sábado, 13 de octubre de 2012

Los Ángeles 2029 . Lluvia Negra 5



-Dese la vuelta, por favor –pidió el sacerdote. Ledna lo hizo, sin dejar de sonreír- A pesar de mi edad aún puedo levantar algunas pasiones y eso en mi profesión no es lo adecuado.-Sonrió él también. Se levantó con cierto esfuerzo, comenzó a vestirse, dejando la camisola y la bata dobladas sobre la cama, la cual arregló un poco. Ledna recogió el maletín y salió, prefería esperarle fuera.

No sabía qué iba a empezar, solo que sería difícil, comprometido y…con seguridad, violento. ¿Dónde le dejaba a él esto? Se sintió un poco desprotegido, asustado, incluso triste. Recogió su vieja Biblia, la que le daba fortaleza, poder. Suya era la palabra de Dios y en su mano estaba la espada de llamas de San Miguel. Rezó una silenciosa oración en la que pedía a Dios que los guardase en su nuevo camino. Sobretodo a su nueva amiga. Cruzó la puerta de la habitación, dispuesto a emprender una nueva cruzada. Se encaminó con paso firme por el pasillo hasta el mostrador de enfermería.

La recepcionista asintió con los ojos al mirarle; la enfermera altiva estaba hablando con alguien en su terminal, excitada, irritada, solicitando la inmediata presencia del jefe médico de guardia, y de los efectivos de seguridad, el paciente no podía marcharse. Ledna esperaba junto al ascensor, inflexible, el padre Tomachio se iba con ella. Nadie iba a detenerle pues el camino del señor debía cumplirse a pesar de las normas sociales, jurídicas o de un hospital. Agradeció a la recepcionista el trato que le habían dado, así como la comida y la cama.

-Puede que vuelva para hacer una reserva en vacaciones.-bromeó con una sonrisa- Sed buenos.-Añadió, ya con un quedo murmullo. Otra vez libre, otra vez dispuesto a empezar. ¿Una locura o la palabra la Dios? A veces se lo habían planteado. Su fe era demasiado profunda para desmoronarse con aquellas dudas.

-Estoy preparado, señorita Blesvki.-Y lo estaba, para todo. Incluso si tenía que entrar en el averno para pisarle la cola al propio Satanás. Estaba listo. Había almas que salvar, y por esa causa lo daría todo.

Descendieron en el ascensor, en silencio, hasta el parking subterráneo.



Allá abajo, en el silencioso y casi desnudo aparcamiento, el V10, como una criatura enorme, oscura, aguardaba su momento para lanzarse a la jungla de asfalto. Tomachio contempló el coche policial antes de entrar. Si los jinetes del Apocalipsis apareciesen en aquel momento estaba seguro que al menos Muerte conduciría aquel vehículo en lugar de llevar su anticuado caballo. Eran los tiempos modernos. Subió y se acomodó. El interior del mismo, cómodo, funcional, cuero negro sobre madera de imitación, era otro mundo, acogedor, aislando a los dos ocupantes de la lluvia negra que continuaba empapando la sombría ciudad. El sistema de moléculas dispersoras evitaba que el agua tocase siquiera el coche, permitiendo una visibilidad correcta bajo el chaparrón.

La Blade Runner le tendió una mochila gris y él se sorprendió al ver su contenido: sus armas, que las daba por perdidas. Su pistola, la escopeta y la daga de plata. También había varias mudas, un par de camisas, un pantalón, otros zapatos y útiles de aseo.

- Pensé que le gustaría recuperar sus pertenencias. Eso sí, la pistola ha sido modificada para mi uso también.

Sacó el "Ejecutor" de la bolsa esperando no tener que usarlo. Comprobó que estaba cargado y luego lo enfundó debajo de su ropa. Palpó la escopeta. Era su única arma cuando el mal corrompía a los hombres y los hacía realmente malvados. A grandes males, grandes remedios. Su purificadora de almas estaba allí. Extrajo la daga también, la cual colocó en la parte de atrás de su cinto. Aquella daga era un arma sagrada contra los demonios. El mal en estado puro caía ante lo santo de aquel filo bendito. Se sintió mejor.

-Gracias.-Logró decir. Estaba contento. No podía evitarlo. Era la calma que precede a la tempestad, la alegría antes de transformarse en tristeza. Estaba en paz, en comunión con sus sentidos y con el mundo. Armado, era la pieza de plomo que equilibraba la balanza del bien y el mal. Se sentía mejor. Sí. Armado de coraje, de Fe, y de frío metal escanciador de muerte.



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