domingo, 29 de enero de 2012

Hechicería y Acero, Acherus, Bazag y 10

 Aquí se produce la entrada de dos jugadores, Drakkon y Thorontir, con sus psjs Bazag y Acherus. El primero un ladrón aventurero shemita y Acherus caballero de Poitain, desencantado de la vida y metido a mercenario. Puede que os suenen a quienes hayan echado un vistazo al libro juego.



INTRO DE ACHERUS Y BAZAG



Acherus era hombre de palabra, conservaba esa virtud que caracterizaba a los hombres y mujeres de su familia, lo llevaba en la sangre. En el fondo, a pesar de la vida que había decidido seguir, continuaba siendo un caballero, desde que nació lo fue, y eso, para bien o mal, le marcaba con huella indeleble e influenciaba en sus decisiones y acciones. Sin embargo, empezaba a considerar que, en esta ocasión, su palabra carecía ya de sentido. Se sentía muy cansado, aterido de frío, se acarició la barba cuajada de leves copos de nieve recordando los pasos que le condujeron hasta aquí.

Llevaba tres meses el servicio del conde Lambio, en la ciudad de Meshken, al sur de Khoraja. Pertenecía a su guardia personal, y aparte de alguna refriega con ladrones y bandidos shemitas, su trabajo era relajado. Tenía una buena paga, preciosas compañeras de cama, y buen vino y mejor carne que llevarse al gaznate y al estómago. Allí trabó amistad con un veterano aventurero, Bazag, que conocía a su señor de otros tiempos.

Bazag, el halcón, el guerrero, el ladrón shemita, el vagabundo, estaba cansado de Zamora y sus arteras mujeres. Había viajado por Corinthia, Khaurán, Koth, Shem e incluso Argos. Robos y asaltos en su haber, algún que otro muerto a sus espaldas, inevitable, por supuesto. Sus pasos le encaminaron un día a Khoraja y el destino, el azar, quien sabe, hizo que la aurora le encontrase a las puertas de Meshken. Allí, para su sorpresa se encontró nada más y nada menos con el hombre que le sacó de las calles en sus años mozos, el jefe de la guarnición de Eruk, su mentor, su instructor, Lambio, ahora el conde Lambio. Aceptó su hospitalidad una vez más, y decidió quedarse un tiempo, meditando acerca de sus próximas decisiones en la vida. Conoció a Achelus, un caballero algo despechado del mundo y de los hombres.

El conde era un hombre cabal, sensato, justo; había sido soldado en Khoraja, en Koth, Turán y Shem. En este último país escaló posiciones llegando a capitán de la guardia de alguna que otra ciudad. Su habilidad con la espada, su arte para la guerra, su justicia y moral, le hicieron granjearse amistades y también muchos enemigos. Amasó una fortuna y acabó por retirarse a su ciudad natal, con su esposa y cuatro hijos, en una gran hacienda cuyo centro era un magnífico palacio con jardines, estanques, árboles de todo tipo y extensas zonas de cultivo. Contaba con un numeroso contingente de hombres y, de hecho, él representaba al gobierno en esa zona y sus tropas junto con las de otros ricos terratenientes es ocupaban de vigilar la frontera. Acherus y él pronto se llevaron bien, guardando las distancias, eso sí, pues el conde era un tanto seco y parco en palabras. Su hija mayor, una codiciosa mujer, residía en Ianthe, en Ophir, casada con un gordo, grasiento y enormemente adinerado tipo, de cierta influencia en la corte; su hija también estaba engordando, tenía un par de amantes y hacía dos años que no la veía. Ni ganas. Su segundo vástago era un joven con la cabeza sobre los hombros, reflejo de su padre, al servicio de la reina de Khoraja. La tercera hija, Maclo, era una belleza sin igual, un rostro labrado por los dioses y un cuerpo que para sí quisiera Isthar. Alegre, decidida, jovial y afable. Acherus apenas cruzó un par de frases con ella pues a los tres días de su inicio como guardia ella marchó a visitar a su hermana mayor, Iscla, y Bazag ni siquiera la conoció, pues él llegó a la ciudad dos semanas después de su partida. El último hijo era un cabeza loca, inútil para las armas, mujeriego, cobarde y sin sangre en las venas.




