domingo, 28 de octubre de 2012

Los Ängeles 2029. Lluvia Negra 9




La agente Blesvki se decidió a cortar el hilo umbilical que unía al padre Tomachio con la negra noche que transformó su vida. Contestó a la última pregunta formulada por él.

- Tiene mucho que ver, padre. Las divagaciones y las coincidencias no entran en mi lenguaje.

Su perfil anguloso mantenía la vista al frente. Continuó hablando con aquel tono profesional y confidente.

- Ha mencionado que el cuerpo es una máquina. Nunca ha tenido más razón, padre Tomachio. Jugamos a ser dioses, ahí tiene a los replicantes. Pero no es suficiente. Poco importa insultar a dios, si vamos a superarle. Al menos así es lo que piensan algunos. ¿Qué me respondería si le digo que hay humanos, si podemos llamarles así, con lo que era su cerebro en cuerpos de androides? Con las pilas cargadas, si eso fuera posible, hasta el fin de los tiempos, tal y como ha señalado. ¿Dónde se halla el alma?

El V10 circulaba en silencio. Ledna desgranó la situación en un breve resumen, solo ella conocería cuanto callaba u ocultaba de todo aquello. Una corporación, la Sintroc, había conseguido salvaguardar todo lo que encierra un cerebro, una mente, todo lo que somos, en circuitos electrónicos combinados con materia orgánica. No era algo nuevo, pero sí un nuevo giro de tuerca de alta tecnología, sorprendentemente ingenioso, de extrema complejidad. Era ilegal su comercio, no obstante poderosas voces presionaban por darle luz verde. Sin embargo se conocía que la Sintroc ya estaba usando su tecnología: usando conejos de indias humanos, incluso asesinando a jóvenes sanos para que ricos enfermos continuasen viviendo. Eso se decía. Aunque Ledna consideraba, según sus investigaciones, que otro cerebro humano no podía albergar una mente ajena. Surgió otra posibilidad. “¿Somos dioses, padre? ¿Suena aberrante, verdad?”. La Tyrell se interesó por el pastel. Hacía dos años que comercializaba el Nexus 7, respondiendo a la nueva competencia que se avecinaba de manos de otra corporación. La idea era trasplantar conciencias humanas en replicantes. Ledna tenía la seguridad de que ya lo habían llevado a cabo. Eso es lo que se deducía de los informes del equipo de Blade Runner de Los Ángeles. Lo mismo que sabía que Nexus 7 estaban en la calle como sicarios de la Tyrell. Dos agentes estaban muertos y un tercero en la UCI, en coma. El asunto salpicaba a mucha gente, demasiada. Enka había robado diez cápsulas de aquellas. Millones de chinyens. El crimen organizado andaba olfateando. Ledna, solo quería cazar a los Nexus, retirarlos de una forma u otra y encerrar a Rachel y Ambrus Tyrell, los actuales presidentes de la corporación.


A Tomachio le resultó estremecedora e inquietante aquella revelación. Como si las puertas del Infierno se hubieran abierto para que el diablo entregase a los hombres la llave de la última liberación.


-No jugamos, juegan. En esta época oscura donde la imagen es preferible a la estima interior, donde el placer carnal substituye al espiritual la gente ha empezado a perder su propio camino. La ciencia no nos ha liberado, nos ata a la lógica y a la razón haciendo que cada parte de nosotros sea comprensible, estudiada y diseccionada. Algunos creen que somos máquinas. Es posible, salvo en el alma. Eso nos hace humanos. Aquellos que buscan esa perfección, salvarse de los brazos de la muerte...no pueden entender la vida misma. Lo que me dices es horrible. El alma es eterna, si se cuida. Aquel que abandona su cuerpo y su mente simplemente deja de existir pues creo que el alma está ligada a nosotros, a nuestra sangre, a nuestros pensamientos. No somos chips y microprocesadores. Somos creados por la naturaleza, por Dios, no en fábricas.


Meditó aquellas palabras. Le parecía una abominación que hubiese algo que se prestase a aquello, y peor aún que otros quisiesen sacar un beneficio.

-No buscan igualarse a Dios, sino al demonio.

Ledna pulsó un botón y otra pantallita, rectangular, más pequeña, se encendió. Un tono azul que cambió al instante para mostrar la escena de la avenida por la que circulaban, detrás de ellos, aumentando el detalle. Los faros de un vehículo se veían a cierta distancia.

- Son los chicos del psicoescuadrón. Nos siguen desde el hospital. Los vi. al llegar. Ellos sí van a por la rusa. No puedo garantizarle lo que pide, padre. Enka no es mi objetivo, es más, puedo facilitarle las cosas a esa terrorista. Disculpe, ¿debe tener hambre, verdad? Nos fuimos antes de la cena. Busquemos un lugar tranquilo, ¿le parece? ¿Qué comida prefiere?

Se mantuvo en silencio pasando por alto la proposición de la comida. ¿Qué estaba pasando? Los esquemas naturales del mundo se venían abajo. Las iglesias eran sustituidas por mega corporaciones como la Tyrell y la promesa de una vida eterna en el más allá era una realidad en la propia tierra.

-Hay que solucionarlo. Pocos se dan cuenta de la gravedad de este asunto. Hay que cortar este problema de raíz. Ahora entiendo porque el señor me instó a ayudar a Enka. Tu misión es sagrada. Esta es la cruzada del milenio. Y no debemos flaquear.-Miró el coche que les seguía.-Y no importa cuantos se interpongan. Cualquiera que no esté de nuestro lado está en contra y eso significa que son secuaces del diablo y de su inmortalidad. Y para ellos no hay piedad. No hay piedad en este asunto, señorita. No puede haberla.

Le cogió de la mano.

-Gracias por abrirme los ojos.-Volvió a mirar la pantalla con la imagen del coche que los seguía.-El Bella de Napoli, en la pequeña Italia, siempre ha sido de mis preferidos. Comí allí una vez. Y puede que invite a nuestros amigos del Psicoescuadrón.


lunes, 22 de octubre de 2012

Los Ángeles 2029. Lluvia Negra - 8


El motor de V10 apenas siseaba, ronroneo apagado de un gato adormilado. Tomachio seguía prisionero de su memoria.



