jueves, 28 de junio de 2012

Al sur de Hiperbórea. El Mar - 17




Abro los ojos, parpadeando, guiñando, herida por los rayos deslumbrantes de un sol colgado en el celeste y límpido cielo de la mañana. Trinan los pájaros y corre la brisa. El rumor del agua llega hasta mis oídos, cadencioso, rítmico. La orilla del río debe estar cerca, el suelo es hierba húmeda, fresca, mullida. Tumbada, me incorporo con esfuerzo, me apoyo en los codos. ¿Esto era el mundo de los muertos? No, en absoluto.

La doncella de la princesa atiende al soldado, inconsciente. Presenta un profundo corte en la frente y un tajo de feo aspecto en el hombro izquierdo. La princesa, le entrega trozos de su vestido hecho jirones. A la derecha Lucos se encuentra apoyado en el tronco de un chopo. Su sonrisa confiada me saluda. Aunque conserva la palidez de la noche anterior, da la impresión de estar bien. Luce un aparatoso vendaje en el torso desnudo. Mordisquea un muslo de algún tipo de pájaro, me lo ofrece:

-Toma. Tu estómago lleva rato gruñendo.

Un dolor pronunciado me arranca un gemido. La cabeza se me va. Dura unos segundos. Me palpo con extremo cuidado el entrecejo, lo noto hinchado, y me doy cuenta ahora que el ojo derecho está medio cerrado. Sangre seca en la ceja derecha.

- Tienes un bonito cardenal violáceo en la cara. Casi me gustas más así, como si fuese otro de tus tatuajes. Jajaja. ¿Cómo te sientes? Por cierto, cuando vayas a crear o traer una cosa como la de esta madrugada, eee…avísame antes, ¿de acuerdo? Casi me meo encima. Por Mitra, ¿qué era eso?

Mordisqueó la carne, sin responder. Estoy confusa. ¿Qué ha sucedió? Su expresión se torna seria. Observa el cielo, prefiere no mirarte.

- Perdiste tu cinturón. Lo lamento. Casi no se como estamos vivos.

Es cierto. Mi cinturón de huesos. Mi pueblo. No lo tengo. Mis manos lo buscan sin hallarlo. Corren a mi pecho, allí al menos sigue el medallón de los ancestros. Con mi madre, mi abuela. Y la esencia mística de los antepasados. Siento miedo, y frío. No sé donde estoy, no sé quien soy. Ahora ya no. Mis ojos no derraman lágrimas. Mis dedos palpan, desesperados,  mis caderas, buscando los huesos que ya no están, perdidos, perdidos para siempre tan lejos de su hogar. Aúllo de dolor, es tan grande que no me cabe en el pecho. No puedo llorar. Es demasiado dolor, demasiado. Estuve tantos días enterrándolos, tantos días atando sus espíritus a las falanges que llevaría conmigo. ¿Dónde están ahora? Perdidos, lejos de mi, lejos de todo. Desechos en la nada. ¿Qué veré ahora cuando cruce el puente? Un espacio infinito y vacío. Espíritus desconocidos que no me acogerán en su seno, espíritus que no entenderán mi idioma.

Los rayos dorados penetran las aguas verdosas de la corriente del río. Alguien me habla, pero no escucho. Es la doncella, una sonrisa tímida tiembla en su boca:

-¿Tú bien? Yo me alegro. Yo cuidar de ti. Yo preparar, e, no se nombre, medicina para golpe. Tú curar y mirar a Ver-el-Jiaz, mi guardia, tiene febre. Mucha. Sí.

¿Qué ha pasado? ¿Por qué ha pasado? El medallón de los ancestros sigue en mi pecho. Es lo único que tengo, nada más. Tan poco. Os he visto morir a través de vuestros ojos. Os he visto vivir a través de los míos. Os he llevado conmigo y os he perdido en un país extraño, junto a un río. Ahora me odiáis. ¿Por qué no os dejé allí? ¿Por qué os traje conmigo? Acarreo la desgracia sobre mis hombros, da igual quien se acerca a mí, si está vivo o muerto.

El sonido no sale de mi garganta, es una bola que me impide respirar, una bola de lágrimas atascada en la garganta. ¿Porqué no hay esperanza? ¿Por qué no pienso en buscarlos, en recuperarlos, en continuar adelante, en volver atrás? Seguir viviendo o morir aquí. Ya da igual porque estoy sola, completamente sola.

Los ojos de la doncella están asustados al verme. Mis dorados cabellos despeinados y manchados de sangre, el rostro morado a causa del golpe, hinchado quizás. El dolor supurando por cada poro, la herida del espíritu abierta y en carne viva. No entiendo qué me dice, no entiendo nada. Sigo la dirección de su mirada y veo al hombre tendido en el suelo. Quizás muera. Nuevos muertos con los que no quiero hablar. Que no me escucharán.

Dejo que me ayude a levantarme y me acerco a él, mis manos recorren su cuerpo como si tuvieran vida propia, no la mía. No sé qué estoy haciendo. ¿Salvarle la vida? Espero que mis manos recuerden cómo se hace.




miércoles, 27 de junio de 2012

Al sur de Hiperbórea. El Mar. 16




Doy un último beso en la mejilla de Lucos. Se gira de improviso y su boca se une  a la mía. No me retiro, paladeo el sabor a sangre, a aventura, a esperanza y a último final. Un segundo. Lucos se apartó, dio un paso atrás, sus ojos brillaban en la noche, y vi que los míos reflejaban los mismos destellos en sus pupilas.

-Yo…lo siento, Aswarya –confundido, su mano apretó mi antebrazo; se resintió del dolor que le producía la herida, lo aguantó en silencio. Tragó saliva – Te daremos tiempo. Claro que sí. Yo confío en ti.

Lucos se apoyó en un árbol, se pasó la mano por la cara, sostuvo la espada, me regaló uno de sus guiños. El guardia se situó detrás de unos matorrales. La doncella y la princesa se alejaron una decena de metros, escondiéndose en la negrura del bosque.


Un viento frío me atravesó el cuerpo. Arrastraba la savia del bosque, me traía el sabor de la tierra seca. Ascendió el bosque a lo largo de mis brazos, de mis piernas, mis senos y mi cabeza. Me cubrió de su fuerza, de su poder ancestral, mi energía vital se unió a él en una comunión que solo yo y los que son como yo podían comprender. Los espíritus acudían a mi llamada, se fundieron con la materia de la selva, hundieron sus raíces en la tierra, profundo, profundo…

Ya no soy solo yo. Me veo como a otra.

Aswarya abrió los ojos y apreció  su obra, para sumergirse acto seguido en su segundo ritual. Navegó más allá de lo que otro mortal es capaz de comprender o siquiera imaginar. Ella era una chamán. La última de su pueblo, de toda una estirpe antigua y salvaje. Aquel coloso de casi tres metros emergió de lo profundo de la tierra, de las copas de los árboles, del ramaje de cada uno de los árboles. Palideció Lucos cuando levantó la cabeza a su paso, lo mismo que el soldado, que se quedó paralizado por el miedo y el asombro.

Aswarya no pudo oír los gritos de terror y horror de los bandidos cuando se toparon con el elemental animado por los espíritus y la fuerza interior de la poderosa chamán que veo y siento, que vive dentro de mí, aletargada.Tampoco el crujir cruel de sus huesos al quebrarse, el gorgoteo de la sangre que brotaba a raudales de gargantas desgarradas o miembros mutilados. Los que pudieron huyeron en distintas direcciones, presas del pánico. Algunos, los más valientes, osados o locos, se enfrentaron al monstruo, vaciando sus vidas y almas. Corrieron a refugiarse fuera del bosque. Los más templados, probaron el fuego, pero las llamas no fueron suficientes para detener la furia del golem. Él mismo es una antorcha gigantesca y furiosa que arrasa con todo a su paso.

Sin embargo algunos rompieron su cerco o avanzaron desde otras direcciones. Pocos, que lograron llegar hasta los dos emboscados. Lucos descargó con sus menguadas fuerzas su acero por dos veces: desafortunado en el juego, tenía buena suerte a la hora de matar. El soldado hizo lo propio, asaltando ambos por sorpresa a los asesinos. Uno de ellos hirió al guardia y permitió que otro de los suyos rompiera la barrera dirigiéndose con ansia y cólera hacia la pequeña mujer arrodillada tras la mata de arbustos. Un traicionero rayo de luna le permitió localizarla. Otro bandido de las estepas derribó a Lucos con un golpe de su pequeño broquel.