La noticia del rapto de Maclo llegó como un mazazo al corazón del conde y de su esposa, una mujer pequeña, de carácter fuerte, siempre en movimiento. Un mensajero contó que en el viaje de vuelta, poco de salir de Ianthe, fueron atacados por traficantes de esclavos. Él pudo escapar de milagro, perdiendo un ojo y dos dedos de la mano izquierda. Acherus y Bazag formaron parte de la docena de hombres que el conde envió raudo al rescate de su hija, al mando del capitán Lango, un barbudo argoseo, noble y fuerte como un buey. Acherus por su deber al enrolarse en su guardia, y Bazag, espoleado por su conciencia, a fin de devolverle el favor que le hizo Lambio en su juventud. Cabalgaron, al norte, Koth, Ophir, Nemedia…y perdido hombres por los diversos encuentros nefastos durante el camino. Era como si una maldición hubiese caído sobre ellos. La pista les llevaba hacia el Reino Frontera, luego Hiperbórea, donde se vieron enredados en una lucha entre tribus. El frío de Aesgaard mató a otro de los compañeros y al penetrar en Vanaheim tan solo quedaban cuatro hombres, Bazag, Acherus, Keito, un huraño Hyrkanio, y Sablen, aquilonio de músculos de hierro y decisión inquebrantable.

Seguían el rastro hacia el oeste de Vanaheim, a las entrañas de un mundo glacial, helado; contaban con tres caballos, poca comida y la esperanza de localizar a Maclo cada vez más hundida en sus corazones apesadumbrados. Sabían que la chica fue vendida en los mercados de Nemedia, y su nombre apareció de nuevo en El Reino Frontera debido a su belleza exquisita. Los rumores les dirigieron hasta Vanaheim finalmente. ¿Qué maltratos habría sufrido la joven, qué violencias? Al menos, por lo que sabían, continuaba con vida. ¿Y ellos?

Delante, hielo, llanuras extensas y blancas, desoladas, vacías, una vastedad de hielo y nieve. Por no contar con los terribles y fieros clanes vanires.





Acherus - Introducción

Largo tiempo llevaban buscando, largo tiempo siguiendo rumores, largo tiempo, en definitiva, persiguiendo humo. Aquella era una búsqueda de las que desagradaban a Acherus, dado que la distancia era tal que uno no podía seguir auténticas pistas, de esas que eran inevitablemente buenas. Seguían pistas basadas en rumores, basadas en testimonios de gente que a menudo solo hablaba previo pago.

La muchacha era un objetivo esquivo, no por ella misma, si no por la ventaja que sus captores les llevaban. Era una persecución ya desesperada, sobretodo por un detalle que jamás antes había sufrido. Un detalle que en otra campaña, en otras circunstancias, quizá le habría parecido propicio, dado que significaba menos cabezas para repartir el botín logrado.

El grupo había ido menguando poco a poco, hombre a hombre. Ahora, sin un caballo por cabeza, era evidente que estaban condenados. Quizá, con un poco de suerte, algún hombre moriría antes que algún caballo, y los restantes podrían seguir un trecho. Pero lo que empieza torcido, es difícil que se enderece. Acherus no se hacía ilusiones al respecto. Solo pedía una muerte en condiciones, a manos de un enemigo, y no por el cruel frío que ahora aullaba por boca del viento. No era muerte para un hombre. Sencillamente el cansancio te podía, te parabas, y ya no podías seguir. Era una muerte cobarde, traicionera, que te traía el alivio del fin del sufrimiento como medio para que cesara tu resistencia.

Por eso daba gracias por el frío que sentía, y por el dolor en los pulmones. El dolor indicaba que seguías con vida. El dolor, y el ansia que sentía por un mísero pellejo de vino tibio, especiado, de esos que te pueden curar cualquier mal. Del que te bebes antes de ir con una mujer hermosa, antes de celebrar un triunfo.

-Deberíamos parar y encender un fuego. Que nos vean, si hay alguien que pueda vernos, y que vengan. Si ha de venir enemigo alguno, lo prefiero antes que ver como se me caen las orejas, congeladas. Y luego la nariz. Y al final los cojones. No, prefiero las armas vanires, si es que se atreven a venir.

