miércoles, 29 de febrero de 2012

Hay muchos traseros que patear 4-5

H


Hola


Continuamos con los marines. Siguiendo el camino abierto por Hechicería y Acero, colgaré la partida con los turnos de todos los participantes. En este caso son más jugadores, así que pondré lo más relevante de cada uno de ellos. El sistema es el mismo, mi turno, la respuesta de los jugadores con su personaje y nuevo turno mío con su resolución.

Fue una gran aventura, muy entretenida e intensa. En serio.  Por cierto, las tres primeras entregas las podéis encontrar en etiquetas.

Un saludo




4


La enfermería, que afortunadamente no estaba del todo mal, resultó el mejor lugar para reunirse con las seis personas encontradas y el perturbado drogado. De la Piaza les pasó el escáner en busca de armas, estaban limpios. Benley y Verónica se fueron subiendo por las escaleras reuniéndose al poco con Rivers y Miguel, que de momento solo encontraban destrozos y algún cadáver desmontado como un muñeco en su inspección del nivel uno. Dillon, con ayuda de Ghost, trató las leves heridas y rasguños de los supervivientes. El coronel avisó que Carlos Azul del equipo Alpha después de dejar a los dos rescatados del nivel 3 iba para la enfermería con Serena para el traslado de los seis y el loco tendido en una de las camillas. Dillon, Joe y De la Piazza se fueron hacia las escaleras centrales para peinar el nivel 1 desde esa posición hacia el norte.


El grupo del cabo Benley (Rivers, Miguel, Sandro y Verónica) , dio con dos hombres heridos de gravedad, uno con un fuerte golpe en la cabeza, la sangre estaba seca y bastante pálido, sin conocimiento, y otro, junto a él, apoyado en la pared, con la pierna entablillada, el brazo izquierdo roto, fiebre alta pero despierto. Su uniforme revelaba que pertenecía a la tripulación. Apenas habló, lo justo para pedir agua. Estaban casi en la zona central del nivel 1. A la vez, el sargento De la Piaza y los suyos ( Joe y Dillon) detectaron ya en el nivel 1, camino del norte, dos puntos en los sensores, en una de las salas próximas doblando dos veces a la derecha por el pasillo, era un habitáculo destinado a ropa, botas, equipo vario. Mientras, Serena y Azul llegaron a la enfermería, donde les esperaban Helen y Carlo para el traslado de los seis pasajeros y el demente que continuaba sedado.

Estaba resultando fácil. Sin apenas complicaciones, un trabajo rutinario. La voz algo alterada del cabo Liao desde el nivel 3 empezó a echar para atrás esa sensación:

- Problemas, coronel. Graves.

A continuación el capitán explicó breve y directo lo sucedido: Habían encontrado a dos pasajeros más, normales. El escáner señaló algo en uno de ellos, una chica de unos treinta años, esta se puso nerviosa, quiso quitarle la pistola a uno de los marines, Kimberly le disparó en la cabeza creyendo que era una de los locos. Al rebuscar en sus ropas encontraron una desagradable sorpresa, un explosivo adosado a su cuerpo. Blondie investigó y comprendió enseguida que estaba conectado a las constantes vitales de la mujer abatida, que por suerte seguía con vida, Jesper le estaba metiendo de todo. Según Blondie, si ella moría, la bomba estallaba, no sabía en cuanto tiempo, de momento no había localizado ese detalle. Estaba manos a la obra en ello. La silenciosa Blondie rompió el tenso mutismo que sobrevino:

- Saque a todos de aquí, coronel, rápido.


-¿Qué sucede?- preguntó el coronel.


- Antimateria, señor. – fue la respuesta corta y carente de emociones de Blondie.

Se sucedieron algunos comentarios por parte de la mayoría de marines: ¿ qué? Estás loca. Qué dices? Bromeas. Blondie nunca bromea. ¿ Qué es eso de la antimateria? No jodas. Maldita sea.


Y otras varias expresiones similares.


- Enfoque, Blondie –pidió el coronel-.


- Ahí, la tiene, señor. Una bomba de antimateria.

- ¿Puedes desactivarla?

- Blondie puede con cualquier cosa, señor –intervino la cabo Liao.


- Aleje el Independencia cuanto antes, coronel –el tono sombrío de Blondie no dejaba lugar a dudas.


Cuatro segundos de silencio.


- Todos. Salid de ahí. ¡Ya! –ordenó el coronel-. Grupo Beta, Ghost, Carlo, vamos, dejen a ese loco. ¿Cuánto le queda a la terrorista, Jesper?


- Colapso cerebral. El corazón todavía aguanta. Es imprevisible el tiempo. Si movemos a esta chica puede morir.


El grupo Alpha salió pitando de allí, hacia las escaleras más próximas que llevaban al nivel 2 y al puerto. A la carrera, con el otro superviviente, que gritaba que no tenía ni idea, que no conocía a esa mujer; alguien le dio un puñetazo. Jesper se quedó tratando de mantener con vida a la desconocida mientras Blondie trasteaba con el artefacto.


Antimateria. De imprevisibles consecuencias. Podía hacer desaparecer todo en varios kilómetros alrededor. O tragárselo. O desintegrarlo. ¿ Qué coño hacía eso aquí? Era material prohibido, relegado a unos pocos centros de investigación, tras los fracasos como energía para vuelos experimentales y su inestabilidad como, precisamente, objeto bélico.


- ¡Moveos, marines! ¡Os quiero fuera de esa nave! –rugió el vozarrón del coronel-

- Nos quedamos los tres, coronel –dijo el capitán- Como último recurso probaremos de lanzarla al espacio. De todas formas confiamos en Blondie. Si no…nos veremos en el infierno, chicos. Moved esos traseros!





Helen MacFersson




Tan pronto como hubieron terminado, fueron a la enfermería. Escucho como el coronel avisó que Carlos Azul del equipo Alpha después de dejar a los dos rescatados del nivel tres iba para la enfermería con Serena para el traslado de los seis y el loco tendido en una de las camillas.


La cosa iba bien. Algo de resistencia, pero nada que les causase dificultades o necesidad de pensar nuevas estrategias. Sonó la voz de Liao:

- Problemas, coronel. Graves.

Helen se preguntaba cual seria el problema. ¿Un sistema de autodestrucción?. ¿Los tarados se habrían colado en nuestra nave?. ¿Ramirez habría resultado muerto inesperadamente?. No tardo en oír el problema. Una rescatada presa del pánico le quito la pistola a uno de los marines y Kimberly la neutralizó de manera profesional. Un tiro en la cabeza. Mientras aun seguía con vida, Blondie había visto que la mujer tenia una bomba conectada a sus constantes vitales. Pero no una bomba cualquiera, una bomba de antimateria. Murmullos, comentarios, juramentos, todos los marines mostraban confusión. Ghost permanecía callada, esperando instrucciones. Parecía como si el que hubiera una bomba de ese tipo no la afectara lo más mínimo.


Por fin recibió instrucciones del coronel. Salimos en tropel. Ghost iba cerrando la marcha mirando al grupo, atrás y a su blip constantemente. De repente se ocurrió una idea.

- Capitán, creo que solo necesitan a tres personas. Jesper como matasanos, Blondie para "desmontar" la bomba y alguien con excelente puntería que mantenga los problemas lejos. Creo que soy la persona adecuada y más prescindible para eso señor. Otra posibilidad es colocar los sensores, entre latido y latido, en uno de nuestros tarados rescatados. Con eso último ganaríamos más tiempo para Blondie. No es lo mismo desactivarla, que cambiar de sitio los sensores.
Mientras corría como si de ello dependiera su vida porque de echo, de eso dependía su vida.


Joe Chip


Todo sucedía muy rápido. En escasos segundos los soldados pasaron de estar en una misión "tranquila" a luchar desesperadamente por sus vidas. Estaban entrenados para hacerlos, sabían disparar, operar maquinaria, equipos complejos, incluso hasta curar heridas. Pero el enemigo esta vez era distinto. El enemigo esta vez era el tiempo y ningún entrenamiento servía contra él. La orden fue clara, abandonar la nave cuanto antes. Joe estuvo a punto de seguirla, reaccionarlo casi instantáneamente como un autómata, sin embargo recordó los puntos en el sensor. Quizás una familia como la que acababan de salvar, quizás más gente enferma que no dudaría en destrozarles.

-Señor- dijo chip mientras miraba el sensor y el supuesto escondite. No hacían falta más palabras, los ojos y la mirada de Chip transmitieron a su superior todo lo que su boca fue incapaz de decir.



Jake Rivers


Rivers creía que los tarados no sabrían usar las armas, al parecer no están tan desquiciados, solo sienten impulsos homicidas. No son tan distintos a un buen marine al fin y al cabo, solo les falta entrenamiento. Comienza a disparar, ese tipo debería permanecer cubierto hasta que lleguen sus compañeros. Por supuesto Rivers siempre dispara lo mejor posible, pero no esperaba ver al inútil asomando. Al final si tenía razón en algo, por fuertes que sean les falta entrenamiento. Siempre acaba siendo lo más importante. Se encoje de hombros tras acabar el tiroteo, una muesca más en su revolver.


Siguen avanzando hasta encontrar dos supervivientes. Supone que este es el verdadero motivo de la misión, encontrar supervivientes. Deja que sus compañeros les atiendan, él sigue cubriendo la zona. Al parecer todo está saliendo bastante bien. Un par de tiroteos sin importancia, ninguna baja, algunos supervivientes rescatados. Para ser una misión tan improvisada ha ido realmente bien. Ya queda poco para reunirse con los demás. Quizás en poco menos de una hora puedan salir de aquí, otra gran victoria para los marines coloniales. Escucha una nueva transmisión por radio, probablemente informarán de más enemigos abatidos. Pronto comprueba lo equivocado que estaba. Se pregunta cómo han sido de hacer pasar un detonador por los controles de seguridad, claro que también dejaron pasar niños, no debieron ser demasiado escrupulosos.