Algunos más rebasaron a Lucos y al soldado. Se abalanzaron hacia mí. Regreso del mundo de los espíritus y los veo, sin levantar los párpados. La princesa no pudo reprimir un grito de temor más allá. Me encuentran, o imaginan donde estoy a través de la oscuridad. Las llamadas de los hombres barbudos, sus risas guturales, sus espadas centelleando como plata. Justo a tiempo recupero mi cuerpo, delante precisamente al traidor seboso que había urdido el plan. Sudorosa, temblando, apenas se donde me encuentro después de fundirme con los espíritus y navegar en ese mundo de sombras ciegas y cenitales. Intento esquivar el primer golpe, brilla el cuchillo en mi mano, pero el puñetazo del bandido golpea mi frente. Un fogonazo, y caigo, me tumba, mil agujas se hincan en mi cerebro. Quiero correr, me agarran por el cinturón, me tiran al suelo, noto el sabor, una vez más, de la tierra en la boca.

La oscuridad sobrevino de súbito, mordaz, angustiosa, callada. Absoluta.



Al sur de Hiperbórea. El Mar 15





-Aswarya.

La voz no poseía timbre ni tonalidad alguna. Carecía de vibración. Era únicamente una emoción. Una flor que florece y se abre al amanecer húmeda de rocío y de noche. Un sentimiento.

-Aswarya.

De nuevo. En lo profundo de la joven chamán. Una voz sin cara, sin tiempo ni lugar. Toda ella energía vital. La muchacha supo quien era. Su abuela. El espíritu eterno y sin edad de su abuela. La vio y no era ella, sino una luz sin forma, de tonos celestes intensos, oscilaba cerca de su corazón, de su cabeza. Susurraba y acariciaba a su alma.

-Aswarya. Si huyes siempre te perseguirán. Nunca serás libre. Quise enseñarte muchas cosas y no tuve tiempo. Nos robaron el tiempo y yo debo marchar pronto. Feliz, porque veo lo que eres, lo que serás. Si mantienes la fe en ti misma. Aswarya, se firme.

Huimos, huimos a través del bosque, escondidos en las sombras, intentando que nuestros perseguidores no nos encuentren. Es un error, solo es prolongar un poco más la vida que se nos escapa con cada segundo que nos apartamos de nuestros enemigos. Dejo de oír el bosque, el sonido de las hojas, de mis compañeros corriendo, sólo oigo el latido de mi corazón, tenso, inquieto, como golpes que atronan en mis oídos.

No estoy sola. Los noto inquietos a mi lado, corriendo conmigo, huyendo conmigo. No sé si sigo en el bosque o he vuelto a pasar al otro lado y es mi espíritu el que corre, un fantasma en medio de fantasmas. Oigo mi nombre, veo su luz, no escucho, no quiero escuchar, sólo huir. Huir lejos. Sus palabras penetran en mi mente aunque sé que no las oigo, sólo las siento, laten tan fuerte como mi corazón. Sé firme, sé firme. Lo soy. No lo soy. Lo soy... No lo sé.

Lucos, forzando la vista tratando de hollar las tinieblas de la noche, observaba a su amiga que se había detenido, como confusa, unos metros antes de alcanzarlos a ellos. El guerrero, espada en mano, se apoyaba en el guardia; más adelante, la princesa y su doncella corrían, tropezaban, caían.

-¡Aswarya!, ¿qué diablos haces? – Susurró Lucos-. Date prisa.


Miro hacia delante. Lucos me llama. Me he detenido. Llevo en mi mano la rama con la que borro nuestro rastro, siempre detrás de ellos. Asiento con la cabeza y avanzo hasta que llego junto a él. Ahora el bosque es físico y parece querer detenerme con cada paso que doy, ramas, raíces, y el sonido de mi corazón latiendo con fuerza. No oculta el sonido de los nuestros perseguidores. Están cerca. No puede latir más deprisa. No puedo correr más deprisa.


Aswarya intentó hacer desaparecer lo mejor posible las huellas de todos ellos en esa zona. Sin embargo, no muy lejos, se escuchaban, cada vez más cerca, los resoplidos de los caballos, sus arreos, los gritos y maldiciones de los asesinos. El tintineo del metal. El bosque no era demasiado grande, cabía la posibilidad de esconderse, pero, ¿cuánto tardarían en dar con ellos? Lucos se encontraba mejor, pálido pero vivo, ¿por cuánto tiempo?, se preguntaba la joven. Arrancado de las garras de la muerte, hurtado al mundo oscuro de los espíritus dolientes para, si no se producía algún hecho insospechado, sumergirse muy pronto de nuevo, y definitivamente, en él. Lucos y todos los demás.

Aswarya se vio así misma trotar sorteando arbustos, raíces traicioneras y piedras que emergían del suelo seco del bosque. Pasó al lado de Lucos, escondido tras el macizo tronco de un árbol. Bastó una mirada y comprendió lo que se proponía, su expresión decida a pesar del color ceniciento que maquillaba sus mejillas:

-No llegaremos lejos. No quiero que nos cacen igual que conejos.

El guardia masculló algo, algunas palabras, suficientes. El hombretón le recriminaba su aptitud, un momento antes era un muerto, ahora se proponía serlo otra vez. Lucos le miró y contestó:

-Darán con nosotros. Torced al río, tú y yo podemos emboscarlos. Con esta oscuridad tenemos ventaja, y las chicas tendrán tiempo de nadar hasta uno de esos islotes.

El guardia dudó. Desde unos metros más adelante la doncella replicó:

- La princesza saba poco nadarr. ¿Y cuánto tiempo en encontrar a noszotras mañana? ¿Luego qué haczemos? No.

- No hay salida. O aprende rápido o lo pasará mal con esos tipos–respondió Lucos, de mala manera. Se giró hacia su compañera, le habló en voz baja, su boca rozando su mejilla-: Estamos condenados. Escapa hacia el río. Al menos tú puede lograrlo. Nosotros te seguiremos.

- ¡Es locura! En bosque quiszás lograrlo. Oszcuro nos protegerra. Ellos no ver tampoco a noszotros. Tú entiendes, Lucos –casi lloró la doncella.

El guardia señaló con su voz profunda que él se debía a la princesa, que no la abandonaría. Derramaría hasta la última gota de sangre por ella. O alguna cosa similar le pareció entender a la hiperbórea. El mercenario ahora parecía dudar.

-Mitra. ¿Tendré que jugármelo a los dados? –murmuró más para sí que para el resto.


-Aswarya. Aswarya. Se tú.


La oigo. La siento. En lo profundo de lo que soy.

Discuten. Cualquier decisión que tomemos estará equivocada. O no. Lucos, te he traído de la muerte para verte morir dos veces. No. no nos separemos.

Las miro a ellas, a las dos, tan asustadas como yo.

-No tengáis miedo. Confiad en mí. Díselo -le digo a la doncella-. Dile que confíe en mí.

-No podréis con ellos, todos juntos aún tenemos una posibilidad. Llamaré a los espíritus. Vosotros sólo dadme tiempo. Dadme tiempo. -mi boca roza la mejilla de Lucos en un beso que quizás sea el último que le de. Mis ojos miran a la princesa y quizás sean la última vez que la vean. Me escondo entre los arbustos y hundo mis manos en la tierra húmeda, arañándola hasta que parece que mis manos no son más que raíces buscando alimento. Ya no los oigo. Tengo los ojos cerrados. Mis brazos se han convertido en uno más de los arbustos que me rodean y pronto pararán a ser algo más, algo inerte, muerto, polvo y tierra. Al otro lado del puente los espíritus me llaman pero yo tengo mis manos hundidas en la tierra. Cruzo. Cruzo. Ahora estoy en medio de ellos y mis manos siguen hundidas en la tierra.

Los espíritus toman mi cuerpo, que se estremece pero yo ya no lo siento, se apoderan de mis manos y penetran hasta la tierra blanda, para ser uno con ella. Gritan y se estremecen al contacto pero siguen adelante, queriendo ayudarme, se visten con la tierra parda y se alejan, se elevan. Luchad contra nuestros enemigos, tierra imbuida de alma. Mientras yo os doy mi fuerza desde aquí.

Mantengo las manos en la tierra, mientras unos espíritus emanan otros se han quedado a mi lado. La pulsera ha quedado oculta por la tierra y yo les pido que la eleven, que hagan un muro delante de ella. Al menos, si fracasamos, siempre nos quedará el mar.



domingo, 24 de junio de 2012

Al sur de Hiperbórea. El mar 14



Entrega esta distinta a las otras. Primero, la narración de los hechos que suceden; luego, la forma de vivirlo de Aswarya.


Azar y Destino. Dos fuerzas del Universo para algunos; divinidades para otros; simples espejismos creados por la mente humana. Destino y Azar conjugados con la voluntad conforman el entramado imprevisible y misterioso de la vida. Cuestión de filósofos indolentes y sacerdotes ociosos, que despreciaría un guerrero cuyo destino lo traza su brazo y el filo acerado de su espada.

El destino hizo que el camino de Aswarya y Lucos se cruzase con el grupo de Kerkan y la princesa. La decisión de los dos compañeros les llevó a aceptar la propuesta del capitán y unirse a la partida. El destino intervino de nuevo, les tenía preparado un reto. Y el azar condujo a la joven chamán a descubrir la trampa y la emboscada. ¿Por qué Lucos, cuya vida resbalaba en los dedos de Aswarya igual que el contenido de un reloj de arena, decidió ayudar a la princesa? Aswarya no conocía suficiente la hombre para saber esto con certeza, pero sí podía asegurar que no fue por dinero. ¿Por honor? Qué honor podía haber en dejarse matar defendiendo la vida de una desconocida. Tal vez para un caballero noble sí, pero Lucos no era tal cosa. Tampoco ninguno de los dos dio su palabra. Fue un trabajo, demasiado arriesgado cuando sucedió el ataque. ¿Por qué? Lucos era así, temerario, impetuoso, no pensaba dos veces las cosas. Pero era un hombre en quien se podía confiar la vida propia, a pesar de que también era capaz de arriesgarla.

Aswarya optó por enfrentarse al destino negro y rojo de esa noche.


El mundo físico perdió sus relieves y detalles, los colores y texturas desaparecieron, Aswarya se deslizó casi por entero al mundo de los espíritus; solo el fuerte apretón en la mano de Lucos, lo mismo que un intangible cordón umbilical, conectaba con la realidad material. Sumergida entre las sombras etéreas de los suyos, comprobó que estos tiraban con hilos invisibles, atrayéndolo hacia ellos, del espíritu de su amigo. La muchacha notaba el miedo de este, la total desorientación que sufría su ánima, arrancada cuando la juventud todavía fortalecía su cuerpo. Su energía vital se le escapaba, huía, a pesar de la inquietud por lo desconocido. Aswarya luchó y demostró que generaciones enteras de saber se acumulaban en su propia alma, logrando calmar a los que la acompañaban, apaciguarlos y, por último, que la ayudasen a que la esencia inmortal de Lucos permaneciese en la tierra de Hyboria, y no que se fundiese con Mitra o, de forma terrible, fuese encerrada en Arallu * para sufrir sus tormentos. Te pareció que tu abuela sonreía y pestañeaba lentamente en señal de asentimiento.

Aswarya, sudorosa, fatigada, apoyó la cabeza en el pecho de Lucos. Constató que subía y bajaba de forma regular, y que su corazón latía con energía ¿Qué sentía el de Aswarya por aquel hombre? ¿Un recio asidero, un compañero donde apoyarse para recorrer este mundo tan extraño y singular? ¿Algo más que amistad? ¿O fue su propio miedo a quedarse sola lo que la urgía a luchar por su vida de esa manera? Quizás un poco de todo ello.
La herida dejó de sangrar, el guerrero herido respiraba con calma, inconsciente. Al abrir los ojos descubriste que sus mejillas habían recuperado cierto color, y al mirar en derredor, las otras tres personas que te acompañaban, seguían allí, no te abandonaron. Te observaban, entre curiosas y hechizadas, los ojos negros de la princesa inmensos, trasmitiendo la sucesión de emociones que sacudían su corazón: temor, asombro, fascinación. Su doncella parecía ensimismada y solo el guardia murmuraba palabras cargadas de urgencia a la vez que echaba miradas recelosas en la dirección por la que os habíais internado en la espesura.

¿Cuánto tiempo hubo transcurrido? Seguramente unos pocos minutos. Los suficientes para que los bandidos se apercibieran de la treta y regresaran. Se escuchaban sus voces desabridas, el tintineo de los aceros, las pisadas de botas y cascos. Se adentraban en el bosque, todavía lejos, sin embargo no tardarían en alcanzaros. El guardia iba a cargar con Lucos cuando este despertó gracias al acre olor de la secreción de una de tus raíces bajo su nariz. Tosió, tomó aliento. Te miró, indeciso, sin recuperar el sentido del todo. Se apoyó en el otro hombre, y los cuatro se hundieron en la maraña de arbustos, plantas y árboles en tinieblas. Ráfagas de aire frío helaban el sudor en la piel, levantaban y arrastraban las hojas, y rumoreaban entre las ramas.



Huir por el bosque fue un mal menor. La elección de Aswarya. Los perseguidores se acercaban, os triplicaban en número, o más. Lucos volvió a la vida. Pero daba la impresión de que todo estaba perdido. 



* Mitra es el dios de la luz, la justicia y la bondad, adorado en muchos reinos hyborios. Arallu es el Infierno.






La mirada de Aswarya


Vuelvo. Y la realidad no me parece real. Siempre es una tentación dejarme llevar y quedarme con ellos. Parecen más reales que el bosque que me rodea, más reales que la vida. Y, sin embargo, ¿existirían sin mí? ¿O se dispersarían en las sombras una vez que mi espíritu se haya unido al de ellos? Cuando el cinturón de huesos se desgaje en mil pedazos, tan lejos de nuestro hogar. Tan lejos.

¿He actuado mal? ¿Debí quedarme allí? Hubiera sido mejor antes que encontrar la muerte aquí, en este lugar desconocido, junto a personas que no me entienden. Agarro con fuerza la mano de Lucos que me ata al mundo. La agarro con fuerza y no me dejo llevar. No puedo tocaros, ni abrazaros. Veo la sonrisa de mi abuela y no puedo correr a sus brazos. A veces siento su aliento en el aire. A veces el aire es sólo aire. Y ahora... Tengo que volver. Volver al bosque, a los desconocidos, a la vida, a Lucos. Su mano aprieta la mía ¿o es al revés? Su pecho se eleva, lentamente y yo me apoyo sobre él. Trago saliva, porque sé que quizás lo haya hecho regresar para enfrentarse con la muerte por segunda vez en una noche. ¿He sido justa al hacerlo? Ya no hay marcha atrás.

Levanto la cabeza, ansiosa por ver abrirse los ojos de Lucos. Cogiéndole la mano todavía, sin soltarle, como si todavía fuera a alejarse hacia el mundo del espíritu. No, ya no puedes. Te he traído de vuelta. Estás conmigo. Hemos actuado sin pensar esta noche, tú y yo. Sobre todo yo, dejándome llevar en cada momento, arriesgando cuando no debía hacerlo, pero nunca lo sabrás, no, mañana esta noche sólo será un recuerdo confuso. O quizás mañana estemos muertos.

Miro a la princesa, sus ojos negros y hermosos, tan distintos a los míos, tan profundos. No ha huido, sus ojos no derraman lágrimas. No sé si me comprende, si sabe lo que he hecho y porqué lo he hecho. Asiento con la cabeza cuando Lucos se incorpora, tener a Lucos con nosotros no va a ponernos a salvo pero ella no lo sabe. La apuesta ha sido equivocada, princesa, este es el bando de los perdedores. Y sólo podemos correr, escondernos, correr. El guardián lo sabe y nos apremia. No puedo darme más prisa. No puedo más.

Estoy cansada. Una parte de mis fuerzas parece que se ha quedado en el mundo de los espíritus. Los noto a mi alrededor, nerviosos, el collar de huesos tintinea tanto como la pulsera que llevo en el brazo. No puedo pararme a oír lo que quieren decirme. No puedo pararme ahora. Tenemos que continuar. Asiento con la cabeza a mis compañeros y quemo raíz de tomillo sobre su rostro para que vuelva en sí.

Me miras, Lucos, me miras y yo tengo un nudo en la garganta. No puedo contarte lo que ha pasado, ni lo que nos espera. Sin caballos, sin conocer el terreno por donde nos movemos. Pero no podemos quedarnos parados, tenemos que huir. El guardián te ayuda a levantarte y yo suelto tu mano y me aparto, dejándolo hacer. Sin poder dejar de mirarte. Tenemos que escapar, no nos queda otra salida. Escapar o morir si no lo conseguimos. El bosque es oscuro y la noche no parece terminarse nunca.