Se arrebujó en la capa, mirando hacía sus compañeros. El trayecto era malo, pero peor aun no tener caballos para todos. Correr con aquel frío era terrible, y el humor de todos ellos se había resentido, en mayor o menor medida.




Bazag

Al principio no pudo creer las vueltas que daba la vida. Harto de Zamora, y con unas cuantas deudas pendientes, decidió salir de allí, sin prepararse para el viaje, y por supuesto sin avisar. ¿Hacia donde ir?, decidió seguir la primera caravana de viajeros con la que se cruzase, después de todo tanto le daba un lado como otro. La siguió hasta que se cansó, entonces escogió el primer desvío en el camino. Tras una serie de decisiones similares, acabó en Meshken. Nunca antes había estado, eso lo convertía en un buen lugar para probar fortuna.

Pensó que sería fácil encontrar trabajo, siempre lo hay para alguien con sus capacidades, pero encontrar allí a su mentor… jamás habría esperado nada similar. Había ascendido mucho, conde nada menos. Generalmente esa basura consigue sus títulos heredándolos de otros tipos tan podridos como ellos. Lambio debió hacerlo gracias a su valía con la espada. Otra persona habría considerado eso como una muestra de justicia, la recompensa al trabajo duro de toda una vida, librando combate tras combate para bastardos que jamás han pisado el campo de batalla. Bazag únicamente se alegró por Lambio, más aún cuando este no parecía guardarle ningún rencor tras haber abandonado la guardia de la ciudad sin dar explicación alguna. Muchos lo considerarían una deserción, Lambio simplemente le conoce demasiado bien, incluso debía haber previsto que actuaría así antes o después.

Durante un tiempo se aprovechó de la hospitalidad. Allí tenía cuanto puede desear, cobijo, alimento, bebida y mujeres. Antes o después Lambio le pediría unirse a sus hombres, Bazag estaba convencido, y aceptaría por un tiempo. Se iría más tarde, en cuanto se cansase de aquello, ambos lo sabían. Hasta ese momento… decidió permanecer allí.

Llegó el momento de pagar las deudas. Maclo, la hija menor de su mentor, fue secuestrada. De inmediato se formó una partida para ir a buscarla, Bazag ni siquiera espero a que se lo pidieran. Lambio no solo le enseñó a usar las armas, le sacó de las calles, le habló de otros lugares, de la magnitud y la extensión del mundo. Más aún, le perdonó la vida cuando sus órdenes indicaban lo contrario. Son más deudas de las que podría pagar en varias vidas.
Sin preguntarle a nadie, se presentó allí cuando los hombres se reunían, escuchó las instrucciones, los datos, y se dispuso a marchar. Únicamente asintió antes de salir, queriendo transmitir algo de seguridad. Por desgracia ambos saben que nada puede garantizarse en un asunto como este.

El primer rastro les lleva al siguiente, este a uno más… ya ha perdido la cuenta de las veces que han abandonado una pista para seguir otra. Si encuentran a la joven, no quiere pensar en que estado va a encontrarse. Sus padres la querrán de vuelta igualmente.
Encuentran mucho más a parte de la información. Cuando se trata de encontrar esclavos siempre acabas removiendo mucha basura, llamando la atención sobre ti. Sin contar a bandidos y demás escoria. Ha sido necesario combatir una vez tras otra para abrirse paso. Doce hombres partieron, ahora solo quedan cuatro. Es mala idea seguir adelante, pero ir a pedir refuerzos solo conseguiría invalidar cualquier información que ahora posean.

Mientras acampan sobre la nieve y el hielo, escucha a Acherus sugerir una fogata. Bazag responde con una sonrisa en los labios – ¿Y donde vamos a encontrar leña aquí?- hace un amplio gesto con ambas manos, señalando todo el lugar. La nieve no favorece demasiado la búsqueda de madera seca, pero entiende al caballero, o ex caballero. Este llevaba poco tiempo al servicio de Lambio, tampoco ha debido ver a la muchacha más de un par de veces. –Sobreviviremos al frío, no te preocupes. Ya llegará el momento de cortar cabezas otra vez- concluye de forma chistosa. Es probablemente quien se ha mostrado más capaz hasta ahora, escaramuza tras escaramuza. Los demás son luchadores bien entrenados, pero les falta algo, Acherus es distinto, debe llevar muchos más combates a sus espaldas. Prefiere no preguntarle por ellos durante todo el viaje, cada uno es libre de guardar sus recuerdos para si mismo.