Bueno, es una nave grande, una bomba normal no conseguirá destruirla. Luego escucha “antimateria”. Tenía que haber terroristas precisamente en esta nave. Espera a escuchar las siguientes órdenes. Al parecer no es fácil desactivarla, si es que es posible. Evidentemente es momento de la evacuación. Escucha alguna cosa más por radio, pero presta poca atención.

-¿Hemos registrado ya toda la nave?. Pueden quedar tarados y
 supervivientes.

Rivers pensaba que la máxima era no dejar a nadie atrás, incluidos tres locos que pretenden desactivar la bomba, pero eso no les va a parecer bien si lo dice.

Deberíamos asegurarnos de sacar a todos los supervivientes, de no dejarnos a nadie. Se supone que nos pagan por arriesgar el cuello. - Espera confirmación sobre su primera pregunta. Si han revisado toda la nave y pueden garantizar que asegurarán la zona mientras Blondie trabaja, entonces tendrá que hacer lo que le han dicho. De lo contrario, tienen un voluntario para registrar el resto de la zona. – Puedo recorrer algunos pasillos más, a toda prisa. No es un riesgo demasiado grande, no contando que si la bomba explota puede destruir también nuestra pequeña ruta de escape - o puede que sea solo un pequeño petardo en mitad del espacio exterior, no lo sabe, pero tampoco lo saben los demás.


Aguarda la respuesta, pero se prepara para empezar la inspección por su cuenta. No es que le haga ilusión quedarse en estas condiciones, de hecho espera que no haya nada más que hacer, no obstante, detesta dejar el trabajo a medias, sea cual sea. Si es necesario dar una vuelta más (porque él no lo ve adecuado, lo ve necesario), preguntará que sectores no han sido rastreados aún, luego comenzará a correr para tardar lo menos posible.



Dillon Frost


Entró en la oscuridad. No había miedo. Estaba en paz con todas las criaturas del creador, consigo mismo. Le apuntaron. Aún le consideraban una amenaza. Pero no lo era. Era un médico. Estaba allí para curar, no para herir. Podían ver eso, más allá de su oscuro aspecto. Podían ver que estaba de su parte. O al menos en eso creía. Le gustaba creer en las personas a pesar de que muchas respondían mal a aquella fe ciega que tenía en la humanidad. Vio al hombre lo apuntaba. Respondió a su pregunta asintiendo con la cabeza.

-Somos los chicos buenos, señor.-Pero no sonrió. Le dieron el arma, examino a la esposa y le dio un calmante. Luego salieron. Un trabajo bien hecho.

Se reunieron con los demás. Habían encontrado más supervivientes. Las examinó. No dijo nada. Solo al final.

-Todo está bien.-Era la parte bonita de su trabajo. Hacer algo que estaba bien, salvar vidas en lugar de quitarlas. No era una misión común. Se volvieron a separar, a él le toco ir con Joe y De la Piazza a peinar el primer nivel. Luego saldrían de allí. De momento todo iba bien. Pero aquel no era un mundo agradable. Las cosas siempre se complicaban.

Escuchó la conversación por el comunicador. Una superviviente había muerto. O estaba a punto. Sus constantes vitales estaban unidas a una bomba de antimateria que explotaría cuando ella muriese. Era increible lo que el miedo te obligaba ha hacer en una situación desesperada. Podía entender a esa mujer, no la culpaba. Debió de tener más fe en la humanidad, en que los ayudarían. Pero esa gente había perdido la fe hace tiempo. Escuchó con atención. No sabía lo que era la antimateria, pero no sonaba nada bien. Tres de sus compañeros se quedarían allí, intentando salvar...¿Qué?¿La nave? No, intentaba salvarles a ellos. Les cubrían la retirada. Como siempre, los valientes se quedaban atrás. Pensó en quedarse pero...¿Qué podía hacer él? Tal vez pudiese hacer algo por la moribunda pero Jester era mejor doctor que él, si su colega no lo conseguía... él menos. No podía ayudar a desactivar la bomba, tampoco serviría que se quedase a cubrir a sus compañeros. No podía hacer nada. Además, tenían órdenes. Salir de allí. No era agradable. No le gustaba dejar a gente atrás. No cuando eran sus compañeros. Entonces vio el sensor y pensó que, después de todo, no iba a irse muy lejos.

El coronel les había dado una orden. Joe, a su lado, dudó. Solo dijo una palabra, pero estaba claro que dudaba. Esos puntos en el sensor podían ser cualquier cosa. Locos, perros, ratas...pero podían ser supervivientes. Si eran personas dentro de sus cabales no se merecían que los abandonasen. No de esa manera. Él era marine, pero no era como sus compañeros. A él no le habían reclutado en un campo de entrenamiento, no se había ofrecido voluntario. Simplemente se había unido a ellos tras un trágico episodio en Marte. La muerte y la violencia le habían obligado a ir con ellos. Pero no había estudiado el protocolo o había entrenado como un cadete. Era uno de ellos, pero a la vez, no lo era.
Era un médico, un salvador de almas. Eso es lo que se consideraba. El coronel había dado una orden pero su corazón latía con fuerza, y esa era otra orden que no podía ignorar. Porque antes que marine, antes que doctor, era persona. Y no podía dejar allí a nadie. Joe había dicho una palabra. Ya era más de lo que él iba ha decir. No había tiempo para pedir permiso, para esperar una aceptación o para que cambiasen la orden.

-Voy a por ellos.-No dijo más, empezó a moverse. Esta era una de esas cosas por las que le daban a uno una medalla, o por la que le formaban un consejo de guerra. No importaba. Puede que dentro de unos momentos estuviese muerto. Tenía que ver si esos puntos en el sensor eran vidas que salvar. Se podía equivocar pero merecía la pena correr el riesgo, ante sus superiores, ante la inminente explosión, solo por ver si podía salvar un par de vidas más. Era una temeridad, pero la vida tenía que terminar en un momento. Mejor durante un acto así que en la cama, postrado por una enfermedad.-Frost en cubierta 1, siguiendo señal de posibles supervivientes.-Probablemente le gritarían. Lo ignoraría.

Esta vez no tendría tiempo para mucho. Se encontraría con una puerta cerrada, seguramente. Volaría la cerradura y luego pegaría una patada a la plancha de metal. Antes acertaría a decir:

-Soy Dillon Frost, he venido a salvarles. No estoy loco.-Claro, solo era un hombre que desobedecía las órdenes de su superior y se quedaba en una nave a punto de explotar. Pero no estaba loco. No entraría en la habitación. Husmearía primero con la linterna. Si eran locos, dispararía a matar. Si dudaba entre si lo eran o no, o si se mostraban violentos, dispararía a las piernas. Luego tendría que cargar con ellos, pero era mejor que matarles. Entonces podría sacarles de allí. Si se rendían o se mostraban asustados bajaría el arma y les encaminaría a salir de allí.

No podía dejarlos, no. Aún sin saber lo que eran. Esos puntos luminosos en el sensor le martilleaban las sienes como una llamada de socorro que no podía ignorar. Si no iba tendría en su conciencia aquella duda todas las noches. Y ya tenía demasiadas pesadillas en la oscuridad...



Miguel

Luego de realizar nuestra pequeña masacre con aquel tarado, nos dirigimos todos al lugar de encuentro, que sería la enfermería. Resultó estar en muy buenas condiciones, al parecer los desquiciados no habían podido hacer mucho daño aquí, pero de cualquier modo era imperativo retirarnos de la nave cuanto antes y la charla fue corta. Mi corazón estaba más inquieto que de lo normal.... Había salido todo bien, hasta el momento, no había nada inmanejable, que extraño que fuera tan imperativo el rescate, siendo que la nave no estaba tan infestada al fin y al cabo.... Eran como diez rehenes y otros diez eran desquiciados al momento... Qué les habría complicado la existencia a estos infelices?


Era irrelevante de momento, teníamos que rescatarlos y eso haría. De pronto una comunicación de radio complicó todo.... Habían disparado a una mujer cuyos signos vitales estaban conectados al detonador de una bomba antimateria. Ya el nombre sonaba agresivo, pero según los entrenamientos recibidos, eso no era moco de pavo. Lo más seguro era salir de allí cuanto antes, y eso haría. No era hora de hacerme el héroe, correría lo más rápido posible, cubriendo la retirada de mis compañeros.


-"¡Que diablos estas haciendo Frost! ¿Has perdido la cabeza?" - Se había ido corriendo hacia tres puntos en la nave. No sabía si eran o no desquiciados, pero de cualquier modo fue. Me quedaba a contra mano ir a ayudarlo, pero no podía dejarlo solo con tres cuerpos, si bien podían ser locos desquiciados también podían ser heridos y un solo hombre para cargar con tres era demasiado. No había que pensar nada más, solo actuaría velozmente. Avisé por radio:

"Muchachos voy a apoyar a Frost, no debería ser problema para vosotros, son dos. ¡Id a la salida y suerte!" - Ese momento era en el que podía dejar de existir. así como todos mis compañeros, pero estaba dispuesto a arriesgarme, no dejaría atrás a Frost por más amargo que fuera.


Velozmente corrí hacia las escaleras centrales, con el rifle listo para disparar. Al cruzarme con De la Piazza, seguiría de largo, buscando los tres puntos, y tratando de darle cobertura a Frost en caso de que la necesite.

 - "Frost te tengo cubierto!" luego sería momento de insultarlo por aquella barbaridad que estaba haciendo.




