viernes, 6 de enero de 2012

librojuego Crónicas Mercenarias -Hielo y acero, 2


98

Las constantes ráfagas de aire no ayudaban precisamente a nuestro avance. En ocasiones hubo que retroceder a prisa pues el suelo se rompía aquí y allá. La pierna de un camarada se hundió hasta la rodilla, lo sujeté antes de que sumergiese más. Les iba señalando a derecha o izquierda, encontrando el mejor camino. Por fortuna ya no quedaba mucho.


Llegamos al lado opuesto, sanos y salvos, cuando el día declinaba y el ocaso teñía de sangre las nubes. El frío era una constante, pero estábamos chorreando de sudor. Sonreímos, nos abrazamos y nos palmeamos las espaldas. Acampamos más allá, en suelo firme, pateándolo riendo,  a cubierto del viento por una pequeña elevación del terreno. Encendimos una fogata y tras cenar nos arrebujamos bajo las mantas.

Haz una tirada de 1d6

Si sale de 1 a 3, pasa a 64
Si sale de 4 a 6, pasa a 108



99

El tiempo se endureció, el viento sopló con más fuerza desde poco después del alba, y por la tarde nevó copiosamente. No lo conseguiría, era imposible, caminaba despacio, arrastrando los pies, muerto de frío y de hambre. Cada paso me costaba un mundo.

Atisbé un ave volando muy alto, y al anochecer las primeras plantas escuálidas asomaron en la nieve, toda una proeza de la naturaleza y de las intensas ganas de vivir; las devoré.

Las estrellas iluminaron el camino, con esa nevada no debía detenerme, moriría enterrado, congelado. Continué caminando, igual que un autómata, un paso, luego otro, y otro, no notaba el frío, ni las piernas, ni los brazos, ni siquiera mi cuerpo.

Solo caminaba.

Anota 1 punto de Daño.

Haz una tirada de Constitución + Exploración, Dificultad 3

Si la superas, ve a 99
Si no, ve a 81



100

Nos asomamos a su interior: restos de huesos y pellejo de animales, ramas, hojarasca, piedras y sangre reseca. Su interior era amplio, alto, un hombre podía perfectamente estar de pie. Pero había alguna cosa que me hizo arrugar la nariz, algo intangible en el ambiente, solo apercibido por un sexto sentido. Me adentré con la antorcha, seguí por un corto túnel que desembocaba en otro espacio cuadrado más pequeño en el primero y allí se terminaba la gruta. Salí:

- No hay nada que evidencia que sea la madriguera de un oso o lobos. Sin embargo…es difícil de describir, pero tengo la sensación de que no es un buen lugar.

-Tú y tus historias. Tu instinto. Venga hombre. Estamos calados hasta los huesos, si aparece un oso somos suficientes para deshacernos de él. Me haré una capa con su piel, ¡jajajaja! – se burló el turanio.

No pude convencerles. En realidad no tenía argumentos para ello, solo era una impresión sin ninguna base sólida. Una incierta desazón me recorría el espinazo igual que una serpiente repta en el lodo de un pantano. Continuaba sin gustarme.

Pasa a 112



101

Me adelanté a su embestida,  esquivé su poco diestro golpe y aferré su muñeca haciéndole soltar la daga cuando retorcí su antebrazo. Un puñetazo en la mandíbula terminó con los delirios de la visionaria que cayó pesadamente sobre una silla, derribándola. Al momento el sonido de címbalos y una flauta acabó por derrotar a nuestros nervios, y todo el mundo se puso a bailar. Eso no fue lo peor, pues las cabezas comenzaron a berrear y emitir gemidos y lamentos en un idioma que no conocía, mirándonos desde esas cuencas muertas y, a lo que a mí me parecía, insultándonos. El supersticioso Keito salió de la posada gritándonos que le imitásemos mientras Whosoran se subió al mostrador y con su hacha quiso hacer callar a las plañideras cabezas. 

Pasa a 107



102


Nobleza, honor. ¿Tenían algo que ver con mi decisión? Autocontrol. Solo eso. No había venido a matar, no era esa mi preocupación, por una mentira, una injuria de una desvergonzada adolescente de las estepas. No era suficiente motivo para acabar con la vida de nadie. La vida lo es todo.

Aflojé la tenaza con la que estrangulaba a mi oponente, me levanté con lentitud. Él tosió, vomitó, tragó bocanadas de aire, volvió a toser. En sus ojos brillaba la ira desmedida. Me pregunté si no debería haberlo matado.

De pie, tembloroso, sudando, desafiante, mi mirada arrogante se paseó por el resto de sus congéneres. ¿Y ahora qué vendría?


El orgulloso jefe del clan, aquel cimmerio tan alto como ancho, me miró desde las alturas glaciares de sus ojos:

- Ha sido un combate justo. Tomad vuestras armas y caballos, podéis iros.

Nos dejaron marchar. Nos devolvieron las armas, los caballos. En sus ojos miradas ansiosas de ganas de destrozar nuestros cuerpos y derramar toda nuestra sangre. Hambrientas de nuestros corazones.  Monté y fijé mi mirada en la chica, la hermana del cimmerio batido. Lloraba arrodillada al lado del cadáver. No le dije nada, no me comprendería, bastaba el destello de mis ojos para que supiera lo que pensaba.

Pasa a 48



103

Me despabiló de súbito un chorro de agua helada que me lanzaron los cimmerios. El aspecto de estos reflejaba su cólera y sus malas pulgas. ¿Qué sucedía?

Un tipo que me sacaba una cabeza de alto nos despejó las dudas. Relató que había violentado a su hermana durante la madrugada. Tuvo que repetirlo un par de veces más pues su domino de nuestra lengua era penoso. La historia de siempre, me dije. “Estúpido, esa zorra se ensañaba conmigo por no haberla complacido”. La muchacha estaba junto a su hermano cuchicheándole al oído.

Por supuesto, negué los hechos, tanto delante de los bárbaros como de mis compañeros. No sirvió de nada. Creo que incluso lo empeoré pues me pareció entender que había despreciado a la hermana.
Pasa a 77



104

Me tocó la primera centinela. Transcurrió sin nada a destacar, observando la lluvia caer y escuchando el bufar del viento. Arrebujado en mi capa y acosado por malos presagios, salí un par de veces para comprobar el estado de los caballos, que soportaban con paciencia el aguacero. Les susurré palabras de aliento y acaricié para tranquilizarles.

Este viaje tenía visos de durar todavía mucho. Ahí fuera estaba mi destino. Un destino incierto, esquivo y peligroso en los confines del mundo.

Desperté a Keito, a quien le tocaba la segunda guardia. Me tumbé y cubrí con la manta, pero tardé mucho rato en conciliar el sueño.

Pasa a 195



105

Me fijé en el precipicio que descendía, un destello metálico llamó mi atención. Abajo, a la distancia de mediodía de camino, se veían entre la arboleda un grupo de hombres y mujeres a pie. Forcé la vista y observé con atención.

- Varios guerreros, sí. Y una larga fila de prisioneros, niños, mujeres, hombres. Seguramente vanires, con una carga de esclavos. Suelen adentrarse en terreno cimmerio para saquear, violar y esclavizar a esta gente. Es conocida la enemistad de ambos pueblos desde ni se recuerda cuando.

Aparecían y desaparecían a intervalos conforme atravesaban el bosque. El sendero les llevaba al norte de Vanaheim y nosotros debíamos tomar otro que se bifurcaba hacia el oeste del mismo país, siguiendo las indicaciones de los cimmerios. Pero una de las prisioneras podía ser Maclo, aunque no era probable, suponíamos que nos llevaban bastantes jornadas de ventaja. Aun así descendimos la loma y tras esa tarde y noche, al alba los teníamos a la vista. Un detallado examen nos reveló que no se encontraba Maclo entre los esclavos.

Pasa a 51



106

La tormenta vomitó despiadados acordes de una sinfonía rugiente. Esta vez sí que se abrió la tierra por completo, herida por garras colosales, creando grietas y zanjas que se tragarían a hombres y monturas. Mis compañeros perdían pie, desaparecían tragados por los fosos; los caballos se encabritaron, uno se despeñó y su jinete con él. El vendaval nos azotó sin compasión de forma desmesurada e imposible.

Pasa a 210



107

Una de las putas se me acercó sonriente, me abrazó y ciñó su cuerpo al mío. Olía a sudor y su aliento a tumba. Estiró de mí, quería que bailase con ella. La empujé y acabó con sus huesos sobre una mesa. Se levantó como si nada, sin un rasguño, lascivia en ojos y  boca, se alisó el arrugado vestido:

- Esto aumenta tu cuenta, cachorrito –dijo sin soltar la sonrisa de su fea boca.

Whosoran logró tirar las cabezas al suelo, y estas se quejaron del golpe. El turanio estaba como loco, gritando

-  ¡Brujería, brujería! ¡Os enviaré al Infierno de los condenados!

Quiso patear al posadero pero este, rápido como un saltamontes, detuvo su bota y le torció la pierna, Whosoran le atizó en la cabeza, pero fue lanzado sobre los parroquianos. Igual que una furia blandió  su hacha y cortó un brazo, una cabeza, la sangre le salpicó y alentó su ferocidad. Al otro lado pude ver que Acherus acababa de tumbar a un tipo bajito y fornido, precisamente uno de aquellos cuatro de la mesa.  Dos de estos decidieron atacar a Whosoran y el tercero se aprestó a agredirme con su espada, dejando caer en su nerviosismo una bolsa que se abrió un poco al contacto con el suelo, dejando ver una importante cantidad de monedas de oro.

Haz una tirada de Armas Cuerpo a Cuerpo, Dificultad +1

Si tienes éxito, pasa a 96
Si fallas, pasa a 9



108

Un nuevo día de cabalgadura lenta y monótona. El sol estaba alto en su recorrido diario hacia occidente, cuando con aire taciturno trepábamos por una trocha la empinada cuesta de una ladera. Nos faltaría media jornada para coronar su cumbre y después emprender el descenso y adentrarnos en el país helado de los vanires atravesando la taiga.

La ventisca no cesaba, como si al dios del viento no le gustase nuestra presencia en sus territorios. Nos sentíamos huraños, discutíamos con frecuencia, necesitábamos el cálido sol del sur.

Recuperas Daño, 2+ Constitución.

Lanza 2d6,

Si sale de 1 a 6, pasa a 61
Si el resultado es de 7 a 12, pasa a 187



109


Trepé, con la hoja del cuchillo en la boca, sin apartar mi mirada de desafío fija en la del lobo. No iba a morir sin luchar, no era mi estilo. Apoyé ambos pies a la pared, me sujeté al borde con una mano y me impulsé hacia arriba a la vez que lanzaba con la otra una cuchillada al grueso cuello del animal, en el instante en que él arremetía con una salvaje dentellada.


El cuchillo seccionó su yugular, sus colmillos se clavaron con fiereza en mi brazo. Con la mitad del cuerpo sobre tierra firme, cambié de mano el arma y le hundí una y otra vez el puñal en su pecho hasta que entre estertores, y manando en abundancia su sangre me liberé de su presa.

Anota 1 punto de Daño

Pasa a 66



110

Solté la cuerda que dejó en el aire una tensa vibración; en ese instante el guerrero se desplazó para enfrentarse a la embestida de mis camaradas y la flecha erró por completo. Maldije mi mala suerte y encaje otra con rapidez. Keito sí le dio en el torso sin conseguir tumbarlo. Un caballo me tapó la visión y tuve que buscar otro objetivo. 

El bramido de toro de Sablen fue seguido por el movimiento feroz de su hacha, detenida por la del vanir herido por Keito. Con un movimiento veloz y experto, el hacha desgarró el cuello del caballo, el aquilonio  saltó a tiempo de no ser aplastada por su propia montura, logró bloquear el nuevo hachazo del vanir, pero este le golpeó con la frente en la cara y el círculo que describió su arma le abrió el pecho de lado a lado; el chorro de sangre salpicó la hierba circundante, y Sablen quedó tendido boca abajo, inerte, en el húmedo suelo del bosque.

Pasa a 26






111

Clavé mis pupilas, dos tizones al rojo, en los ojos de la miserable hechicera:

 -"Vemos que tienes poder, este será tu terreno, pero mujer, si quieres un hombre de verdad para calentar tu cuerpo, arrancar gemidos de tus labios y calentar tu cama, no nos mates, de poco te sirven entonces. Si deseas que te cabalguen hasta destrozar tus entrañas, dilo y te juro que aquí tienes uno dispuesto a ello y mucho más.  ¿Qué dices?