Tras el primer disparo en el callejón, escudriñó la atmósfera oscura levemente iluminada por las luces de neón. Con el ejecutor en sus manos retrocedió hacia la esquina, más allá del hotel, donde se abría el maloliente callejón, no descubrió el escondite del tirador, demasiado repentino el disparo, podría haber llegado de cualquier parte. La calle estaba flanqueada por edificios a ambos lados, al final de ellos se abría a otra vía. Vio que Ricco se parapetaba en el interior del la entrada del motel, una pistola en cada mano. Un hombre de familia que se preocupaba de los suyos.

Jacob regresó también corriendo al motel. Dentro, escopeta cargada, rebuscó en su bolsa, allí estaba, el termo-escáner. Se puso a trastear con él.

A todo esto, Mara se pegó a la pared, frente al vehículo y el cadáver del conductor. Amplificador y filtrado en su visión. Vio justo a tiempo al agresor, levantó el arma y abrió fuego a la vez que se agachaba; donde estaba la cabeza de la replicante, ahora se había abierto en el muro un boquete de buen tamaño. Saltaron esquirlas y fragmentos de la pared sobre ella, tuvo que esconderse rápidamente, lo más próximo el coche, acurrucada a cubierto de su parte frontal, y mientras lo hacía otro proyectil lamió sus cabellos. La androide no dio en el blanco. Se confirmó que eran varios los atacantes.

Había descubierto al tipo en uno de los ventanales del edificio de enfrente, varios pisos arriba, al final de la calle. Y otro más en una balconada, más abajo. No pudo descubrir si más gente se ocultaba por allí. Luego, ráfagas de metal acribillaron la entrada del motelucho, impidiendo que el mafioso o Jacob pudiesen asomar siquiera la nariz. Lo mismo le sucedió al cura, barrida su zona por una lluvia horizontal cargada de muerte. Se arriesgó y miró pudiendo comprobar que en ese misma lado de la calle, casi en el extremo donde daba con la otra calzada, otro tirador estaba oculto y disparaba desde uno de los portales.


Un nuevo proyectil voló cercano a Mara. Aguardó y entonces apareció el padre Tomachio como un ángel vengador desde el callejón trasero. La oportunidad de la chica, saltó hacia el callejón y quiso pegarse a la pared.

Nunca llegó.

La androide recibió el primer disparo en un lado del cuello, la bala salió por detrás de forma limpia. Eso la desequilibró, unos segundos más y otro impacto en la parte derecha del pecho, el proyectil explotó y transformó el pulmón de ese lado en carne picada. La muchacha giró sobre sí misma escupiendo sangre y el tercer impacto dio en la muñeca izquierda volándole la mano. Rebotó la androide como una muñeca rota contra el coche y se desplomó sobre el capó, deslizándose hasta el suelo cerca de la rueda izquierda del vehículo. La sangre, su sangre, empapaba la carrocería, las paredes, teñía de rojo el sucio asfalto.

La chica cae. "No es una chica, Tomachio, solo una máquina". La mente se funde con su mira y esta con la oscuridad. Olvidó encomendar su alma a Dios, sin embargo eso no pareció importarle en aquellos instantes.

Fuego y metal arrojaba la pistola del sacerdote hacia el portal. Nadie asomó el hocico allí, ese trozo de pared se hizo añicos. El valiente, loco o desesperado padre fue un blanco durante aquellos instantes, tal vez demasiado. Sintió algo parecido a una bola de golf que le golpeaba de forma tremenda el abdomen  y se quedaba allí alojada. Fue despedido hacia atrás en su salto, golpeándose con el muro. La sangre brotaba a borbotones del orificio donde se había alojado el proyectil. Le faltaba el aire, el dolor vibraba como una campana tocada por cien diablos irradiando desde la herida. Se quedó tumbado en el frío y húmedo suelo de la calle, la vista se le nublaba.

Jacob seguía a lo suyo, con el termo-escáner. Ricco rió entre dientes al ver al cura demostrando que era un hombre de acción también. Y aprovechó su momento. Las automáticas hablaron con mala leche a una de las ventanas, el cristal se quebró en decenas de lágrimas secas, y un cuerpo cayó desde las alturas partiéndose la cabeza al chocar contra el adoquinado. Sin embargo aquella gente era experta, Ricco regresó al momento a su escondrijo, apenas había mostrado su cuerpo, justo lo suficiente para que le acertaran en el muslo de la pierna derecha. Orificio limpio, de entrada y salida. Mordía.


Se hizo el silencio un instante en el callejón, Jacob aprovechó y sacó el hocico para echar una mirada al panorama; el termo escáner estaba a punto y ajustado aunque no tenía opción de usarlo si no quería que le volaran la cabeza. Se quedó en el interior de la recepción del motel, con Ricco, ayudándole con el torniquete para la pierna.

El padre respiraba, luchaba consigo mismo. Mientras, Mara recuperó un momento la conciencia, allí tirada ideó un nuevo plan entre su delirio y la sangre. Tomachio se movió reuniendo sus fuerzas, con la penosa rapidez que podía imprimir a sus movimientos. Ricco terminó el improvisado vendaje y llamó al cura, pero este se encontraba a unos metros y se arrastraba para ponerse a cubierto en el callejón, silbó una bala sobre la oreja del mafioso y tuvo que regresar al interior.

La replicante, aturdida, puso en marcha su plan con el explosivo que extrajo bajo sus ropas. y el detonador en la boca. Se quedó quieta, sin embargo su visión nublada distinguió al sacerdote y resolvió ayudarle. Se puso en pie, medio a cubierto por el coche y descargó su arma hacia el último punto conocido donde se ocultaba otro tirador. No supo si dio en el blanco o no, chorreaba sangre, su sistema vital caía en picado y su horizonte era de color escarlata. Una ráfaga resonó como eco a sus disparos y la replicante cayó hacia atrás con tres proyectiles más alojados en su cuerpo, uno en el hueco del hombro izquierdo, otro le partió la clavícula y el tercero bajo el cuello cercano a la tráquea. Rebotó en la pared y se desplomó inerte en el suelo. Una mínima claridad febril le quedaba, sostenía la carga explosiva, el arma se le había deslizado entre los dedos, y el activador lo aguantaba en su dentadura. Milagrosamente no lo había mordido…todavía.

