domingo, 24 de marzo de 2013

Ilian 4



Me colé dentro del piso, figurándome que el centinela contemplaba el  meneo de mi prieto culo preso de unos Jeans mal lavados. Me calé las Rayban, harta ya de tanta guasa con mi careto.


En el interior del reducido apartamento -comedor-cocina barra americana, un baño y un dormitorio, me saludó Pedro. Su figura de Quijote me salió al paso, a veces no sabía si era un hombre o un fantasma. Su cabello negro acosado por las entradas brillaba de sudor. Se tapaba la boca, nariz y su feo bigote con un pañuelo blanco de seda. En la mano derecha la cámara de fotos. Las paredes, el suelo, el techo, todo estaba pintado con sangre y su formato convencional redecorado con sesos, tripas, y demás órganos desparramados y troceados. Humanos, deduje con mi habitual perspicacia a través de los cristales oscuros de las Rayban.

Hasta a mí  me afectó aquella sin razón.


-¿Qué coño ha sucedido aquí? –pregunté con voz cavernosa. Parecía que alguien hubiese reventado salpicando todo con sus restos orgánicos.

-Cuéntamelo tú, que para eso eres la experta –me miró de arriba abajo-.Vaya jeta gastas, inspectora. No tienes edad para esa marcha –guasón, el tío.

-Pillé un pedal impresionante. 

-¿Y follaste? – ya estaba, la preguntaba insidiosa de siempre.

-Vete a la mierda.

-Yo tampoco. Mi mujer dice que saque algo de músculo si quiere que la monte. Está obsesionada con esos tipos de la tele.

-Mujer inteligente –asentí con saña.

-Ya. Para mí que me la da con algún tipo. Si pillo a ese cabrón se la corto.

- Deja a tu mujer en paz que es una santa y no se como aguanta a un tipo como tu a su lado con esa pinta y diez centímetros en máxima erección –Me ofreció su habitual sonrisa socarrona. Eso era lo bueno de Pedro, encajaba cualquier broma sin inmutarse. Lancé un vistazo al matadero-Joder. Esto parece mi cocina –señalé a la vez que encendí otro cigarrillo. -.



-Ya te dije que te iba a gustar. No se qué leches tienes de estómago. 

- Siempre has sido una nenaza, Pedro. ¿Y los de la científica?

- Se les pinchó una rueda. Tardarán un rato. El forense está en un atasco. Y el juez se puso en marcha hace diez minutos.

Me paseé alrededor, esquivando el amasijo de vísceras, procurando no pringarme entre la mesa patas arriba, las sillas volcadas y una mesita de cristal que ahora resultaba un retorcido puzzle. Menudo asco de día estaba teniendo... Y para colmo cuando aquella puta vocecita debía auxiliarme dando su opinión y aportando información se callaba la muy perra. Suspiré encogiéndome de hombros y observando tras las enormes gafas rosadas el escenario del... ¿Crimen? ¿Orgía? ¿Sacrificio?

Calculé que todo aquello pertenecía a dos cuerpos, a pesar de estar troceaditos como si de ingredientes de ensaladilla rusa fueran... Cantidad de sangre.... Estoy  hasta los mismísimos ovarios de escenarios así, aunque no tan bestias, pero....  Venga nena...  Utiliza esa sesera....” Noté  una arcada que disimulé divinamente como siempre hacía. No fue por el nauseabundo olor, calor y color rojo, sino por los churros de antes. 

-Podías haber abierto las ventanas, joder. Necesitas que te lo digan todo como a los niños de párvulos... Quizás un poco de ésta papilla le vendría bien a alguno... Deben haber neuronas por ahí huérfanas deseando entrar en alguno de vuestros solitarios cerebros....” - comenté mientras paseaba por el piso.

- Bueno, qué me cuentas. Cuando dieron el aviso y quien... Quien ha entrado y salido del escenario.  ¿Sólo tú? ¿Has encontrado documentación?  Mierda, estaba durmiendo a pierna suelta. Jodido Gálvez.

- Gálvez será un gilipollas cabrón, pero el tío tiene sentido común, y sabe que eres la mejor. Por eso te hemos llamado.

Malhumorada saqué unos guantes de mi cazadora, a los que le faltaba un dedo en la mano derecha.

-No, no he pasado aún por la oficina y no, no he podido hacerme con otro par de guantes ¿Vale? Ahórrate tu jodido discurso y empieza a cantar de una puta vez. Cuando antes lo hagas antes podrás pirarte y pillar a tu mujer en fraganti.

- Nadie ha tocado nada hasta que llegaras tú. Yo he husmeado algo y sacado fotos. Sobre el aviso, fue una anciana de esta misma planta. 

Sí, aquella carnicería la componían probablemente lo que quedaba de dos personas enteritas unas horas antes. Vislumbré tres húmeros completos, y los demás era papilla con tropezones. El vómito subió una vez más hasta mi garganta y corrí cagando leches al cuarto de baño. Después de descargar medio estómago y vida en el váter, me dediqué a mi trabajo. Busqué unas pastillas en el armario, y tragué un par de píldoras azul-violeta que me sonaban. Curioseé, ya puestos, y lo encontré todo en su sitio, incluida una caja de condones, de la cual me apropié. Total, nadie la echaría a faltar.

- Todo limpito ahí dentro –le dije a Pedro.

Traté de no pisar nada y me fu abriendo paso como una exploradora en un campo de minas. Entre un amasijo de repugnantes restos sanguinolentos asomaba algo. Lo aparté con el boli y descubrí una carterita de mano, de piel negra y buena factura. Para mí la quisiera. Descorrí las cortinas y a la luz infernal que penetraba por los ventanales de la terraza comprobé su contenido: aalbergaba la documentación de, quizá, la inquilina del habitáculo y posible presunta víctima, a saber, Andrea Lamirez del Copón. Unas monedas y billetes, treinta y cinco euros. Diversas tarjetas, de metro, Visa, seguridad social, de una farmacia, con su nombre impreso en ella, el carné de una biblioteca, del gimnasio, del club Drink and Company –vaya nombrecito de marras- y una foto de un tío fachoso de unos cincuenta años, desnudo, su figura recortada a la orilla de una playa. Eso sí me dio nuevas.

-¿No estarás embarazada? –Preguntó, jocoso, Pedro.

- De tu puta madre –fue mi réplica, cáustica y apropiada.

En la foto, el tío aquel pasaba el brazo por la cintura de una chica menuda, poco más de veinte años, también desnuda, de senos altos, piernas cortas y adulteradas las caderas de ligera celulitis; sonreía la muchacha con sus ojos luminosos. Salí a la terraza, y el sol casi me mata de nuevo. Macetas y una planta de maría. Me asomé a la barandilla, con cierta agilidad se podía saltar de un piso al otro de al lado; bajar o trepar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario