domingo, 24 de junio de 2012

Al sur de Hiperbórea. El mar 14



Entrega esta distinta a las otras. Primero, la narración de los hechos que suceden; luego, la forma de vivirlo de Aswarya.


Azar y Destino. Dos fuerzas del Universo para algunos; divinidades para otros; simples espejismos creados por la mente humana. Destino y Azar conjugados con la voluntad conforman el entramado imprevisible y misterioso de la vida. Cuestión de filósofos indolentes y sacerdotes ociosos, que despreciaría un guerrero cuyo destino lo traza su brazo y el filo acerado de su espada.

El destino hizo que el camino de Aswarya y Lucos se cruzase con el grupo de Kerkan y la princesa. La decisión de los dos compañeros les llevó a aceptar la propuesta del capitán y unirse a la partida. El destino intervino de nuevo, les tenía preparado un reto. Y el azar condujo a la joven chamán a descubrir la trampa y la emboscada. ¿Por qué Lucos, cuya vida resbalaba en los dedos de Aswarya igual que el contenido de un reloj de arena, decidió ayudar a la princesa? Aswarya no conocía suficiente la hombre para saber esto con certeza, pero sí podía asegurar que no fue por dinero. ¿Por honor? Qué honor podía haber en dejarse matar defendiendo la vida de una desconocida. Tal vez para un caballero noble sí, pero Lucos no era tal cosa. Tampoco ninguno de los dos dio su palabra. Fue un trabajo, demasiado arriesgado cuando sucedió el ataque. ¿Por qué? Lucos era así, temerario, impetuoso, no pensaba dos veces las cosas. Pero era un hombre en quien se podía confiar la vida propia, a pesar de que también era capaz de arriesgarla.

Aswarya optó por enfrentarse al destino negro y rojo de esa noche.


El mundo físico perdió sus relieves y detalles, los colores y texturas desaparecieron, Aswarya se deslizó casi por entero al mundo de los espíritus; solo el fuerte apretón en la mano de Lucos, lo mismo que un intangible cordón umbilical, conectaba con la realidad material. Sumergida entre las sombras etéreas de los suyos, comprobó que estos tiraban con hilos invisibles, atrayéndolo hacia ellos, del espíritu de su amigo. La muchacha notaba el miedo de este, la total desorientación que sufría su ánima, arrancada cuando la juventud todavía fortalecía su cuerpo. Su energía vital se le escapaba, huía, a pesar de la inquietud por lo desconocido. Aswarya luchó y demostró que generaciones enteras de saber se acumulaban en su propia alma, logrando calmar a los que la acompañaban, apaciguarlos y, por último, que la ayudasen a que la esencia inmortal de Lucos permaneciese en la tierra de Hyboria, y no que se fundiese con Mitra o, de forma terrible, fuese encerrada en Arallu * para sufrir sus tormentos. Te pareció que tu abuela sonreía y pestañeaba lentamente en señal de asentimiento.

Aswarya, sudorosa, fatigada, apoyó la cabeza en el pecho de Lucos. Constató que subía y bajaba de forma regular, y que su corazón latía con energía ¿Qué sentía el de Aswarya por aquel hombre? ¿Un recio asidero, un compañero donde apoyarse para recorrer este mundo tan extraño y singular? ¿Algo más que amistad? ¿O fue su propio miedo a quedarse sola lo que la urgía a luchar por su vida de esa manera? Quizás un poco de todo ello.
La herida dejó de sangrar, el guerrero herido respiraba con calma, inconsciente. Al abrir los ojos descubriste que sus mejillas habían recuperado cierto color, y al mirar en derredor, las otras tres personas que te acompañaban, seguían allí, no te abandonaron. Te observaban, entre curiosas y hechizadas, los ojos negros de la princesa inmensos, trasmitiendo la sucesión de emociones que sacudían su corazón: temor, asombro, fascinación. Su doncella parecía ensimismada y solo el guardia murmuraba palabras cargadas de urgencia a la vez que echaba miradas recelosas en la dirección por la que os habíais internado en la espesura.

¿Cuánto tiempo hubo transcurrido? Seguramente unos pocos minutos. Los suficientes para que los bandidos se apercibieran de la treta y regresaran. Se escuchaban sus voces desabridas, el tintineo de los aceros, las pisadas de botas y cascos. Se adentraban en el bosque, todavía lejos, sin embargo no tardarían en alcanzaros. El guardia iba a cargar con Lucos cuando este despertó gracias al acre olor de la secreción de una de tus raíces bajo su nariz. Tosió, tomó aliento. Te miró, indeciso, sin recuperar el sentido del todo. Se apoyó en el otro hombre, y los cuatro se hundieron en la maraña de arbustos, plantas y árboles en tinieblas. Ráfagas de aire frío helaban el sudor en la piel, levantaban y arrastraban las hojas, y rumoreaban entre las ramas.



