jueves, 6 de diciembre de 2012

Ayudar Jugando, XII jornadas benéficas

Hola!

Una pequeña actualización. Os dejo un enlace, una propuesta para el fin de semana, XII Jornadas Benéficas por la sonrisa de un niño, Ayudar Jugando, en Barcelona. Os animo a todo/as a ir, el ambiente es genial y no os decepcionará. Y vuestra colaboración, recordad, se traducirá en una sonrisa ;-)

Un saludo

http://www.ayudarjugando.org/

sábado, 10 de noviembre de 2012

Los Ángeles 2029 -Lluvia Negra 11



El padre Tomachio estaba decidido a jugar fuerte. Sus palabras fueron acompañadas por la acción, se marchó y regresó, henchido de buenas razones, poderosas, con la verdad de Dios en su boca, una pantera negra rugiendo bajo su mano en el volante, y acero frío cargado de metal hiriente en la otra. Escuchó disparos apagados por el chirriar de las ruedas, ráfagas metálicas una tras otra y detonaciones cuyos ecos se perdían en los sonidos de la ciudad vuelta a renacer. Frenó bruscamente patinando y girando el coche y apuntó su Ejecutor a la vez que ordenaba con palabras impregnadas de autoridad clerical. Cerca del vehículo agresor había tres cuerpos inertes derrumbados en el suelo mezclando su sangre con la lluvia recién caída. A un lado, atrás, el arma de Ledna escupía fuego desde un colador que un día fue un coche. Un tipo le disparaba con un subfusil que volteó apuntando ahora al sacerdote. Tomachio apretó el gatillo expendedor de castigo y redención por dos veces, alcanzando la segunda la mano del sujeto. Aulló el individuo y rebotó contra la pared cuando la Blade Runner aprovechó para meterle otro proyectil bajo el hombro. Ledna le lanzó una mirada a Tomachio mezcla de enfado, comprensión, resignación y asentimiento y corrió con precaución hacia la esquina. Miró y regresó saltando como una tigresa hacia el caído:

- ¡Padre, vigile la calle!


La poca gente que transitaba por allí había desaparecido, solo algún curioso miraba desde lejos. De los ocupantes del otro coche volcado no había señal. El padre vio que Ledna preguntaba algo al único superviviente del ataque, sentado apoyado en el muro, humeante su hombro y hecha pulpa la mano. El herido respondió lo que fuese que no gustó a la chica, quien replicó con una detonación de su arma en la rodilla izquierda del tipo. Los gritos de dolor y angustia se elevaron hasta el sucio cielo ceniza de Los Ángeles:

- ¡Que te jodan, zorra! ¡Hija de puta! Eres policía, no puedes hacer esto, cabrona!!

La expresión de Ledna era tan letal como el pistolón que sujetaba. Su mirada lo decía todo. El otro no se amilanó, escupió, y le dedicó nuevas sutilezas. Ella, impasible, hizo que la otra rótula fuese historia. Luego, puso el cañón caliente en el codo:

- Puedo seguir.

El hombre se derrumbó. Se escuchó su canción: el jefe de seguridad de la Tyrell, John Leder, los tenía contratados como sicarios para asesinarla. No era el primer trabajo, desde luego. No, no sabía nada más. Lo juraba. No hacían preguntas, mataban y ya está. Ni idea de las cápsulas. ¿Replicantes? No, no los había visto. Aunque mencionó a un sujeto algo extraño, que les acompañó en algunos asuntos, bastante alto, pelo largo, negro, ojos azules; nada hablador, te hacía sentir mal su mirada, como si te helase el corazón. Le había visto dispensar muerte sin pestañear. Claro que eso tampoco era destacable. Empezaba a perder el conocimiento.

Lejanas, se acercaban estridentes sirenas. Ledna escudriñó las alturas. Luego registró al herido, estaba limpio, solo algo de dinero. Se dirigió al V10 con sus largas piernas de gacela. Se le notaba crispada, un poco alterada, cierto destello de miedo diluido en su temple y determinación.

- Vamos, padre.

Tomachio se acercó a uno de los moribundos. Este apenas pudo entreabrir los ojos desenfocada la cara del sacerdote. Detrás. Ledna, su figura transpiraba impaciencia. El sacerdote le dio la extremaunción al hombre apretando con fuerza su mano. Cerró los ojos, escupió sangre y murió. Como siempre, era duro separarse de una oveja de su rebaño. Era duro fallar, saber que a pesar de todo el esfuerzo, de sus intenciones, siempre fallaba. Una vida perdida era un cruel golpe que debía resistir. Porque de hundirse entonces no podría salvar a nadie más. Y eso si sería una verdadera derrota.

-Ve con Dios, hijo mío. Encuentra la paz que no hallaste aquí.

-Son asesinos, padre. Usted podría estar ocupando su lugar ahora. Debemos irnos.

Se puso en pie.

-Asesinos…forman parte de mi rebaño. No tiene sentido salvar al hombre iluminado. Esa no es mi misión. Yo me ocupo de los perdidos, de los descarriados. Tengo que hacerles ver la luz. Y no lo conseguiré de esta manera.

La Blade Runner echó una ojeada a la calle principal. Ni rastro de los ocupantes del otro vehículo, sin embargo las sirenas atronaban cada vez más cerca y dos luces distantes en el cielo señalaba la posición de sendos coches voladores de la policía.

- No puede hacer nada más por ellos. La policía no tardará en llegar, tengo privilegios clase A y usted va conmigo, así que no le sucederá nada. Pero nos retrasarán. Tenemos algo que hacer, ¿recuerda? Y el tiempo corre en su contra.

El cura miró con tristeza al hombre de las dos piernas destrozadas.

-No era necesario. Hay hombres malos y hombres crueles. Seguro que él era frío, un sádico, un hombre violento. Pero aún tenía solución. Él y sus compañeros.-Se sacó el rosario del bolsillo y lo colocó en la mano del hombre. Ledna le urgía a marchar.-Para ti, hijo mío. Necesitas a Dios más que yo. Espero que esto te haga recapacitar.-El herido acabó por desmayarse. Tomachio se giró hacia su compañera. La observó. Ella también era fría, una sádica, una mujer violenta, una asesina. A pesar de su ética y los valores que creía haber visto en ella había matado sin compasión. También la salvaría a ella. ¿Si no, por qué Dios la había hecho cruzarse en su camino?

Corrió hacia ella, con esa mirada singular, de pena, de rabia, de desespero. Ledna leyó en sus ojos lo que pasaba detrás de ellos, las pupilas de él la traspasaban. Su cabellera blanca la agitaba el viento que barrió a ráfagas imprevistas las calles encharcadas de lluvia negra y sangre. Brillaban sus ojos. Ojos hermosos de mirada que delataba que estaba demasiado acostumbrada a matar. ¿Androides, humanos?


Ledna le devolvió una mirada triste acompañada de una sonrisa inescrutable:

- Ese horror no es obra mía, padre. Protegía mi vida y la de usted. Seguramente habré salvado otras. Me mira con desaprobación. Lo lamento. No es agradable quitar la vida humana. Nunca lo es. Ni tampoco la de un replicante.

Eso no gustó al sacerdote. La comparación de la vida humana con la de un replicante. Se detuvo en seco frente a la mujer.

-No. No es lo mismo. No vuelvas a decirlo, hija mía, pues mi alma se horroriza al pensar que igualas la obra de Dios con la del hombre. Mira a tu alrededor. Toda esta sangre, todo este escenario de destrucción. Todo el horror que acabas de crear no puede compararse al hecho de pulsar el botón de off de una lavadora.

Se pusieron en movimiento. La policía encontraría al hombre, le interrogaría. Sabrían que había sido él. Después de todo les había dejado una prueba evidente; su rosario. No se arrepintió de ello. Aquel gesto era necesario para intentar salvar un alma. Y cuando de eso se trataba el padre no consideraba los daños colaterales. En particular si estos iban contra su persona.


viernes, 2 de noviembre de 2012

Los Ángeles 2029. Lluvia Negra



Ledna no pudo evitar una sonrisa. O tal vez ni siquiera lo intentó. El apasionamiento de su acompañante la sorprendió, no tanto por el mismo, pues parecía conocer parte de su carácter por su expediente, sino por la singular visión que tenía de la piedad y de la salvación de almas. Su tono fue serio cuando tomó la palabra:

- No se emocione ni acelere, padre. No quiero que resulte herido, ni en cuerpo ni espíritu. Si es posible. En mi compañía ya está usted en peligro. Si me ayuda con Enka, recupera su iglesia. No debe embarcarse más en este asunto. Aunque algo me dice que ya es tarde.

Le miró. Sus ojos buscando más allá del sacerdote que tenía delante. Un hombre que solo veía negros y grises en la vida.

-Hija mía, un hombre que permanece ciego y quieto ante los horrores tan claros que me ha mostrado solo puede ser un agente del malvado pues la pasividad y esa ceguera son propias de cobardes. Si estoy aquí es gracias al Señor y ahora que me ha mostrado el camino no puedo rechazar recorrerlo solo porque mi integridad corra peligro. Muchos hombres buenos, mejores que yo, murieron como mártires por la causa. Y no hablo de santos o de los hombres de los que mencionan las escrituras. Hablo de personas de carne y hueso como los antiguos misioneros cuando llevaban la palabra de Dios a tierras de salvajes y hombres que tenían más semejanza con bestias que con personas racionales. Y muchos murieron, por eso la causa es fuerte. Porque la sangre de sus fieles seguidores la sustenta así como la nuestra alimenta nuestro cuerpo. Y no puedo negar ese hecho. Sería negar mi vida misma. Aunque agradezco tu preocupación, hija mía.

Le sonrió con bondad. Como un padre que escucha que su hija le pide que no corra demasiado con el coche.


- Enka no es una santa; ni esta es su cruzada. Puede que me haya malinterpretado. A ella le interesa el dinero. Ha vendido, que sepamos, cinco de esas cápsulas. Es un mal bicho, hágase a la idea. Lo incluyó en su juego de psicótica, y, por alguna razón, parece haberle tomado cariño. Seguramente debido a su educación católica.

-Enka no es una santa, ciertamente. ¿Y quién lo es? Solo es otra oveja perdida. ¿Vendió las cápsulas?-Suspiró.-La raza humana siempre termina decepcionándome. Pero no estoy aquí para juzgar, solo para perdonar...y redimir almas. Pensó que sería divertido incluirme en su juego ¿psicótico?-No sabía lo que significaba eso. Que estaba loca, seguramente. Pero esa era una cualidad necesaria para sobrevivir en ese mundo tan gris.-Así que jugaré, me saltaré unas cuantas normas y puede que gane la partida.-Llegó con la parábola hasta el final.


Ledna apagó la pantalla.

- No son “amigos”. Y la idea de invitarles no me parece adecuada. Debemos deshacernos de ellos –al parecer Ledna carecía de sentido del humor.
-Entonces razón de más para invitarlos a comer.-Era una lástima no poder hacerlo.


El V10 tomó una calle a la derecha, entró en una nueva Avenida. Las torres de infinitos pisos del centro, el Shinjuku, se veían al fondo, al norte, elevándose como modernas torres de Babel. Ledna aceleró; de súbito sucedió algo inesperado. De una calleja a la izquierda surgió rugiendo una furgoneta blindada que golpeó al vehículo que os perseguía, le hizo dar un trompo y luego varias vueltas de campana hasta empotrarse con el muro de un edificio. Había cesado de llover repentinamente. Ledna se puso tensa. Un segundo coche apareció atrás a vuestra izquierda.

- Sujétese, padre.

Las cosas se torcieron pronto –pensó Tomachio- La violencia en aquella ciudad era como una enorme ballena y ellos el pobre Jonás. Era imposible no ser devorado por ella. Más con fe hasta la ballena de violencia le parecía un simple pez de acuario.

La policía pisó a fondo el acelerador, bajó la ventanilla automática, tomó su pistola, para luego frenar de golpe, soltó el pedal justo cuando el nuevo vehículo perseguidor se situó a vuestra altura. Ledna descargó tres disparos, detonación y fuego que quebraron los cristales de la ventanilla del acompañante del otro coche. Ella giró el volante golpeando al automóvil, lo sacó de la calzada, se tragó un pilón y volteó espectacularmente de frente, quedando como una cucaracha boca arriba. La furgoneta se acercó y abrió fuego, proyectiles que rebotaron en el blindaje del V10.

- Tome. Si me sucede algo, llame a este número. Pregunte por Dikicson. Y llévese mi maletín.

Le tendió una tarjeta azul con un número de teléfono. Él la cogió como si estuviese ido y asintió.

Los de la furgoneta se lo tomaban en serio. El nuevo proyectil fue poco menos que un misil en miniatura, silbó al rebasar al V6, para estallar contra un semáforo, las llamas y las chispas iluminaron la calle mojada y castigada por la lluvia. Ledna volvió a acelerar, derrapó zigzagueando al girar por una calle lateral y detuvo el vehículo en seco.

- Estos van a por mí, estoy segura. Las noticias corren muy deprisa cuando existen filtraciones. ¿Sabe conducir? Nos vemos en ese restaurante -el padre suspiró mientras cogía el volante a toda prisa, de forma mecánica.

Ledna saltó del coche y corrió en dirección contraria. La furgoneta giró en ese instante. Ledna descargó su arma contra las ruedas delanteras, el conductor no supo controlar el vehículo y este chocó contra la pared, cayendo de costado. La pistola de la Blade Runner vomitó fuego y muerte en esta ocasión volando la cabeza del primero que salió con el rifle aquel. Tres más abrieron las puertas arrojando otra clase de lluvia horizontal y metálica sobre la chica, que se parapetó tras un vehículo aparcado.

El sacerdote parecía aturdido ante toda la acción que sucedió entonces, la persecución, los disparos y, de nuevo, la muerte. La muerte siempre estaba presente en todas sus acciones. En realidad estaba contemplando toda la escena, toda aquella locura bajo plomo y fuego. ¿Es que no podían pararse a hablar para solucionar sus problemas? Cuando un padre ve a dos de sus hijos pegándose tiene dos opciones, o dejar que se maten o dejarle ver quien manda ahí, quien es la autoridad, el poder supremo. Y ese era Dios, y él era su representante.

Consideró que eran muchos contra ella. Él, como si estuviese paseando por el campo, llevo el coche dos calles más allá donde se detuvo con pulcritud y ajustada perfección.

-Oh, señor, siempre me envías a los más tarambanas. ¿No hay nadie plácido en tu pequeño reino? ¿Ningún alma mansa? Supongo que no. Así debe ser.-Amartilló la escopeta, la dejó al lado del asiento del conductor. Dejar a Ledna sola ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Claro que también consideraba que volvería por los hombres de la furgoneta. Con ella podría negociar, con ellos no. Tendría que aplicarles, como solía decir, una de cal y otra de arena, solo que la de cal sería muy, muy severa.

Así su arma de mano y bajó todas las ventanillas del coche, dio marcha atrás y volvió al lugar del tiroteo. No había rezado sus oraciones. Aceleró, llegó al lugar del tiroteó, torció con brusquedad a la vez que soltaba el acelerador y tiraba de la palanca de freno, dejando el v10 de tal forma que se apeó por la puerta del lado seguro.

