lunes, 22 de octubre de 2012

Los Ángeles 2029. Lluvia Negra - 8


El motor de V10 apenas siseaba, ronroneo apagado de un gato adormilado. Tomachio seguía prisionero de su memoria.



Tras el primer disparo en el callejón, escudriñó la atmósfera oscura levemente iluminada por las luces de neón. Con el ejecutor en sus manos retrocedió hacia la esquina, más allá del hotel, donde se abría el maloliente callejón, no descubrió el escondite del tirador, demasiado repentino el disparo, podría haber llegado de cualquier parte. La calle estaba flanqueada por edificios a ambos lados, al final de ellos se abría a otra vía. Vio que Ricco se parapetaba en el interior del la entrada del motel, una pistola en cada mano. Un hombre de familia que se preocupaba de los suyos.

Jacob regresó también corriendo al motel. Dentro, escopeta cargada, rebuscó en su bolsa, allí estaba, el termo-escáner. Se puso a trastear con él.

A todo esto, Mara se pegó a la pared, frente al vehículo y el cadáver del conductor. Amplificador y filtrado en su visión. Vio justo a tiempo al agresor, levantó el arma y abrió fuego a la vez que se agachaba; donde estaba la cabeza de la replicante, ahora se había abierto en el muro un boquete de buen tamaño. Saltaron esquirlas y fragmentos de la pared sobre ella, tuvo que esconderse rápidamente, lo más próximo el coche, acurrucada a cubierto de su parte frontal, y mientras lo hacía otro proyectil lamió sus cabellos. La androide no dio en el blanco. Se confirmó que eran varios los atacantes.

Había descubierto al tipo en uno de los ventanales del edificio de enfrente, varios pisos arriba, al final de la calle. Y otro más en una balconada, más abajo. No pudo descubrir si más gente se ocultaba por allí. Luego, ráfagas de metal acribillaron la entrada del motelucho, impidiendo que el mafioso o Jacob pudiesen asomar siquiera la nariz. Lo mismo le sucedió al cura, barrida su zona por una lluvia horizontal cargada de muerte. Se arriesgó y miró pudiendo comprobar que en ese misma lado de la calle, casi en el extremo donde daba con la otra calzada, otro tirador estaba oculto y disparaba desde uno de los portales.


Un nuevo proyectil voló cercano a Mara. Aguardó y entonces apareció el padre Tomachio como un ángel vengador desde el callejón trasero. La oportunidad de la chica, saltó hacia el callejón y quiso pegarse a la pared.

Nunca llegó.

La androide recibió el primer disparo en un lado del cuello, la bala salió por detrás de forma limpia. Eso la desequilibró, unos segundos más y otro impacto en la parte derecha del pecho, el proyectil explotó y transformó el pulmón de ese lado en carne picada. La muchacha giró sobre sí misma escupiendo sangre y el tercer impacto dio en la muñeca izquierda volándole la mano. Rebotó la androide como una muñeca rota contra el coche y se desplomó sobre el capó, deslizándose hasta el suelo cerca de la rueda izquierda del vehículo. La sangre, su sangre, empapaba la carrocería, las paredes, teñía de rojo el sucio asfalto.

La chica cae. "No es una chica, Tomachio, solo una máquina". La mente se funde con su mira y esta con la oscuridad. Olvidó encomendar su alma a Dios, sin embargo eso no pareció importarle en aquellos instantes.

Fuego y metal arrojaba la pistola del sacerdote hacia el portal. Nadie asomó el hocico allí, ese trozo de pared se hizo añicos. El valiente, loco o desesperado padre fue un blanco durante aquellos instantes, tal vez demasiado. Sintió algo parecido a una bola de golf que le golpeaba de forma tremenda el abdomen  y se quedaba allí alojada. Fue despedido hacia atrás en su salto, golpeándose con el muro. La sangre brotaba a borbotones del orificio donde se había alojado el proyectil. Le faltaba el aire, el dolor vibraba como una campana tocada por cien diablos irradiando desde la herida. Se quedó tumbado en el frío y húmedo suelo de la calle, la vista se le nublaba.

Jacob seguía a lo suyo, con el termo-escáner. Ricco rió entre dientes al ver al cura demostrando que era un hombre de acción también. Y aprovechó su momento. Las automáticas hablaron con mala leche a una de las ventanas, el cristal se quebró en decenas de lágrimas secas, y un cuerpo cayó desde las alturas partiéndose la cabeza al chocar contra el adoquinado. Sin embargo aquella gente era experta, Ricco regresó al momento a su escondrijo, apenas había mostrado su cuerpo, justo lo suficiente para que le acertaran en el muslo de la pierna derecha. Orificio limpio, de entrada y salida. Mordía.


Se hizo el silencio un instante en el callejón, Jacob aprovechó y sacó el hocico para echar una mirada al panorama; el termo escáner estaba a punto y ajustado aunque no tenía opción de usarlo si no quería que le volaran la cabeza. Se quedó en el interior de la recepción del motel, con Ricco, ayudándole con el torniquete para la pierna.

El padre respiraba, luchaba consigo mismo. Mientras, Mara recuperó un momento la conciencia, allí tirada ideó un nuevo plan entre su delirio y la sangre. Tomachio se movió reuniendo sus fuerzas, con la penosa rapidez que podía imprimir a sus movimientos. Ricco terminó el improvisado vendaje y llamó al cura, pero este se encontraba a unos metros y se arrastraba para ponerse a cubierto en el callejón, silbó una bala sobre la oreja del mafioso y tuvo que regresar al interior.

La replicante, aturdida, puso en marcha su plan con el explosivo que extrajo bajo sus ropas. y el detonador en la boca. Se quedó quieta, sin embargo su visión nublada distinguió al sacerdote y resolvió ayudarle. Se puso en pie, medio a cubierto por el coche y descargó su arma hacia el último punto conocido donde se ocultaba otro tirador. No supo si dio en el blanco o no, chorreaba sangre, su sistema vital caía en picado y su horizonte era de color escarlata. Una ráfaga resonó como eco a sus disparos y la replicante cayó hacia atrás con tres proyectiles más alojados en su cuerpo, uno en el hueco del hombro izquierdo, otro le partió la clavícula y el tercero bajo el cuello cercano a la tráquea. Rebotó en la pared y se desplomó inerte en el suelo. Una mínima claridad febril le quedaba, sostenía la carga explosiva, el arma se le había deslizado entre los dedos, y el activador lo aguantaba en su dentadura. Milagrosamente no lo había mordido…todavía.

Esto dio tiempo a que Tomachio se resguardase en el otro callejón maloliente. Se arrastraba dejando un reguero rojo y negro tras él. Aquello ardía. Encontró una alcantarilla, tiró con energía, no pudo levantarla, se movió tan solo un poco, ningún vehículo allí. Más allá terminaba esa calleja que daba a una calzada más amplia y solitaria. Una puerta se abrió y un par de cabezas de cabellos azulados y unas caras maquilladas en negro y gris miraron asustadas qué sucedía. El padre escuchó una música que salía de ese lugar que le pareció nacida del averno.

Disparos de cobertura destrozaron la entrada del motel, impidiendo a Jacob y Ricco salir de allí. El ruido era ensordecedor y no pudieron oír las apresuradas carreras en el callejón hacia ellos. Mara no notó que alguien se ocultaba tras el vehículo.

Cayó dentro de la recepción un pequeño cilindro…una granada de fragmentación.




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