Esto dio tiempo a que Tomachio se resguardase en el otro callejón maloliente. Se arrastraba dejando un reguero rojo y negro tras él. Aquello ardía. Encontró una alcantarilla, tiró con energía, no pudo levantarla, se movió tan solo un poco, ningún vehículo allí. Más allá terminaba esa calleja que daba a una calzada más amplia y solitaria. Una puerta se abrió y un par de cabezas de cabellos azulados y unas caras maquilladas en negro y gris miraron asustadas qué sucedía. El padre escuchó una música que salía de ese lugar que le pareció nacida del averno.

Disparos de cobertura destrozaron la entrada del motel, impidiendo a Jacob y Ricco salir de allí. El ruido era ensordecedor y no pudieron oír las apresuradas carreras en el callejón hacia ellos. Mara no notó que alguien se ocultaba tras el vehículo.

Cayó dentro de la recepción un pequeño cilindro…una granada de fragmentación.




sábado, 20 de octubre de 2012

Los Ángeles 2029. Lluvia Negra - 7



Hola

Un buen amigo me ha hecho notar que dejé a medias el relato/partida anterior, Los Ángeles 2029. Preguntándome qué le había sucedido al sacerdote padre Tomachio. Cierto. Inicié esta segunda entrega, sin terminar la primera, así que he decidido resumir lo que quedaba de ella, utilizando la técnica del flashback.


 ..........




Ledna conducía y Tomachio recordaba, El rostro de Enka le hizo retroceder,despacio, sumido en una niebla espesa, varias semanas atrás, hasta aquella aciaga noche en el motel del destrito Norte donde se habían refugiado provisionalmente en su huída de la policía.

El grupo discutía acciones a realizar, descubriendo los motivos de cada uno, las posibilidades futuras; sugerencias, iniciativas, ideas ocultas. Cuatro desconocidos unidos por una loca fugitiva que a saber qué había robado. Bien, algunos sí lo sabían. Y ahora Jacob también. Una llave que abría el cofre del tesoro. Una llave cara y peligrosa.

El padre Tomachio rememoró la escena: extrajo el proyectil de la pierna de Mara, rechazando la idea del matasanos callejero. Se derramó más sangre, un poco de alcohol, y Mara usó su cigarrillo para cauterizar la herida, sin inmutarse. La chica se recuperaba. Y no estaba dispuesta a dejar al sacerdote con aquellos dos tipos a los que calificaba de lobos. Por otro lado se descubrió su condición de no-humana. Una androide, replicante, bicho o pellejuda. El más sorprendido fue el sacerdote, que además del lío en el que se había metido, su iglesia agujereada y él ahora probablemente en busca y captura, se sentía acosado por sus propios fantasmas en relación a lo que sentía por estas máquinas. Repulsión.

El coche del mafioso Ricco,  abajo en el callejón cantaba lo suficiente para llamar la atención en un barrio degradado. Sonó el móvil de Ricco. Era el chofer, se había cargado a un drogata que husmeaba demasiado. También habían llamado de la “central” de Ricco, de la supuesta empresa de seguridad.

Mentiras y más mentiras.  

Además, algo fallaba en el cerebro artificial e Mara. Ciberpsicosis, afirmó Jacob. La chica veía cosas inexistentes, farfullaba incoherencias. Podría resultar un problema, así que Jacob se preguntaba qué hacer con ella mientras el padre Tomachio con gusto le hubiera volado esos mismos sesos después del beso que ella le espetó de súbito en la boca...

Repugnancia.

Si no vomitó poco faltó. Sin embargo la chica iba a su rollo como si lo único que viese fuera aquella amorfa gelatina que la impelía a cargarse a alguien. Luego, por fortuna, se tumbó en la cama, aparentemente relajada, ausente. Autista.

- Nada de la tipa esa –la voz del chofer en el móvil de Ricco-... La poli tampoco la localiza. Hubo un tiroteo, persecución, al parecer se largaron en el metro. Ella y otra. Están interrogando a un sujeto, no sabemos nada aún. El contacto en la poli ha llamado, los agentes especialistas llegaron antes que nuestros hombres a la iglesia. No debiste dejar allí a los dos cadáveres, ¡joder! No tardará en aparecer por aquí algún detective. Se más cuidadoso.

Tenía grabada esa noche lo mismo que si la hubiese impreso en una memoria artificial. 

Sonó el intercomunicador del videoteléfono. Era el recepcionista, su cara adormilada en la pequeña pantalla:

- Tengo a una tía al otro lado de la línea, sin conexión visual. Quiere hablar con un cura, ¿qué le digo?

La imagen se quedó en gris. Se escuchó una voz cálida, joven, de marcado acento eslavo. La misma de la iglesia: Enka.

- Hola, padre. ¿Tuvo problemas? Si es así, lamento haberlos causado. ¿Está bien? Conserve lo que le di. ¿Está solo, padre? Apuesto a que no.


- Padre. Padre. Tomachio, ¿se encuentra bien? –la voz de Ledna apenas le sacó de su ensimismamiento.

-Sí, agente. Recordaba. Solo eso.


Regresó una vez más al cuarto del motel.

-¿Problemas? Más que eso. Ha muerto gente y todavía no comprendo porqué –le había respondido a la rusa-. Que yo esté bien o mal no importa, nunca ha importado. Y sobre si estoy solo...lo siento, pero no eres tú quien hace las preguntas. Tengo conmigo lo que me diste. No sé lo que es. ¿Vas ha decírmelo? Si no se lo que es voy ha romperlo en mil trocitos con mi zapato, parece frágil.-Esperaba que al menos ella si se sincerase con él y le dijese que era aquel objeto.

Tomachio había contestado con frialdad, dureza. Llegó de inmediato la contestación de su interlocutora, el acento muy marcado:

- Me decepciona, padre. Las amenazas desacreditan y humillan a quienes las usan para sus fines. Es cosa de débiles, ¿usted lo es, padre? Yo creo que no –hizo una pausa- Si quiere romperlo, adelante. Pero si no piensa hacerlo, no me vacile.

-¿Por qué me elegiste a mi para que te lo guardase? –Preguntó, exasperado. Aquello era algo que necesitaba saber. Con esa respuesta podría saber si tenía alguna oportunidad de ayudarla.-Soy un hombre de dios, de fe y de oración; cuando las cosas se complican dejo de rezar y empiezo a actuar, pero no entiendo cual es el verdadero problema aquí, hija mía. Será mejor que me expliques qué es todo esto, el motivo de que mi vida haya dado un giro de 180º en una sola noche. Si no, diré adiós y no me volverás a ver, ni a mi, ni a esta cosa que guardo conmigo. Necesito saber si todo este merece la pena. No soy un bandolero ni un ladrón, soy un cura y tengo mis creencias, sigo el camino de la virtud y no voy ha meterme en asuntos en los que no puedo salvar almas...si todo esto es un asunto de dinero...-Explotaría, así de simple. Quería saber y puesto que entre los allí presentes nadie se mostraba especialmente cooperador, tendría que obtener la información de aquella chica.


