domingo, 27 de mayo de 2012

Hay muchos traseros que patear - 47



Hemos llegado a la última entrega de este relato/partida. ;) 



...  




- Despierta, Dillon. Antes de que te confundan con una estatua y uno de esos nocturnos se te mee en la pierna. Dame uno de esos cigarrillos. ¿Sabes que apestas?

La voz vibrante de tono guasón de Sandro sacó de su ensimismamiento contemplativo al médico. Vio como Anette devolvía el saludo con el dedo a Rivers, sonría la chica, luego sufrió un vahído y perdió el conocimiento. La subieron al transporte y lo vieron perderse más allá de las montañas grises golpeadas por un sol naciente furioso. El sargento tendió su arma a Rivers que junto a Sandro inspeccionaron los edificios. Encontraron algunas latas de alimentos, agua, galletas, incluso un poco de munición. Pero ningún otro bichejo.

La revisión interna de Helen no reveló alteraciones significativas en su memoria, componentes ni programas. Tenía ciertos severos problemas de funcionalidad, que necesitarían una atención urgente, sin embargo no otra cosa extraña como suponía. Tensión, efectivamente, un concepto nuevo que la sorprendió por su alcance y las perspectivas infinitas que eso suponía para su existencia. ¿Acaso había evolucionado? La respuesta del sargento le llegó nítida:

- Negativo. No arriesgaré más vidas en este miserable lugar del infierno.

Antes de marchar con Rivers, Sandro devolvió una sonrisa a Simo:

- Recuérdame eso cuando salgamos de aquí. Empezaré a practicar.

Caminó unos pasos y se dio la vuelta mirando al francotirador:

-Bien pensado, es más divertido estar delante. Se ve mejor el espectáculo y la cara de idiota de tus enemigos cuando te los cargas.





Helen regresó. Tardó un rato, pues tras dejar a los civiles en unas instalaciones abandonadas, en un valle al otro lado de las montañas, Viviana tuvo que hacerle algunos remiendos. Aguantaría.

Los componentes de aquel grupo de marines estaban destrozados, más allá de sus límites físicos. Llegó el bajón después de que la tensión aflojara y las drogas pasaron factura. El cuerpo de todos y cada uno de ellos reclamaba atenciones, torturado desde la punta de los cabellos hasta las uñas de los pies. Habían soportado lo indecible desde que aquella maldita llamada les hizo desviarse del rumbo en su bien merecido descanso en la Tierra. ¿Y ahora qué? El temor a un nuevo cambio de tiempo les atenazaba el corazón pues comprendían que no podrían resistir más a un nuevo salto. Algo que sin duda estaba en la mente de todos los soldados aunque ninguno lo mencionó. Por una vez la fortuna les acompañó y no se produjo el tan temido trastorno.

Los civiles acondicionaron el lugar. Algunos de ellos se ocuparon ahora de los marines. Los niños los miraban y estudiaban con sus grandes ojos curiosos, y toda aquella gente, grandes y pequeños, brillaba el asombro y la admiración hacia unos hombre y mujeres que sobresalían del resto de los mortales. Sandro no perdió el tiempo y a la vez que narraba historias hinchadas de proezas, monstruos y abundante sangre, donde él solía ocupar un papel protagonista, intentó engatusar a una u otra de las chicas que se lo creían todo. Viviana, incansable trabajadora, comprobó el funcionamiento del helicóptero con la ayuda de Helen así como los ordenadores de la base, que no funcionó ninguno.

Carlo se recuperaba de sus heridas y los demás también. Dillon lo pasó muy mal con sus quemaduras y falta de medicamentos, Anette se espabilaba pero no lo bajaba la fiebre, mientras que Rivers y Simo se dedicaban a patrullar, revisar armamento y salvaguardar el lugar. El sargento y Sandro realizaron un par de excursiones por los alrededores sin encontrar nada útil. Kaplizki interrogó a la doctora que habían salvado descubriendo que en las instalaciones científicas se trabajaba con ingeniería genética, de cara a alimentar la maquinaria de guerra de la corporación. De Ahí debían proceder las hormigas gigantes, lo mismo que los nocturnos. Al parecer se les fue el proyecto de las manos, fueron atacados por nocturnos y tuvieron que huir. Transportaron con ellos algunos especimenes crías que se desarrollaron con virulencia desmesurada, causando lo que ya conocían. El maletín conservaba registros de las operaciones, estudios e investigaciones, así como un muestrario de células de distintas especies, desde nocturnos a hormigas, y otras no identificadas.

El sargento destruyó el maletín y su contenido obteniendo con ellos un histerismo desatado de la doctora. Suerte para ella que en ese momento Sandro no estaba allí.

Una semana más tarde, hambrientos, fueron rescatados por una unidad de salvamento de la Weyland. Soldados armados hasta los dientes, médicos y enfermeros. Explicaciones breves y poco después, a salvo pero casi cautivos, fueron evacuados del árido planeta en una nave de grandes dimensiones.

En una base del ejército, resultó que su historia, aunque increíble, no lo era tanto. En los años transcurridos se había descubierto, mediante investigaciones ilegales y abolidas casi definitivamente, que uno de los efectos de la anti materia era el padecido por ellos. O eso se pensaba. Un laboratorio descubrió tras ensayos con animales y personas – prisioneros de guerra o criminales -, la mayoría fallidos contando con una larga cadena de errores y fracasos, que la propiedad alucinante de viajar en el tiempo, no podían controlarla, pero sí contrarrestarla por una vacuna. Dos inyecciones diarias, mañana y noche, permitía a los sujetos “mantenerse” atados al tiempo presente. Nadie les preguntó, y fueron directamente inoculados con dicha sustancia.

Ahora, les restaba aguardar su destino, si los licenciaban, los incluían en otra unidad, o se dedicaban un tiempo a estudiarlos.






Helen


Acababa de contar lo que había vivido desde que empezó todo en aquel crucero de placer, y la bomba que los había condenado. Tenia el presentimiento que la habían desconectado en algún momento y sacado la información, pero no podía corroborarlo. Todo resultaba tremendamente irónico; habían estado luchando contra las creaciones de la Weyland y considerado a estos sus enemigos, y ellos habían sido sus salvadores. Helen se sentía aun incrédula, y aun a pesar de tomar aquellas cápsulas tenia la paranoia de que en su cuerpo artificial no tendrían los efectos esperados que en organismos humanos naturales.

A sus compañeros les dijeron que les llamarían. Y algo parecido a un escalofrío le recorrió la piel que recubría su espinazo.

"Necesito reparaciones en el sistema de refrigeración de la piel" se dijo, aunque otra parte de ella le dijo que ella había sido un experimento de aquellos bastardos. Pensaba que muy probablemente por su culpa la Weyland sabia en todo momento donde estaban, que hacían y como todo encajaba en lo que toda aquella historia podría haber sido un simple experimento. Le brotaron lágrimas y no supo si era por parte de su programación o parte de esa "evolución", ese escalón a obtener Humanidad.

Miro a sus compañeros. Había muchas posibilidades, podrían silenciarlos a todos para que todo aquel asunto se mantuviera en secreto. Aunque no lo necesitaban, Helen había visto las caras de sus compañeros y juraría que se podía leer en ellas que harían cualquier cosa por no ir dando tumbos en el tiempo y poder llamar al tiempo presente con un nombre definido. Había también la posibilidad de que los licenciaran a todos, o que hicieran todo lo contrario y siguieran usándolos en otra de sus misiones suicidas. Si una unidad tenía posibilidades de hacer posible lo imposible era la imposible unidad Sigma 5. Esperaba que fuera así, ya que cualquier soldado desea morir de un tiro, limpiamente. Eran pocos los veteranos que admitían que eran felices retirados o sentados en una mesa tranquilamente hasta que sus cuerpos orgánicos se colapsaran debido a la edad.

Antes de cada uno se fuera por su lado, Helen les dirigió la palabra ya que no sabia si los volvería a ver.

- Dillon... has sido más que un maldito matasanos, siempre remendando los cuerpos y almas de tus compañeros. Has sido un amigo.

- Viviana, gracias por ser mi hermana mayor.

- Sandro, eres un...un loco. Procura moderarte un poco, para seguir siendo tan encantador.

- Rivers, gracias por enseñarme a ser mas humana. Eres un gran maestro.
- Carlo, ... cuídate!.

- Sr Kolkka, UD también.

- Anette, arriba ese animo y procura no meter la pata. Yo procurare ponerle a lo que venga buena cara.

- Sargento, por que no nos lleva a otro de esos paraísos?. Aquí se nos están entumeciendo los pies y oxidando el cerebro. Y matar y salir de churro ya sabe que se nos da de maravilla.




Dillon Frost


Sandro. Molesto como una piedrecita en el ojo. Estaba ensimismado cuando le habló.

-¿Hum?

Sacó un cigarrillo y se lo tendió. Encendió la cerilla con una de sus ásperas uñas, un truco que uno aprende en los peores tugurios de Marte, y se la tendió. El fuego danzaba en sus dedos, hermoso, como una exótica bailarina a la que nunca podría dejar de mirar.

-Apesto. Al menos no soy tan feo como tú.

Siguió con su mutismo. Esperando, no sabía que. Esa paz lo abandonaría pronto, al igual que la felicidad de ese momento. Disfrutó el instante. No solía haberlos. No en la vida de un marine. Aquello era el tiempo muerto, la entrada en boxes, sus vacaciones. Nada pasaba, nada ocurría. Los peludos estaban muertos y los civiles a salvo. No llegaban órdenes nuevas ni aparecían nuevos heridos que atender. Era la calma después de la tempestad. Sandro no podía empañar eso. A pesar de que era realmente feo.

Los civiles estaban a salvo. Helen había tardado en volver. Viviana era su enfermera particular y había tenido que remendarla. Un chip aquí, una soldadura allá. Una técnica que él nunca lograría comprender. La medicina era sencilla. Observando los complicados entramados que seguía el sistema nervioso o circulatorio, cuando uno abría un cuerpo sabía que trabajaba con una obra divina, el resultado del trabajo de un genio. Cuando abría una maquina solo veía la demencia de un loco.

Volaron al lugar seguro. Unas instalaciones abandonadas.

-¿Ningún hotel de cinco estrellas por la zona, Helen?-Comentó al salir del helicóptero. No saltaron. Tuvieron una tregua. Ahora eran los civiles quienes velaban por ellos. Agradecido, solía pasar sus días tendido en la cama, mirando el techo tiznado de hollín de humedad. A veces hablaba. Hubiese alguien o no en la habitación. Y sus pensamientos se filtraban más allá. Como si pudiese ver algo en ese techo descascarillado que no verían los demás. Jugaba con los niños cuando podía. Era agradable. No mataban, no había violencia en ellos. Eran inocentes...felices. Se preocupó porque ninguno de ellos arrastrase un trauma mental debido a la aventura que habían vivido. Escuchó las historias de Sandro, igual que vio sus intenciones hacia alguna de las muchachas. En una ocasión, en la que dos de ellas, o tres, parecían bastante acaramelas con él, se acercó al compañero y le palmeó la espalda.

-Si, yo también recuerdo esa misión. Nos salvaste a todos. Lo recuerdo como si fuese ayer. ¿Les has contado la misión de Rigel XXI? ¿No? Cuando te comiste esas setas...Ya sabes, las púrpuras.-Miró al "público".-Y contrajo una enfermedad. Aún no hay cura. Lo estoy tratando.-Su semblante serio se abrió en una sonrisa nívea.-Los muchachos llaman a lo que él tiene "Ladillas Carnívoras". Vamos Sandro, es la hora de tu inspección...-Era agradable que Sandro hubiese sobrevivido. Podías portarte mal con él y no tener remordimientos.

Él ya tenía su propio castigo. Las quemaduras no le dejaban dormir. Ahora sabía lo que sentían, en menor grado, muchos de los hombres a los que había matado usando a la Vieja Betsy. Pobre chica. Brindó a su salud. Aguantó. A veces deliraba. Sudaba. Se cambiaba las vendas él mismo y aplicaba agua fría. Resistiría. Escuchó la historia de los peludos y la ingeniería genética detrás de un telón de sufrimiento carnal. No sintió pena cuando el sargento comentó que había mandado toda la información al Infierno. Lástima que no pudiesen hacer lo mismo con la doctora.

Cuando llegó el equipo de rescate de Weyland Corp. fueron salvados. Jamás serían felices.

Les drogaban para que no "saltasen". Nadie les daba información a pesar de que su caso no era aislado. Los estudiaban. Eran prisioneros. No le gustaba sentirse así. La Weyland mandaba. No era su ejército. Aquel no era su hogar. Ni siquiera debía ser su tiempo exacto. Muchas preguntas, ninguna respuesta. ¿Qué pasaba con el coronel? Obligado a repetir, hora tras hora, el momento que los daba la vida. Abrir las compuertas...durante toda la eternidad. Se recuperó. No habló. Dejó que sus heridas sanasen y cuando se reunía con sus compañeros volvía a mirar al espacio, a las estrellas. Podía haberse quedado allí. La comida no era tan mala y el sargento no había dado orden algún. Quedarse y ver que pasaba. Tentar al destino, a los altos cargos de la corporación, y que ellos decidiesen. Pero antes de entrar allí Helen le había dicho algo. Amigo. Le había llamado amigo. ¿Sabía ella que para poder considerarle a él como tal ella tenía que considerarse a si misma humana?¿Y ese cambio?¿Estaba siendo ella estudiada doblemente por los estériles científicos de aquella base? Preguntas, preguntas. Sabía como obtener unas cuantas respuestas.

Una fría noche se dejó ver por la habitación de Rivers. La puerta, generalmente cerraba, estaba abierta. Un fallo electrónico. Cortesía de Viviana. El loco del Sadar estaba durmiendo a pata suelta. O fingía que dormía.

-Arriba sabandija.-Dijo desde la puerta. Su figura se recortaba en la oscuridad, era más negra. Le arrojó algo. Un arma.-Los técnicos de la Weyland la recuperaron. Aunque no es de este mundo, han podido fabricar una munición decente. Tienes dos cajas enteras. Viviana ha accedido a sus archivos. No será difícil fabricarla.-Se quedó en silencio. ¿Qué esperaba? Algo más, claro.-Tenemos que irnos. El sargento no ha dicho nada pero no vamos a quedarnos aquí siendo conejillos de indias. Somos perros, no ratas. Y mordemos. Mueve el culo.-¿Seguía sin estar convencido?-Puede que esta sea una base de máxima seguridad pero he calculado que si nos atrincheramos y dejamos de tomar esas sucias píldoras durante una semana, los efectos pasaron y podremos "saltar". Viviana y Anette están abajo, esperando. Y tengo esto para Simo.-Un rifle de precisión, nuevo, con munición abundante.-Quizás le interese. No parece la clase de hombre que acepte un regalo de otro hombre. Pero este le gustará.-Miró al pasillo, un ruido.-Tendremos que buscar algo para el sargento y Sandro. El arsenal nos pilla de camino. También necesitaremos a Helen. Vayamos donde vayamos, una piloto siempre es útil. Tenemos que irnos, Rivers. Debemos marcharnos.-Podía haberle dado mil motivos; ellos no podían ayudar a la Weyland a dominar los viajes en el tiempo mediante sus investigaciones, no podían ser sus prisioneros, tenían que ser libres, tenían que volver al ejército, tenían que sacar a Helen de allí antes de que se enterasen de que, quizás, había cambiado a algo demasiado aterrador como para pensarlo. Tenían que salir porque eran sus vidas. Podía haberle dado cualquiera de esas razones y Rivers habría entendido como lo habían hecho Viviana y Anette. No dijo ninguna de ellas.-Aquí...el café es un asco.-Se giró, dispuesto a seguir.-Ah, no os he presentado.-Bajo la luz del pasillo su compañero podría apreciar el doble bidón de combustible que portaba a la espalda y una larga herramienta que descansaba en las manos. Una herramienta con una llama en la punta.-Esta es Charlene. Es tímida, pero está impaciente por conocer gente nueva...-Un amor nuevo, una vida nueva.



Jake Rivers


No encontraron nada en la inspección, y ya hace días de eso. En resumen, buenas noticias. Los civiles a salvo, ¡ya era hora de cumplir alguna misión!. Ellos recuperándose de las heridas.

El bajón cuando remiten las drogas, un buen motivo para no usar estimulantes de ningún tipo en plena batalla. Ahora se siente algo abatido. No sabe cuando saltarán de nuevo, si quedarán enteros de una pieza al hacerlo… no sabe nada. Incluso podría ocurrirles como al coronel. En unos segundos tal vez tenga una de esas monstruosas hormigas inyectándole veneno. Un solo parpadeo y estará evitando la lluvia de destrucción causada por las armas del futuro. Cuando se cubra en alguna trinchera, al volver a asomar la cabeza se verá rodeado de felinos súper desarrollados con ganas de morderles el trasero. Pasará de arrastrarse para llegar al transporte a llevar a hombros a una muchacha, a penas una niña, que jamás debió empuñar un arma, solo para ver como la muchacha se convierte en Anette y le enseña el dedo por haberla obligado a no quedarse atrás.

Es un miedo bastante confuso. No sabe a que temerle, o si debería temerle a algo. Es mucho más fácil tener un enemigo delante, basta con abrir fuego hasta agotar el cargador. El cerebro tan solo se centra en sobrevivir, en hacer que los demás sobrevivan. Buscar la mejor cobertura, seguir avanzando, siempre avanzando, es la forma de ganar las batallas. Escasear la zona con la vista, rápidamente, para encontrar un blanco. Ocultarse, echar a correr, buscar la mejor cobertura…

El mismo ciclo una y otra vez. Soporta bien la tensión de saber que pueden abatirle en cualquier momento, la tensión posterior a la batalla, cuando comienzas a sentirte seguro, es mucho peor. Recuerda las estupideces de “estos días”. Disparar un SADAR en plena nave, ofrecerse voluntario para explorar un terreno inhóspito, adentrarse en la independencia tras verla envuelta en esa extraña burbuja, intentar rodear dos pájaros acorazados, quedarse el último para repeler la amenaza animal.

En el momento de enfrentar cada una de esas situaciones no siente el más mínimo nerviosismo. Para eso le han entrenado. Son marines coloniales, lo más duro que ha conocido el universo. Dentro de semejante cuerpo, la unidad Sigma es la más dura. ¿Dudar antes de moverse?, ¿Sentir remordimientos al disparar? A ellos no les afectan esas mierdas.

Pensar todo después, analizar los errores… eso es distinto. Tal vez podían haberse salvado más de ellos. Quizás alguien podía haber convencido al cabo de no volverse tan fanático, o alguien podía haber convencido a sus compañeros de no ocupar así las cápsulas. Él mismo podía haber dejado marchar a los amotinados, ¿Qué le importaba?

Ha pasado por esto otras muchas veces. Debe dejar de pensar en ello, dejarlo estar. Sin duda podían haberlo hecho todo mejor, pero no debería afectarles. También podían haberlo hecho mucho peor. Han conseguido salvarse unos cuantos. Todos muy heridos, claro, la pobre Anette estaba destrozada, y Dillon más ennegrecido de lo normal, lo cual es mucho decir. Helen parece muy destrozada ¿Quién les iba a decir que era una sintética? Él no la ve así, claro, la ve como otra compañera. Habría cargado con ella de ser necesario, como cargó con Anette.

Al final siempre acaba consolándose con lo mismo. Algunos están vivos para poder contarlo, suficiente para aguantar un día más.

Al final llega el equipo de rescate, por llamarlo de algún modo. Los civiles irán a un lugar seguro, o eso quiere pensar. Aquí se desarrollaban armas biológicas, esta gente sabe demasiado. ¿Los dejarán marchar sin más?... debe comprobarlo.

Tiene más asuntos pendientes. Si están en su tiempo, o al menos cerca, juró buscar a quien le dio a la mujer una bomba de antimateria. Desde luego, lo hará, cuando encuentre a los responsables, el líder de la organización o el que vendió los materiales, les hará tragar una granada. Ese será el fin, el principio aún no lo tiene decidido. Es un interrogador bastante eficaz, aún puede mejorar. Un par de libros de anatomía y el dolor se disparará exponencialmente. Solo con eso podrá hacer justicia. No la justicia del sistema, ni siquiera la justicia entendida como un concepto universal. Su justicia.