Le enseñé los dientes, entrecerré los ojos, mis botas golpearon los flancos del caballo y me lancé a por ella.

Haz una prueba de Reflejos + Cabalgar, Dificultad 2 

Si la superas, ve a 193
Si no la superas, ve a  45



112

Prendimos unos pocos leños medio mojados y las enfermizas llamas danzaron perfilando nuestras sombras inquietas en las paredes de la cueva. Continuaba intranquilo, en un par de ocasiones inspeccioné la gruta sin encontrar nada relevante. Tampoco nos visitó animal alguno.

El aguacero no cesaba ni atisbo de que fuese a hacerlo en breve.

Jugamos un poco a los dados y acabamos por echar a suerte las guardias.

Lanza 1d6

Si sale 1-2, pasa a 104
Si sale 3-4, pasa a 49
Si sale 5-6, pasa a 202


113

La Señora de las Taigas. Caprichosa. Exigía un pago por cruzar sus tierras. Una vida. Reflexioné que mis palabras fuero demasiado civilizadas para estos yermos fríos asolados por el viento del norte. Más de uno intuyó que la mujer no nos escucharía ni atendería a razones. La tensión amenazaba con quebrarse de un momento a otro. Una bruja o lo que fuese, tratando de dominar e intimidar a todo un grupo de guerreros. O estaba loca como pensaban algunos o era muy peligrosa como creían otros. Brevea preparó su arco, las bestias gruñeron otra vez, los colmillos listos para cortar y desgarrar.

- No lo consideras justo, ¿eh? – Su risa cínica formó ecos-. Escucha necio, un hombre, un corazón, que me sirva durante un año –respondió con desdén- ¿Te sacrificarás por tus compañeros, vendrás conmigo? Sí, te elijo a ti.

Palidecí. Su mirada, su afirmación y el tono de esta, me dejaron petrificado.

Si en apariencia, pero en realidad una treta, decides aceptar lo que demanda, pasa a 40
Si contestas enfurecido, lívido por la rabia, pasa a 97



114

Corrí por el pasadizo y encontré a Keito  tirado en el suelo, desmayado, cubierto casi por completo por esa gelatina que pretendía devorar su carne y sus huesos. Una parte de sus mejillas ya había sido carcomida y tuve el impulso de apartar la vista de tan repugnante visión. Me sobrepuse, zarandeé al hyrkanio y le tiré agua en la cara, logrando que se despabilase un tanto. Los gritos de Acherus resonaron en la cueva:

-¡La entrada! Está bloqueada por este compuesto. ¿Qué diablos es esta cosa?

El primer impulso fue abrirnos paso con las manos, mala idea, pues la materia corroía la carne. Golpeamos con las espadas sin conseguir otra cosa que dejar viscosos trozos de la sustancia pegados a ellas. Probamos con los escudos pero resultó inútil. Me pareció claro lo que sucedía:

- Esta sustancia es un organismo que se alimenta de seres vivos. Nos ha atrapado y nos engullirá con sus ácidos.

Odiaba tener razón. Debíamos usar algo para salir de allí. ¿Pero el qué?

(Para pasar a la sección correspondiente tienes que saber qué utilizarás para desbloquear la puerta. Es fácil. Se trata solo de una palabra, un sustantivo cuyas letras, sumados los números de la posición que ocupan en el abecedario español, te dirigirán a esa sección. De manera que la A equivale a 1, la J a 10, la N a 15, la w a 25 y así sucesivamente). 

Pasa a la sección correspondiente.



115

Intuí que ella sabía lo que me proponía. A tiempo me detuve, leí en sus ojos la inminencia de un nuevo hechizo y en los lobos el repentino ataque que sobrevino al segundo siguiente.

Me agaché y rodé a un lado, el salto del gran cánido lo llevó más allá de mí. Otro de los animales se lanzó a por mis compañeros, y el tercero clavó sus zarpas en mi torso, luego en mi antebrazo con el que me protegí la garganta. Aferré el puñal y se lo hundí repetidas veces en el pecho. El animal brincó y se adentró en la tormenta que acababa de desatarse por obra de la bruja. En un momento la visibilidad fue nula, la nieve endurecida golpeaba nuestros rostros. Medio cegado, noté el tirón de alguien que me cogió del tobillo, alguno de mis camaradas que luchaba con desespero por no caer en una de las fosas que se habían abierto por todas partes,  y cuyo esfuerzo por salvar la vida podía hacer perder la mía.

Quise aferrar la mano de ese hombre, Bazag, cuando la presión aflojó, apenas si rocé sus dedos. El infortunado probablemente había sido enterrado entre los muros de tierra helada de las hendiduras.

Pasa a 66



116

En ese momento entró Thel en la posada, quedándose mudo de asombro ante lo que sus ojos le mostraban. Los parroquianos bebían, bailaban, reían, reían, carcajadas hilarantes de un profundo absurdo estremecedor. Whosoran no tenía con quien combatir pues nadie luchaba, él insultaba, bramaba frases amenazantes y los demás le respondían con risas y brindis.  Realmente parecía una fiesta en su máximo apogeo, una celebración surrealista de pura locura. Junto con Acherus  intenté arrastrar al exterior a Whosoran entretanto que el codicioso Thel no pudo evitar llenar su bolsa con las monedas sin que nadie se lo impidiese.

Pasa a 85



117

Acercamos las antorchas a la telaraña pastosa y de color ceniza,  que ocupaba todo el espacio de la entrada bloqueándola. Todas las fieras temen al fuego y se me ocurrió que esta cosa, que fuera de toda duda estaba viva, no sería menos. Comprobamos que retrocedía un poco pero no lo bastante y enseguida se unía de nuevo solidificándose. Aplicamos las llamas al suelo para mantener nuestros pies a salvo durante unos momentos. Se contraía la gelatina, huía del fuego, pero eso no hacía más que demorar nuestra angustia. Un pedazo de esa cosa cayó del techo en mi mejilla, sentí un dolor igual a una quemadura.

La mucosidad corrosiva iba en aumento, crecía, untaba nuestras botas y nos hundíamos en el suelo a la vez que pedazos más grandes se desprendían del techo. Desesperado, miré en derredor cavilando qué hacer.

Pasa a 133



118

Quedaría en mi retina para siempre la estampa terrible que acontecía ante nosotros. Sin mover un dedo, impertérritos sobre la silla de montar, con los corazones más duros y fríos que el hielo que nos rodeaba, fuimos testigos de la agonía de la decena de cimmerios que se ahogaban y helaban en las aguas de la laguna.

Cuando todo terminó y no quedaba ningún hombre o caballo sobre la masa de grandes y pequeños bloques de hielo flotando, volvimos grupas. Un sabor amargo me subió a la boca, un revoltijo de bilis y, tal vez, de estúpido remordimiento.

Lanza 1d6

Si sale de 1 a 3 pasa a 205
Si sale de 4 a 6, pasa a 87



119

El aire se me agotaba, mis pulmones iban a estallar, ¿por qué no dejaba ya de resistir y me dejaba llevar? Sería tan fácil, adiós al sufrimiento, al dolor, a los recuerdos, a lo que fui y nunca seré. Pero el instinto de supervivencia me exigía aguantar mientras mis pulmones conservasen aire y mi corazón pudiera bombear sangre a mis arterias.

Al tacto hallé una fractura en el relieve de la pared, por donde cabía un cuerpo. Me introduje a través de la estrechísima hendidura, casi tuve que hacer acrobacias para penetrar por aquel hueco.

Continué buceando, el aire estaba a punto de consumirse. Iba a perder la conciencia, mi cerebro enviaba señales de alarma, las piernas no me respondían.

Iba a morir.

Ascendí, presa del pánico, en un intento fútil de encontrar la superficie, pataleando con furia. Y para mi sorpresa me llegó una luz suave, esponjosa, la salvación. Emergí tragando bocanadas de aire, alimentando mis maltrechos pulmones, sin sentir el frío del exterior dada la baja temperatura de mi cuerpo. Nadé, o me arrastré hasta la orilla, donde me tumbé, tiritando, violentas sacudidas me agitaban, no era capaz de coordinar mis lentos movimientos.

Me alejé unos pasos de la orilla, confuso, dando tumbos. Me desembaracé como pude de la mochila a la espalda, me desplomé sin energías, los dedos de mis manos estaban azules, me hice un ovillo, los escalofríos constantes me recorrían el cuerpo. Un cuerpo que casi no sentía.

No tenía claro donde me encontraba. Giraban las imágenes en mi retina, se trataba del bosquecillo cubierto de nieve, una laguna, una charca por donde aparecí. Durante unos minutos la observé con ansiedad, esperanzado de que alguno de mis camaradas surgiese de pronto.

Luego, me desvanecí en un proceloso mar oscuro cuajado de pesadillas.

Sufres 3 puntos de Daño. Anota “laguna”.


La aventura continúa en “Crónicas Mercenarias: Maclo”.



120

Resultaba tan importante alcanzar a los vanires como escapar a la furia de los lobos cimmerios. Resolvimos arriesgarnos y atravesar la superficie helada de los lagos.

Nuestros perseguidores se internaron tras nosotros con menos precauciones, conocedores del terreno y alentados por la poca distancia que nos separaba. Keito fue partidario de aprovechar la ocasión con nuestros arcos de forma que ralentizaríamos su avance, sin embargo no era buena idea en este momento, sobre una capa de hielo que en algunos puntos se resquebrajaba y nos hacía temer lo peor. Aguardaríamos a salir del lago.

Pasa a 131



121

No localicé saliente o hendidura alguna donde poder afianzarme para continuar la bajada. Me froté la barbilla, preocupado por la suerte de Velina, y por la necesidad de encontrarla cuanto antes. Seguí mirando, trepé un par de metros, desplazándome hacia un costado. Me deslicé un poco más hasta el final de la cuerda. Tenía que dar un salto sobre una estrecha plataforma que me percaté que sobresalía. Solté aire y me deje caer.

Pasa a 183



122

Aquel esperpento se lo decía todo, no supimos reaccionar, todavía mirando horrorizados a las cabezas. Un sudor frío empapó mi frente. La paranoia de muestra interlocutora se dejó ver en sus ojos desquiciados. Sacó de su funda la daga que llevaba al cinto y alzó el brazo:

- ¿Que no me ofrecéis ese trago?,¿No? ¡Os bendeciré igualmente!

Se dirigió levantando su arma contra nosotros, a menos de dos metros de mí, el más próximo a ella. Yo no entendía nada. La clientela no movió un dedo ni se alteró por esto. Las otras dos mueres morenas de piernas de flamenco sonreían pidiendo guerra y el tabernero dale que dale al viscoso paño repleto de grumos asquerosos. A mis compañeros y a mí nos parecía estar viviendo una pesadilla. Pensé en ofrecerle esa cerveza pero comprendí que ya era demasiado tarde: se nos echaba encima soltando babilla por su boca entreabierta formando una mueca feroz.

Si pruebas a desarmarle, pasa a 101
Si optas por abrirla en canal directamente, pasa a 24



123

Si no has hecho la segunda guardia, ve a 204
Si la hiciste continúa leyendo.


Fui el último en cruzar el umbral de acceso a la cueva. Saltamos al exterior y, algo que no hubiera pensado minutos atrás, recibimos la lluvia como una bendición del cielo. Dejé que las gotas de agua golpearan mi cara, la cabeza, mis manos, que me limpiasen y liberarán de esa suciedad maloliente y asquerosa. Tenía abrasiones en las mejillas, la frente, los antebrazos y las manos.

Pero estaba vivo.

Si hubiéramos podido encontrar troncos y ramas secas hubiéramos quemado el interior de esa maldita trampa, achicharrado a la cosa que latía viscosa ahí dentro. Como no era así, montamos y nos largamos a toda prisa de tan nauseabundo lugar.

Sufres 1 p. de Daño

Si no tienes el Brazalete Cimmerio y no has combatido con el cimmerio, pasa a 108
En otro caso, ve a 159



124

La muchacha a la que había librado de las sucias manazas del vanir, insistió en acompañarnos, aduciendo que tenía una deuda de honor conmigo. Por supuesto me negué en redondo, pero ella hizo caso omiso de mis gestos de negación y mis palabras contrarias a sus deseos. No pensaba cargar con una mocosa, no había sitio para ella. Sablen me aconsejó que no mantuviese mi actitud pues sería del todo imposible convencerla de lo contrario, ya que el sentido del honor de estas gentes era elevado y particular.

