domingo, 29 de abril de 2012

Hay muchos traseros que patear 36



Una tormenta de truenos, fuego y rayos se precipitó sobre el ya de por sí devastado poblado en ruinas que un día fueron las instalaciones mineras, sin que se librara del castigo terminal la misma montaña que servía de base, cobijo y apoyo a la otrora mina abandonada. Titánicos bloques de piedra fueron pulverizados, se desprendieron o volaron en todas las direcciones posibles; un cráter como una inmensa boca cariada se abrió en la superficie rocosa; los edificios estaba siendo sistemáticamente reducidos a pulpa por los cañones convencionales a los que se unió el de plasma trazando relámpagos asimétricos de color violáceo-azul eléctrico, desencadenando un caos caleidoscópico. Nada podía quedar allí en pie, ni nadie vivo, solo detritus sanguinolentos mezclados de polvo de roca.


Por fortuna para los rebeldes y marines, la mayoría de estos se encontraban más allá del yunque machacado, reptando entre las dunas o corriendo bajo el martilleo del fuego enemigo aproximándose a la nave. Los asaltantes demostraron haber sido poco previsores y un tanto chapuzas, cometiendo los errores que enumeraba uno a uno Dillon. Acabaron por reaccionar, algo tarde, pero lo hicieron, y si deseaban capturar con vida a Yamec, ese propósito quedó proscrito de sus intenciones actuales.

El equipo de Helen, Anette y Sandro alcanzó el hangar, defendiendo la posición del acceso al transporte. Abatieron a dos soldados al otro extremo sin dificultad alguna y cuando tres rebeldes se les unieron estos les revelaron; de esta manera se aseguraban una de las entradas y salidas. Helen y compañía avanzaron más allá de una amplia compuerta, la sintética con su arma inteligente, Anette con la ametralladora; Sandro lanzó un par de granadas. Siguieron adelante, Anette y Sandro comprobaron en un panel el plano con las distintas ubicaciones de la nave con la cobertura de Ghost, dejaron atrás cuatro cadáveres humeantes antes de internarse en una nueva sección. Corrieron por un pasillo, a la mitad del mismo tuvieron que torcer a la izquierda en la nueva intersección pues desde enfrente varias ráfagas les impidieron continuar, justo un poco antes del ascensor a la derecha que estaba en esa planta, cerradas sus puertas; Anette fue alcanzada en el brazo izquierdo, se resquebrajó un trozo de armadura y el proyectil mordió un poco de carne, un roce, poca cosa. Sandro repelió la agresión en la esquina dando margen para desplazarse a las dos chicas hacia unas estrechas escaleras centrales a las que daba el pasillo (que no tiene puerta alguna), unos pocos pasos, pues antes de llegar a ellas, desde el extremo de dicho pasillo un soldado apareció, cruzándose una lluvia horizontal entre todos. Lo peor fue cuando tras el guardia la sombra de una mole se cernió sobre él, y se mostró de cara a vosotros: una figura humanoide, de más de dos metros de altura, de reluciente armadura metálica de cabeza a pies y armada hasta los dientes. Manejaba un gigantesco fusil de tres cañones y sobre el hombro izquierdo brillaba de manera sombría un pequeño artilugio con un cañón y un siniestro ojo rojo pulsando en su parte superior (recordad el cañón de plasma que llevan al hombro los predators, semejante).

Afuera se combatía con entusiasmo. Sin saber muy bien porqué, contra unos desconocidos que buscaban al grupo de Yamec y que nada tenían que ver con los marines, sin embargo estos se encontraban en mal lugar en el peor momento; solo les quedaba luchar. El gran cañón de plasma dejó de vibrar y cambió a su hermano pequeño, barriendo del mapa una de las dunas; las otras dos piezas de artillería se serenaron en su triste sinfonía destructiva, los combates estaban ya muy cercanos al armazón de la nave, así que ahora tomaron su turno las ametralladoras pesadas de 35 mm, dos concretamente situadas en un riel a los costados de la aeronave. Yamec, Nela y un rebelde saltaron al otro lado de una duna batiéndose con dos soldados rezagados. Quedaban todavía varios guardias refugiados en las depresiones y accidentes del terreno, que apenas se las arreglaban para repeler la agresión de marines y guerreros de la Fe.

Una violentísima deflagración tuvo lugar en la torreta del cañón de plasma. El Sadar se llevaba bien con Rivers y este siguiendo el plan trazado desoyendo a sus compañeros había acertado en la diana en su disparo. Un par de explosiones siguieron a la primera sin embargo la correosa aleación del blindaje aguantó y no perforó el casco. Al menos no demasiado. Ráfagas rabiosas de una ametralladora buscó el cuerpo del marine que rodó por la tierra alcanzando una nueva duna. La chica rebelde del tatuaje del zodíaco en el hombro se arriesgó, tomó posición rodilla en tierra con un pequeño lanzacohetes. La explosión destruyó una ametralladora y parte de su tren de deslizamiento, la joven corrió a ocultarse siendo masacrada a dos metros de Rivers que vio como la munición enemiga le arrancaba el brazo y la cabeza a la altura del cuello por los proyectiles de 35 mm.


En un principio las tropas enemigas, sin distintivo alguno en sus trajes de combate, parecían haber sido barridas, solo uno o dos soldados disparaban refugiados entre los pequeños montículos de rocas, y quizá algún herido quedaba más atrás incluso que las posiciones de los marines y aliados. La defensa de la nave era solo cosa de esta, y lo extraño es que no subieran la rampa y así impidieran el asalto a la nave. Pronto se vería que descargarían su furor contra los osados Guerreros de la Fe.

Dillon reptaba, alguien le tiró un macuto con negras granadas tubulares, le dispararon y su amante engulló en una lengua de fuego a un pobre diablo. Se escurrió por el terreno de la parte posterior de la aeronave, en busca del cañón de plasma; uno de las lanzaderas de proyectiles antibunker (que no misiles) salió de su enmudecimiento tras la destrucción del otro de energía. Cuando llegaba a las inmediaciones de la nave, escuchó un sonido en la otra punta de esa banda. Trepó, indómito, cargando con Betsy y la mochila de granadas, y vio como dos Hornet o similares, emergían dando uno de ellos una vuelta y el otro girando de pronto hacia él; lo había localizado. Aquellos dos cacharros iban cargados de misiles y cohetes y un par de cañones de 25 mm asomaban sus tubulares miradas. De alguna manera llegó a uno de los cañones de ametralladoras en su camino longitudinal, al ver que su primer objetivo, el de plasma, humeaba. Descendió unos metros, luego el rail fue historia y la ametralladora dejó de entonar su blasfema sinfonía.


Benley y Carlo dieron buena cuenta de tres soldados, a la vez que esquivaban metralla; se aproximaban a la entrada protegida por los tres rebeldes en su interior, con intención de apoyar al grupo de vanguardia de Helen, pero se agazaparon en una ocre duna, cuando escucharon un par de detonaciones dentro, y vieron dos de los rebeldes huir rampa abajo; uno fue alcanzado en la espalda por un rayo de energía que le reventó el pecho y el otro pudo desaparecer de un salto en la misma duna de Carlo y el cabo, cuyas desavenencias fueron relegadas al olvido momentáneo. Por la rampa descendieron, primero una sombra, luego una realidad, un sintético sin duda de combate: dos metros de alto de titanio (armado como el anterior que he descrito), y luego, deprisa, media docena de soldados blindados hasta las pestañas con el mismo tipo de rifle que el sintético, seguramente el equipo de élite reservado. Tomaron posiciones a cubierto y dos se quedaron agazapados junto a la rampa. Simo, imperturbable, contaba media docena al menos de rivales en su haber; después disparó al sintético, abolló apenas el metal en el pecho y la cabeza y este lo localizó con sus sensores. De la boca de uno de los cañones de su brutal arma brotó la respuesta y el francotirador quedó medio enterrado por los cascotes y arena de la duna que desapareció de la escena; el casco recibió varios pedruscos de ligero tamaño. Los nuevos soldados soltaron una canción siniestra de gran calibre barriendo la zona.

Un infierno al que estaba más que acostumbrados. Detonaciones, explosiones, fuegos rugientes azules, dorados, rojos; géiseres de veinte metros de calor abrasador y humo negro que elevaba su lamento al cielo del crepúsculo infinito.

Por si esto fuese poco, aparecieron los dos Hornet, uno sobrevoló el costado opuesto en busca de Dillon y el otro se alzó igual que un ángel de la muerte sobre el campo de batalla preparando sus mortíferos cohetes. Benley disparó una granada de su rifle contra el sintético pero este ya se había pertrechado en el agujero perforado por uno de uno de los proyectiles pesados. Se oyó crepitar la voz de Viviana:


- ¿Qué hago yo?

Benley:- No salgáis de vuestro escondite. Rivers, encárgate de esas naves. Simo, entretén al sintético. Carlo y yo intentáramos entrar. Que alguien localice las antenas, ¿qué dices, Simo? ¿Dónde estás Dillon? Y Yamec? Joder, necesitamos que nos cubran.

Como un fantasma, cubierta de sangre y arena Nela surgió de un hoyo, y se zambulló en otro; a su lado en tipo malencarado. Entendieron los signos de Benley.

Benley: - Vamos, chicos, no es tan grave.

Sin embargo su voz no transmitió la fortaleza que quiso imprimir a sus palabras.


***

Los Hornets (mejoras de los de vuestra época), imaginad los actuales helicópteros de combate, pero sin hélices y sus cabezas semejantes a las de una libélula; veloces, capaces de aterrizar en casi cualquier terreno, aterrizaje y despegue vertical, y contramedidas para misiles.