Helen les habla antes de ser separada. –A los humanos no nos gustan las despedidas- levanta el pulgar –No te acostumbres demasiado a la buena vida y a tenernos lejos. Recuerda la norma más básica de los marines - Espera que baste para entenderlo. Él no se despide, de nadie. La unidad Sigma sigue viva, hace falta mucho más que un par de imbéciles armados para mantenerles encerrados.

Pasan varios días entre drogas experimentales, preguntas, y pruebas. Está cansado de todo esto. No es una rata de laboratorio, ni un jodido asesor técnico. Es un soldado. Si quieren sacar algo útil de él que le envíen con un arma a cualquier frente. La frustración llega, acompañada de sus grandes amigas, ansiedad e ira. A nadie le gusta ver a Rivers enfadado, eso es algo que los gilipollas de la Weyland están acercándose a comprobar, un poco más cada día.

A penas duerme por las noches. Se considera prisionero. El deber de todo prisionero es escapar. Una lógica sencilla, demoledora. Para hacerlo debe recopilar información, puntos débiles… lo que sea, y es más sencillo por la noche, cuando los guardias creen que duerme. Escapará de aquí, junto con los demás, eso es tan seguro como el dolor tras un buen puñetazo.

*Dillon aparece, no sabría decir cuantos días después. Una fuga… ambos pensaban en lo mismo. El médico habla de perros encerrados. –Leones… no perros. Somos leones a los que alimentan a través de una verja para no hacerse daño. Pero este León no ha nacido para vivir en un zoológico… ni para beber mal café- Añade con una sonrisa cargada de malicia. –Sí, saquemos a Helen de allí… nunca dejamos a nadie atrás. De camino quiero inspeccionar ese arsenal… como en la independencia. ¿Atrincherarnos dices?, van a rezar porque consigamos salir, créeme.- La expectativa de una fuga le ha hecho recuperar la euforia perdida. Dillon también se muestra más alegre, debe ser por su nueva chica. –Dillon… no puede ser saludable ponerle nombre a tus armas- bate la cabeza –¿Qué será lo próximo?, hablar con ella- Ahora ríe, conteniéndose para no despertar a demasiada gente –En fin, es hora de dar una vuelta con ella, ¿no crees?-




Simo Kolkka


Lo que les había dado Dillon había perdido su efecto, Helen empezó a despedirse y no quedaba nada a lo que disparar, descontando a Sandro. No podía ser una situación más deprimente. Sr Kolkka... ¿Por que se refería a él como señor? ¿Tan mayor parecía? Imposible. A doc lo había llamado por su nombre. Cosas de robots, seguro. Encontraron municiones. En cajas rojas. Incluso comida. Si Dillon encontraba mas caramelos estarían preparados para otra fiesta de las gordas. Empezó a comer galletas mientras llegaba el autobús. Seguro que una vez arriba se las quitaban para que no tirase migas.

Llegaron a donde estaban los civiles, y en un par de horas aquello parecía casi un lugar normal, con un ambiente normal. Él prefirió seguir jugando a ser soldado, y buscó un nido donde meterse cuando volvieran las hormigas, los wargos o los cylon de la serie original. Lo prepararía para cuando la cosa se pusiese fea, y después se sentaría a disfrutar del paisaje.

Con el tiempo, llegó la caballería. Se mostraron muy comprensivos. Demasiado. Daba la sensación de que fueran a darles una medalla al mérito. Quizás le dieran sus nombres a una condecoración. Medalla Sigma 5 a la temeridad. Sonaba bien.


Con el tiempo, el resto del equipo empezó a sentir lo mismo que él. Sobraban allí. Llegado aquel punto de la partida, sobraban en cualquier lado al que fuesen. Fue Dillon quien lo dijo en voz alta.

- Mordemos. Mordemos. Mordemos. Me gusta.- le traía un regalo.- ¿Has guardado el ticket? No me gusta en este color... Como sea, recuperemos a nuestra HAL 9000...

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