5



La voz de trueno del coronel resonó:


- Negativo, Ghost. La prioridad es evacuar el transporte. No discuta. Tú tampoco, Carlo.

Los cuatro decidieron correr hacia las escaleras sur y descender al nivel 3 en busca de las lanzaderas, con los seis pasajeros rescatados, que no entendían nada. Al menos corrían. Se intercambiaron munición. Una de las chicas cayó en la escalera, se torció el tobillo, azul cargó con ella a cuestas, Serena y Helen mientras vigilaban los sensores. Se escuchó a Jesper:


- Probaremos tu idea, Ghost, si no queda otro remedio. Aunque no confío demasiado en su éxito. Aquí no tenemos tarados. La usaremos en alguno de nosotros. Gracias.




El cabo Benley miró de mala manera a Rivers, ordenó a Sandro cargar con el tripulante herido, Verónica examinó al otro. El golpe en la cabeza era grave, tenía el cráneo abierto, parecía haber perdido masa encefálica. Benley decidió dejarlo atrás, “ si esto se soluciona regresaremos a por él”. Jake quería seguir registrando la nave, Benley fue contundente:


- Nos vamos, Rivers. Las instrucciones son claras.


Verónica asintió:


- Faltan varios sectores, Rivers. Pero esto es serio. El Independencia corre un grave riesgo. A la mierda con este transporte, locos y pasajeros si queda alguno.

El grupo siguió a la carrera hacia la zona central. Miguel se adelantó a toda prisa tras escuchar las intenciones de Dillon.





El sargento estuvo de acuerdo con sus dos hombres, echarían un vistazo. Corrieron con Dillon a la cabeza, él estaba allí para salvar vidas, o lo hacía por él mismo, para no soportar el recuerdo si continuaba con vida? Joe también pensaba lo mismo. De la Piazza seguramente no quiso discutir ni enfrentarse al gigante negro en ese momento.

La puerta no estaba cerrada, se identificaron y entraron con métodos expeditivos, nada ortodoxos, la urgencia lo requería así. La linterna iluminó una escena de lucha, un segundo, alguien golpeaba a una mujer, ese alguien, esa sombra saltó sobre Dillon, con tal fuerza que lo lanzó contra la pared, le arañó la cara y trató de quitarle el casco. El médico se la quitó de encima, rebotó contra el muro y varios disparos resonaron en la oscuridad procedentes de los tres rifles. Un cuerpo sanguinolento, que resultó ser de una mujer de mediana edad, dejó de estremecerse en un rincón. La otra sombra fue atendida por Joe, otra chica de treinta años, casi estrangulada, la cara con diversos hematomas, la nariz y la mandíbula rotas, prácticamente inconsciente. De la Piazza ordenó que Frost la llevase.

En ese momento llegó Miguel, maldiciendo e insultando a su compañero Dillon. Todo había pasado, salvando a una mujer, o al menos lo intentarían. No sucederían pesadillas de remordimiento. Los ocho bajaron juntos hasta el nivel 2, sin localizar ni encontrar más personas, solo cadáveres aquí y allá. Cruzaron a toda prisa los pasillos envueltos en la luz azulada, hasta que alcanzaron el puerto de atraque donde esperaba la mayoría del grupo Alpha y entraron en el Independencia, cuyo piloto aguardaba la orden de alejarse del transporte.




Blondie rompió el silencio:


- Es una obra de artesanía, coronel. Gente muy experta hizo esto.

- La chica no aguanta – anunció Jesper.


- Voy hacia las lanzaderas, a preparar una. Si muere, corred hacia ellas – dijo el capitán-.

Para entonces Helen, Carlo, Serena y Azul ya estaban en la zona de las dos lanzaderas. A toda prisa comprobaron que estaban intactas, subieron a los rescatados, Helen se colocó en el asiento del piloto y con eficacia profesional y nervios de acero tecleó en la pantalla, activo los diversos controles y elevó unos centímetros la pequeña nave. Las compuertas de la zona de despegue se abrieron.

El capitán corría para allá. Blondie no lograba desactivar el explosivo. El coronel dio las instrucciones. Se separó el Independencia del Pegaso V, ganaba metros de distancia, siete compañeros quedaban atrás. Jesper confirmó que la mujer acababa de morir. Había intentado la idea de Helen con él mismo. Aguardó unos segundos. Sonó un pitido, una luz diminuta azul se encendió en el detonador. No funcionó.

- Está en marcha. – el tono de Blondie fue sepulcral.


- Serena, Azul, Carlo!! Fuera, ya!! Ghost, sácalos de aquí. Yo manejaré la otra lanzadera. – se oyó la voz del capitán -.


Jesper se puso a correr tras el capitán, sus pesadas botas golpeando el suelo metálico del transporte. Se le escuchó gritar a Blondie:


- Déjalo, maldita seas! ¡Nos vamos!


- Blondie, es una orden. Abandona. No me hagas retroceder – amenazó el capitán.

La rubia experta en demolición continuó trasteando en la bomba. Jesper volvía sobre sus pasos por orden del capitán. Tenía que convencerla, por la fuerza si era necesario.


Serena miró a los demás, la lanzadera estaba lista para escapar de allí.

- Vamos, Ghost!. Dale a esa palanca.


Azul sudaba, su rostro crispado:


- ¿ Y el capitán, Blondie, Jesper?


- No hay tiempo, puedo estallar en cualquier momento. Podemos estar ya muertos. Ya has oído al capitán – respondió Serena.
.

- Habla el coronel. Ghost, Azul. Llevan seis pasajeros. Seis civiles. Su misión es salvarles la vida. Vamos.


Los segundos corrían. La bomba explosionaría ya, en varios segundos, o minutos. Nadie lo sabía


Helen


<<Habla el coronel. Ghost, Azul. Llevan seis pasajeros. Seis civiles. Su misión es salvarles la vida. Vamos.>>

Aun sonaba esa frase en su memoria. Las pocas dudas o pensamientos que tenia sobre el resto de los marines desaparecieron de ella con esa frase. Le dio a la palanca y salieron por la lanzadera en dirección a la Independencia que daba la apariencia a sus tripulantes apenas se movía a pesar de hacerlo con gran velocidad. Luego se pondría tanta distancia en el menor tiempo posible a fin de evitar que les tragara la antimateria. Sentía curiosidad por ver la explosión, pero era un imposible ya que sabia seria lo ultimo que vería.


- Azul y Serena, ¿Os importaría registrar en tres minutos cualquier sitio donde un polizón podría haberse colado y escondido dentro de esta lanzadera antes de llegar a la nave Independencia?


No era una pregunta obviamente. Ellos sabían que tenían que hacerlo ya que nadie había tenido la previsión de vigilar las lanzaderas. Era improbable, pero no imposible. Eso además daría impresión de seguridad a los civiles.

Mientras se alejaba del transporte, Helen recordaba los insultos de Miguel sobre Dillon que había oído a través del transmisor. El médico se había echo el héroe arriesgando la vida de todos sus compañeros. Estaba segura de que, aun habiendo rescatado a una de las atacantes, el coronel no lo aprobaría. Y Dillon, por muy medico que fuera era ante todo marine. Esperaba poder ver u oír la bronca del coronel, la posterior e inútil excusa del negro y el inevitable arresto.

Se concentró en la tarea de pilotar la lanzadera con éxito y velozmente hasta el Independencia.


Dillon Frost


Corría por el oscuro pasillo mientras en sus oídos resonaban las palabras de Miguel. Si, él ya había perdido la cabeza hace tiempo. Aquello no era nuevo. ¿De que se sorprendía? Hubiera reído de tener buen humor. Pero estaba concentrado. Si quedaba alguien con vida y las facultades mentales sanas, le salvaría. Si solo quedaban locos...era un riesgo que tenía que correr. No había momento para dudas, solo para la acción. Miró hacia atrás solo para ver como Joe Chipp y De la Piazza le seguían. No quería involucrar a sus compañeros en esto. No quería que se jugasen la vida por una corazonada. No quería que luego se jugasen el puesto, el sueldo y quizás la libertad porque él fuese incapaz de estarse quieto. Pero se sintió más cómodo con su compañía. Suponía que estaban allí por algo más que por acompañarle a él. Por principios, humanidad, y no solo por lealtad y deber. Incluso puede que estuviesen allí solo por la acción. No importaba. Solo importaba que tenía las espaldas cubiertas.

La puerta estaba abierta. Se identificaron. Alguien luchaba. Todo era un espectáculo de nervios, sombras y luces. Alguien saltó sobre él. El casco le salvó, esta vez. Se lo quitó de encima como una vaca se aparta las moscas. Otro loco. Le había visto pegar a una mujer. O luchaban entre ellos o...Disparó. No había piedad en aquella ráfaga. Joe examinó a la mujer golpeada. Estaba viva. Estaba sana. Un punto para los buenos. Se acercó a ella.

-Vivirá.-Asintió ante la orden de De la Piazza.

Cargó con la mujer. Regresaron. Se encontraron con Miguel. A pesar de sus insultos había ido a ayudarles...o a pegarle una paliza. Dillon sonrió. No solía hacerlo a menudo. Sus dientes blancos como perlas destacaban en su ceniciento rostro como las estrellas en el firmamento.

-Perdí la cabeza, Miguel, pero no oirás quejarse a esta mujer por eso.-Corrieron hasta el puerto. No encontraron a nadie más. Ni siquiera señales. Fue un alivio. Entraron en el Independencia, a salvo. Relativamente a salvo.

