domingo, 6 de mayo de 2012

Hay muchos traseros que patear - 39



Los dos marines corrieron más allá de los límites de sus músculos y nervios, de su fuerza física, de su resistencia mental. En zigzag, viendo las imágenes del campo de batalla amontonarse en sus pupilas, las balas que salpicaban tierra y roca a su paso. Rivers alcanzó a la rebelde sin sentido o muerta, cargó con ella y con aquel peso a sus espaldas trató de escapar a una muerte casi cierta. Corrió de nuevo y dio un último salto salvando una estrecha hondonada para caer en otra. A pocos metros Simo hacía otro tanto, la mandíbula apretada, el dolor punzante en su torso, el proyectil arañando el hueso. También efectuó el último salto siendo tragado por un agujero todavía candente.

Tras ellos cayó la lluvia metálica y negra. Las explosiones y el estruendo que Simo auguraba sobrevinieron; el fuego, el abrasador calor que cruzó de parte a parte la ya de por sí machacada, quemada y destrozada franja de tierra, la metralla que voló en todas direcciones. Pequeñas bombas termales inflamaron el aire; bombas convencionales masacraron las rocas; otras estallaron antes de impactar con la superficie, expandiendo un humo de diversos colores, entre el sucio violeta a un descolorido azul y negro…venenos letales que incendiaban pulmones y desgarraban la piel, arrancaban la carne de los huesos. Un cóctel de las nuevas tecnologías de guerra y muerte. Incluso detonadores sónicos, cuyas ondas de baja y alta frecuencia combinadas barrieron el espacio. Simo, en lo profundo del hoyo, se encogió en posición fetal, levantó la vista cuando algo, o alguien se refugiaba cerca de él. Se trataba de uno de los rebeldes, no lo consiguió: si bien estaban fuera del campo de acción del resto de bombas, no así de la sónica. El hombre se agarró la cabeza con los tímpanos perforados, el cerebro gelatina y el resto de órganos internos reventados. Se desplomó a los pies de Simo.

Rivers estaba boca arriba, esperando a que pasara el momento. Sabía que le habían alcanzado en aquel salto. La chica reposaba como un saco algo más allá, respiraba, ¿a qué precio? No importaba, cumplió con su deber. El mismo pensamiento de Dillon en el corazón de todos ellos: un marine no retrocede nunca, si cae, lo hace avanzando. Él seguía vivo, logró escapar de la mortífera y brutal descarga. Hombres de acero. Marines. Le ardía y palpitaba el costado izquierdo, tres balas se abrieron paso a través de la armadura y se encajaron en su cuerpo. Sangraba y una costilla o dos estaban rotas. El tiempo transcurrió despacio, una falsa sensación, debía moverse. Lo hizo, intentó incorporarse una vez pasaron los vapores y las deflagraciones. Un ruido, algo que caía cerca de él, una bota que le golpeó en el casco. Entre una niebla roja vio el cañón de un enorme fusil y tras él uno de los soldados de élite embozado de pies a cabeza en su armadura. La voz del soldado enemigo resonó metálica, seca, dura:

- ¿Quiénes sois y que mierda hacen aquí los marines coloniales? Tu nombre, tu unidad, quién está al mando.

Antes siquiera de que Rivers pudiese responder lo que fuese, la culata del arma golpeó contra su costado. La resquebrajada armadura no lo soportó, sus entrenados músculos cedieron pero el marine sí que superó al deseo de gritar de dolor; otra costilla se hundió y se quebró.




(El tipo que encañona a Rivers)


Simo miró su sensor de movimiento, continuaba en funcionamiento. Alguien se aproximaba, y si no erraba en sus cálculos, desde la posición que por última vez vio al sintético de combate.