Les digo que vayan delante y me quedo detrás, intentando borrar nuestro rastro. Ocultar la sangre derramada, la sangre de Lucos, la mía. Corro después detrás de ellos, sintiendo que todo lo que he hecho esta noche estaba equivocado, que el futuro se está quedando atrás. Mis manos acarician el cinturón de huesos buscando consuelo pero no lo encuentro. Miro a mis compañeros que avanzan delante, asustados, temerosos, volviendo a veces la cabeza hacia atrás para ver si los estoy siguiendo. Los ojos negros de la princesa, la sonrisa de Lucos, que intenta extenderse por las comisuras de sus labios a pesar de la situación. Aún nos queda una última apuesta, parece decirme y eso sí me consuela. Caminan delante de mi, vivos. Sólo espero tener la suerte de no verlos morir. De morir yo la primera.

sábado, 23 de junio de 2012

Al sur de Hiperbórea. El Mar. 13



-No, no ha mencionado a ningún niño. No temas por Sando, Kerkan no mata niños. Seguramente lo abandonará en alguna aldea –responde al fin Lucos a mi pregunta.

No es un consuelo.

La idea desesperada centellea en mis pupilas. Descarto perseguir a Kerkan en la barca y trato de jugársela a los bandidos. Los demás comprenden, vemos alejarse a los caballos y su carga de muerte.

Deprisa. Deprisa.

- Zse caerán. No aguantarán. Oh, diozses, no vamoss a escapar –casi lloró la doncella.

Lucos se apoya en el tronco de un árbol. La princesa mira aterrada el trozo de tela ensangrentado. Sus manos enjoyadas jamás deben haber hecho algo semejante. Entonces la doncella me ayuda. Lucos bromea, no suelta mi mano; la sonrisa no huye de su boca. Su vida sí.

-Bueno, si te pones así de pesada, aguantaré.

El miedo nos sigue, nos atenaza, es nuestro más cruel perseguidor. Aquel a quien no podemos engañar. No puedo negarme a mí misma que estoy asustada. Que tengo miedo. Veo a Lucos desangrándose, aguantando, con esa sonrisa que no consigue ocultar el dolor que siente.

Calla. Calla. No, sigue hablando. Mientras hables estás vivo. Mientras hables tu espíritu no se unirá a los que me acompañan. Ya he perdido a demasiada gente. Demasiada. No quiero arrancar uno de tus dedos y unirlo a mi cinturón de huesos. Necesito la carne, el calor, la sonrisa y el sonido de los dados. La herida no sería grave si no tuviéramos que movernos, si no nos persiguieran, si el tiempo no jugara en contra nuestra. ¡Ah! Lucos, la suerte podría sonreírte al menos una vez. Al menos esta vez.

Los bandidos llegan al galope, una docena o más, atronando los cascos de sus monturas, justo a tiempo de que podamos desaparecer en los lindes de la oscuridad del bosque. Atisbo, oculta por un arbusto: se detienen los hombres barbudos, maldicen en su lengua, los sables en alto. Buscan huellas, sus caballos patean y piafan, alzando sus remos. Examinan las brasas de la hoguera, señalan hacia la barca, discuten entre ellos.

Con el corazón encogido veo que se deciden a continuar cabalgando tras los caballos en fuga. 

La luz reflejada de la luna apenas si penetra en la noche ciega del bosque. Apurados, seguimos avanzando, los más silenciosamente posible. El guardia, un hombre alto, corpulento, de mirada sombría, me ayuda con Lucos. En un diminuto claro donde penetra un rayo plateado nos tomamos un descanso. Se que no tardarán en dar alcance a los falsos señuelos; regresarán, no les resultaría difícil dar con nosotros. ¿Y entonces qué?

Tendemos a mi amigo en el suelo y me siento a su lado.

-El bosque no es una solución. Tal vez si logramos ocultarnos en alguna hondonada –señala Lucos, la voz apagada, la piel de la cara sudorosa, pierde el color. Se va con las cenizas.

El guardia dijo algo, Lucos cabeceó y tradujo:

-Dice que la noche es nuestra aliada, su oscuridad: aprovecharla, o vender caras nuestras vidas.

La herida es grave, el movimiento de la huída y la pérdida de sangre la han agravado, la luz se le escapa sin remedio. Lucos, me dices que busque una hondonada, el bosque no sirve. No, el bosque nos da un tiempo precioso. Quizás hubiera sido más sencillo nadar hacia la barca. Kerkan no habría perdido la oportunidad de ayudar a la princesa y llevarla a su destino, pero habríamos tenido que abandonarte, Lucos, y no estoy dispuesta a hacer eso. Ni siquiera lo entiendes, estoy segura de que ni siquiera lo entiendes. Posiblemente ellos tampoco. Me miran, como si supiera qué estoy haciendo. Lucos traduce lo que hablan. Sí, traduce, pídeles que vigilen, que se preocupen ellos. Yo no puedo. Ni siquiera me salen ya las palabras.

Los muertos revolotean a tu alrededor, presienten que serás su próximo compañero. ¿Es que no veis que lo necesito con vida? No le tendáis los brazos, no le acojáis. Todavía no. Todavía no. Me quedaré sola en un mundo que no entiendo y que no me entiende. Levanto la cabeza y miro a la princesa, a su doncella, al guardia. Cansados, asustados, sangre seca, sudor y polvo. Trago saliva, pero soy incapaz de decir nada, espero que entiendan que ahora Lucos es lo más importante.

Me vuelvo hacia él. Dejo que mis dedos jueguen con su cabello, recorro la línea de su mentón, bajo mi rostro y le doy un beso, las lágrimas recorren mis mejillas, el guardia habla pero no lo entiendo, no quiero entenderlo. Aprieto la mano de Lucos con fuerza, su espíritu se tambalea, inquieto, puedo verlo como una larga mancha que se extiende sobre su cuerpo. Todavía duda, es un niño indefenso en el mundo de los muertos. Mira sorprendido todo lo que le rodea, ahora ve las cosas de distinta forma, o quizás todavía esté ciego y no las vea. Todavía está demasiado cerca de este mundo.

Glan fue niño antes de morir, ahora es el primero que extiende sus brazos hacia el desconocido que llega a su reino. Los veo, puedo verlos. Y podría extender mis manos y tocarlos si tuviera tiempo, si no estuviera sosteniendo la mano de Lucos. No voy a soltarla. Aplico sobre la herida una hojas de muérdago, y un poco de ungüento elaborado por mí. La joven doncella me ayuda, sus manos son hábiles. La princesa gime, oculta su rostro asustado con sus manos. Seco mis lágrimas. No veo más nítido a pesar de eso. Estoy tan cerca del mundo de los fantasmas que podría tocarlos, podrían verme. ¿Me oyen? ¿Me oís?

-Ayudadme -les pido, y mi súplica es un lamento lleno de dolor, un canto fúnebre-. No ha llegado su momento todavía, no es su momento. Si queréis que siga viva él también tiene que vivir. Habladle. Hacedle volver. Lo necesito. El peligro será mucho mayor si él no me acompaña. Lo sabéis.

Intento reconocer las formas de los muertos, pero se tornan borrosos, se entremezclan unos con otros. Extiendo mi mano y dejo que sus espíritus se enreden entre mis dedos, no puedo caminar con vosotros hoy. Hoy tengo que quedarme a este lado.

-Abuela. Abuela. ¿Eres tú? Atiende mi súplica. Siente mi dolor. Penetra en mis sentidos, mira con mis ojos. Ayúdame. Ayúdalo.

Las sombras se tornan más intensas y ya no veo lo que tengo a mi alrededor. Solo las veo a ellas. Si el guardia sigue hablando yo ya no le escucho. Lo único real ahora es la mano de Lucos a la que me aferro. La aprieto con fuerza aunque él apenas cierra la suya en torno a la mía. Se me escapa. Se me escapa.

-Lucos. Lucos. No es momento. Tienes que volver a tu cuerpo. Tienes que ayudarnos. Me has metido en este lío y tienes que sacarme de él. No podemos seguir sin ti y no estás preparado. ¿No ves que la herida se va a cerrar? El muérdago detiene la hemorragia y ayuda a cicatrizar la herida. Te pondrás bien. Pero no puedes rendirte ahora. Tienes que volver. Mírame. Mírame con tus ojos. No mires a los muertos que me acompañan, no tienes que ir con ellos. No es tu momento. Regresa. Regresa a mi. Aprieta mi mano. Lucos. Aprieta mi mano. Regresa.

El guardia vigila. Espetó una orden, varias veces. No lo comprendo, pero se su evidente significado: “Aprisa, aprisa, regresan”.