Se agachó tras el coche, sin temer, sin temblar.

¿Cuántas veces se había enfrentado a algo así? En verdad no tenía miedo, porque estuviese loco, porque disfrutase del peligro o porque la muerte fuese una redención que ansiaba, no. En verdad no creía que aquella gente pudiese matarle pues a pesar de ser pecadores un hijo no mata a su padre por que si.

-¡En nombre de Dios, soltad las armas!

No tenía placa, no pertenecía a ningún comando. Dios era toda la autoridad que necesitaba.



domingo, 28 de octubre de 2012

Los Ängeles 2029. Lluvia Negra 9




La agente Blesvki se decidió a cortar el hilo umbilical que unía al padre Tomachio con la negra noche que transformó su vida. Contestó a la última pregunta formulada por él.

- Tiene mucho que ver, padre. Las divagaciones y las coincidencias no entran en mi lenguaje.

Su perfil anguloso mantenía la vista al frente. Continuó hablando con aquel tono profesional y confidente.

- Ha mencionado que el cuerpo es una máquina. Nunca ha tenido más razón, padre Tomachio. Jugamos a ser dioses, ahí tiene a los replicantes. Pero no es suficiente. Poco importa insultar a dios, si vamos a superarle. Al menos así es lo que piensan algunos. ¿Qué me respondería si le digo que hay humanos, si podemos llamarles así, con lo que era su cerebro en cuerpos de androides? Con las pilas cargadas, si eso fuera posible, hasta el fin de los tiempos, tal y como ha señalado. ¿Dónde se halla el alma?

El V10 circulaba en silencio. Ledna desgranó la situación en un breve resumen, solo ella conocería cuanto callaba u ocultaba de todo aquello. Una corporación, la Sintroc, había conseguido salvaguardar todo lo que encierra un cerebro, una mente, todo lo que somos, en circuitos electrónicos combinados con materia orgánica. No era algo nuevo, pero sí un nuevo giro de tuerca de alta tecnología, sorprendentemente ingenioso, de extrema complejidad. Era ilegal su comercio, no obstante poderosas voces presionaban por darle luz verde. Sin embargo se conocía que la Sintroc ya estaba usando su tecnología: usando conejos de indias humanos, incluso asesinando a jóvenes sanos para que ricos enfermos continuasen viviendo. Eso se decía. Aunque Ledna consideraba, según sus investigaciones, que otro cerebro humano no podía albergar una mente ajena. Surgió otra posibilidad. “¿Somos dioses, padre? ¿Suena aberrante, verdad?”. La Tyrell se interesó por el pastel. Hacía dos años que comercializaba el Nexus 7, respondiendo a la nueva competencia que se avecinaba de manos de otra corporación. La idea era trasplantar conciencias humanas en replicantes. Ledna tenía la seguridad de que ya lo habían llevado a cabo. Eso es lo que se deducía de los informes del equipo de Blade Runner de Los Ángeles. Lo mismo que sabía que Nexus 7 estaban en la calle como sicarios de la Tyrell. Dos agentes estaban muertos y un tercero en la UCI, en coma. El asunto salpicaba a mucha gente, demasiada. Enka había robado diez cápsulas de aquellas. Millones de chinyens. El crimen organizado andaba olfateando. Ledna, solo quería cazar a los Nexus, retirarlos de una forma u otra y encerrar a Rachel y Ambrus Tyrell, los actuales presidentes de la corporación.


A Tomachio le resultó estremecedora e inquietante aquella revelación. Como si las puertas del Infierno se hubieran abierto para que el diablo entregase a los hombres la llave de la última liberación.


-No jugamos, juegan. En esta época oscura donde la imagen es preferible a la estima interior, donde el placer carnal substituye al espiritual la gente ha empezado a perder su propio camino. La ciencia no nos ha liberado, nos ata a la lógica y a la razón haciendo que cada parte de nosotros sea comprensible, estudiada y diseccionada. Algunos creen que somos máquinas. Es posible, salvo en el alma. Eso nos hace humanos. Aquellos que buscan esa perfección, salvarse de los brazos de la muerte...no pueden entender la vida misma. Lo que me dices es horrible. El alma es eterna, si se cuida. Aquel que abandona su cuerpo y su mente simplemente deja de existir pues creo que el alma está ligada a nosotros, a nuestra sangre, a nuestros pensamientos. No somos chips y microprocesadores. Somos creados por la naturaleza, por Dios, no en fábricas.


Meditó aquellas palabras. Le parecía una abominación que hubiese algo que se prestase a aquello, y peor aún que otros quisiesen sacar un beneficio.

-No buscan igualarse a Dios, sino al demonio.

Ledna pulsó un botón y otra pantallita, rectangular, más pequeña, se encendió. Un tono azul que cambió al instante para mostrar la escena de la avenida por la que circulaban, detrás de ellos, aumentando el detalle. Los faros de un vehículo se veían a cierta distancia.

- Son los chicos del psicoescuadrón. Nos siguen desde el hospital. Los vi. al llegar. Ellos sí van a por la rusa. No puedo garantizarle lo que pide, padre. Enka no es mi objetivo, es más, puedo facilitarle las cosas a esa terrorista. Disculpe, ¿debe tener hambre, verdad? Nos fuimos antes de la cena. Busquemos un lugar tranquilo, ¿le parece? ¿Qué comida prefiere?

Se mantuvo en silencio pasando por alto la proposición de la comida. ¿Qué estaba pasando? Los esquemas naturales del mundo se venían abajo. Las iglesias eran sustituidas por mega corporaciones como la Tyrell y la promesa de una vida eterna en el más allá era una realidad en la propia tierra.

-Hay que solucionarlo. Pocos se dan cuenta de la gravedad de este asunto. Hay que cortar este problema de raíz. Ahora entiendo porque el señor me instó a ayudar a Enka. Tu misión es sagrada. Esta es la cruzada del milenio. Y no debemos flaquear.-Miró el coche que les seguía.-Y no importa cuantos se interpongan. Cualquiera que no esté de nuestro lado está en contra y eso significa que son secuaces del diablo y de su inmortalidad. Y para ellos no hay piedad. No hay piedad en este asunto, señorita. No puede haberla.

Le cogió de la mano.

-Gracias por abrirme los ojos.-Volvió a mirar la pantalla con la imagen del coche que los seguía.-El Bella de Napoli, en la pequeña Italia, siempre ha sido de mis preferidos. Comí allí una vez. Y puede que invite a nuestros amigos del Psicoescuadrón.


lunes, 22 de octubre de 2012

Los Ángeles 2029. Lluvia Negra - 8


El motor de V10 apenas siseaba, ronroneo apagado de un gato adormilado. Tomachio seguía prisionero de su memoria.



Tras el primer disparo en el callejón, escudriñó la atmósfera oscura levemente iluminada por las luces de neón. Con el ejecutor en sus manos retrocedió hacia la esquina, más allá del hotel, donde se abría el maloliente callejón, no descubrió el escondite del tirador, demasiado repentino el disparo, podría haber llegado de cualquier parte. La calle estaba flanqueada por edificios a ambos lados, al final de ellos se abría a otra vía. Vio que Ricco se parapetaba en el interior del la entrada del motel, una pistola en cada mano. Un hombre de familia que se preocupaba de los suyos.

Jacob regresó también corriendo al motel. Dentro, escopeta cargada, rebuscó en su bolsa, allí estaba, el termo-escáner. Se puso a trastear con él.