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Helen McFersson


Las cosas iban deprisa, pero bien. El equipo que formaba con Sandro y Anette daba su fruto con profesionales y mortales resultados producto de su experiencia en la profesión. Iba bien hasta que se toparon con su Némesis, un sintético de combate.

Ghost analizo superficialmente a su rival, y vio que cuerpo a cuerpo ni ella, ni nada humano podría con él. Las opciones eran pocas; Retirarse, lo que muy probablemente resultaría en uno de los tres muertos o heridos de gravedad. Lanzarse al elevador, lo cual podría convertirse en su salvación o en una trampa perfecta para los tres. O enfrentarse al sintético con las armas que tenían. Lo cual no era difícil, sino que rondaba lo imposible. Pero no hacerlo, no permitiría a Sandro escapar. No, no había lugar para dudas. Cambio rápidamente de arma, usando el cargador de munición perforante. Con el peso del arma inteligente, su mini cañón de plasma la cazaría como un ratón.

- Anette: Procura mantener a los soldaditos ocupados. Voy a llamar la atención de esa mole para que Sandro pueda hacer algo.

- Sandro: Cuando ese sintético te de la espalda, según lo veas sal a toda prisa y-o le metes alguna granada en sus partes.


La idea era simple. Disparar (la munición perforante), moverse usando cualquier cobertura para que su plasma no le hiciera trizas y Sandro daba rienda suelta a su animalismo psicópata. El problema era si había soldados que sumasen su fuego al del sintético. Entonces Sandro y Helen podrían pasarlo mal.






Anexo para Helen


El grupo actuó con celeridad, tomando el control en ese momento Helen. El sintético de titanio que se alzaba más allá delante de ellos en la intersección opuesta arrancó una maldición de labios de Sandro:

- ¿Qué coño es eso…?

La acción se aceleró. Helen se deshizo del arma inteligente y cargó los proyectiles perforantes en su rifle a toda prisa. Sandro, detrás, * disparó el lanzagranadas acoplado a su arma contra el soldado artificial, la granda pasó de largo esquivada por el sintético y explosionó contra la pared de enfrente del otro pasillo llevándose consigo seguramente la vida de algún soldado. Esto dio unos segundos a las dos chicas que abrieron fuego casi al unísono. La frecuencia bestial de disparo de la Gargoyle que manejaba Anette barrió el pasadizo de lado a lado en su anchura impactando repetidas veces en el blindaje del sintético sin efecto aparente alguno. Este se había agachado un tanto con las piernas abiertas y su cañón de plasma repelió la agresión: un primer tiro voló cerca de Anette y el segundo la alcanzó en el hueco del hombro derecho proyectándola un par de metros hacia atrás.

El olor a carne quemada no impidió a Helen dejar de apretar el gatillo mientras reculaba. La munición no perforó el titanio pero sí aboyó un poco el metal y desestabilizó a su rival que también se hizo a un lado y buscó protección en la esquina del cruce. Los paneles de plástico y metal volaban hechos añicos y esquirlas cortantes como sierras saltaban a todas partes uniéndose al ruido ensordecedor del tiroteo. El sistema nervioso artificial de Helen sintió una quemazón en su lado derecho del cuerpo, debajo de las costillas, fruto del acertado disparo de uno de los cañones del rifle del sintético. La mujer rebotó contra la pared, recuperó el equilibrio y continuó disparando entretanto que Sandro por segunda vez abría fuego con una nueva granada que próxima estuvo de arrancarle la cabeza al sintético estrellándose de nuevo contra los muros. Sandro probó la tercera, transformando en un infierno abrasador la estrecha intersección. Liberó del arnés de la ametralladora a Anette en el suelo y tironeó de ella para sacarla de allí si parar de disparar ahora la munición normal.

La herida de Helen mostró su sangre roja y viscosa, casi humana, y parte del cableado fundido. No estaba tocada en ninguno de los sistema vitales y no le restaba capacidad de combate en absoluto. Hacia atrás, decidieron colarse en el ascensor. El M41A1 de Helen vomitaba metal candente sin cesar y Sandro desde la esquina disparó otra granada esta vez dirigida a los soldados del otro pasillo (los que están arriba en la línea vertical derecha de la H), con intención de despejar el paso hasta el ascensor. Tuvo tiempo para una broma:

- Vamos, Anette, ese rasguño me lo hago yo cada vez que me afeito.

El marine llegó y las puertas se abrieron, Helen lanzó una granada contra esos mismos soldados, vio saltar trozos de metal, carne, sangre salpicando paneles y miembros mutilados, y otra en dirección al sintético que ya se movía camino de ellos. Explosionó en las escaleras, borró medio pasadizo y cubrió de llamas al coloso, que no se resintió para nada, pero retrasó su avance.

Helen entró con Anette en el interior del ascensor, la marine recuperó la conciencia, blasfemó y tomó con su otra mano el rifle apoyándose, sentada, la espalda contra la pared. Desde el ascensor no podían ver al sintético, quedaba fuera de su ángulo de visión. El arma de tres cañones de este rugió y Sandro se libró por muy poco de acabar siendo picadillo; el proyectil destrozó la pared a la derecha del ascensor y la onda expansiva empujó a Sandro (que está fuera del elevador) contra la pared opuesta, casi enfrente de las dos mujeres, medio tirado en el suelo, le cayeron encima planchas de metal y cascotes. Sandro meneó la cabeza, su sonrisa de lobo demente asomando tras el casco:

- Vaya fiesta, eh?

Luego cambió el tono y la actitud:

- ¡Largaos ya! ¡Vamos, cerrad las puertas y desapareced! ¡Yo me encargo de esa tostadora con patas!



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Helen McFersson (anexo 1)


El sintético de combate había resultado difícil y complicado de abatir, tal cual había deducido la piloto en su primer análisis. Si hubieran estado en campo abierto, la suerte habría estado de parte del gigantón, pero entre corredores y múltiples obstáculos había un ligero tanto a favor del pequeño grupo, así lo había deducido tras el pequeño coqueteo con el dolor y la muerte a manos del bruto. Necesitaban mejor armamento y muy posiblemente mejores chalecos, o en su defecto más fuego amigo. Sin embargo, le había quedado muy claro que había que mantener las distancias entre él y ellos, y los refuerzos tardarían en llegar.

Su mejor munición, en la que tenia alguna probabilidad de causarle preocupación, la munición perforante solo conseguía hacerle recular y abollarlo. Necesitaba que se estuviera quieto para mantener el fuego sobre un punto y perforar la armadura. Armadura la cual, tenia que estar mejorada ya que según sus conocimientos cualquier bala de su rifle se abriría paso por 15mm de acero o 5mm de titanio. Necesitaba otro tipo de munición, una munición que a alta velocidad se convirtiese en algo ígneo que al encontrarse con la armadura la fundiese. No tenia esa munición, ni un arma capaz de hacerlo. Las balas incendiarias, no tendrían fuerza suficiente para perforarlo. Quizás las balas explosivas diesen un resultado mejor, y tomo nota mental de cambiar el cargador una vez se hiciese un vendaje de primeros auxilios con algún trozo de metal liso (como un cargador vacío por ejemplo) para proteger esa zona de futuros proyectiles. Tomo nota mental de preparar una munición con punta de diamante, si sobrevivía a aquello. Mientras tendrían que malgastar granadas para mantenerlo ocupado.


Sandro consiguió llegar hasta ellas, parecía que la adrenalina le convertía en un ser normal. Incluso tenia lo que parecía ser sentido del humor. Habían conseguido que el sintético no lo destrozara, aunque el coste habían sido dos sangrantes heridas en las dos chicas que intentaban salvarlo. Sin embargo el chico quería devolver el favor, enfrentándose de nuevo al sintético para que ellas pudieran escapar. Helen le hubiera concedido el deseo de morir así ya que había definido al sintético de un modo hiriente para ella, lo había llamado "tostadora". Y ella ya había dejado claro que comparar a un sintético con un electrodoméstico les irritaba. Sin embargo, la parte subconsciente de la piloto, o su programa principal no le permitió tal cosa. El puño lanzado para cerrar las puertas se torció en el ultimo segundo, junto al borde de la puerta para darse impulso y llegar hasta Sandro, y meterlo de un empujón en el ascensor con toda la celeridad que pudo y así subir los tres al piso superior.


 



Anexo 2 –para Helen –


Ghost lo pensó un segundo, rechazó la oferta del marine, salió del ascensor y ayudó a Sandro a introducirse en el interior. Marcaron el siguiente piso arriba, se cerraban las puertas cuando estas estallaron a causa de un disparo del sintético. Una violenta sacudida agitó el receptáculo, alcanzado más directamente a Helen que a sus dos compañeros pues se encontraba delante de ellos; las llamas cobrizas mordieron carne y metal. El elevador ascendió, Helen vio llegar al sintético de combate y como Sandro se lanzaba en un salto feroz contra él, derribándolo y cayendo en el pasillo.


El ascensor subió con las dos chicas, Sandro y sintético desaparecieron de la vista, sumido en un calor abrasador, una estufa a cien grados. Helen percibió que había perdido el casco y la visión del ojo derecho y que en ese lado de la cara existían ciertos desperfectos, notando puntiagudas esquirlas de metal clavadas. Cuando rebasaron el primer piso el ascensor no se detuvo, seguramente afectado su sistema de sensores, y una nueva detonación las zarandeó de aquí para allá, la mitad del suelo del ascensor desapareció y con él la pierna derecha de Anette, arrancada de cuajo, como atestiguaba el muñón sanguinolento debajo de la rodilla.


