jueves, 12 de abril de 2012

Hay muchos traseros que patear 30


Ghost, Simo, Rivers



En el horizonte las diminutas montañas ganaban terreno a la desolada planicie y al cielo crepuscular, alzándose como torreones inmensos, semejando a una fila de afilados dientes pertenecientes a alguna bestia imposible, que les esperaba ansiosa. Hacia allí se dirigía el vehículo, envuelto en traqueteo veloz, polvo rojizo y en el silencio anguloso y caliente que cayó sobre los ocupantes tras las últimas explicaciones de Helen y Rivers, cosa que no gustó a Simo, pues, efectivamente, les dejaba casi sin opciones. Al cabo, el hombre, Yanec, que os acosaba con una mirada penetrante buscando la verdad en las vuestras, rompió la monotonía causada por el ruido del motor:

- Desconozco el cuento del que hablas, de esa Alicia y del conejito blanco – no correspondió al saludo con la mano de Ghost, de hecho, no movió un músculo en tal sentido. Se rascó la barbilla, miró a Simo, luego a Rivers, para dejar clavada sus pupilas unos instantes en Ghost y posarla finalmente en Rivers:

- La historia es cierta. Lo suficientemente increíble para ser verdad.

- ¿La crees? – preguntó su hermana.

- Sí. Este hombre no miente. Puede que encaje con cierta información que poseemos, recuerda.


Yamec se aproximó a Ghost, le abrió la sujeción de metal, pero antes le susurró al oido: -Es mejor que los míos no sepan que eres una sintética-. Una mirada significativa y luego liberó a Rivers y Simo. El viaje continuó con apenas monólogos, algo más relajados, con tabletas de chocolate de contrabando, tabaco, aunque con pocos datos más, solo un par: otro marine, Joe, se encontraba en el segundo todoterreno, tuvieron que “tranquilizarle”, pues les atacó, salió huyendo sufriendo un ataque de ansiedad. La siguiente revelación les dejó a todos en un mutismo tan desolador como el yermo que cruzaban. El año: 2238. No respondieron a ninguna otra pregunta, salvo que se encontraban en el planeta Grapa, en un extremo del Borde Exterior, tercer cuadrante. No teníais idea del mismo, existían decenas de planetas; Helen rebuscó en su base de datos, encontró el nombre, su única información es que una instalación minera hacía poco se montó allí. Claro, que eso era, en “su tiempo”.

Llegó de golpe la fría noche, sin intermediarios, pero la caravana de dos vehículos no se detuvo, tan solo una vez para necesidades del cuerpo, y comer algo en menos de una hora. La marcha veloz continuó bajo el siempre mismo sucio cielo, ahora teñido de oscuridad resbaladiza con aspecto de una plancha grasienta. Pudieron ver a Joe, había despertado, un hilillo rojo, seco, corría por su frente. No tenía buen aspecto, huraño, malencarado, no quiso dirigirles la palabra. Contaron siete de aquellos contrabandistas, gente de Fe, o lo que fuese.

Amanecer brutal de un sol rompedor, henchido de salvaje cólera, arropado por el viento que como un látigo empezaba a fustigar desde primera hora de la aurora. Las montañas ya estaban encima y la silueta de unas instalaciones mineras abandonadas creó una escena fantasmal en los ojos de los marines. Yamec habló un rato con alguien por radio, lejos de los atentos oídos incluso de Helen. Varios edificios de distintas alturas se levantaban junto a una cadena montañosa que no sobrepasaba el kilómetro de alto, la primera comitiva que daba la bienvenida a las inmensas moles más alejadas que se elevaban imponentes. Las instalaciones se encontraban media enterradas en la arena, prisioneras por la tierra que incesante era traída y llevada por el viento. Los edificios bajos estaban completamente hundidos en las dunas, en otros la inmensa mole de arena llegaba hasta más allá del segundo piso. Caminaron como fantasmas que regresaban a un pueblo muerto y desaparecido. Allí donde la arena no había digerido los bloques de metal y cemento la herrumbre dominaba las instalaciones desoladas.

Ascendieron por un último puente y a través de una compuerta bajaron un pasillo angosto hasta dar en una sala circular, iluminada con luz artificial. De ella partían otros tres pasillos con las compuertas abiertas. Había de todo, desde armamento sencillo, comida, ordenadores, dos motocicletas de nueva factura que nunca antes habían visto, cacharros, ropa, varios catres y futuristas literas. Para su sorpresa se dieron de bruces con sus camaradas, Dillon, Carlo, Anette, Benley, Viviana, Sandro y Jenny. Faltaba el sargento; supusieron, quisieron creer, que andaba en otro lado de la instalación. También había otra gente, con ropas semejantes a las de sus captores, cinco en pie, más o menos armados y al fondo se adivinaban tres figuras en las camas. Sus compañeros no parecían prisioneros, llevaban sus fusiles y equipos.




Dillon, Carlo


El matasanos de la unidad y sus dos camaradas fueron conducidos a una amplia estancia circular, con luz artificial, bien iluminada. De ella partían otros tres pasillos cerrados por sendas compuertas. Había de todo, desde armamento sencillo, comida, ordenadores, dos motocicletas de nueva factura que nunca antes habían visto, cacharros, ropa, varios catres y futuristas literas. Ocho personas, como informó Viviana, estaban allí: tres cuerpos sudorosos tendidos en sus camas, los dos hombres que les acompañaban, otra mujer joven vestida como ellos, cabeza rasurada hasta más allá de la mitad de la cabeza donde caía en cascada una larga melena rubia un tanto sucia, con un tatuaje circular con los horóscopos en el hombro derecho, que no apartó el cañón de su fusil de los recién llegados y dos hombres maduros, con barba, igualmente armados; uno de ellos en particular peligroso, Dillon lo supo en cuanto lo vio, un tipo alto, fuerte, coleccionista de cicatrices en su pétreo rostro y en sus brazos, dura mirada. No abrieron la boca.


Imagen



Dejaron que se lavasen en un pequeño aseo, en uno de los pasadizos. Después, Frost se enfrentó a un mal parto, el niño venía en mala posición, la mujer había perdido bastante sangre, tenia fiebre y sus pulsaciones iban muy aceleradas. Contaría con poco más de treinta años, una cara curtida por el tiempo y las experiencias, unos ojos inmensos negros que llenaban por completo la sala. Era hermosa, como la luna llena en un cielo intensamente negro enmarcado por una cabellera rizada igualmente ala de cuervo. Sonrió al comentario del médico:

- De hecho, me comí la caja entera.

Le pareció ver cierta inquietud en los ojos del enorme soldado, le tomó por el antebrazo:

- Haz lo que debas, pero salva al bebé. La savia de la nueva vida debe sustituir a la ya caduca.

Dillon sedó a la embarazada, practicó una cesárea, era lo más práctico y mejor. No resultó nada complicado en realidad, sus ágiles manos y conocimientos le guiaron paso tras paso. Lo peor era la pérdida de sangre. Anette realizó análisis de sangre y la de Viviana y uno de los hombres coincidía el grupo sanguíneo, realizó transfusiones. Antes, examinó a los dos heridos, la chica, de apenas quince años, tenía perforado el brazo izquierdo, infectada la herida. Su fiebre era muy alta, padecía convulsiones, llagas en la boca, pupilas dilatadas y nadaba en un mar de sudor. Le habían extraído la bala, Dillon limpió y arregló el asunto, realizó comprobación con su equipo, en la corriente sanguínea de aquella muchacha danzaba una sustancia que desconocía, y el resto de datos, elementos, y bioquímica de la pobre chica estaban fuera de lugar, desorbitados al máximo. El chico, algo más mayor, herida de bala en el muslo y un costado, una costilla rota. Dillon terminó con Nasia, así se llamaba la mujer, que dio a luz un niño hermoso, gordete, pelón y con unos pulmones salvajes, se encargó de la adolescente y operó al muchacho.

Al poco, anochecía, y el hombre alto que estuvo antes fuera, dejó entrar al resto de la patrulla de marines, entendiendo que era lo correcto, comprendiendo o queriendo creer que de verdad no erais mala gente. Por fortuna, no hubo saltos en el tiempo, y Sandro, Benley y Carlo aparecieron desde la oscuridad exterior. Se lavaron, comieron algo más, nadie habló demasiado. Sandro empezó a intimar con la joven a la que cayó bien desde el principio, sin embargo el tipo de las cicatrices rondó amenazante.