A todo esto, Mara se pegó a la pared, frente al vehículo y el cadáver del conductor. Amplificador y filtrado en su visión. Vio justo a tiempo al agresor, levantó el arma y abrió fuego a la vez que se agachaba; donde estaba la cabeza de la replicante, ahora se había abierto en el muro un boquete de buen tamaño. Saltaron esquirlas y fragmentos de la pared sobre ella, tuvo que esconderse rápidamente, lo más próximo el coche, acurrucada a cubierto de su parte frontal, y mientras lo hacía otro proyectil lamió sus cabellos. La androide no dio en el blanco. Se confirmó que eran varios los atacantes.

Había descubierto al tipo en uno de los ventanales del edificio de enfrente, varios pisos arriba, al final de la calle. Y otro más en una balconada, más abajo. No pudo descubrir si más gente se ocultaba por allí. Luego, ráfagas de metal acribillaron la entrada del motelucho, impidiendo que el mafioso o Jacob pudiesen asomar siquiera la nariz. Lo mismo le sucedió al cura, barrida su zona por una lluvia horizontal cargada de muerte. Se arriesgó y miró pudiendo comprobar que en ese misma lado de la calle, casi en el extremo donde daba con la otra calzada, otro tirador estaba oculto y disparaba desde uno de los portales.


Un nuevo proyectil voló cercano a Mara. Aguardó y entonces apareció el padre Tomachio como un ángel vengador desde el callejón trasero. La oportunidad de la chica, saltó hacia el callejón y quiso pegarse a la pared.

Nunca llegó.

La androide recibió el primer disparo en un lado del cuello, la bala salió por detrás de forma limpia. Eso la desequilibró, unos segundos más y otro impacto en la parte derecha del pecho, el proyectil explotó y transformó el pulmón de ese lado en carne picada. La muchacha giró sobre sí misma escupiendo sangre y el tercer impacto dio en la muñeca izquierda volándole la mano. Rebotó la androide como una muñeca rota contra el coche y se desplomó sobre el capó, deslizándose hasta el suelo cerca de la rueda izquierda del vehículo. La sangre, su sangre, empapaba la carrocería, las paredes, teñía de rojo el sucio asfalto.

La chica cae. "No es una chica, Tomachio, solo una máquina". La mente se funde con su mira y esta con la oscuridad. Olvidó encomendar su alma a Dios, sin embargo eso no pareció importarle en aquellos instantes.

Fuego y metal arrojaba la pistola del sacerdote hacia el portal. Nadie asomó el hocico allí, ese trozo de pared se hizo añicos. El valiente, loco o desesperado padre fue un blanco durante aquellos instantes, tal vez demasiado. Sintió algo parecido a una bola de golf que le golpeaba de forma tremenda el abdomen  y se quedaba allí alojada. Fue despedido hacia atrás en su salto, golpeándose con el muro. La sangre brotaba a borbotones del orificio donde se había alojado el proyectil. Le faltaba el aire, el dolor vibraba como una campana tocada por cien diablos irradiando desde la herida. Se quedó tumbado en el frío y húmedo suelo de la calle, la vista se le nublaba.

Jacob seguía a lo suyo, con el termo-escáner. Ricco rió entre dientes al ver al cura demostrando que era un hombre de acción también. Y aprovechó su momento. Las automáticas hablaron con mala leche a una de las ventanas, el cristal se quebró en decenas de lágrimas secas, y un cuerpo cayó desde las alturas partiéndose la cabeza al chocar contra el adoquinado. Sin embargo aquella gente era experta, Ricco regresó al momento a su escondrijo, apenas había mostrado su cuerpo, justo lo suficiente para que le acertaran en el muslo de la pierna derecha. Orificio limpio, de entrada y salida. Mordía.


Se hizo el silencio un instante en el callejón, Jacob aprovechó y sacó el hocico para echar una mirada al panorama; el termo escáner estaba a punto y ajustado aunque no tenía opción de usarlo si no quería que le volaran la cabeza. Se quedó en el interior de la recepción del motel, con Ricco, ayudándole con el torniquete para la pierna.

El padre respiraba, luchaba consigo mismo. Mientras, Mara recuperó un momento la conciencia, allí tirada ideó un nuevo plan entre su delirio y la sangre. Tomachio se movió reuniendo sus fuerzas, con la penosa rapidez que podía imprimir a sus movimientos. Ricco terminó el improvisado vendaje y llamó al cura, pero este se encontraba a unos metros y se arrastraba para ponerse a cubierto en el callejón, silbó una bala sobre la oreja del mafioso y tuvo que regresar al interior.

La replicante, aturdida, puso en marcha su plan con el explosivo que extrajo bajo sus ropas. y el detonador en la boca. Se quedó quieta, sin embargo su visión nublada distinguió al sacerdote y resolvió ayudarle. Se puso en pie, medio a cubierto por el coche y descargó su arma hacia el último punto conocido donde se ocultaba otro tirador. No supo si dio en el blanco o no, chorreaba sangre, su sistema vital caía en picado y su horizonte era de color escarlata. Una ráfaga resonó como eco a sus disparos y la replicante cayó hacia atrás con tres proyectiles más alojados en su cuerpo, uno en el hueco del hombro izquierdo, otro le partió la clavícula y el tercero bajo el cuello cercano a la tráquea. Rebotó en la pared y se desplomó inerte en el suelo. Una mínima claridad febril le quedaba, sostenía la carga explosiva, el arma se le había deslizado entre los dedos, y el activador lo aguantaba en su dentadura. Milagrosamente no lo había mordido…todavía.

Esto dio tiempo a que Tomachio se resguardase en el otro callejón maloliente. Se arrastraba dejando un reguero rojo y negro tras él. Aquello ardía. Encontró una alcantarilla, tiró con energía, no pudo levantarla, se movió tan solo un poco, ningún vehículo allí. Más allá terminaba esa calleja que daba a una calzada más amplia y solitaria. Una puerta se abrió y un par de cabezas de cabellos azulados y unas caras maquilladas en negro y gris miraron asustadas qué sucedía. El padre escuchó una música que salía de ese lugar que le pareció nacida del averno.

Disparos de cobertura destrozaron la entrada del motel, impidiendo a Jacob y Ricco salir de allí. El ruido era ensordecedor y no pudieron oír las apresuradas carreras en el callejón hacia ellos. Mara no notó que alguien se ocultaba tras el vehículo.

Cayó dentro de la recepción un pequeño cilindro…una granada de fragmentación.




sábado, 20 de octubre de 2012

Los Ángeles 2029. Lluvia Negra - 7



Hola

Un buen amigo me ha hecho notar que dejé a medias el relato/partida anterior, Los Ángeles 2029. Preguntándome qué le había sucedido al sacerdote padre Tomachio. Cierto. Inicié esta segunda entrega, sin terminar la primera, así que he decidido resumir lo que quedaba de ella, utilizando la técnica del flashback.


 ..........




Ledna conducía y Tomachio recordaba, El rostro de Enka le hizo retroceder,despacio, sumido en una niebla espesa, varias semanas atrás, hasta aquella aciaga noche en el motel del destrito Norte donde se habían refugiado provisionalmente en su huída de la policía.

El grupo discutía acciones a realizar, descubriendo los motivos de cada uno, las posibilidades futuras; sugerencias, iniciativas, ideas ocultas. Cuatro desconocidos unidos por una loca fugitiva que a saber qué había robado. Bien, algunos sí lo sabían. Y ahora Jacob también. Una llave que abría el cofre del tesoro. Una llave cara y peligrosa.

