viernes, 6 de enero de 2012

librojuego Crónicas Mercenarias -Hielo y Acero, 1

CRÓNICAS MERCENARIAS: HECHICERÍA Y ACERO

                  Librojuego

Autor: Enrike


Gracias al apoyo de: Iasbel, Ragman, Hida, Drakkon, Lordazzun, Thorontil y Capiosca.




INTRO

Aventurero y mercenario, llevaba tres meses el servicio del conde Lambio, en la ciudad de Meshken, al sur de Khoraja. Pertenecía a su guardia personal, y aparte de alguna refriega con ladrones y bandidos shemitas, mi trabajo era relajado. Tenía una buena paga, preciosas compañeras de cama, y buen vino y mejor carne que llevarme al gaznate y al estómago. Allí trabé amistad con otros veteranos aventureros, con los que pasaba el día entre bromas, y las veladas contando historias. Ciertamente, después de haber viajado por Corinthia, Khaurán, Koth, Shem e incluso Argos, contratando mi brazo y espada mercenarios por una bolsa de oro, la fatiga de tanto vagabundeo la acusaban mis huesos, y este puesto era un regalo del destino. El destino, el azar, quien sabe, que hizo que la aurora me encontrase un día a las puertas de Meshken.

El conde era un hombre cabal, sensato, justo. Antiguo soldado en Khoraja, Koth, Turán y Shem, en este último país escaló posiciones llegando a capitán de la guardia de la ciudad de Eruk. Su habilidad con el acero, su arte para la guerra, su justicia y moral, le hicieron granjearse muchas amistades y también un buen puñado de enemigos. Amasó una fortuna y acabó por retirarse a su lugar de nacimiento,  con su esposa y cuatro hijos, en una gran hacienda cuyo centro era un magnífico palacio con jardines, estanques, árboles de todo tipo entre los que no escaseaban los frutales, y extensas zonas de cultivo. Contaba con un numeroso contingente de hombres y, de hecho, él representaba al gobierno en esa zona y sus tropas junto con las de otros ricos terratenientes se ocupaban de vigilar la frontera. Pronto entablamos una cierta amistad, guardando las distancias, eso sí, pues el conde era un tanto seco y parco en palabras. Su hija mayor, una codiciosa mujer, residía en Belverus, capital de Nemedia, casada con un gordo, grasiento y enormemente adinerado tipo, de alguna influencia en la corte; su hija también estaba engordando, y hacía dos años que no la veía. Su segundo vástago era un joven inteligente, sensato, reflejo de su padre, al servicio de la reina de Khoraja. La tercera hija, Maclo,  una belleza sin igual, un rostro labrado por los dioses y un cuerpo que para sí quisiera Isthar. Alegre, decidida, jovial y afable. Apenas crucé un par de frases con ella pues a los tres días de mi inicio como guardia ella marchó a visitar a su hermana mayor, Iscla. El último retoño era un cabeza loca, inútil para las armas, mujeriego, cobarde y sin sangre en las venas.

Y aquí estaba yo, cepillando mi negro corcel con tranquilidad y algo de mimo, cuando la noticia de la desaparición de Maclo nos sorprendió a todos.



Tienes entre tus manos un ejemplar de librojuego. No se trata de un libro al uso donde se relata una historia, una aventura o un cuento que vas leyendo una página tras otra y donde los acontecimientos les suceden a los personajes de dicha historia. Aquí el (o la) protagonista eres tú,  es a ti a quien ocurren los hechos narrados, eres tú quien toma y realiza las decisiones y acciones que te hacen avanzar en la aventura. Para ello, el librojuego lo componen multitud de secciones y deberás elegir una opción de las señaladas al final de cada texto para continuar en la siguiente sección. Esas elecciones serán las que marquen el desarrollo de tu historia, de manera que cada vez que leas la aventura será distinta dependiendo de lo que hagas, de tu suerte, y del destino.

Debes preparar un lápiz y dos dados de seis caras. Los dados se usan, entre otras cosas, para resolver algunas de las acciones que hagas en el transcurso de la aventura, y de su resultado dependerá si tienes éxito o fracasas.

  
CREAR TU PERSONAJE

Ya has leído que encarnas a un aventurero, un mercenario, embarcado en la búsqueda de una joven secuestrada, en tierras de Hyboria, el legendario mundo de las historias de Conan. Antes de empezar, el primer paso es definir cómo será tu personaje, para ello tienes una serie de características y habilidades en la lista  expuesta más abajo a las que hay que asignar una puntuación que determinará en qué es mejor o no tanto y anotarlas en la Hoja de Personaje, que se encuentra al final de la segunda entrada. Por ejemplo, una alta puntuación en Atletismo le dotará de muchas posibilidades en conseguir el éxito en acciones que requieran fortaleza física, correr, trepar, saltar, levantar pesos, etc. En Constitución resistirá bien distintas condiciones climatológicas,  hambre, sed, enfermedades, efectos de venenos o aguante ante las heridas y daños físicos diversos. Cada vez que empieces la aventura puedes modificar estas características con lo que tu personaje será distinto y podrán conducirle a situaciones diferentes.



CARACTERÍSTICAS Y
HABILIDADES

Aquí tienes la descripción de las doce que se usan en este librojuego:

ATLETISMO: Define la velocidad, fuerza, potencia.

ARMAS CUERPO A CUERPO: La habilidad de combatir con espadas, cuchillos, hachas, etc.

COMBATE SIN ARMAS: La capacidad de luchar sin armas, eliminar a enemigos de forma rápida y eficiente únicamente con tus brazos, manos, piernas y pies –y si se tercia con la cabeza o los dientes-.

ARMAS DE PROYECTILES: Determina el uso del arco, o cualquier arma a distancia.

CONSTITUCIÓN: Define la resistencia a las ccondiciones climatológicas adversas y extremas, esfuerzos físicos de larga duración,  hambre, sed, enfermedades, efectos de venenos, aguante y capacidad de recuperación ante las heridas y daños físicos diversos.

PERCEPCION: La agudeza de tus sentidos, incluido el de observación, como reparar en detalles que por lo común son desapercibidos.

REFLEJOS: Tu capacidad de reacción y movimientos rápidos en respuesta a un estímulo sentido o percibido.

AGILIDAD: Lo bueno que eres al esquivar o al deslizarte o moverte por lugares inaccesibles, estrechos o de difícil paso.

VOLUNTAD: Es la facultad de sobreponerse a las dificultades, de llevar a cabo los objetivos trazados, o resistirse a influjos mentales, hipnóticos o mágicos.

COMUNICACIÓN: Tu capacidad de diálogo, de negociar y convencer a la gente, de que confíen en ti.


CABALGAR: Habilidad que describe lo bueno que eres a caballo, incluso en combate.

EXPLORACIÓN –incluye rastrear y supervivencia- : Es la capacidad de sobrevivir en terrenos hostiles, encontrar comida, agua, rastros, huellas, refugios, cazar, orientarse.