Al fin encontraban un lugar donde descansar, reposar un rato en cierta seguridad, aparente al menos. No obstante los dos grupos se vigilaban. Nasia recobró el sentido y dio de mamar a su bebé. Pronto, a pesar de su estado, dio órdenes a sus compañeros, y Benley le relató lo acontecido, más o menos, saltándose alguna cosa. A Dillon y los otros les mostraron imágenes de las criaturas de la noche, tal como las había descrito Viviana, no se trataba de los demonios de las tenebrosas profundidades del pasado que temía Dillon. Su tamaño era el de un gato grande, el aspecto asqueroso, intimidante. Ellos los llamaban Nocturnos, así de simple.


Les dejaron literas, comida, bebida, en otra apartada sala a la que se accedía desde uno de los pasajes. Se relajaron un tanto, a pesar de todos los pesares, de su enigmática y terrible situación, fuera de su tiempo, de sus vidas anteriores. Con el temor de una nueva escapada hacia el futuro. Nasia dijo que mañana conversarían, Benley accedió, Jenny se escondió en un rincón, sentada, azorada, sin acabar de comprender – ni quererlo – todo eso de los cambios temporales. Como siempre, el que se sentía a sus anchas era Sandro, que incluso se dedicó a afeitarse y se dio una ducha, algo que acabaron por imitar los demás. Eso sí, tuvieron que usar cada tres la misma poco agua.

El de las cicatrices, que se llamaba Herberg, husmeó la armadura “radiada”, Anette le previno de nuevo, pero el hombre pasó de ella. La marine, sin desear crear conflicto alguno, le advirtió nuevamente del riesgo. Herberg miró con indiferencia a la mujer, cogió la prenda de combate, le dio la vuelta y la examinó un rato. El más alto, el que parecía más sociable, Berman, se fue, volvió al poco con una armadura distinta. Los soldados le echaron un vistazo, era más liviana que la vuestra y a la vez más resistente, más difícil de perforar.

Berman: - Vuestra armadura está algo obsoleta, ha transcurrido muchos años.

Benley aprovechó el momento:-¿Qué planeta es este, Berman? ¿Quiénes sois?

Berman:- Estamos en Grapa, en un extremo del Borde Exterior, en el tercer cuadrante. No hay vida aparte de las hormigas que ya conocéis y los nocturnos. Eso creemos, tampoco lo hemos explorado. Lo encontramos hace un par de años, acondicionamos las instalaciones mineras abandonadas y nos sirve de guarida.

Grapa. A ninguno le sonaba de nada, como tantos otros planetas. Viviana mencionó que creía recordar que existía un asentamiento minero. Vaya noticia.

Berman:- Toda esta zona es un campo de guerra: piratas, bandas de contrabandistas, rebeldes y alguna que otra corporación. Los gobiernos no se preocupan y los marines nunca se han visto por aquí. Yo nací en este sector, jamás vi. hombre o mujeres como vosotros; ninguno de nosotros ha visto jamás marines.

Benley: - No somos distintos a los demás.

Anette: - ¿Dónde tenéis vuestra nave? – Inquirió, curiosa. Berman dudó, abrió la boca y la cerró. Alcanzó a balbucear:

- No hay naves. En una semana, dos, un mes, vendrá un transporte a recogernos.

Después se escabulló en sus quehaceres. Agradeció la labor de Dillon y su enfermera Anette, y explicó que ellos tenían un médico, muerto en el último asalto igual que otros componentes de su grupo, les tendieron una trampa. El cabo Benley reunió a su tropa en el compartimiento que os cedieron. Tuvo que cantarle de nuevo las cuarenta a Sandro en relación a su acercamiento a aquella fémina. No quería problemas. Anette propuso desarmarles y hacerse con el control del lugar. El cabo no estaba de acuerdo, mejor un pacto de no agresión. Eso sí, acordaron dejar en todo momento dos soldados de centinelas. AL día siguiente aclararían más cosas con su jefe, Nasia. Viviana informó que ella era la segunda, el comandante de aquellos desarrapados regresaría pronto según le habían contado.

