyó como Sandro desparramaba las tripas de otro que había saltado. Y dos mas se pusieron en el techo, si partían uno de los dos ejes, el otro cedería por el peso excesivo. Por un segundo pensó en hacer salir a los chicos y abrir fuego, pero la metralla podría matar a mas civiles, por no mencionar que podrían hacer el trabajo de los bichos partiendo con la metralla el eje. No había opción, espero que aquellos bichos tuvieran realmente algo que tienen todos los felinos... vértigo!. Sin embargo tenia que subir mucho para que lo sintieran, y si se rompía una hélice... "mejor no lo pienses se dijo"

- No disparéis al eje principal - gritó la piloto - Corre de delante hacia atrás por el medio justo, y mide justo un palmo*.

Se elevo casi en diagonal, inclinando la nave para no darles oportunidades a los nocturnos, una vez arriba si no los habían despachado a disparos, intentaría (dependiendo de los motores, el keroseno restante, y el calor interno) si la nave lo permitía ponerla boca abajo para tirar a los nocturnos.





Dillon Frost



Con poca munición y solo dos hombres para proteger a una veintena de civiles rodeados de gatos con malas pulgas, muchos dientes y hambre. Un hambre atroz. ¿Debería sentirse incómodo? Mientras una tonada de Rock and Roll daba descanso a su mente la sinfonía atronadora y martilleante de su rifle daba paz a su espíritu. El transporte no llegaba. Además, era pequeño. No lo sabía, pero intuía que tampoco debía quedarle mucho combustible. Solo por hacer las cosas más interesantes. Esa era la situación. La jodida situación. “Nada que unos cuantos marines no puedan hacer”. Esa era su convicción, su fe. Y no la de ese loco religioso que creía en la nada. Él creía en algo tangible: el olor de la sangre, la quemazón de la pólvora sobre sus manos y la falta de aire en sus pulmones. En sus compañeros. Creía en ellos.

Helen no llegaba.

-El autobús habrá pinchado una rueda.-Musitó con bastante humor. Ya no entonaba, solo tarareaba. Viejos éxitos, pequeñas glorias como aquella que estaban llevando a cabo. Enmudeció la música, devorada por el confortante sonido de un rotor y aspas que cortan el viento con celestial armonía. El transporte. Lo habían conseguido.

-Bravo Helen. Vuelves a salvarnos el culo.-Organizaron a los civiles. Les obligó, mediante el miedo pues allí no había otra herramienta que usar, a que se calmasen y avanzasen rápido pero de forma ordenada, en grupo. Simo y él lograron llevar a los civiles hasta el transporte.

Allí estaba Viviana y Helen. También Sandro.

-Sigues igual de feo que hace unas horas, Sandro.-Ayudaron a subir a los civiles.-No aplasten a los niños.-No había sitio.-No se acomoden, este no es un viaje de placer. Apriétense un poco. Dejen espacio. Vamos, vamos señora. Este tren no espera.-Cogía a los pequeños y los subía. Ayudaba a las mujeres y a los más débiles a subir. Tocaba sus manos, sucias y calientes, y sentía que aquello tenía algún valor. En un remoto confín del universo aquello era valioso para alguien. Solo personas. Vidas. Más que una misión. Costó, pero entraron.

-Civiles a salvo. Objetivo cumplido.


Llegaron más nocturnos. Los iban despachando. Uno de ellos rompió la cabina pero Helen no era una chica fácil. Un par de fogonazos y lo que quedaba del nocturno era parecido a un gato atropellado. Escuchó la orden del sargento y algo le revolvió las tripas. Solo había una plaza. Lo más sensato era que la piloto y él se fueran. Era una orden inteligente, brillante. Era una mierda pinchada en un palo afilado. El peludo que había saltado contra las hélices le había salpicado de sangre. Se apartó una gota del rostro, la miró y en un momento ya no estaba allí. Su mente voló lejos. Un recuerdo, uno oscuro.

“-¡¿Qué era esa cosa?!-Henry. Estaba histérico al borde de un colapso.

-No lo sé.-Le respondió Big Mama, uno de los kapos del pabellón A.-Pero tenemos que volver.-Henry era negro. Pero negro de verdad. Igual que el agujero del culo de un mono. En ese momento hubiera podido pasar por un ario.