El padre Tomachio rememoró la escena: extrajo el proyectil de la pierna de Mara, rechazando la idea del matasanos callejero. Se derramó más sangre, un poco de alcohol, y Mara usó su cigarrillo para cauterizar la herida, sin inmutarse. La chica se recuperaba. Y no estaba dispuesta a dejar al sacerdote con aquellos dos tipos a los que calificaba de lobos. Por otro lado se descubrió su condición de no-humana. Una androide, replicante, bicho o pellejuda. El más sorprendido fue el sacerdote, que además del lío en el que se había metido, su iglesia agujereada y él ahora probablemente en busca y captura, se sentía acosado por sus propios fantasmas en relación a lo que sentía por estas máquinas. Repulsión.

El coche del mafioso Ricco,  abajo en el callejón cantaba lo suficiente para llamar la atención en un barrio degradado. Sonó el móvil de Ricco. Era el chofer, se había cargado a un drogata que husmeaba demasiado. También habían llamado de la “central” de Ricco, de la supuesta empresa de seguridad.

Mentiras y más mentiras.  

Además, algo fallaba en el cerebro artificial e Mara. Ciberpsicosis, afirmó Jacob. La chica veía cosas inexistentes, farfullaba incoherencias. Podría resultar un problema, así que Jacob se preguntaba qué hacer con ella mientras el padre Tomachio con gusto le hubiera volado esos mismos sesos después del beso que ella le espetó de súbito en la boca...

Repugnancia.

Si no vomitó poco faltó. Sin embargo la chica iba a su rollo como si lo único que viese fuera aquella amorfa gelatina que la impelía a cargarse a alguien. Luego, por fortuna, se tumbó en la cama, aparentemente relajada, ausente. Autista.

- Nada de la tipa esa –la voz del chofer en el móvil de Ricco-... La poli tampoco la localiza. Hubo un tiroteo, persecución, al parecer se largaron en el metro. Ella y otra. Están interrogando a un sujeto, no sabemos nada aún. El contacto en la poli ha llamado, los agentes especialistas llegaron antes que nuestros hombres a la iglesia. No debiste dejar allí a los dos cadáveres, ¡joder! No tardará en aparecer por aquí algún detective. Se más cuidadoso.

Tenía grabada esa noche lo mismo que si la hubiese impreso en una memoria artificial. 

Sonó el intercomunicador del videoteléfono. Era el recepcionista, su cara adormilada en la pequeña pantalla:

- Tengo a una tía al otro lado de la línea, sin conexión visual. Quiere hablar con un cura, ¿qué le digo?

La imagen se quedó en gris. Se escuchó una voz cálida, joven, de marcado acento eslavo. La misma de la iglesia: Enka.

- Hola, padre. ¿Tuvo problemas? Si es así, lamento haberlos causado. ¿Está bien? Conserve lo que le di. ¿Está solo, padre? Apuesto a que no.


- Padre. Padre. Tomachio, ¿se encuentra bien? –la voz de Ledna apenas le sacó de su ensimismamiento.

-Sí, agente. Recordaba. Solo eso.


Regresó una vez más al cuarto del motel.

-¿Problemas? Más que eso. Ha muerto gente y todavía no comprendo porqué –le había respondido a la rusa-. Que yo esté bien o mal no importa, nunca ha importado. Y sobre si estoy solo...lo siento, pero no eres tú quien hace las preguntas. Tengo conmigo lo que me diste. No sé lo que es. ¿Vas ha decírmelo? Si no se lo que es voy ha romperlo en mil trocitos con mi zapato, parece frágil.-Esperaba que al menos ella si se sincerase con él y le dijese que era aquel objeto.

Tomachio había contestado con frialdad, dureza. Llegó de inmediato la contestación de su interlocutora, el acento muy marcado:

- Me decepciona, padre. Las amenazas desacreditan y humillan a quienes las usan para sus fines. Es cosa de débiles, ¿usted lo es, padre? Yo creo que no –hizo una pausa- Si quiere romperlo, adelante. Pero si no piensa hacerlo, no me vacile.

-¿Por qué me elegiste a mi para que te lo guardase? –Preguntó, exasperado. Aquello era algo que necesitaba saber. Con esa respuesta podría saber si tenía alguna oportunidad de ayudarla.-Soy un hombre de dios, de fe y de oración; cuando las cosas se complican dejo de rezar y empiezo a actuar, pero no entiendo cual es el verdadero problema aquí, hija mía. Será mejor que me expliques qué es todo esto, el motivo de que mi vida haya dado un giro de 180º en una sola noche. Si no, diré adiós y no me volverás a ver, ni a mi, ni a esta cosa que guardo conmigo. Necesito saber si todo este merece la pena. No soy un bandolero ni un ladrón, soy un cura y tengo mis creencias, sigo el camino de la virtud y no voy ha meterme en asuntos en los que no puedo salvar almas...si todo esto es un asunto de dinero...-Explotaría, así de simple. Quería saber y puesto que entre los allí presentes nadie se mostraba especialmente cooperador, tendría que obtener la información de aquella chica.


- Lo ha dicho, padre, es un hombre de Fe. Se puede confiar en usted. Hábleme de esas muertes. ¿Qué sucedió? Por favor, cuéntemelo todo, es importante. Si la jugada sale bien, le garantizo que salvará almas.

Luego añadió:

- Y enviará otras al infierno. De donde no deberían haber salido nunca. ¿Puede hablar con libertad o no, padre?

¿Libertad? Claro. ¿Qué límites? la conversación se difuminaba detrás de un telón escarlata. Se pasó la mano derecha por los cabellos. Notó el sudor en su frente.

Recordaba.

El sacerdote había rebuscado en sus ropas, no tardó en dar con algo que no era suyo en el bolsillo derecho de su chaqueta: tenía forma de botoncito diminuto, pegado al interior de la tela. Lo puso en la palma de la mano. Jacob supo al momento de qué se trataba, el tan temido localizador. Jacob lo destrozó bajo el talón de su zapato.

Salieron al callejón, la androide Mara delante; Un café helado y un paseo por Tokio Cannion eran sus planes, ajena a la situación, una náufraga en el mar de la noche áspera de Los Ángeles. El chofer de Ricco sonreía de oreja a oreja observando su contoneo turbador.


Caminaron hacia el coche. Mara  iba a entrar en el vehículo cuando una detonación rompió el silencio de la madrugada y la cabeza del conductor reventó como un melón. Su sangre y sesos salpicaron el rostro, cabellos y torso de la replicante.

Sí, recordaba.   

martes, 16 de octubre de 2012

Los Ángeles 2029. Lluvia Negra -6





El vehículo rugió igual que una bestia al acecho salta sobre su presa, cuando se sumergió en las calles mojadas bajo la lluvia interminable, de Los Ángeles. Potente, sin rival en su gama, y equipado con tecnología punta, enfiló una avenida. Los faros iluminaban un lóbrego escenario de aspecto fantasmal, la gente había corrido desesperada a refugiarse en sus hogares, bares, cines, establecimientos de todo tipo. Ledna encendió la pantalla, y fue solicitando apertura de archivos y muestra de datos activados con la voz. Apareció la imagen congelada de la psiónica, aquella muchacha que tantos quebraderos de cabeza le hubo dado, la responsable de su situación actual. Le ofrecía una sonrisa congelada, burlona, intrigante. Los ojos destilaban un malsano brillo de locura. Se trataba de un fichero policial. Ledna le dio detalles:

- Enka Nikolova Nokolov. Teniente del ejército ruso, sección antiterrorista. 27 años. Psiónica de máximo grado. Se cansó de saludar y se pasó al reverso oscuro. Trabajó con la mafia rusa. Acabó por aburrirse de ellos y se despidió de Moscú entregando un paquete con diez cadáveres de sus dirigentes. Ya como terrorista, asesina, ladrona…hundió sus dientes en media Europa para acabar aquí, dejando tras ella un "rosario" de cadáveres. Sin un patrón concreto de pensamiento, impulsiva, imprevisible, sin escrúpulos, caprichosa… Toma droga como usted el agua, en particular la llamada Diamante Azul. Le gusta el riesgo y jugar con todo y todos. Lo hizo con usted, por ejemplo. Lo que le entregó no era tan importante como cabía esperar. Fue una muestra más de su extravagancia y demencia. Pero, de alguna manera, usted le interesa, le preocupa. Vino a verle, cuando se encontraba en la unidad de cuidados intensivos, tras la operación. ¿Tampoco se lo dijeron? No hizo nada raro ni nadie se interpuso en su camino. Al parecer fue una sola vez, un momento.