Todas ellas tiene el nivel 0, que sería el normal. Un +1 es que ya destacas en esa habilidad o característica  y +2 es que eres bastante bueno; con -1, flojeas y -2, digamos que eres un tanto inepto en esa capacidad. Tienes 8 puntos para repartir con todas ellas, entre 1 y 2. Luego, si quieres (es una opción), toma 3 puntos más, como máximo, para subir tus puntuaciones, restándolas de otras habilidades, de forma que algunas de ellas serán negativas. Pero recuerda que ninguna puede exceder del +2 ni del -2. Existen algunas salvedades: Atletismo y Armas Cuerpo a Cuerpo deben de tener un mínimo de +1 y Constitución no puede ser negativa (eres un mercenario, ¿recuerdas?) y si quieres llevar arco y flechas la habilidad de Armas de Proyectiles ha de ser mínimo 0. Por otra parte, solo puedes tener +2 en tres características. Antes de usar estos tres puntos mira la sección dedicada a la suerte o fortuna.

Anota tu puntuación en la Hoja de Personaje.






EQUIPO


En este apartado de la Hoja de Personaje anotarás los objetos que tienes. Empiezas con tu espada, cuchillo, arco y 15 flechas –en caso de que cumplas las condiciones necesarias para ello-, cuerda, manta, raciones de comida, un par de antorchas, útiles para hacer fuego, mochila (con diez espacios, ocupados la mitad de ellos por los anteriores cuatro objetos) y un caballo. Durante el transcurso de la aventura encontrarás más cosas que debes ir apuntando aquí, así sabrás siempre cuales son tus posesiones.


NOTAS

Esta sección de la Hoja de Personaje te servirá para anotar y borrar ciertos acontecimientos que te sucedan en tu aventura siempre que el texto te indique que lo hagas. Acuérdate de ello, es muy importante.


CHEQUEOS, PRUEBAS, LANZAMIENTO DE DADOS.

Habrá momentos en los cuales tendrás que realizar una acción de cierta dificultad cuyo resultado sea susceptible de acabar en fracaso. Entonces deberás hacer una tirada o lanzamiento de dados, una prueba o chequeo de tus habilidades y características. Para esto se usan los dos dados de seis caras (2d6), uno positivo y otro negativo, que representan el azar. Cuando hagas la tirada, el resultado es el del dado de menor valor y luego le pones el signo (-3, +4, te quedarías con el -3 y en -6, +5, con el +5). Si ambos dados señalan el mismo número, el resultado es cero. Pero en este librojuego los atributos del personaje predominan sobre el azar, de manera que el resultado se divide entre 2, redondeando hacia cero, así que conforme a los ejemplos anteriores, el -3 quedaría como 1 y el +5, un 2. De esta manera los resultados quedarán en la franja del +2 al -2; es lo que se llama una dispersión baja.

Este resultado debes sumarlo a las características de la prueba y si el total es igual o mayor que la dificultad, tienes éxito; en caso contrario, fallas. Por ejemplo, el texto te dice que tienes que salvar un foso, con una tirada de Atletismo, dificultad 2. En esa habilidad tienes +1, y cuando lanzas los dados obtienes un +2, -4; el resultado sería +1 (el 2 se divide entre dos). El resultado total quedaría así: +1 de Atletismo, +1 del lanzamiento = 2, con lo que igualas la dificultad, de forma que, aunque algo justo, logras alcanzar el otro lado del foso.

Otro ejemplo. En un combate se te pide que hagas una prueba de Armas Cuerpo a Cuerpo + Agilidad, dificultad 3. En la primera habilidad tienes +2 y en Agilidad +2, un total de +4. Tiras los dados y sacas +4,-3; con lo que obtienes un -1. El total queda así: +4 de las características, -1 de los dados = +3. Igualas la dificultad y tienes éxito.

Puedes hacer uso de éxitos y fracasos automáticos, pero esto debes decidirlo al principio de la historia. Se les llama también críticos o pifias, el doble 6 es un éxito total, y el doble 1, un fracaso estrepitoso. En estos casos no tienes que sumar la puntuación de dados con características, aciertas o fallas directamente. En el ejemplo primero, el del foso, si te hubiera salido el doble seis, es un éxito sin preocuparte de nada más. El doble uno hubiera representado que caes al agujero.  

Si lo prefieres puedes utilizar dos dados de cuatro caras, evitas la división con ellos. El éxito automático sería un resultado de +4, -3, y el fracaso +3, -4.


DAÑO

Durante tus peripecias, muy posiblemente recibas heridas o daños debidos a combates, caídas, venenos, etc., el texto lo indicará. Comienzas sin daño alguno, claro está, y tienes que anotar el que sufras en el apartado correspondiente de tu Hoja de Personaje. El máximo de Daño que puedes soportar es de seis, si llegas a él, estás muerto.

Este Daño tiene consecuencias en tu estado físico y mental. Con 1 no pasa nada, pero de 2 a 3, padeces una penalización de -1 en las pruebas a las que te enfrentes. De 4 a 5, la penalización será de -2. Y con 6…pues ya sabes.

Por otra parte, también te irás recuperando de este daño durante la aventura, el texto te lo señalará.




SUERTE, FORTUNA

Los avatares de esta vida a veces nos sonríen y otras no y en ocasiones se puede forzar esa suerte a nuestro favor. Aquí, si usas los tres puntos extra de las Características para tu Fortuna debes hacerlo de la siguiente manera: antes de una tirada de dados especialmente conflictiva toma un punto –y solo uno-, y súmalo al resultado de tus habilidades más el de los dados. Bórralo luego de este apartado de la Hoja de Personaje. Tal vez gracias a esto hayas superado esa peliaguda situación.

Y, si ya lo tienes todo claro y tu personaje preparado, adelante con la aventura.





















Prólogo


Anochecía, los últimos rayos del sol moribundo teñían el cielo de un malva sucio sin estrellas. El valle umbrío que se avistaba desde la colina boscosa, y en particular los jirones de humo que ascendían perezosos nos animaron un poco, pues tal vez encontrásemos la oportunidad de dormir bajo techo y no al raso como las tres últimas noches. Me sentía muy cansado, aterido de frío; me acaricié la barba descuidada recordando los pasos que me condujeron hasta aquí, en el Reino Frontera.

La información del rapto de Maclo golpeó como un mazazo el corazón del conde y de su esposa, Istana, una mujer pequeña e inquieta, siempre en movimiento, de carácter severo. Un mensajero contó que en el viaje de vuelta, a dos jornadas de Belverus, fueron atacados por traficantes de esclavos. Él pudo escapar de milagro, perdiendo un ojo y dos dedos de la mano izquierda. El pobre soldado sufrió toda una odisea para llegar hasta Meshken.

Formé parte del grupo de hombres que el conde envió raudo al rescate de su hija, capitaneados por él mismo. Cabalgamos hacia el norte, recorriendo el Camino de los Reyes, Koth, Corinthia, Nemedia, y perdido algunos componentes de la partida debido a un par de encuentros con bandidos durante el camino. En Belverus nos detuvimos lo justo para que el conde Lambio visitara a su otra hija, y allí, en el mercado de esclavos de esta capital, sonsacamos alguna información, cuya pista nos condujo hacia el norte. Poco antes de alcanzar la ciudad de Hanumar, el conde sufrió una mala caída desde la grupa de su montura al atravesar una escabrosa y empinada vereda, rompiéndose una pierna. No le quedó más remedio que regresar a Belverus acompañado de dos hombres, dejándome a mí como “responsable” de la expedición.

