martes, 12 de junio de 2012

Al sur de Hiperbórea. El mar 11



Ya nada importa. Si lo conseguimos o no. Si estamos muertos o estamos vivos. Veo la sangre salpicar el rostro de Lucos pero no me preocupo de si sigue en pie o no. Las riendas están tan cerca de mí, y a la vez tan lejos. Extiendo mi mano y las atrapo. Son mías. El miedo me rodea, los gritos, pero ya da igual. Si lo conseguimos o no. Sólo nos queda seguir luchando hasta que no podamos más.

Un instante de respiro me proporcionaron los espíritus de mi gente. Los caballos. Las riendas, son mías. Todo fue muy rápido. Imágenes imprecisas, indefinidas, igual que ráfagas de diapositivas: Lucos luchando como nunca antes lo había visto, teñidas sus ropas de sangre propia y ajena; el último soldado manejando su espada con terrible eficacia; la princesa y la doncella gritando, llorando, ebrias de pánico; los barbudos rostros de ojos demoníacos inyectados de furia roja, brillando al reflejo de las llamas.

Ahora es como si estuviera envuelta en bruma, como si algo me apartara de los demás. Los caballos relinchan pero se dejan sujetar, si me ven tranquila ellos estarán tranquilos, si la princesa ve que mi mano no tiembla quizás la suya tampoco lo haga. Todo va demasiado rápido. Grito. Doy órdenes que sé que no entienden, pero la firmeza de la voz hace que sus gritos se conviertan en lágrimas. Las ayudo a montar, sin pensar que sería mucho más fácil subir a uno de estos caballos y salir yo corriendo, alejarme y olvidarlos a todos. Un trabajo, no es más que un trabajo. ¿Y la vida no es importante? ¿Mi vida o la de ellos? Si los dejo sus espíritus me perseguirán para siempre. Los veré suplicantes, extendiendo las manos y entonces no podré tocarlas. Ahora al menos sé que he hecho todo lo posible.

Una cuchillada en el costado, superficial, pero extensa y dolorosa. Una descarga eléctrica me sacudió.

-¡Vamos Lucos! ¡Ah! -el corte duele, la sangre mana de la herida, siento que mi cuerpo se dobla. ¿Cómo voy a subir al caballo? ¿Cómo...?


Cabalgo detrás del caballo del guardia, la princesa y la doncella a mi derecha, competentes amazonas. Lucos cerraba el reducido y maltrecho grupo que intentaba escapar de la jauría que nos perseguía. Seguimos galopando, mi mente se ha quedado en blanco, miro a mi alrededor y estamos todos. Cabalgamos deprisa, me giro hacia atrás, Lucos también nos acompaña. Miro a la princesa y a su doncella. No tienen problemas para mantenerse sobre el caballo. Van bien, no me necesitan, en realidad lo único que tenían era miedo. Nuestros ojos se cruzan un momento y sonrío. Me pregunto si ella también estará sonriendo bajo el velo que le oculta el rostro. Veo rastros de lágrimas en sus ojos y quizás ella también los ve en los míos. Ni siquiera recuerdo si he estado llorando, siento la boca pastosa. Corremos, corremos.

Nos persiguen. No se darán por vencidos hasta que nos atrapen. Tenemos que ir más deprisa, todo lo deprisa que los caballos puedan. ¿Hacia dónde habrá ido Kerkan? No tenemos tiempo para buscar su rastro, no mientras nos persigan. Espero que Sando esté bien. Al menos él ha huido, al menos él está a salvo.

Las tinieblas del bosque nos engullen. Apenas la luz plateada de la luna se colaba por el tamizado techo formado por las copas de los árboles. Resultaba peligroso para los animales y los jinetes. Esquivando ramas y troncos, sin ceder ni aumentar la distancia de los tres primeros bandidos que nos acosaban, a unos sesenta metros. El bosquecillo dio paso a una explanada rociada de hierba baja y arbustos, próxima a las riberas del río que formaba amplios meandros en esa zona, salpicado de oscuros manchones negros, únicos atisbos de los islotes diseminados aquí y allá en la corriente. No era fácil descubrir el rastro de Kerkan.

Lucos se retrasaba. Al mirar atrás no pude distinguir con claridad su rostro, pero no dudé que la tortura de la herida debía marcarlo con su huella. Se encorvaba sobre el cuello de su montura. No podemos detenernos. Y allá, a esos cincuenta metros, la avanzadilla de los asesinos, un trío de ellos, fustigaban a sus caballos. Más lejos, al doble de distancia, se distinguían parcialmente otro puñado de sombras.

El soldado y las dos muchachas me ganaban terreno. Lucos quedaba rezagado. No tardará en caerse, estoy segura de ello. Escuché sus gritos:

-¡Galopa y no te detengas ni mires más atrás!

Su sonrisa se ha congelado sobre su rostro, ha perdido color, tanto como la sangre que le mana de la herida. Me apremia a que siga adelante. Si pudiéramos parar podría aplicarle un emplasto, cerrar su herida, calmar su dolor, si pudiéramos parar... pero no podemos. Yo también estoy herida. ¿Sobreviviremos a un nuevo combate? ¿Sobrevivirán ellos si me quedo a ayudar a Lucos? ¿Qué pensáis vosotros? Da igual, yo tomo ahora las decisiones. Lucos es la única familia que tengo ahora, la princesa es un trabajo. No pude hacer nada por vosotros, sólo contemplar vuestro dolor, quizás no pueda hacer nada por él, pero si muere su espíritu continuará conmigo. Como vosotros. Aceptadlo como a uno más, estará desconcertado cuando os vea.

Ahora sé que sí estoy llorando.

-¡Aguanta, Lucos! ¡Estamos juntos en esto! -intento frenar el caballo, dejarlo a paso más lento para que pueda ponerse al mismo nivel del de Lucos. Lucos nunca me dejaría, lo sé. Lucos me ha salvado la vida más de una vez. Pienso en ello mientras mi caballo se acerca al suyo, mientras suelto las riendas y me preparo para saltar-. ¡No te vas a librar de mi tan fácilmente!

Me gustaría sonreír pero las lágrimas desdicen lo que hacen mis labios. No voy a negar que tengo miedo. Lo tengo. ¿No hubiera sido mejor morir en casa? La tensión es lo único que me mantiene alerta, no lo soporto, por eso no soy una buena jugadora de dados. A veces se gana y a veces se pierde ¿no es cierto, Lucos? A veces hay que arriesgarse y jugar.

Salto hacia el caballo de Lucos.


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