- Lo ha dicho, padre, es un hombre de Fe. Se puede confiar en usted. Hábleme de esas muertes. ¿Qué sucedió? Por favor, cuéntemelo todo, es importante. Si la jugada sale bien, le garantizo que salvará almas.

Luego añadió:

- Y enviará otras al infierno. De donde no deberían haber salido nunca. ¿Puede hablar con libertad o no, padre?

¿Libertad? Claro. ¿Qué límites? la conversación se difuminaba detrás de un telón escarlata. Se pasó la mano derecha por los cabellos. Notó el sudor en su frente.

Recordaba.

El sacerdote había rebuscado en sus ropas, no tardó en dar con algo que no era suyo en el bolsillo derecho de su chaqueta: tenía forma de botoncito diminuto, pegado al interior de la tela. Lo puso en la palma de la mano. Jacob supo al momento de qué se trataba, el tan temido localizador. Jacob lo destrozó bajo el talón de su zapato.

Salieron al callejón, la androide Mara delante; Un café helado y un paseo por Tokio Cannion eran sus planes, ajena a la situación, una náufraga en el mar de la noche áspera de Los Ángeles. El chofer de Ricco sonreía de oreja a oreja observando su contoneo turbador.


Caminaron hacia el coche. Mara  iba a entrar en el vehículo cuando una detonación rompió el silencio de la madrugada y la cabeza del conductor reventó como un melón. Su sangre y sesos salpicaron el rostro, cabellos y torso de la replicante.

Sí, recordaba.   

martes, 16 de octubre de 2012

Los Ángeles 2029. Lluvia Negra -6





El vehículo rugió igual que una bestia al acecho salta sobre su presa, cuando se sumergió en las calles mojadas bajo la lluvia interminable, de Los Ángeles. Potente, sin rival en su gama, y equipado con tecnología punta, enfiló una avenida. Los faros iluminaban un lóbrego escenario de aspecto fantasmal, la gente había corrido desesperada a refugiarse en sus hogares, bares, cines, establecimientos de todo tipo. Ledna encendió la pantalla, y fue solicitando apertura de archivos y muestra de datos activados con la voz. Apareció la imagen congelada de la psiónica, aquella muchacha que tantos quebraderos de cabeza le hubo dado, la responsable de su situación actual. Le ofrecía una sonrisa congelada, burlona, intrigante. Los ojos destilaban un malsano brillo de locura. Se trataba de un fichero policial. Ledna le dio detalles:

- Enka Nikolova Nokolov. Teniente del ejército ruso, sección antiterrorista. 27 años. Psiónica de máximo grado. Se cansó de saludar y se pasó al reverso oscuro. Trabajó con la mafia rusa. Acabó por aburrirse de ellos y se despidió de Moscú entregando un paquete con diez cadáveres de sus dirigentes. Ya como terrorista, asesina, ladrona…hundió sus dientes en media Europa para acabar aquí, dejando tras ella un "rosario" de cadáveres. Sin un patrón concreto de pensamiento, impulsiva, imprevisible, sin escrúpulos, caprichosa… Toma droga como usted el agua, en particular la llamada Diamante Azul. Le gusta el riesgo y jugar con todo y todos. Lo hizo con usted, por ejemplo. Lo que le entregó no era tan importante como cabía esperar. Fue una muestra más de su extravagancia y demencia. Pero, de alguna manera, usted le interesa, le preocupa. Vino a verle, cuando se encontraba en la unidad de cuidados intensivos, tras la operación. ¿Tampoco se lo dijeron? No hizo nada raro ni nadie se interpuso en su camino. Al parecer fue una sola vez, un momento.

El padre escuchaba la exposición académica de Ledna y observaba la pantalla con detenimiento. Le trajo confusos recuerdos. Era un alma que no había logrado reconducir. Una mujer que le había metido en serios problemas, se repitió una vez más. Él solo quería tenderle una mano. El asunto de la pieza negra no le interesaba lo más mínimo. Solo había querido ayudarla, se insistió, convencido. Ahora supo su nombre: Enka.


La agente miró un momento al sacerdote. Las luces de la gran avenida desaparecían en destellos de ráfagas tras ellos.

-Es peligrosa. Pero te equivocas con ella. Mira sus ojos, su expresión. Está pidiendo socorro. Por eso le "intereso". Porque sabe que solo yo puedo ayudarla. Espero que ella no sea uno de los "demonios que hay que eliminar". Ha de saber que esa es siempre mi última opción. Y un sacerdote como yo tiene mucho aguante antes de llegar a ese extremo. ¿Comprende?

- Le necesito para encontrarla, padre –fue la respuesta de la agente Blesvki. Tengo una corazonada, ella puede llevarme a lo que busco.

 - Si voy a cooperar en esto quiero que me asegure que ella no sufrirá daño alguno.-Ahora que sabía que Enka lo buscaba podía encontrarla solo. No necesitaba a la Cazadora de Bonificaciones. Pero quería escuchar de qué iba todo aquello pues Ledna  le solicitó  su ayuda y era incapaz de negarse ante esa petición.

La mujer no le devolvió la mirada, fija la vista en la calzada.

-Eso no puedo garantizarlo. Ni que usted o yo salgamos indemnes.

El V-10 incrementó su velocidad y enfilaron una gran avenida cuajada de otros vehículos de todas clases.

- Le contaré más, pero antes, dígame, ¿qué piensa del alma? ¿Y de la inmortalidad? No la del espíritu del hombre, sino del mismo hombre…

Un destello de extrañeza y sorpresa apareció en los ojos de Tomachio. Le preguntaba acerca del alma y la inmortalidad. ¿Una crisis de fe? Aquello empezó a preocuparle.