Helen atinó a asomarse por la brecha abierta en la estructura y abrir fuego con la munición perforante contra el soldado artificial que asomaba allá abajo en el hueco preparado para otra descarga. Los impactos en su torso lo desestabilizaron suficiente para que su nueva granada no diera en el blanco, cruzase el proyectil delante de las narices de Helen y explosionara en el vértice derecho del techo. El ascensor gimió, se detuvo y se desplomó por el hueco, chirriando envuelto en llamas. Helen perdió su conexión con el mundo unos segundos, pasando a un fundido en negro total su artificial cerebro.

Recobró la percepción de las cosas poco después de que el elevador detuviera brutalmente su caída abajo del todo. Imágenes estroboscópicas destellaron a su alrededor; notó que al brazo derecho debajo del hombro le faltaba un buen trozo y la mano izquierda resentida por las quemaduras. Anette había perdido la conciencia. Levantó la cabeza Helen para ver como el bloque de titanio iba a darles el pasaporte definitivo. Levantó su arma con apenas visión debido a las llamas y el humo espero y negro, cuando el sintético recibió un impacto desde alguna parte del piso donde estaba, desplomándose por el hueco del ascensor hasta golpear sobre lo que quedaba del techo del ascensor. Alguien le había disparado una granada, amputándole el brazo derecho, rompiendo el cañón de plasma y haciéndole perder el enorme rifle que llevaba. El sintético, sin embargo, seguía operativo y se removía a medio metro sobre la cabeza de Helen.




Helen McFersson. (Anexo 2)



Apenas la piloto ordeno las imágenes que tenia a su alrededor capto que tenia al sintético de titanio a medio metro sobre su cabeza. Las opciones no eran muchas ya que el blindaje de titanio le había dado una ventaja tremenda en lo que a supervivencia refería, y el resultado era una marine herida y la piloto a punto de perder el contacto con el mundo. Si así sucediese, Helen sabia que había fallado en su prioridad de defender a sus compañeros, ya que Anette moriría. Su primer instinto fue disparar una granada, pero lo reprimió apenas surgió porque la metralla las mataría a las dos. En lugar de ello concentro toda su energía en rodar agarrando a la marine, sacándola de los restos del ascensor apenas la distancia suficiente para disparar una granada a la parte superior del ascensor y luego a lo que fuera cayera donde estaban ellas.

Tenia que sacar a Anette de allí lo antes posible. Habían jugado sus cartas y habían perdido, era momento de salvar lo poco que les quedaba. La esperanza y la vida.




Jake Rivers


Observa a la mujer, cuyo nombre no llego a conocer o simplemente no recuerda, quedar mortalmente mutilada por el fuego de ametralladora. – ¿Tu causa valía la pena?- siempre se preguntó lo mismo cuando combatía contra rebeldes. Hasta hoy, a él le han pagado por cada minuto de combate en el que ha tomado parte. Un sueldo escaso, abundante… depende de cómo se mire. Ha tenido el privilegio de evitar pensar en paparruchas como los ideales, las causas perdidas… Al final a las armas no les importa nada de eso. Una bala no distingue entre buenas y malas personas, ricos o pobres. Desde luego sabe que las buenas intenciones tampoco pueden frenar a un batallón bien entrenado. – ¿Por qué lucha esta gente?-. Se da cuenta de que es una pregunta errónea, o poco relevante. Ahora importaría más saber porque están luchando ellos, incluso cuando fue de los primeros en apoyar el asalto. Finalmente han conseguido ser ellos los rebeldes.

En el campo de batalla no hay lugar para la introspección. Observa el arma abandonada por la mujer, sería útil hacerse con ella, claro que hay unas cuantas ametralladoras empeñándose en evitarlo.

Escucha el sonido de combate, disparos y explosiones. De algún modo se ha acabado recrudeciendo más. Esos mal nacidos debían guardar más tropas para situaciones de emergencia. Al menos pueden enorgullecerse de haberles creado una de esas situaciones de emergencia. No le basta, solo le sirve la victoria, de lo contrario no es un marine.

Escucha las nuevas órdenes por radio. De inmediato levanta la vista para ver un pequeño bastardo preparándose para lanzar misiles. –Voy a derribarlo-, transmite por el comunicador. Al elevarse tanto no será un tiro complicado, pero sus consecuencias sí serán nefastas para él. –Dillon, cuando haga explotar eso me van a llover las balas. ¿Puedes destruir las ametralladoras de mi lado?-. Al estar cubierto no sabe los daños que ha sufrido la nave, a parte del cañón de plasma. Podrían ser historia, o podrían ser peligrosas, lo ignora. –Simo, si sigues allí arriba y no tienes blancos, podrías guiarnos a los demás. Cuando dejes de disparar también dejarán de dispararte a ti-. Con la ayuda del tirador podrían moverse mejor, de forma más segura. A veces es mejor perder un tirador para ganar un observador. Sin embargo eso es algo que deberá juzgar el propio Simo o el oficial al mando, que debe estar ocupado.

Se prepara para el primer disparo. No puede hacerlo tumbado, es poco recomendable con un arma como esta. Para disparar tumbado hacia arriba tendría que inclinar mucho el tubo. Estas cosas tienen retroceso, podría escapársele de las manos hacia delante, o hacerle dar un salto. Ambas son malas opciones. Deberá hacerlo con la rodilla clavada en el suelo. Aún así es poco seguro pero… las guerras en general son poco seguras. Antes de apretar el gatillo buscará una ruta de escape, por si aún hay armas apuntando hacia él y Dillon no puede hacer nada al respecto. Se asegurará de hacer el mejor disparo posible, luego echará a correr sin parar durante un solo segundo.

De funcionar tendrá que moverse bien a cubierto hasta dar con la otra “nave”. Preguntará por los comunicadores si alguien la ve. Entonces buscará otro lugar segura para efectuar un segundo disparo. Le gustaría poder ayudar a los demás, pero lo primero es lo primero. –Dillon, Simo; deberíamos guardar parte de la artillería, y localizar más en el campo de batalla. Si esos tipos son tan duros, o les robamos sus armas o disparamos con lo más grande que tengamos a mano.- Ahora lamenta que el otro lanzamisiles haya quedado en una situación tan comprometida. Tal vez necesite ahorrar uno del SADAR. –Intentemos limpiar el exterior, luego ayudaremos al resto… si estáis de acuerdo- Él no es quien para dar órdenes.




Dillon Frost


Escuchó la opinión de Simo sobre usar explosivos y artillería pesada contra la nave. Luego Helen se unió, algo más enérgica. La mujer tenía razón. No tenían sesera. ¿Por que intentar acabar con el enemigo y la superioridad de su armamento? Mejor dejarles con esa ventaja para ver si así les reventaban a todos las tripas. Rivers no respondió, él se tomó un momento.

-Claro, chicos. Trataremos al enemigo con delicadeza, no vaya a ser que alguno salga herido. Rivers, saca tu pistola de pompas de jabón...y descuida, me encargaré de que esos bastardos estén en la camita bien arropaditos antes de las diez.-Se quejó, rezongó.-A ver si podemos conseguir algo de sopa caliente para esos muchachitos tan encantadores.-Aunque lo único que tenía caliente ahora era la punta de su arma y las pelotas. Esperó por si Benley decía algo. No lo dijo, así que pasó a la acción. Si al cabo le parecía bien, entonces estaba bien.
Empezó a reptar. La cabeza gacha, todas las precauciones eran pocas. Sobretodo cuando uno lleva un tanque de combustible pegado a la espalda. La vieja Betsy entonó una canción ya conocía y mandó a un pobre diablo a su Infierno particular. El hombre ardía y gritaba. No se quedó a ver el espectáculo. Siguió avanzando. Vio los Hornets. Uno le vio a él. Lo que le faltaba, una mosca cojonera. Se deslizó entre la tierra, llegó a las inmediaciones de una ametralladora de rail. La hizo añicos. Rivers se había encargado del plasma...más o menos. El plan no había resultado como creían. Habían hecho daño. Y harían más. Mientras evitaba el fuego enemigo se preguntó porque no habían subido la rampa de la nave. ¿Es que querían atraerlos hacia el interior? ¿Con que propósito?

Vio los nuevos soldados de élite. O al menos los intuyó. Le pareció ver que Simo quedaba enterrado por un montón de tierra. Ese sintético era duro.
-¿Simo? ¿Sigues en pie?-Pensó en volver sino respondía. Su trabajo era salvar vidas. No caerían marines en esa contienda. Escuchó la voz del cabo, las órdenes y luego a Rivers, pidiendo, exigiendo. "¿Quién le enseñaría a hablar, joder?". No solía decir tacos. Tampoco pensarlos. Pero la situación era tan desfavorable que acudían a su mente como válvula de escape. Así liberaba tensiones innecesarias. Era algo terapéutico.

Había que hacer algo. Con el sintético, con las tropas de élite y con los Hornets. ¿Nada más? Rivers estaba dispuesto a obedecer las órdenes. Le pareció increíble pero así era. Le apoyaría. Primero pasó sus coordenadas al cabo. No quería estar perdido en batalla. Luego respondió a Rivers.