Bazag pasa a juguetear con uno de sus cuchillos, más para no dejar de moverse y no enfriarse que por diversión. –Bastará con cubrirnos con las mantas, acercarnos los unos a los otros a la hora de dormir… solo para dormir – nunca se sabe cuando es necesario concretar ese tipo de factores –Y mañana estaremos listos para seguir el rastro nuevamente-. Comprende que la moral de los demás descienda por el tiempo transcurrido, las malas noticias, las muertes de sus compañeros, y el frío. No es su caso, va a encontrar a Maclo de un modo u otro, aunque solo sea para poder volver con malas noticias. Es mejor que la incertidumbre.



Acherus


Tras asentir ante la obviedad de la falta de leña, Acherus no pareció contentarse con las mantas.

-El problema no es el calor. El problema es la suerte. No hemos tenido otra cosa que problemas. Y esos rastros que sugieres seguir mañana... también forman parte del problema. Hemos seguido rumores, no rastros. Un lobo no caza una presa de la que oye rumores, el lobo caza aquello que huele. Somos lobos, lobos hambrientos, pero no olemos nada.

Bajó la cabeza, pateó la nieve, y escupió, maldiciendo a continuación. No estaba acostumbrado a aquel clima, y le estaba nublando el espíritu.

-Quizá el mañana nos traiga un rastro. Mientras tanto, bastará con que sigamos con vida. Nunca se sabe cuando puede verse uno favorecido por los dioses. Disculpadme por mi pesimismo, sin duda infundado... -Al instante volvió a maldecir, liberaba tensión con alguna ocurrencia irónica de tanto en tanto, pero desde luego aquello estaba fuera de lugar. Tenía razones para el pesimismo, desde luego, pero aquella no era la forma de mejorar la situación.

-Me encargaré de la primera guardia, descansad. Y si aparecen vanires, prometo dejaros alguno, si son suficientes... -Intentó sonreír, pero la escarcha que se le acumulaba en la barba le molestaba demasiado. Desistió, y se limitó a arrebujarse aun más en la capa, raída y manchada.




Bazag

-El rastro es poco claro- desde luego no puede negarle a Acherus algo tan evidente. –Pero existe. Un rumor nos lleva hasta otro, este a otro más… He perdido la cuenta. Llevamos mucho tiempo de desventaja. Sin embargo todavía no hemos encontrado información contradictoria. Acabaremos dando con la chica y volveremos para disfrutar de la hospitalidad de Lambio- Los que queden vivos para entonces. Todos debían creer que volverían a cobrar cualquier recompensa que se les hubiese ofrecido. Incluso Bazag, a pesar de no estar haciendo esto por dinero, confía en recibir algo al volver. Sin embargo han muerto dos terceras partes del grupo, hay pocos motivos para el optimismo.

-Sí, tienes razón, mañana será un mejor día-. Supone que el problema es la idea de buen día que tiene cada uno. Para él un buen día es aquel en el que nadie intenta matarle. Para Acherus no.

-La primera guardia es tuya entonces. Despierta a quien peor te caiga para la segunda- añade entre risas. –Pero si hay acción avísanos. No es que dude de tus capacidades, es que no me gustaría que me asesinen mientras duermo- niega enérgicamente con la cabeza.

Antes de dejarle ir, se pone un poco más serio. –Daremos con ella. Sería estúpido por nuestra parte haber pasado por tanto para no encontrar nada. Creo que los espíritus de los caídos vendrían a mordernos el trasero- aunque quizás no les importe, ¿qué más dan los resultados una vez han muerto? –Personalmente creo que sería un desperdicio haber venido hasta aquí persiguiendo únicamente rumores. Así que no te preocupes, no podemos estar demasiado lejos ya.-



Para Bazag y Acherus


El aquilonio Sablen levantó a sus tres compañeros. El sol pálido apenas disipó el frío helado de la noche pero eso no impidió ponerse en marcha de nuevo, con los reniegos de Keito de acompañamiento musical:

- No es lugar para hombres ni bestias. ¿Cómo pueden vivir aquí estos malditos vanires? ¿Qué calor anima sus corazones tan fieros? No logro comprenderlo.