Transcurrió una noche sin agobios, calmada, con guardias regulares y a la postre innecesarias. El amanecer trajo un nuevo día ardiente y caluroso; también a sus compañeros, que entraron flanqueados por cinco hombres y dos mujeres, armados hasta los dientes, y que no parecieron demasiado sorprendidos por su presencia, sí curiosos y alerta.




Jake Rivers



El hecho de que sus captores no sepan siquiera al cuento al que Ghost se refiere, da que pensar, mucho. Sin embargo a él le parece bien, ¿a quién pueden importarle las historias sobre una niña con alucinaciones? Les cuenta su historia, sin más adornos ni rodeos, y esperaba que les mirasen como a locos a cambio. – ¿Lo han creído?- él jamás se tragaría una historia semejante, la ha vivido en persona y aún así le cuesta mucho creerla. -Esta gente es rara, demasiado rara- ignora cómo puede parecerles posible esto y dudar sin embargo de la deserción. Quizás el tal Yanec tenga cierto talento de interrogador. Todo el mundo cae en una serie de errores al mentir, cómo desviar la vista, sudar… son leves pistas que están allí para quien sepa buscarlas, por eso le intriga. Si ese hombre realmente ha sido capaz de discernir la verdad de la mentira, no se trata de un fugitivo cualquiera, debe poseer cierta formación.

También podrían tener información, de hecho Yanec menciona algo al respecto. Pero incluso si saben de la desaparición del Independencia sigue siendo una historia demasiado fantasiosa. Tan solo le resulta razonable la reacción de la mujer, mostrándose más escéptica.

Debería dejar a plantearse todo eso, después de todo les están liberando, para él es suficiente. También llevan a Joe en otro vehículo, sedado. El pobre diablo estaba cerca de un ataque de nervios, habrá acabado teniéndolo en el peor momento posible. Por ahora está bien, o todo lo bien que puede estar, no hay motivo de preocupación. Si debiesen temer por la vida de su compañero también deberían temer por las suyas propias. El siguiente dato resulta más demoledor. Han transcurrido casi cincuenta años. Ahora es su turno de no creer lo que escucha. ¿Cómo puede ser posible?, ¿es obra de la antimateria?, ¿han avanzado en el tiempo al entrar en los restos del Independencia?, ¿fue justo tras la explosión? Su mente sucumbe a una tormenta de dudas, de preguntas sin respuesta posible. –Quizás estén jugando con nosotros… eso tendría sentido- desorientarles, confundirles, puede venir bien para doblegarles. – ¿Y acaso quieren doblegarnos?- carecería de sentido.

No lo entiende, y no entenderlo le hace sentir furioso. Decidió vengarse de quienes proporcionaran la bomba a esa mujer… ahora deben estar todos muertos o seniles. Técnicamente, ni siquiera es un marine, deberían haberlo licenciado hace décadas. No dejó mucho atrás, había dedicado los últimos años al cuerpo, quizás tan solo sus padres lamentasen la pérdida, ellos jamás dejaron de creer que un día abandonaría esta clase de vida para volver a la colonia con ellos. Jamás lo habría hecho, pero sería un duro golpe para ellos cuando les dijeron que la nave simplemente había desaparecido. Ahora serán ellos quienes hayan desaparecido, hace tiempo quizás. –Si los demás supiesen en lo que estoy pensando…- no puede permitírselo, durante años siempre se ha mostrado como un hombre al que no le importa nada, la imagen ideal tanto para aliados como para enemigos, debe seguir siendo así. Tal vez por eso guarda silencio durante casi todo el viaje, interrumpido únicamente por algunas preguntas razonables, comenzando por la más obvia. –Las armas, vuestras primeras preguntas… deduzco que este lugar no es demasiado tranquilo, ¿verdad?- pregunta mirando a sus captores, o rescatadores, está un poco confuso sobre ese punto. Debería preguntar de forma más concreta, pero podrían tomárselo a mal, mejor esperar un poco.


El clima de esta roca es detestable. Hace demasiado frió o demasiado calor, jamás un término medio. Afortunadamente está acostumbrado a las condiciones climáticas adversas, incluso a combatir en ellas. –La próxima vez que nos estrellemos, podríamos escoger un poco mejor- comenta mirando hacia sus compañeros.