-Se te ha olvidado decir por favor.-Sonrió.-Bien, Rivers. Si vas a cazar un pajarito ocúpate del que me sigue.-Reptó, se acercó a las ametralladoras que podían ser una amenaza para Rivers. Buscó siempre lugares en los que pudiera cobijarse. Usó el sensor de movimiento para saber siempre donde estaba el Hornet que le buscaba. No avanzaría cuando estuviese cerca. Se movería cuando diese una pasada. Confiaría en Rivers. Esperaría su petardeo para alzarse en su posición. Entonces dejaría de prestar atención al Hornet para centrarse en las armas móviles. Rivers se encargaba del pájaro, no tenía que cuidar de sus espaldas.

Un par de granadas con él M41A1 no destruiría las armas móviles, pero si los raíles por donde se movía. Dispararía tomándose algo de tiempo, atinando el blanco, buscando destruir lo más frágil no el arma entera. Luego volvería al suelo. La verdad es que estaban dejando la nave para el desguace. No sabía si podrían usarla luego. No podían tener contemplaciones. Ese escuadrón de hombres blindados parecía duro. Rivers volvió a hablar. Quería reservar munición. Él no era de esa opinión.

-Démosles con todo. Dentro de la nave seguro que hay un arsenal esperándonos lleno de juguetes nuevos.- ¿Para que escatimar en gastos si podían estar muertos al siguiente instante?-Señor, me acerco a su posición.-Después de ayudar a Rivers, es lo que pretendía. Trabar combate con la unidad de élite. Descubrir los buenos que eran...y si el calor de la vieja Betsy podía fundir esas armaduras tan bonitas. Esperaría órdenes. Aunque sugeriría acercarse por un flanco y sorprender al sexteto de hombres y a la máquina por un costado. Al menos que tuviesen varias direcciones a las que disparar. Se acordó de Simo. Sin su apoyo no llegaría muy lejos.



Simo Kolkka


Helen dándole la razón. Podría llegar a acostumbrarse a aquello. A lo que uno no terminaba nunca de acostumbrarse era a las explosiones a su alrededor. Sabía que no ganaba nada cambiando de posición. La única cosa práctica en aquel momento era seguir disparando. Llevaba cosa de una docena, cuando una explosión fuera de lugar le sacó del estado de relajación que iba ligado a su tarea. Lo que la diferenciaba del resto de estallidos es que estaba en la dirección erróneo. En cuanto levantó la vista de la mira lo vio. Cuando esto acabe, desmontaré el SADAR de Rivers y esconderé las piezas. Era lo único que pensaba mientras buscaba a su siguiente objetivo. No tardó en encontrarlo. Le había tocado premio gordo. Disparó dos veces contra el sintético, pero para su asombro su piel metálica resistió. Si Yamec había reventado la cabeza de uno de ellos a quemarropa, no parecía descabellado pensar que una bala de 150 gramos que a aquella distancia debería de haberle impactado a mayor velocidad que la del sonido, habría atravesado de lado a lado aquella lata. Pero no. Dejó poco más que una muesca. Habría continuado disparando, pero el contraataque a punto estuvo de dejarlo sepultado en medio del desierto. Al menos llevaba el casco. Giró sobre si mismo para quitarse parte de los escombros de encima, y cambiar de posición. Tomó un segundo para tomar aire, y volvió a colocarse en posición cuando cesaron los disparos dirigidos a el. Segunda regla de supervivencia del tirador táctico. Un disparo, un enemigo neutralizado. La primera regla era exactamente la misma. No es que él la hubiera olvidado, sino que lo había hecho el sintético. Mientras buscado a su nuevo Némesis llegaron los Hornet, y Benley empezó a repartir trozos del pastel. Mientras buscaba las antenas a petición del cabo, la gente empezó a echarle en falta. Que bonito. Ahora soy la estrella del show.

- Sigo aquí. Estos sintéticos parecen tipos majos, seguro que me han disparado por accidente. ¿Quien no ha disparado un par de veces sin pensar? ¿Verdad, Rivers?

El tecnocida tenía razón, ahora mismo no había mucho en el campo de batalla contra lo que fuese efectivo. Sería mejor que hiciera de observador. Esa era una parte básica dentro del entrenamiento de un tirador, pero siempre le había parecido más divertido disparar a los malos.

- Necesitamos a los dos Hornet, y la otra ametralladora pesada fuera. El resto de la artillería no creo que vuelvan a usarla cuando estáis tan cerca del casco. Intentaré mantener ocupados a los soldados de élite, pero cuando acabéis con lo demás vuestra ayuda sería apreciada.

Así lo haría, dispararía dos veces, hacia los soldados que había bajado por la rampa, dejándose ver el tiempo suficiente como para que los soldados le localizaran, pero intentando no darles oportunidad de disparar. Después, se tiraría a cubierto, y manteniendo la cobertura buscaría otro punto desde el que disparar. Así, se mantendría en movimiento, disparando para captar su atención y, con suerte, causar bajas, alejándolos de Rivers y Dillon. También pertenecería atento a la artillería, y a los progresos de los demás marines. Si entraba alguna nueva ficha en el tablero quería saberlo cuanto antes.

El joven Lovecraft

Hola



Hace unos días encontré en la biblioteca del barrio un cómic, El jove Lovecraft. Todo un descubrimiento. Los autores tienen un blog (desde hace años) donde se puede disfrutar de las divertidas y cthulutianas aventuras de Hovi y sus colegas. Humor "terrorífico" , amable, cínico, genial. Sonrisas garantizadas.

http://eljovenlovecraft.blogspot.com.es/


sábado, 28 de abril de 2012

Al sur de Hiperbórea. El Mar. 5



La conversación fluía serena en el interior del lujoso carro, a pesar de los dos mundos tan dispares frente a frente, gracias a la joven que traducía nuestras frases. La princesa rozó apenas el dorso de mi mano, después guardó silencio mientras me observaba y su doncella me explicaba que no podía tocar a Zawinnia, tan solo su familia y sus doncellas personales podían hacerlo. Lo mismo sucedía con su cara, no estaba permitido a nadie verla ni a ella mostrarla. Me ofrecieron más pastelitos, la princesa añadió a través de su criada que le complacía que viajara con ellos hasta el mar. Ahora se encontraba fatigada, deseaba dormir, y me invitó nuevamente mañana a charlar. Se quitó una de las pulseras de plata que adornaban su fina muñeca y me la ofreció, entregándosela a la doncella para que me la pusiera; la plata llevaba incrustadas diminutas gemas, esmeraldas, rubíes y ónices de tonalidades rojizas.

Tomé la pulsera con cuidado, como si me quemara. Nunca he tenido algo tan bello en mis manos. La cierro sobre mi muñeca y tengo una sensación extraña. Me pesa. No puedo dejar de tocarla como si fuera un elemento extraño que se ha añadido de pronto a mi cuerpo. Pero no lo es. Puedo quitármela cuando quiera. Hacerlo delante de ellas sería una ofensa. Me gustaría darle algo a cambio, pero no tengo nada que sea hermoso. Quizás pueda hacer algo y entregárselo antes de que lleguemos al mar. Sonrío con más timidez que alegría y les digo que me encantará volver mañana. Salgo del carruaje y es como si saliera a otro mundo. Un mundo sin perfumes ni pastelillos pero con agua y aire. No dejo de tocarme la pulsera mientras camino.

Afuera, Lucos y Sando me esperaban inquietos y curiosos. La noche es hermosa, las estrellas tan brillantes como las piedras que adornan la pulsera. Resplandores rojizos en la noche al pie de las hogueras.  Al poco Lucos se unió a una nueva partida, le acompaño, se sienta otra vez a perder. Ni siquiera lo entiendo a él. Ni nada de lo que me rodea, me siento ajena y preocupada. Un tipo debió soltar alguna inconveniencia, tal vez hacia mí, y Lucos, pendenciero por naturaleza, le contestó bruscamente. Otro soldado calmó los ánimos, escanciando de vino la copa de mi amigo. Este no bebió, rara vez lo hacía cuando jugaba; absorto en los dados, asistía impasible a su sempiterna mala suerte. “Algún día cambiará, seguro. Llegaré a un lugar donde la buena fortuna me salga al paso”, suele decirme. No puedo sonreír al ver a Lucos pelearse, ni puedo sentirme tranquila al saber que otra vez perderá a los dados. A veces me parece más niño que Sando y siento ganas de revolverle el pelo y decirle que sí, que la suerte vendrá a buscarlo. De todas formas él lo cree, es lo extraño, que realmente lo cree.

Sando me pidió dar un paseo, quería mojar sus pies en la orilla del río. Cuando nos marchábamos, Lucos me tendió la bolsa con el dinero adelantado por Kerkan, una buena parte quedaba todavía.

-Mejor guárdalo tú. Si lo necesito te buscaré. No te alejes demasiado.

Luego, una ancha sonrisa se extendió en su curtido rostro:

- El mar intimida, Aswarya. Es tan enorme, y nosotros tan pequeños a su lado. Es azul, verde, gris, negro. Los rayos del sol se reflejan y destellan en mil irisados puntos distintos. El amanecer en el mar es lo más hermoso que he visto jamás. Cuando lo contemplé por primera vez, me dije que ya podía morir. Cruzaremos el Mar de Vilayet, hasta Hyrkania, al este. Más allá se extiende el misterioso oriente. Dicen que en Venyha,  los hombres crían las serpientes como nosotros al ganado, las domestican y las hacen bailar.

Le devuelvo la sonrisa. Y él, antes de regresar a sus dados, añade algo más:

- Estoy contento de viajar contigo –poco habituado a mostrar sus sentimientos, no dijo más. Me sentí confusa, conjugando temor y alborozo en mi corazón.