Galopando hacia el norte, los caballos se resentían de las cabalgatas y del pésimo tiempo, lluvioso, acompañado de gélidas ráfagas de viento.  La esperanza de localizar a Maclo antes de penetrar en el Reino Frontera se desvanecía cada vez más en nuestros corazones apesadumbrados. ¿A dónde diablos la llevaban? Sabíamos que la chica compartía tan aciago y detestable destino con otras mujeres jóvenes y hermosas, tal vez para ser vendidas a los hiperbóreos. ¿Qué maltratos habría sufrido la joven, qué violencias? Al menos, por la información de que disponíamos, continuaba con vida. Yo intuía que sí, una extraña sensación en lo profundo de mi pecho así me lo decía.

Pasa a 1



1

Descendimos la colina despacio, y pronto nos internamos en la pradera que conducía hasta el valle. Bazag, que poseía ojos de halcón, alma de ladrón y corazón de guerrero, un shemita vagabundo que no resultaba mal tipo, silbaba despreocupadamente, con la sonrisa divertida que iluminaba su rostro cada vez que Acherus y Whosoran se enzarzaban en una de sus eternas discusiones. Acherus, antiguo caballero despechado del mundo y de los hombres, ahora vendía  su espada a un precio que demostraba la valía de su brazo, pero continuaba procesando las virtudes y prejuicios de su cuna, por lo que no soportaba las maneras brutales y groseras de Whosoran, un turanio de cuello de toro al que llamaban el Estrangulador. Yo, confiaba en que no llegasen a las manos, lo cual no sería extraño tarde o temprano.

El telón oscuro de la noche cayó de súbito sobre las tierras del Reino Frontera,  las cimas de las montañas al noreste solo eran una fina línea oscura apenas perfilada en el cielo cubierto de tinieblas. El silencio, igual que el frío impalpable, etéreo más que una sensación física, se colaba hasta el tuétano de los huesos, hasta lo profundo del alma. Los caballos relincharon inquietos, me arrebujé en mi capa, intimidado por una opresiva sensación indefinible que procedía de esta tierra extraña.

- No es más que este maldito clima de este maldito país. Será peor cuando crucemos a Cimmeria –señaló Sablen, aquilonio de músculos de hierro y decisión inquebrantable,  rompiendo el silencio-.

-Tal vez encontremos  antes a la chica –comentó Keito-.

Nadie le respondió.

Keito era un hyrkanio huraño, protestón y nada fiable, cuya única preocupación era su propio pellejo. Al menos resultaba un excelente arquero.

La monotonía de la planicie acabó y penetramos en el valle. Una ligera niebla lo cubría igual que un manto fúnebre, y nos guiamos por aquellas débiles fumarolas hasta dar con el sendero que llevaba a un pueblo cuyas mortecinas luces se veían a lo lejos. Nos detuvimos delante de un alto poste donde colgaban dos cadáveres boca abajo devorados por los cuervos, que no invitaban precisamente a confiar demasiado en la hospitalidad de la población. Esto era algo habitual en algunas poblaciones, una advertencia para ladrones y asesinos. Brevea, la única mujer del grupo, una amazona bajita de hirsutos cabellos rojos y cara pecosa, a la que le gustaba contar historias –y a mí, escucharlas-, tomó en su puño la cruz de Mitra que colgaba de su cuello. Miré a los dos desgraciados, poco más que jirones de piel y hueso. Sablen y  Bazag fueron partidarios de arriesgarse, mientras que Acherus y Keito preferían pasar de largo. A Whosoran le daba igual, y Brevea y Thel, el kushita de piel de ébano, parco en palabras igual que una sepultura, no abrieron la boca; así que mi decisión decantaría la balanza.

Si decides entrar a la aldea, pasa a 30
Si prefieres no hacerlo, pasa a 8



2

Lo que tenía que pasar, pasó. Allí mismo la apoyé contra la cabaña, la sujeté por sus caderas y ella entrelazó sus piernas igual que una serpiente alrededor de mis riñones. Fue rápido, agresivo, salvaje. Besé sus turgentes senos y bebí de sus pezones. La chica gimió y yo aullé como el lobo.

Desperté sobre mi lecho, con el sonido sordo y pesado de un enorme martillo golpeando el yunque en el interior de mi cabeza y apenas recordaba lo sucedido la otra noche. Nos despedimos de esta gente y la ardiente cimmeria me regaló un collar de dientes de lobo que puso alrededor de mi cuello. Mis camaradas gastaron bromas a mi costa, según supe ninguno de ellos tuvo la agradable experiencia nocturna que disfruté yo.

Anota Collar de dientes de lobo.

Pasa a 55


3

Amanecía cuando dejamos atrás el valle. ¿Qué era ese lugar?, me preguntaba una y otra vez. Un pozo donde las pesadillas cobraban vida, un abismo creado con las artes negras de un hechicero demente. No lo sabía, pero tenía muy claro que jamás regresaría a esta podrida zona del mundo.

La travesía continuó hacia el oeste, bajo un cielo gris desierto de nubes, a través de un bosque donde languidecían árboles despellejados para dar paso luego a áridas colinas. Nos encontramos después con una cañada rocosa, sinuosa, bordeada por muros bajos de bloques de granito. Más tarde nos adentramos en una terrosa llanura, oscuro paisaje donde la muerte sonreía silenciosamente: a lo largo del camino la planicie estaba sembrada de troncos delgados de cinco metros de altura, arriba de los cuales había suspendidos cadáveres en diferentes estados de descomposición, hombres, mujeres e incluso niños, colgados de sogas con los cuellos partidos,  devoradas las cuencas de los ojos por golosos cuervos que graznaban como si nos insultaran por perturbar su festín. Sin duda víctimas de las continuas guerras y bandas de saqueadores que asolaban este país desde el norte, desde la siniestra Hiperbórea, ¿o se trataba de algo más oscuro y terrorífico? No pude reprimir un escalofrío, igual que le sucedió al resto, nos recorrió un estremecimiento a lo largo de la columna vertebral.

El horripilante espectáculo se mantuvo al menos durante un kilómetro, mientras el viento repiqueteaba en los esqueletos podridos entonando una fúnebre letanía. Cambió el escenario y un arroyo rugiente nos guió hasta otro llano donde las aguas se calmaban. Después se hundía en un barranco que nos condujo peligrosamente por el angosto desfiladero siempre al oeste.

Anota que has estado en la Posada de las Cabezas, y pasa a 82



4

Parecía perdido, el interminable camino, siempre hacia el oeste, sin encontrar apenas vida alguna; casi deseaba que apareciese de pronto una grupo de vanires y morir combatiendo contra ellos. El frío mordía con saña cada centímetro de mi cuerpo, el viento no cesaba de bufar, me estaba volviendo loco.

Después de varios días, las planicies heladas comenzaron a remitir y tímidas plantas y raquíticos arbustos dispersos salpicaron la blanca superficie, dando paso poco a poco a la tundra; despistadas liebres de las nieves asomaban la cabeza desde sus escondrijos en contadas ocasiones lo que me ofreció la oportunidad de darles caza.

Anota “Vanaheim a Caballo”.