Se le ocurrió pensar que la mayoría de los oficiales no se conformarían con insultarle como Miguel, sino que probablemente le montarían un consejo de guerra o iría a prisión por desobedecer una orden directa, por ir por el campo de batalla siguiendo su libre albedrío, arriesgando no solo su vida, sino la de aquellos que le habían acompañado. Lo preveía. Pero había arriesgado todo eso por una mujer que no conocía. Lo había hecho. Podría soportar la prisión, podría cargar con esa culpa. Pero no con perder una vida...Era su trabajo. Amigos, civiles, marines, habían muerto mientras sus torpes manos habían intentando salvarles. Para él una vida tenía su valor. En una estadística solo era un número, pero en un profundo lugar de su corazón era un rostro, un nombre, era algo por lo que seguir viviendo.

No pensó mucho en su futuro. En una situación de guerra uno solo puede pensar en el presente. No todos sus compañeros habían vuelto. La mujer que estaba unida a la bomba de antimateria había muerto. Iba a explotar. Dieron la orden de retirada. El capitán, Blondie y Jesper aún estaba allí, dentro. Blondie intentaba desactiva la bomba. Era buena, pero no era dios.

-Salid de allí, cabezotas...-Susurró. Sudaba. No quería esperar. Pero, ¿Podía hacer realmente algo? Ir allí y sacar a Blondie aunque fuese a golpes. ¿Serviría?¿Le daría tiempo? No. Todo estaba en manos de la mujer, el oficial y su colega médico. No le gustaba esa sensación de impotencia. Pero no podía ir allí. Tardaría más en ir y volver que Jester en traer a Blondie. Confiaba en Jester.

-Vamos, colega, vamos. Sé que puedes hacerlo.-Rezó por él mientras se tragaba su orgullo y examinaba a los civiles rescatados.


Jake Rivers


“A la mierda con este transporte”, para Rivers es la mejor forma de dar una orden, no con palabras sutiles o técnicas. El cabo ha llamado a las cosas por su nombre, no están retirándose porque hay pocas probabilidades de encontrar algún superviviente más, lo están haciendo para que no les explote la bomba en las narices. Más claro no puede estar, a la mierda con todos. Pero eso no solo incluye el objetivo de su misión, misión que les pagan por cumplir, sino a los compañeros que están dejando atrás, no son pocos. Sigue recordando, o al menos cree recordar, que antes de re engancharse por primera vez le advirtieron de la posibilidad de morir en cualquier misión rutinaria. Cuando se alistó por primera vez no le dijeron nada, claro, era una forma de evitar la cárcel, las advertencias no tenían sentido. Todos y cada uno saben que están aquí para esto, para arriesgar el cuello en tonterías, en luchar para otra gente. No comprende el cambio de actitud por una bomba. Sí, la bomba puede matarles, pero también podría haberlo hecho cualquiera de los tarados. Su trabajo es matar y morir por dinero, los demás parecen incapaces de entenderlo.


Se siente tentado de hacerle tragar el fusil al cabo, solo por la mirada, pero eso no ayudaría mucho en nada. Si ahora se niega a seguir las órdenes, estará demostrando poca confianza en sus compañeros. Él confía en ellos, sería incapaz de moverse por un pasillo estrecho si pensase que no le acompañan buenos soldados, preferiría ir solo. En este caso todos han demostrado valer mucho. Seguirá al cabo, no porque este sea su superior ni mucho menos por darle la razón, sino porque sus compañeros no son unos inútiles, saben lo que hacen, o eso espera.


Emprenden la carrera dejando a un herido al que no podrán salvar. Esa decisión le parece más acertada, ya que están huyendo con el rabo entre las piernas es absurdo cargar con demasiado peso. Caminan a toda prisa hasta encontrarse con otro grupo, un poco tarde cómo para entrar en acción. – Vaya, si hemos ido a topar con unos jodidos héroes - sonríe mientras atienden a una mujer con marcas en el cuello, imagina lo que ha estado a punto de ocurrirle. Escucha protestas, pero también escucha la respuesta de Dillon, nadie podrá argumentar mucho contra eso, ha salvado a una civil, ese era su objetivo ¿no?. Se pregunta que es necesario para que a uno le dejen ir a por más supervivientes cuando quiere hacerlo, aunque eso poco importa. Ahora se han unido en un grupo más grande, no habrá problemas hasta llegar a la nave, a parte de dejar atrás a unos cuantos con la incertidumbre de si lo conseguirán o no. Ya solo queda correr.

En la relativa seguridad del independencia, escucha todas las conversaciones por radio. Se nota la tensión en todos los miembros del pelotón, a nadie le gusta perder compañeros, pero hacerlo de un modo tan absurdo es mucho peor. Dillon refleja su impotencia, no es el único en sentirse así.

Sacadla de ahí a rastras.

No lo ha dicho por radio, debería. No va a conseguirlo, Blondie va a morir por pura cabezonería. Puede entenderlo, cada uno tiene sus motivos, algo que le impulsa a arriesgar la vida, quizás para la mujer el hecho de enfrentarse en una situación cómo esta a una bomba tan compleja, sea el motivo para alistarse, para levantarse cada mañana. Es difícil saberlo. Desgraciadamente no está arriesgando solo su vida, está arriesgando las de otros. Caro que también está cumpliendo con su parte de la misión, si consigue desactivarla podrán volver a revisar el resto de la nave, asegurarse de haber cumplido bien. Aunque se siente un poco dubitativo al respecto, cree que preferiría oírles decir “nos largamos, no hay manera”. Aprieta los puños mientras sigue escuchando.

 – Vamos, ya lo habéis intentado, fuera de allí -. También se siente impotente y frustrado. No pueden hacer nada, solo esperar.

 

lunes, 27 de febrero de 2012

LOS ÁNGELES, 2029 -7


7


Los testigos esperaron un rato más, al cabo del cual, la puerta de la sala se abrió una vez más, para dar paso al inspector Mascari.

-Pueden irse. Si necesitamos algo más de ustedes contactaremos. No hace falta que les diga que no marchen de la ciudad, ¿de acuerdo? Son testigos importantes, lo crean o no.

Dio una profunda calada a su puro. Los miró a todos con ojos enrojecidos, cansados, buscando detalles siempre. Añadió algo más a su corto discurso.

- Manténganse alertas. Esa mujer es muy peligrosa. Muy peligrosa. Es probable que desequilibrada, con lo que sus acciones no guardan ninguna lógica.

Una policía, embutida en traje negro ceñido, labios color violeta y ojos sin vida en un rostro de belleza átona, tomó la palabra.

- Lo que el inspector Mascari  quiere decir es que les ha visto.

- Sin embargo –continuó Mascari, molesto por la interrupción de la mujer- no podemos ponerles protección. Falta de recursos, ya saben. Estaría bien hacerlo, por si ella apareciese, de forma que la iglesia la vigilaremos. Pueden largarse. No se esfumen, les podemos citar en cualquier momento de nuevo recalcó otra vez.


- Gracias por tu preocupación, Mascari, intentaré cuidarme sólo. - Ricco sonrió y salió de la sala.

Jacob también lo hizo, su nerviosismo no del todo relajado hasta que se encontrase fuera de la comisaría. Mara le siguió, se giró de pronto y le guiñó un ojo al cura antes de desaparecer por la puerta.

- Te volveré a ver, gordito. Cuídate.


Entre el padre Tomachio  y el inspector Mascari hubo un cruce de miradas. Al sacerdote no le gustaba el oficial,  era demasiado inteligente. Si se hubiese dado a su trabajo, a las leyes, hubiera podido ser otro hombre. Veía en él algo de nobleza, sin duda era un agente de policía que hacía cumplir la ley. Solo que sus métodos no le parecían de lo más adecuado. ¿Merece el fin cualquier medio? Tomachio pensaba que no, el medio era más importante que el fin. De nada te sirve conseguir algo por el mal camino. Si fallas, pero has ido por el buen camino la recompensa llegará más tarde. A aquellos que eligen la senda oscura solo les queda la perdición.

Estaba convencido que el policía sabía que guardaba algo. ¿Como? Años de experiencia, además él no sabía ocultar muy bien la cosas. Claro, que el inspector no sabía que lo ocultaba estaba a dos metros de él, en el bolsillo de su chaqueta. Tampoco podía saberlo todo. Eso lo tranquilizó, aunque no dejó que se notase. La asesina, según una de las agentes, podría ir a por ellos. "¿No es siempre lo mismo?". Siempre iban a por él. Las mafias, los contrabandistas, los matones, los asesinos. Y seguía allí. No se había enfrentado nunca a una mujer con poderes mentales, sin embargo debía luchar contra ella por ella. Que Dios le guardase, sería complicado.

-Soy un recolector de pecados. Siempre oculto algo. Agradezco su interés, pero no requiero de su protección. En el barrio donde vivo la policía significa problemas en lugar de seguridad.-"Además, estoy seguro de que vas ha ordenar que me sigan diga lo que diga. Harás bien. El barrio necesita más presencia policial".-Puede encontrarme en mi iglesia cuando me necesite. Su alma esta clamando a gritos que la perdonen.

Se dio la vuelta sin decir adiós tan siquiera. No era simpático con aquellos que no se comportaban bien. ¿Qué le harían a la asesina? Desde luego no la ayudarían a reconvertirse.

Mascari se encogió de hombros, chupó de su puro y dejó entrever una cínica sonrisa.

- Creemos…estomas seguros de que es una psiónica. Entiéndame bien, no una ciberpsiónica, o ciberpsicótica, sino alguien con poderes mentales. Existen personas así, pero esta es de relevancia. Tal vez vaya a por usted. A por todos, la han visto. O quizás pase del tema. Como le de. Reflexione sobre lo que hemos hablado y en qué bando quiere encontrarse, padre.