Huir por el bosque fue un mal menor. La elección de Aswarya. Los perseguidores se acercaban, os triplicaban en número, o más. Lucos volvió a la vida. Pero daba la impresión de que todo estaba perdido. 



* Mitra es el dios de la luz, la justicia y la bondad, adorado en muchos reinos hyborios. Arallu es el Infierno.






La mirada de Aswarya


Vuelvo. Y la realidad no me parece real. Siempre es una tentación dejarme llevar y quedarme con ellos. Parecen más reales que el bosque que me rodea, más reales que la vida. Y, sin embargo, ¿existirían sin mí? ¿O se dispersarían en las sombras una vez que mi espíritu se haya unido al de ellos? Cuando el cinturón de huesos se desgaje en mil pedazos, tan lejos de nuestro hogar. Tan lejos.

¿He actuado mal? ¿Debí quedarme allí? Hubiera sido mejor antes que encontrar la muerte aquí, en este lugar desconocido, junto a personas que no me entienden. Agarro con fuerza la mano de Lucos que me ata al mundo. La agarro con fuerza y no me dejo llevar. No puedo tocaros, ni abrazaros. Veo la sonrisa de mi abuela y no puedo correr a sus brazos. A veces siento su aliento en el aire. A veces el aire es sólo aire. Y ahora... Tengo que volver. Volver al bosque, a los desconocidos, a la vida, a Lucos. Su mano aprieta la mía ¿o es al revés? Su pecho se eleva, lentamente y yo me apoyo sobre él. Trago saliva, porque sé que quizás lo haya hecho regresar para enfrentarse con la muerte por segunda vez en una noche. ¿He sido justa al hacerlo? Ya no hay marcha atrás.

Levanto la cabeza, ansiosa por ver abrirse los ojos de Lucos. Cogiéndole la mano todavía, sin soltarle, como si todavía fuera a alejarse hacia el mundo del espíritu. No, ya no puedes. Te he traído de vuelta. Estás conmigo. Hemos actuado sin pensar esta noche, tú y yo. Sobre todo yo, dejándome llevar en cada momento, arriesgando cuando no debía hacerlo, pero nunca lo sabrás, no, mañana esta noche sólo será un recuerdo confuso. O quizás mañana estemos muertos.

Miro a la princesa, sus ojos negros y hermosos, tan distintos a los míos, tan profundos. No ha huido, sus ojos no derraman lágrimas. No sé si me comprende, si sabe lo que he hecho y porqué lo he hecho. Asiento con la cabeza cuando Lucos se incorpora, tener a Lucos con nosotros no va a ponernos a salvo pero ella no lo sabe. La apuesta ha sido equivocada, princesa, este es el bando de los perdedores. Y sólo podemos correr, escondernos, correr. El guardián lo sabe y nos apremia. No puedo darme más prisa. No puedo más.

Estoy cansada. Una parte de mis fuerzas parece que se ha quedado en el mundo de los espíritus. Los noto a mi alrededor, nerviosos, el collar de huesos tintinea tanto como la pulsera que llevo en el brazo. No puedo pararme a oír lo que quieren decirme. No puedo pararme ahora. Tenemos que continuar. Asiento con la cabeza a mis compañeros y quemo raíz de tomillo sobre su rostro para que vuelva en sí.

Me miras, Lucos, me miras y yo tengo un nudo en la garganta. No puedo contarte lo que ha pasado, ni lo que nos espera. Sin caballos, sin conocer el terreno por donde nos movemos. Pero no podemos quedarnos parados, tenemos que huir. El guardián te ayuda a levantarte y yo suelto tu mano y me aparto, dejándolo hacer. Sin poder dejar de mirarte. Tenemos que escapar, no nos queda otra salida. Escapar o morir si no lo conseguimos. El bosque es oscuro y la noche no parece terminarse nunca.

Les digo que vayan delante y me quedo detrás, intentando borrar nuestro rastro. Ocultar la sangre derramada, la sangre de Lucos, la mía. Corro después detrás de ellos, sintiendo que todo lo que he hecho esta noche estaba equivocado, que el futuro se está quedando atrás. Mis manos acarician el cinturón de huesos buscando consuelo pero no lo encuentro. Miro a mis compañeros que avanzan delante, asustados, temerosos, volviendo a veces la cabeza hacia atrás para ver si los estoy siguiendo. Los ojos negros de la princesa, la sonrisa de Lucos, que intenta extenderse por las comisuras de sus labios a pesar de la situación. Aún nos queda una última apuesta, parece decirme y eso sí me consuela. Caminan delante de mi, vivos. Sólo espero tener la suerte de no verlos morir. De morir yo la primera.

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