La aventura continúa en “Crónicas Mercenarias: Maclo”.
5


El sol estaba alto en su recorrido diario hacia occidente, cuando con aire taciturno trepábamos por una trocha la empinada cuesta de una ladera. Nos faltaría media jornada para coronar su cumbre para después emprender el descenso y adentrarnos en el país helado de los vanires y, más allá, en la distante taiga que deberíamos cruzar.

Daño: Recuperas 1 + Constitución, de Daño.

Lanza 2d6

Si el resultado es de 1 a 6, pasa a 136
Si el resultado es de 7 a 12, ve a 61



6

En un instante el acero franqueó la delgada línea que separa la vida de la muerte. Yacían los cadáveres aquí y allá, sombras inertes en las que la esencia vital dejó de animar. El olor ferruginoso de la sangre sustituyó a los propios del bosque violado por los hombres, las aves no entonaban canción alguna, las ramas dejaron de silbar su melodía monótona. El viento murió en una última ráfaga que hizo estremecer a más de uno, tintineando pequeñas piezas metálicas, la fugaz letanía de despedida a los que vivieron y murieron por las armas. Los cimmerios se liberaban y daban cuenta del último soplo de vida de algunos de los vanires. Me incliné junto al cuerpo sin vida de nuestro compañero, su mirada velada, perdida y vacía de toda emoción. Le bajé los párpados y elevé una callada plegaria por su alma. Keito me increpó:
- ¡Se combate cuando no hay otra elección! Muerto uno más, ¿estás contento? Esto era innecesario. Somos estúpidos y moriremos todos.

- Él quiso hacer esto. Sabía a lo que se exponía, igual que tú o yo. Murió como un guerrero.

Acherus le dijo que se callase, y enterramos al camarada perdido. Los lúgubres cimmerios agradecieron nuestra acción, no comprendíamos su idioma, apenas unas palabras,  uno de los bárbaros hizo de intérprete, entendía algo de nuestra lengua. Consideraban la acción una deuda de honor, nos entregaron un brazalete a cada uno con la cabeza de un oso grabada, distintivo de su clan, siempre seríamos bien recibidos en su aldea. Los pocos guerreros escoltarían a las mujeres y los niños.

Nos marchamos y los dejamos colgando los cadáveres de sus anteriores captores en lo alto de las gruesas ramas, carroña para las bestias del bosque. Atrás quedaron los vanires muertos, y el cuerpo sepultado de nuestro camarada. La tribu de los cimmerios regresó a su aldea saqueada e incendiada.

Anota Brazalete cimmerio.
 
Pasa a 31



7

Te recuperas de todo el Daño.

Una tarde, cuando ya los rayos del sol morían tiñendo de malva el horizonte níveo, se me presentó la oportunidad de cazar una gran pieza que me permitiría alimentarme durante varios días. La silueta de un reno pastando tras unos arbustos se perfilaba parcialmente no lejos de donde me encontraba y justo en dirección contraria al viento.

Si tienes un arco, pasa a 198
Si no lo tienes, pasa a 174



8

Nos olvidamos de adentrarnos en semejante lugar y proseguimos un buen trecho hacia el oeste, acampando al resguardo de un peñasco. La noche fue tan penosa como el día anterior y al alba ya atravesábamos un páramo yermo con un escenario desolador que ponía la carne de gallina: la niebla se arremolinaba densa a nuestros pies, cubriendo la llanura terrosa, árida, de hierba mustia amarillenta sembrada de calaveras y trozos de esqueletos esparcidos, como frutas podridas nacidas de pesadillas delirantes, o clavadas en estacas formando una hilera que parecía señalar nuestro camino. Sin detenernos apenas avanzamos perseguidos por el susurro de gritos silenciosos raspando en los oídos, un salmo imposible, un coro infernal surgido de las gargantas huecas de cráneos apilados como cascotes de un mundo destruido. ¿Qué tierra era esta preñada de semejantes horrores? Sin duda eran víctimas de los continuos asesinos y señores de la guerra que asolaban este país desde el norte, desde la siniestra Hiperbórea, ¿o se tratada de otra cosa más siniestra y oscura?

Las montañas se ensombrecieron por nubes de cieno cargadas de malos presagios, el breve día se enfrió con el viento que soplaba del norte y cayó la noche como el telón sobre una obra pésima de teatro; allá enfrente la odiosa llanura terminaba de forma abrupta cortada por la gran cordillera de alturas nevadas.

Pasa a 82



9

Mi acero chocó con la espada del andrajoso cerdo, rechinaron las dos hojas, probó un golpe circular, que esquivé por centímetros. El suelo estaba mojado, resbalé, con lo que tuvo la oportunidad de ensartarme como a un pollo; detuve su estocada oponiendo mi espada, le propiné un puntapié en la rodilla, ganando así unos segundos. Se lanzó a por mí igual que un toro, me incliné y con la cabeza agachada golpeé en su estómago; salió despedido por encima de mi espalda. Cayó dando tumbos hasta chocar contra la chimenea, se desparramaron los troncos y las brasas pronto prendieron fuego al local.

Pasa a 17



10

Haz una tirada de Percepción, Dificultad 3

Si tienes éxito pasa a 184
Si no, sigue leyendo

El agua estaba helada. Saqué la mano sumergida agitándola, mordida por el tremendo frío. El desamparo y la desesperación se pintaban en nuestros rostros. Examinamos la gruta pero para nuestra congoja no hallamos ningún otro túnel.

- Solo veo esta salida –dije observando el estanque-.

- ¿Qué dices?, ¿Te has vuelto loco?

- Mirad a vuestro alrededor. Estamos condenados a morir de hambre o a matarnos para sobrevivir un poco más. El encierro nos llevará a la locura. Solo veo dos posibilidades, nos degollamos ahora o nos metemos en esas aguas. Quien sabe, tal vez comunique con otro lago, otra cueva. Las aguas subterráneas tienden a ello. Y si no, pues acabamos rápido con todo esto.

Me miraron, se miraron entre sí. Entre sorprendidos, angustiados. El temor y la incomprensión dieron paso a la certeza de lo que les exponía. Asintieron con la cabeza. En mi interior pensaba que moriríamos al poco de sumergirnos en el agua, pero no quería ver a mis camaradas víctimas de la inanición y la demencia.


- La desesperación lleva al hombre a cometer actos desesperados –señalé-. Buena suerte, amigos.

Estreché sus manos, cruzamos las últimas miradas preñadas de complicidad y tomé aliento, todo el aire que pude, me senté en el borde apretando los dientes cuando sumergí las piernas.

Me zambullí.

Pasa a 35



11

Los dos aceros se estrellaron con un golpe sordo cuyos ecos reverberaron en el bosque.  Volví a la carga y mi espada acarició su vientre, luego detuve una bestial descarga de su hacha que me tiró hacia atrás; mejor hubiera hecho esquivándola. 


El resultado fue que me desequilibrara, recibiera una patada en la rodilla y un brutal golpe con el extremo inferior del hacha en la cara. Mi sangre manchó el suelo tapizado de nieve. Aturdido, aún tuve regaños para girar la espada de cara a mi contrincante. Entonces recibí un puñetazo en la oreja izquierda, en el parietal, con tal fuerza que casi pierdo el sentido. Me zumbaba el oído igual que si tuviese un enjambre de avispas allí dentro. Vislumbré a tiempo el definitivo hachazo que iba a propinarme, me agaché, a la vez que seccionaba la carne detrás de su rodilla y cuando se resintió del corte le clavé la espada en la ingle embistiendo hacia arriba dos palmos de muerte feroz. 