Noto el miedo a mi alrededor. Es un sentimiento. Una sensación. Ni siquiera sé si procede de mi, de mis compañeros, o de los muertos. Mis sentidos están en el puente. Sin pasar al otro lado, sin volver a este. Extiendo la mano hacia la sombra que se agita sin separarse de Lucos, mi cuerpo real apretando su mano real, mi espíritu intentando alcanzar el suyo. Mi personal partida de dados. Mi apuesta. No me has enseñado a perder, Lucos, no me has enseñado. No sé perder y mantener la sonrisa. Me echaré a llorar.

Ya estoy llorando.


domingo, 17 de junio de 2012

Al sur de Hiperbórea. El Mar. 12




El caballo de Lucos relinchó, se encabritó, y luego prosiguió su carrera ahora también cargando con mi peso. Mi montura siguió galopando al lado por puro instinto junto a los demás. Lucos estaba encorvado hacia delante, me llega su murmullo amortiguado por el dolor:

-¿Pero qué haces, Aswarya? ¿Qué haces? No me debes nada. Por Mitra, te queda
mucha vida.

El salto de un caballo a otro, aunque complicado, obtuvo su éxito. Sin embargo ahora la distancia se acortó peligrosamente con los tres primeros jinetes que nos persiguen. Miro hacia atrás, rodeada de espíritus que intentan darle alas al corcel, envuelta en miedo, empapada en sudor frío. Miedo vencido por una decisión, sin importar las consecuencias. Importa el ahora, no el mañana. Nos define lo que hacemos, no como pensamos. Tal vez esos pensamientos rondan mi mente; o un vacío completo, solo impulsada por la necesidad de actuar. Guiada por el corazón.

Quiero cerrar los ojos, soñar que cabalgamos bajo el sol, nadie nos persigue, la humedad que noto en mi vientre es sudor, no es sangre. Pero corremos, corremos, porque no podemos soñar, porque el enemigo está tan cerca, tan condenadamente cerca. Y el caballo con el peso de los dos avanza más despacio. ¿He cometido un error? No quiero pensar en eso, no quiero pensar. Sólo cabalgar, continuar adelante. Las lágrimas saben a sangre. No contesto a los reproches de Lucos porque tengo un nudo en la garganta, pero me aprieto contra él, que sienta mi calor ya que no puedo darle otra cosa.

De nuevo miro hacia atrás, el enemigo está cada vez más cerca, no descansa, no se rinde. Estamos muy lejos de conseguir escapar, quizás no lo logremos nunca. Los espíritus están inquietos. No es esta la venganza que sueñan, que anhelan, los veo retorcerse, tan inquietos como yo. Reflejan mi miedo. Nos alcanzan. Nos alcanzan.

Están aquí.

Aquellos tres asesinos se nos echan encima. Puede que Zawinnia le diera una orden al guardia sobreviviente, el hecho es que este vuelve grupas hacia nosotros, acude a ayudarnos. Llega justo cuando uno de los bandidos se preparaba para darme un golpe mortal. El soldado le cortó la cabeza de un certero sablazo en la primera pasada al galope. Me vuelvo un segundo: la lucha es breve, intensa, cruel. El hombre se enfrenta a los dos bandidos, maneja con habilidad su acero. Veo abrirse el pecho de un segundo bastardo, y, no se como, hago descabalgar al tercero con un golpe de bastón en su nuca. Peleo con rabia, ya que no tengo esperanza, con la ira de cien muertos latiendo en mi interior.
Espero que Lucos pueda aferrarse solo al caballo, pero no le digo nada. Sin el guardia no lo habría conseguido. El miedo es el que mueve mis manos y usa mi bastón, el miedo es el que me tiene en pie y consigue que no me desplome sollozando de impotencia en el suelo. Logramos escapar de ellos, y las lágrimas son de alegría ahora.

Pero vienen más, la luna brillante deja ver el aguerrido grupo de asaltantes que se aproxima a galope tendido. Ellos son tantos y nosotros tan pocos. Lo único que podemos hacer es seguir corriendo.

-¡Vamos! –me urge el corpulento guardia.

De nuevo cabalgando, arrastrando una esperanza que se desvanece a cada impulso de los cascos del caballo. Noto las manos llenas de la sangre de Lucos, mi vientre, mi estómago empapado en su sangre, mezclada con mía. Es imposible escapar. Galopamos todo lo deprisa que podemos. No parece ser suficiente, nunca es suficiente. No quiero volver la cabeza, no quiero mirar. Hemos perdido, esta vez hemos perdido. ¿Por qué seguimos huyendo? ¿Por qué continuamos luchando, esforzándonos? Si no podremos conseguirlo. Si la sangre mana cada vez con más intensidad. Sangre que nos mantiene pegados, unidos. Si pudiéramos parar podría intentar hacer algo para contener la hemorragia, pero no podemos detenernos. Ellos están cerca. Nos atraparán. No servirá de nada.


A la derecha, la sombra del río donde se bañaba el astro nocturno. En frente y a la izquierda, bosquecillos. Detrás, la muerte o algo peor. Mi mirada se iluminó de sorpresa: lo que parecía una vela blanca destaca más allá de los márgenes del río, entre los diminutos islotes diseminados en la corriente. Llegamos a una pequeña hondonada, la princesa, la doncella y el guardia nos esperan. Hay una hoguera medio apagada, sus brasas todavía relucen en la oscuridad de la noche, jirones de humo ceniciento se elevan indolentes. En los ojos de Zawinnia se lee el temor mezclado con agradecimiento, suficiente con un asentimiento de cabeza. Cerca de la hoguera el cadáver de un hombre de cierta edad yace con un tajo en el cuello donde todavía fluye un hilo de encendido carmesí. Junto a la maleza, la doncella sostiene en su regazo la cabeza de un chico; huía la sangre y su vida por su boca, las manos apretándose el vientre. Consiguió articular unas palabras cuando el guardia le pregunto en su lengua. Después su rostro se crispó en un rictus de agonía y sus ojos se quedaron ciegos y estáticos mirando al infinito cielo. Lucos me tradujo, con esfuerzo:

- Un hombre a caballo apareció…Quería que lo transportasen a la otra orilla. Su padre se negó…Son pescadores. Mató a su padre y obligó a su hermano a ayudarle con la vela. Sin duda era Kerkan…Hijo de puta.

Muerte por doquier. Muertos todos. ¿Qué habrá sido de Sando? ¿Ha visto como mataban a estos hombres? ¿Estará muerto él también?

-¿De Sando no ha dicho nada? -le pregunto a Lucos, aunque no quiero que se esfuerce, no quiero que hable. Tenemos que ocuparnos de esa herida ya. Si es que no es demasiado tarde. Los miro a todos, la princesa está asustada, todos estamos asustados. Pero estamos vivos todavía, estamos libres todavía, sentimos el viento, olemos la sangre, derramamos lágrimas.

La barquita no estaba lejos de la orilla, puede que a menos de treinta metros, bordeando un islote. La ribera herbosa del río se pierde hacia el este, y al norte el bosque. Los bandidos galopan sedientos de nuestra sangre desde el oeste. Los demás no saben qué hacer. Las dos mujeres miran alternativamente al guardia, a mí y a Lucos. El soldado blande el acero, en su cara oscura y tatuada la determinación a vender cara su vida.

La mano de Lucos aprieta con fuerza la mía, tanto que casi me hace daño.

- Veo a tus espíritus, Aswarya. Te comprendo…ahora. –Gira su cabeza, sus pupilas brillan en mis lágrimas, una sonrisa se asoma a su perfil –Es mi última partida. Y la perderé, como siempre –la sonrisa se ensancha-. No podía morir con nadie mejor a mi lado.


Desmontamos y dejamos con cuidad a  Lucos sobre la húmeda hierba de la orilla.

-Aguanta, Lucos, aguanta. Nos quedan muchas partidas todavía. Nos quedan muchas partidas -no sé si ya me oye o no. No quiero saberlo. Sostengo su mano, le doy un beso en la mejilla. Arranco un trozo de mi ropa y se lo doy a la princesa, enseñándola como presionar sobre la herida para que no salga más sangre.

Mi vista se pierde en la oscuridad buscando una salida, una desesperada solución.

-Tal vez si nadamos hasta la barca, pero él no podrá... –digo sin convencimiento, tampoco sé si la princesa y su doncella saben nadar bien, si los meteré en un peligro enviándolos a Kerkan... qué complicado es todo. Miro los cadáveres. Son sólo dos...El guardia niega con la cabeza, mira a Lucos. Se lo que piensa.

-¡Deprisa, ayudadme! -con rapidez intento montar al hombre y al muchacho en los caballos, el soldado me ayuda, le ponemos a uno de ellos mi capa, le pido a la princesa la suya. Todavía está oscuro, el engaño puede funcionar. Si se alejan, si se alejaran... ¿podremos transportar a Lucos? No puedo arriesgarme a quedarme con un caballo, podrían encontrar las huellas.