Quienes les recogieron ya no les tratan tanto como a unos prisioneros, es de agradecer, aunque agradecería más sus armas, se siente un poco raro sin ellas.
Llegan a un lugar similar a un pueblo, un pueblo fantasma. Aquí no puede vivir nadie, y no les culpa por ello, él también preferiría cavar un profundo agujero antes de compartir su vivienda con la arena del desierto y sus alimañas correspondientes.

El pueblo propiamente dicho no es su destino, lo es una especie de base subterránea, mucho mejor sin lugar a dudas. El lugar recuerda a un campamento improvisado, con las armas bien a mano y todo el material necesario, sin preocuparse mucho por la decoración. Nada sorprendente, excepto claro está la presencia del resto de sus compañeros, menos el sargento.

Rivers no sabe bien cómo reaccionar. Si saludan a los demás pueden comprometer a estos, tal vez ya se encuentren en una situación ventajosa, no merece la pena arriesgarse a “venderlos” sin motivos. Procurando ser disimulado, les mira, tratando de analizar la situación, observando cómo le devuelven la mirada. Por supuesto también se fija en todos los alrededores. La distancia hacia las armas, el resto de gente, las posibles salidas… cualquier cosa útil. Ahora parecen correr poco peligro, pero nunca se sabe, lleva demasiado tiempo combatiendo como para pensar en otra cosa. Debe pensar en un modo de salir de aquí, tal vez por las malas, si la situación lo requiere. Por el momento le conviene mostrarse más cansado y débil de lo que está realmente.
Será muy importante la reacción de los compañeros que ya estaban aquí. Si también los ignoran, es porque las cosas están mal, si saludan de algún modo, ya pensará entonces en cómo responderles. Aunque al menos no parecen haber perdido sus armas*




Simo Kolkka


Tras unos segundos de incertidumbre, el hombre dio por buena la historia. Le dieron ganas de reír. Empezaba a entender por que a aquella gente la iba tan mal. La fe y la guerra en conjunto eran un tema complicado. No era raro que un marine tuviera algún tipo de creencia religiosa. A algunos les ayudaba a seguir disparando, a arrastrarse hasta una enfermería después de perder las dos piernas, o a cargar con un compañero medio muerto a hombros a través de kilómetros de campo de batalla. Pero el problema estaba cuando los altos cargos tenían mas objetivos que el cumplir la misión con el mínimo número de bajas en el bando propio. En aquella ocasión, eso jugaba a su favor, así que tampoco tenía sentido darle mas vueltas. Sin embargo, la siguiente revelación fue la que verdaderamente causó efecto. 2238. Eso eran... ¿casi 50 años? Al principio se quedó completamente en blanco. No sabía ni que pensar. Simplemente se quedó sentado como estaba, mirando el paisaje. Por un segundo habría jurado que las dunas se movían para hacerles burla. Cerró los ojos, contó hasta 5, y entonces volvió a funcionar como siempre. Sus captores no habían dicho el año hasta después de oír su historia. Podía ser una trampa. Un juego mental. Si lo que querían era confundirlos, aquel era un gran movimiento. Así que aun quedaba una pequeña esperanza de que no fuera verdad el que casi toda la gente que había conocido estaba muerta o bastante cerca de estarlo. Se mantuvo en silencio el resto del viaje. Parecían estar a salvo de momento, así que no tenía mucho sentido intentar algo.

Cuando empezaron a verse los edificios a lo lejos, se sintió ligeramente reconfortado. Con un poco de suerte allí dentro haría menos calor, y estarían a salvo de aquella infernal arena. Mientras se iban acercando, pensó en que al fin y al cabo, la cosa no era tan complicada. Tenían que buscar al resto del equipo, y un transporte para salir de aquel lugar. Aunque bien pensado, si era cierto que habían "viajado en el tiempo", podían haberlo hecho "también" al salir de la nave, por lo que para el resto de marines habrían pasado... ¿años? Aquella era una historia de locos. Una vez llegaron, miró con curiosidad el lugar. Desde luego no era demasiado acogedor, pero dependiendo de a que enemigos se enfrentasen, era un buen lugar para defenderse. Mientras los guiaban hacia el interior, intentó memorizar la distribución de los edificios, y el número de personas con las que se cruzasen. Dentro, les aguardaba otra sorpresa. El maldito equipo al completo. O al menos lo que quedaba de él. Por un momento estuvo tentado de correr a abrazar a Anette (puesto a abrazar a alguien...), pero por suerte se fijó en la actitud de Rivers a tiempo. Al parecer se había acabado el actuar sin pensar. Volvían a ser marines por un momento. Conociendo su suerte, debía de ser el momento en el que al hacer como que no los reconocían se estaban cargando la coartada de sus compañeros. Se giraría hacia el hombre con el que habían compartido transporte las últimas horas, y señalando uno de los ordenadores, preguntó:

- ¿Podríamos usar uno de los ordenadores?- en caso de que se lo permitieran, haría un gesto a Ghost, para que fuera ella quien lo utilizase.- Vamos, seguro que estos tipos tienen el Counter Strike instalado. B-4-4. Recuerdo haberle pedido al coronel que incluyese ese arma en el equipamiento estándar de la unidad. Me amenazó con mandarme al calabozo. Podemos mirar también los resultados de las Super Bowl de los años posteriores a que nos marcháramos. Quien sabe, quizás cuando solucionemos esto seamos ricos.





Helen



Helen intento relajarse el resto del viaje. Aunque el echo de que el hombre hubiera descubierto que era una sintética le llenaba un mar de dudas. ¿Cómo lo había descubierto a simple vista? ¿Acaso era él otro sintético aun más sofisticado capaz de verlo u olerlo? ¿Cuántos de los captores serian sintéticos? ¿Por qué debería evitar que alguien supiera es una sintética? Las dudas y preguntas crecían de modo exponencial y sabia que no era aquel ni el momento ni el lugar. Peor aun, debería esperar a que sucediera algo extraordinario para enterarse. Así que cuando le hizo tal revelación ella respondió en susurro con gesto burlón agarrándole la mano

- ¿Lo soy? Gracias por recordármelo, a veces lo olvido.


Llegaron por fin al final del trayecto, aunque Ghost hubiera apostado que aquel lugar solo se trataba de una parada para pasar la noche, otros signos dejaban claro lo contrario, que aquel lugar era la base de aquella gente. Su cabeza estaba empezando a digerir que estaban cincuenta años más adelante. Al menos se sentía agradecida de saber el nombre del planeta, y el año. Aunque ella hubiera calculado simplemente una década o dos como margen de error. La estación minera recién instalada que recordaba estaba en un abandono asombroso. Claro que, con las hormigas y a saber que otros bichos habría allí, no debería ser algo para sorprenderse. De hecho, lo sorprendente era que hubiera humanidad en el planeta. Al ver como la arena ganaba terreno a los edificios, Helen lanzo un silbido de asombro.

Helen se mantuvo callada. No tenia nada que decir ni hacer y había mucho que ver y conocer. Sobretodo que había pasado en cincuenta años. Vio al resto de los compañeros pero no dijo nada, imitando a Rivers y Simo. Faltaba saber si ellos no eran prisioneros como aparentaba. Simo quería acceder a los datos con una mentira obvia y le pidió que fuera. Asintió y se puso a su espalda. De súbito oyó a Carlo saludarla como amigos de toda la vida. La sintética no sabia que hacer y le miro como si fuera un desconocido.

- ¡Perdón!, ¿qué me dices?