Se desplomó cuan largo era y al segundo siguiente ya tenía a otro barbudo rubio que me amenazaba con su arma dispuesto a rajarme el cuello.

Anota 1 punto de Daño.

Haz una prueba de Armas Cuerpo a Cuerpo + Atletismo, Dificultad 2

Si tienes éxito, pasa a 203
Si fallas, pasa a 164



12

Fue una bendición que mi caballo estuviera allí mismo, más sabio que yo supo encontrar el lugar idóneo con menos riesgo. Monté de alguna manera y lo guié, o él a mí, hasta el extremo opuesto.

Tiritando de forma constante, completamente congelado, me refugié bajo un pequeño saliente de una elevación del terreno pedregosa y cubierta de nieve. Pude encender un fuego con algunas ramas, me quité la ropa y me eché la manta encima.

Sufres 2 p. de Daño,  por el intenso frío, tanto del agua que te ha dejado casi congelado como por el de la noche. Réstale tu puntuación en Constitución y será el total de Daño que recibes.

Pasa a  73



13

Embestí al  grueso tabernero; fue como golpear a una roca, mi hombro se resintió, y después recibí un puñetazo tal que sentí mi cerebro agitarse dentro de mi cráneo. Apenas vi sombras sobre mí revolverse, el fulgor del acero, la sangre, las maldiciones de mis camaradas. Lo último que recuerdo fue al posadero herido en el pecho y en el brazo, no se inmutaba, y cómo arrancó la cabeza de Thel con sus cadenas. Luego me desvanecí en un mar de oscuridad.

Recibes 1 punto de Daño

Pasa a 28



14

En el pequeño claro los aceros rechinaban en cada golpe, chasqueaba la carne y el hueso cortados, el horrible sonido de la mutilación, el dolor causado y la crueldad desatada por hombres cuya profesión y forma de vivir era la violencia y la guerra.

Flexioné las piernas, la espada del marcado con la cicatriz describió un círculo sesgando nada más que aire frío de las montañas y la punta de mi hoja penetró su vientre. Imprimí tal fuerza que el filo apareció por la espalda chorreando sangre y trozos de tripas.
Con un enérgico tirón extraje la espada y pude apartarme por un centímetro del acero del hacha, finté una segunda vez  y de un brutal espadazo que no pudo detener ni siquiera presentir, la fea cabeza del grandote rubio se separó de su musculado cuerpo.

Me faltaba el aliento, mi pecho subía y bajaba agitado, el corazón desbocado como un corcel de Aquilonia.

Pasa a 167



15

Cuando cesó la tormenta por completo, que en realidad se marchó tan repentinamente como llegó, encontré la tierra abierta en muchas zonas y ya cerrada en otras. Hallé sangre, armas, alguna mochila, un escudo. Ni rastro de los lobos o de la Señora de las Taigas. Ni de caballos, ni compañero, engullidos por las fisuras, para siempre sepultados en las simas profundas emergidas por la magia negra. Voceé largo rato y busqué sin esperanza alguna pues conocía en mi interior que me había quedado solo.

Pasa a 73


16

A la vez que yo sufría una experiencia que jamás podría olvidar, Acherus se abalanzó contra el tabernero, la mano de hierro de este sujetó la hoja de su espada mientras la otra giraba la cadena. Thel  trazó un arco plateado con su cimitara y cortó el brazo del tuerto. La cadena se enroscó en la muñeca del kushita, tiró de ella y Thel dio con sus huesos en el suelo. El hacha de Whosoran destrozó el pecho del posadero, que ni se inmutó, lanzó hacia atrás al turanio de un empellón, y buscó con la mirada a Thel. Este se quedó paralizado por aquellas pupilas siniestras y brillantes y ni siquiera fue consciente de cómo los eslabones de metal le agarraban por el cuello. Un nuevo tirón y la cabeza acabó por desprenderse del cuerpo con un crujido estremecedor. Cayeron las monedas de la bolsa a la tierra desde la mano laxa del mercenario de ébano.  El posadero se echó a la espalda la cabeza de nuestro malogrado camarada, y se largó silbando. El cuerpo de nuestro compañero se derrumbó sobre el piso ensangrentado. Otra muerte más, la de Thel, en este caso de manera infame e incomprensible, a manos de la brujería, de los diablos, de qué se yo. Nunca debimos entrar en este valle. Ya era tarde para lamentarse.

- Escuchad al prójimo la próxima vez.

Noté que era liberado del repugnante abrazo de la mujer. Fueron unos segundos que me parecieron una eternidad. No recuerdo si vomité, si caí de rodillas, o ambas cosas. La puta emergió de mi ser, de mi espíritu, por la espalda, siempre con esa sonrisa macilenta es su cara escuálida, sus pechos erguidos, chasqueando la lengua.

- Saciada, hombretón. Ha estado bien. Aquí  todo el mundo paga, antes o después.

- Tu nombre, dime tu nombre –le pregunté antes de que mi cerebro fuese tragado por las tinieblas de la locura.

- Olvidé mi nombre hace mucho. Dame el que tú quieras, va incluido en el pago –su sempiterna sonrisa mostrando las perlas de sus dientes.

Anota que sufres 1 p. de Daño.

Pasa a 28



17

La posada era pasto de las llamas. Crecían, danzaban, fogosas, alegres, como reos liberados de sus cadenas. Demasiado deprisa el fuego se extendió, otra anormalidad. Y la gente aquella no peleaba contra nosotros ni contra el fuego. Teníamos que salir de allí cuanto antes,  los parroquianos bebían de pie mientras las cobrizas llamas los devoraban, reían, reían, carcajadas hilarantes de un profundo absurdo estremecedor. Whosoran no tenía con quien combatir pues nadie luchaba, él insultaba, bramaba frases amenazantes y los demás le respondían con risas y brindis, aparentemente inmunes al abrasador calor. Realmente parecía una fiesta en su máximo apogeo, una celebración surrealista de pura locura. En ese momento entraron Bazag y Thel y entre los dos pudieron arrastrar afuera a Whosoran. Dentro quedaron los parroquianos, cantando y quemándose. Y las monedas también.

Pasa a 28



18

El metal del hacha silbó en mi oído, yo ya me había deslizado igual que un zorro hacia la espada, agarré su mango en el preciso momento en que el vanir me asestaba un contundente golpe con el escudo derribándome otra vez. Detuve su hacha con esfuerzo, destellaron chispas aceradas, repetí el ataque y el corpulento esclavista opuso su escudo a mi furia. Encajé una patada en el vientre y estuve a poco de que su acero me degollara: el hacha describió un semicírculo cortando la armadura de cuero a la altura del pecho, dejándome un buen tajo hasta el hombro. Se abalanzó otra vez, ese fue su error, bloqueé con el escudo a la vez que salí a su encuentro espoleado por el dolor, y mi espada atravesó su estómago. Empujé con violencia, hacia dentro y arriba, rajando la carne. Sus entrañas calientes tiñeron de rojo mi mano y brazo.