-Al norte, iremos hacia el bosquecillo, no esconderemos allí. Díselo, Lucos, háblales. A mi no me entienden. Te necesito. No te vayas todavía, te necesito.

Incito a los caballos para que corran en las márgenes del río, a la vista. Golpeamos sus grupas, espero que los cuerpos muertos no se caigan, espero tantas cosas. El guardia me ayuda con Lucos, la princesa vigila. Los animales inician su carrera transportando dos cadáveres. No hay tiempo para más, a la doncella borra nuestras huellas. Espero que me entienda, espero que todos me entiendan.

-Aguanta, Lucos, aguanta –una vez más, y otra-. Tienes que llevarme a ver el mar -las lágrimas corren por mi rostro sin que pueda hacer nada por evitarlas, no vuelvo la cabeza atrás, no miro a nuestros perseguidores, miro hacia adelante, hacia el bosque, huimos a pie para ocultarnos en su salvaje vegetación.



martes, 12 de junio de 2012

Al sur de Hiperbórea. El mar 11



Ya nada importa. Si lo conseguimos o no. Si estamos muertos o estamos vivos. Veo la sangre salpicar el rostro de Lucos pero no me preocupo de si sigue en pie o no. Las riendas están tan cerca de mí, y a la vez tan lejos. Extiendo mi mano y las atrapo. Son mías. El miedo me rodea, los gritos, pero ya da igual. Si lo conseguimos o no. Sólo nos queda seguir luchando hasta que no podamos más.

Un instante de respiro me proporcionaron los espíritus de mi gente. Los caballos. Las riendas, son mías. Todo fue muy rápido. Imágenes imprecisas, indefinidas, igual que ráfagas de diapositivas: Lucos luchando como nunca antes lo había visto, teñidas sus ropas de sangre propia y ajena; el último soldado manejando su espada con terrible eficacia; la princesa y la doncella gritando, llorando, ebrias de pánico; los barbudos rostros de ojos demoníacos inyectados de furia roja, brillando al reflejo de las llamas.

Ahora es como si estuviera envuelta en bruma, como si algo me apartara de los demás. Los caballos relinchan pero se dejan sujetar, si me ven tranquila ellos estarán tranquilos, si la princesa ve que mi mano no tiembla quizás la suya tampoco lo haga. Todo va demasiado rápido. Grito. Doy órdenes que sé que no entienden, pero la firmeza de la voz hace que sus gritos se conviertan en lágrimas. Las ayudo a montar, sin pensar que sería mucho más fácil subir a uno de estos caballos y salir yo corriendo, alejarme y olvidarlos a todos. Un trabajo, no es más que un trabajo. ¿Y la vida no es importante? ¿Mi vida o la de ellos? Si los dejo sus espíritus me perseguirán para siempre. Los veré suplicantes, extendiendo las manos y entonces no podré tocarlas. Ahora al menos sé que he hecho todo lo posible.

Una cuchillada en el costado, superficial, pero extensa y dolorosa. Una descarga eléctrica me sacudió.

-¡Vamos Lucos! ¡Ah! -el corte duele, la sangre mana de la herida, siento que mi cuerpo se dobla. ¿Cómo voy a subir al caballo? ¿Cómo...?


Cabalgo detrás del caballo del guardia, la princesa y la doncella a mi derecha, competentes amazonas. Lucos cerraba el reducido y maltrecho grupo que intentaba escapar de la jauría que nos perseguía. Seguimos galopando, mi mente se ha quedado en blanco, miro a mi alrededor y estamos todos. Cabalgamos deprisa, me giro hacia atrás, Lucos también nos acompaña. Miro a la princesa y a su doncella. No tienen problemas para mantenerse sobre el caballo. Van bien, no me necesitan, en realidad lo único que tenían era miedo. Nuestros ojos se cruzan un momento y sonrío. Me pregunto si ella también estará sonriendo bajo el velo que le oculta el rostro. Veo rastros de lágrimas en sus ojos y quizás ella también los ve en los míos. Ni siquiera recuerdo si he estado llorando, siento la boca pastosa. Corremos, corremos.

Nos persiguen. No se darán por vencidos hasta que nos atrapen. Tenemos que ir más deprisa, todo lo deprisa que los caballos puedan. ¿Hacia dónde habrá ido Kerkan? No tenemos tiempo para buscar su rastro, no mientras nos persigan. Espero que Sando esté bien. Al menos él ha huido, al menos él está a salvo.

Las tinieblas del bosque nos engullen. Apenas la luz plateada de la luna se colaba por el tamizado techo formado por las copas de los árboles. Resultaba peligroso para los animales y los jinetes. Esquivando ramas y troncos, sin ceder ni aumentar la distancia de los tres primeros bandidos que nos acosaban, a unos sesenta metros. El bosquecillo dio paso a una explanada rociada de hierba baja y arbustos, próxima a las riberas del río que formaba amplios meandros en esa zona, salpicado de oscuros manchones negros, únicos atisbos de los islotes diseminados aquí y allá en la corriente. No era fácil descubrir el rastro de Kerkan.

Lucos se retrasaba. Al mirar atrás no pude distinguir con claridad su rostro, pero no dudé que la tortura de la herida debía marcarlo con su huella. Se encorvaba sobre el cuello de su montura. No podemos detenernos. Y allá, a esos cincuenta metros, la avanzadilla de los asesinos, un trío de ellos, fustigaban a sus caballos. Más lejos, al doble de distancia, se distinguían parcialmente otro puñado de sombras.

El soldado y las dos muchachas me ganaban terreno. Lucos quedaba rezagado. No tardará en caerse, estoy segura de ello. Escuché sus gritos:

-¡Galopa y no te detengas ni mires más atrás!

Su sonrisa se ha congelado sobre su rostro, ha perdido color, tanto como la sangre que le mana de la herida. Me apremia a que siga adelante. Si pudiéramos parar podría aplicarle un emplasto, cerrar su herida, calmar su dolor, si pudiéramos parar... pero no podemos. Yo también estoy herida. ¿Sobreviviremos a un nuevo combate? ¿Sobrevivirán ellos si me quedo a ayudar a Lucos? ¿Qué pensáis vosotros? Da igual, yo tomo ahora las decisiones. Lucos es la única familia que tengo ahora, la princesa es un trabajo. No pude hacer nada por vosotros, sólo contemplar vuestro dolor, quizás no pueda hacer nada por él, pero si muere su espíritu continuará conmigo. Como vosotros. Aceptadlo como a uno más, estará desconcertado cuando os vea.

Ahora sé que sí estoy llorando.

-¡Aguanta, Lucos! ¡Estamos juntos en esto! -intento frenar el caballo, dejarlo a paso más lento para que pueda ponerse al mismo nivel del de Lucos. Lucos nunca me dejaría, lo sé. Lucos me ha salvado la vida más de una vez. Pienso en ello mientras mi caballo se acerca al suyo, mientras suelto las riendas y me preparo para saltar-. ¡No te vas a librar de mi tan fácilmente!

Me gustaría sonreír pero las lágrimas desdicen lo que hacen mis labios. No voy a negar que tengo miedo. Lo tengo. ¿No hubiera sido mejor morir en casa? La tensión es lo único que me mantiene alerta, no lo soporto, por eso no soy una buena jugadora de dados. A veces se gana y a veces se pierde ¿no es cierto, Lucos? A veces hay que arriesgarse y jugar.

Salto hacia el caballo de Lucos.


domingo, 10 de junio de 2012

Al sur de Hiperbória. El Mar, 10



La situación era desesperada, es suficiente con echar un vistazo alrededor: casi no restaba en pie ninguno de los soldados, los asesinos de las estepas los remataban, varios incendios se habían declarado en las tiendas adyacentes, y los barbudos desarrapados que atacaron el campamento se lanzaban sobre el último reducto de defensa en torno a la carroza.

Tal vez fue una decisión desacertada quedarse.

La puerta del carro no se abrió. Llamé, gritando de nuevo, aporreando la madera artísticamente labrada. Puede que en el interior temiesen que era una trampa, pero tarde o temprano esa barrera sería barrida sin remisión. Lucos también avisó a la princesa. Un guardia levantó la voz en otro idioma. Chirriaron levemente un par de postigos internos y la portezuela se abrió una rendija. Apareció la cara pálida y terriblemente asustada de la chica que hizo de intérprete en la conversación anterior. Le enseño, apurada y aprisa, la pulsera, agitada en mi delgada muñeca. No menos miedo y angustia se debía reflejar en mi cara, sin embargo leyó la poderosa determinación subyacente en mi boca, mis ojos, mis pupilas.