Tomachio se detuvo pero no se volvió. Así que una psíquica agraciada con ese don por Dios, un don o una maldición. Eso explicaba lo sucedido en el interior de la iglesia. Con paso firme se dirigió a la salida.

Les devolvieron todos sus objetos. No hubo disculpa alguna. Afuera, la madrugada golpeó las mejillas de los testigos con el pegajoso aliento del frío nocturno.

-Me hubiera agradado haberles conocido en otra situación –dijo a modo de despedida el sacerdote-. Es hora de dormir. Intentemos olvidar este desatinado incidente. Sin rencor. Solo creen estar haciendo su trabajo,

Si decía aquello, ¿por qué sentía un comezón tras la nunca? Para él no había terminado, aún tenía esa llave. Miró a la chica. Mara le acarició el mentón y le do un beso en la mejilla. Había bondad en esa chica, pensó, era el mundo el que estaba equivocado.

-Mi propuesta sigue en pie. Si quieres puedes pasar esta noche en la iglesia.-"Una fulana en la iglesia" dirían los periódicos sensacionalistas. Él pensaba en ella como persona. Todo el mundo necesita ayuda alguna vez. No la presionaría, en estos casos no era bueno.

Mara observaba el cielo negro  surcado de sucias nubes henchidas de corrosión.

- Pensaba ir a un mini-market,  a comprar unas latas de soda estimulante y cigarros. Supongo que me conformo con irme a un café y pedir unos cigarros allí, quizás beber un café helado... de esos con su cereza bio cultivada en la cima de una abundante capa de nata de sabor canela

Sonrió con tristeza. Era una lastima que no fuese orgánica para meterse un atracón de comida caliente como los humanos. Se consoló pensando que era mucho mejor quedarse con las ganas a estar padeciendo inmundicias como los pobres miserables vagos de las calles.

“Al menos los líquidos los tolero... no es mucho pero es lo que hay. Luego de eso entraré en letargo; quizás hoy no me enrede con algún desesperado de amor y me vaya con el gordito a  dormir con él. Después de todo se me hace que incluso podría dormir mejor en su casa que en alguno de los albergues u hoteles de por aquí. Mejor que en mi apestoso agujero, seguro”.

-De acuerdo –respondió al sacerdote.

Ricco intervino. Intuía que el viejo cura sabía alguna cosa. Podía leerlo en sus ojos, a él no se le escapaban ese tipo de cosas. Quería averiguarlo.

- Padre, tampoco a mi me agrada las circunstancia de nuestro encuentro. ¿Sabe?, no es mi deber juzgar a la gente, y menos a un cura, pero me da en la nariz que usted sabe algo. Puede que compartirlo con nosotros estuviese bien. Para nuestra seguridad. Probablemente corremos un riesgo, y lo mejor sería que tuviésemos todos los datos posibles de la mujer. - evitó llamarla asesina a conciencia - Quizás ese pequeño detalle sea lo que nos salve la vida. Obviamente sería una estupidez que nos lo contase aquí. - sacó una tarjeta con su teléfono y se la entregó - Pero quizás su iglesia sea el lugar perfecto para que sólo Dios y nosotros sepamos lo que se nos avecine.

Tomachio aceptó la tarjeta que desapareció en unos de sus bolsillos. Pensó que necesitaría de toda la ayuda posible si las cosas se torcían. No creía que esa gente estuviese en peligro. Al menos no por la mujer, si no por la policía.

-Le llamaré. Aunque creo que alguien como usted debería venir más a la iglesia.-Y luego un susurro casi inaudible.-Santa María de Magdalena.-Y en voz alta de nuevo.-Cuanto antes. Incluso esta misma noche. Nunca es tarde para empezar.-Esperaba que captase la indirecta en el mensaje, aunque había dos. Quería que fuese esa noche a la iglesia por si volvía la asesina, y también quería que abriese su alma a Dios.

Ricco asintió con la cabeza. Acto seguido tomó del brazo a Jacob, mientras descendía la ancha escalinata de granito oscuro.
.

- Bueno Jacob, poco más puedo decirte. Si aceptas el trabajo es tuyo. Pero por favor decídete rápido. No tienes toda la noche para pensarlo. Podemos encontrar otro. Llamaré a un aero-taxi.

Le guiñó un ojo y se puso los guantes de piel. El mecánico, que se rumiaba todavía la respuesta, observó que deberían valer su  sueldo de un mes. Tirando bajo.  No le pasaron por alto las frases de oculto sentido del cura. ¿Qué sucedía allí? Meneó la cabeza, aspiró el aire helado de la noche. En las calles la actividad nocturna comenzaba a cobrar vida más allá del sector policial. Bajó las escaleras junto al mafioso, dispuesto ya a darle una contestación; dudar más tiempo no haría sino que el interés en su persona se esfumase.

-Estoy con vosotros. Tenéis mi alma.

-Bien, Jacob. No te arrepentirás.

Estrechó su mano con las de su nuevo jefe. Ya estaba hecho. Se apercibió que Ricco no tomaría un aero-taxi;  le esperaban dos de sus hombres en una limusina negra. Jacob fue más o menos obligado a entrar. Allí estaban dos de los primos del Italiano. El vehículo arrancó deslizándose suave como un madero en la corriente de un tranquilo río. Tenía noticias Ricco para su tío pero también las había para él. Sus primos le contaron que alguien de “dentro” les puso sobre aviso. Conocían su papel de testigo, y algo de la historia: la tipa se había largado de momento en un coche, tres policías muertos, un par heridos y un tipo con el cerebro hecho papilla, la poli investigaba quien era. No se sabía nada de la fugitiva, o al menos el contacto dentro del cuerpo policial no consiguió datos. No obstante ellos sí sabían más, sí poseían información. La fugitiva era una psiónica, de la Europa del Este si se confirmaban los rumores.

Sin embargo, lo que en particular les interesaba era su maletín. En la limusina los acompañaba un hombre algo canoso, de traje negro, mirada glacial y labios finos, el jefe de seguridad de la Sintroc Corporation, dedicada a microelectrónica y nanoingeniería. Garrison Mc Therny, quien les había contado una bonita historia que desgranaron poco a poco tanto a Ricco como a Jacob, el nuevo socio. Sintroc era la única corporación que poseía los medios y tecnología para el proceso extremadamente delicado de conservar la mente, la personalidad, memoria, el yo único de cada uno de nosotros, en cápsulas cerebrales. De esa forma muchos ricos podridos de pasta se aseguraban una gran longevidad. Y en el maletín había diez de esas cápsulas robadas. Una millonada. La policía y los propios servicios de seguridad de la Sintroc casi atraparon a la chica, pero ahora la mega corporación confiaba en ellos, en los italianos. Como anillo al dedo resultaba que Ricco y Jacob fuesen testigos. Había que encontrar a la desconocida. Discreción. Extremo cuidado. La noticia, adulterada, ya estaba en las calles, y más gente estaba interesada en la maleta.

Y la chica parecía un bicho raro.






domingo, 26 de febrero de 2012

Hechicería y Acero, final




Acherus había jugado su última carta. Una apuesta a todo o nada, confiando en su dios; confiando en una balanza donde el bien y mal se conjugaban, se medían, se miraban a los ojos con el ceño fruncido con la esperanza cada uno de ellos de ganar la partida. Con la esperanza de salvar la vida. O el alma. O lo que fuese que otorgaba al hombre sus energías.

Usó un comodín. Se ofreció. Retador. ¿Sería suficiente?

Tembló. Ya no de frío, era imposible sentir más frío. Sus huesos estaban helados, su mente consumida, su alma estaba siendo expulsada, exiliada, de su cuerpo. Su corazón todavía latía. ¿Por qué lo hacía? Debería estar muerto. Quizá así era. No, el otro necesitaba su carcasa humana. El físico bien formado de un noble caballero. Dejemos lo de noble. Ahora herido, lo cual no importaba a la serpiente que reptaba por su espalda y se enroscaba en su yo más profundo.

Su cabeza cayó pesadamente sobre el hielo manchado de sangre. Su propia sangre. Cerró los ojos; creyó vomitar. Dejó de oír el incesante e implacable viento. Un último suspiro se escapó de forma tenue y breve de su boca entre los agrietados labios.

¿Dónde estaba? Todo era oscuridad. Negrura lechosa. Apagada, una risa se burlaba de él. Y lo supo. No era su cuerpo. No tenía ya cuerpo. Su alma encadenada a aquella tumba. Perdió la apuesta. Devolvió la libertad a una mente malvada y perversa; a un espíritu encerrado para la eternidad. Peor todavía.

Él había quedado atrapado. En un cementerio en el fin del mundo. Por los siglos. Quiso gritar. Gritar. Sintió que no estaba solo. Los guardianes reposaban cerca. No le harían daño. Ya nada le podía herir.

Hyboria. Un mundo cruel. Salvaje. Casi lo consigue. Diablos. Nada es para siempre.

"Si me jodes, volveré. De donde quiera que acabe".

...

Reflexionaba Bazag sobre lo acontecido, sobre el presente y acerca del futuro, preguntándose que sería de Maclo, qué diría o qué haría. Imprevisible podía ser su reacción. Si es que sobrevivía a todo esto. Luego llegó el mazazo con la nueva información salida de la boca de Acherus.

Asintió sin expresión en la cara, Acherus, o quien fuese. Parecía que Bazag, tras la primera impresión se lo tomaba con calma, con estoicismo; llevaría el rescate de Maclo hasta sus últimas consecuencias. Estaba dispuesto a dar la vida por ella. De hecho, lo hizo desde el principio de este viaje. Ahora, era definitivo. Ya habían muerto varias personas a cambio de la de ella. Vidas que valían tanto como la de la joven. Algunas por dinero. Se encontraban allí por eso. Mercenarios. No era así en el caso de Bazag ni de Sablen.