Se desplomó por fin y yo miré en derredor. La escaramuza hubo terminado, los vanires estaban todos muertos.  Sablen también, el brutal golpe de un hacha le había partido el corazón. Maldición. Me senté y alguien se ocupó de mis heridas.

Anota 2 p. de Daño

Pasa a  6



19

Chasquearon las cuerdas de los dos arcos, los proyectiles zumbaron surcando el gélido aire de las montañas, y  un centinela cayó abatido por la flecha de Keito; yo había fallado estrepitosamente, debido a que en ese momento el vanir se agachó, como si hubiese escuchado algún ruido. Dio la voz de alarma, lo busqué sin encontrarlo, oculto entre las altas matas de helechos. Keito tuvo más fortuna que yo y repitió otra diana. Reté a mi endemoniada fortuna y esta vez logré hundir el proyectil  en la cara de uno de esos perros.

Pasa a 42



20

Después de esa angustiante travesía el arroyo daba a la superficie por un agujero más angosto todavía. Emergí mareado, tosiendo, algunos de mis compañeros vomitaron.

Lo habíamos logrado. No podía creerlo.

El bosque y la noche se cerraban sobre nosotros. La nevada había cesado dejando un manto níveo sobre el mundo. Hacía un frío intensísimo y allá estábamos, sin caballos, con nuestras capas empapadas. Conservaba la mochila que dejé sobre la nieve. Tiritaba, agarré la manta medio mojada y me la puse encima. ¿Y ahora qué?

- Te seguimos –dijo alguien a mis espaldas.

Me seguían, ¿a dónde? Demonios.

Anduvimos un trecho, sacudidos por escalofríos, confundidos, ateridos de frío. Pudimos encender una ridícula hoguera, sentándonos a su alrededor, acurrucados unos contra los otros. Una estampa de pésimo patetismo. Nos dormimos, sin que nadie hiciese ninguna guardia, sin que nadie pensase en ello. Estábamos en el extremo del mundo, perdidos, medio muertos de frío. ¿A quién le importaba eso?

Nuestra imprudencia o confianza la pagamos al día siguiente. Ni siquiera hubo amanecido cuando cayeron sobre nosotros sin apenas darnos tiempo a desenvainar nuestras armas.

Recuerdo los gritos de batalla que precedieron al ataque. Después, la sangre de un amigo me salpicó la cara, otro se desplomó sobre mí con un tajo en la garganta. Logré detener una estocada con la espada, evité un hachazo y todavía fui capaz de lanzar un golpe circular y descabezar a uno de los atacantes, todos ellos corpulentos hombres, la mayoría pelirrojos, de ojos siniestros y salvajes, portando ropas de cuero y capas de pieles.

Algo me golpeó en la espalda, una maza. Caí contra el suelo, me revolví y un nuevo mazazo en la cabeza me llevó a la inconsciencia más negra. El destino se burlaba de nosotros, nos libró de una muerte segura en las profundidades de la tierra para destruirnos a la mañana siguiente sin darnos ocasión de morir como guerreros. Maldito mundo.

Anota “Vanires”.

La aventura continúa en “Crónicas Mercenarias: Maclo”.



21

Mi espada atravesó el estómago de la furcia y su punta surgió por su espalda bañada en rojo escarlata. La mujer, como una ilusión, un fantasma o  una alma en pena, se echó sobre mí. Y de forma incorpórea penetró en mi cuerpo, me quedé inmovilizado, sin poder controlar mi cuerpo, mientras mi mente entretanto se resistía al poder que ella ejercía en mis brazos y piernas. No compartí el lecho con esa chica, sin embargo de alguna manera ella me poseyó, sentí el tacto de su carne desnuda, fría, resbaladiza gelatina. Unidos los dos en uno, sus labios en su pecho, su boca en la mía.

Pasa a 16




22

Recibí una leve cuchillada en la mejilla izquierda que no se de donde vino, pero que me rajó superficialmente la cara desde la comisura de la boca hasta la oreja. El dolor me hizo aullar y me llevé la mano a la sangrante herida. Clavé el cuchillo en el costado del primer enemigo que tenía cerca y revolviéndome destripé a un larguirucho loco. Alguien me cogió del brazo, tironeó de mí, se trataba de Sablen.

Apunta 1 punto de Daño

Pasa a 28



23

Galopamos por las llanuras y la taiga, en dirección norte sin ningún tropiezo. Supimos del grupo de guerreros aesires, es más, dimos con dos de ellos que se recuperaban en una aldea de las heridas inflingidas en un combate contra una horda de vanires que asolaban el norte del país con intención de apresar a un buen número de cimmerios y conducirlos, una vez más, a la esclavitud. El grupo de mujeres cambió de manos y ahora los pelirrojos hijos de Ymir eran nuestro objetivo. Torcimos al noroeste, debíamos  atravesar los Montes Eiglophiant, en dirección a Vanaheim.

Los grupos dispersos de cazadores se mostraron amistosos, al menos como ellos entendían el dar la bienvenida a los forasteros sin cortarles el cuello. Bastó con decirle que seguíamos la pista de sus enemigos vanires para que nos franqueasen el paso. Además, no veían mucha gente del sur por aquí y muy interesados por nuestros motivos nos preguntaban siempre qué demonios veníamos a hacer a sus tierras. Raza orgullosa, de miradas tan frías como el aire de su país, cabellos negros y largos, se vanagloriaban de tratar con franqueza y hospitalidad a aquellos que no viniesen a hacerles ningún mal ni robarles la esposa o la espada. Escasas fueron las aldeas que aparecieron en el camino, y esa noche pernoctaríamos en una de ellas.

Mejoré de mi herida (en caso de tenerla) aunque me resultaba todavía ligeramente dificultoso manejar con soltura la espada.

Recuperas todo el Daño

Pasa a 169



24

No entraba en mis planes que una sucia orate como aquella me amenazase con un puñal. Ni mujer ni hombre, mi temperamento no lo soportaba. Me aparté adelantándome a su embestida, y con un golpe de arriba abajo le acuchillé el antebrazo que sujetaba su arma. Cuando chilló como una cerda en el matadero el filo de mi cuchillo le cortó el cuello.

El sonido de flautas y címbalos surgió de pronto de la nada,  la clientela se puso a bailar  y las cabezas comenzaron a berrear y emitir gemidos y lamentos en un idioma que no conocía, mirándonos desde sus cuencas vacías y, a lo que a mí me parecía, insultándonos. El comportamiento era incomprensible, apestaba a brujería. El supersticioso Keito huyó de la posada gritándonos que le imitásemos mientras. El silenció irrumpió en el antro del diablo con la misma intensidad que antes lo hiciera la música, los cuatro tunantes se pusieron en pie de un salto blandiendo sus armas y a uno de ellos se le cayó una bolsa de las manos, desparramándose su contenido en la mesa y el suelo grasiento: un montón de monedas de oro. El posadero comenzó a azuzar a toda aquella gente y todos a una se abalanzaron sobre nosotros. La puerta se abrió de golpe y entraron Thel con su cimitarra en alto, y Sablen esgrimiendo su espada.

- ¡Os enviaré al infierno, perros! –aulló Whosoran. El tabernero contestó, a la vez que saltaba la barra con sorprendente agilidad y se situaba delante de la puerta, haciendo oscilar una cadena de hierro de la que colgaban más cabezas:

-Habéis mancillado esta casa. ¡Vida por vida!