-El alma anida en todos nosotros. Puede llamarlo Ki, espíritu, fantasma, fuerza interior, vudú, magia, aura...pero está ahí. El cuerpo se basa en reacciones químicas, es como una máquina. Funciona de una sola manera. Pero el alma...es con ella con la que amamos, sentimos y lloramos. Nuestro corazón, piel y ojos parece que lo hacen...no obstante, es nuestra alma la que sufre, la que se tiñe de negro con el pecado y la que se alza clara y blanca tras la muerte. El alma es inmortal, el cuerpo no. ¿Sugiere la posibilidad de la inmortalidad en esta vida? Solo gozaremos de esa bendición en el reino de los cielos. En cualquier otro caso, sería un sacrilegio. Antes, hace mucho tiempo, se hablaba de vampiros. Seres débiles ante la luz, la plata y los hombres de fe, aunque fuertes al paso del tiempo. Inmortales, se les decía. Es una leyenda. Pero no se me escapa que todos estos mitos tienen como origen al Príncipe de las Tinieblas. ¿Inmortalidad? Si mi más acérrimo enemigo ha metido la mano puede que sea posible pero a ojos de Dios es una ignominia, un insulto. Y a pesar del término, no duraría mucho esa inmortalidad ficticia pues hasta los vampiros morían. Ya que para vivir hay que aceptar la muerte. Y alguien inmortal no aceptaría la muerte, entonces tampoco la vida. ¿Y qué sentido tendría? Sería como uno de esos Nexus 6 con las pilas cargadas hasta el fin de los tiempos. Eso creo, señorita. Aunque no sé que tiene que ver con el principal asunto...-La escudriñó seriamente.- ¿O no es mera coincidencia que saque este tema a relucir? ¿Hay un nexo entre Enka, los androides y la inmortalidad? 

sábado, 13 de octubre de 2012

Los Ángeles 2029 . Lluvia Negra 5



-Dese la vuelta, por favor –pidió el sacerdote. Ledna lo hizo, sin dejar de sonreír- A pesar de mi edad aún puedo levantar algunas pasiones y eso en mi profesión no es lo adecuado.-Sonrió él también. Se levantó con cierto esfuerzo, comenzó a vestirse, dejando la camisola y la bata dobladas sobre la cama, la cual arregló un poco. Ledna recogió el maletín y salió, prefería esperarle fuera.

No sabía qué iba a empezar, solo que sería difícil, comprometido y…con seguridad, violento. ¿Dónde le dejaba a él esto? Se sintió un poco desprotegido, asustado, incluso triste. Recogió su vieja Biblia, la que le daba fortaleza, poder. Suya era la palabra de Dios y en su mano estaba la espada de llamas de San Miguel. Rezó una silenciosa oración en la que pedía a Dios que los guardase en su nuevo camino. Sobretodo a su nueva amiga. Cruzó la puerta de la habitación, dispuesto a emprender una nueva cruzada. Se encaminó con paso firme por el pasillo hasta el mostrador de enfermería.

La recepcionista asintió con los ojos al mirarle; la enfermera altiva estaba hablando con alguien en su terminal, excitada, irritada, solicitando la inmediata presencia del jefe médico de guardia, y de los efectivos de seguridad, el paciente no podía marcharse. Ledna esperaba junto al ascensor, inflexible, el padre Tomachio se iba con ella. Nadie iba a detenerle pues el camino del señor debía cumplirse a pesar de las normas sociales, jurídicas o de un hospital. Agradeció a la recepcionista el trato que le habían dado, así como la comida y la cama.

-Puede que vuelva para hacer una reserva en vacaciones.-bromeó con una sonrisa- Sed buenos.-Añadió, ya con un quedo murmullo. Otra vez libre, otra vez dispuesto a empezar. ¿Una locura o la palabra la Dios? A veces se lo habían planteado. Su fe era demasiado profunda para desmoronarse con aquellas dudas.

-Estoy preparado, señorita Blesvki.-Y lo estaba, para todo. Incluso si tenía que entrar en el averno para pisarle la cola al propio Satanás. Estaba listo. Había almas que salvar, y por esa causa lo daría todo.

Descendieron en el ascensor, en silencio, hasta el parking subterráneo.



Allá abajo, en el silencioso y casi desnudo aparcamiento, el V10, como una criatura enorme, oscura, aguardaba su momento para lanzarse a la jungla de asfalto. Tomachio contempló el coche policial antes de entrar. Si los jinetes del Apocalipsis apareciesen en aquel momento estaba seguro que al menos Muerte conduciría aquel vehículo en lugar de llevar su anticuado caballo. Eran los tiempos modernos. Subió y se acomodó. El interior del mismo, cómodo, funcional, cuero negro sobre madera de imitación, era otro mundo, acogedor, aislando a los dos ocupantes de la lluvia negra que continuaba empapando la sombría ciudad. El sistema de moléculas dispersoras evitaba que el agua tocase siquiera el coche, permitiendo una visibilidad correcta bajo el chaparrón.

La Blade Runner le tendió una mochila gris y él se sorprendió al ver su contenido: sus armas, que las daba por perdidas. Su pistola, la escopeta y la daga de plata. También había varias mudas, un par de camisas, un pantalón, otros zapatos y útiles de aseo.

- Pensé que le gustaría recuperar sus pertenencias. Eso sí, la pistola ha sido modificada para mi uso también.

Sacó el "Ejecutor" de la bolsa esperando no tener que usarlo. Comprobó que estaba cargado y luego lo enfundó debajo de su ropa. Palpó la escopeta. Era su única arma cuando el mal corrompía a los hombres y los hacía realmente malvados. A grandes males, grandes remedios. Su purificadora de almas estaba allí. Extrajo la daga también, la cual colocó en la parte de atrás de su cinto. Aquella daga era un arma sagrada contra los demonios. El mal en estado puro caía ante lo santo de aquel filo bendito. Se sintió mejor.