Sablen. ¿Sería el aquilonio tan aquiescente con la nueva y terrible información? Su cara reflejaba un profundo cansancio. Estupor y sorpresa cuando las palabras de Acherus tomaron forma en su cerebro abotargado por la tormenta. Perplejo, no dijo nada, tan solo señaló hacia delante, a la zona donde parecía que encontrarían refugio.

- No conozco otra forma. Aparte de que la bruja que hizo esto lo deshaga. Me temo que eso no es posible –respondió Acherus, de nuevo preñada su voz de un divertido cinismo-.

Caminaron de nuevo. En silencio arropado por el viento, que disminuía conforme avanzaba la mañana. Silencio roto por Sablen:

- Bazag, eres uno de los pocos en los que he confiado en este maldito periplo por medio continente. No puedo comprender que aceptes así como así lo que dice este. ¿Pretendes matarme a traición? No eres esa clase de hombre…pero se trata de tu vida. ¿Qué no haría uno por su vida?

- Cierto, grandullón. Así son las cosas. Ya os lo he dicho, en asuntos de hechiceros no hay que meter la nariz. Mira a tu compañero, sus ojos. Es la mirada de alguien que no te traicionará, ¿y tú a él? ¿Qué no harías por tu vida?- una sonrisa cínica, siniestra, se pintó en la boca de Acherus. Se divertía el tipo.

- ¿Y cómo sabemos que no mientes? Que nos quieres matar a los tres y marcharte. No sabemos quien eres, qué has hecho con Acherus. Esta locura me desborda, este asunto de magia perversa y corrupta!

- Hum. Carga con la chica hasta que reviente tu corazón, si lo prefieres.

- Puedo primero arrancarte el tuyo, y alimentarme con él. ¿Qué respondes a eso?

- Que este cuerpo dejará de respirar. Que la chica morirá. Tú y tu compañero también. Mira a tu alrededor. Estáis helados. ¿Te entra eso en tu cabezota?

El aquilonio se mordió la lengua.

Tras descender una pendiente entró el trío con Maclo en brazos de Sablen todavía, en una depresión angosta, protegida de los últimos coletazos de la ventisca. El cielo lucía pálido, acero sucio sobre sus atribuladas cabezas, el sol una moneda de bronce de gastada superficie. Después de un corto trecho, llegaron a una zona donde se abría una plataforma, y debajo de ella, varias oquedades en la nieve señalaban entradas a otras tantas cuevas. La mayoría lucían bloqueadas por el hielo o la nieve, pero el espacio de la entrada de un par de ellas daba para penetrar sin problemas, agachándose un poco.

Entraron. El espacio interior era muy reducido, de techo bajo, las paredes de hielo transpiraban un apagado fulgor azulado.

- Estaremos bien aquí. Estas cavernas se comunican entre sí muchas de ellas, formando una intrincada red subterránea. Eran el cobijo de una antigua raza olvidada. Nos devolverán un poco del calor perdido. Tocad, tocad la pared. ¿Lo notáis?

Bazag sintió bajo la palma de la mano cierta calidez, como cuando tienes las manos heladas y el agua fría te alivia. Es que tenía las manos heladas.

Quedaban solo unos minutos por lo que podía suponer Bazag para que Maclo se transformase en loba. ¿Aguantaría su cuerpo semejante tortura otra vez? El aliento del que disponía era la energía vital que le cedió el espíritu que vivía igual que un parásito en el cuerpo de Acherus. Este presentaba una tez macilenta, con grandes ojeras negras, que contrastaban con las brillantes y enfermizas pupilas. Los tres hombres se miraron.

- La sangre. No quieras saber más –dijo, con la mirada puesta en los ojos de Bazag.

El aquilonio tomó la moneda con manos temblorosas. Dudó unos instantes. Una sombra gris cubría sus ojos. El hombre que no vaciló jamás en la lucha, ahora no podía decidirse. Al fin la lanzó. Durante un tiempo interminable giró, danzó en el aire frío de la diminuta cámara. Subió y cayó, atrapada en las fuertes manos del guerrero. No la enseñó; transcurrió medio minuto. Habló:

- No puedo, Bazag. Esto no es luchar en un campo de batalla, o enfrentarse a una horda de hombres salvajes. No puedo entregar así mi vida. Ni siquiera por Maclo. Quizá me odie a mí mismo durante el resto de mis días. Pero no puedo. No lo haré. Tú lo has dicho, no es justo para ninguno de los dos.

Pareció que iba a tirar la moneda y levantarse, pero entonces, antes de ello, la mano de Acherus aferró la muñeca del aquilonio. Con inusitada fuerza apretó de tal modo que obligó a Sablen a abrir la palma, con lentitud.

-Cara –señaló Acherus.

El alivio, el miedo, el horror, la salvación, palpitaron con intensidad en la mirada de Sablen. Se puso en pie, sin valor para mirar a su compañero, y se arrastró afuera de la cueva. Cuando se quedaron a solas, aparte de la inconsciente Maclo, Acherus tomó la palabra:

-Así que eres tan sumamente imbécil para ofrecer tu vida por esta joven. Por los cuatro vientos, sí que ha cambiado el mundo. Mercenarios con el alma de un santón de Mitra. Tu amigo es el más inteligente de los dos. Lo mejor sería matarla ahora, acabar con esto. Yo puedo indicaros el camino. Y tú vas y quieres morir por ella –Acherus se puso a reír como un demente.

-De manera que si ahora te pido que apuñales a ese bastardo –prosiguió-, ¿lo harías también o continuarías con tu…”sacrificio”? Te doy esa oportunidad. Un palmo de acero y serás libre, hasta te quedarás con la muchacha. Es hermosa a pesar de su deteriorado estado. Una buena hembra, que te calentará en las frías noches. ¿O acaso piensas que tu amigo no hará tal cosa? Yo hace mucho que no pruebo mujer, sabes? Dioses, es sumamente bella. Jajajajaja. Tranquilo, no la deseo. Mis intenciones, mis proyectos son otros. Tengo mucho que vengar. Bien, qué dices, noble caballero.

Y su feroz y negra sonrisa no se apartó un momento de su expresión demente.



Bazag

Sablen le decepciona un poco al final del viaje. Creía que estaría dispuesto a intentarlo todo. No es que sea incapaz de comprenderle, nadie quiere morir de ese modo. Aún así, confiaba en tener algo más de cooperación en esto.
Las dudas de Sablen le llevan a tener las suyas propias, aunque totalmente distintas. ¿Por qué debe sacrificarse él si nadie más está dispuesto a hacerlo? Maclo le cae bien, es hija de alguien importante en su vida, pero no es su hija. Tampoco es su responsabilidad, él ni siquiera trabaja al servicio de la familia. No es su amante. ¡Demonios!, ni siquiera son amigos. Ya se ha arrastrado por la nieve, luchado contra bestias inhumanas, y visto mucha muerte innecesaria. ¿También debe sacrificarse?

Aprieta los dientes lleno de rabia. Sablen incluso se atreve a insinuar que le matará a traición. Parece no haberse ganado la confianza a pesar de todo. -Si quisiera matarte, Sablen, me verías venir. Soy ladrón y mercenario, no asesino-. Es una diferencia que pocos saben ver, pero existe. Jamás ha acabado con la vida de nadie a traición. Ha tenido ocasiones para hacerlo, así como la habilidad y la sangre fría, pero no lo ha hecho. -No soy un asesino-, se repite a si mismo.
La furia remite. Sablen tampoco tiene porque saberlo, aunque es preocupante que llegue a planteárselo. Supone que es normal, están hablando de la vida y la muerte.

Observa la moneda descender, y observa a Sablen echarse atrás de nuevo. El retornado es rápido. Al fin el azar le ha dejado de lado. Para él es tan buena señal como lo sería para un seguidor de cualquier dios ver los cielos en llamas. Ha puesto su vida en juego una vez más. Al final ha tocado perder. Siempre supo que este día llegaría, antes o después. No tiene sentido echarse a llorar o suplicar.

A solas con el retornado. Este despreciable ser sigue encontrando toda la situación muy divertida. Le gustaría hacer tragar los dientes uno a uno, pero no cree que sirviese de nada. Si, está resignado, pero eso no le impide estar también tremendamente enfadado. Todo se ha complicado demasiado en esta misión. Es hora de pagar los errores. Debían haber encontrado mejores formas de hacerlo. No debían haberse separado cuando Maclo salió corriendo. Ahora es fácil ver todos esos errores. De nada le servirán.

Es entonces cuando el retornado hace su oferta. Está claro que le encanta jugar con ellos. En ese momento se da cuenta de algo. -¿Qué digo?- No es que en este momento no le tiene la idea de matar a Sablen para salvarse. Es difícil no verlo como un traidor, pero ha dado su palabra. Además, o más bien, sobretodo, hay más cosas que han llamado su atención. -Digo que tu oferta me parece un poco rara. Cuando dijiste sacrificio, pensé que necesitabas que alguien se entregase. No obstante ahora vale que le mate. Supongo que la palabra sacrificio vale para las dos cosas. Es un poco ambiguo ¿verdad?-. Sonríe. -También digo que todo esto no te da tan igual como afirmas. Proyectos, vengar... me temo que todo eso no puede hacerlo un alma en pena. Necesitas un cuerpo, necesitas el cuerpo que tienes. Bueno, imagino que te valdría cualquiera, pero no hay muchos voluntarios por aquí, ¿verdad?- sonríe una vez más. -Si yo destrozase ese cuerpo, volverías a vagar en este lugar, quizás por toda la eternidad, ¿verdad?- Ya no sonríe. -Por supuesto, eso no tendría ningún beneficio para mí. No tengo motivos para hacerlo. Pero tampoco me gustaría pensar que va a morir alguien aquí para nada. Sobretodo si debo elegir entre ser yo o matar a Sablen. Así que ahora, despacito y con calma, me vas a explicar exactamente que hace falta para que Maclo deje de estar maldita, me vas a explicar todo el procedimiento, y vas a ser convincente, incluso honesto. Si lo eres, entonces ya veremos que decisión tomo respecto a tu oferta. Si no lo eres, te quedarás sin cuerpo porque voy a despedazarte, aquí y ahora. Disculpa si me notas un poco enfadado. ¿Y bien?... yo de ti empezaría a hablar rápido, porque si Maclo muere, ya no hay motivos para sacrificar a nadie, sin embargo sigue habiéndolos para robarte tus objetivos, una vez más.- Puede aceptar morir, y puede plantearse matar, pero sobretodo, tiene que saber que lo hace por algo. Ya no vale ninguna excusa, no le sirve que le responda "no quieres saberlo". Va a tener que ser algo mucho mejor que eso.
...