Si decides que intentáis salir de la taberna, haz una tirada de Atletismo + Combate sin Armas, Dificultad 3

En caso de éxito, ve a 43
Si fallas, ve a 13

Si os quedáis a enfrentaros con la turba, lanza los dados (Armas Cuerpo a Cuerpo + Agilidad, Dificultad 3)

Si tienes éxito, pasa a 33
Si no es así, pasa a 141



25

No tuve más reposo, el nuevo asaltante, algo más bajo que los otros dos, pero no menos fuerte, con una fea cicatriz que le cruzaba la cara de frente a barbilla, se me puso delante.  A su izquierdo se colocó un coloso blandiendo una asombrosa hacha a dos manos.

Gotas de lluvia caían mezclándose con el sudor de mi frente y con la sangre que alimentaba la tierra.

Haz una tirada de Armas Cuerpo a Cuerpo + Agilidad, Dificultad 3

(Si es imposible que pases la tirada, estás muerto…)

Si tienes éxito, pasa a 14
Si fallas, pasa a 173



26

El resto de jinetes embistieron a los vanires, los caballos derribaron a varios y los aplastaron bajo sus cascos, pateando sus cabezas. El filo de los aceros tañía una tonada fúnebre y sangrienta, hendía y sajaba, cortaba carne y quebrantaba el hueso. Un cuchillo de Bazag silbó sediento de muerte tragándose su punta y hoja hasta el mango la boca de un desgraciado pelirrojo. Acherus se aproximó a otro Hércules que se encontró con el brutal mandoble del caballero, que lo envió directo al infierno. Probé fortuna una vez más pero para entonces ya estaban muertos o moribundos. Al menos logré matar al verdugo de Sablen.

Pasa a 6




27

Las opiniones se dividieron, Whosoran quería atravesar la superficie helada:

- Yo voto por ir a través del hielo. Pero si tiene que ir alguien delante, ves tú, eres más hábil que el resto. No sé mucho sobre hielos y deshielos y sobre andar sobre nieve, pero si la cosa se pone mal, siempre podemos regresar y volver por el otro lado y dejar un rastro de tripas de osos y lobos  a nuestro paso.

Avancé un poco, intentando discernir las características y resistencia del terreno.

- Si el hielo se rompe y caemos, no tenemos nada que hacer. Pero si nos topamos con una banda de vanires o una manada de lobos, siempre podemos sacar las armas y esparcir sus entrañas por esta tierra gélida. Contra el hielo y la escarcha no sirve de nada la espada.

Prefería el camino más largo por ese motivo. Sin embargo la urgencia de nuestra misión pesaba en el otro lado de la balanza.

Haz una tirada de Percepción, Dificultad 2

Si tienes éxito, ve a 65
Si fallas, ve a 92



28

Logramos huir, montamos en los caballos y cabalgamos hacia la salida del endemoniado poblado, sin mirar atrás, donde quedó la posada  mas no las risas y los cantos de aquellas gentes que continuaron azotando nuestras mentes. Las casas derruidas menguaron su número y dieron paso al oscuro sendero. Desapareció el pueblo, la mujer espectral, el tabernero. La pradera envuelta en tinieblas. Galopamos sin descanso ni pausa, hasta abandonar el valle de pesadilla, consternados por lo sucedido. Luego dejamos al paso a los atemorizados caballos, cabalgando taciturnos. Nunca supimos qué era aquel lugar.

Pasa a 3





29

Encaré mi caballo colina abajo:

- Descendamos en silencio, sin una palabra.

La decisión estaba tomada. Bajamos lentamente a cubierto por el espeso boscaje de la ladera de la montaña, aproximándonos al grupo. Sablen y yo nos adelantamos, de avanzadilla. Los vanires y la larga fila de esclavos estaban allá, a escasos doscientos metros, descansando en un estrecho claro. Eran hombres grandes, muy fuertes, con barbas y cabellos rojos y sucios. Solo dos centinelas, no eran nada cautos, no imaginaban que nadie les pudiera perseguir; probablemente habían atacado alguna de las aldeas cercanas a la frontera. Nos arrastramos acercándonos en silencio y regresamos con los nuestros, en medio del bosque, con grandes árboles en derredor, donde trazamos un plan: un par de nosotros usaría los arcos mientras el resto cargaría a caballo, todos a una. Sablen prefería que todos atacásemos a la vez,  una carga violenta, furiosa, un huracán que no les dejase saber siquiera qué sucedía.

- Tan pronto nos vean venir y empiecen a prepararse, será el momento de dejar volar algunas flechas, no antes –sugirió Whosoran sin mirar a nadie en particular-, eso les confundirá, les hará dudar si tirarse al suelo o enfrentarse a nuestra carga.

Estuvimos de acuerdo. Yo mostré mis dudas:

- No me trago que no estén vigilantes. Se encuentran todavía en Cimmeria y aunque las aldeas locales están muy dispersas, saben que la noticia puede haber llegado ya a oídos de otros clanes. Por lo que se de lo vanires no son idiotas. Extremad las precauciones. Keito tomó una buena posición y preparó su arco.

- Que la sangre de esos bastardos bañe el suelo y engendre rosas negras de ira –gruñí mientras me preparaba.

Si decides usar el arco también, lanza los dados, Armas de Proyectiles, Dificultad 1

Si tienes éxito, pasa a 63
Si no es así, pasa a 19

Si no usas el arco –por el motivo que sea-,  pasa a 83




30

A paso lento nos internamos por el estrecho camino hasta llegar al pueblo. Se trataba de un poblado de escasas casas bajas, muros destrozados y techos hundidos. Deprimente. Estaba desierto como  un mausoleo olvidado, daba la impresión de que tiempo atrás sufriera un saqueo, incendios o tal vez movimientos de tierra. Gordas ratas nos saludaron olfateando con sus fríos hocicos. También vimos un par de enormes gatos y alguna que otra araña grande como mi puño. ¿Qué lugar era este?

- ¡Demonios! –Exclamó  Bazag-.

Nos llamó la atención un edificio grande a la derecha de la vía principal, cuyas robustas paredes se mantenían todavía en pie, el único con luz en su interior. Se escuchaban voces dentro, y aunque no existía letrero alguno se trataba sin duda de una taberna. El establo anexo, o lo que quedaba de él, se encontraba derruido.  Algunos de nosotros debíamos quedarnos al cuidado de los caballos mientras el resto preguntaba sobre un sitio decente donde pudieran pasar la noche, cosa harta difícil según mi entender.

Si quieres entrar en la posada, pasa a 152

Si prefieres quedarte fuera, ve a 144



31

Un día más amaneció ventoso como los anteriores y más frío si cabe. El viento arrastraba nieve en polvo que pronto se disipó cuando el sol empezó a calentar un poco cuerpos y corazones. Los caballos llevaban un ritmo lento, pues lo tupido del bosque de pinos y abetos no permitía otra cosa. Cabalgaba al lado de Keito, un tanto amodorrado por la monotonía del paisaje. Los demás estaban enfrascados en una discusión acerca del valor, del oro, las mujeres y los dioses. Dioses, seres impalpables que se divertían a nuestra costa con sus caprichos. Alcé la cabeza al cielo, comenzó a llover; luego observé la tierra húmeda, ¿dónde estaban esos supuestos dioses?


