viernes, 6 de julio de 2012

Al sur de Hiperbórea. El Mar -20



La noche transcurrió serena y cálida, un manto que arropó y protegió a los dos amantes. Al amanecer una comitiva partió: Lucos, Sando, la princesa y su doncella, Shezwena, el guardia, una docena de soldados, y yo. No creemos que haya dificultades en esa parte del trayecto, con caminos vigilados, bastantes aldeas y pueblos, y, al final del destino, la costa, el Mar de Vilayet y el barco que aguarda paciente a la princesa.

No encontramos al malnacido de Kerkan.

Partimos, siguiendo la corriente del río, cuatro jornadas más que se sucedieron sin incidentes, tranquilas, lentas, acompañados por un sol de justicia y noches cuajadas de estrellas. Aswarya abandona parte de su pasado, arrancado de forma brutal, en una tierra en la cual no podía ser de otro modo, donde se vivía bajo la violencia, la barbarie y el poder de la espada. Pero ella demostró que incluso el acero mejor templado puede doblegarse. Ella, yo.

Caminamos con esperanza hacia un futuro cuajado de interrogantes, sin saber con seguridad qué espero de él. ¿He cometido un error? Me entregué a Lucos porque mi cuerpo y  corazón lo ansiaban. Fue una liberación. ¿Amo a Lucos? ¿Solo lo deseo y quiero como amigo, como amante? Es el mejor hombre que he conocido desde que abandoné la aldea muerta, allá, en la lejana Hiperbórea. Con sus defectos y virtudes, pendenciero, jugador, algo temerario, audaz, taciturno y silencioso. ¿Acaso no comparto buena parte de esas características? No obstante, soy más reflexiva, más paciente. En la mirada de Lucos veo el deseo físico hacia mí. Creo que en mis ojos se refleja idéntica emoción hacia él. También veo que me ama. ¿Fue una equivocación por parte de los dos? Qué importa ahora.

Lucos acepta la paciencia que le solicito. Al tercer día, en una tarde donde la lluvia irrumpió de pronto en la travesía de los viajeros, el aventurero tomó la iniciativa. Esperaba que lo hiciese. Miraba el río bajo la lluvia y él me abrazó por la espalda, rodeó mi cintura con las manos y acarició finalmente mis pechos. Nos besamos y nos amamos bajo el chaparrón, apoyada en el tronco de un árbol y mis piernas entrelazadas en torno a las caderas de él.

Los relámpagos iluminaron el oscuro atardecer y las nubes tronaron allá en lo alto.

¿Qué pensarían los espíritus, qué sienten? Aún los noto, a mi lado, de alguna manera. Verían que Aswarya empezó a dominar un tanto el idioma de la princesa, y las conversaciones fueron más fluidas. Zawinnia estaba por completo subyugada por ella, por el misterio que la rodea, por tus orígenes. Se darían cuenta lo mismo que la muchacha que soy, que pronto el nacimiento de los celos en su doncella nace y crece y cómo esta rondaba a Lucos. Él, o no se daba cuenta, o se hacía el despistado, con frecuencia conversaba con el guardia de la princesa, con quien entabló cierta amistad, si bien este hombre era parco en palabras y poco o nada se separaba de su señora. Con todo, no hubo problemas. Y lo que fue mejor, Zawinnia se ofreció a llevar consigo a Sando y educarlo en el palacio de su futuro esposo, como si fuese alguien más de su familia. A Lucos le pareció una excelente idea, pues a pesar de que no le gustaba el riesgo que el niño corría con ellos y su forma de vida, no quería dejarlo en la guarnición, donde crecería entre burdos soldados, lo tratarían casi igual que a un esclavo para convertirse finalmente en uno más de ellos. Él sabía de lo que hablaba. Aswarya estuvo de acuerdo, deseaba que siguiera con ella.

Eso verían y vivirían a través de mis ojos. Y mas, que ni yo misma se.

Continuamos el viaje, los días son tranquilos. Azules, húmedos de río y de lluvia. ¿Y el mar? Pronto, muy pronto. No quiero pensar en el futuro, ni en el pasado. Sólo en el presente. La tristeza está dentro de mí pero ahora se mezcla con melancolía, el deseo por Lucos se entremezcla con un cariño que me da miedo sentir. Miro la pulsera que llevo y pienso que presto demasiada atención a los símbolos, cuando lo realmente importante es lo que hay detrás de ellos. Quiero darle algo a la princesa, para que me recuerde, le pediré un mechón de su cabello y lo trenzaré con el mío en torno a una tira de cuero. Un símbolo de amistad sin más valor que su significado. ¿Lo hago por ella? En realidad es por mí. De nuevo por mí.

Me siento junto a ella cada vez más tranquila. Hablo de mi hogar, recuerdo cosas hermosas. Imagino que sigue allí y que podría volver algún día. No le cuento lo que sucedió realmente, como si me hubiera ido un día antes, unas horas antes y ahora viajaría pensando que tengo un lugar al que volver. Pero son sus historias las que me interesan, sus modales tan suaves, que me hacen sentir torpe. Se ofrece para cuidar a Sando y mi agradecimiento no tiene límites.

-Conmigo sólo correrá peligros, lamentaré separarme de él pero es lo mejor -le digo, la sombra de la separación es suave porque sé que Sando estará bien. No es mi hijo. En mi familia sólo hemos tenido hijas durante muchas generaciones. Pero quizás eso cambie, porque las cosas ya no son iguales. A veces me cuesta recordarlo-. Lamentaría mucho ponerlo en peligro, Sando ha sufrido demasiado.

Lo sé. Ha sufrido igual que yo. Es por mí.

-¿Cómo vivirá en tu palacio? ¿Cómo lo educarás? -intento parecer cortés e interesada, no quiero juzgar su forma de vida, la mía no tiene porqué ser mejor. La mía nos ha llevado a la muerte. Y este mundo por el que camino ahora es muy distinto al mío.

- Crezse felis. Hombre sabio enseña. Será muchacho fuerte, hombre de verdazs. Tú verás. Tú con él un tiempo, ¿zsí?

Sonrío. No lo se. ¿Qué haré? No tengo miedo. Lucos me abraza y sonríe y yo me siento bien. Sando ríe y se sienta a mi lado a ver caer la lluvia y me pregunta por las altas montañas, tan extrañas para él como para mí el mar. Pronto lo veré, pronto y mi impaciencia le hace reír como si yo fuera tan niña como él. Ante lo nuevo todos somos niños otra vez. Reímos, levanto la cabeza y me encuentro con la mirada de Shezwena, mirada que no puede esconder lo que siente. Sus celos enturbian estos días sencillos en paz. La doncella pone sus ojos en Lucos, aunque él no la mira como me mira a mí. No he intentado hablar con ella, no es una lucha entre nosotras, es él quien tiene que decidir y no dejaré que vea que me siento mal si me deja y se vuelve hacia ella. Los celos son crueles y duelen. No quiero sufrir más. Tampoco siento que Lucos sea mío, no me pertenece. Sólo me acompaña como el medallón de mis antepasados y quizás algún día desaparezca como lo hizo el cinturón. Y yo seguiré adelante y no iré tras él aunque me duela. Por mucho que me duela.


No hay comentarios:

Publicar un comentario