-Gracias.-Logró decir. Estaba contento. No podía evitarlo. Era la calma que precede a la tempestad, la alegría antes de transformarse en tristeza. Estaba en paz, en comunión con sus sentidos y con el mundo. Armado, era la pieza de plomo que equilibraba la balanza del bien y el mal. Se sentía mejor. Sí. Armado de coraje, de Fe, y de frío metal escanciador de muerte.



jueves, 11 de octubre de 2012

Los Ángeles 2029. Lluvia Negra .4






Aunque parecían existir cierta vibraciones positivas entre ambos, el sacerdote guardaba las distancias frente a la desconocida; la suspicacia y el sentido común hicieron acto de presencia en su pregunta. Ledna sujetaba una percha con su camisa. El humo del cigarrillo daba un tinte gris a sus pálidas facciones:

- El obispo tiene carnes y mente sucias, ya se lo he dicho. También es un canalla por lo que hace. Usted vive alejado de ese mundo, cree que hay que auxiliar a toda alma descarriada. No se lo discuto, pero quizá peca de demasiado inocente; o ignorante. Shelton Johens  cultiva la amistad de criminales, está metido en drogas y tráfico de armas. Organiza orgías. Y algo más. Como sabrá, los replicantes Nexus 6 son prohibidos en la Tierra, con excepciones. La Tyrell le proporciona ejemplares hembras para su deleite personal.

Siguió fumando, sin apartar los ojos de su interlocutor, observando como encajaba la noticia.

-Es la realidad que quieres ver -contestó el sacerdote, tuteándola- Es la sociedad del odio la que te hace hablar. Si vieras a las personas como yo las veo. Ah...como ovejas descarriadas, perdidas, del rebaño del señor. No se puede culpar a un niño por robar una golosina. No si carece de padres que le eduquen o si alguna vez sufrió algún mal que le hizo cambiar. A veces no es tan fácil. Incluso alguien que debería estar del lado de la fe y la bondad y que se ha pasado al bando de la lujuria tiene un motivo para ello. Yo los veo como personas sedientas en el desierto...o mejor aún, como un galápago que se ha caído de espaldas y al que el sol, los pecados, lo abrasan. Puede que volcasen por un error del pasado, por algo ajeno o por debilidad. Así somos los seres humanos. Débiles, caemos en la tentación una y otra vez. Pero esas ovejas merecen ser salvadas, incluso las más oscuras -Suspiró. Era tan grande la tarea que tenía por delante- No soy un ingenuo, pequeña. Puede que en mi juventud. Ahora ya no. Se diferenciar a las ovejas de los lobos.

La forma de pensar de Tomachio no coincidía con la de Ledna. Negó con la cabeza, entrecerró los ojos. Él quería salvar al mundo entero de sí mismo. Algo que no pudo ni siquiera Jesús, pero no por ello hay que abandonar. El primer paso es el que nos pone en camino.

- No compartimos ese punto de vista, padre. Ese hombre y sus allegados son despreciables. Yo nací en Los Ángeles, me crié y viví aquí. Se de lo que hablo, créame. Pero no estoy aquí por él. De momento.-hizo una pausa -. Quiero que confíe en mí. Usando su lenguaje, necesito su cooperación para salvar personas, almas, y enviar demonios al Infierno. Yo me encargaré de lo segundo. Aunque a usted tampoco le importe hacerlo, recuerdo sus palabras en el expediente: "Algunas personas están mejor muertas". Una frase que muchos no justifican su piedad. Eso no le ayuda en este instante, ni su pasado, a pesar de que algunas voces dentro de la Iglesia están a su favor. Pero no le pediré tanto.


Estaba terminando el Camel.

- Mascari le dijo que no había agentes de guardia, sin embargo una de las enfermeras lo es y la asistente en recepción de esta sala también. Una de las bandas de su barrio quiso aprovechar la ocasión, fue neutralizada hace una semana. No quiso intranquilizarle. No se ha vuelto a producir. Mascari ha limpiado la zona, al menos lo que ha podido.

Apagó el cigarrillo, y le tendió la camisa negra.

Tomachio asintió. No se inmutó cuando le habló del ataque de una de las bandas. Era el pan de cada día. Al menos esta vez no había tenido que defenderse él. La ley funcionaba. Y eso le extrañó. Cogió la prenda de vestir, agradecido. Intuía que todo aquello tendría que ver, lógicamente, con androides. No le gustaban, solo eran máquinas, a veces problemáticas.

- Es un asunto feo, no dudo de que me ha comprendido. Peligroso. Yo lo llevaré a cabo, con o sin usted. La elección es suya, las cartas repartidas son malas. Puede optar por la huida, aunque, con sinceridad, no creo que usted sea de esos. Una fuga para predicar la Palabra de Dios al margen de la ley de los hombres, que le conducirá a un final previsible. Aproveche su comodín.

 Esgrimió de nuevo su sonrisa, en esta ocasión de complicidad.

- Le contaré una bonita historia durante el camino.

Oscura, siniestra, la lluvia persistía en su intento de arrancar gemidos al metal y al asfalto. La Luna desapareció tras la cortina incesante y rolliza, un aguacero que arrastraría la suciedad diaria acumulada dejando en su lugar el acre sabor de la ceniza radiactiva.




lunes, 8 de octubre de 2012

Los Ángeles 2029. Lluvia Negra - 3




- Quieren joderle. Y no lo vamos a permitir, no. Mañana a primera hora esa comadreja de Calafan, ya sabe, el secretario del obispo Shelton Johens, se presentará aquí con testigos y el documento que le expulsa de forma inapelable de la Iglesia. Debe entregárselo en mano para que sea legal, ya conoce la normativa. El canalla grasiento del obispo ha firmado. Disculpe, padre, soy creyente, católica. Pero eso no excusa de llamar a las cosas por su nombre.

Le mostró su identificación. Rep-Detect, leyó el padre. Departamento de Detección de  Replicantes. Washington.

-No es una lectura muy amena.-Comentó el sacerdote, refiriéndose a la exposición del futuro que le reservaban. Devolvió la mirada a Ledna. Aquella mujer era peligrosa. Una Blade Runner. Cazadores de Bonificaciones. No le disgustaban estas personas ya que las máquinas no le agradaban. En estos tiempos difíciles las máquinas hacían las peores labores, y eso estaba bien, solo que algunos las usaban también para otras cosas. No eran humanos, carecías de sentimientos, de pasado, de recuerdos...de alma. Y los trataban como personas. Así que el padre tenía cierto aprecio por ese grupo policial que se centraba en retirar, retirar, nunca asesinar, a las máquinas que funcionaban del todo mal. Aunque si le hubiesen preguntado a él, tanto las máquinas como los que las creaban tenían la culpa. Habían perdido el norte.

