miércoles, 27 de junio de 2012

Al sur de Hiperbórea. El Mar 15





-Aswarya.

La voz no poseía timbre ni tonalidad alguna. Carecía de vibración. Era únicamente una emoción. Una flor que florece y se abre al amanecer húmeda de rocío y de noche. Un sentimiento.

-Aswarya.

De nuevo. En lo profundo de la joven chamán. Una voz sin cara, sin tiempo ni lugar. Toda ella energía vital. La muchacha supo quien era. Su abuela. El espíritu eterno y sin edad de su abuela. La vio y no era ella, sino una luz sin forma, de tonos celestes intensos, oscilaba cerca de su corazón, de su cabeza. Susurraba y acariciaba a su alma.

-Aswarya. Si huyes siempre te perseguirán. Nunca serás libre. Quise enseñarte muchas cosas y no tuve tiempo. Nos robaron el tiempo y yo debo marchar pronto. Feliz, porque veo lo que eres, lo que serás. Si mantienes la fe en ti misma. Aswarya, se firme.

Huimos, huimos a través del bosque, escondidos en las sombras, intentando que nuestros perseguidores no nos encuentren. Es un error, solo es prolongar un poco más la vida que se nos escapa con cada segundo que nos apartamos de nuestros enemigos. Dejo de oír el bosque, el sonido de las hojas, de mis compañeros corriendo, sólo oigo el latido de mi corazón, tenso, inquieto, como golpes que atronan en mis oídos.

No estoy sola. Los noto inquietos a mi lado, corriendo conmigo, huyendo conmigo. No sé si sigo en el bosque o he vuelto a pasar al otro lado y es mi espíritu el que corre, un fantasma en medio de fantasmas. Oigo mi nombre, veo su luz, no escucho, no quiero escuchar, sólo huir. Huir lejos. Sus palabras penetran en mi mente aunque sé que no las oigo, sólo las siento, laten tan fuerte como mi corazón. Sé firme, sé firme. Lo soy. No lo soy. Lo soy... No lo sé.

Lucos, forzando la vista tratando de hollar las tinieblas de la noche, observaba a su amiga que se había detenido, como confusa, unos metros antes de alcanzarlos a ellos. El guerrero, espada en mano, se apoyaba en el guardia; más adelante, la princesa y su doncella corrían, tropezaban, caían.

-¡Aswarya!, ¿qué diablos haces? – Susurró Lucos-. Date prisa.


Miro hacia delante. Lucos me llama. Me he detenido. Llevo en mi mano la rama con la que borro nuestro rastro, siempre detrás de ellos. Asiento con la cabeza y avanzo hasta que llego junto a él. Ahora el bosque es físico y parece querer detenerme con cada paso que doy, ramas, raíces, y el sonido de mi corazón latiendo con fuerza. No oculta el sonido de los nuestros perseguidores. Están cerca. No puede latir más deprisa. No puedo correr más deprisa.


Aswarya intentó hacer desaparecer lo mejor posible las huellas de todos ellos en esa zona. Sin embargo, no muy lejos, se escuchaban, cada vez más cerca, los resoplidos de los caballos, sus arreos, los gritos y maldiciones de los asesinos. El tintineo del metal. El bosque no era demasiado grande, cabía la posibilidad de esconderse, pero, ¿cuánto tardarían en dar con ellos? Lucos se encontraba mejor, pálido pero vivo, ¿por cuánto tiempo?, se preguntaba la joven. Arrancado de las garras de la muerte, hurtado al mundo oscuro de los espíritus dolientes para, si no se producía algún hecho insospechado, sumergirse muy pronto de nuevo, y definitivamente, en él. Lucos y todos los demás.

Aswarya se vio así misma trotar sorteando arbustos, raíces traicioneras y piedras que emergían del suelo seco del bosque. Pasó al lado de Lucos, escondido tras el macizo tronco de un árbol. Bastó una mirada y comprendió lo que se proponía, su expresión decida a pesar del color ceniciento que maquillaba sus mejillas:

-No llegaremos lejos. No quiero que nos cacen igual que conejos.

El guardia masculló algo, algunas palabras, suficientes. El hombretón le recriminaba su aptitud, un momento antes era un muerto, ahora se proponía serlo otra vez. Lucos le miró y contestó:

-Darán con nosotros. Torced al río, tú y yo podemos emboscarlos. Con esta oscuridad tenemos ventaja, y las chicas tendrán tiempo de nadar hasta uno de esos islotes.

El guardia dudó. Desde unos metros más adelante la doncella replicó:

- La princesza saba poco nadarr. ¿Y cuánto tiempo en encontrar a noszotras mañana? ¿Luego qué haczemos? No.

- No hay salida. O aprende rápido o lo pasará mal con esos tipos–respondió Lucos, de mala manera. Se giró hacia su compañera, le habló en voz baja, su boca rozando su mejilla-: Estamos condenados. Escapa hacia el río. Al menos tú puede lograrlo. Nosotros te seguiremos.

- ¡Es locura! En bosque quiszás lograrlo. Oszcuro nos protegerra. Ellos no ver tampoco a noszotros. Tú entiendes, Lucos –casi lloró la doncella.

El guardia señaló con su voz profunda que él se debía a la princesa, que no la abandonaría. Derramaría hasta la última gota de sangre por ella. O alguna cosa similar le pareció entender a la hiperbórea. El mercenario ahora parecía dudar.

-Mitra. ¿Tendré que jugármelo a los dados? –murmuró más para sí que para el resto.


-Aswarya. Aswarya. Se tú.


La oigo. La siento. En lo profundo de lo que soy.

Discuten. Cualquier decisión que tomemos estará equivocada. O no. Lucos, te he traído de la muerte para verte morir dos veces. No. no nos separemos.

Las miro a ellas, a las dos, tan asustadas como yo.

-No tengáis miedo. Confiad en mí. Díselo -le digo a la doncella-. Dile que confíe en mí.

-No podréis con ellos, todos juntos aún tenemos una posibilidad. Llamaré a los espíritus. Vosotros sólo dadme tiempo. Dadme tiempo. -mi boca roza la mejilla de Lucos en un beso que quizás sea el último que le de. Mis ojos miran a la princesa y quizás sean la última vez que la vean. Me escondo entre los arbustos y hundo mis manos en la tierra húmeda, arañándola hasta que parece que mis manos no son más que raíces buscando alimento. Ya no los oigo. Tengo los ojos cerrados. Mis brazos se han convertido en uno más de los arbustos que me rodean y pronto pararán a ser algo más, algo inerte, muerto, polvo y tierra. Al otro lado del puente los espíritus me llaman pero yo tengo mis manos hundidas en la tierra. Cruzo. Cruzo. Ahora estoy en medio de ellos y mis manos siguen hundidas en la tierra.

Los espíritus toman mi cuerpo, que se estremece pero yo ya no lo siento, se apoderan de mis manos y penetran hasta la tierra blanda, para ser uno con ella. Gritan y se estremecen al contacto pero siguen adelante, queriendo ayudarme, se visten con la tierra parda y se alejan, se elevan. Luchad contra nuestros enemigos, tierra imbuida de alma. Mientras yo os doy mi fuerza desde aquí.

Mantengo las manos en la tierra, mientras unos espíritus emanan otros se han quedado a mi lado. La pulsera ha quedado oculta por la tierra y yo les pido que la eleven, que hagan un muro delante de ella. Al menos, si fracasamos, siempre nos quedará el mar.



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