sábado, 5 de mayo de 2012

Hay muchos traseros que patear - 38


38


- Yo no quiero una mujer estúpida, Helen. Ya existen los sintéticos de placer, a mí me gustas tú. De siempre, lo sabes. Eres mi chica, como un talismán. Me parto -su cínica sonrisa se desplegaba igual que un abanico de oreja a oreja.

La idea de Ghost de recuperar el arma de plasma se la quitó rápido de sus circuitos, el boquete del ascensor era un horno cuajado de llamas que todavía no se habían extinguido y un amasijo de metales retorcidos y carbonizados. Miró a Sandro creyendo que aparecía cuando el peligro pasó momentáneamente. Pero sabía que el marine no era de esos, todo lo contrario.

Arriba, Sandro empujó al sintético de combate contra la pared, dando tiempo al ascensor a ponerse en marcha. Luego fue lanzado de forma violenta al otro lado del pasillo por la fuerza de su rival que acto seguido le disparó con el cañón de plasma. El sintético creía haberlo dejado fuera de combate, o como mínimo ya no era una molestia inmediata dirigiendo su atención al elevador. Pero fue Sandro el que derribó al sintético cuando este se disponía a transformar en un infierno el interior del ascensor que había caído con la última granada de su rifle desde el extremo del corredor. Pero esto lo desconocía Helen.


El rebelde herido tenía el vientre perforado, poca cosa podría hacer por él Dillon, aparte de calmar sus dolores. Lo arrastró a un lado y le dio un sedante. Después tuvo que preocuparse de su propio pellejo. Habló con Sandro, con los demás por el intercomunicador. Yamec lo miró y respondió a su pregunta con un ademán del brazo:

- En todas partes, aquí, ahora. En los latidos de tu corazón y en el aliento que te da fuerza.

Los dos marines corrieron hacia la salida del hangar dirigiéndose al interior de la nave. Yamec los instó a echarse al suelo. Unos segundos después, recibieron dos descargas desde el exterior. Las explosiones destrozaron la rampa, abrieron un boquete mayor en el hangar, el sintético o los compañeros de este no parecían tener reparos en destruir parte de la nave. Sacándose de encima trozos de planchas de metal candentes de agudas aristas, Carlo y Dillon como perseguidos por el diablo se deslizaron por los pasillos hasta Helen, Anette y Sandro. Balsani no se apenó de la muerte de un camarada, ¿tanto rencor y resentimiento sumió a su corazón en ese desprecio por un compañero de armas como había sido Benley? ¿No recordaba los momentos compartidos con él y las batallas a su lado?

Afuera, Rivers recuperaba fuerzas. Resultaban una tortura las quemaduras, dejó de pensar en ellas, reptó, saltó a otro agujero. Se asomó. No veía donde andaba el lanzagranadas de la chica, y no tenía tiempo de buscarlo. El Hornet daba la vuelta después de perseguir a sus compañeros en la rampa. Distinguió al sintético, agazapado, atrincherándose y poniéndose a cubierto de camino a la rampa. Observó también a uno de los soldados disparar dos granadas contra la rampa y la salida de la nave. Jugaban duro. El sintético abrió fuego hacia atrás y barrió la zona donde se encontraba uno de los rebeldes y luego la de Rivers, que se hundió en la zanja. Cuando miró de nuevo, cambiando de posición, vio a otro soldado en el boquete humeante que antes constituía la salida/entrada, la rampa ya no existía. Acababan de lanzar unos garfios y los dos hombres treparon al interior de la nave. El sintético parecía quedarse protegiendo su retaguardia. El Hornet dio otra pasada batiendo con su munición el desolado campo de batalla y mientras giraba a lo lejos, Rivers parecía tener posibilidades de usar su Sadar contra el sintético, conforme a la estrategia que había planificado en unos segundos (efectivamente, se ha dado la vuelta).

Simo se preparaba para cumplir su parte del plan. Recuperado de la explosión, gateó de nuevo, encontró el lugar adecuado, a cubierto, apenas se dejaba ver, preparándose para disparar a su objetivo. Se olvidó del soldado de élite que iba a por él, o creyó haberlo despistado. Ajustaba su rifle cuando un impacto bajo la clavícula izquierda lo lanzó hacia atrás. El dolor irradió hasta el cerebro y se quedó un instante sin aire, el rifle quedó tirado a su lado entre la tierra calcinada. A pesar de ello, tuvo suerte, la armadura amortiguó la mayor parte del brutal golpe del proyectil, que la atravesó y se alojó un par de centímetros en el cuerpo del marine, por debajo del hueso, rozándolo y astillándolo. Tomó aliento con la certeza de que tenía que reaccionar rápido, pero el enemigo no llegó. Alcanzó a verlo arrastrándose, luego correr en zigzag, hacia la nave como si hubiese recibido órdenes o un aviso o escapando de algo. Al mirar después tuvo tiempo de ver como el tercer soldado que quedaba, propinaba un culatazo a uno de los rebeldes con los que luchaba cuerpo a cuerpo, creyó que la mujer, y al otro lo esquivaba, lo lanzó hacia atrás y antes de que se levantase su cañón reventó su cabeza y pecho a bocajarro. Vio correr y regresar a ese guardia, tal vez avisado por radio, y Simo tuvo que esconderse cuando la libélula de metal probó de aniquilarlos con otra ráfaga. Uno de los rebeldes protegido en un talud disparó al soldado que regresaba pero no le alcanzó; el sintético devolvió el regalo y el Guerrero de la Fe hizo una pirueta para tirarse de cabeza en otro hoyo.

Rivers tenía la línea de tiro despejada. Contra el sintético, que estaba pegado casi al blindaje exterior de la nave, o contra el Hornet, que volteaba otra vez abatiéndose sobre ellos. Por su lado, Simo permanecía tumbado, recuperando fuerzas y energías. La idea de disparar al gigante de metal se fue al garete por lo pronto. En ese momento el Hornet lanzó algo: una multitud de objetos de color negro, con forma y tamaño de un huevo, pero no precisamente de Pascua, que caían desde las alturas igual que una cascada de fuegos artificiales cuando explota el cohete pirotécnico en las alturas, como un paraguas gigantesco. Esa era la razón de que el sintético y los soldados saliesen de allí. Simo y Rivers vieron a la chica, a una decena de pasos, boca abajo, muerta, o tal vez solo sin sentido.


Carlo y Dillon atravesaron el corredor en llamas, dejando a un lado la enorme hendidura formada por los retorcidos y resquebrajados restos humeantes del ascensor. Más allá encontraron a una Anette recostada en la pared, más o menos inconsciente, seccionada su pierna por debajo de la rodilla derecha, sangrando copiosamente con el hueso y restos de carne a la vista, y una herida abierta de entrada salida en el hueco del hombro del mismo lado. Helen tenía media cara destrozada, faltándole el ojo derecho, una negra abertura debajo de las costillas, sangre y cableado quemado. Sandro mostraba mejor aspecto, retazos de sangre en los rajados pantalones, y poco más.

- ¿Qué está pasando ahí fuera? – preguntó Sandro.

Al poco Nela llegó renqueante, con su pronunciada cojera. Anunció que Yamec se había quedado defendiendo el paso, los soldados de élite eran ahora quienes asaltaban la nave…Había que darse prisa, tomar decisiones, según Yamec alcanzar el puesto de mando, controlar los diversos sistemas, y en caso extremo desperdigarse por la nave, esconderse y contraatacar. No debían quedar muchos efectivos enemigos. Hizo una mueca de dolor contenido, sangraba por la pernera. Sandro, decidido, cogió el cargador de proyectiles explosivos de Anette, se puso en pie:

- Iré a apoyar a ese loco. Salid de aquí.

Esperó unos instantes por si alguien le acompañaba y salió corriendo en la dirección por la que vinieron Dillon y Carlo. Sin órdenes, ni otros consejos o pareceres, se puso en marcha según su razonamiento. Poco después la voz de soprano de Viviana sonó en los auriculares:

- Vamos de camino, uno de los guerreros y yo. Escuchad bien, tenéis que encontrar un panel de control, debe de haberlos en algunas intersecciones de la nave. Helen, atiende: conecta tu sistema al de la nave. Podrás acceder a todas o al menos muchas de las secciones del transporte. Algunas cifradas, probablemente. Inténtalo, desde los sistemas de seguridad, armas, supervivencia, compuertas, etc... Incluso los sintéticos. En nuestra época vosotros llevabais incorporados, tal vez no lo sepas, un chip controlador. Por ondas de radio se os puede desactivar, basta con dirigir la antena y conocer la clave.


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Dillon Frost


Yamec le respondió. Pensó corresponder a su gesto alzando el dedo corazón y bajando todos los demás. "Que me aspen si veo a tu Dios en una guerra. Nada bueno puede salir de una guerra", pensó. "Si tu Dios está aquí no me vendría mal más adrenalina y un par de alas". No le respondió. Sombrío, se limitó a asimilar todo el palabrería de Balsani y a seguir adelante. Ya habían hablado demasiado. Había pecado él en su reacción. No estaba acostumbrado a notar la falta de mando. Durante un breve momento se preguntó que harían si la batalla se recrudecía o que sería de ellos más adelante. Rápidamente recordó un lema detrás de otro. No había entrenado con sus compañeros pero había luchado con ellos demasiado tiempo como para obviar una gran verdad. Un marine no retrocede nunca. Si cae, cae avanzando. El futuro podía ser cada vez más negro, incluso devorador. No había nadie mejor preparados, ni en este tiempo ni en otro, para enfrentarse a algo así.

Yamec les gritó algo. Se vio tirado en el suelo y luego un par de explosiones barrieron la zona. Su zona. ¿Había visto algo Yamec? ¿Su Dios le había avisado? No era el momento de aceptar lo desconocido como guía de uno de sus aliados. Yamec había visto el movimiento de las tropas de élite. Nada más. Siguieron avanzando a través del fuego. Al otro lado estaban los supervivientes de aquel Infierno. Respondió a Sandro secamente.

-Fuegos artificiales.-Helen le dio un susto de mil horrores. Casi se volvió blanco. La mujer tenía medio rostro destrozado y le faltaba un ojo. Se alegró de que no fuese humana.

-Espero que no sientas dolor.-Le dijo, poniendo su mano sobre su hombro. Ya habían muerto demasiados, no quería ver caer a más. Siempre era su máximo. Al momento se agachó y atendió a Anette. No tenía buena pinta. Ojalá le llamasen alguna vez para curar un resfriado o algo que se curase con un poco de jarabe. Su mente voló fugazmente lejos de allí y se recordó a si mismo trayendo una nueva vida a este mundo. Era una barrera entre los dos mundos. Un custodio. No iba a dejar que Anette se marcharse. No sin presentar batalla.

-Despierta, despierta, no te vayas...-Miró su pierna. O lo que quedaba de ella.

-¿Dónde está el resto de su pierna?-Preguntó a sus compañeros. Si los restos estaban cerca quizás pudieran operar más tarde y unirla. No era un órgano demasiado complejo. El ordenador le daría una imagen tridimensional interna con la que podría ajustar el hueso para que no quedase coja...o muy coja –no, no podría, estaba delirando, esa intervención le superaba. Cerraría la brutal herida con el equipo láser de precisión para suturar y...debía aguantar así. Se tomaría su tiempo, mediría bien la distancia y lo ajustaría al milímetro mediante la computadora. Fijaría la carne y luego suturaría, finalmente entablillaría. Aunque lo primero era cortar la hemorragia. Sobre la herida del hombro...ya se ocuparía más tarde."Si tu Dios está por aquí, Yamec, que me dé un par de manos extra", pensó. Efectivamente, deliraba.

Había buenas prótesis, seguramente mejores en su tiempo, pero él era lo mejor de lo mejor. Le habían enseñado eso. Intentaría salvar la pierna.

Atendía a Anette con devoción silenciosa. Su mente iba del ordenador a la mujer. Palabras de ánimo escapaban de sus anchos labios. Había dejado el rifle recostado contra la mujer. Si había problemas cambiar de herramientas sería algo automático para él. Un interruptor, dos posiciones: luz, vida, encendido y oscuridad, muerte y apagado. Se filtraban los hechos que ocurrían a su alrededor. Yamec había quedado atrás. Nela estaba con ellos.

-¿Aguantará tu pierna?-No podía hacer nada por ella ahora. Su lista era inagotable e iba añadiendo heridas y sujetos por gravedad de sus heridas. Sandro se iba. Ese bastardo tenía la sangre de hielo. Vería a Benley, tal vez, aunque eso no era lo que le preocupaba.-Sandro, ya tengo bastantes problemas con Anette. Si no puedes volver de una pieza ni se te ocurra volver.-Le había cogido cariño a ese idiota, igual que a un perro feo.-Y Sandro...-Lo miró y levantó uno de sus dedos ensangrentado para hacer el signo del silencio. Sandro no lo entendería ahora. Quizás más adelante, cuando viese el cadáver de Benley y entendiese que debía guardar silencio. Ahora dependía de la inteligencia de Sandro.

Llamó Viviana. Había una posibilidad de que Helen pudiese desactivar los androides. Eso sería de mucha ayuda. Miró a su compañera. Era la que menos trabajo le daba, así que había que conservarla.

-¿Qué dices? ¿Crees que puedes freírles el cerebro a tus nietos?-Siguió con Anette. Balsani aún estaba por allí.-Tu preocupación es encomiable, Carlo, pero aquí no te necesito. Puedes ayudar a Helen o puedes ir a saludar al pez gordo que se esconde en la sala de mandos. Yo me quedaré a esperar a Viviana.-En cuanto Anette estuviese estabilizada lo diría por radio. Eso ayudaría a los muchachos...y le ayudaría a él a aceptarlo. A veces no creía lo que un hombre o una mujer eran capaces de hacer. Había visto cosas increíbles y no provenían de Dios. Venían del hombre. Si había algo más grande y más bueno no lo necesitaban.

Cuidaría de Anette. Escucharía con atención, operaría y saltaría a cualquier sonido, grito o movimiento, incluso por instinto o simple reacción. Subiría su rifle, apuntaría y, si lo que veía no era un marine o un fanático religioso, barrería la zona, alejándose de Anette, acercándose al enemigo que hubiese avistado. Medio cargado, y el rifle fuera. Lo soltaría, la correa lo mantendría en su sitio. Y cogería el lanzallamas. Freiría la zona. Avanzaría. Si algún cabrón le molestaba iba a reducir su escondite a fosfatina. Barrería la zona con fuego, se acercaría al sujeto y volvería poner al rojo las cosas. Solo tendría dos opciones; o arder o retroceder. Y no iba a dejar que retrocediese mucho. Tenía dos armas, usaría la versatilidad que eso le daría.

Apuntar primero, mirar...observar, y si lo que veía no le gustaba, apretaría el gatillo. No iba a dejar a Anette. Tampoco la movería hasta que estuviese estable.





Jake Rivers

El plan podía haber funcionado razonablemente bien, pero alguien más perseguía a Simo. Al parecer han debido impactarle. Espera que esté bien, aunque ahora no puede comprobarlo más que llamando por radio. –Sigues entero, ¿Simo?-

Tampoco dispone de demasiado tiempo para escuchar la respuesta. Los enemigos se apartan de una zona concreta –eso solo puede significar una cosa- piensa mientras alza la cabeza para ver al pequeño engendro volador listo para mandar todo este campo de batalla directamente al infierno, un viaje solo de ida y sin escalas. – ¡Joder!-

El primer paso debería ser buscar un punto seguro – ¡pero no hay un puto punto seguro en toda esta maldita roca!-. No está del todo en lo cierto, lo sabe. Las armas de ese tipo no se lanzan para arrasar las propias tropas. Por eso los enemigos han comenzado a replegarse antes, se dirigen hacia las zonas donde no van a ser impactados por el fuego cruzado. Esas zonas son seguras, en cierta medida, la única pega es el número de individuos hostiles que puede encontrarse en ellas. Aún así son su única opción. Ya ha agotado toda su suerte sobreviviendo a la explosión anterior, no cabe esperar otro milagro. –Si sigues vivo, más te vale correr, Simo-

Tampoco le hace ninguna gracia correr directo hacia el fuego de un bastardo que quiere mandarle al otro barrio, pero hay pocos remedios. No tiene tiempo para apuntar y disparar el Sadar, y el rifle es completamente ineficaz contra esas bestias. Podría hacer un tiro a ciegas, recto, sin el buscador de calor. Por desgracia solo le queda un misil, si falla comenzarán los problemas serios... aunque bien pensado empezaron hace un rato.

Sale de su escondrijo a la carrera, con el arma en la espalda. Antes de hacerlo, o quizás durante la propia carrera, traza una ruta mentalmente para saber donde es más improbable ser alcanzado por el sintético. Correr cambiando de dirección bruscamente, sin un patrón fijo, y cubrirse lo mejor que la situación le permita, ya que debe ir tan rápido como jamás lo ha hecho. En realidad tiene tiempo de sobra para llegar a una zona más o menos segura, pero hay algo más que hacer.

La chica probablemente esté muerta, no lo sabe, y no va a parar a comprobar sus constantes vitales, pero si va a ir hacia ella velozmente para cargarla a hombros e intentar salir del infierno en que se va a convertir todo este lugar.

No es una decisión sabia, pero si la de un marine. Hay algunos artículos del código que no acata muy a menudo, como respetar a los oficiales superiores, pero debe cumplir al menos parte porque de lo contrario no es ni siquiera un marine, solo un asesino con un arma. Deben auxiliar a los heridos, es lo que va a hacer.

Irá hacia la rebelde abatida, la levantará, la cargará a hombros y correrá tal como tenía pensado, forzando su cuerpo tanto como dé de sí, para algo deben haber servido todos los años de entrenamiento y de batalla tras batalla. – ¡Maldita zorra novata!- no está consciente, pero a Rivers le da igual. – ¡Si me vuelan el culo por tu culpa, espero que vayas al infierno conmigo!- No son palabras de ánimo… no cree que importe en estos momentos.

Si consigue salir de la zona a tiempo, sin haber muerto en el intento, deberá buscar rápidamente un lugar donde cubrirse para pasar al ataque después. Lo primero es dar con ese lugar más o menos seguro, cerca de la nave para que el Hornet no continúe masacrándolos a placer. Luego ya pensará en la contraofensiva, si tiene el privilegio de seguir respirando para llevarla a cabo.




Helen McFersson


- Yo no quiero una mujer estúpida, Helen. Ya existen los sintéticos de placer, a mí me gustas tú. De siempre, lo sabes. Eres mi chica, como un talismán. Me parto - su cínica sonrisa se desplegaba igual que un abanico de oreja a oreja
Helen le miro a los ojos, incrédula y preguntándose por qués. ¿Por qué lo hacia? ¿Por qué persistía? ¿Era por apuntarse otro ligue raro a su lista de conquistas? ¿Para satisfacer su propio ego? ¿Sabría el propio Sandro la respuesta siquiera? ¿Por qué se había echo marine? ¿Por la Paz? ¿Por dinero? ¿Por la Libertad? ¿Por Amor? Esas son ilusiones, desvaríos de la percepción. Concepciones temporales del frágil intelecto humano que trata de justificar una existencia sin sentido ni objetivo. En realidad, era tan artificial como ella. Aunque solo los humanos inventarían algo tan insulso como el Amor. Se preguntaba si Sandro se daría cuenta de todo eso. No, seguramente no. Pero tampoco tenía un modo de comprobarlo. Complacerlo seria un error a largo plazo, aunque dados los acontecimientos tener "largo plazo" seria todo un merito en si. Y lanzarle una negativa directa, seria tan malo como repetirle incansablemente que estaba loco de atar. Lo mejor era simplemente no responderle. Miro a Anette asegurándose de que el torniquete cumplía su función.

Mientras esperaba a los refuerzos, una parte de si misma evoco otros enfrentamientos como si fuera marcha atrás en el tiempo. Primero el combate con las hormigas dopadas, luego contra sus compañeros en la nave Independencia, más tarde contra los locos en la Pegasus V, y finalmente contra unos rebeldes en un planeta colonial similar al que estaba en ese momento. No podía decir que le gustase ese trabajo, a decir verdad no podía asegurar que le gustaba. ¿O si? Le agradaba aprender, o copiar comportamientos. Era una manera de hacer de la humanidad de otros la suya propia.

Llego Dillon, el grandullón de ébano que daba la sensación que cambiaba al gris al ver a Anette y a ella. Empezó como de costumbre, con chistes tranquilizadores para él mismo aunque parecían dirigidos hacia los que le rodeaban. Ella, o mejor dicho Ghost, respondió de modo autómata, ya que Helen, a pesar de lo fútil que resultaba, seguía buscando cualquier rastro por pequeño que fuera del blaster del super-sintético moviendo la cabeza a derecha e izquierda 170º.

- Es irritante no ver completamente, pero no duele.

La siguiente pregunta de Dillon, no tenía mucho sentido, pero al no haber estado allí, era imposible que lo supiera.

- La pierna de Anette esta desparramada en trozos variables desde 0,01 milímetros a 1 milímetro. Desde casi el primer piso, hasta abajo en el ascensor. Tienes que ponerle una prótesis, una pierna sintética como la mía o como la del sintético que hemos destruido en un 88%. Si pones una pierna de otra persona sin que sea de su mismo grupo sanguíneo, la mataras de seguro. Y dadas las presentes circunstancias, no hay tiempo para nada de eso. Párele la hemorragia y punto.

De pronto Helen tomo cuenta de lo que había dicho Ghost. Sabía que Dillon no le sentaría bien que le dijera como tenía que hacer su trabajo. Pensó en disculparse, pero necesitaba ahorrar energía. Viviana le dio ordenes, le dijo algo que desconocía por completo. ¿Realmente tenia eso ahí? Miro su muñeca izquierda intentando comparar el mapa de componentes que creía conocer y lo dicho por su compañera. Ciertamente, tener por huesos barras de acero huecas no era muy práctico. Imagino que tenía dicho dispositivo, buscando en su interior. Se sorprendió al ver que tenia razón, tenia uno en cada antebrazo. Puso su voluntad en "despertarlo" y los órganos sensitivos del brazo le daban la sensación de que algo por dentro la abrasaba, aunque lo que pasaba realmente era que dicho conector se abría paso a través de la piel sintética al exterior.

- Sorprendente - dijo mientras giraba su antebrazo para observar el dispositivo con restos de su sangre artificial.

-¿Qué dices? ¿Crees que puedes freírles el cerebro a tus nietos? - pregunto el matasanos.

- Ahora mismo, comparto la misma animadversión que Anette por los sintéticos de combate. Me deben una cara nueva.

Su rostro cambio ligeramente, sus ojos estaban entrecerrados mostrando una mueca feroz, casi malvada.

- Sandro, Carlo, seguidme. - les ordeno mientras se dirigía a la primera intersección en busca de una terminal. Luego insertaría su conector e intentaría decodificar la clave para poner su voluntad sobre la nave, y desactivar a todos los sintéticos enviando dicha señal repetidamente durante cinco minutos.



Simo Kolkka


Se estaba preparando para hacer el disparo del siglo, cuando se dio cuenta de que no había ocupado apropiadamente de un asunto. Primero cayó al suelo de espaldas, y segundos después fue llegando el dolor. En un principio se hizo tan intenso que no podía ni moverse ni respirar. Pasado el momento crítico en el que era fácil quedarse inconsciente, todo lo demás era fácil, al menos hasta que su cerebro viera que el peligro había pasado. Entonces llegarían unos cuantos días divertidos. Por un segundo solo pensó en lo desafortunado que sería que Doc muriera ahora que necesitaba por primera vez en aquella disparatada aventura asistencia médica. Pasados unos segundos que parecieron durar minutos, se incorporó, recogió su rifle, y echó una ojeada rápida desde su posición. Al ver que el enemigo volvía a la nave se concedió un momento para tomar aire y ver que hacer. Disparar no serviría de mucho. Con un poco de suerte dentro de la nave les habrían preparado una emboscada. Pero no terminaba de entender el que porqué de la precipitada decisión. A él casi lo tenían, o eso debían de pensar. Quizás solo querían menospreciarlo, dejando claro que no era una amenaza, sino una molestia. O quizás habían oído a Rivers amenazar con disparar su SADAR con los ojos cerrados, otra vez. Escuchó a Rivers por el comunicador.

- Si. Y sigo teniendo una bala guardada para tu amigo. ¿Todavía...?- entonces se dio cuenta, al tiempo que su compañero hacía una observación estratégica bastante sensata. Solo hacía falta mirar hacia arriba para darse cuenta.

Echó a correr, sin pensarlo. No es que no hubiese visto a la mujer inconsciente, o al inconsciente de Rivers corriendo, sino que le gustaba más el papel de héroe que el de mártir. Su compañero tenía una oportunidad de cogerla y salir a tiempo. Él apenas tenía tiempo de ponerse a salvo. Y alguien tendría que disparar cuando todos sobreviviesen milagrosamente. Necesitaba buscar un buen agujero, que estuviera lo menos cerca posible de la zona de impacto. Una vez que tuviese la suficiente falsa sensación de seguridad, se tiraría, y en la posición más compacta posible se quedaría el suelo. Aquel momento era bastante inquietante. No saber si el destino te había reservado un día más o no, y no poder hacer nada mas que esperar a que se descubrieran las cartas. En caso de que al estruendo de aquellas cosas al caer no le siguiese fuego, calor, quemaduras, metralla y un túnel con una luz blanca al fondo, se levantaría, y empezaría por localizar al marine cabeza hueca, y al sintético que debía de andar cerca.



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