Sando y yo nos alejamos hacia el río. El niño chapoteó en el agua, cálida, atesoró durante todo el día el calor ofrecido por el arrogante sol de esta tierra, tan diferente al pálido y taciturno de mi país, allá en el lejano norte. No está fría, y eso, por contraste, me trae recuerdos de los ríos que bajan de las montañas, gélidos, aunque el sol los caliente. Pero nuestro sol no es este sol. Nuestro aire no es este aire. ¿Lo echáis de menos? Si pudiera estar sola un rato intentaría hablar con vosotros. Tal vez es lo único que necesitáis, tan lejos del hogar. ¿Por qué los espíritus no descansaban? Miré alrededor, paseando por la arena tibia, con Sando de la mano. Tal vez un poco más lejos podría contactar con ellos, entre las sombras del follaje, entretanto que el crío jugaba con las piedras y el agua.

- Lucos dice que el mar es como mirar la tierra y los árboles y ver solo agua y agua. Que hay barcos grandes y los hombres luchan como en las batallas sobre la tierra. ¿Tú cree que Lucos se inventa todas las historias? A mí me gustan. También me gustas tú, Aswarya.

-Me gustan las historias de Lucos -concuerdo-. Y también me gustas tú, Sando. No importa si son verdad o no, mientras sean emocionantes y hermosas. Y el mar lo veremos pronto. Sí, llegaremos pronto. Acerquémonos a ese bosquecillo, parece tranquilo.

Sando disfruta de la noche aunque este no es lugar para un niño. Me preocupa no poder dejarlo en un lugar adecuado, seguro, un lugar donde no vaya a sufrir. No sé si encontraremos un sitio así. Le revuelvo el pelo mientras andamos, tiene los pies mojados del río y deja pequeñas huellas sobre la arena. La noche debería ser tranquila pero yo me siento inquieta, los huesos del cinturón parece que se mueven solos a cada paso que doy. Nos alejamos un buen trecho, un bosquecillo se abría en la oscuridad iluminada por una soñolienta luna y junto con Sando fui a echar un vistazo pues parecía el sitio idóneo para mis propósitos. Fue entonces que me llegaron retazos de una conversación, el idioma me resultaba familiar, lo dominaba con cierta soltura. Voces. Las entiendo. Qué extraño es oír voces que entiendo. Oculta tras los matorrales y al amparo de la noche, escucho la conversación. Un viento helado parece atravesarme con cada palabra que oyen mis oídos. Me llevo el dedo a los labios y con la otra mano le tapo la boca a Sando. Me comprende perfectamente y está asustado. Se abraza a mí, y eso me reconforta. Como si ya no estuviera sola. Aunque lo que oímos sea peligroso. Aferra con fuerza mi mano,  los ojos muy abiertos


jueves, 26 de abril de 2012

hay muchos traseros que patear 35



Anette no hubiese dudado en golpear a Carlo ante la rebeldía que esgrimía, pero la imprevista intervención de Yamec dejó en suspenso ese nuevo conato de insubordinación. Luego, las decisiones de Benley dejaron perpleja y atónita a Anette; no podía creer lo que oía, ella, que en todo momento le había apoyado. Rivers tenía claro que algo no funcionaba como era debido en el cabo y Dillon también se sintió estafado, apenas pudo esconder su irritación. El cabo respondió:

- Pero qué dices, Dillon? ¡¡Desertando!! Unos se quedan, otros, reciben órdenes de que se oculten estratégicamente en las cercanías, no estoy dividiendo la unidad. ¿En todo tenéis que ver algo raro?

Anette:- Eso es camuflar la verdad, Benley. Algo te ha hecho ese maldito Yamec, a ti y a Viviana, os ha engatusado, hipnotizado o yo qué se.

Sandro: - Antes a eso se le llamaba lavado de cerebro; o comerte el coco.

Anette:- Gracias por la aclaración pero cállate de una puta vez, quieres Sandro?! Escucha Benley, voy a aplicar el artículo 25 *. Si esto acaba bien todos estarán de acuerdo conmigo en que debes ser relevado del mando provisionalmente. Esta vez sí, no por incompetencia sino porque hay algo que te está afectando. Por tu bien, por el de todos.

Benley:- ¿De qué hablas? ¡Vete a las colinas ya, soldado! - Anette obedeció con chispas en sus ojos. Benley acababa de perder una aliada.

Se quedaron todos, incluido Carlo, a excepción de Helen, Sandro y Anette. Dillon cesó en su dialéctica con Yamec que no conducía a nada, no al menos ahora. Y Simo? Varios de sus compañeros le dieron la vuelta a su idea para desesperación del francotirador que se apresuró a aclarar las cosas; confiaba en haberlo conseguido. De cualquier forma, la diezmada unidad iba de mal en peor. Lo mejor que pudo suceder para aliviar la tensión fue entrar en combate.

...

Cuando este se inició pronto todas las instalaciones mineras exteriores se llenaron del sonido del tableteo de las ráfagas de metralla y los gritos de hombres y mujeres. Cada uno se buscó la vida rápido, logrando posiciones ventajosas y abriendo fuego contra el enemigo. Benley gritó órdenes, cuando ya Dillon y Rivers pasaban a la acción. Simo se ocultó tras una montaña de detritus junto a uno de los rebeldes. Viviana más allá con Benley. Carlo saltó al otro lado del puente repiqueteando su rifle. El grupo de Yamec obraba en consecuencia. Los soldados que acompañaban a los dos sintéticos fueron barridos rápido, a pesar de reaccionar pronto, no pudieron repeler la agresión, no ya de los rebeldes, que demostraron buen entrenamiento, sino del imprevisto con el que no contaban, los marines. Con todo, uno de los soldados acertó con su arma y mató a uno de los Guerreros de la Fe.

La nave no solo vomitó hombres, también un par de proyectiles que volaron el puente. Pero no aplastaron con todo su potencial bélico los edificios, quedaba claro de nuevo que los querían vivos, o al menos a Yamec. Los blindados abrieron fuego una vez cada uno, y dos edificios cercanos fueron destrozados; cientos de cascotes y llamas azul-doradas de quince metros se alzaron al cielo crepuscular. Simo no escuchó la voz de Helen pero empezó a disparar igualmente: los enemigos caían, no eran sintéticos, sino hombres de carne y hueso. Humanos de toda la vida. En cuanto a los conductores de los transportes era imposible debido al blindaje.

En los auriculares sonó la voz de Benley, con unas indicaciones precisas: tomar la nave, deshacerse de los dos vehículos de asalto de cierta similitud con su viejo M511. Ordenó a Helen y compañía que fuesen aproximándose al transporte, y a Rivers, que soltaba su particular regaló en amplias ondas de derecha a izquierda, que fuese a por el lanzamisiles. Dillon propuso cazar uno de ellos, Viviana zigzagueaba, Benley y Carlo corrían y disparaban; Simo les daría el apoyo suficiente a larga distancia.

Dillon encestó y vio volar a uno de los supervivientes de los recién llegados que quiso hacerse con un cañón. Un destello anaranjado luminoso desde una de las paredes de la montaña brilló medio segundo y uno de los blindados explosionó como un melón destrozado por una maza. Poco después el otro también fue alcanzado con las mismas consecuencias, y una docena de soldados mutilados con la cabeza o el vientre reventados se desparramaron en la planicie de altas y dispersas dunas. Luego, al momento casi, allá donde el fulgor apareció, un misil perforó la montaña dejando a su paso un cráter enorme. Cuando Rivers regresó con el Sadar corrió aprisa hasta caer junto a Dillon, para ver la humareda que quedaba en torno a los dos blindados.


El arma inteligente de Helen y la ametralladora de Anette, dejándose caer desde otro de los extremos, barrieron una amplia zona junto a la nave, masacrando a los soldados. Sandro no se quedaba corto y aportaba su granito de arena. Lo mismo que Carlo que llevaba unas cuantas bajas en su haber, o Simo, regular, paciente y eficaz desde su escondrijo. Un par de rebeldes fueron muertos por las detonaciones y fuego enemigo.

Quedaron evidentes varias cosas: los asaltantes no habían contado con la reacción de Yamec; no se trataba de sintéticos, sino tropas regulares, ni siquiera especialistas. Y por último, sería la última cosa en la galaxia esperar a un equipo de MC allí. Pero lo más diáfano a la vista de cualquiera es que habían pecado de una confianza excesiva. Sin comerlo ni beberlo, de supuestos gatos se transformaron en cuestión de minutos en ratones.

Algunos pocos soldados se reagruparon y escondieron entre los edificios en ruinas y las dunas. Otros ascendieron de nuevo a las tripas de la nave, en conjunto no más de quince, de los aproximadamente cuarenta-cincuenta que descendieron. Una bala casi le vuela la cabeza a Rivers. Benley y Carlo avanzaron, a cubierto en un pequeño talud no lejos ya de la nave. Rivers y Dillon maquinaban un plan agazapados y ganando terreno. Por la otra banda Helen y los suyos lograron llegar hasta la mismísima rampa de desembarque. Anette había sido herida en un brazo pero danzaba como el que más cubriendo la bestia de Sandro que ya asaltaba la nave subiendo la rampa disparando ráfaga tras ráfaga. Detrás, Helen con el pesado armatoste. Los rebeldes demostraron que tenían dientes y sabían enseñarlos, en particular Nela y el tipo malencarado, los más avanzados de su grupo, una duna a una docena de metros delante del médico y Rivers.