Resignado, molesto, gruñí y monté a caballo. Mire a la chica, de nombre Velina, apenas debía contar diecisiete años, pero ya era toda una mujer de formas atléticas, fuertes brazos y torneados muslos, fruto del contacto constante con la naturaleza y la rudeza de la vida característica de estos pueblos. Sus ojos verdigrises contrastaban con la negrura de su cabellera lacia, y escondían una mirada agresiva tras el velo de su agradecimiento. Frente amplia, nariz recta y unos labios finos le daban una belleza fría y serena. Tenía un corte superficial en su mandíbula un poco prominente, y algún que otro arañazo en las piernas. Vestía una túnica de cuero y un pantalón gastado y roto. De mala gana le tendí el brazo y la ayudé a montar.

Pasa a 31



125

Aceptaron mis dos compañeros los argumentos que expuse, en realidad sin ningún sentido razonable,  y Bazag guardó su moneda, sin que llegase a saber qué resultado hubiera obtenido. Los tres, Bazag, Sablen y yo, nos volvimos a internar en la laguna congelada, espoleados por la urgencia y convencidos de que nuestra resolución, si bien fuera de toda lógica, era la acertada. Al menos en mi caso estaba fuera de dudas.

Avanzamos cargados con las cuerdas, extremando la cautela a la vez que nos dábamos prisa. El suelo crujía atenazando a cada paso nuestros corazones y cuando alcanzamos una distancia que consideramos prudente les lanzamos las sogas, enlazadas entre ellas. Aquellos que pudieron cogerlas se sujetaron y nosotros tiramos con tenacidad. Temíamos que el hielo cediese en cualquier momento. Por fortuna aguantaba.

Pasa a 185

126

En mi mente la sospecha dio paso a la certeza. Esta cosa, esta sustancia era un organismo que se alimentaba de animales y ahora, de nosotros. En particular de mí si no hacía algo para evitarlo. Me había atrapado y me digeriría con los ácidos de su gigantesco estómago.

Odiaba tener razón. ¿Qué podía hacer? Cerré los ojos, traté de aguantar la respiración, conservar la calma y la sangre fría.

(Para pasar a la sección correspondiente tienes que saber qué utilizarás para salir de tu apurada situación. Es fácil. Se trata solo de una palabra, un sustantivo cuyas letras, sumados los números de la posición que ocupan en el abecedario español, te dirigirán a esa sección. De manera que la A equivale a 1, la J a 10, la N a 15, la w a 25 y así sucesivamente). 

Ve a la sección correspondiente.



127

Nos marchamos al cabo de un rato. Resultó que uno de los cimmerios, el que me ayudó, era el jefe de su clan. Bastó poco más que su mirada gris de reconocimiento para interpretar que la deuda contraída, si es que existía alguna, o la inquina que procesaban hacia nosotros, hubo desaparecido. Sin palabras, sin gestos de agradecimiento, tan solo esos ojos de animal salvaje centrados en mis pupilas.

Emprendimos la marcha, al trote ligero. Durante largo trecho estuve meditando acerca de lo acontecido, preguntándome que me alentó a cometer semejante acto de imprudencia. Mi cadáver podía encontrarse ahora mismo en las profundidades gélidas del lago. La vida es muy valiosa para exponerla así.

Sin embargo, me sentía vivo; por completo. Con plenitud.

(En caso de que no tuvieras la espada de acero hyrkanio, el jefe cimmerio te la devuelve).

Anota Ayuda a Cimmerios. Cuando encuentres un gran oso pardo recuerda de restar 109 al número de esa sección y ve a la del resultado. Apúntalo para que no se te olvide.

Lanza 1d6

Si sale de 1 a 3 pasa a 205
Si sale de 4 a 6, pasa a 87



128

Alcé la cabeza contemplando el hermoso anochecer. La tormenta dejó un cielo despejado, negro casi eléctrico, jaspeado de un rosario de diamantes sin luna. Estaba sentado en lo alto de una peña, no lejos de mi caballo que pastaba ausente, aunque de vez en cuando movía las orejas receptivo a los sonidos de la noche o giraba su cabeza en mi dirección asegurándose de que permanecía allí. Los leños húmedos crepitaban en la pobre fogata que luchaba por sobrevivir y un trozo de venado se asaba lentamente.

Había trepado de nuevo después de enterrar el cadáver de Velina. Tal y como predijeron mis compañeros, estaba muerta, con el cuello partido, la pierna izquierda rota en una posición antinatural y un golpe muy fuerte en la cabeza. Creo que a su dios principal lo llamaban Crom, así que elevé una plegaria por su espíritu. Demasiado joven para morir.

Pero son tiempos difíciles. Algunos mueren nada más abrir la boca cuando llegan a este mundo. Un mundo de lobos y ovejas.

Que te acojan tus dioses en su seno, Velina.

Borra a Velina de tus anotaciones.


Pasa a 206



129

Sin más problemas que un par de rasguños en el antebrazo, llegué a una diminuta plataforma que sobresalía de la pared del barranco. Levanté mi vista hacia arriba, llevaba un buen tramo recorrido. El mismo que luego había de ascender; con Velina, si la fortuna era bondadosa.

Pasa a 181



130

Velina se precipitó rodando y chillando por la abrupta pendiente. Rebotó en una piedra, desapareció entre los arbustos y emergió poco después. La joven consiguió asirse unos segundos a una raíz que sobresalía de la tierra para luego resbalar y soltarse, se golpeó con el canto de una roca, y acabó por perderse definitivamente más allá de unas zarzas con un alarido del que pronto únicamente quedaron sus ecos. Solo restó de su caída los matorrales y plantas zarandeados y la tierra y el lodo removidos.

Pasa a 194



131

Los cimmerios nos ganaron terreno  y para cuando estuvimos a salvo, al lado opuesto, ya el ocaso teñía de púrpuras el horizonte. El frío era una constante, sin embargo estábamos chorreando de sudor, este se enfriaría sobre nuestros cuerpos y empeoraría la situación. Sonreímos, nos abrazamos y nos palmeamos las espaldas. Miramos atrás, los cimmerios habían cubierto las tres cuartas partes del lago. Era el mejor momento para abatirlos. Keito preparó su arco y tensó la cuerda colocando una de sus flechas. Dudé un instante, ¿debía unirme a él? Era como cazar conejos, no obstante se trataba de hombres. Hombres que buscaban nuestra sangre pero que también nos ofrecieron su hospitalidad.

Si tienes un arco y lo vas a usar (y no tienes en negativo esta habilidad),  pasa a 150
Si no lo tienes, no quieres, o no puedes utilizarlo, pasa a 162



132

Velina nos informó de un camino a través de las montañas que podía ahorrarnos buena parte del trayecto y reducir la distancia sobre el grupo de vanires al que seguíamos. Ella no conocía personalmente dicho sendero pero muchas veces se lo había oído mencionar a su padre, ahora muerto en la lucha encarnizada que tuvo lugar en su aldea. Decidimos confiar en ella y dejar que nos guiase a través de ese desfiladero.

Pasa a 142



133

Haz una prueba de Reflejos + Agilidad, Dificultad 2

Si la superas ve a 149
Si no la superas, sigue leyendo

De pronto el suelo se ablandó, se descompuso y se abrió sin previo aviso bajo mis pies, tragándome. Caí lanzando un alarido de pánico, traté de sujetarme pero mis manos solo encontraron la pastosidad de la sustancia.  Me succionó antes de que mis compañeros pudieran socorrerme.

Pasa a 147



134

Conseguí afianzarme en el hielo evitando despeñarme, en medio de una sinuosa y estrecha franja de tierra, entre dos abismos, mientras el suelo se resquebrajaba cada vez más. Arrodillado, tracé una fugaz estocada al excesivamente desarrollado lobo, mi espada bebió sedienta su sangre y una vez más mi talento para matar me salvó el pescuezo. No obstante el mortal golpe no impidió que la bestia me derribase por segunda vez, desapareciendo en su carrera en la vorágine de la tormenta.

Clavé la espada en la nieve y me sujeté a ella evitando ser arrastrado por el huracán que tenía lugar en derredor.

Pasa a 66



135

Esta vez sí hice caso a Sablen. Incliné la cabeza, el enfado y el desaliento reflejados en mi amarga expresión, con los puños crispados, tuve que soltar la cuerda. Levanté la vista para ver como el hombre se hundía definitivamente en aquella maldita mortaja de hielo. Di media vuelta y corrí, la masa de hielo se partía detrás de mí, quebrándose allá donde mis pies levantaban esquirlas, persiguiéndome hasta la seguridad de la tierra firme. Me apoyé en mi montura, recuperando fuerzas y aliento. Mis camaradas ya amenazaban con sus espadas a la pareja de cimmerios sobrevivientes.

Pasa a 127



136

El tiempo empeoró más si cabe. Una borrasca se cernió sobre el cielo grisáceo y triste, y copos de nieve que aumentaban su tamaño conforme avanzaba el día ralentizaron nuestro paso. Los caballos hundían sus patas cerca de dos palmos en el suelo blando, les resultaba muy pesado y fatigoso caminar, así que desmontamos y continuamos a pie.

No dejó de nevar, al contrario, se hizo más intenso el temporal, ahora añadido con violentas ráfagas de aire que empezaron a levantarse. La nieve nos cubría hasta las rodillas, el viento fustigaba nuestros cuerpos y los minúsculos cristales de hielo laceraban nuestras caras. Caminábamos con el cuerpo inclinado soportando la furiosa nevisca que no tenía trazas de disminuir un ápice.

Soplaba el vendaval con tal ferocidad en su empeño de hacernos desfallecer que temía que pronto lo conseguiría si no encontrábamos algún refugio. Desgraciadamente no había donde guarecerse, todo alrededor estaba cubierto de nieve, una estampa nívea, monocroma, fría y aturdidora. Los oídos me zumbaban, la nieve se espesaba en torno nuestro y cuando ya me temía lo peor me percaté de un hueco en la parte inferior del talud por donde trepábamos, una oquedad que agrandamos con nuestras manos para descubrir la entrada a una cueva. Tuvimos que entrar a gatas, lamentándonos apesadumbrados por la suerte que correrían nuestros animales allí fuera. Pero si queríamos salvar las vidas era la única opción que teníamos.

Pasa a 163



137

Fui agresivo, quise llevar la iniciativa y me lancé a por el gigante con la espalda inclinada y la espada baja para aprovechar la inercia del empuje; pasaría por su costado ladeándome, con la espada ahora en alto y la haría descender.

Mi contendiente adivinó mis intenciones y se apartó, bloqueando mi ataque. Quiso darme una patada pero no le funcionó, su sonrisa malévola de dientes amarillos, mostró a las claras su desprecio y su confianza en vencerme. Le hice borrar esa mueca fea con mis golpes, cambiándola por una expresión preocupada. Se sucedía el entrechocar de los aceros saltando chispas. Ninguno cedía. Los dos nos sentíamos seguros de derrotar al otro.
Le herí en el brazo, un corte superficial, arremetió con un golpe circular de su hacha, me incliné y el filo pasó a un palmo de mi oreja. En ese momento pude girarme veloz y su vientre se tragó media hoja de mi espada enviándolo al infierno.

No había caído todavía cuando otro barbudo desgreñado ya me amenazaba con su arma dispuesto a rajarme el cuello.

Haz una prueba de Armas Cuerpo a Cuerpo + Atletismo, Dificultad 2

Si tienes éxito, pasa a 203
Si fallas, pasa a 164



138

“Mala suerte, muchacha”, me dije. El destino no tiene medida ni preferencias, el que hace un momento respira alegre, al instante siguiente brinda con la parca la amarga copa de la muerte.

Con paso cansino reanudamos la marcha. La lluvia no paró un minuto durante todo el día, pasando del frenesí de la tormenta a un  aguacero aburrido y luego a chaparrones constantes para tornarse de nuevo en una fina cortina de agua. Encontramos un pequeño hueco donde pudimos resguardarnos un poco y una vez declinaba la tarde comenzó a ceder, marchándose las nubes hacia el oeste, a dar de beber a otras tierras. La angosta senda era un lodazal que nos hizo retrasar en exceso.

El desfiladero adquirió anchura paulatinamente y tras el ocaso, acampamos a la vera de una enorme peña. Deberíamos continuar pero los caballos necesitaban descanso y la oscuridad era demasiado penetrante para seguir el camino con seguridad.

Apenas despuntaran las primeras luces en el este, partiríamos.


