Con la seguridad de que el ascensor no
funcionaría, entré en el vestíbulo estilo rococó veneciano –lo recordaba de las
revistas chorras que ojeaba en el dentista-, dejando atrás a los dos agentes
consolándose mutuamente por su falta de estómago; Mi agudo instinto no me
falló, topándome con el inevitable cartel de fuera de servicio, y con el
inspector Gálvez, alias el Halitosis. El tipo me caía tan bien como unas
hemorroides peleonas. Tan alto como cabrón, gustaba de meter cizaña. Se limpió
las comisuras de la boca con un pañuelo impoluto y le sonreí amistosa, extrañada por su
presencia. Apagué la colilla del Marlboro en su humeante café y él me devolvió
una mirada de asesino psicópata desde más allá de los cristales de sus
gafas. Me encantaba hacerlo y ver su odiosa cara contraída por la rabia
reprimida.
-¿Qué cojones haces aquí? –le escupí a modo de amable saludo.
- No te encontraban y Pedro se sentía solo –respondió con sorna –Me dio tu móvil.
-¿Como me iban a encontrar? Es mi día libre
gilipollas. Y deja ya a Pedro, lo tuyo es acoso con él. ¿Acaso te has cambiado
de bando o es que nunca has estado en otro?
“Más alto que un pino y más tonto que un
pepino, jajajaja... ¿Te acuerdas? Te encantaba decirlo de pequeña.”
- Si quieres te lo cuento luego. Te pongo a
cuatro patas y te lo voy explicando –respondió, ácido.
Le mostré el dedo corazón de la mano derecha
levantado. En él llevaba el anillo de casado de mi padre. Lo echaba muchísimo
de menos pero la vida es una mierda envuelta en papel de plata por los de
arriba que pretendía anular las mentes de todos los ciudadanos ignorantes y
analfabetos que creían que serían mejores comprando cualquier mierda vomitiva
que anunciaban por la caja tonta.
-¿Qué tenemos?
-Sube y diviértete, zorra.
No era precisamente mi amigo. Se nota, ¿no? Mantuve un par de segundo el dedo delante de su fea cara de goblin.
-Lávate la boca, o, mejor, dale un trago a
la botella de lejía... Sería la única manera de que no apestaras incluso
callado... Mamón.
Trepé hasta el séptimo, igual que una
potrilla en busca de su azucarillo prometido. En la puerta abierta de entrada
al apartamento un poli cincuentón y barrigón vigilaba. Lo conocía
superficialmente, un pesado que siempre que me lo encontraba me pedía una cita.
Un tipo que no se desmoralizaba. A verlo
mis hombros cayeron en picado y una mueca de frustración se dibujó en mi cara.
- Hola, Ilian. ¿Mala noche,
eh? Lo de ahí dentro no mejorará tu día. Una bestialidad. Oye,
¿cuándo vas a aceptar salir conmigo?
Al escuchar la sempiterna pregunta, la poca
sangre que me quedaba tras el esfuerzo, empezó a fluir con rapidez, más incluso
que tras la ascensión. Me ponía de los nervios aquel hombre. Parecía no
cansarse nunca. Otro gilipollas más en la cola de la enorme lista que ya tenía.
-Cuando rebajes esa barriga y te depiles las
ingles. ¿Es que no te cansarás nunca? No eres mi tipo, ya te lo dije y sí....
Una mala noche...” -contesté a desgana mientras me adentraba, con la
delicadeza de un tanque, al escenario.
“Es amable, educado, trabajador,.... ¿Que
tiene de malo?” –siseó la tostona vocecilla.
-”Uuuuuys, me vas a volver loca....” – me
dije a mí misma entre dientes, rabiosa
Me quedé en el recibidor unos instantes.
Husmeé. El olor a podredumbre tiraba para atrás. Igualito que mi colada. MI
instinto, mi sexto sentido se puso en marcha sin apenas dictarle la orden. Se
me agudizaron las pupilas, se entrecerraron los ojos para captar imágenes
imposibles para el resto. Mi olfato canino absorbió olores demasiado sutiles de
difícil descripción y mi piel se preparó
para sentir aquellas sensaciones tan asquerosas.
La voz calló. Siempre esperaba en
aquellas situaciones, siempre permanecía a mi lado como una presencia etérea
pero tangible. En su momento asaltaría mi
mente divagando, dando ideas, encaminándome hacia el camino correcto a
seguir....O todo lo contrario, la muy cabrona.
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