Viviana había sido enviada a ocuparse de Jane y Joe, evacuados y ocultos junto con la embarazada, el bebé y los dos heridos y un par de rebeldes que se quedaron con ellos en otra zona más alejada del perímetro y a cierta profundidad en las montañas. Toda una suerte o mejor precaución, pues alguien dentro de la nave decidió que era hora de exterminarlos a todos. Haces de luz blanca intensa relampaguearon y cinco misiles impactaron uno tas otro en las dependencias de la abandonada mina. Fue como si el mundo se viniese abajo, truenos ensordecedores propios de una hecatombe. Nada que no conociesen ya todos los presentes. Las ruinas fueron despedazas como si un animal de garras gigantescas las desmantelase.

Los proyectiles sembraron un campo de destrucción y muerte a su paso. Al poco un cañón de plasma encendió de violeta y amarillo eléctricos una zona cerca de Simo, lo que fue un hombre ahora era un amasijo de vísceras carbonizadas que cayó sobre él. Crepitó la voz de Benley: - Anette, Helen, Sandro, ¡¡adentro!! ¡Las baterías! Los demás, adelante, salid de ahí.




OFF

* El artículo 25 (que ni idea qué numeración tiene), es aquel que habla del relevo del mando si el oficial o suboficial muestra síntomas susceptibles de enajenación mental o incapacidad para obrar como se espera de él o una grave y acusada distorsión en su comportamiento. Se necesita apoyo suficiente para esto y se corre el riesgo de enfrentarse a un consejo de guerra si se considera tras un examen detallado y minucioso de los acontecimientos si cabe la posibilidad de haberse convertido en un motín.


El lanzamisiles lo tenéis, recordad que cargasteis con varias cosas al dejar vuestro vehículo.




Helen


Helen iba con el armatoste, cubriendo las espaldas de Sandro y Anette. Sandro, en cierto modo, parecía disfrutar matando como el psicópata que muchos sospechaban que era. Y Helen no sentía nada. Parecía tener en sus ojos algo similar a la compasión. Ello era debido en que pensaba por quién o para qué mataba aquella gente. Le daba la sensación que aquella nave y su tripulación solo era una pieza más de un ajedrez intangible, y ahora esa pieza caía ante ellos. La mano que movía a aquellos hombres era sin duda alguna despiadada, un movimiento cuya única finalidad podría ser únicamente saber si estaban armados, o simplemente hacerle saber a Yamec y su gente que fuera donde fuere lo sabrían y lo perseguirían, con implacabilidad, y con fuerzas infinitas ya que la Weylan tenia dinero de sobra para comprar a cualquiera que tuviese un precio.

Entonces entendió que Yamec no tenia precio, no para la Weylan. Tenia otro precio que la Weylan no podía pagar, y aunque Ghost no podía entender como la fe podía mover a un hombre así, si podía entrever porque aquellos hombres seguían a Yamec. Justo en la rampa surgieron en su mente artificial todas esas cosas. El siguiente paso era tomar la nave. Aunque Helen se preguntaba si la carnicería que estaban haciendo solo seria una pantomima para estar donde la Weylan quería que estuviesen. "A caballo regalado, no le mires el diente" se dijo. Todo dependía de lo difícil que resultase tomarla. Y una vez tomada ver que sorpresas del futuro aguardaba. "Con un poco de suerte veré a mis hermanos pequeños en alguna cuna" pensó mientras intentaba divagar como habrían cambiado los sintéticos de combate. Viviana allí dentro disfrutaría, de eso no le cabía duda. Pero antes había que quitarse los problemas de encima. Y matar era su oficio.

- Anette usa tu instinto para ir a la cabina de mando, hay que evitar esos cañones de plasma disparen lo antes posible. - dijo por el comunicador. - Sandro, no te separes de Anette. Voy detrás cubriéndoos.




Simo Kolkka


Dentro de la cabeza de su primer objetivo le esperaba otra sorpresa. Ni cables, ni aceite para coches, ni nada por el estilo. Solamente sangre y cerebro. Había dejado al pobre diablo sin un trozo de cabeza. No quedaba lugar a dudas, eran completamente humanos. No entendía nada. Solamente que los parámetros de la misión seguían siendo los mismos, matar muchos hombrecillos a medida que salían de la nave, ya que no estaba en su mano frenar los transportes. Por suerte alguien se encargó de aquello. Solo levantó la vista de mira telescópica para ver pasar a Rivers con el Sadar. Eso si que eran buenas noticias. Las posibilidades de caer por fuego amigo se acababan de triplicar. Bueno... hoy es un buen día para morir. Siguió disparando, mecánicamente. Era la única forma de hacerlo, como si fuera un videojuego. Aquellos tipos a los que disparaba no tenían historias. No tenían familia, ni un pasado, ni un futuro. Solamente una bala para cada uno. Era importante reservar munición. Seguro que ya no las hacían como antes.

Escuchó las nuevas indicaciones de Benley. Irrelevantes. Conocía su papel. Se quedaría allí y cubriría al grupo. Eran suficientes allí abajo, y por muy buen tirador que fuera en espacios cerrados, era mucho más útil a aquella distancia. Se centraría primero en lo que retrocedían hacia la nave, con el objetivo de dejar la menor resistencia posible. Una vez los perdiese, intentaría llegar a los que decidieron esconderse. Era obvio que no estaban preparados para mucho mas que un ataque relámpago. Podía imaginárselo. Una vez hubiese caído Yamec, todo habría acabado. Pero ni el fanático era tan inocente, ni ellos estaban allí haciendo turismo. Pero el enemigo aún tenía algún as en la manga. En cuanto vio las luces psicodélicas a su alrededor se agazapó, buscando la mayor cobertura posible. Cuando consideró prudente abrir los ojos, se encontró con que el rebelde que había estado a su lado estaba esparcido encima de él. Se levantó y se apresuró a salir de allí. Una vez estuviese lo suficiente lejos volvería a buscar cobertura, en busca de los enemigos que se habían escondido. Si no tenía ningún objetivo claro echaría a correr hacia la nave, con precaución de no ser un blanco demasiado claro en ningún momento.





Jake Rivers


Hace mucho que no tomaban parte en una buena batalla, hasta cierto punto lo echaba de menos. No se trata de sintéticos de combate al parecer, son como Helen. Aún así sabe que Ghost es bastante eficiente combatiendo, conviene no confiarse en absoluto.

Comienza a disparar y a cubrirse cuando se da cuenta de tener un compañero al lado, Dillon. El médico encesta una granada dentro de un blindado. –Buen tiro- dice con cierta admiración al ver los efectos del explosivo. –Creí que lo tuyo era más bien el lanzallamas, pero me alegra que domines las armas más mundanas- añade sonriendo mientras asoma para lanzar otra ráfaga.

Los combatientes modernos le decepcionan en gran medida. Supone que no esperaban encontrar una resistencia bien organizada, además se están conteniendo, es evidente. Deben estar intentando atrapar a Yamec con vida. Una gran ventaja para ellos, siempre es agradable cuando el enemigo se esfuerza menos en matarte. Afortunadamente la unidad Sigma carece de ese tipo de reparos. A ellos les importa bien poco tirar a matar, llevan años haciéndolo. En algún momento debieron sentir remordimientos, ese momento queda atrás, o quizás han aprendido a guardarlo para los momentos de introspección, cuando están solos y deben enfrentarse a sus propios diablos.

Prosiguen intercambiando disparos, venciendo, avanzando… hasta que ocurre lo que tenía que ocurrir. Uno no trae una nave de esas dimensiones, bien armada, para dejarla parada en mitad del campo de batalla. Los misiles comienzan a volar entre el campo de batalla mientras el cañón de plasma se ocupa del resto de objetivos. Necesitan la nave entera, y sus compañeros van a tomarla, pero también les sería conveniente sobrevivir hasta ese momento. El SADAR no podría destrozar la nave aunque se lo propusiese, no obstante podría reducir la ventaja. Rivers se cubre y mira a Dillon. –Ni los misiles ni las granadas atravesarán el blindaje de ese monstruo- el médico lo sabe tan bien como él. –Solo podríamos intentar alcanzar puntos vitales de la nave, pero entonces la dejaríamos inservible-. Para Rivers es importante hacerse con la nave. Eso significa poder tomarse más tiempo para intentar dar con el sargento. –Podemos disparar contra el armamento, pero si disparo contra el cañón de plasma nos fulminarán con los misiles, y si disparo contra los misiles adiós nave, nosotros, y la mitad de esta maldita roca-. Ese último detalle es importante, no pueden alcanzar cualquier blanco gratuitamente, de nada sirve exterminar al enemigo para caer junto a él. –Desactivaré el sistema de calor del SADAR para que dispare recto, sin guiarse, y me moveré a una posición desde la que pueda ver la antena del radar. Si lo destruyo perderán los misiles- Necesitan guiarlos de algún modo y el calor no es el más indicado para armas de un calibre tan grande, no conseguirían alcanzarles a ellos sino a los amasijos que son ahora los blindados –Entonces aún quedará el cañón- le pasa a Dillon las granadas que le quedan –Esta vez no necesitas encestar, con calcular bien el tiempo y hacerlas explotar al lado bastará. No creo que taladren el blindaje pero si harán el bastante daño para dejar inservible el cañón. La antena del radar puede repararse luego, y podemos prescindir del plasma. Ellos se quedarán con un armatoste entero con el que ya no podrán luchar. Los demás deberían tener tiempo suficiente para evitar que despeguen-

Eso es todo, algo fácil y sencillo, al menos de decir, porque hacerlo es bastante más complicado. – ¿Alguna idea mejor?