En el interior de la nave Dillon se afanaba con Anette, del todo inconsciente. Helen le puso al corriente sobre la pierna, así que poco más que mitigarle el dolor a la marine y realizar vendajes tras cortar la hemorragia y arreglar aquel desaguisado. La cara de Anette estaba maquillada de una tonalidad cenicienta, pero el médico sabía que era fuerte y resistiría. Cicatrizó las dos heridas con su instrumental, más no podía ahora, no disponía de tiempo, ni material. Entretanto los demás decidían qué hacer. Helen vio marcharse a Sandro, enfilando el pasillo, ni ella le respondió a sus cada vez más directas insinuaciones ni el soldado a su sugerencia de seguirla en busca de un panel de control conforme a las indicaciones de Viviana. Sandro era todo un caso, que no cejaba en su idea de llevarse a la cama a la sintética, incluso bajo aquellas condiciones; o tal vez solo bromeaba, su peculiar sentido del humor que le servía para descargar el más que probable miedo que sentía como todos o para darse valor. Saludó a Dillon con la mano y corrió a grandes zancadas.

Frost trabajaba con precisión envidiable, manos igual de grandes que ágiles y un cerebro bien preparado para la medicina a pesar de no tener título. Un don. El dios de Yamec, o el mismo místico y Sandro le estaban facilitando el tiempo necesario. Anette abrió los ojos, su mirada perdida encontró la de su compañero, una medio sonrisa se dibujó en su rostro agotado; no dijo nada, miró su pierna:

- No tiene buen aspecto. Jesús. No tengo pierna. Y Helen y Sandro?

Dillon continuaba, impertérrito, consagrado a la herida del hombro de su amiga. Nela asintió a su pregunta, no le quedaba más remedio que aguantar, se quedó con él, vigilando. Helen y Carlo marcharon juntos, y a unos diez metros, antes de la esquina, encontraron una terminal, podían ver a Dillon y compañía y este a ellos. Helen se conectó a la terminal, y en un segundo el mundo físico desapareció para ella, entrando de lleno y con algo semejante al dolor que nunca antes experimentó, en una red de infinitos caminos. Al principio casi se bloquea, luego supo abrirse paso con habilidad creciente. Comprendió lo que Viviana le sugirió, encontró puertas cerradas que forzó con suma facilidad y otras más complicadas. Supo que la nave pertenecía a la Weylan, cómo no, y dedujo que de diez a quince efectivos podían quedar con vida contando a la tripulación de siete personas, cuyo comandante se llamaba Dreiser Helstom. Localizó un ascensor que descendía con tres personas dentro y lo detuvo en medio de dos pisos. Descubrió que podía llegar a controlar el armamento exterior, las compuertas, los sistemas de supervivencia y hasta dirigir el Hornet. Y el sistema vital de los sintéticos también. Pero para todo esto existían contraseñas encriptadas y codificadas, precisaba tiempo para “forzarlas” todas ellas. Debía decidir por donde empezar, elegir prioridades. De ella dependían en parte, y, tal vez mucho, las vidas de sus camaradas. Todos estaban en manos de todos, siempre fue así. A intervalos llegaba las ráfagas, lejanas y apagadas que procedían del hangar, el enfrentamiento entre Sandro ,Yamec y los soldados de la corporación. Hubo una explosión tan tremenda como las anteriores y luego un silencio sospechoso e inquietante. Tras un minuto se escuchó crepitar la voz insípida y grave de Sandro:

- Tranquilo Dillon. Sigo de una pieza. O eso creo. ¡Oh, dios, mi entrepierna!! -Su risa ácida se deslizó por el intercomunicador, se descojonaba-. A esos jodidos tipos no les importa cargarse su propia nave. Hum, eso me recuerda a alguien. A lo que iba, Dillon, Helen, esos dos se han largado por otra de las compuertas. Creo que os los vais a encontrar de boca. Tengo algo que hacer aquí.