-¡¿Qué?!¡No!¡No vamos a volver ahí!¡Nadie va a volver ahí!¡Esa cosa está ahí!¡No vamos a ir!-Todos tenían miedo. Henry era el más débil. Siempre metiéndose en peleas de las que tenían que sacarle. Un gallito, un cobarde en el fondo. Una rata.

-Billy “Cuchillas” sigue ahí.-Fue lo único que dijo Big Mama. No había más que decir. Billy “Cuchillas” era uno de los suyos. No lo olvidó. El miedo, el sudor, el olor de la muerte y algo ácido en el aire. Tres hombres armados con palos apunto de cagarse en los pantalones. Cuando volvieron a la sala de ocio donde estaba Billy “Cuchillas” fue la mano temblorosa de Henry quien abrió la puerta. Una rata de la gordas.”


“Los marines. Un desierto y unos cuantos rebeldes a los que habían fulminado. Aún así un pequeño grupo había escapado y había tomado como prisionero a uno de ellos. Un tal Macnun. Un cabo había desaparecido también. Él no era marine, era un preso. Esperaba el momento en el que se marchasen. No lo hicieron. Se quedaron esperando dos días. Al tercero ya estaban organizándose para cubrir todo el maldito desierto en busca del cabo perdido y de rebeldes. ¿Por qué? Pensaba. Había visto demasiada muerte en las últimas semanas como para pensar que una sola vida, o dos o diez, tenía importancia. ¿Por qué molestarse? Estarían muertos. Uno con los rebeldes. El otro en el desierto sin siquiera unas raciones para comer. Perdían el tiempo.

Una hora antes de partir un vigía detectó dos hombres acercándose. Uno era Macnun. El otro el cabo. El cabo tenía las tripas abiertas y Macnun cargaba con él. Tenía los labios tan agrietados que podría colar una moneda de cinco centavos entre las fisuras. El teniente se enteró de lo que había pasado. Algo sencillo para ellos. El cabo había seguido a los rebeldes que habían tomado prisionero a Macnun. Había atacado y rescatado a su compañero. Como recompensa le habían colado una bala en las tripas. Ese gilipollas había atacado a unos veinte hombres él solo con tres cargadores. Salvó a Macnun pero no pudo salvar sus intestinos.

Macnun era grande. Se enfrentaba a una caminata en el desierto sin agua ni comida. Tenía pocas posibilidades. Esas posibilidades se habían reducido a cero cuando decidió cargar con el cabo en sus espaldas. ¿Por qué? Se había preguntado él. Los marines no se hicieron era pregunta. El sol quema, las armas matan. Un marine no deja a sus compañeros.

El gilipollas del cabo había salvado a Macnun. Y el hijo de puta de Macnun había arrastrado al cabo durante kilómetros, bajo un sol abrasador para hacer lo mismo. No había servido para nada. En la primera incursión habían volado la cabeza al médico. El cabo no se salvaría. Todo ese esfuerzo para nada. Miró sus manos, ahora arenosas, y pensó que quizás la vida si fuese importante. Por eso era el precio que pagaban muchos.

-Apártate.-Dijo, poniéndose en pie. Su carcelero le miró con recelo.-Voy a salvar a ese hombre…”

Un segundo, dos recuerdos. Allí estaba. Solo era una sensación. Algo que llevaba grabado a fuego en la sangre. Algo que, en cada palpitar, le quemaba el corazón. Miró a Simo, luego a Sandro. Las hélices se movían con parsimonia. Todo iba más lento. Una decisión. Ya estaba tomada, joder. Antes de que el sargento pronunciase esas palabras, ya estaba tomada. “A la mierda, sargento”, pensó decir. “Váyase al Infierno” o “Métase sus putas órdenes por donde le quepan, señor”. No dijo nada de eso. No era como Rivers.

-Señor, soy un marine. No puedo cumplir esa orden.-Miró a los civiles. Tenían poca munición.-¡Eh Jhon Wayne!-Le dijo al hombre armado.-Ya no necesitarás eso.-Tampoco quería dejar un hombre armado dentro de un helicóptero. Sobretodo a un hombre nervioso. Miró al niño que antes le había mirado fijamente y le sonrió.-Nunca hay que dejar de luchar.-Cogió el arma y se la echó a la espalda. No sabía quien ocuparía la plaza libre. Pero él no.
Irónicamente su vida había empezado en el Infierno, en una fundición. Las aspas de la aeronave empujaban un viento que no era tan ardiente. Era incluso fresco. Los cuerpos despedazados de los peludos, su sangre corriendo a ríos y el olor a pólvora y plomo llenaba el ambiente.