Dillon Frost


La batalla petardea en sus oídos igual que tambores tribales del África profunda. Siente como su alma se estremece con cada explosión y como su mente le insta a tirarse al suelo y a no levantarse hasta que todo pase. Hasta que todo se solucione. Tiene miedo. Vienen a matarles. No saben quienes son pero lo harán. Siempre es así. Desconocidos que se matan. Le da cierto pavor. Su primer asesinato no fue en una guerra. Conocía a la víctima, tenía motivos. Era algo personal. Aquello era frío, aséptico, no había color. Se mataban...porque estaban en el sitio equivocado. Y que quisieran matarle con tanto ahínco le asustaba. No, le acojonaba. Porque demostraba cual era la naturaleza humana.
Por supuesto no se tiró al suelo ni se estremeció. Era un marine. Era Dillon Frost. Estaba rígido como un bate de béisbol, dispuesto a romper cráneos. El miedo latía a con su corazón y el pánico era aspirado con cada nueva bocanada de aire. No dejaba que le controlase. No era nada. Solo una idea más en su cabeza. Sobrevivir. Matar. Usar todo lo que tenía a manos. Vivir para ver un nuevo día. Eso era más importante. No quería luchar por Yamec. Tampoco por Benley. Ahora había visto que tenía algo de rata. Y a él solo le gustaban las ratas en el rancho que comían. No tenía más opción. Ya pensaría en lo demás más tarde. Era lo único bueno que tenía la lucha. Te desconectaba de todo. Los problemas, la familia, los amigos, el amor...allí no había cabida para esa clase de mierda. No le dabas vueltas a nada. Solo a la batalla, a sobrevivir. Si, para pensar en esas mierdas. Pero mientras luchabas, eso era lo importante. No pensar, solo guerrear. Esos bastardos habían elegido mal el momento en el que atacar.

No tuvo que hacer mucho. Las balas de sus compañeros danzaban el vals de la muerte mientras que Rivers, a la percusión, sentenciaba cada canción con espectáculos de luces. El estribillo y Helen y la nota discordante, Simo, siempre dando el cante, errático pero perfecto. No había melodía sin él. Él, solo una granada. Un mero gesto, un lanzamiento. Explosión y carne quemada. ¿Cuántos hombres habían muerto por que él había alzado el brazo? Una personal normal alzaba el brazo en el bus o para coger un producto de un macro mercado. Eso no mataba a nadie (generalmente). Ellos si. Eran marines. Pestañeaban y barrían la zona. Pobres diablos.


Rivers le felicitó por su tanto. Los psicópatas son así, se alegran de la muerte. No, no era justo con él. Solo era un guerrero. Él no lo celebró tanto. Matar no estaba bien. Algo dentro de su humanidad se lo decía. Seguía haciéndolo porque se le daba bien. Porque no había más opciones. O eso se decía. Si se alegraba de seguir vivo. Tenían cosas que hacer. Muertos no podrían hacerlo. Así de simple. Supervivencia. Ellos eran expertos en ese juego.
-Los estamos masacrando.-Comentó.-Igual que hacer una tortilla.-Era muy triste ver como caían. El chapuzas de su oficial había organizado una incursión relámpago. Yamec los había descubierto. Primer error. Ellos estaban allí. Segundo error. Y estaban de mala leche. Tercer y último error. Se quedó allí, parapetado, echando un ojo de vez en cuando. No tardaron mucho en sacar la artillería pesada. Misiles, plasma. Estaban desesperados. Querían vivo a Yamec. Otro punto a favor. Solo hubiera sido peor si sus enemigos hubiesen decidido disparar con sus culos.

Escuchó a Rivers. Quería dejarles ciegos y mudos. Si les quitaban la artillería ¿Qué les quedaría? Solo carne para sus balas. Asintió.

-Hablas demasiado. ¿Quieres convertir su nave en una bañera? Me parece bien.-Cogió las granadas. Las iba a necesitar.-Me acercaré un poco. No soy tan buen lanzador como crees. Lo de antes solo ha sido suerte.-Y así había sido. Iba a necesitar algo más para inutilizar el cañón. Se señaló la cabeza.-Procura mantenerla en su sitio, Rivers, aún no sé como coserlas.-Tiempo al tiempo.
Cuerpo a tierra, empezaría a moverse*. Reptando, entre la tierra y la sangre, cuando fuese necesario. No se molestaría en devolver el fuego. Se preocuparía de avanzar y de quedar bien cubierto. Si alguien representaba una molestia Simo se encargaría de él. No debía haber muchos, Benley había dado órdenes de tomar la nave. Y Sandro si era un psicópata. Podía haber algún enemigo perdido. Si estaba cerca se limitaría a freírlo. El lanzallamas era un arma formidable. Solo tenías que barrer la zona, igual que con una manguera, y alguien salía ardiendo y aullando de dolor. No necesitaba emplearse a fondo.
Se acercaría al cañón. Programaría una de las granadas. Un tiempo prudencial. Echaría todas en la bolsa. En su recorrido quizás se hubiese topado con algunos guerreros de la fe. Les pediría sus "santas" granadas para hacer algo "divino". Luego se concentraría y su brazo de hierro arrojaría una bolsa bastante cargada hacia el cañón de plasma. Desfiguraría el cañón de una forma u otra. Un movimiento de brazo, nada más. Un hombre en una cantina que se estira para coger un periódico, un niño que quiere llegar al frasco de galletas de encima de la mesa. Un gesto similar. Coger un frasco lleno de dulces. Un marine no necesitaba más para sembrar la destrucción.




Simo Kolkka


Escuchó la conversación entre el médico y el carnicero a través del transmisor.

- No es que me parezca divertido esperar a que nos acierten con los misiles, pero si queremos capturar la nave, quizás el no volar su arsenal sea buena idea a largo plazo. Vosotros veréis.



Helen McFersson

 (Anexo)


Tras oír a sus compañeros mientras está subiendo la rampa Ghost se alarma cuando algunos de ellos hablan de neutralizarla. Conociendo el poder del SADAR, la piloto se ve impelida a intervenir justo después de que lo hiciese el francotirador.

- Por no mencionar de que caben muchas posibilidades de que el transporte del que hablaba Yamec fuera esta misma nave. Y, en el peor de los casos, si nos encontramos con más insectos con el armamento de la nave podemos hacerlo en un plis plas. ¿Dónde tenéis la sesera? Vamos marines, hay que limpiar el interior de la nave antes de que se den cuenta que estamos dentro y decidan largarse.



martes, 24 de abril de 2012

Al sur de Hiperbórea. El Mar. 4




El camino serpenteaba entre prados verdes y bosquecillos de chopos y álamos que crecían gracias al hálito de vida que les insuflaba el río cuya corriente seguía casi en paralelo. A la izquierda se abrían hasta el infinito las estepas polvorientas de tierra y aire cálidos y secos, y a poco más de tres kilómetros a la derecha el Nezvaya de monótono andar y calmosas aguas los acompañaba. Habíamos decidido aceptar la oferta que nos ofrecía aquella partida de soldados y Lucos se mostró de acuerdo conmigo, o yo con él, asintiendo con la cabeza y de buen humor. Sin embargo, mientras cabalgaba junto a él, la sensación de peligro que me transmitían los espíritus no cesaba de rondarme; se mostraban inquietos, agitados, y la desazón que sentía mi corazón no hizo más que acrecentarse conforme el día avanzaba y el sol perdía brillo en su diario viaje por el cielo. Hice partícipe a Lucos de mis preocupaciones,  las tomó en cuenta, como siempre hacía, pero no respondió.


Mi compañero conversaba con Kerkan en una lengua que no entendía. Parecía una charla relajada, más bien preguntas y contestaciones de ambos que un diálogo sostenido. Son extraños estos hombres, pero puedo caminar con ellos. A veces me sorprendo intentando descifrar su extraña lengua, sin recordar que ellos tampoco hablan la mía. Si estuvieran en medio de mi pueblo se sentirían igual que yo. Caminarían por montañas y echarían de menos el calor.

Ellos están nerviosos, los espíritus. Lo están desde que nos unimos a estos hombres. Me rodean. Me tocan con sus manos. Siento su aliento. Me alertan del peligro. ¿Pero de qué peligro? Ahora estamos más a salvo que antes. Deberíamos estarlo. Quizás nos espere lejos ese peligro. Quizás lo llevamos con nosotros. Si pudiera alejarme y pasar una noche hablando con ellos sería más fácil. En soledad. Pero no puedo alejarme, eso también sería peligroso. Estoy entre extraños y sólo puedo buscar a Lucos para hablar con él. Lo intento, sin embargo no sé si lo entiende. Los espíritus son algo difuso que a él no pueden tocarle, aunque sé que los respeta.


En un descanso a la sombra de unos altos árboles de amplias hojas alargadas, que nunca antes había visto, Lucos me confirmó que escoltaban a Zawinnia, princesa destinada a casarse con un alto dignatario aristócrata de Hyrkania, así que deberían cruzar el Mar de Vilayet. Un largo viaje, desde luego.


- ¿Qué te parecería conocer y navegar en ese mar, Aswarya? –Me preguntó Lucos-.