-Tampoco hay excusa, señorita, o agente Blesvki, para usar esas palabras y ser descortés. Es cierto que la actitud del obispo y de su secretario no me parecen las más correctas, no obstante soy hombre de fe. La opulencia de mis colegas y su total falta de implicación con los más desfavorecidos solo significa más almas que salvar. No los tacho de pecadores aunque desde luego están equivocados. Creen en un error. Y no es justo insultar a alguien que se equivoca, pues entonces todos seriamos unos...veamos… dijo ¿Canallas grasientos?

- No es un insulto, padre. Es una realidad.

Entró la enfermera teutona. Ladró a Ledna, sus credenciales no le permitían fumar. Allí había enfermos. Ella respondió de forma seca:

- Dije que no nos molestaran.

- Avisaré al médico jefe de guardia.

- Telefonee también al alcalde. Déle recuerdos.

La enfermera se marchó como un expreso fuera de control. Ledna prosiguió una vez se esfumó. Se tomó su tiempo para una nueva, profunda, calada.

- Estoy aquí para ayudarnos mutuamente. Debe de aborrecer abandonar su parroquia, la labor que ha ejercido durante años. Si no le encuentran aquí, le buscarán de forma…amistosa. El obispado presionará, Washington nos da un par de días, tal vez algo más antes de que se ejecute su orden de exclusión y…excomunión - Tomachio sonrió ante la idea de la excomunión-.  Va en el paquete, dos por uno. Lo harán, alegando rebeldía y sin necesidad de hacerlo personalmente.

-Solo Dios puede quitarme este cargo. Podrán rasgar mis ropas y quemar mi alzacuellos, incluso firmar un papel absurdo pero mi fe es más espesa que la sangre y mi deber más pesado que esas infamias

La agente Blesvki se dirigió al armario, lo abrió. Allá estaba la ropa del paciente.

- Tenemos que irnos ya, padre Tomachio. Como le he dicho, he leído su expediente. Es usted un hombre íntegro, firme. Casi un patriarca bíblico. A mí no me molesta su tendencia a usar métodos expeditivos cuando es necesario.

Por primera vez, su sonrisa leonina destelló en la habitación. El cigarrillo se agotaba.

-No tan rápido, señorita Blesvki. Ha prometido ayudarme. Y se lo agradezco. Este es un mundo en el que ya no se puede confiar. La mentira se ha tornado real y lo falso es cada vez más una realidad. Confío en usted porque me agrada confiar en las personas. No creo que mienta. Eso me gusta pensar, que nadie miente. Me gustaría marcharme, si, pero antes necesito saber que quiere usted de un hombre como yo.

sábado, 6 de octubre de 2012

Los Ángeles, 2029. Lluvia Negra -2



2


Mientras reflexionaba, se abrió la puerta, pero no era la cena. Aquel día  recibió una visita. No había nada más que ver a la mujer que entró para saber que era de carácter firme, disciplinado, capaz y hasta puede que orgullosa. Muchos la encontrarían atractiva. El sacerdote simplemente llegó a pensar "Seguro que no está casada". Y era un crimen llegar a esa edad sin haber encontrado tu alma gemela. ¿Otra nueva misión de dios? ¿Otra alma que salvar? “Tomachio, deliras. No, solo me dejo llevar por mi fe e intuición”.

La desconocida rondaba los treinta años, alta,  embutida su silueta atlética en cuero negro: cazadora tipo torera de cuello alto, un tanto holgada, falda hasta las rodillas, ligeramente abierta en ambas lados, calzaba un tipo de sandalias elegantes y a la vez flexibles, negras también. Contrastaba con ese color el blanco de sus cabellos, desde la frente a la mitad de la cabeza trenzados al estilo afro, hacia atrás, sujetos al cuero cabelludo para luego caer en cascada su melena hasta los hombros. Las cejas, pobladas y níveas también, resultaban un toldo para sus largas pestañas debajo de las cuales brillaban ojos fríos de acero azul; nariz recta, labios de diosa griega. Sin maquillaje alguno, resaltaban sus pómulos, que le daban un toque característico y sumamente atractivo.

Llevaba un maletín negro que dejó sobre la estantería próxima a la ventana y un bolso pequeño le colgaba del hombro. Le pareció que un bulto se marcaba un instante bajo la cazadora, justo donde podía guardarse una pistola cerca de la axila. Solo fue un momento. La pulcritud de su persona hacía juego con la de la habitación del hospital. Su glaciar mirada dio un repaso rápido a la habitación y saludó con la mirada al sacerdote, sin sonreír. Directa a los ventanales, observó el agua ceniza ensuciar la ya de por sí deslustrada ciudad de Los Ángeles. Encendió un cigarrillo Camel, una profunda aspiración que consumió la cuarta parte del cigarro, dejando al poco que volutas de humo, danzando en su interior los espíritus del cáncer aún no vencidos, ascendieran densas, azuladas por la luz espectral del exterior nacida de relámpagos lejanos, sin importarle que en tal lugar no solo estaba prohibido fumar, sino penado con prisión.

Tomachio aguardó a que se presentara, intrigado. Aquella joven olía a autoridad: policía, agente del gobierno, seguridad privada. Algo así. El sacerdote había viajado mucho, y visto muchas cosas, conocido a las personas. No se equivocaba con ella. Pero la mujer se limitó a fumar y a mirar por la ventana. No hacia buen tiempo. El mundo oscuro en el que vivían había creado un nuevo horror, una lluvia ácida capaz de morder tu piel y dejarte seco. Así era el mundo ahora, frío, húmedo, triste y peligroso, muy peligroso. Atrás habían quedado los buenos tiempos, los buenos hombres. Ahora uno solo podía limitarse a seguir adelante intentando hacer lo que mejor sabía hacer de la mejor forma posible. Y eso era salvar almas. ¿Tenía fuerzas suficientes para intentarlo? ¿Para volver a empezar un camino cada vez más escarpado? Si, si dios estaba con él.

El padre se decidió a romper el mutismo de la escena:

-Buenas noches señorita. ¿Suele entrar en las habitaciones de los pacientes sin decir nada para ponerse a quebrantar la ley junto a ellos?-Cerró la Biblia, señaló el tabaco.-Si sigue fumando eso sus pulmones terminaran tan negros como esas nubes de ahí fuera.-Eso no era pecado, así que no insistió.- ¿La he visto antes? Por mucho que me esfuerzo, no logro situarla. Tendrá que disculparme pero he tenido un mes ajetreado. Dígame ¿Quién es y qué es lo que quiere de mí?