Salió la joven, luego otra doncella y por último la princesa, la tez cenicienta de terror. En ese instante la puerta del otro lado fue desencajada con violencia y un bandido de largos bigotes entró como una bestia iracunda. Usé de nuevo hábilmente el bastón impactando en su rostro, quebrando los labios, dientes y nariz. Entretanto, las tres mujeres se pegaron horrorizadas al costado de la carroza, mirando con expresiones desencajadas la furibunda lucha en torno a ellas, los soldados muertos y mutilados, la sangre que lo salpicaba todo y el fuego que consumía las tiendas e iluminaba la noche de rojo y oro. Un febril temblor les sacudía los miembros, incapaces de moverse cuando les grité que avanzaran conforme a la idea de alcanzar los caballos.


Aswarya, sigue corriendo, luchando, defendiendo. Delante va Lucos, feroz, furioso; detrás a la derecha uno de los guardias y en la retaguardia el otro. Corremos, desesperados, apretando los dientes o gritando a la princesa y a las doncellas que no se detengan.

Derribo a un bandido de un contundente bastonazo. Otro se abalanzó con la espada en alto a dos manos aullando como el lobo que era, y el bastón le partió el cráneo del brutal golpe que descargué sobre él. Supervivencia. Quería vivir. Los espíritus no me arrastran con ellos, al contrario, existen a través de mí, desean saborear la vida contigo. Apartar sus bocas del pan de la ceniza y sus miradas de la yerma oscuridad.

Todo es más difícil de lo que pensaba. Tan duro. ¿Acaso esperaba otra cosa? Esta gente ha destruido pueblos. Nosotros solo nos defendemos. Odio matar. Odio ver los espíritus levantarse y abandonando los cuerpos. A veces extienden las manos hacia mí, pero los rechazo. Ya tengo mis propios muertos. Muertos que fueron mi carne y mi sangre. Otras veces sus espíritus huyen, recordando que he sido yo quien les ha dado el golpe de gracia. Y yo avanzo, avanzo. Apenas doy un paso cuando hay otro enemigo delante. Siento los golpes, me traspasan, intento mirar a Lucos, ver la sonrisa de Lucos, mejor que los ojos asustado de la princesa.

-¡¡Seguid!! ¡¡Vamos, no os detengáis!! -hablo como si me entendieran. Agito la pulsera como si fuera un símbolo mágico. Los golpes duelen. No me entienden pero sienten el dolor y el miedo. Me gustaría transmitirles confianza pero solo puedo tirar de ellas. ¡Han tardado tanto en salir! Ocultas en el carro como un niño en el vientre materno. Como si fuera a resistir eternamente ese pedazo de madera, como si hubiera alguna posibilidad de vencer. Mis gritos no los entienden. Quizás les asustan, quizás le dan más miedo que los enemigos. Confianza. Sí, confianza. Vamos a salir de aquí. No soy capaz de decirlo. Las palabras no salen. Siento un sabor amargo en la garganta. Rápido. Otro golpe más. Los caballos, los caballos.


Un tercero y un cuarto enemigo son abatidos en nuestra carrera. Empujo a la doncella, tiro de ella. El guardia de atrás se desembarazó de dos bandidos y detuvo un nuevo ataque. Su compañero a la derecha bloqueó un espadazo, atravesó la garganta al dueño de un sable oxidado. Acosados, hostigados desde los cuatro costados, faltaba poco para alcanzar los caballos. Lucos me anima, mostrando su sonrisa inquebrantable; su espada se hundió profunda en un vientre, empujó violentamente al que se opuso a su avance. Golpeaba y sajaba. Le salieron dos al paso, esquivó la letal estocada del primero, bloqueó la hoja del otro asesino, y cuando su espada mordió la carne del anterior, el segundo lo ensartó en el estómago. La sangre manó de la herida de Lucos como un torrente, sin embargo el guerrero tuvo arrestos para cortar el cuello de su rival.

-¡Oh, Lucos, Lucos! –apenas logro contener un grito de angustia y miedo.


Los corceles relinchaban, en sus grandes y húmedos ojos el terror quedaba reflejado igual que la luna en la quietud de la superficie del río. Lucos perdió pie, su mano ensangrentada taponando la herida; mi habilidad con el bastón impidió que un mandoble le cortara la cabeza, al romperle la mandíbula al barbudo que iba a ser su verdugo. La princesa chilló, se detuvo, horrorizada, una mano velluda la agarró del brazo y la tiró al suelo, la intérprete quiso ayudarla y la patearon y a la otra la tiraron de un salvaje empellón, volteando durante dos o tres metros y yendo a parar cerca de una tienda en llamas donde la cogieron varias manos fuertes e innobles.

El guardia de atrás se giró y contuvo a dos bandidos, para que Lucos y yo tuviéramos la oportunidad de soltar a los caballos. Tenemos suerte, hay suficientes para todos. Resoplan, estiran de las riendas que los mantienen sujetos a varios postes. El otro soldado quiso auxiliar a la princesa y se vio engullido en una lucha contra tres ladrones.

Alguien me descargó un puñetazo muy fuerte en plena espalda, fui a rebotar contra los ijares de una de las monturas y al instante una patada en el estómago casi me deja sin aire.

-Ah!! -caigo al suelo, siento el dolor en la espalda, en el vientre, la tierra que se aproxima a mi rostro.

Caigo para atrás, junto a los animales, y ahora es Lucos quien me ofrece su ayuda, colocándose delante de la sombra que se yergue sobre mí. Flexiono las rodillas, apoyo las manos en el suelo. No, no lo hago. No sé qué estoy haciendo. ¿Dónde están las riendas de los caballos? Arriba. Estoy en el suelo. Lejos de ellos. Lejos de todo. Los espíritus me rodean y me acarician. Tengo que levantarme, tengo que seguir. Ya no hay marcha atrás. Podría haberme ido, podría estar lejos, pero no lo estoy, estoy aquí. En el suelo... en el suelo....

Otra sombra, un canalla malencarado, la muerte pintada en su rostro de sonrisa rota. Algo sucede, él no lo comprende, yo sí: los espíritus, los veo, los siento, le rodean y lo arrastran lejos, cubriéndolo, ahogándolo de terror.

Me cuesta levantarme. El golpe me ha desestabilizado. ¿O han sido más de uno? Ya no lo recuerdo. Voy hacia los caballos. Tengo que soltarlos. No puedo pararme a pensar. No puedo pararme. No puedo... Miro hacia atrás, la princesa en dificultades, Lucos herido. ¡Lucos! La princesa. Tantos frentes a la vez. Los enemigos que me acosan. Luchar. Hay que seguir luchando. Soltar a los caballos, ayudar a montar a la princesa, debo hacerlo.

He de hacerlo. Conseguirlo.


jueves, 7 de junio de 2012

Al sur de Hiperbórea. El Mar. 9


Tembló un instante el desconcierto en los ojos de Kerkan. No se esperaba cargar con un mocoso, prefería cabalgar al lado de una mujer como Aswarya. Emular la suerte de Lucos. Miró al niño, no menos sorprendido que él; Sando lloraba, no quería soltarse de los brazos de la joven. El rostro sudoroso del capitán se maquilló con una sonrisa cínica:

-Tan loca como él. Hasta nunca, par de idiotas -Fustigó al caballo que sacudió su cabeza, relinchó y brincó hacia delante con sus dos jinetes. Kerkan pateó a un bandido que le salió la paso y con su espada rajó la cara de otro. Se perdió al galope en la oscuridad de los árboles en dirección este.

En la expresión de Lucos leí orgullo y miedo. Sus ojos revelaban que hubiese preferido que escapare y salvara mi vida. Pero también una felicidad infantil escondía la mirada del grandullón. No veía, no quería ver la muerte que acechaba en los filos acerados que blandían los asesinos. Quedarse para salvar a la princesa. O para morir. O algo peor. Estaba decidido. Ya está. La vida se aleja, quizás, me quedo con el peligro y la muerte. Me rodean. Lucos sonríe. Mi sonrisa le responde. Estamos juntos en esto. Si muero, no lo haré sola. Ya solo quedan metros que nos separan de nuestro destino, sea cual sea.