El día resultó tan gélido y solitario como los anteriores. El espíritu de los cuatro hombres se resquebrajaba, se deshacía junto con los áureos copos de nieve que comenzaron a caer. Acherus se mostraba pesimista, en contraposición al optimismo del que hacía gala Bazag, fuese cierto o no. Keito participaba de los ánimos de Acherus y el generoso y rudo corazón de Sablen equilibraba de nuevo la balanza. Tanto el hyrkanio como el aquilonio, conocían desde años atrás a Lambio y su lealtad estaba fuera de toda duda.

Llegó la noche, que solo trajo más frío y además para empeorar las cosas, más nieve y viento. El temporal arreciaba, otro caballo no lo resistió y murió de madrugada; al menos por la comida no debían preocuparse durante unos días. Y esos días fueron durísimos, azotados por el vendaval impenitente, la soledad extrema de los parajes helados, con las fortalezas de las montañas lejanas cubiertas de nieve como únicas testigos de su paso. Ni rastro de hombres, de animales, de vida alguna. Tampoco nada de la chica, las premoniciones de Bazag se confundían con el paisaje níveo y desolado.

Parecían perdidos, y su camino les llevó al oeste, hacia la costa. Las llanuras heladas comenzaron a remitir y tímidas plantas y raquíticos arbustos dispersos salpicaron la blanca superficie, dando paso poco a poco a la tundra; despistadas liebres de las nieves asomaban la cabeza desde sus escondrijos en raras ocasiones. Guiados por una finísima voluta de humo hacia el oeste, cabalgaron hasta bien entrada la noche, cerca ya de la madrugada, para encontrar una aislada cabaña, en medio de la nada, de cuya chimenea la fumarola huía refugiándose en el cielo gris.


Una vieja mujer encorvada y tapada hasta las cejas cargaba con un montón de leña. Los vio, se dirigió a la puerta, la abrió y la dejó así, en clara y extraña muestra de hospitalidad. El grupo guardó los caballos en la pequeña techumbre que hacía las veces de granero, establo y almacén, por llamarlo de alguna manera, donde rumiaba una huesuda vaca y dormitaban un trío de gallinas. Al entrar en la humilde choza les recibió el calor de la chimenea, observaron a la anciana dejar la leña cerca del fuego y una mujer de espaldas cocinando. Y una sorpresa que les dejó sin habla unos instantes: Una joven de cabellos rubios casi blancos, ensortijados bucles sucios cayendo a los largo de su espalda, enmarcando un rostro de extraordinaria belleza, que atendía a un hombre en un camastro. Ella se volvió y lanzo un grito de asombro.

(Continúa en 10 Todos)



10 Todos



Los ojos grandes y grises de Maclo no creían lo que veían; los cuatro pares que la contemplaban, tampoco. Reaccionó luego y corrió hacia Sablen, el de más edad de todos y que la conocía desde niña, que abrió sus brazos y ella estrechó con fuerza su corpachón, con lágrimas rodando en sus hermosas facciones. Acherus supo quien era la chica a pesar de haberla tratado muy poco y Bazag lo intuyó por las descripciones que conocía: Maclo. De alguna manera, la fortuna, los dioses o el destino los habían conducido a ella, porque sin duda lo era, a pesar de su aspecto desmejorado, las hundidas mejillas, las cicatrices en la frente, la palidez de su rostro, un poncho sobre los hombros y un pantalón harapiento. Maclo alzó sus ojos a Sablen, miró a los otros:

- Pero cómo…cómo habéis dado conmigo…

Regresó al lecho donde descansaba el turanio:

- Whorosan, Whosoran! ¿Son hombres de mi padre, de mi padre, lo entiendes? Oh, sagrada Mitra, perdona mis anteriores palabras y falta de Fe. Estos son Sablen y Keito y…a otro de ellos me parece recordarlo, aunque no su nombre. ¡Sagrada Mitra! ¡Sablen, Sablen!, ¡este es Whosoran, un amigo, juntos logramos escapar de nuestra esclavitud!