Ella se giró hacia él. Sin expresión alguna en su cara. Decisión, firmeza, leyó en ella el sacerdote.

- Ajetreado. Es una manera de expresarlo. Lo se, leí el informe. Completo. De toda su vida.

El tono de voz era amistoso, igual que el suspiro de una tigresa antes de saltar sobre su víctima. Modulación suave, pronunciación sin acentos, impecable. Se acercó al paciente,  y le estrechó la mano. Un apretón fuerte, seguro, ligeras durezas en su palma; uñas cuidadas, sin pintar, cortas.

- El tabaco no me matará, padre Tomachio. Soy Ledna Blesvki. Departamento Blade Runner de Washington. Sí, ha oído bien, Blade Runner.  

Aspiró el humo del Camel y fijó sus pupilas como puntas de iceberg en las del sacerdote.

jueves, 4 de octubre de 2012

Los Ángeles, 2029. LLuvia Negra - 1



1




Calor. Húmedo, se pegaba a las paredes, a los azulejos, a las sábanas y al cuerpo del convaleciente. El sistema de aire acondicionado y ventilación había fallado desde hacía un par de horas, y el auxiliar no funcionaba del modo adecuado. El padre Tomachio, recostada la espalda sobre la almohada, leía un pasaje de la Biblia, mientras la idea del octavo pecado no se le iba de la cabeza. Tenía la certeza de que estaba a ser llamado un vengador de Dios, un caballero andante destinado a cerrar un agujero enorme en el corazón de los hombres. O tal vez se volvía loco.

El hospital. La antesala de la muerte, el purgatorio en la tierra. Era tiempo de penitencia, de reflexión y de reposo. "Si tu ojo derecho te ofende, arráncatelo", leía en las Sagradas Escrituras. Y eso le hacia meditar. Hacia más de media hora que se había quedado en la misma página, en la misma frase. Le habían desarmado, pero aquel libro era su arma más peligrosa.

Allá afuera, tras el cristal, las cosas también estaban cambiando, se decía a sí mismo. Llevaba tres semanas y el médico le había informado que en otra más le daría el alta. Ahora su estómago era artificial por completo, mejor que el natural, le aseguraron. Incluso la sangre se la renovaron. Seguía vivo por la providencia de Dios y por la habilidad del doctor. Sonrío sin reparar en ello.

Tenía montones de cartas sobre la cama y la mesilla de noche, así como correos electrónicos parpadeando en el terminal de la habitación. La gente de su parroquia lo quería, le necesitaban. Desde los ancianos a los jóvenes drogadictos. Se había emocionado al recibir todas esas misivas de aliento y cariño de sus feligreses. Eran buenos hombres y mujeres, con sus defectos y pecados, por supuesto, pero con la voluntad de transformarse para mejor. Él podía ayudarles, él podía hacerles ver que Dios no les había abandonado, que aún había lugar en aquel mundo para el amor, la paz y la seguridad. Pero su propia Iglesia se volvía contra él. Muchos de de sus colegas habían perdido el verdadero sentido de la fe. Él era un servidor de Dios, el nexo entre el hombre de a pie y Dios. Tenía que hacerles llegar esa bondad, esa ternura. Era su deber, su obligación, y le gustaba. Luchaba por las almas perdidas en una batalla eterna contra el demonio.

 ¿Qué serían sin él? Porque la diócesis estudiaba su caso, y aquel secretario del obispo le dijo que o le quitaban su parroquia y lo trasladaban lejos, o incluso le expulsarían de la Iglesia Católica. La cosa estaba muy mal. No le dolía que lo echasen, él era un Llanero Solitario y aunque fuese un fuera de la Ley, proseguiría con las enseñanzas de Jesucristo Nuestro Señor, no necesitaba un maldito papel que le permitiese hacerlo. Pero le amargaba abandonar a su comunidad y dejarla en manos de los gansters y mafiosos que casi había podido erradicar del barrio. Lo querían expulsar, sí. ¿Por qué? , se repetía sin encontrar respuesta. Sí que la había, la conocía perfectamente. ¿Por proteger una vida? Si Dios así lo quería, que así fuese. Los caminos del señor son inescrutables y si ante él se abría uno nuevo, lo recorrería con orgullo.



Tenía de su parte al inspector Mascari, quien no levantó cargos contra el sacerdote. Se quedó el objeto que te dio la psiónica, aquello que había guardado y que tantos codiciaban y que él desconocía todavía lo que era. Afectaba a muchos, y de las altas esferas. Seguía sin entender exactamente donde se había metido. ¿Qué más daba? Puede que la chica rusa apareciese y le diese explicaciones. No lo hizo. Se sintió algo triste. La había fallado, la había dejado marchar y ahora puede que esa alma estuviese condenada. Era una pena. Una oveja que no volvería a encontrar.

¿O quizá sí?

Mascari cumplimentó el expediente limpiando su nombre. Su edad, similar a la del cura, su carácter, su vivencia personal, les daba cierta comprensión, simpatía, y él había atado cabos. No le dio explicaciones, por supuesto, pero de sus visitas Tomachio entendió que el barro y las heces del asunto salpicaban a mucha gente. Incluso en el departamento de policía. El inspector estaba presionando al obispado a su favor, y tachaba de cerdo con cuernos al seboso del obispo. Intentaba ayudar al sacerdote, De hecho, ya lo había hecho.

No era un mal tipo ese policía.


Se marchó la enfermera tan cordial y  le dejó en un platillo las dos pastillas lilas que tomaba un rato antes de la cena. La botella de agua medio llena y un vaso vacío dormitaban en la mesita que imitaba a madera de caoba natural. La cenaba, que acostumbraba a ser de calidad, tardaba en llegar como iba siendo norma de la casa.

martes, 2 de octubre de 2012

Los Ángeles 2029. Lluvia Negra

Hola

Iniciaré la continuación o segunda entrega de Los Ángeles, 2029, titulado: "Lluvia negra" .  Con la participación inestimable de Iasbel y Ragman. 

Sin preámbulos.


I N T R O 


 “La ciudad chorrea sudor y sexo. Soy dios y ella una puta que lame mis botas. Su lengua vomita la droga líquida que circula en mis venas alimentando orgasmos celestiales. Las estrellas son mi germen. Soy dios, soy hombre y mujer.”

Sandra Asnaran.
Cantante rock, muerta en 2025.
Fragmentos de “Lluvia negra”. 2024