Pasa a 5




139

Salté sobre mi caballo y galopé junto a mis compañeros hacia la salida del endemoniado poblado, atrás quedó la posada  mas no las risas y los cantos de aquellas gentes que continuaron azotando nuestros cerebros. Las casas derruidas menguaron su número y dieron paso al oscuro sendero. Desapareció el pueblo, la mujer espectral, el tabernero. La pradera envuelta en tinieblas. Galopamos sin descanso ni pausa, hasta abandonar el valle de pesadilla, consternados por lo sucedido. Luego dejamos al paso a los atemorizados caballos, preguntándonos sobre la suerte de Thel. ¿Fuimos unos cobardes? Lo abandonamos a su suerte, cierto, pero me repetía a mí mismo que fue su ansia por esas joyas la que determinó su destino. Ninguno de nosotros mencionó el asunto. No sabíamos qué era aquel lugar, tal vez refugio de demonios, de espectros. Quien lo sabe.

Pasa a 3



140

Los cimmerios sujetaban a sus caballos por las riendas guiándolos a través del hielo, y se cubrían con sus escudos. Aún así, mi flecha traspasó el pecho del guerrero. Keito mató a otro e hirió a un tercero en la pierna. Un segundo lanzamiento hizo que la saeta rebotara en un escudo. No me sentía particularmente orgulloso de mi puntería en esta ocasión.

Pasa a 162



141

Mis compañeros se enfrentaron a los tipos armados, no suponían problema alguno, pero la gente que pretendía rodearnos y abrumarnos con su número era otra cosa. No tenían miedo a nuestras espadas, derribé a dos con profundos cortes en sus torsos pero eso no hizo que retrocediera el resto. Un grito de dolor escapó de mi garganta, había recibido una puñalada en un costado, por la espalda. Fui a caer sobre una mesa, derribando las sillas.

Anota 2 p. de Daño en tu hoja de personaje.

Lanza los dados (Reflejos + Agilidad, Dificultad 2)

Si pasas la tirada, ve a 60
Si no es así, ve a 38



142

Recuperas 1 de Daño.

Dos horas apenas habían transcurrido desde la salida de un sol titubeante y tímido solapado por los grises cirros que cubrían por completo el cielo. Una lluvia torrencial nos acompañó desde las primeras horas de la mañana, una descarga continua de agua fría y fina, que embarraba el estrecho paso por el cual franqueábamos los riscos y que nos demoró sobremanera. El sendero, tan angosto que no permitía el paso de dos caballos en paralelo, estaba salpicado de piedras y depresiones que junto con la lluvia nos obligó a una marcha lenta y de continua vigilancia donde pisaban nuestras monturas, bordeando un abrupto barranco que caía decenas de metros en una pendiente muy pronunciada.

Los caballos, cuyos cascos se hundía por entero en el lodo, soportaban estoicamente el aguacero lo mismo que sus jinetes, en silencio, a excepción del hercúleo Whosoran, que soltaba a intervalos regulares sus singulares blasfemias sin que nadie le hiciese eco, ni siquiera nuestro supersticioso y siempre inquieto Keito. Contrastaba con Bazag que musitaba una canción acompañado por Brevea. La morena Valina montaba conmigo, a mi espalda, silenciosa, transmitiéndome el calor de su joven cuerpo. En ocasiones hacía un comentario en su lengua señalando al terreno o a los altísimos picos nevados.

Cerca del mediodía la tormenta arreció, relámpagos cegadores surcaron el plomizo cielo seguidos del retumbante sonido de los truenos y una espesa cortina de agua ocultaba casi por completo el camino. Me daba la impresión de que la lluvia quería castigarnos por la sangre que habíamos derramado a lo largo de nuestras vidas, o, tal vez, todo lo contrario,  lavaba nuestros cuerpos y conciencias de todo ello. Abstracciones y meditaciones por puro ejercicio intelectual, pues con toda seguridad la lluvia tan solo caía indiferente.

Lanza 1d6,

Si sale de 1 a 3, ve a 153
Si sale de 4 a 6, ve a 146



143

El hombre vestía con cueros y pieles, era mucho más alto y fuerte que yo, manejaba una enorme hacha a dos manos. Con una mueca espantosa en su cara de feroces rasgos hizo girar el mango del arma sobre su cabeza dispuesto a asestar el golpe.

Haz una prueba de Armas Cuerpo a Cuerpo + Agilidad, Dificultad 2

Si tienes éxito, pasa a 137
Si fallas, pasa a 11



144

Me adelanté y les dije sonriendo que podía aguardar un poco más a calentarme delante del fuego, Bazag y Thel me acompañarían. Desmonté, examiné los cascos de mi caballo y eché una mirada en derredor. Alguna rata agazapada saltaba al otro extremo de la calle. “Menudo estercolero”, pensé. No las tenía todas conmigo, así que eché mano de mi espada, inquieto. El shemita Bazag hizo lo mismo, escudriñando las tinieblas. Miré por las destartaladas ventanas de marcos caídos,  pero era imposible distinguir algo tras las asquerosas cortinas debido a las capas de mugre y polvo acumuladas.

Pasa a 177

145

Un surco apareció bajo mis pies.

El hielo se rompió.

Primero la bota, a la que siguió la pierna derecha, hundiéndome hasta la rodilla. El frío mordió con saña mi carne y huesos, tuve que soltar la cuerda y dejar a su suerte al cimmerio. Resoplando, pude sacar la pierna del lago pero perdí el apoyo de la mano derecha y me di de bruces contra el suelo, sumergiendo el torso y la barbilla en el agua gélida.

Entonces sentí una manaza en la espalda que me empujó hacia atrás, tirando de mí y sacándome de allí. Emprendimos la carrera de regreso, la masa de hielo se partía detrás, persiguiéndonos cuando corrimos despreciando cualquier precaución, de regreso a la seguridad de la tierra firme.

Anota 1 punto de Daño.

Lanza 2d6 y suma su resultado (entendiendo ambos como positivos),

Si sale de 1 a 10, pasa a 190
Si sale => de 11, pasa a 160



146

La lluvia no cesó un instante  en la hora siguiente. La tormenta incrementó su furia y se hizo impracticable el sendero, una locura proseguir en estas condiciones. Desmontamos y nos pegamos a la pared, pobre refugio para unos hombres desesperados y agotados de tanto camino y desgracias.

Para colmo de males fuimos testigos de un desprendimiento de tierras que tuvo lugar mucho más allá de nuestra posición debido al impacto de un relámpago. Los torrentes de agua que caían por las laderas de la montaña se llevaron consigo pequeños árboles, matorrales, piedras y rocas. Se quebraron sólidos peñascos y se desprendieron  sus trozos sobre el desfiladero, bloqueándolo. Se nos cayó el alma al suelo pues quedó claro que no estábamos destinados a cruzar los montes por esta senda.

- Maldita sea –murmuré, amargado y calado hasta los huesos-.

Pasa a 200



147

La caída fue corta, ni tan siquiera dos metros. Topé con un piso inconsistente, esponjoso, recubierto de la misma mucosidad, pero mucho más estrecho, igual que un foso. Resbalé, perdí pie, me senté de culo. Iluminé con la antorcha, todo en derredor era la materia viscosa y yo estaba siendo embadurnado y pronto engullido por ella. Me ardía e irritaban las manos, los brazos, la cara y todo el cuerpo donde tenía contacto con esta cosa.

Escuchaba las voces amortiguadas de mis amigos arriba. Estaba angustiado y aterrorizado, me quedaban poco segundos para salir de allí. Forcé los engranajes de mi cerebro a la vez que espantaba los demonios del pánico.
Si has hecho la segunda guardia, pasa directamente  a 126

Haz una tirada de Exploración, o Percepción + Voluntad, dificultad 3  

Si tienes éxito, ve a 161
Si fallas, ve a 176



148

Te recuperas por completo del Daño

Amaneció con la tormenta ligeramente sosegada. Permitió seguir el viaje, a paso cansino, azotados por ráfagas violentas, sin señal de vanires. Pocos animales asomaban y la caza resultó difícil. Más tarde, con el sol ya bajo, la tormenta retomó su furia, pero noté, inquieto, y no fui el único, que esta vez era justo encima y alrededor de nosotros donde se crispaba. Detuve la marcha, algo no andaba bien. El peligro acechaba. El polvo blanco se arremolinó en torno a los componentes de la partida, casi cegándonos, golpeando con rabia las caras de labios y mejillas cortados por el inclemente tiempo.

Haz una prueba de Percepción + Reflejos, dificultad 3

Si la superas, ve a 68
Si no es así, ve a 171



149

De pronto el suelo se ablandó, se descompuso y se abrió sin previo aviso. Gracias a mis reflejos lo intuí a tiempo y pude saltar a un lado, evitando la mortal trampa que quiso engullirme.

Pasa a 123



150

Descolgué el arco y encajé la primera flecha. Keito ya lanzó la suya. Apunté al que iba en cabeza, contuve la respiración y solté el dardo, que atravesó el aire helado con la perversa muerte en su punta de metal.

Pasa a 140


151

Un destello parpadeaba incesante tras la retina, mis miembros no respondían, no notaba los dedos de las manos, solo tocaba la pared y el techo sobre mi cabeza. Me quedaba sin aire, los pulmones iban a estallarme, el corazón latía débilmente a pesar del esfuerzo. Sentía temblores en todo mi cuerpo.  

Era el final.

Recibes dos p. de Daño

Haz una tirada de Constitución + Voluntad, Dificultad 3

Si la pasas, ve a 119
Si no es así, ve a 196



152

Bazag, Thel y Sablen esperarían afuera, los demás pasamos al interior. Al entrar, nos recibió el hedor a podrido junto  con el acre olor a sudor. La parroquia reunida allí nos miró un instante, sin demasiado interés,  luego siguieron a lo suyo. El posadero orondo prosiguió con su rutinaria tarea de limpiar los vasos con un trapo sucio, lucía una barba larga y desgreñada, y un delantal salpicado de manchas. Un trío de mujeres de mediana edad, en extremo delgadas, de mirada nostálgica en caras escuálidas maquilladas en exceso esperaban en la barra a alguien que deseara sus atenciones; observé como se les encendió una luz en los ojos cuando nos vieron. Por lo demás, grupitos de hombres de lo más común en las mesas, aquí y allá, una posada de lo más convencional de no ser por su aire sombrío y conversaciones apagadas. Al menos contaban con una gran chimenea donde crepitaba la leña ardiendo. Cuatro tipos pertrechados como para iniciar una guerra ellos solos, bebían en una mesa en un rincón; nos miraron de arriba debajo de una manera que me hizo poca gracia, y continuaron bebiendo.

- ¡Solo queda cerveza pasada y tiras de carne de rata! Ah, y no hay habitaciones libres. Algo más, quien no paga, ¡ya sabe! -Se adelantó de esta manera el dueño del local antes de que preguntáramos siquiera,  con un vozarrón salido de una boca cavernosa a la vez que señaló con su gordezuelo índice detrás y sobre él lo que quedaba de los últimos clientes que no abonaron la cuenta.

El espectáculo nos dejó petrificados: de varios ganchos colgaban cuatro cabezas decapitadas, la sangre seca, la piel acartonada como un viejo pergamino, los ojos lechosos miraban sin vida. Y sus bocas retorcidas en horribles muecas. El impetuoso Acherus desenvainó su espada por puro instinto.

Esa distracción sirvió para que se nos plantara delante una de las mujeres, la más alta, poco agraciada, de pelo escaso y pajizo, de rasgos arrugados pero semblante alegre, y una mirada en la que lucía una clara y arrogante ebriedad. Vestía una larga túnica, que desentonaba con el lugar, con mangas pringosas ribeteadas de un descolorido hilo rojo y no llevaba calzado alguno:

-¡Desventurados viajeros! Vuestras miradas perdidas claman la oscuridad que envuelve vuestras almas y destino. Leo la falta de Fe en vuestras expresiones blasfemas. Necesitáis mi bendición, mi consejo, tanto o más que los que aquí desperdician vida y cuerpos. Os lo daré. Gratis. Oh, solo por una jarra de cerveza.

Pasa a 122



153

Un rayo impactó a una docena de metros delante, en la pared de la quebrada sobre nosotros. Asustó al caballo que iba detrás de mí, relinchó alzando sus patas, Brevea no pudo controlarlo y el animal, agitado, reculó y golpeó varias veces la tierra mojada y los cuartos traseros de mi montura, empujándola también. Mi caballo se agitó inquieto, resbaló su pata posterior derecha sobre el borde del abismo, y trató de recuperar el equilibrio.