Cortó la comunicación. Dillon terminó el vendaje, justo a tiempo de apartarse de la línea de tiro. En el pasillo perpendicular aparecieron los dos soldados, se cubrieron en la intersección. El intercambio de disparos no tardó entre Nela y Dillon contra ellos, cada pareja parapetada en su esquina. El grandullón negro probó con Betsy, transformando en un horno los metros que le separaban de los atacantes, luego disparó su fusil, apoyado por Nela. En momento dado los dos soldados que apenas asomaban las narices arrojaron varios discos de metal gris – como el disco del hockey sobre hielo, el “puck” – que se pegaron al techo y las paredes cercanas. Nela tironeó del matasanos y arrastraron a Anettte reculando en el corredor hacia la posición de Helen y Carlo. A los pocos segundos los discos estallaron, volando en trozos los muros, el mismo suelo y hasta el techo en la zona de la esquina donde se encontraban los marines momentos antes. Una cañería de agua reventó. Escucharon las pisadas cautelosas de los soldados que se acercaban al cruce. Dillon, Nela y Carlo protegían con sus cuerpos a la concentrada y ausente Helen y la herida e inválida Anette, detrás de ellos, en el extremo opuesto a la intersección donde se aproximaban los otros dos. Anette se daba impulso como podía para ocultarse y protegerse rodeando la arista de la intersección tras ellos ( en definitiva, que estáis casi al extremo de un pasillo, y enfrente a varios metros pueden aparecer los dos soldados donde antes estaba Dillon curando a Anette y ahora es también una zona de guerra hecha añicos. No hay donde ocultarse aparte de rodear la esquina a vuestras espaldas pero en tal caso dejáis a Helen sin defensa alguna ).




(Uno de los dos que se en enfrentan a Dillon, Carlo y Nela)


Dillon Frost

Helen le dio órdenes. La marine más protocolaria de todos ellos se había saltado una norma básica para todos, salvo para Rivers. La explosión que debía haberse llevado la mitad de su rostro debió fundir un par de chips importantes. No era la primera vez que oía que un androide hacia algo que se supone que no estaba en su programación o que iba en contra de esta. Viviana tendría que revisarla después. Aunque bien pensado, podía dejarla así. A todos ellos les faltaba un tornillo. Helen no tenía porque ser diferente.

Sandro se fue. Atendió a Anette. Podía con ello. No había pierna. Resultaba más fácil. Siempre es fácil. Situación de riesgo, pérdida de sangre, falta de equipamiento. Fácil, muy fácil. Suturó las heridas, pensó que un poco de color había vuelto al rostro de Anette. Su ordenador marcaba el pulso de la mujer. Firme, no se iba. Así eran ellos. Marines. Máquinas perfectas para la guerra. Derribados una y otra vez con la sola idea de alzarse una vez más. No había nada más grande. En la distancia, Helen atendía a sus nietecillos. Iba a freírles la CPU. Eso estaba bien. Se ayudaban unos a otros y donde uno no servía de nada, el otro era un rey. O una reina. Helen conseguiría lo que los demás no habían logrado. Acabar con los androides. El resto serian pan comido. Además, terminó de remendar a Anette. Está notó la carencia de su pierna.
-No te preocupes, Helen ha dicho que te dará la suya.-La cogió y la llevó con los demás. Sabía que ahora tendría que ocuparse de Nela. No sabía nada de sus compañeros de afuera. Esperaba que Helen se ocupase de los androides cuanto antes. No parecía fácil. Llevaría su tiempo. Los ordenadores siempre eran lentos. Odiaba la informática.

Sandro les habló. Llegó a bromear de su entrepierna.

-No creo que nuestros nuevos amigos sean capaces de dar a un blanco tan pequeño.-Tsk, no podía dejar de llevarle la corriente, de seguir sus juegos. Apreciaba a ese cabrón después de todo. Al mamón de Rivers, al impertérrito Simo, a la estirada Helen, al hiperactivo Balsani. A todos ellos. Ya echaba de menos a Benley. Joder, tenían graves problemas. Pero en familia los problemas son menores. Se vio de nuevo en la trena. Una evocación rápida. Allí los lazos de sangre no eran nada. Había otros lazos, como entre los marines. Uno cuidaba de los demás. Los demás cuidaban de uno. Asó debía ser. Si había sobrevivido había sido gracias a sus compañeros. Él les había devuelto la jugada, claro. Así eran las cosas. Y estaba bien.

Aparecieron los dos payasos. Intentó quemarlos. No se dejaron. Betsy no logró atraer su atención. El rifle replicó en sus manos una repuesta contundente. Tampoco sirvió. Retrocedieron cuando vieron esos discos. Armas nuevas. Mortíferas, potentes. Una explosión. Sandro tenía razón. Les daba igual destrozar su nave. O eran unos bárbaros o tenían otra esperando. No le consolaba. Se vieron obligados a retroceder. Apenas había donde esconderse. Lo vio. Anette parapetada más o menos. ¿Y los demás?¿Y Helen? No se movía. Parecía estar en coma. Podía ocultarse todos...pero la dejarían a ella a la vista. Un blanco fácil. No se percataba de lo que sucedía. Ni siquiera se movía, ni un parpadeo. Había que protegerla. ¿Con qué? No había nada que pudiese usar de barrera. Tampoco podían moverla. El cable con el que estaba conectado no era tan largo*. Solo había una opción. Dos hombres armados se acercaban a ella. Podían retroceder más y eso significaría dejarla a su suerte. No era su estilo. ¿Nada con que protegerla? Más de cien kilos de carne negra. Eso tendría que valer.
No tenía granadas. Poco importaba. Un hombre puede hacer grandes cosas con un tanque de combustible a su espalda.

-Hela, llévate a Anette.-Se quitó a la vieja Betsy de la espalda. ¿Cuánto tiempo hacia que jugaba con ella? Demasiado. A todo puerco le llega su hora. Quitó la manguera, tiró el disparador a un lado. Con manos expertas desenroscó el tapón del combustible. Ya estaba en posición. Se colocó dos metros por delante de Helen. Si querían dar a la mujer, a su compañera, él sería un escudo humano perfecto. Vació un charco de combustible delante de sus pies. Luego, con gran esfuerzo, deslizó el depósito sobre el suelo, hacia la dirección de sus enemigos. Pobre Betsy. Merecía algo mejor. Ya sabía de qué iba esto cuando se conocieron. Este DIA llegaría. Mejor morir juntos. Hay amores que matan. La familia es lo primero. Sino puedes estar con los tuyos cuando te necesitan...¿Qué eres?

El reguero que había dejado el depósito los conectaba a ambos. Una pequeña llama y había un gran Badaboom...Las paredes blindadas de su depósito reventarían y había una buena llamarada. El fuego tiende ha ir hacia arriba, hacia el aire. Iría hacia la zona del ascensor. Eso les daría algo de tiempo a sus compañeros. Necesitaba algo mejor que eso.

-Balsani, amigo, ponte detrás de mí. Cuando duden, cárgatelos.-Su compañero era tan alto como él pero no abultaba tanto. Los músculos del médico habían sido curtidos en la trena. Demasiado tiempo para ejercitar el cuerpo. Se pasó la mano por la cicatriz de su cuello. Lástima no haber vuelto a verlos. Lástima no haber podido enfrentarse a sus verdaderos miedos. Sacó un puro, lo cortó con el cuchillo y lo encendió. Aspiró su tóxico y profundo aroma. Eso era vida. Lo sostuvo en la boca, con una sonrisa.

Cuando llegasen los dos payasos se encontrarían con una mole negra que fumaba un puro y sonreía. A sus pies, un reguero de combustible. Y cerca de ellos, el bidón. Una escena tan insólita debía sorprenderles. Se alegró de que fuesen humanos y no máquinas. Dudaría, se trabarían. Si disparaban el puro caería de su boca y todo se convertiría en un Infierno. Un verdadero infierno. Todos arderían. Si eso ocurría, Carlo podía llevarse a Helen de allí. Pero necesitaba a Carlo. Para que cuando esos hombres dudase y se quedasen petrificados...Balsani los acribillase. Usándole a él de cobertura tendría una vista limpia. Un pasillo largo y el enemigo al final. Balsani no fallaría. Si disparaban sobre él, Carlo podía aprovechar su muerte para disparar también. Solo él saldría herido, seguramente muerto.

Era una completa locura. Lo sabía. Balsani, más sensato, podía decidir no ayudarle. Y Helen podía terminar en cualquier momento. Y luego se quejaba de Rivers...No había otra cosa que pudiese hacer. No estaba escrito en ningún lado que tuviese que comportarse como un kamikaze para cubrir a una de sus compañeras. Especialmente a una androide. Los altos cargos dirían que una vida humana valía más que una sintética. A la mierda con ellos. No estaba escrito, salvo en su corazón. Así era como lo sentía. Y debía estar verdaderamente loco porque sabía que no saldría bien. Para él no. Y no tenía miedo. Volvió a acariciar la cicatriz de su cuello. Eso si que era miedo. Lo que estaba haciendo no era nada comparado con aquel día. Ese día le había marcado. Le había acojonado más que nunca pero a cambio le había dando un par de pelotas tan grandes como balones de baloncesto. Solo eren hombres. No temía a los hombres.


Saludaría a los hombrecillos que aparecerían por el corredor.

-Hola, guapitos. Este pato es una diana demasiado grande ¿Quién quiere probar suerte?




Jake Rivers


Corre con la mujer a hombros. A penas nota la diferencia de peso. Se divierte pensando que o ella es muy ligera o él muy fuerte. Sabe que no es así, la adrenalina, la tensión del momento, le hacen olvidar ciertos estímulos de su sistema nervioso, como el peso adicional. Todo su cuerpo está entregado a la única labor de correr, porque su vida depende de ello. Deja incluso de plantearse si habría sido mejor abandonar el bulto donde había caído. ¿Quién se iba a enterar?, se ha hecho esa pregunta un par de veces mientras corría hacia ella. Tal vez debería habérselo pensado un poco mejor, ahora ya es tarde.

Comienza a caer la mezcla de explosivos y armas diversas. –Eso no lo había visto antes- piensa fugazmente mientras sigue apurando el paso para tratar de cubrirse de algún modo. No se trata solo de explosivos, lo cual ya es bastante efectivo, en su opinión, lleva una carga muchísimo más diversa. Bombas de varias clases, armas químicas… no han escatimado medios con esta nueva maravilla de la tecnología, hasta se han permitido incluir algún tipo de dispositivo sónico. Nada podría sobrevivir en la zona de impacto, ni siquiera estando fuertemente acorazado. La guerra también ha cambiado en estos cincuenta años.

Milagrosamente ha corrido bastante para escapar a tiempo. Descansa tumbado boca arriba. Durante el trayecto tampoco había notado los impactos del costado, ahora comienzan a dolerle, sumándose al dolor de las quemaduras anteriores. Ya le habían herido anteriormente. Le gustaría poder decir que está acostumbrado, que es solo un rasguño, y lo haría si hubiese alguien delante para escucharle. A si mismo no necesita engañarse, es una sensación terrible. Por suerte es capaz de sobreponerse, aunque a veces se plantea si realmente es suerte, si no vendría mejor desmayarse víctima del dolor, como haría cualquier otro. Es una pregunta para la que nunca tendrá respuesta. Se concentra en mantenerse despierto.

Mira a la mujer a pocos metros de él. –¿Sigues viva?-. No hay respuesta. O está muerta o inmersa en un sueño muy profundo, porque el estruendo de hace unos segundos habría despertado a cualquier ser viviente conocido por la raza humana. Sigue mirando, en busca de algún rastro de vida. Respira. Haría falta Dillon para preguntarle si respira con normalidad, pero no tiene ni idea de donde está, ni de donde se encuentra el resto de la unidad. El siguiente paso será encontrarles. –Me han acribillado para traerte aquí, así que más te vale no morirte grandísima hija de…- Ni siquiera tiene sentido insultarla, no va a oír nada. –El descanso ha terminado, es momento de levantarse y…-

También le han pateado la cabeza otras veces, y tampoco le hace gracia. Además este debe ser el mismo tipo que le ha disparado. Muy amablemente le pregunta lo normal, y le da con la culata del arma para quebrarle una costilla más. Ya deben quedarle pocas. Se queda en el suelo, no tendría mucho sentido moverse después de todo. –Jake Rivers, encantado de conocerte, ¿y tú como te llamas colega?- Se lo tomará a mal, pero le importa poco. Rivers puede decirle su nombre, su unidad… así debe ser siempre, están obligados a ello, y también a no revelar más detalles, claro que los detalles en esta ocasión son bastante increíbles. –Unidad Sigma.- El soldado no puede esperar que le diga nada más, sin embargo seguirá insistiendo, y eso va a ser doloroso.

Le quedan pocas costillas para dejar que se las rompan, y además tiene poca paciencia. Verse encañonado tan de cerca no le impresiona, la armadura es bastante peor. Se arriesgará de todos modos.

Apoyándose con la pierna izquierda en el suelo, da una patada al arma con la derecha para apartarla. Por eso uno no debe acercarse demasiado a la víctima cuando tiene un arma de fuego. ¿Para qué ponerte a la distancia donde puede representar un problema?.

Debe moverse rápido porque eso solo le evitará unos disparos*. Usará la pierna izquierda para barrer las del soldado, desde atrás porque resulta mucho más difícil mantener el equilibrio.

Si esos movimientos han sido rápidos, los siguientes deben serlo aún más. Debe medio incorporarse rápido, poniendo su rodilla sobre la mano que empuñe el arma (o sobre la propia arma si aún la sujeta con ambas manos). No tiene tiempo para descolgar su propio rifle ni tiene intención de forcejear por el del enemigo. Desenfundará la pistola mientras la amartilla. Gastará el cargador entero, pero no contra cualquier parte, no sabe cuanto aguantará la armadura y no quiere acribillarse a si mismo por los rebotes. Disparará contra el cuello. A todas luces es una zona más desprotegida, y además las balas no tienen porque penetrarlo. Los impactos deberían hundir un poco las protecciones, con suerte destrozándole la nuez o creándole grabes problemas respiratorios. Con suerte la aboyará, y eso le impedirá respirar. Si se queda sin balas o se le encasquilla el arma, le dará la vuelta para golpear con la culata, una y otra vez, donde esté más desprotegido el soldadito y en las manos, para incitarle a deshacerse del rifle.

Eso lo hará con la mano derecha, con la izquierda sacará el cuchillo para buscar partes blandas de la armadura y apuñalarle con todas sus fuerzas. Todas las protecciones suelen ser peores contra armas blancas… o contra balas a bocajarro.

Si todo falla, seguirá forcejeando con el tipo. Los golpes no le dolerán demasiado con esa protección, pero Rivers es especialista en combate cuerpo a cuerpo, le retorcerá los brazos, la cabeza, o las piernas, mientras se esfuerza por evitar los ataques de su adversario y, además, lo mantiene en el suelo para evitar darle más ventaja, ya tiene bastante ese cabronazo.




Helen McFersson


La sintética tomo nota mental de que cualquier cosa que quisiera hacer con Sandro, debía hacerlo atado con una cadena o de lo contrario volvería a actuar por su cuenta ignorando ordenes, sugerencias o cualquier cosa que implicase la palabra grupo compacto. ¿Un síntoma más de cobardía?. Era posible. Atacar a un enemigo o arriesgar la vida propia también lo hacen los temerarios aun con los pantalones húmedos. Obedecer ordenes eso ya era de valientes, así era el criterio impreso en la memoria de la androide. Por supuesto, era un concepto con un valor voluble dependiendo de cada situación pero era obvio, ya por tercera vez, que para que Sandro hiciera algo al pie de la letra había que obligarle. Ceder a su capricho no era la solución. No por la falta de dignidad que ello le aportara a la androide, sino por las consecuencias subsiguientes. El encajaba dentro del prototipo de hombre que da la brasa para conseguir un revolcón, y luego maltrata verbalmente a la mujer por concedérselo. En psicología llamado caso Houston.

Se conectó a la nave, y desplazó su voluntad al interior de la nave abandonando temporalmente su cuerpo. Comparativamente, era como una posesión espiritual. Su influencia se basaba en la calidad de resistencia que hubiera en cada "miembro" de la nave. A través de las cámaras vio a sus compañeros. La situación no pintaba nada bien. No obstante, empezó a adquirir información para ganar a su vez control sobre la nave y sus componentes. La nave pertenecía a la Weylan, al igual que ella, al igual que el sueldo de sus compañeros ya que era la Weylan la que sustentaba económicamente al ejército. Con rapidez se dio cuenta de que podía acceder a todo, pero dependía del tiempo que empleara a cada cosa. Era necesario imponer un criterio de prioridades.