-Así que por fin brilla el hombre y calla el cordero -respondió Acherus.

Bazag hizo que el tiempo se detuviera, tensó más si cabe la cuerda extraña que aquel hechicero había tejido a medias con provocaciones, enigmáticas respuestas y declaraciones de oscuros sentidos. Bazag se la jugaba una vez más, después de todo, poco tenía que perder ya. Era él quien ahora tomaba el control, quizá ficticio, tal vez real. Había terminado su papel de marioneta. Así de claro lo expresó.

Acherus, o el retornado, como prefería identificarlo el aventurero, se quedó callado, mirándole con intensidad. Ambos se estaban jugando mucho: la vida de los dos, la vida de Maclo. La balanza apenas se mantenía equilibrada.

-Eres un estúpido, ¿lo he dicho ya? -quebró el silencio Acherus-. No mereces la vida que posees, si eres capaz de entregarla por otra. La vida, el bien más valioso, el único que realmente nos pertenece. Y tú la desprecias. Solo por eso ya deberías morir.

Su tono fue duro, grave, tan cargado de intensidad como la anterior declaración de Bazag. El retornado acto seguido examinó de nuevo a Maclo, sus ojos, su pulso. Meneó la cabeza. Te miró de nuevo:

- Una maldición desaparece con la muerte de quien la causó, o erradicada por esa misma persona. No siempre es así, desde luego. También puede contrarrestarse si conoces el método. Nunca es fácil, nunca. Ella tiene en su interior encerrado el espíritu de un lobo, comparte espacio con el suyo propio. Hay que expulsarlo. Para ello, la chica debe dejar de respirar, su corazón de latir. Entonces liberaré a la bestia y le devolveré la vida antes de que su alma abandone el cuerpo.

Suspiró. No sonreía ya. Los juegos habían terminado.

- Necesita la esencia vital de otro cuerpo. El mío no es ya suficiente y, además, por si lo has pensado, soy yo quien ha de ejecutar el ritual. Por eso el sacrificio. Tu energía, tu salvia si prefieres llamarlo así, le dará las fuerzas para vivir -se pasó la lengua por los labios; sus ojeras eran muy pronunciadas, sin embargo su voz no perdía fortaleza-. Cabe la posibilidad de que…continúes con vida, de que reste un hálito, el suficiente para que no dejes de estar entre los vivos. * De nuevo decides. Te dejaré inconsciente, no sentirás dolor. Si es que sigues siendo tan imbécil. ¿Te he parecido lo suficiente honesto?

Su mirada fue hacia la entrada.

- Acaba con él y todo será más fácil. No es agradable estar muerto, se de lo que hablo. - Y otra vez su sonrisa afloró a los labios marchitos-.


Bazag

Está bien haber sentido que controlaba la situación por una vez. Desde el principio no ha hecho más que seguir a quienes decían conocer el camino. Reaccionaba ante cada situación. Estos pocos segundos han sido como encontrar un oasis en medio del desierto.

-¿Lo ves?, todo es mucho más fácil cuando hablas un poquito con los demás- Es la primera vez que el retornado se ha visto en una tesitura complicada. No todo es tan bonito como ese bastardo pensaba. La paciencia es como una rama seca, si la sigues doblando se acaba partiendo. -¿Yo no merezco mi vida?- sonríe -No la tendría de no ser por el padre de esa chiquilla. Pero dime, si no estás dispuesto a arriesgar la tuya por nada, ¿entonces qué te hace digno de merecerla?-. Se encoge de hombros. "Ganar" en su pequeño desafío le ha venido muy bien para la moral.

También ha servido para algo más. Por fin ha conseguido algo de información. Maclo tiene el espíritu de un lobo dentro del cuerpo. Parece que dos espíritus son demasiados para un solo cuerpo, uno de los dos debe ceder. En ese caso la maldición es mucho peor de lo que pensaba. Para sacar al espíritu hace falta sangre. Le gustaría interrogar un poco al retornado sobre como hacerlo. La verdad, preferiría que fuese la sangre de este en lugar de la suya propia. No funcionaría, es el único capaz de hacer esto.

Hasta ahora las noticias siguen siendo malas... al menos hasta que se dejan oír ciertas palabras. Hay una pequeña posibilidad de seguir vivo. Una pequeña posibilidad que no depende de él. Sí, su cuerpo es más fuerte que el de la chiquilla, mucho más, pero ignora si eso le garantiza algo. En el fondo es jugárselo todo en una sola vez. Por eso el azar le llevó a perder el lanzamiento de moneda contra Sablen. Tenía que llegar hasta la apuesta suprema. Los jugadores suelen abusar de la expresión "todo o nada". En este caso es así, literalmente. No habrá moneda, dados, o cartas. Es la vida o la muerte, la cara y la cruz supremas.
Ha escuchado que algunos pueblos buscan morir en combate, que no encuentran el descanso de ningún otro modo. A él esto no le parece demasiado distinto. Ha pasado la vida encomendándose a la suerte. Quizás esta sea la última vez. Su versión particular de la última batalla. -Si esta vez gano... lo tendré muy difícil para superarme-. Por supuesto tiene miedo, sigue sin agradarle la idea de morir. No quiere ni pensar en la cantidad de cosas que no volverá a ver o a hacer. Por eso intenta evitarlo. Una apuesta no tiene gracia si no te juegas nada que aprecies de verdad.

-Adelante. Pero no me dejes inconsciente si puedes evitarlo. Tal vez sean mis últimos momentos con vida, quiero aprovecharlos. Empieza cuanto antes- Rechaza así la oportunidad de pagar con la sangre de Sablen.

...


Bazag no había tenido una larga vida, pero sí intensa. Había conocido a gente de diversa calaña, y podía discernir cuando trataban de colársela. No le fue mal en el pasado, su instinto y suerte no le fallaron; otros cayeron y él seguía en pie. En este momento se enfrentaba a la máxima prueba de su vida, la cual entregaba y dejaba en manos de un completo desconocido. De un hechicero, un brujo, o algo peor.

El aventurero había presionado y obtenido lo que buscaba. La pregunta ahora era, ¿cuánto de verdad decían las palabras de este tipo? Podía ser todo una sarta de mentiras, cuyo objeto únicamente era el de obtener la energía, o esencia vital como la llamaba el hechicero en beneficio propio. Resultaría muy fácil matar a Bazag, a Sablen y Maclo. ¿Estaba pecando de ingenuo el ladrón? Pronto esta incertidumbre sería desvelada. Y, aunque el otro dijera la verdad, tal vez significase igualmente la muerte de Bazag.

A la pregunta sobre el riesgo de la vida, no recibió respuesta, ni la esperaba. Acherus, o quien fuese, suspiró. Hizo que Bazag se tumbase boca arriba, este cerró los ojos y el revivido puso su mano derecha sobre la frente de Bazag. En ese momento regresó Sablen, que se quedó junto a la entrada, callado, helado. Susurró algo así como que te mataré sabandija, si intentas algo, pero nadie le hizo el mínimo caso.

El brujo comenzó con una letanía parsimoniosa, repetitiva, un mantra oscuro, complejo. El sopor acudió al cerebro de Bazag, y no tardó en caer en un estado semejante a la inconsciencia. A pesar de ello, notaba el frío, los olores, la respiración y el murmullo interminable de Acherus. Comprobó que no podía mover un solo músculo de su cuerpo, ni siquiera los labios o los párpados. El pánico hizo acto de presencia unos segundos, su respiración se agitó, su cuerpo se revelaba. El sudor empapó por entero su cara, sus miembros. Él no sentía nada.

El mundo llegaba lejano a su mente casi apagada.





Notaba su cuerpo hecho de roca dura, pesada, un monolito de toneladas de cansancio y ruina. Era incapaz de moverse, sabía que sus manos estaban ahí, sus pies, su boca y sus ojos. Incluso sentía su respiración. Pero no sabía si realmente estaba dentro o fuera de esa cosa que se suponía que era él. Un hombre loco y necio que entregó la vida por una mujer que apenas conocía. Le vino a la memoria la cara fatigada, todavía hermosa, de Takala, muerta; o sin vida como decía Acherus. Acaso ella no se ofreció también?

Acherus, o quien quiera que fuese. Entonces recordó, su mente despertó abruptamente, las nubes de la tormenta que ofuscaba su cerebro se abrieron de golpe y dejaron pasar un destello cegador de recuerdos, sensaciones, conversaciones y acciones. Todo llegó tan de súbito que el cascarón de roca que era su cuerpo se quebró en un segundo: se medio incorporó y vomitó, tosió, escupió y creyó que dejaba de nuevo el alma en cada espasmo de su tórax.

Hacía frío, siempre frío. No aquel de días atrás, soportable, sin viento, y el sol lucía todavía en un cielo camino del ocaso. Una sombra cruzó delante de él, entornó los ojos, y pensó que era un oso. Luego perfiló mejor los detalles, los contornos, resultó que era alguien conocido, Sablen. ¿Estaba tan muerto como él?

¿O vivía?

Mitra, debió pensar. La más grande jugada de su vida y ganó. ¿Del todo? Buscó con la mirada, desesperado, ansioso. Una muchacha cuya belleza marchita comenzaba a revitalizarse, se encontraba a una docena de metros, recogiendo leña. La reconoció: Maclo. Miró a su alrededor, sus ojos cansados encontraron nieve, montañas en la lejanía, o eso le parecía, arbustos raquíticos. Percibió el olor de carne al fuego…Y de nuevo la extrema fatiga lo llevó a la oscuridad del sueño.

Cuando despertó de nuevo lo hizo sobre una manta, encima de la paja de un establo. Maclo le dio agua y luego una sopa espesa y caliente que le supo a gloria. No hablaron, no tenía fuerzas, las justas para tragar. Sus ojos preguntaban en silencio. El fornido Sablen, sentado cerca, le contó una historia a su manera:

- Loado sea Mitra, amigo. Creí que no lo contabas. Te preguntarás qué sucedió…a ver -se rascó su barba-. Parecía que estabas muerto, hombre. Aquel hijo de puta te hizo algo, su hechicería, ya sabes. Luego lo mismo con Maclo. Dejó de respirar y casi lo destripo. No se qué hizo que me dejó paralizado. Entonces pensé que definitivamente el tipo nos engañó del todo. Pero no.

- ¿No te acuerdas? Tenías los ojos abiertos, muy abiertos. Yo creo que te dabas cuenta de todo. Me dan escalofríos al recordar. Maclo dejó de respirar. Se echó sobre su cuerpo desnudo, y yo sin poder moverme. La iba a violar, juro que eso pensé. Sus manos en su vientre y su boca asquerosa pegada a la de ella. No le hizo nada, desde luego, un alivio. No se cuanto duró aquella, hasta que ella comenzó a convulsionarse, a la vez que daba tremendos alaridos. Expulsó algo de su cuerpo…no se como describírtelo. Una sombra, algo así, con la forma de una bestia inmensa, un lobo. Me moría de terror, amigo. Tras esto unió tus manos y las de ella, y él con la cabeza agachada, de rodillas, rezando, o susurrando una espantosa oración, una y otra vez, y otra vez. Una eternidad. Tu piel cobró el color de la ceniza, tus labios se agrietaron, tu pecho dejaba de agitarse. Y a la vez ella recobraba el color de la vida, sus pupilas brillaban de nuevo, no de esa forma insana, sino como los que siempre tuvo, llenos de luz y color.

Maclo sonría. De verdad que era increíblemente bella. Llevaba la cuchara a tu boca:

- No puedo creer que hayas hecho esto por mí. He obligado a Sablen a que me lo narra varias veces. No lo comprendo. Nadie en su sano juicio haría tal cosa -miró a Sablen-. Él dice que es la deuda con mi padre, yo pienso que ni eso podría llevarte a esa locura. ¿Por qué? ¿Por qué?

Sus ojos transmitían inquietud, incredulidad, y un infinito agradecimiento. Rozó tu mejilla suavemente y te regaló con un largo y dulce beso en los labios.



Bazag

No le gusta demasiado empezar a sentir el sueño. Había pedido estar despierto mientras fuese posible. El retornado ha ignorado esa parte. Le gustaría poder culparle, sin embargo no recuerda que accediese en ningún momento. Es lo justo, supone. Un mal momento para elegir ir haciendo lo justo.

Siente las fuerzas abandonándole. Está muriendo. Cree que está muriendo. No es el primero. Todos menos Sablen parecen condenados a caer en esta misión. Es curioso, debía haberse enfadado mucho más. En su lugar le parece ver los rostros de quienes han caído antes. -Tantos sacrificios deben servir para algo.[i]- Es su último pensamiento racional. Luego llega el miedo, la angustia, la calma, la paz. Todo entremezclado. Ni siquiera sabe lo que siente. Al final la oscuridad.

De pronto tiene vómitos. Juraría estar tosiendo, vomitando. -[i]¿Los muertos vomitamos?
-. La mente funciona con lentitud. El dolor se apodera de cada parte de su cuerpo. Casi juraría estar escupiendo el estómago. Recuerda haber visto algo parecido una vez. Un tipo con muy mal aspecto, en una taberna, no dejaba de toser sangre. Le parecía curioso porque no mostraba ninguna herida en el torso. Según sabe, tardó en morir, y fue agónico. -Pero yo ya estoy muerto, no puede ocurrirme lo mismo.- Tampoco debería tener frío. El retornado tenía razón, estar muerto es una mierda. Intenta recordarse a si mismo los motivos para haberlo hecho. Sabía que se jugaba mucho. Ha perdido la apuesta. Dos seguidas. Una mala racha. Sonreiría si aún tuviese cuerpo para hacerlo.
Le resulta inquietante cuando ve aparecer al oso. Según le decían, las almas de los animales no acompañan a las de los hombres. Estaban equivocados. -Aunque ese oso se parece mucho a Sablen.- Eso significa una sola cosa. El retornado ha matado a Sablen. Al final nos ha matado a todos. Si es así, vagará por este mundo hasta toparse con el alma de ese malnacido. Se lo hará pagar. Aunque debe confesar que Sablen parece en mucho mejor estado. Más vivo. Vuelve la oscuridad.

Despierta. Sigue doliendo todo el cuerpo. Desde los pies hasta la cabeza. Cada centímetro. Le faltan las fuerzas. Es difícil hasta seguir respirando. En su juventud le dieron palizas, le rompieron huesos. No dolía nada en comparación. Jamás se ha sentido mejor. Vivo, está vivo. ¡Vivo! Ahora mismo comenzaría a bailar si le quedasen fuerzas.
Ríe, o lo intenta. Consigue volver a toser. Ha ganado esta apuesta, el juego supremo. Es como si hubiese cumplido con su cometido en la vida.
También nota otras cosas. Al principio le pasaron desapercibidas. Hace algo menos de frío y no sopla el viento. Sigue siendo invierno, pero no está en mitad de esa asquerosa tormenta de los últimos días. Sablen está allí, en frente. -Definitivamente, no era un oso-. Casi agradece ser incapaz de decirlo en voz alta. Casi sin darse cuenta traga la sopa que alguien le está dando de comer. Entonces ve a Maclo. La joven de los días anteriores era solo una sombra de esta radiante muchacha. Durante el viaje, antes de llegar a las tierras heladas, se la describieron como una auténtica belleza. Cuando la vio por primera vez le pareció hermosa y marchita al mismo tiempo. El cautiverio, ser tratada como una esclava, huir por esta inhóspita tierra. La maldición. No imaginaba cuanto habían hecho mella en ella. Ahora tiene mejor color, sonríe. Vuelve a dudar. Quizás sí está muerto. Luego acaba convenciéndose de lo contrario, el dolor sigue allí.

Escucha la historia de Sablen. Según su compañero, tenía los ojos abiertos. Aún así no recuerda nada. Debía estar más cerca del otro mundo que de este. Aquel ritual no fue fácil para nadie. Al final el retornado cumplió con su palabra. Ahora solo los dioses saben donde debe encontrarse. No le importa, que disfrute tratando de llevar a cabo su venganza.

Maclo permanece en silencio, alimentándole, hasta el final de la historia. Su voz también ha cambiado, ahora es mucho más risueña. No le asalta a preguntas, solo le hace una. Difícil de responder. Si le dijese "muchos habían muerto para conseguir salvarte, debía hacerles justicia", la haría sentir mal. Ella no ha tenido la culpa de todo esto, pero apunto ha estado de morir por creer lo contrario. Por el contrario, si respondiese "la moneda escogió por mí", sería como quitar valor a la vida de la joven.
Además, ella quiere algo más. Quiere la auténtica verdad. No querrá saber si la moneda mostró la cara o la cruz, querrá saber porque se prestó voluntario para ese macabro juego, o porqué habría seguido adelante si Sablen se echase atrás. Querrá saber por qué quienes murieron antes también lo habrían hecho. Sin lugar a dudas una pregunta muy complicada. La deuda con su padre no es mejor respuesta. Habría bastado, aunque él mismo no sabe si sería suficiente para llegar a estos extremos. Tampoco puede guardar silencio, ella seguirá preguntando hasta la saciedad. Trata de reunir aliento para hablar.

- Nosotros... no, yo. Yo robo, juego, peleo. Si me pagan me da igual pelear con uno o con una docena. Cuando me persiguen demasiadas personas en una ciudad me voy, busco pelea en otro lugar. Morir en mitad de un desierto de arena, o en una caverna helada, está bien para mi. Lo peor es que cuando miro a los ojos de otras personas, muchos tienen la misma mirada. Supongo que el mundo es esa clase de lugar. Pero tú no eres así, tú merecías otra oportunidad. Así que en aquel momento, me pareció buena idea- Acaba intentando sonreír.

No acierta a ver lo que le depararán los próximos días. Al principio había pensado en terminar este trabajo y buscar algún otro lugar. Ya tenía ganas de conocer una nueva ciudad, ganarse enemigos nuevos. Ahora no tiene esa opción. Regresará junto a Maclo y Sablen. ¿Y luego?... no lo sabe, no está acostumbrado a permanecer mucho tiempo en el mismo sitio, pero tampoco lo está a recibir besos cuando se despierta.