Se creó un efecto dominó y a punto estuvimos todos de despeñarnos. A pesar de mis esfuerzos y habilidad con las riendas, el animal se hundió en el barro y acabó por desplomarse en la vertiente enfangada derribándonos a mí y a Valina, aunque él pudo brincar e impulsarse con sus patas lo suficiente para no despeñarse mientras que yo logré no sin apuros agarrarme a una rama.

Mi otra mano no alcanzó a sujetar el brazo que me extendía la muchacha cimmeria.

Pasa a 130




154

Las espadas se desenvainaron. Brevea disparó su arco sin esperar más, la flecha se deshizo en el aire gélido sin llegar a su destino. Un soplo impetuoso de aire arrancó a la amazona del caballo y la arrastró hasta los lobos, una dentellada de uno de ellos le partió el cuello antes de que pudiese hacer algo por ella. Estaba presto a lanzarme contra esa nigromante, crispado, blandiendo mi espada, aunque cierto temor supersticioso me retenía en mi sitio. La desconocida, que portaba un báculo de madera aparentemente sin labrar, en su mano derecha, habló, con voz tan helada como la luz de las estrellas, haciéndose oír a través del aullido del viento.

- Soy la Señora de las Taigas de Vanahein. Cruzar mis tierras exige su pago. Una vida.

- Seas quien seas, ya te has cobrado uno de los nuestros, maldita bruja – mi voz destilaba una rabia incontrolable -.

- Eso solo fue alimento para mis criaturas. Escucha, necio: Una vida, un alma, un corazón que me sirva durante un año – exigió--.

Si aceptas, viendo lo que es capaz de hacer, pasa a 62
Si, preso por la ira, piensas en acabar con ella, pasa a 111



155

No aceptó ninguno. Si esa era mi decisión, ellos no participarían de semejante estupidez. De acuerdo entonces, yo sentía en mi interior que la resolución tomada era acertada a pesar del riesgo que entrañaba.

Avancé con un par de nuestras cuerdas en las manos, cauteloso y aprisa. El hielo gemía bajo mis botas, y cuando alcancé una distancia prudente les lancé las sogas, enlazadas entre sí. Dos de ellos pudieron cogerlas, se sujetaron y tiré con tenacidad. Temía que el suelo acabase por ceder en cualquier momento. Por fortuna aguantaba.

Pasa a 165



156

Resbalé una vez más, intenté sujetarme a un arbusto, se escapó de mis dedos, y me golpeé varias veces contra las rocas en la precipitada caída. Me desollé las palmas de las manos y me dejé la piel en la cortante roca.

Me detuvo una diminuta repisa natural que sobresalía de la pared del barranco, lo justo para no despeñarme del todo. Reprimí un quejido pero no una blasfemia, palmándome el brazo. No estaba roto afortunadamente, pero tenía una buena contusión, y un largo raspón en el muslo derecho. Suspiré de alivio.

Recibes 1 p.  de Daño

Pasa a 181


157

Implacable, el temporal arreció con más energía si cabe. Los rayos se sucedían en un constante ritmo que crecía al compás de la fuerza de la descarga de la lluvia. Estaba convencido de que mis camaradas se habrían detenido más adelante, pues el desfiladero era impracticable en estas condiciones. Tranquilizaba con mis palabras y caricias en su cabeza al hermoso ejemplar equino cada vez que un relámpago desgarraba las entrañas del cielo.

Cuando el diluvio menguó un tanto me pregunté si sería el momento de iniciar el descenso pero no me decidí a ello, el aspecto de las nubes auguraba más agua y consideré mejor esperar todavía un poco. El tiempo jugaba en contra de Valina, me lamenté, irritado por tanta agua e inactividad.

Antes del atardecer el aguacero se transformó en una débil llovizna y cesó por entero, despuntando medrosos haces de luz a través de las nubes exprimidas y vacías igual que un pellejo de vino. Até la soga a una roca y emprendí el descenso sin más dilación.



158

Inicié la guardia sin poder haber dormido apenas nada. Contemplé la lluvia caer, escuchaba el ulular del frío viento soplar afuera. Arrebujado en mi capa y acosado por malos presagios. Tenía la certidumbre de que este viaje duraría todavía mucho más y que nuestras penalidades no terminarían. 

Al cabo de un rato escuché un goteo al fondo, en las penumbras de la cueva. Investigué a la titilante luz de la antorcha y me adentré una vez más en el pasadizo. Flotaba en el aire un polvillo, similar a esporas, de color amarillento. Al respirarlo, tosí, me picó la nariz. Palmé las paredes donde una sustancia gelatinosa aparecía rápidamente y al contacto sentí como una quemadura. Del techo chorreaban gotas de la misma sustancia y el suelo empezaba a cubrirse de ella. Me alarmé, pero al momento un sopor y aturdimiento de apoderaron de mí. Me tambaleé, lo mismo que si me hubiese bebido dos jarras de vino peleón sin aguar.

Sufres Daño igual a 2-Constitución.

Ve a 192



159

Reanudamos la marcha dejando tras nosotros los cadáveres insepultos de los hiperbóreos. La nevada aparecía y desaparecía a intervalos, sin decidirse. Algunos bosquecillos de coníferas salpicaban el horizonte, regados por incontables riachuelos. La ventisca no cesaba, como si al dios del viento no le gustase nuestra presencia en sus territorios. Nos sentíamos huraños, discutíamos con frecuencia, necesitábamos el cálido sol del sur.

En una ocasión nos encontramos con un gran oso pardo, justo delante, cruzando la senda herbosa por la que ascendíamos la colina, a una veintena de metros. Nos detuvimos, el animal poseía un aspecto impresionante, un aura de poder y fuerza que transmitía sin esfuerzo. Nos miró a su vez, bufando y gruñendo quedamente. Nos olfateó, zarandeó la cabeza, lanzó un par de berridos con su gran bocaza, como si nos saludase y avisara de su presencia, y se marchó con ese andar displicente y perezoso propio de los osos.

Recuperas Daño, 1 + Constitución.

Si Velina está con vosotros, pasa a 132
¿Has combatido con cimmerio?, pasa a 5
En otro caso, ve a 52



160

El suelo se quebró definitivamente bajo nuestras pisadas. Mi carrera fue detenida de forma brusca cuando mi pierna se hundió de golpe en una fisura que no resistió el peso. Me sumergí hasta la cintura, de golpe, el hielo se rompió más todavía alrededor, se expandía el socavón, y traté de sujetarme como pude al bloque de hielo. El cimmerio no podía llegar hasta mí, la masa de agua se lo impedía, en sus ojos reflejada la ansiedad que leyó en los míos. Se dio media vuelta y continuó corriendo en pos de su salvación.

Yo hubiera hecho lo mismo en su lugar.

Luché hasta que las fuerzas me abandonaron, hasta que el frío entumeció mis músculos e impidió moverme con soltura. Las piernas y brazos no me respondían. El calor huyó de mi cuerpo y mi corazón se detuvo mientras me hundía más y más en las profundidades heladas. En las oscuras y mudas aguas heladas.


FIN




161

Se me ocurrió probar con el fuego. Con la llama de la antorcha encendí un trozo de capa y envolví con ella la espada. La clavé en el techo y empujé y giré con energía. La masa gelatinosa rehuía el contacto y despejó un pequeño hueco. Arriba hicieron otro tanto, a la desesperada, ensanchando el agujero. Una mano, soportando el calor y dolor inflingido por las llamas me agarró la muñeca. Tiraron de mí con fuerza, y tras unos momentos espantosos, me sacaron de lo que sin duda se habría convertido en mi tumba.

Pasa a 123



162

Cayó un cimmerio con un certero disparo de Keito, al momento se detenían y todos se protegían con sus escudos. Pero el destino estaba de nuestra parte y ocurrió lo que nosotros pudimos evitar. El piso helado se agrietó bajo los pies y cascos de sus caballos, acabó por romperse aquí y allá y encerró a los cimmerios en una trampa cuyo desenlace sería fatal para la partida de guerreros. Caían y se sumergían en el agua en extremo fría, luchando denodada e inútilmente por librarse de su  abrazo helado; gritaban llamándose mutuamente, intentado salvarse unos a otros, entorpecidos por los frenéticos saltos y agitados movimientos de los asustados caballos que se hundían igual que sus amos. Sin embargo observé que no lo lograrían, el puñado de hombres perecería sin remisión.

- ¡Al infierno con esos perros! –    exclamó Keito.

Un trío de voces le hizo coro. Yo permanecía en silencio, no era un espectáculo agradable de ver. Si bien cierto era que el objetivo de esos guerreros era degollarnos, no menos lo era que dejar morir así a un hombre resultaba mezquino, a pesar de que un rato antes mis deseos fuesen otros. En mi interior una voz se alzaba exigiéndome que hiciese alguna cosa, el eco de mi conciencia apagada y sumida en el cieno de años de brutales acontecimientos.

Si decides ayudar a los cimmerios, pasa a 170
Si dejas que mueran, pasa a 118



163

La entrada era estrecha, de techo bajo y tras gatear poco más de un metro se ensanchaba y su altura permitía que un hombre permaneciese de pie, encorvado, eso sí. El suelo era de piedra, estaba seco, frío, con restos de semillas, ramitas, algunos pequeños huesos y pelaje desprendido. Nos sentamos, ateridos, frotándonos las manos y el cuerpo.

Así estuvimos largo rato, despejando el acceso a la cueva de la nieve que se acumulaba. En una ocasión me adentré con una antorcha en el pasadizo que llevaba tras unos metros a otra estancia casi circular donde en una esquina se abría un agujero que descendía como un tobogán. Regresé junto a los demás y esperamos. No había nada más que hacer.

Pasa a 91



164

Más rápido que yo de reflejos, me sorprendió con un movimiento circular, tuve que retroceder y bloquear después. Se retorció como una anguila y el puño de su espada impactó en mi nuca, lo que hizo que por un instante el mundo de tonalidades blancas, verdes y ocres se tornase en sombras desvaídas. Me zancadilleó y fui a parar al suelo.

Volteé a tiempo de esquivar el filo agudo de su espada por dos veces. Después detuve el nuevo golpe, que sacudió mi brazo. Le lancé un puñado de nieve lo que me dio tiempo a ponerme en pie y parar la nueva arremetida. No así la nueva estocada que mordió con saña el muslo de mi pierna izquierda.

Aguijoneado por el dolor, esta vez bloqueé con habilidad su espada, giré sobre mí mismo, y de un revés le amputé la mano izquierda. El guerrero aulló de rabia y dolor, cargó feroz para encontrarse con el filo de mi espada que le traspasó la garganta de parte a parte.

Resoplé, observando con una mueca de disgusto el corte de la pierna del que manaba la sangre con fruición.

Sufres un punto de Daño

Pasa a 25



165

Los dos llegaron hasta mí, completamente mojados, les señalé que no se detuvieran y que continuaran hasta el borde. El hielo se partió muy cerca, me llegó el grito urgente de Sablen:

-¡Déjalo, déjalo ya! ¡El suelo está cediendo!

Lancé la cuerda una vez más, y la agarró un hombre medio sumergido en un agujero. Jalé con energía de la soga, las grietas en los bloques de hielo se ensanchaban, corrían en zig-zag, los crujidos y chasquidos rivalizaban con el chirriar de mis dientes. No hice caso de los gritos y llamadas a mis espaldas, afiancé mis piernas en el suelo, rogando a los dioses que me dieran un poco de tiempo más y tironeé con fuerza del cimmerio que batallaba por salir de la hendidura.

Haz una prueba de Atletismo + Voluntad, Dificultad 4

Si la pasas, ve a 180
Si no es así, ve a 145 (en esa sección suma 2 al resultado de la siguiente tirada que se solicite).

166

Para nada fue fácil. El suelo era un barrizal resbaladizo claveteado con puntiagudas aristas de las piedras que rasgaban y arañaban mis manos. Ayudado por la soga, los arbustos o las raíces que asomaban de la tierra removida y arrastrada, bajaba con lentitud y bastante confiado en mis posibilidades de encontrar a la chica. Otra cosa era en qué condiciones. Un par o tres de veces me deslicé en la pendiente, pringándome de lodo hasta las orejas.

Alcancé las zarzas, las rodeé, clavándome alguna espina, y me encontré con un desnivel de varios metros. La cuerda apenas daba ya más de sí. Observé con la cada vez más decreciente luz del atardecer a mi alrededor buscando el lugar propicio para continuar.