Dillon Frost


Se fijó en los adelantos del mundo moderno. Curioso, sin comprender, sin entender la magnitud de todo aquello. Lo aceptaba simplemente para no tener que volverse loco. Vio las máquinas, aquellas literas tan poco estéticas...y a los heridos. Su atención se centró en ellos y en las personas que los rodeaban. Una mujer los apuntaba. La ignoró. Ella no era tan peligrosa como el hombre lleno de cicatrices. Se podía notar el riesgo que emanaba de él igual que cuando uno miraba directamente a los ojos de un tigre. Un carnicero, un asesino, un depredador. Ni siquiera les saludaron. Él tampoco. Debía sentirse inquieto por estar rodeado de enemigos en un futuro cercano. No lo estaba. Solo le preocupaban las vidas que tenía que salvar. Eso no iba a cambiar por mucho que los tiempos lo hiciesen. Siempre había gente a la que ayudar.
Se lavó las manos. Se enfrentó al parto. Uno complicado. Bien, le gustaban los retos. La mujer le devolvió la broma. Luego le cogió por el brazo, más seria.
-He venido aquí por los dos.-Sabía que la prioridad era salvar al bebé antes que a la madre. Pero él era un marine. Podía con todo. Realizaron transfusiones, cortó y no troceó. Aquello no se parecía en nada a los arreglos con los que solía remendar a los marines. No era una muñeca de trapo. Sangre, vísceras, y algo en el interior. Era un procedimiento asqueroso y doloroso, igual que una herida, solo que al final había una recompensa sagrada. Sacó al niño, cortó el cordón. Lloraba. Estaba vivo. La madre también. Lo sostuvo entre sus brazos y lo vio llorar, retorcerse, arrugado, con esas manitas que tenía. Tan frágil, tan pequeño, tan hermoso, tan lleno de vida. Y olvidó todo el horror que había dentro de su alma. Su pasado y su futuro, los compañeros muertos, los días de pena y los entierros militares. Entre sus manos sostenía algo que de verdad importaba.

Cualquiera que conociese un poco a Dillon habría encontrado una anomalía en su rostro que habría asustado a la mayoría ya que era algo que no solía verse. Una blanca sonrisa, abierta de par en par, enmarcada en ese rostro negro. Ya no de oscuridad, sino de felicidad. Arropó al pequeño y lo dejó al lado de la madre. Salió del improvisado quirófano manteniendo aún la sonrisa.
-Ha sido niño...-Y en ese instante su voz no sonó distante, grave ni gélido, sino cercana, humana. No había que lamentar muertes. Por primera vez en su carrera militar el número a contabilizar no era de bajas, sino de "altas". Se sintió bien.

Atendió a los otros heridos. El chico no estaba mal del todo.

-No es nada, no te preocupes.-Una costilla rota y una herida de bala en la pierna y en el costado. Las había visto peores. La chica le intrigaba más. Sacó la bala, la remendó como a una muñeca de trapo. Hizo un análisis de su sangre. Algo no encajaba. La lectura era irregular. La repitió, el ordenador podía estar mal. No, no lo estaba.

-¿Qué le ha pasado a esta mujer?-Un veneno, le dijo su mente.- ¿Tiene algo que ver con esas criaturas que salen a cazar por la noche?-Tomaría una muestra. Debía descubrir que efectos nocivos provocaba aquella infección y si algún antibiótico lograba afectarlo.

Se reunieron con los demás. No eran mala gente. Solo desconfiados. Puede que fuesen contrabandistas o forajidos pero para ellos eran del futuro, se salían de su jurisdicción. Les mostraron imágenes de los seres que moraban en la noche. No era lo que se esperaba. Sus conocimientos sobre biología no eran muchos. Pidió toda la información que tuviesen sobre ellos. Como atacaban, que comían, donde dormían. Todo lo que supiesen. Algo le decía que se verían las caras con ellos tarde o temprano.

Les dejaron solos. Les dieron comida y agua. Brindó por el sargento. Se acercó a Jenny. La hizo levantarse y la sentó entre ellos.

-No hay motivos para tener miedo o dudar mientras estemos juntos. Los parámetros de nuestra misión no han cambiado. Vamos a protegerte con saltos en el tiempo o aunque el aire de este planeta se convierta en fuego ardiente.-Hablaron con los demás. Les inquietaba la armadura. Venía del pasado. Aquello debía resultarles tan extraño a los forajidos como a ellos mismos. Sacaron algo de información. El nombre del planeta. ¿Qué más daba? Y que una nave vendría a buscarles. Faltaba su comandante. Les explicaron que allí no había marines, que el médico había muerto en el último asalto. Una vida peligrosa. Aquel era un universo indómito.

Sandro sería un problema. ¿Cuando no lo era?

-Puedo caparle, como a los perros en celo.-Sugirió. Ya no sonreía. No podían saber si lo decía en serio o en broma. Ni siquiera él lo sabía. Anette sugirió tomar aquel lugar por las armas. El cabo fue más sensato.-Nos han acogido en su hogar a pesar de todo.-No veía necesaria la fuerza de las armas. Pasó la noche. Las guardias no sirvieron para nada. El día amaneció. Les trajo una nueva sorpresa. A sus compañeros.