Carlota, Alí, Carlos, Baltasar, Miguel, Lynch, Benley. El Coronel. Muchos otros que no podía recordar, muchos otros que olvidaría. El Real Cuerpo de Marines Espaciales. En aquel agujero, el viento era fresco. Muy fresco. El paraíso. Su familia.

-Este es mi hogar.-No se iría de allí. A los marines no los fabrican para sobrevivir. A los marines les fabrican para resistir golpes y toda la mierda que los demás no pueden digerir. Los marines solucionan cosas. Los marines hacen lo que debe hacerse. No por el sueldo ni por un fin elevado. Lo hacen porque eso es lo que hacen los marines. Y él era un marine. Y un verdadero soldado nunca dejado a un compañero atrás. Además, Rivers tenía suficiente munición como para volar el planeta y si lo dejaban solo, seguramente volaría el planeta.
Viviana, Sandro y Simo. Anette, Rivers y el Sargento. Al menos Helen se salvaría. Solo podía pensar en ellos. Amartilló su arma. Alguno se quedaría con él. Sencillamente no había sitio en la máquina.

-Niños y mujeres primero, Viviana. Es tu plaza.-Dicho esto empezó a avanzar. Sus ráfagas eran precisas y cortas. Ahorraba munición. Su objetivo era llegar hasta el grupo del sargento y una vez allí…bueno, una vez allí ¿Qué más daba? Estaría con los suyos. Si alguno le seguía avanzarían en formación, cubriéndose, parapetándose y deteniéndose cuando la situación fuese crítica. Aún tenía balas. ¿Cómo es que se iba a ir si podía matar a unos quinientos de esos seres? Por no hablar del otro rifle que había conseguido*, la pistola, el cuchillo, el tenedor de plástico de las comidas, sus manos desnudas y sus propios dientes. Avanzar y destrozar. No retrocedería ni un paso.

A medio camino se detendría y miraría a sus compañeros, muy serio.
-Problemas.-Se quitó el auricular de la música.-Me he quedado sin pilas.-Tiró también el corto pedazo de puro que le quedaba.-Y sin tabaco. Preguntaremos a algunos de esos peludos si hay un seven-eleven por aquí…




Jake Rivers


Rivers no es un hombre razonable, nadie opina lo contrario. Anette puede negarse, protestar, e incluso forcejear cuanto le apetezca, pero sabe que él no dudará ni un instante en dejarla fuera de combate para cargar con ella como un peso muerto si es necesario. Tampoco puede decirse que ella entre en razón, tan solo acaba cediendo. El sargento sin embargo sí le hace caso. Ya habrá otra ocasión para morir heroicamente.

Tal como había previsto, barren a los nocturnos cuando estos trataban de pasar por el mismo agujero. Por desgracia esos malditos bichos son listos, demasiado listos. Buscan otra ruta de inmediato, aunque les dan el tiempo suficiente para salir corriendo hacia los demás.

Cuando salen del edificio el maldito transporte ya está allí, pero viene con malas noticias. Al parecer no habrá sitio suficiente para todos, y además aún necesitan llegar hasta el trasto, lo cual puede resultar complicado porque hay nocturnos delante y nocturnos persiguiéndoles. Unos pocos empiezan a arremeter contra el propio aparato. Es una maniobra estúpida, aunque suficiente para acabar rompiéndolo. Las desventajas tradicionales de luchar contra enemigos suicidas, no puedes intimidarlos ni plantear maniobras de protección convencionales.

-Vamos a tener que acelerar un poco el paso- Acompaña sus palabras de un fuerte tirón para levantar a Anette del suelo y cargarla a hombros. –Ya protestarás otro día, por ahora agarra el rifle y sigue disparando como puedas-. Es la postura más adecuada, él puede seguir sosteniendo el arma con una sola mano y correr más libremente. Si solo hay una plaza disponible, debe ser para la herida.