Haz una prueba de Percepción + Exploración, Dificultad 2

Si tienes éxito, pasa a 189
Si fallas, pasa a 121



167

Un breve respiro me permitió contemplar el escenario de la lucha. Mis compañeros se defendían y combatían con denuedo y coraje a la vez que con suma eficacia, pues varios cuerpos de los guerreros de turbios ojos verdes sembraban el suelo con sus restos y su sangre. Pero cada uno de mis camaradas se enfrentaba con un par de esos miserables y nada estaba decidido aún. El filo de los aceros ese día estaba saciando su sed hasta quedarse ebrios.

Corrí y le abrí el cráneo a uno de los que acosaban a un Acherus en apuros. A otro le partí el corazón y a un tercero, después de herirme con un buen tajo en la pierna derecha, lo envié a la tumba desparramando sus entrañas.

La nieve teñida de escarlata se derretía a la calidez de la sangre vertida. Veinte hombres habían muerto en unos breves minutos. Ninguno de los cadáveres era de los nuestros, solo debimos lamentar algunas heridas de mayor o menor alcance, moratones y contusiones.

Pudimos comprobar que no se trataban de cimmerios ni vanires, sino de agresivos hiperbóreos procedentes del este. Posiblemente alguna partida en busca de dar buena cuenta de sus odiados enemigos ancestrales de Cimmeria y cobrarse algunas víctimas y esclavos a su costa.

-Mal nacidos –escupí-. Dejadlos sin enterrar, que las bestias del bosque los devoren. Sus cuerpos no merecen sepultura alguna.

(Entre los objetos que llevaban los hiperbóreos se encuentran hachas, capas de pieles de oso, cuernos fabricados de colmillos de mamut, algunas espadas largas, cuchillos de caza  y escudos. Si cargas con alguna cosa de este botín, anótala en tu ficha. Recuerda el espacio que hay en la mochila; el escudo puedes transportarlo a la espalda y un cuerno al cinto).

Anota 1 p. de Daño

Pasa a 159


168

Solté la flecha. Atravesó el frío aire del anochecer como una exhalación y se hundió la punta de metal en el cuello del animal. Saltó el reno, tropezó con las patas traseras y se cayó. Volvió a levantarse dispuesto a huir cuando el segundo dardo le acertó en el pecho.

El animal se desplomó tras unos titubeos y después de unas ligeras sacudidas, murió. Monté y cabalgué hasta su posición, ebrio de satisfacción.

- Lo lamento. Pero tu carne me salvará la vida.

Agarré el cuchillo de caza y emprendí la ardua tarea de descuartizar su enorme cuerpo.

Pasa a 4



169

La aldea, cercada por una muralla de resistentes troncos de tres metros de alto, la componían un reducido grupo de cabañas de madera, adobe y paja, en círculo en torno a la principal, la del jefe del clan. Mujeres de hermosos rasgos curtidos por la dureza del clima, niños de desgreñadas melenas, y hombres de poderosos hombros nos esperaron a la entrada, sus miradas ceñudas y curiosas. Algunas jóvenes curtían la piel, otras cocinaban. Se escuchaba el constante repiqueteo de un martillo contra el yunque y las risas y llamadas de los mocosos que correteaban de un lado a otro.

Su jefe, un cimmerio tan ancho como alto, de profundos ojos azules, se mostró amistoso, igual que la mayoría de sus congéneres, cazadores y guerreros, de los que se decía aprendían a trepar y luchar antes que a caminar. Su hijo, que se mostró muy interesado por mi espada fabricada en Hyrkania,  me retó a un pulso. Si me vencía yo le entregaría el acero y si él perdía, me daba a elegir, su hacha o su cuchillo. Lo miré, era un hercúleo guerrero que me sacaba una cabeza de altura y sus brazos eran realmente poderosos. En realidad yo salía perdiendo con el intercambio, sin embargo nos encontrábamos en su casa, y bastaba mirar las expresiones de los cimmerios para saber que una negativa no sería bien interpretada. De manera que acepté, riéndome y bebiéndome de un trago el contenido de mi jarra de amarga cerveza. ¿Qué otra cosa podía hacer? Intercambié unas miradas significativas con mis camaradas que mostraban la misma resignación que yo sentía en mi interior.

Haz una prueba de Atletismo, Dificultad 2

Si vences, pasa a 76
Si no logras doblegar su brazo, pasa a 199



170

- Hemos de intentar salvarles. No es una muerte digna para nadie.

-¿Qué dices, te has vuelto loco? Este frío te ha congelado el entendimiento, amigo –me reprendió Whosoran.

Me miraron incrédulos, pensaron que se trataba de una de mis bromas hasta que leyeron en mis ojos que hablaba en serio. Keito, Whosoran y Bazag volvieron grupas, ignorando mi insensatez. La duda brillaba en los ojos de Sablen, mirando alternativamente a los cimmerios y a mí, y Bazag, sonriendo despreocupado, sacó su moneda con la que acostumbraba a decidir qué postura tomaría.

Haz una tirada de Comunicación, Dificultad 2

Si tienes éxito y los convences, pasa a 125
Si fallas, te quedas solo, pasa a 155



171

Los caballos relincharon, se escuchó el grito de auxilio de un hombre que fue elevado en el aire, torcido su cuerpo y quebrada su pierna. Delante, a una decena de metros, alguien nos observaba a través de los blandos copos de nieve que descendían girando en espirales al compás del viento que amainaba. Se trataba de una mujer cubierta con una capa negra que contrastaba con el blanco de su piel tatuada, acompañada de tres enormes lobos de pelaje casi blanco, con largos y afilados dientes mostrados en su mueca salvaje y fiera. Gruñeron de forma horrible, clavaron sus zarpas en la víctima asesinada y sus crueles dientes en la carne tibia devorándolo.
Pasa a 154


172

Mis compañeros me tildaron de loco, Keito el primero:

-Recuerda cual es nuestra misión, para qué nos pagan. Esa cimmeria se empeñó en ir con nosotros, a pesar de nuestra negativa. Mala suerte para ella.

-Keito tiene razón –afirmó Whosoran-. ¡Déjate de idioteces y vamos!

Negué con la cabeza. No era propio de mí ablandarme, había sido testigo sin pestañear de la muerte de hombres, mujeres y niños. Pero no podía abandonar a su suerte a esa chica, no podía marcharme sin la seguridad de que estuviera con vida o no:

- Si está muerta, su cadáver será  carroña para los lobos. Si no es así, no quiero dejarla como alimento para esos colmillos ansiosos. Proseguid, os daré alcance tarde o temprano –aduje-.

- ¡Nunca creí que fueses tan sensible! ¿Qué pasa, sus pechos acariciando tu cuerpo te han abierto el apetito? Jajajaja! Imbécil. No sobrevivirás –se burló el turanio-.

Allí me quedé, con mi caballo, pegado a la pared, resuelto a emprender el descenso en cuanto escampase.

Pasa a 157



173

Bloqueé la espada del marcado con la cicatriz desviándola de su trayectoria, pero no así el fuerte golpe del escudo contra mi hombro. Con ligereza curvó el filo de su espada y me hizo un corte en el hombro. Reprimí un quejido, me escabullí entre ambos colosos a la vez que mi espada trazó su particular danza. Brotó sangre a chorros del muñón cortado del brazo y su espada chocó contra el suelo aún sujeta a su mano; otro golpe esta vez de abajo a arriba en la dirección inversa a la anterior le hendió el pecho salpicando la cálida sangre en todas direcciones.

Quedaba el otro, el que manejaba el hacha como si fuese una cuchara. En su poderosa musculatura se marcaban las venas. Emitió un salvaje grito de guerra y embistió igual que un búfalo de Hyrkania.

Pasa a 208



174

El reno me olfateó antes siquiera de que me acercase lo suficiente. Un cambio en el viento, y se fue al traste la ocasión. Alzó su grandota testa, estiró las orejas y ensanchó los ollares. Brincó entre los matorrales y al trote desapareció de mi vista. Lo intenté seguir un trecho pero el maldito animal era rápid, se conocía bien el terreno y yo no quería agotar a mi caballo. Tiré de las riendas, resignado y proseguí el camino anterior, en la confianza de que encontraría alguna otra presa que calmase mi vacío estómago.

Pasa a 4



175

Las grietas en los bloques de hielo se ensanchaban, corrían en zig-zag, los crujidos y chasquidos rivalizaban con el chirriar de mis dientes. No hice caso de los gritos y llamadas a mis espaldas, afiancé mis piernas en el suelo, rogando a los dioses que me dieran un poco más de tiempo, y tironeé con fuerza del cimmerio que batallaba por salir de la hendidura.

Haz una prueba de Atletismo + Voluntad, Dificultad 3

Si la pasas, ve a 180
Si no es así, ve a 145



176

EL poderoso narcótico que contenían las motas de polvo continuó penetrando imparable en mi torrente sanguíneo. Abotargó mi cerebro, nubló definitivamente mi visión a la vez que mis movimientos se ralentizaban. Pero el horror era superior a todo esto dándome fuerzas para gritar, patear y golpear repetidamente las paredes.

Inútiles fueron mis esfuerzos. Las llamadas de mis amigos se hicieron lejanas, los muros y el techo perdieron sus contornos, el vértigo y las náuseas me hicieron vomitar. Di contra el suelo, de rodillas, perdí la antorcha, cuya llama acabó, vacilante, tragada por la espesa secreción.

Tenebrosas tinieblas me envolvieron, resistí un instante más. Me derrumbé sobre la compacta mucosidad con una mueca de terror y un último grito que ni siquiera pudo surgir de mi garganta.   

FIN



177

Transcurrieron unos minutos. De súbito Keito salió del local, pálido como la cera, justo en el momento en que una araña cayó sobre mis hombros. La tiré al suelo y aplasté la repugnante y antinatural bestia, dejando una sanguinolenta mancha negruzca en la tierra húmeda.

- ¡Horrible, amigos! ¡Hechicería, seres del infierno!

Keito siempre fue muy supersticioso. Intercambiamos miradas los tres con él, escuchamos música en el interior y nos decidimos a entrar, espada en mano. Apestaba a sudor y mugre allí dentro. El espectáculo me dejó sin habla: la gente bailaba al son de flautas y címbalos, unas cabezas cortadas, de aspecto demacrado y seco, desparramadas en el suelo aullaban espantosamente. Whosoran le cortaba la garganta a un tipo malencarado a la vez que Acherus rajaba a otro. Parpadeé un instante sin saber reaccionar, Thel sí lo hizo al distinguir su aguda mirada de águila un montón de monedas desparramadas en una mesa. Corrió hacia ellas.

-¿Qué ha sucedido aquí, qué es esto? –pregunté-.

- ¡Salgamos, ahora, ya! ¡Thel, olvida esas monedas! –bramó Sablen, quitándose de encima a una frágil mujer con el aspecto del fantasma de una puta.

El aquilonio pateó a los bailarines, Whosoran abrió el pecho a otro. Era demencial, no se defendían, danzaban y reían. Fui a la salida cuando volví la vista atrás, el paso de Thel estaba bloqueado por una mole enorme, un gigante con un delantal grasiento y haciendo girar una cadena de metal de la que colgaban otras cabezas. Se trataba del posadero. La puta aquella, rostro demacrado, caderas estrechas, se plantó delante tapándome la visión.

-¡Thel, Thel, deja eso!

Si intentas ayudar a Thel, pasa a 21
Si decides que él se lo ha buscado debido a su codicia, pasa a 139



178

Me moví rápido y brinqué sobre una piedra, el hacha pasó lejos de mí; rodé un par de metros y al ponerme en pie, me encontré con otro rival delante, dispuesto a descabezarme.

Haz una prueba de Armas Cuerpo a Cuerpo + Atletismo, Dificultad 2

Si tienes éxito, pasa a 203
Si fallas, pasa a 164



179

La desconocida, que portaba un báculo de retorcida madera sin labrar en su mano derecha, habló, con voz tan helada como la luz de las estrellas, haciéndose oír a través del aullido del viento.

- Soy la Señora de las Taigas de Vanahein. Cruzar mis tierras exige su pago. Una vida.

- Seas quien seas, sabe  bien mujer, bruja o demonio, que no aceptaremos tu mandato. Te enviaremos al pozo del que nunca debiste salir – le contestó Whosoran-.

Los cabellos de la mujer oscilaron de forma brusca por el viento, alzó su brazo en nuestra dirección, una violenta ráfaga de aire dirigido a Whosoran  casi lo desmonta.

- Como estúpidos os comportaréis entonces. Mis criaturas saciarán su apetito con vosotros y los que sobrevivan seréis todos mis esclavos.

Para reafirmar su amenaza golpeó el suelo con el cayado, y la tierra se resquebrajó una vez más en finas líneas sinuosas a nuestros pies.

Quise ser respetuoso. La muestra de brujería era suficiente para darse cuenta de que esta mujer no bromeaba. Teníamos serios problemas. Una vez más.

Señora de las Taigas de Vanahein...” –comencé con voz firme y clara-.

-“Somos viajeros que desconocen las costumbres de estos lugares y parajes que no son los suyos... No era nuestra intención molestarla. Tan solo deseamos atravesar sus tierras sin causar daño alguno a la naturaleza y a su entorno... –proseguí-. No considero justo que sea necesario ofrecer la vida de un ser humano para atravesar unas tierras, aunque sí una disculpa y una promesa...” –acabé con tono y mirada sinceros-.

Esperé pacientemente la reacción de la mujer ante mis palabras mientras mis manos descansaban tranquilamente sobre la silla de montar en señal de respeto.

Si tienes al menos 1 en Comunicación, pasa a 201

En caso contrario, pasa a 113



180

Estiré de la soga probando de conseguir algo que me parecía imrpobable y que lo mejor que podría hacer era soltarla y correr hacia el otro lado. La cuerda dio un brusco estirón y detrás sentí el aliento de un corpulento cimmerio que había agarrado la soga. Con renovadas energías tiramos y tiramos arrastrando al cazador cimmerio, helado hasta el tuétano. Los cargó sobre sus hombros su camarada y emprendimos la carrera de regreso.

La masa de hielo se partía detrás de nosotros, persiguiéndonos cuando corrimos despreciando las precauciones de regreso a la seguridad de la tierra firme.

Lanza 2d6 y suma su resultado (entendiendo ambos como positivos),

Si sale de 1 a 10, pasa a 190
Si sale => de 11, pasa a 160



181

La tarima natural era un excelente otero y desde aquí examiné toda la zona que quedaba bajo mis pies, donde unos cuanto abetos se reunían en la escarpada pendiente. Mi aguda vista no me falló y di con Velina: un brazo sobresalía medio tapado por los matorrales donde también alcancé a ver un pie.

Impaciente, me moví con presteza y cuidado, fijándome muy bien donde me apoyaba y sostenía. Al cabo de unos minutos estaba junto a Velina, aparté plantas y ramas y la saqué de debajo de esos arbustos.

Pasa a 128



182

El maldito animal se movió justo en el preciso instante que lancé la flecha. Esta rozo su cabezota, y el reno, alarmado y asustado, emprendió la carrera ladera abajo sin pensárselo dos veces. Corrí tras él y todavía probé una segunda vez, sin éxito.  

Tiré de las riendas, resignado y proseguí el camino anterior, en la confianza de que encontraría alguna otra pieza que cobrarme para calmar el hambre y desasosiego de mi vacío estómago.

Pasa a 4



183

Aterricé sobre el saliente con un golpe sordo, rodé un poco para amortiguar el impacto y a punto estuve de precipitarme barranco abajo por el borde, que me sirvió de agarradero. Su filo era muy agudo y me hice un corte en el brazo izquierdo, un desgarro en el muslo de la pierna derecha por no contar con el más que preocupante dolor del tobillo.

Anota que recibes 2 p. de Daño y pasa a 181



184

Al recorrer con la vista y los dedos la superficie rugosa de las paredes no encontré nada en un primer examen. No obstante, descubrí una fisura, introduje los dedos, luego la mano, tiré con fuerza y arranqué un pedazo de roca.

-¡Eh, echad un vistazo a esto!

La antorcha mostró una hendidura que se fue haciendo mayor conforme quitábamos más y más trozos de roca. Entró un reguero de agua que al poco rompió y agrandó el agujero realizado por nosotros, y pudimos ver que por allí corría un arroyo subterráneo, de poco caudal en un cauce bastante estrecho.

Había que arriesgarse así que gateamos por el río a favor de su corriente durante no se cuanto tiempo. Tal vez una hora, a oscuras, las antorchas no era de ninguna utilidad, dejándome la piel de las manos en las afiladas piedras del fondo y en las que sobresalían de las paredes. Y soportando los gruñidos y reniegos de mis camaradas y sus entrecortadas respiraciones.

Pasa a 120



185

Dos de ellos llegaron hasta nosotros, completamente mojados, les señalamos que no se detuvieran y que continuaran hasta el borde. El hielo se partió muy cerca, Sablen avisó con un grito y comenzó a retroceder, lo mismo que Bazag. Lancé la cuerda una vez más, y la agarró un hombre medio sumergido. Empecé a jalar con energía, me había quedado solo.

-¡Déjalo, déjalo ya! ¡El suelo está cediendo! –Me urgió Sablen-.

¿Decides correr el riesgo de ayudar al cimmerio?, pasa a 175
O si piensas que ya está bien de jugarse el pellejo,  pasa a 135
      


186

Acerqué la antorcha a las paredes. Todas las fieras temen al fuego y se me ocurrió que esta cosa, que fuera de toda duda estaba viva, no sería menos. Comprobé con la escasa luz que retrocedía un poco pero no lo bastante y en seguida se unía de nuevo solidificándose. Insistí, pero nada.

Me faltaba el aire, y el que respiraba me adormecía.
  
Haz una tirada de Exploración, o Percepción  + Voluntad, dificultad 3  

Si tienes éxito, ve a 161
Si fallas, ve a 176



187

La taiga se abría fría y misteriosa atrayéndonos como si tirase de nosotros con hilos hipnotizadores e invisibles. Ahora se podía avanzar, con precaución y tino, a buen ritmo. Al trote ligero se cabalgó en dirección al mar occidental a muchas jornadas todavía de distancia, sin atisbar vida humana cercana, tan solo las constantes fumarolas señalando las aldeas de los habitantes de estas desoladas tierras. El tiempo empeoraba y la borrasca que ya se había divisado en el norte avanzaba veloz devorando con sus dedos helados el sur, latigazos postreros de un invierno que no quería marchar. Copos de nieve cayeron sin cuajar esa noche. Al día siguiente el cielo atronó pero no descargó, el viento rugía más que los días precedentes, y pronto la tormenta de nieve estuvo sobre nuestras cabezas. Ese día se adelantó poco, fustigados humanos y animales por el aire cortante y la lluvia nívea. Se tuvo que acampar, durante toda la noche el viento ululó desesperado como si le fuese la vida en ello.

Pasa a 148



188

No tenían posibilidades y yo todavía alguna de salvar el pellejo si actuaba con celeridad. El cuchillo me sirvió para romper la cuerda, me liberé del peso que me arrastraba sin remisión a las profundidades y no miré atrás, no pude volverme a plantar cara a la mirada de terror, de rabia y odio del hombre al que dejé hundirse para siempre. Sus insultos y desprecios restallaron en mis oídos, y fueron acallados por el viento conforme me alejaba, medio empapado.


Haz una tirada de 2d6,
Si sale más de 6, ve a 12
Si sale de 1 a 6, ve a 89





189

Encontré un pequeño saliente, balanceé la cuerda y salté al otro lado. Descendí hasta el extremo de la soga y continué ahora ya solo con la ayuda de manos, pies y mi pericia, a través de un peñasco. No quería lamentar la insensatez que cometía, ni pensaba en ello o en las consecuencias fatales de un mal pie y una caída.

Haz una tirada de Atletismo, Dificultad 2

Si la superas, ve a 129
Si no, ve a  156



190

Quizás fue la suerte o la velocidad que imprimimos a nuestras piernas, o ambas cosas, supongo, pero de una forma u otra alcanzamos la ribera opuesta. Exhausto, pálido igual que la nieve que nos rodeaba, me apoyé en mi caballo, recuperando fuerzas y aliento. Mis camaradas ya amenazaban con sus espadas a los cimmerios y me recriminan con miradas severas y agrias palabras.

Pasa a 127



191


Preferí quedarme agarrado de pies y manos a las paredes en el estrecho hueco de tierra seccionada. El lobo me miró y leí en sus ojos la decepción, el desprecio por el pusilánime que se quedaba allá abajo, a menos de un metro de sus mandíbulas. Sensatez, le llamaba yo. Un eufemismo para ocultar mi patética cobardía.

Con aprensión no aparté la vista del lobo, que acabó por marcharse y desaparecer. Arriba la tormenta soplaba con intensidad, impidiéndome oír alguna cosa con claridad, apenas amortiguados gritos, llamadas de auxilio o maldiciones.  Entretanto yo rogaba a los dioses que no se cerrase la franja de hielo fracturado.  

Al poco, cuando la tormenta disminuía y acalló su tronar, trepé, inquieto, temiéndome lo peor.

Pasa a 115

192

Sudoroso, me pasé las manos por la cara. En un intento de espabilarme, usé el agua de la cantimplora y la derramé por la cabeza. Luchaba contra el sueño que me estaba causando sin duda ese polvo. Desperté a voces y con patadas a mis camaradas, avisando del peligro mientras esa materia cada vez crecía se expandía. Incluso en la entrada de la cueva se formaba una especie de gruesa telaraña. Les costó despertarse, apreciar lo que sucedía, narcotizados por las esporas.

De pronto el suelo se ablandó, se descompuso y se abrió sin previo aviso bajo mis pies, tragándome. Caí lanzando un alarido de pánico, traté de sujetarme pero mis manos solo encontraron la pastosidad de la sustancia.  Me succionó antes de que mis compañeros pudieran socorrerme.


Pasa a 147


193

Los cabellos de la mujer oscilaron de forma brusca por el viento, alzó su brazo en nuestra dirección, y una violenta ráfaga de aire dirigido hacia mí me sacudió. A tiempo retuve mi montura y la hice girar con brusquedad tirando de las riendas, cambiando de dirección. El animal se alzó sobre sus cuartos traseros, relinchó asustado mientras la ráfaga violenta de aire me golpeaba y a punto estuvo de desmontarme.

Pasa a 106



194

Trepé y miré hacia abajo, un tanto abatido y aturdido. Mis camaradas se encogieron de hombros, dispuestos a continuar con la esperanza de encontrar alguna oquedad o refugio donde ampararnos esperando a que la tormenta cesara su furor. No veía claro proseguir sin intentar buscar a Valina, podía continuar con vida. Pero menos claro me parecía arriesgarme a descender semejante sima cuando era casi improbable que se hubiese salvado.

Si decides intentar el rescate de Valina, pasa a 172
Si optas por continuar avanzando en el estrecho sendero, pasa a 138



195

Debajo de la manta, escuchaba la respiración profunda de mis compañeros dormidos y sus ronquidos, así como algún ocasional movimiento de Keito en su centinela. No lograba conciliar el sueño y dentro de un par de horas sería yo quien se mantendría en vigilia. Traté de apartar de mi mente los fantasmas que la acosaban y al final medio me dormí.

Me desperté con un sobresalto, liberado de las garras de una pesadilla. Busqué a Keito con la mirada y no lo encontré. Al apoyarme para levantarme mis manos tocaron el suelo: estaba cubierto de una sustancia pegajosa, resbaladiza, como gelatina. Pringosa y espesa, goteaba de muros y techo, cubría las paredes y ocupaba todo el piso de la cueva. Sentí un escozor en las manos, una abrasión, las babas laceraban la piel, la agrietaban, hacían que se desprendiese de la carne. Me limpié aprisa con la manta,  vociferé:

-¡Keito, Keito!

Llamé a los demás, que tardaron en despertarse, entonces noté algo flotando en el aire cargado, unas minúsculas esporas. Mis compañeros tenían la cabeza y parte de sus facciones cubiertas de ellas, de un color amarillento, me pasé la mano por la cara y mis dedos se llenaron de ese polvillo. Una especie de narcótico, sin duda.

Tuve que apoyarme en la pared, aturdido, sentía los miembros torpes, un entumecimiento progresivo, me suponía un esfuerzo coordinar los movimientos y la vista se me nublaba. Aparté rápido las manos despellejadas de los muros,  con una exclamación producida por la irritante quemazón.

Sufres Daño igual a 3-Constitución.

Pasa a 114


196

Mis fuerzas se agotaron, el aire también. El pensamiento no fluía en mi mente abotargada, no me respondían manos ni piernas. La cabeza chocó con la dura superficie del techo de la laguna, abrí la boca. Sentí el agua penetrar libre dentro de mi cuerpo.

El olvido me envolvió. Dejé de sentir. De recordar. De vivir.


FIN




197

El guerrero era más alto y fuerte que yo, vestía con cueros y pieles, y manejaba una enorme hacha a dos manos. Con una mueca espantosa que embrutecía sus pálidos rasgos, hizo girar su arma sobre su cabeza dispuesto a asestar el golpe.

Prueba de Agilidad, Dificultad 1

Si la pasas, ve a 178
Si fallas, ve a 11



198

El animal cambió de posición, quedando casi oculto a la vista. Desmonté y, sigiloso, me desplacé agachado, casi arrastrándome, hasta que no quise arriesgarme más para no delatar mi posición. Detrás de un pequeño talud tomé dos flechas, encajé una de ellas y me dispuse a no fallar el tiro. Podía ver su cabezota y, aunque oscurecía, el blanco no era muy difícil.

Lanza dados por Armas de Proyectiles, Dificultad 2

Si tienes éxito, pasa a 168
Si fallas, pasa a 182



199

El cazador cimmerio era fuerte como un oso. El sudor humedeció mi frente, las venas se marcaron por el esfuerzo. Con el rostro crispado por este, forcejeaba intentando doblegar su brazo. Sus fríos ojos azules se clavaban en los míos, también resbalaban las gotas de sudor desde sus sienes, tampoco él veía claro su triunfo. Apreté los dientes y luché con desesperación para conseguir la victoria.

Centímetro a centímetro mi brazo se curvaba, sometido a la excesiva presión y empuje de mi oponente. Cerré los ojos unos segundos y un gruñido emitió mi garganta. El cimmerio prosiguió implacable, el apretón de manos provocaba que mis nudillos estuviesen blancos, la tensión me vencía. Pude frenar su empaque un minuto más pero al final mi brazo cedió y golpeó con fuerza sobre la mesa. El rudo guerrero se levantó de un salto, exultante por su triunfo, pateó una silla, y alzó su potente voz proclamando su  éxito y su alegría. Le siguió un auténtico clamor provocado por la decena de bárbaros que nos rodeaban, me palmearon la espalda, gritaron algo en su lengua y me ofrecieron una jarra a rebosar de cerveza amarga. Las mujeres sirvieron comida y bebida, cerveza, pan caliente, carne de caza y cordero. Miré a mis compañeros contrariado, me devolvieron la misma mirada con un encogimiento de hombros, y tuve que entregar al cimmerio mi excelente espada. Whosoran me ofreció su espada (tiene un hacha también).

Borra de tu equipo la espada de Hyrkania.

Pasa a 34



200

Obstruido el paso, aguardamos a que la densa lluvia remitiera lo suficiente y retrocedimos el camino recorrido bajo el aguacero constante. A la caída de la tarde el viento se llevó los nubarrones hacia el oeste y nos ofreció un respiro. La angosta senda era un auténtico lodazal, una trampa a cada paso de los caballos. Mi montura se resintió de una pata y Valina montó junto a Acherus a partir de aquel día, pues su caballo rebasaba en envergadura y fortaleza a la del resto.


Llegamos al punto de partida cuando el crepúsculo se cernía sobre nosotros tiñendo el horizonte de púrpuras y rosados. Ninguno estaba de humor para charlar, comimos frío, echamos a suerte las guardias y, sin haberme tocado ninguna, me arrebujé debajo de mi manta. Valina se tumbó junto a mí.  

Pasa a 64




201

Leí en sus ojos, en sus palabras, de alguna manera, el inmenso poder que tenía. Nos mataría a todos. Frené la cólera de mis camaradas y le pregunté exactamente qué quería. Su contestación fue tan sencilla, tan directa, que me trasvasó el alma:

- Deseo una vida, como he dicho. Un hombre que me sirva durante un año. Un guerrero. Poca cosa, qué es un año de vuestras miserables existencias.

Suspiré. Nadie se ofrecería. Pero aquí dominaba la brujería, ya había tenido encuentros con la magia anteriormente y nunca me gustaron, detestaba a los magos y sus artimañas. Pero conocía bien de lo que eran capaz.

Si  te ofreces voluntario, pasa a 62
Si contestas airado, pasa a 97



202

Solté una imprecación. La segunda guardia, la peor de todas, la que te rompía la noche. Genial. Aunque casi no me importaba, presentía que esa noche mis temores no me permitirían conciliar el sueño.

Anota que haces la segunda guardia.

Pasa a 158



203

El guerrero rubio fue lento de reflejos, salté sobre él, furioso, y mi espada le cercenó la garganta. Se desplomó entre gorgoteos, y me giré a tiempo de detener una estocada de su camarada. Rechinaron las dos hojas de las espadas, las chispas centellearon, y ambos contendientes nos empujamos violentamente.

Pasa a 25



204

Decidimos quemar algunas mantas y acosamos con ellas a la pegajosa sustancia que taponaba la entrada de la cueva. De esta manera logramos que disminuyese su avance y se contrajera sobre sí misma, permitiéndonos cruzar por la angosta rendija que dejó libre.

Atravesando las llamas y el humo escapamos al exterior y, algo que no hubiera pensado minutos atrás, recibimos la lluvia como una bendición del cielo. Dejé que las gotas de agua golpearan mi cara, la cabeza, mis manos, que me limpiasen y liberarán de esa suciedad maloliente y asquerosa. Tenía abrasiones en las mejillas, la frente, los antebrazos y las manos.

Pero estaba vivo.

Si hubiéramos podido encontrar troncos y ramas secas hubiéramos quemado el interior de esa maldita trampa, achicharrado a la cosa que latía viscosa ahí dentro. Como no era así, montamos y nos largamos a toda prisa de tan nauseabundo lugar.

Anota 1 p. de Daño

Si no tienes el Brazalete Cimmerio y no has combatido con el cimmerio, pasa a 108

En otro caso, ve a 159



205

La lluvia caía suave en este momento, dos días más tarde, cuando la noche se resiste a marcharse y los últimos fulgores de las estrellas comparten el firmamento unos minutos  con los primeros rayos del alba. Una ligera calima se extendía a ras de suelo, me alcé la capa, me rasqué la barba, en un rato despertaría a mis compañeros. Dormían, roncaban, gruñían sumergidos en sus sueños. Tal vez soñando que retozaban en el lecho con alguna mujer fogosa.

Recuperas Daño, un total de 1+ Constitución

Pasa a 209



206

El estrecho sendero se había transformado en un lodazal que me complicó mucho la marcha. Tentado estuve de dar media vuelta pero la esperanza de encontrar a mis camaradas me animaba. Regresó la lluvia para empeorar las cosas junto con el insufrible viento. Llegó la puesta de sol y no encontré a mis amigos, ningún rastro, desaparecidas sus huellas por la perenne y torrencial cascada de agua.

Al mediodía siguiente pude observar los destrozos de una avalancha en el bosque. Me temí lo peor…

El desfiladero adquirió anchura paulatinamente y tras el ocaso, acampé, totalmente desalentado. Encendí una pequeña hoguera y reflexioné sobre mi situación y la decisión que tomaría en cuanto el alba saludara al nuevo día.

Apenas despuntaron las primeras luces en el este, partí hacia occidente. Estaba decidido a llevar hasta el final esta empresa. Atravesé las montañas y penetré en los yermos páramos de la tundra de Vanaheim.

Pasa a 73



207

Conservaba la espada y el cuchillo, el calzado y jirones de mi capa. Me puse en pie y busqué un lugar a cubierto donde lamer mis heridas. El panorama era horriblemente desalentador. Frío, hambre, mi cuerpo en un estado penoso, el aliento del acoso de las manadas de lobos en mi nuca y sus colmillos en mi garganta. Arrebujado en una oquedad que excavé entre unos peñascos pasé la noche masticando mi autocompasión.

Pude encender un fuego con algunas ramas, y me enrosqué  formando un ovillo mi cuerpo, apurando las últimas luces y débil calor del crepúsculo.

Cuando apareció el sol, desgarrando con sus tibios rayos las nubes grises, desterró los fantasmas de la noche, calentó un poco mis huesos y mi ánimo. Me armé de valor y trepé por la ladera de la montaña.


Sufres 1 p. de Daño si tu constitución es =<1
Pasa a 73




208

Salté a un lado y el filo del hacha partió en dos una piedra. Le herí con un golpe circular en un costado, pero eso no hizo más que enfurecerle. Se aprestó a un nuevo asalto, mi espada osciló fugaz e implacable hacia su brazo al que no pude cercenar debido al volumen del mismo. Tuve un descuido o no creí que respondiese tan rápido y me atizó un duro golpe en el pecho con el mango de su arma. Su hacha vibró en el frío aire de la alborada y sesgó parte de la armadura de cuero a la altura del torso, llegando hasta mi carne donde dejó una larga marca roja pero no muy profunda.

Me fui hacia atrás viendo que se abalanzaba una vez más. Opuse la espada que atravesó por el propio impulso del gigante su estómago. Empujé con fuerza hacia arriba y más adentro, y le hundí el cuchillo en el corazón.

Me faltaba el aliento, mi pecho subía y bajaba aprisa, el corazón desbocado como un corcel de Aquilonia.

Anota 1 p. de Daño

Pasa a 167



209

Levanté, alarmado,  la cabeza. El aire me trajo el penetrante aroma que emanaba de la tierra mojada, la fragancia de las hojas de los árboles, del agua que corría en las torrenteras. Pero algo más, el acre olor a sudor, a pieles mal curtidas, más allá, inconfundibles, próximos.

Di la voz de alarma, desenvainé con presteza y una flecha casi me roba un trozo de la oreja derecha. Otro dardo silbó y cerca estuvo de acertarme en la pierna; un tercero hirió a Whosoran en la pierna.

Al momento aparecieron más allá de las sombras del follaje un grupo de guerreros rubios, de tez pálida y ojos verdes, enarbolando sus hachas y escudos y gritando. Justo tuve el tiempo de agacharme a un lado, esquivando un hachazo y de un tajo semicircular rajé el estómago del primero de ellos.

Pasa a 93



210

Los tres enormes lobos saltaron sobre nosotros con una mueca de terrible crueldad en sus hocicos. Dos continuaron su carrera hacia el interior de la tormenta mientras el tercero se abalanzaba con sus fauces abiertas, igual que prensas de quebrantar huesos. Saltó la fiera e interpuse el acero entre mi garganta y la bestia. Me golpeó con dureza en el  torso, me derribó y hombre y animal chocamos contra el suelo, justo en el borde de una de las fisuras. Estaba convencido de que había hundido más de un palmo de la hoja de mi arma entre las costillas de la fiera, que no reparó en ello ni dio muestras de dolor ni refrenar su empuje.

Haz una tirada de Agilidad, Dificultad 2

Si tienes éxito, ve a 134
Si fallas, ve a 67












































HOJA DE PERSONAJE




CARACTERÍSTICAS Y HABILIDADES

ATLETISMO:……………………… _

ARMAS CUERPO A CUERPO:…           _

COMBATE SIN ARMAS:         ………. _

ARMAS DE PROYECTILES:…… _

CONSTITUCIÓN:………………..  _

PERCEPCION:……………………… _

REFLEJOS:…………………………. _

AGILIDAD:…………………………. _

VOLUNTAD:……………………….._

COMUNICACIÓN:…………………._

CABALGAR:……………………….. _

EXPLORACIÓN:………………….. _


EQUIPO

Empiezas con tu espada, cuchillo, arco y 15 flechas –en caso de que cumplas las condiciones necesarias para ello-, cuerda, manta, raciones de comida, un par de antorchas, útiles para hacer fuego, mochila (con diez espacios, ocupados la mitad de ellos por los anteriores cuatro objetos) y un caballo. Durante el transcurso de la aventura encontrarás más cosas que debes ir apuntando aquí, así sabrás siempre cuales son tus posesiones.







NOTAS








DAÑO






SUERTE, FORTUNA

2 comentarios:

  1. He jugado tres o cuatro veces. Me gusta, aunque es un poco engorroso el cambio de página (ya se que te gustaria haberlo hecho con hipervínculos XD )

    En cuanto a la historia, nada que objetar. ¿Existen suficientes finales? Siempre me ha tocado el mismo...XD

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  2. Gracias, Luis, por tu comentario. Cierto que es algo "coñazo" el pasar de una página a otra. Se me ocurre que se puede solucionar con dos páginas abiertas del blog, una de cada parte.

    En cuanto a los finales, en el borrador creo recordar que había cinco o seis. En la edición final me parece que lo dejé en tres con posible continuación y otros varios donde no acababa bien el protagonista... Digo me parece porque ya no lo recuerdo...Qué desastre.

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