Lo primero de todo fue dejar de modo pasivo, un grito como un banshee de leyenda, un pitido de gran resonancia sobre los cascos de los soldados. Con suerte, algún cerebro reventaría, y la gran mayoría quedarían sordos o neutralizados un gran tiempo. Y probablemente la mayoría recurriría a su instinto para quitarse los cascos. Confiaba en que, siendo humanos acostumbrados a obedecer ordenes, pocos tendrían la iniciativa de simplemente apagar sus transmisores. La siguiente prioridad seria desactivar a los sintéticos, con cuidado de no desactivarse a si misma. Lo siguiente seria inutilizar todas las terminales y cualquier acceso virtual a la nave, salvo la suya propia para evitar que algún humano hábil, o algún sintético desprogramado pudiese "ayudar" a la nave en su resistencia o, por que no a tomar control del cuerpo de Ghost. Después, pensó en apagar todas las luces pero un segundo pensamiento le advirtió que ahí los soldados coloniales fugarían con ventaja al conocer mejor su nave. Así que en lugar de ello sello todas las puertas y rampas, incluido el hangar. Por ultimo, dirigiría el hornet restante de manera inofensiva, salvo por las armas que pudieran llevar los soldados del interior, hasta la posición de Rivers o Simo. En una incitación a que ellos tomaran el vehículo, con su voz a través del megáfono

- Bienvenidos a bordo Jake Rivers. Simo Kollka.

Y les llevo hasta dentro del hangar, el cual abro y cierro.



Simo Kolkka

Hizo su carrera, llevando su cuerpo al límite, y se tiró en un hueco que le pareció adecuado. Aunque a aquella velocidad era difícil estar seguro de si sería suficientemente hondo, o si los laterales aguantarían... Ya no tenía sentido. Se tiró dentro y se agazapó. Cerró los ojos, y esperó. En momentos como aquellos le gustaría creer en algo más allá de su puntería. Escuchó explosiones, sintió el calor, intuyó los colores y el sonido se coló en sus oídos. ¿Habría tenido suerte? ¿No era aquella la bala que alguien había preparado para él, el día que nació? Que demonios... Probablemente aquella persona ya estuviera muerta, y esa bala se habría fundido junto a muchas otras para hacer el cascarón de aquellos súper soldados. Cuando dejó de oír la pirotecnia fue estirándose poco a poco. Tenía el cuerpo agarrotado. Ningún entrenamiento te preparaba para mantener aquel ritmo durante mucho tiempo. Se fijó en el rebelde. No parecía una muerte demasiado agradable. Inspeccionó su propio cuerpo, y cuando vio que todo seguía en su sitio se levantó, e intentó contactar con Rivers.

- Cuéntamelo Rivers. ¿Como pasaste la evaluación psicológica al alistarte?.- Aquel hombre estaba realmente mal. Algo no funcionaba bien en su cabeza. Quizás ser un héroe se tratase de eso.


El sensor de movimiento trajo buenas noticias. Aún quedaban enemigos con los que divertirse. Estaba cerca. No era su estilo, y no tenía margen de error. No podía seguir disparando y escondiéndose porque estaba demasiado cerca. No había más opciones, por lo que buscó un lugar privilegiado para disparar donde pudiera cubrirse y recargar en caso de que devolviera el fuego, y esperó a que llegase. Dispararía en cuanto asomase en la cabeza. Un disparo directo a menos de 10 metros en la cabeza. Si un impacto directo a esa distancia no hacía un agujero de lado a lado, se prometió a si mismo conseguirse uno. Era una quinta parte de la distancia minina del rango de un francotirador policial. La mayoría de los niños hacían disparos más difíciles con sus carabinas de juguete. El único detalle era asegurarse de que el objetivo era enemigo antes de disparar. Parecía evidente, pero no sería el primero en volar la cabeza a un compañero, o a un civil.



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