La perplejidad y la alegría, la emoción y los sentimientos crecían en el pecho de la joven y ascendían hasta su garganta para desbordarse en llanto y risa. Whosoran se enfrentó a la mirada de los cuatro hombres. Momentos antes hubo escuchado el relincho de un caballo, como la vieja entraba encorvada y dejaba la puerta abierta. Quiso levantarse pero su cuerpo se negó a obedecer, se incorporó a medias.


OFF


Keito: de aspecto similar a Whosoran, más bajo y delgado, barba y grandes bigotes, calvo, pendiente en una oreja. Un sable en bandolera y un par de cuchillos. Lleva arco.

Sablen: metro noventa, muy fuerte pero no en plan Hércules. Cabellos castaños, largos, bigote, barba de varios días; espadón a la espalda, espada corta al cinto, una daga.




Acherus

Cuando Maclo comenzó a hablar con Sablen, Acherus se hizo un par de pasos más atrás, intentando atraer a Bazag. Cuando le habló, lo hizo en un tono bajo, intentando al tiempo averiguar cuanto pudiese del tipo del lecho.
-Demasiado sencillo. Todas estas penurias, todas estas desgracias, los hombres perdidos... y ahora la encontramos aquí, en esta choza, desmejorada pero entera, y acompañada... Demasiado sencillo. Hemos de desconfiar, sin duda. Vigilaré los exteriores, cuídate del tipo y de la anciana. - Con un leve asentimiento de cabeza, Acherus salió de la choza, de regreso al frío. Aquello no podía ser. Podía aceptar que aquella fuese realmente Maclo -Sablen y Keito lo aceptaban, al parecer, y ellos si la conocían - pero sin duda aquella debía ser alguna especie de trampa. ¿Quien podría querer tenderles una trampa? No se le ocurría ninguna respuesta, pero desde luego eso no lo tranquilizaba. Tampoco contemplaba una intervención divina en su favor, no se consideraba más ni menos pío que sus compañeros caídos. Así pues, por el momento carecía de explicación para la situación que se presentaba ante ellos, pero por el momento no iba a dejar de lado las precauciones. Desde luego que no. Confiaba en que, de producirse alguna acción originada en el interior (ya fuera el hombre o la anciana) escucharía ruidos, y desde luego confiaba en que sus compañeros pudiesen apañárselas. Pero si la amenaza llegaba desde el exterior, estaría preparado. Al menos, vigilaría por un tiempo. Más tarde expondría sus dudas a los demás, y pediría un relevo, pues confiaba en que trampa o no, permaneciesen en la choza al menos una noche, para poder recuperar fuerzas y acumular algo de calor, aunque sólo fuese psicológico...

Se dirigió al establo, por llamarlo de alguna manera. Pasaría menos frió, y en caso de ataque probablemente seria un objetivo primario, para impedir su huida. Desde allí vigilaría.




Bazag

Maldice cuando Sablen le despierta. Detesta levantarse de este modo, teniendo nieve, hielo, y la fea cara de sus compañeros, como único panorama. Prefiere levantarse con una mujer a su lado tras una noche de diversión. –Menos quejas, no estoy aquí por diversión-. Aunque en parte sí está aquí por diversión, no concibe otro modo de vida.

Le sorprende lo poco que varía la temperatura entre la noche y el día. De donde él viene es distinto, mientras luce el sol se enfrentan a un calor asfixiante, y cuando se esconde el frío es desolador. Con los años aprendió a apreciar esa diferencia, a disfrutar de las últimas horas de sol y buscar un buen cobijo para no helarse durante la noche. Jamás había pensado que en el resto del mundo las cosas fuesen distintas, era una verdad asumida del mismo modo que uno acepta el viento o la lluvia. Cuando empezó a viajar descubrió que en otros lugares las diferencias eran más tenues, aunque seguían existiendo. Aquí simplemente da igual, lo único que cambia es la luz, y en ocasiones tampoco está demasiado seguro.
Piensa lo mismo todas las mañanas al reemprender la marcha. Entonces acaba llegando la noche y vuelve a pensar que se equivocaba, el frío azota con más fuerza cuando aparecen las estrellas. Este debe ser el peor lugar del mundo, el más inhóspito para vivir. En el desierto solo hace falta preocuparse por encontrar agua, pero esta siempre puede encontrarse si se sabe donde buscar.
Mejor no pensarlo- se encoge de hombros mientras comienza a andar. El clima solo es una dificultad más, como la pérdida de las monturas.