El padre escuchaba la exposición académica de Ledna y observaba la pantalla con detenimiento. Le trajo confusos recuerdos. Era un alma que no había logrado reconducir. Una mujer que le había metido en serios problemas, se repitió una vez más. Él solo quería tenderle una mano. El asunto de la pieza negra no le interesaba lo más mínimo. Solo había querido ayudarla, se insistió, convencido. Ahora supo su nombre: Enka.


La agente miró un momento al sacerdote. Las luces de la gran avenida desaparecían en destellos de ráfagas tras ellos.

-Es peligrosa. Pero te equivocas con ella. Mira sus ojos, su expresión. Está pidiendo socorro. Por eso le "intereso". Porque sabe que solo yo puedo ayudarla. Espero que ella no sea uno de los "demonios que hay que eliminar". Ha de saber que esa es siempre mi última opción. Y un sacerdote como yo tiene mucho aguante antes de llegar a ese extremo. ¿Comprende?

- Le necesito para encontrarla, padre –fue la respuesta de la agente Blesvki. Tengo una corazonada, ella puede llevarme a lo que busco.

 - Si voy a cooperar en esto quiero que me asegure que ella no sufrirá daño alguno.-Ahora que sabía que Enka lo buscaba podía encontrarla solo. No necesitaba a la Cazadora de Bonificaciones. Pero quería escuchar de qué iba todo aquello pues Ledna  le solicitó  su ayuda y era incapaz de negarse ante esa petición.

La mujer no le devolvió la mirada, fija la vista en la calzada.

-Eso no puedo garantizarlo. Ni que usted o yo salgamos indemnes.

El V-10 incrementó su velocidad y enfilaron una gran avenida cuajada de otros vehículos de todas clases.

- Le contaré más, pero antes, dígame, ¿qué piensa del alma? ¿Y de la inmortalidad? No la del espíritu del hombre, sino del mismo hombre…

Un destello de extrañeza y sorpresa apareció en los ojos de Tomachio. Le preguntaba acerca del alma y la inmortalidad. ¿Una crisis de fe? Aquello empezó a preocuparle.

-El alma anida en todos nosotros. Puede llamarlo Ki, espíritu, fantasma, fuerza interior, vudú, magia, aura...pero está ahí. El cuerpo se basa en reacciones químicas, es como una máquina. Funciona de una sola manera. Pero el alma...es con ella con la que amamos, sentimos y lloramos. Nuestro corazón, piel y ojos parece que lo hacen...no obstante, es nuestra alma la que sufre, la que se tiñe de negro con el pecado y la que se alza clara y blanca tras la muerte. El alma es inmortal, el cuerpo no. ¿Sugiere la posibilidad de la inmortalidad en esta vida? Solo gozaremos de esa bendición en el reino de los cielos. En cualquier otro caso, sería un sacrilegio. Antes, hace mucho tiempo, se hablaba de vampiros. Seres débiles ante la luz, la plata y los hombres de fe, aunque fuertes al paso del tiempo. Inmortales, se les decía. Es una leyenda. Pero no se me escapa que todos estos mitos tienen como origen al Príncipe de las Tinieblas. ¿Inmortalidad? Si mi más acérrimo enemigo ha metido la mano puede que sea posible pero a ojos de Dios es una ignominia, un insulto. Y a pesar del término, no duraría mucho esa inmortalidad ficticia pues hasta los vampiros morían. Ya que para vivir hay que aceptar la muerte. Y alguien inmortal no aceptaría la muerte, entonces tampoco la vida. ¿Y qué sentido tendría? Sería como uno de esos Nexus 6 con las pilas cargadas hasta el fin de los tiempos. Eso creo, señorita. Aunque no sé que tiene que ver con el principal asunto...-La escudriñó seriamente.- ¿O no es mera coincidencia que saque este tema a relucir? ¿Hay un nexo entre Enka, los androides y la inmortalidad? 

sábado, 13 de octubre de 2012

Los Ángeles 2029 . Lluvia Negra 5



-Dese la vuelta, por favor –pidió el sacerdote. Ledna lo hizo, sin dejar de sonreír- A pesar de mi edad aún puedo levantar algunas pasiones y eso en mi profesión no es lo adecuado.-Sonrió él también. Se levantó con cierto esfuerzo, comenzó a vestirse, dejando la camisola y la bata dobladas sobre la cama, la cual arregló un poco. Ledna recogió el maletín y salió, prefería esperarle fuera.

No sabía qué iba a empezar, solo que sería difícil, comprometido y…con seguridad, violento. ¿Dónde le dejaba a él esto? Se sintió un poco desprotegido, asustado, incluso triste. Recogió su vieja Biblia, la que le daba fortaleza, poder. Suya era la palabra de Dios y en su mano estaba la espada de llamas de San Miguel. Rezó una silenciosa oración en la que pedía a Dios que los guardase en su nuevo camino. Sobretodo a su nueva amiga. Cruzó la puerta de la habitación, dispuesto a emprender una nueva cruzada. Se encaminó con paso firme por el pasillo hasta el mostrador de enfermería.

La recepcionista asintió con los ojos al mirarle; la enfermera altiva estaba hablando con alguien en su terminal, excitada, irritada, solicitando la inmediata presencia del jefe médico de guardia, y de los efectivos de seguridad, el paciente no podía marcharse. Ledna esperaba junto al ascensor, inflexible, el padre Tomachio se iba con ella. Nadie iba a detenerle pues el camino del señor debía cumplirse a pesar de las normas sociales, jurídicas o de un hospital. Agradeció a la recepcionista el trato que le habían dado, así como la comida y la cama.

-Puede que vuelva para hacer una reserva en vacaciones.-bromeó con una sonrisa- Sed buenos.-Añadió, ya con un quedo murmullo. Otra vez libre, otra vez dispuesto a empezar. ¿Una locura o la palabra la Dios? A veces se lo habían planteado. Su fe era demasiado profunda para desmoronarse con aquellas dudas.

-Estoy preparado, señorita Blesvki.-Y lo estaba, para todo. Incluso si tenía que entrar en el averno para pisarle la cola al propio Satanás. Estaba listo. Había almas que salvar, y por esa causa lo daría todo.

Descendieron en el ascensor, en silencio, hasta el parking subterráneo.



Allá abajo, en el silencioso y casi desnudo aparcamiento, el V10, como una criatura enorme, oscura, aguardaba su momento para lanzarse a la jungla de asfalto. Tomachio contempló el coche policial antes de entrar. Si los jinetes del Apocalipsis apareciesen en aquel momento estaba seguro que al menos Muerte conduciría aquel vehículo en lugar de llevar su anticuado caballo. Eran los tiempos modernos. Subió y se acomodó. El interior del mismo, cómodo, funcional, cuero negro sobre madera de imitación, era otro mundo, acogedor, aislando a los dos ocupantes de la lluvia negra que continuaba empapando la sombría ciudad. El sistema de moléculas dispersoras evitaba que el agua tocase siquiera el coche, permitiendo una visibilidad correcta bajo el chaparrón.