Lucos me habla del mar y me estremezco. Es algo que quiero ver, sí, quiero verlo. Si he llegado hasta aquí. Si estoy tan lejos. Al menos quiero verlo. Lucos me cuenta historias. De ese Mar al que quiero ir, conocer. Me cuenta que llevamos a una mujer hasta su hombre. Qué extraño un viaje de tantos días para llegar hasta tu hombre. Es más normal viajar juntos, como yo viajo con Lucos. Aunque él no es mi hombre, pero me siento segura cuando tomo asiento a su lado y apoyo la cabeza en su hombro. Días atrás no pensaba igual, voy conociéndolo mejor, alma de aventurero, de hombre libre. Segura y tranquila. Los demás no son así. Los ojos de los demás miran de otra forma, me incomodan.

-Sí, me gustaría ver el mar y navegar -le respondo a Lucos-. Me gustaría mucho.

La jornada avanzaba sin imprevistos, el viento agitaba las copas de los árboles y susurraba quedo. Las miradas de los soldados caían a menudo sobre mi cuerpo, y me preguntaba de dónde procedía la sensación de alarma: de los bandidos, de estos mismos soldados, de esta tierra extraña. En otra parada Zawinnia descendió de su lujoso carruaje, protegido por cuatro corpulentos jinetes de piel oscura y rostro tatuado, acompañada de sus dos doncellas. La princesa es de corta estatura, delgada, de anchas caderas y abultados senos, lleva unos bombachos de seda azul, una corta blusa adornada de oro y plata, que deja al descubierto su estómago y ombligo, muy escotada sobresaliendo una gran perla negra que cuelga de su cuello, y cubre su rostro con un velo blanco. Sus ojos, negrísimos, igual que la larga cabellera ondulada, se detuvieron un momento en mi, en ellos vi brillar la curiosidad y la inquietud cuando posó su mirada en los míos.

Sus doncellas, algo más altas que ella, vestidas de la misma forma, la escoltaron hasta el río con los cuatro aguerridos guardias. El resto de hombres las miraban de soslayo, a escondidas, prudentes. Lucos también las miró, en particular a la princesa, sin ocultar su observación. Pero no distinguí en esa mirada un deseo en particular ni la intensidad con la que brillaban sus pupilas cuando danzaban en las mías. Recordé una conversación con él, cuando me narró, en breves palabras, que tuvo amantes, mujeres a las que creyó amar y ellas a él, siendo no más que el deseo de la carne en realidad. O fulanas con las que compartió una noche, dos, y una botella de vino. Él pensaba que existían hombres y mujeres, pocos, que se distinguían del montón por alguna cosa en particular, que su aura destellaba por encima de los demás. Él mismo no tenía nada destacable pero creía que yo sí, sea porque no había conocido otra mujer de mi raza, sea porque de veras guardaba en mi ser la llama que me hacía diferente y, según él, superior. Yo negaba con la cabeza, confusa, inquieta, temerosa.

Cuando Zawinnia bajó del carruaje correspondí a su curiosidad con la mía propia. Muestra su cuerpo pero oculta su rostro. Es tan extraño. La rodean como a una joya preciosa. Todos la miran, incluso Lucos. Siento una punzada de celos, como si él fuera mío, como si tuviera derecho a sentirla. Solo es una punzada y pasa pronto, cuando veo que su mirada resbala y no se detiene. Pero está ahí y me preocupa. El deseo de la carne es controlable, los sentimientos no lo son. Los sentimientos son peligrosos, te nublan. Intento no pensar en ello.




Al anochecer se montó el campamento. Cuatro días más, tal vez cinco, de travesía y alcanzaríamos el mar. Antes nos toparíais con poblados y aldeas de cierta relevancia y el comandante tenía el pensamiento de cruzar el río al día siguiente en un punto donde existían barcazas dispuestas para ello, ya que en la ribera sur, a otro día más de viaje, se encontraba una guarnición del ejército turanio. El mar, el mar, pronto, muy pronto. Me siento nerviosa al pensar que voy a cruzar el río. Ya solo eso me pone nerviosa. ¿Cómo será cruzar algo tan grande como el mar? O a lo mejor no es tan grande, muchos exageran. Lucos lo hace para hacer más interesante sus historias y no me importa. Me gusta sentarme a su lado y que me cuente sus aventuras. Ahora habla menos, juega a los dados con sus amigos. Yo me siento a su lado, a disfrutar con sus victorias y lamentar sus derrotas. No me gusta como me miran, a veces, y pienso en ponerme un velo como la dama velada. No oculto el alma, porque el alma está en los ojos pero sí el rostro que tanto parece llamarles la atención. Ocultar mi cuerpo con pieles y mi cabello dorado entre telas oscuras. A veces siento que aún así me mirarían.

Lucos se pone a jugar con Sando, y me pidió que me uniera a ellos. Sonrío, pero niego con la cabeza. No dejo de notar que algunos hombres contemplan de forma muy descarada mi esbelta y salvaje belleza. Las fogatas ardían en la tierra, reflejo pálido de la miríada de estrellas que nos cubre allá arriba en la oscuridad sin fin. Los hombres comían, otros revisaban el equipo y los caballos, se distribuían las centinelas. Unos pocos se reunieron en corro, algo en lo que reparó Lucos. En ese momento una de las doncellas, acompañada de uno de los altos guerreros, se presentó y me dijo que la princesa deseaba hablarme. Me sorprendió, o quizás no. Soy extraña. Todos me ven extraña. Tal vez no le guste que trabaje para ella. Me levanto sin protestar y voy a su encuentro. Quizás el peligro del que me advierten viene de ahí. Te dejaran aquí y no verás el mar, quizás los espíritus me dicen eso. O quizás no quieren que cruce el mar. Acompañada por Lucos y Sando, caminé indecisa hasta el carruaje y me sumergí en su interior, quedándose ellos dos afuera.


El interior de la carroza era tan espléndido que un cálculo por encima diría que con el valor de lo que había allí, una familia podría vivir holgadamente durante tres generaciones. Me quedé atónita, asombrada: sedas, telas de una textura y suavidad inauditas, cojines bordados en oro y plata, joyas, bandejas argénteas, copas, vasos y vasijas de fino cristal. Me ofrecieron una bebida, la llamaron te, miel, leche y pastelitos. La princesa llevaba ahora un vestido morado, largo, y el velo sobre la cara. Me senté frente a ella y a su lado estaba la otra doncella. Todo es extraño y hermoso dentro del carruaje. Y rico. Las mujeres amables. Me siento y las miro, sin entender nada.

Zawinnia me habló en su lengua, que guardaba cierto parecido con la mía en cuanto a tonalidad, aunque no tan áspero y duro como mi idioma. Su voz era juvenil, hablaba deprisa, uniendo unas frases con otras. Me pareció que debería ser más joven incluso que yo. La dama empieza a hablar y no la entiendo, su voz es muy joven. Demasiado joven. Demasiado rápida en su habla. Cojo la taza que me ofrecen, sigo sin comprender hasta que al cabo terminó y una doncella me tradujo:


- La prinzessa te invita a que comas pasteles, buenos y zabrossos, tú prueba. Queire saber de donde prozedes, le fassina tú, tu piel, tu cara, y tus ropa, y ese rraro zinturón. Nosotras no vemos gente como tú, zabemos poco de mundo exterior. Tú le produzes senssazión extraña, atraes y a la ves inquietas. Pero queire saber cosas. Que hables de tuyos y porqué llevas ese zinturón de husos. A dónde viajas y para qué. Ella pensaba que tú ser esclava de hombre pero ahora cree con lo que ver y escuchar que no es así. Desea también tocarte, zolo brasso, cara.

Cuando la doncella traduce oigo su voz arrastrada, con ese acento que ya he percibido en los soldados. Hablar, quiere que hable. Y quiere tocarme. Quiere tocar mi rostro pero ella no muestra el suyo. No me gusta que me toquen.

-Vengo del norte -le digo- Allí todos son como yo. Yo os veo extraños a vosotros... El cinturón es… mi familia, lo que he dejado atrás.

Lo que no he dejado, realmente, pero ellas no lo entenderían.

-Viajo para ver el mar –continúo. Era cierto, y es mejor que decir que viajo porque no tengo un hogar donde quedarme-. A mi me resulta extraña vuestra piel y vuestros ojos. Y el velo que oculta vuestro rostro. Somos de lugares distintos.

La princesa habló otra vez y de nuevo su sirvienta me tradujo sus palabras:

- Pregunta que si guerrero contigo ser tu hombre y niño hijo. Es hombre apeusto, fuerte, tienes suerte. Ella no sabe azpecto de marido en futuro ni nombre todavía. Es la tradizión de familia, solo sabemos que fvive más lejos que Gran Mar. ¿Tú venir a Gran Mar entonces, zsí?

Me sorprende que no conozca a su hombre. Me sorprenden tantas cosas. Ni su nombre conoce. ¿Y si al verle no siente la punzada del deseo? Pero esas son preguntas que pueden ofenderla.

-Sí, tengo suerte con Lucos -no quiero decir que no es mi hombre, no quiero mentir pero tampoco quiero decirlo. No quiero que lo sepa.- El niño no es mi hijo, su familia murió y nosotros buscamos un lugar donde dejarlo a salvo. Me gustaría ver el Gran Mar, nunca lo he visto. Espero viajar con vosotros hasta él.

Sorbí un poco de la bebida; amarga y dulce a un tiempo.

-Soy difirente, pero real -añado, y extiendo la mano para que pueda tocarla. Sólo un segundo, la retiro pronto. Me gustaría saber si está sonriendo o si está enfadada. Sus ojos parecen curiosos, como el cervatillo que desea conocer mundo.

-A mi me gustaría ver vuestro rostro. Si os pido algo que va contra vuestras normas perdonadme, no las conozco.