Siento los brazos de los muertos abrazándome. Quisiera librarme de ellos, librarme del calor y la humedad de este clima infame. Me dejo llevar. En las montañas hace frío, en las montañas el aire corta, la respiración se hace más lenta, aquí todo es más rápido. En eso también llevo ventaja. Corremos hacia la carroza, quebré el cuello de un bandido de un golpe fuerte y seco en la nuez, con el extremo del recio bastón. Lucos abrió el pecho de un barbudo enemigo, atravesó el vientre de otro. Llegamos a la carroza para auxiliar a los altos guardias. Cayó con la cabeza cortada otro de ellos, rebotó, sanguinolenta y los ojos muy abiertos, a mis pies. Dos bandidos se abalanzaron, esquivé el sable de uno, el bastón giró en molinete, rompiendo huesos y desparramando sesos. El segundo asaltante evitó mi golpe, el filo de su arma dio de lleno en la puerta de la carroza cuando me agaché para evitarlo. Saltaron astillas de madera color azul. El bastón impactó en su hombro, reculó el hombre hacia atrás, y volvió a la carga. Llegaban más de sus compañeros.

Golpear, golpear, golpear. Como tuve que haber hecho y no hice. Veo los espíritus que se alejan de los cuerpos sin vida. Algunos extienden las manos, intentando agarrarme en la muerte como no han podido hacer en vida. Los dejo pasar. Dejo que se alejen, intento no oír sus gritos. Sólo lo siento por el guardián herido. Un aliado menos.

-¡¡Hay que huir, señora!! ¡¡Venid con nosotros!!! -la llamo, espero que salga, no podemos llevarnos la carreta. Sólo podemos cargar con nuestras vidas, ya es peso suficiente- . ¡¡Señora!! ¡¡Si tenéis alguna arma, cogedla!!! ¡¡Confiad en nosotros, os protegeremos!!!

-Tenemos que llegar a los caballos, intentemos llegar todos juntos, con la princesa en el centro -quizás haya alguna dama con ella, quizás este sola. No miro para comprobarlo. La única oportunidad que tenemos es huir. Observo a Lucos y a los guardias que quedan-. Tenemos que avanzar todos juntos o no llegaremos. No podeos quedarnos a luchar, son demasiados.

Los huesos de mi cinturón tiemblan. A veces creo que ellos desearían que yo también estuviera muerta, con ellos.


martes, 5 de junio de 2012

Al sur de Hiperbórea. El Mar 8



8



El vértigo de la lucha traspasó las conciencias de los espíritus, sacudidos, agitados en un frenesí descompuesto de una docena de voces cuyo aliento te insuflaba fuerzas para combatir. Arañaste, mordiste, el soldado quería aplastarte la cara contra el suelo húmedo.

Olía a tierra, a bosque, al susurro de las aguas del río; a sangre. En derredor la escena de lucha tenía lugar, precipitándose hacia un final previsible. Algo así debió suceder en tu aldea. Gritos de hombres dándose ánimos, blasfemias, gemidos de los heridos, el chocar de los aceros; todo ello resonaba como un zumbido en tus oídos.

Aswarya golpeó la mejilla del soldado, el pecho, los brazos. A su vez recibió un puñetazo en el hombro derecho. Su desafío desconcertó al hombre un momento, la fiereza de la mujer del norte se desbordó, logró zafarse de su abrazo. Un salto, atrás, y el reflejo de la hoja del cuchillo empuñado en su mano brilló un segundo a la luz de las hogueras. La acometida de Aswarya fue frenada por su rival, un hombre de grosero aspecto pero entrenado soldado, y una segunda cuchillada trazó un semicírculo cortando tan solo la burda tela del uniforme. El soldado estuvo a punto de agarrar de nuevo a la chica, pero la joven le asestó una patada en el estómago, él la empujó y Aswarya rodó a un lado. El soldado desenvainó su larga y curvada espada. En su boca una sonrisa despiadada. En los ojos de la chamán la ferocidad de su tierra.

A pocos metros, Lucos ensartó a uno de sus oponentes. No siendo un excelente espadachín, compensaba la suerte de los dados con la del combate. El otro asesino estuvo a punto de acertarle en el cuello, el mercenario fintó a un lado y atravesó el vientre del bandido con su espada.


Ahora no puedo pensar, sólo actúo. Mi cuerpo se mueve sin que yo le de órdenes. Ha tomado el control. Los sentidos están alertas, veo, oigo, grito. Grito pero no escucho mi voz en el caos atronador que me rodea. O la escucho pero no la reconozco como mía. No soy yo.

Estoy en otro mundo, otro lugar. Los gritos están dentro de mi alma también. Los huesos de mi cinturón, tiemblan, recuerdan, y yo recuerdo con ellos. A la vez vivo. A la vez muero una y mil veces. A la vez me defiendo con piernas, brazos, el cuchillo está en la mano pero no recuerdo haberlo desenvainado. A veces los dejo tomar el control, dejo que ellos guíen mis manos pero ahora no. Esta es mi lucha, mi momento, tengo que vivirlo yo. La sangre tiene un olor agrio.

Es pegajosa, la sangre, noto mis cabellos apelmazados, el rostro manchado, ni siquiera sé si la sangre es mía. Me duelen los golpes. Estoy viva. Sigo luchando sin temor. Lucos me lanza el bastón, mis manos se adaptan a él y golpean con fuerza. Es una prolongación de mi mano, de mi alma. Las almas de los muertos flotan alrededor de él, queriendo sentir la fuerza del golpe. La rabia de caer al suelo, de desfallecer, de morir. Armada de coraje y de ira, me preparo para la embestida del soldado traidor. Pero no llega, cae atravesado por una lanza que no es mía. Levanto la cabeza y lo miro, el miedo mezclado con la sorpresa; es Kerkam, a caballo, sujetando por las riendas a otra montura, la mía. ¿Qué has hecho? Era mi oponente. Me has robado su muerte. ¿Acaso quería matarlo, realmente?, me pregunto. Yo solo me defendía. Los huesos tiemblan. Vosotros sí queréis muerte. Queréis venganza. Aunque no sean vuestros verdugos, lo fueron del pueblo de Sando. Necesito pararme, pensar, respirar. Sobre todo respirar. Sando corre, tiene un par de arañazos en la frente, se refugia entre mis piernas.

- ¡Vamos, Lucos, monta! ¡No hay nada que podamos hacer! –grita, y urge Kerkan.


Lucos lo observó con una mirada encendida:

-No has cambiado, Kerkan. “Salva tu culo”, ese es tu lema. ¿Y tus hombres?

-¡¡Imbécil!! ¡¡Mira a tu alrededor!!


El campamento estaba en manos de los bandidos. Algunos soldados luchaban y morían. Una tienda se incendió iluminando de danzantes sombras fantasmales la noche. De uno de los carromatos los asaltantes sacaban a rastras a una de las doncellas. En torno a la otra carroza, la de la princesa, a unos quince metros de distancia, tres de sus guardias se enfrentaban contra varios bandidos de las estepas; el cuarto había muerto.

Me fijo en todo esto en un instante. Lucos acompañó mi mirada. Kerkan tenía razón. Había que decidir ya. En un momento se abalanzarían sobre nosotros. Lucos parecía indeciso, tenso, preparado para continuar luchando. ¿Y yo? Luchar, escapar. Lucos rompe la tensión:

-Podemos intentarlo, Kerkan. Reúne caballos, saldremos de aquí con la princesa. Me pagaron para eso. ¿De qué vale tu palabra?

- ¡El estúpido Lucos de siempre! –Las palabras surgieron de la boca del capitán con desprecio y enfado. Acercó el otro animal a mí-. Sube, mujer. Olvida a este loco, Aswarya, no corras su suerte. Ven conmigo y salva tu vida.

Huir. Parece tan fácil, tan sencillo. Solos los tres, como antes. Nos iba bien con los tres. Lucos no quiere dejar a la princesa atrás. Yo tampoco. La decisión no es fácil. Sando se abraza a mi, asustado, temeroso. Un niño en medio de una guerra. ¿Qué le espera si no huimos? ¿Qué le espera si lo abandono?

No puedo pensarlo más tiempo. La pulsera de la princesa me quema en la muñeca. Deudas de honor que hay que pagar, aunque la muerte nos llame por ello. ¿No es cierto, Lucos? Podemos perder a los dados pero no engañar, ni protestar al pagar las deudas. No soy buena jugadora de dados. Algún día tengo que decirle a Lucos que me enseñe. Una guerra es buen momento para empezar a jugar.

Subo a Sando en el caballo, el niño protesta, me he decidido con una mirada.

-Me quedo con Lucos. Si te vas salva al niño -no es un ruego, ni una orden, es simple sentido común-. Nos reuniremos contigo después -le digo a Sando- tenemos que salvar a la princesa.


Quizás, al final, no veré el mar.