La Blade Runner le tendió una mochila gris y él se sorprendió al ver su contenido: sus armas, que las daba por perdidas. Su pistola, la escopeta y la daga de plata. También había varias mudas, un par de camisas, un pantalón, otros zapatos y útiles de aseo.

- Pensé que le gustaría recuperar sus pertenencias. Eso sí, la pistola ha sido modificada para mi uso también.

Sacó el "Ejecutor" de la bolsa esperando no tener que usarlo. Comprobó que estaba cargado y luego lo enfundó debajo de su ropa. Palpó la escopeta. Era su única arma cuando el mal corrompía a los hombres y los hacía realmente malvados. A grandes males, grandes remedios. Su purificadora de almas estaba allí. Extrajo la daga también, la cual colocó en la parte de atrás de su cinto. Aquella daga era un arma sagrada contra los demonios. El mal en estado puro caía ante lo santo de aquel filo bendito. Se sintió mejor.

-Gracias.-Logró decir. Estaba contento. No podía evitarlo. Era la calma que precede a la tempestad, la alegría antes de transformarse en tristeza. Estaba en paz, en comunión con sus sentidos y con el mundo. Armado, era la pieza de plomo que equilibraba la balanza del bien y el mal. Se sentía mejor. Sí. Armado de coraje, de Fe, y de frío metal escanciador de muerte.



jueves, 11 de octubre de 2012

Los Ángeles 2029. Lluvia Negra .4






Aunque parecían existir cierta vibraciones positivas entre ambos, el sacerdote guardaba las distancias frente a la desconocida; la suspicacia y el sentido común hicieron acto de presencia en su pregunta. Ledna sujetaba una percha con su camisa. El humo del cigarrillo daba un tinte gris a sus pálidas facciones:

- El obispo tiene carnes y mente sucias, ya se lo he dicho. También es un canalla por lo que hace. Usted vive alejado de ese mundo, cree que hay que auxiliar a toda alma descarriada. No se lo discuto, pero quizá peca de demasiado inocente; o ignorante. Shelton Johens  cultiva la amistad de criminales, está metido en drogas y tráfico de armas. Organiza orgías. Y algo más. Como sabrá, los replicantes Nexus 6 son prohibidos en la Tierra, con excepciones. La Tyrell le proporciona ejemplares hembras para su deleite personal.

Siguió fumando, sin apartar los ojos de su interlocutor, observando como encajaba la noticia.

-Es la realidad que quieres ver -contestó el sacerdote, tuteándola- Es la sociedad del odio la que te hace hablar. Si vieras a las personas como yo las veo. Ah...como ovejas descarriadas, perdidas, del rebaño del señor. No se puede culpar a un niño por robar una golosina. No si carece de padres que le eduquen o si alguna vez sufrió algún mal que le hizo cambiar. A veces no es tan fácil. Incluso alguien que debería estar del lado de la fe y la bondad y que se ha pasado al bando de la lujuria tiene un motivo para ello. Yo los veo como personas sedientas en el desierto...o mejor aún, como un galápago que se ha caído de espaldas y al que el sol, los pecados, lo abrasan. Puede que volcasen por un error del pasado, por algo ajeno o por debilidad. Así somos los seres humanos. Débiles, caemos en la tentación una y otra vez. Pero esas ovejas merecen ser salvadas, incluso las más oscuras -Suspiró. Era tan grande la tarea que tenía por delante- No soy un ingenuo, pequeña. Puede que en mi juventud. Ahora ya no. Se diferenciar a las ovejas de los lobos.

La forma de pensar de Tomachio no coincidía con la de Ledna. Negó con la cabeza, entrecerró los ojos. Él quería salvar al mundo entero de sí mismo. Algo que no pudo ni siquiera Jesús, pero no por ello hay que abandonar. El primer paso es el que nos pone en camino.

- No compartimos ese punto de vista, padre. Ese hombre y sus allegados son despreciables. Yo nací en Los Ángeles, me crié y viví aquí. Se de lo que hablo, créame. Pero no estoy aquí por él. De momento.-hizo una pausa -. Quiero que confíe en mí. Usando su lenguaje, necesito su cooperación para salvar personas, almas, y enviar demonios al Infierno. Yo me encargaré de lo segundo. Aunque a usted tampoco le importe hacerlo, recuerdo sus palabras en el expediente: "Algunas personas están mejor muertas". Una frase que muchos no justifican su piedad. Eso no le ayuda en este instante, ni su pasado, a pesar de que algunas voces dentro de la Iglesia están a su favor. Pero no le pediré tanto.


Estaba terminando el Camel.

- Mascari le dijo que no había agentes de guardia, sin embargo una de las enfermeras lo es y la asistente en recepción de esta sala también. Una de las bandas de su barrio quiso aprovechar la ocasión, fue neutralizada hace una semana. No quiso intranquilizarle. No se ha vuelto a producir. Mascari ha limpiado la zona, al menos lo que ha podido.

Apagó el cigarrillo, y le tendió la camisa negra.

Tomachio asintió. No se inmutó cuando le habló del ataque de una de las bandas. Era el pan de cada día. Al menos esta vez no había tenido que defenderse él. La ley funcionaba. Y eso le extrañó. Cogió la prenda de vestir, agradecido. Intuía que todo aquello tendría que ver, lógicamente, con androides. No le gustaban, solo eran máquinas, a veces problemáticas.

- Es un asunto feo, no dudo de que me ha comprendido. Peligroso. Yo lo llevaré a cabo, con o sin usted. La elección es suya, las cartas repartidas son malas. Puede optar por la huida, aunque, con sinceridad, no creo que usted sea de esos. Una fuga para predicar la Palabra de Dios al margen de la ley de los hombres, que le conducirá a un final previsible. Aproveche su comodín.

 Esgrimió de nuevo su sonrisa, en esta ocasión de complicidad.

- Le contaré una bonita historia durante el camino.

Oscura, siniestra, la lluvia persistía en su intento de arrancar gemidos al metal y al asfalto. La Luna desapareció tras la cortina incesante y rolliza, un aguacero que arrastraría la suciedad diaria acumulada dejando en su lugar el acre sabor de la ceniza radiactiva.




lunes, 8 de octubre de 2012

Los Ángeles 2029. Lluvia Negra - 3




- Quieren joderle. Y no lo vamos a permitir, no. Mañana a primera hora esa comadreja de Calafan, ya sabe, el secretario del obispo Shelton Johens, se presentará aquí con testigos y el documento que le expulsa de forma inapelable de la Iglesia. Debe entregárselo en mano para que sea legal, ya conoce la normativa. El canalla grasiento del obispo ha firmado. Disculpe, padre, soy creyente, católica. Pero eso no excusa de llamar a las cosas por su nombre.

Le mostró su identificación. Rep-Detect, leyó el padre. Departamento de Detección de  Replicantes. Washington.

-No es una lectura muy amena.-Comentó el sacerdote, refiriéndose a la exposición del futuro que le reservaban. Devolvió la mirada a Ledna. Aquella mujer era peligrosa. Una Blade Runner. Cazadores de Bonificaciones. No le disgustaban estas personas ya que las máquinas no le agradaban. En estos tiempos difíciles las máquinas hacían las peores labores, y eso estaba bien, solo que algunos las usaban también para otras cosas. No eran humanos, carecías de sentimientos, de pasado, de recuerdos...de alma. Y los trataban como personas. Así que el padre tenía cierto aprecio por ese grupo policial que se centraba en retirar, retirar, nunca asesinar, a las máquinas que funcionaban del todo mal. Aunque si le hubiesen preguntado a él, tanto las máquinas como los que las creaban tenían la culpa. Habían perdido el norte.