Dillon corre en su dirección*. –Joder, estoy rodeado de suicidas- dice medio sonriendo mientras dispara contra la acumulación más grande de nocturnos que haya en la zona. Está visto que hay más de uno dispuesto a quedarse en tierra y presentar batalla hasta el final. –¿Por qué no?- Lo único que ha tenido sentido se su vida es ser un marine. No le hacía ninguna ilusión llegar a viejo, necesitar de la ayuda de otros tan solo para llegar hasta el retrete, pudrirse lentamente mientras cuenta batallas en algún bar, asustando a los más jóvenes. ¿Cómo vuelve uno a la vida normal tras acabar el servicio?, ¿cómo se lleva el convertirse en un don nadie que necesita suplicar para conseguir un empleo porque jamás ha tenido uno antes? Aquí, con los marines, es un loco útil con habilidades valiosas, fuera del cuerpo no es útil, es solo un loco. Definitivamente, la vida solo tiene sentido para él como marine, debe morir como marine, luchando hasta el final. Quizás sobrevivan o quizás no, da igual, tan solo importa combatir hasta el último aliento.

Ahora sería el momento de organizarse para aguantar entre todos tanto como puedan, pero aún hay algo que hacer. Las evacuaciones tienen un orden preestablecido, los heridos primero. No es porque el sargento lo haya ordenado, simplemente es así. –Lleguemos hasta el helicóptero, dejamos allí a Anette, y les cubrimos mientras despegan-

Eso les obligaría a ir moviendo el perímetro porque poco podrán cubrir si les masacran, pero tampoco serviría demasiado quedarse ellos lejos mientras Helen despega. Necesitan cubrir el propio transporte, luego ya verán.

En cualquier caso, disparará sin parar, se acabaron las ráfagas cortas. La nueva arma atraviesa a los nocturnos con relativa facilidad, así que va a triturarlos por decenas. Que los demás sean quienes hagan un fuego más preciso y selectivo. Se hace a la idea de tener que cambiar de arma pronto, la munición empezará a escasear muy pronto. Eso será luego, ahora debe correr velozmente, pero con cuidado, y asegurarse de que su compañera herida ocupa la última plaza en el vehículo.

Si lo consiguen, ya solo queda aguantar, aunque les queda una vía de escape. Se comunicará con Helen por radio –Ghost, ¿ese trasto puede cargar con más peso o tampoco le es posible?-

Todos tienen cuerdas, esas que prefirieron no usar para salir del edificio. Aunque no puedan entrar en el compartimiento, puede atarlas al interior y levantarse. Quizás no llegasen demasiado lejos, y tampoco lo necesitan, tan solo salir de allí hacia un lugar que sea temporalmente más seguro.
En cualquier caso, lo primordial es defenderse. –Si a alguien le quedan granadas, este no es momento para ser avaros. Es momento para lanzarlas donde más bastardos de estos haya.-

Por supuesto el seguirá disparando con el juguete del futuro mientras le queden balas, luego cambiará al rifle antiguo. Será un duro golpe moral. Aunque también quiere probar algo más. Estos seres cazan de noche. Quizás sea solo por costumbre, pero no deben estar demasiado acostumbrados a la luz. Tampoco tiene ningún sentido morir con unas cuantas bengalas sin usar, probará a lanzarlas, a ver si les resultan al menos molestas. Cualquier cosa que ayude a mantener un perímetro será bienvenida.

No sabe como acabará esto, probablemente mal, pero sí sabe algo. Va a usar cada bala de cada arma que tenga, luego el cuchillo, incluso usará las manos de llegar a ser necesario. Quizás todos tengan claro que es muy difícil sobrevivir, tal vez imposible, pero ese es un mejor motivo para luchar con todo. Si hay alguna única posibilidad, es esta.




Helen McFersson (Anexo)


Estaba elevando el transporte cuando pensó otro nocturno se había colado en la parte superior, pero al girarse vio que era Dillon que iba a ayudar a Rivers. La piloto se pregunto como haría Rivers para cargar con Anette y el negro si caía. "Seguramente los arrastrará" pensó. Seguía sin ver al sargento, pero sabía que estaba en alguna parte. Helen creyó percibir la idea de Rivers, Anette estando herida, seria mas útil en el helicóptero disparando que corriendo y saltando. Y Rivers no tardo en preguntarlo.

– Ghost, ¿ese trasto puede cargar con más peso o tampoco le es posible?-

- Depende si nos quitáis los dos nocturnos de la parte superior o no. - respondió con cierto tono de preocupación - Pero aquí dentro Annette puede entrar. Y quizás, aunque es muy arriesgado, podéis ir vosotros agarrados a las patas de este trasto.