No hicieron nada, como si no les conociesen. Carlo se acercó a ellos y les habló. Helen fingió que no le conocía. ¿A que venía eso? La mente del médico empezó a elucubrar una teoría en la que sus reencontrados compañeros provenían de una línea temporal distinta donde ellos jamás habían existido. "No puede ser tan complicado". Una cosa era pensar en saltar en el tiempo y otra muy distinta jugar a la ciencia ficción. Se acercó a sus compañeros. Estaban bien. El sargento no estaba con ellos. "Maldición, debe seguir esperándoles". Apretó los dientes. ¿Qué pretendían? ¿Hacer que no se conocían?

-Han visto nuestras armas, armaduras, insignias y chapas, cincuenta años más viejas que las suyas. Sino son idiotas se habrán dado cuenta de que formamos parte de la misma unidad. Me alegro de veros, muchachos.-No sonrió. Se alejó de ellos. Tenía trabajo que hacer. Iría a ver al recién nacido, por rutina, y a la madre. También al chico y, finalmente, a la chica herida. Vería si su sangre se había limpiado o si podía hacer algo para solucionarlo. Aunque antes de todo buscaría al cabo.

-El sargento, señor, aún debe estar esperándonos...-Si es que la sed o las hormigas, o los Nocturnos, no le habían matado.



Jake Rivers


Por lo visto los demás no han tenido que contar ninguna historia rara, o al menos eso parece. Carlo se acerca a ellos con naturalidad para saludarles. Ghost por su parte simplemente lo ignora. No tiene sentido para Rivers, ahora ya saben que pueden comportarse con normalidad ante sus compañeros, ¿por qué seguir con el engaño?, si hubiese algún problema les habrían ignorado.

-Carlo- responde a modo de saludo, aunque sin moverse demasiado para evitar poner nervioso a nadie –Lo que ha ocurrido… es un poco raro de explicar- muy raro en realidad. Podría intentar hacer un resumen, de hecho se disponía a hacerlo, pero Dillon también les saluda, más o menos… en realidad no les saluda, solo intenta reprenderles. –Es lógico, solo existen millones de historias que haber contado a vuestros captores, naturalmente nosotros debíamos saber que no arruinaríamos la vuestra-, a veces le resulta molesta la gente tan prepotente. –No puede evitarlo, es así- piensa para no responder alguna estupidez más grande aún. Probablemente se hayan conformado con decir la verdad, tal como ellos deberían haber hecho desde el principio. Además, la mención del sargento llama su atención. No le ve con los demás, pero pensaba que estaría en algún otro lugar, quizás la enfermería, si existe algo similar a una enfermería. –El sargento no está con nosotros, dábamos por hecho que debía estar con vosotros. ¿Cómo os separasteis de él?- Al parecer ostentar el mando en esta unidad, lo que queda de ella, es sinónimo de mala fortuna, muy mala.

Mira a quienes les han traído hasta aquí. Evidentemente otros encontraron al resto de la unidad y no ha ocurrido ninguna confrontación violenta, o eso parece. No dan la sensación de prisioneros, así que estaría bien preguntarse en que situación se encuentran Ghost, Joe, Simo, y él mismo. –Bueno, ya nos habéis traído hasta aquí, junto a nuestros compañeros además- sonríe mirando a sus “rescatadores”. – ¿Cuál es el siguiente paso?- Porque algo deben tener en mente. ¿Son prisioneros?, ¿invitados?, ¿sus presencias aquí responden a algún otro motivo? Lo que sea, le da igual, solo quiere saberlo ya para saber cómo deben reaccionar ellos mismos. Frost parece estar ayudando con sus conocimientos médicos, es buena señal, aunque es solo algo inmediato. Debe haber algo pensado para el futuro inmediato, aunque duda que a estas alturas puedan volver a uno de sus cuarteles sin más. Claro que estos hombres les han creído, quizás otros también lo hagan. Está pensando con demasiada antelación, por ahora ni siquiera tiene claro si es un prisionero, debe ir paso a paso.

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