-Tampoco hay excusa, señorita, o agente Blesvki, para usar esas palabras y ser descortés. Es cierto que la actitud del obispo y de su secretario no me parecen las más correctas, no obstante soy hombre de fe. La opulencia de mis colegas y su total falta de implicación con los más desfavorecidos solo significa más almas que salvar. No los tacho de pecadores aunque desde luego están equivocados. Creen en un error. Y no es justo insultar a alguien que se equivoca, pues entonces todos seriamos unos...veamos… dijo ¿Canallas grasientos?

- No es un insulto, padre. Es una realidad.

Entró la enfermera teutona. Ladró a Ledna, sus credenciales no le permitían fumar. Allí había enfermos. Ella respondió de forma seca:

- Dije que no nos molestaran.

- Avisaré al médico jefe de guardia.

- Telefonee también al alcalde. Déle recuerdos.

La enfermera se marchó como un expreso fuera de control. Ledna prosiguió una vez se esfumó. Se tomó su tiempo para una nueva, profunda, calada.

- Estoy aquí para ayudarnos mutuamente. Debe de aborrecer abandonar su parroquia, la labor que ha ejercido durante años. Si no le encuentran aquí, le buscarán de forma…amistosa. El obispado presionará, Washington nos da un par de días, tal vez algo más antes de que se ejecute su orden de exclusión y…excomunión - Tomachio sonrió ante la idea de la excomunión-.  Va en el paquete, dos por uno. Lo harán, alegando rebeldía y sin necesidad de hacerlo personalmente.

-Solo Dios puede quitarme este cargo. Podrán rasgar mis ropas y quemar mi alzacuellos, incluso firmar un papel absurdo pero mi fe es más espesa que la sangre y mi deber más pesado que esas infamias

La agente Blesvki se dirigió al armario, lo abrió. Allá estaba la ropa del paciente.

- Tenemos que irnos ya, padre Tomachio. Como le he dicho, he leído su expediente. Es usted un hombre íntegro, firme. Casi un patriarca bíblico. A mí no me molesta su tendencia a usar métodos expeditivos cuando es necesario.

Por primera vez, su sonrisa leonina destelló en la habitación. El cigarrillo se agotaba.

-No tan rápido, señorita Blesvki. Ha prometido ayudarme. Y se lo agradezco. Este es un mundo en el que ya no se puede confiar. La mentira se ha tornado real y lo falso es cada vez más una realidad. Confío en usted porque me agrada confiar en las personas. No creo que mienta. Eso me gusta pensar, que nadie miente. Me gustaría marcharme, si, pero antes necesito saber que quiere usted de un hombre como yo.

sábado, 6 de octubre de 2012

Los Ángeles, 2029. Lluvia Negra -2



2


Mientras reflexionaba, se abrió la puerta, pero no era la cena. Aquel día  recibió una visita. No había nada más que ver a la mujer que entró para saber que era de carácter firme, disciplinado, capaz y hasta puede que orgullosa. Muchos la encontrarían atractiva. El sacerdote simplemente llegó a pensar "Seguro que no está casada". Y era un crimen llegar a esa edad sin haber encontrado tu alma gemela. ¿Otra nueva misión de dios? ¿Otra alma que salvar? “Tomachio, deliras. No, solo me dejo llevar por mi fe e intuición”.

La desconocida rondaba los treinta años, alta,  embutida su silueta atlética en cuero negro: cazadora tipo torera de cuello alto, un tanto holgada, falda hasta las rodillas, ligeramente abierta en ambas lados, calzaba un tipo de sandalias elegantes y a la vez flexibles, negras también. Contrastaba con ese color el blanco de sus cabellos, desde la frente a la mitad de la cabeza trenzados al estilo afro, hacia atrás, sujetos al cuero cabelludo para luego caer en cascada su melena hasta los hombros. Las cejas, pobladas y níveas también, resultaban un toldo para sus largas pestañas debajo de las cuales brillaban ojos fríos de acero azul; nariz recta, labios de diosa griega. Sin maquillaje alguno, resaltaban sus pómulos, que le daban un toque característico y sumamente atractivo.

Llevaba un maletín negro que dejó sobre la estantería próxima a la ventana y un bolso pequeño le colgaba del hombro. Le pareció que un bulto se marcaba un instante bajo la cazadora, justo donde podía guardarse una pistola cerca de la axila. Solo fue un momento. La pulcritud de su persona hacía juego con la de la habitación del hospital. Su glaciar mirada dio un repaso rápido a la habitación y saludó con la mirada al sacerdote, sin sonreír. Directa a los ventanales, observó el agua ceniza ensuciar la ya de por sí deslustrada ciudad de Los Ángeles. Encendió un cigarrillo Camel, una profunda aspiración que consumió la cuarta parte del cigarro, dejando al poco que volutas de humo, danzando en su interior los espíritus del cáncer aún no vencidos, ascendieran densas, azuladas por la luz espectral del exterior nacida de relámpagos lejanos, sin importarle que en tal lugar no solo estaba prohibido fumar, sino penado con prisión.

Tomachio aguardó a que se presentara, intrigado. Aquella joven olía a autoridad: policía, agente del gobierno, seguridad privada. Algo así. El sacerdote había viajado mucho, y visto muchas cosas, conocido a las personas. No se equivocaba con ella. Pero la mujer se limitó a fumar y a mirar por la ventana. No hacia buen tiempo. El mundo oscuro en el que vivían había creado un nuevo horror, una lluvia ácida capaz de morder tu piel y dejarte seco. Así era el mundo ahora, frío, húmedo, triste y peligroso, muy peligroso. Atrás habían quedado los buenos tiempos, los buenos hombres. Ahora uno solo podía limitarse a seguir adelante intentando hacer lo que mejor sabía hacer de la mejor forma posible. Y eso era salvar almas. ¿Tenía fuerzas suficientes para intentarlo? ¿Para volver a empezar un camino cada vez más escarpado? Si, si dios estaba con él.

El padre se decidió a romper el mutismo de la escena:

-Buenas noches señorita. ¿Suele entrar en las habitaciones de los pacientes sin decir nada para ponerse a quebrantar la ley junto a ellos?-Cerró la Biblia, señaló el tabaco.-Si sigue fumando eso sus pulmones terminaran tan negros como esas nubes de ahí fuera.-Eso no era pecado, así que no insistió.- ¿La he visto antes? Por mucho que me esfuerzo, no logro situarla. Tendrá que disculparme pero he tenido un mes ajetreado. Dígame ¿Quién es y qué es lo que quiere de mí?

Ella se giró hacia él. Sin expresión alguna en su cara. Decisión, firmeza, leyó en ella el sacerdote.

- Ajetreado. Es una manera de expresarlo. Lo se, leí el informe. Completo. De toda su vida.

El tono de voz era amistoso, igual que el suspiro de una tigresa antes de saltar sobre su víctima. Modulación suave, pronunciación sin acentos, impecable. Se acercó al paciente,  y le estrechó la mano. Un apretón fuerte, seguro, ligeras durezas en su palma; uñas cuidadas, sin pintar, cortas.

- El tabaco no me matará, padre Tomachio. Soy Ledna Blesvki. Departamento Blade Runner de Washington. Sí, ha oído bien, Blade Runner.  

Aspiró el humo del Camel y fijó sus pupilas como puntas de iceberg en las del sacerdote.