-Son raros, Keito- Responde a su compañero con una sonrisa burlona en el rostro. No se le ocurre explicación más razonable porque tampoco concibe que ninguna criatura de este mundo quiera vivir aquí.

Están perdidos, eso nadie debe dudarlo ya. No conocen la zona ni saben hacia donde se dirigen. La única opción conocida sería darse la vuelta para volver sobre sus pasos, y es inaceptable. A pesar de todo confía en encontrar alguna pista, un nuevo rastro, si vagan por estas tierras. La chica estuvo cerca de aquí, si deben creer los rumores hasta ahora. En ese caso, quien fuese que la llevase, también debió encontrarse con las inclemencias de este inhóspito lugar. Darán con ella, antes o después. –Espero que sea antes, ¡maldita sea!- piensa mientras se ríe sin ningún motivo aparente.

Ya no sabe cuanto tiempo llevan de camino, sin ver nada a parte de montañas y nieve. El paisaje es monótono, sin puntos claros de referencia. Comienza a sentirse realmente frustrado, pero divisan una cabaña en el horizonte. Le sorprende comprobar que la propietaria les deje entrar sin más, sin hacer preguntas. Debe estar acostumbrada a encontrarse viajeros perdidos, en malas condiciones. –Gracias señora- dice a modo de saludo cuando entra. Necesitaban entrar en calor. Observa al resto de habitantes de la cabaña, reparando como es natural en la chica joven. Parece haber pasado por un mal trago, incluso alguna paliza, pero es una preciosidad a pesar de todo. Tan solo puede imaginarse su belleza si se encontrase en mejores condiciones. Es entonces cuando piensa en las descripciones que le dieron sobre Maclo. –¡No puede ser!- mira con incredulidad. ¿Han dado con ella?, es difícil creerlo. Dudaría de si mismo, jamás la había visto antes, pero los demás la reconocen, y ella también reconoce a Sablen, abrazándole efusivamente.

Bazag se gira hacia Acherus. –¿Y dudabas de nuestra suerte?- acompaña las palabras con una leve carcajada. Su compañero sin embargo es más cauto, quizás demasiado, o quizás tenga razón. Procura responder también de forma disimulada –De acuerdo, tendremos cuidado… avisa si ves algo raro fuera-

Tras el breve intercambio de palabras, da un paso al frente. –No me conoce. Mi nombre es Bazag. Su padre fue mi mentor hace tiempo. Más aún, salvó mi vida. Como imaginará, organizó esta expedición en cuanto tuvo noticias de su captura, y yo me sentí obligado a unirme a ella porque estoy en deuda con su padre.- Procura hablar suavemente, no imagina por lo que habrá pasado la muchacha, así que no quiere abrumarla ni asustarla. –Seguimos los rumores hasta aquí. No ha sido una búsqueda fácil, pero he de admitir que al final nos ha acompañado la suerte porque… nos habíamos perdido - añade rascándose la cabeza –Pero lo importante es haber acabado encontrándola.- Mira al hombre en el camastro –Supongo que usted debe haberla ayudado a escapar. Creo que debemos estarle agradecido- Normalmente no tiene tantos modales para hablar, pero no quiere asustar a nadie y echar a perder el rescate por una de sus estupideces típicas. –Supongo que no habrá inconveniente en volver a casa, en cuanto él esté en condiciones de andar- intenta mostrar la mejor de sus sonrisas. –Pero dígame, ¿cómo han conseguido llegar hasta aquí?- da unos segundos para que respondan, pero si parecen dubitativos les dirá algo más. –Comprendo que debe haber sido muy duro, no tiene porque contárnoslo si le desagrada.-



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