Lanza 1d6

Si sale de 1 a 3, pasa a 87
Si sale de 4 a 6, pasa a 205



32

La sangre empezó a alimentar esta tierra salvaje una vez más. No sería la última. Nuestros compañeros ya galopaban enarbolando sus aceros y, aunque un vanir de cabellera y bigotes trenzados dio la alarma con un bramido, nada ni nadie salvaría a estos perros. Tensé el arco una tercera vez y dirigí la saeta hacia un gigante vanir que alzaba haciendo girar su enorme hacha sobre su cabeza.

Armas de Proyectiles, Dificultad 2

Si superas la tirada, pasa a 44
Si no la superas, pasa a 110



33

El cuchillo de Acherus cruzó igual que un rayo plateado los metros que le separaban de uno de los hombres armados, hundiéndose en la frente de este. Whosoran abrió en canal a otro, Sablen se enfrentó a un tercero mientras que Thel impedía al resto avanzar. Por mi parte lancé una estocada con mi puñal a un tipo de melena grasienta que enarbolaba una espada corta; mi acero atravesó su pecho, cayó con una mirada de horror en sus ojos, su sangre espesa sobre las tablas sucias y pringosas del suelo. La gente quiso engullirme, salté y les arrojé un par de sillas. Volqué una mesa y su contenido con ella, salpicando el vino y mezclándose con la sangre. Un tajo circular y cayeron dos más, tenía que recular hacia la salida pues me estaban rodeando.


Lanza los dados (Reflejos + Agilidad, Dificultad 2)

Si pasas la tirada, ve a 60
Si no es así, ve a 22






34

Bebimos. Demasiado e imprudentemente, pues nos podían haber cortado la garganta. Solo Acherus supo mantenerse sereno y sobrio, vigilante, aunque de nada sirvieron sus avisos y consejos a ninguno de nosotros. Todos caímos ebrios en nuestros jergones dentro de la choza que nos facilitaron como invitados. Me levanté al rato a orinar y cuando regresaba a la cabaña una joven cimmeria me cerró el paso. Me arrinconó contra la pared de la choza, sus pechos apretados contra mi cuerpo. La chica olía a almizcle, su negra cabellera no estaba muy limpia, y su aliento apestaba igual que el mío a cerveza. Pecosa y ancha de caderas, un poco regordeta, acaricié sus prietas carnes. Su azul mirada atravesó la mía, luego me besó y nuestras lenguas se enroscaron igual que dos serpientes ansiosas. No estaba muy seguro de lo que hacía,  no sabía si debía seguir o no.

Si continúas adelante con la joven cimmeria, pasa a 2

Si no lo ves claro, no es tu tipo, o te parece que andas demasiado borracho, pasa a 72



35

El agua estaba más que helada. Solo un esfuerzo de voluntad hizo que pudiera mover brazos y piernas. En la total oscuridad buceé  a pocos centímetros debajo de la capa de hielo, sin tener idea de a donde dirigirme y totalmente convencido de que en un par de minutos o menos estaría muerto. No sabía si mis compañeros me siguieron o no; la suerte estaba echada.

Toqué un muro y seguí nadando a su lado, me topé con la flora acuática, algún tipo de algas de gran tamaño que eran capaces de resistir a aquellas temperaturas extremas. La naturaleza resultaba fascinante. Continué hacia la derecha, a lo largo de esa pared y del bosquecillo de plantas de textura resbaladiza y suave.

Las manos se me entumecieron, los músculos se me agarrotaban.

Haz una prueba de Constitución + Voluntad, Dificultad 4

Si tienes éxito, pasa 119
Si fallas, pasa 151



36

Nos dejaron marchar. Nos entregaron las armas, los caballos. Sus miradas ansiosas de ganas de destrozar nuestros cuerpos y derramar toda nuestra sangre. Hambrientas de nuestros corazones.  Monté y fijé mi mirada en la chica, la hermana del cimmerio batido. Lloraba arrodillada al lado del cadáver. No le dije nada, no me comprendería, bastaba el destello de mis ojos para que supiera lo que pensaba.

El altivo jefe se acercó, el que mejor hablaba nuestro idioma:

- Tenéis media jornada de ventaja. Después saldremos tras de vosotros, os daremos caza. Os sacaremos el corazón del pecho y lo arrojaremos los perros. Vuestras cabezas colgarán largo tiempo de mi tienda.

No había más que añadir. Sin embargo Whosoran no se mordió la lengua:

- Ven a por mí, hijo de una apestosa perra –luego gritó alzando su puño-¡Quien quiere morir primero!! ¡Whosoran os enviará al Arallu!

Azuzamos a los caballos y al galope tendido nos largamos de una maldita vez.

Pasa a 48



37

Desperté. La luna asomaba su pétreo rostro de mármol más allá de la cima de los nevados picos. Conmocionado, con un agudo dolor de cabeza, tardé varios minutos en recuperar del todo el sentido. Despacio, con precaución, intenté ponerme en pie. No pude hacerlo, castigado por la tortura de una herida en el muslo, un trozo de rama se me había clavado varios centímetros. Por lo demás, moratones y cardenales aquí y allá, contusiones y arañazos múltiples, pero, incomprensiblemente, estaba vivo. La avalancha no debió alcanzarme de lleno y tuve que haber sido despedido desde un extremo de ella.

Extraje la rama y me hice un vendaje lo mejo que supe. No había rastro de mis compañeros, el silencio era sepulcral, ni siquiera el piar de los pájaros se escuchaba. Ningún otro de mis camaradas consiguió escapar al desastre. Tragados, devorados, víctimas del colosal desprendimiento.


Sufres un Daño igual a 3-Constitución.
Pasa a 207



38

La sangre espesa se deslizó entre mis dedos, mi sangre en esta ocasión. Giré sobre mí mismo rodando en la mesa, para evitar los puños de uno de los dementes. El impulso me llevó hasta el piso del local, boca arriba hundí la punta de mi acero en un vientre, traté de levantarme y entonces la cadena del posadero me golpeó en la sien y se retorció alrededor de mi cuello. La vista se me nublaba y el aire no llegaba a mis pulmones.

-Aquí todos pagan. Ya lo dije.

El último sonido que escuché una fracción antes de ser engullido por la tenebrosa oscuridad fue el crujido de mis vértebras quebradas.



FIN



39

La enorme mole de músculos se abalanzó sin esperar a más, cargó con la fiereza y fortaleza de una bestia furiosa. Me resultó fácil esquivarlo, un movimiento preciso a un lado. Pero se giró de pronto, rápido como el tigre, descargando un pesado puñetazo en mi costado. Creí que me había roto una costilla por la potencia del mamporrazo. Eludí un patadón, y luego no pude alcanzarle a mi vez, se apartó escurriéndose como una anguila. Detuve una patada a mi entrepierna, conseguí dejarle la marca de mis nudillos en la boca y la nariz, sin embargo encajé un nuevo y potente puñetazo en mi pecho. Me faltó al aire y el siguiente golpe en la mandíbula me hizo escupir sangre sobre la ligera capa de nieve. Me tambaleé, conmocionado.

Recibes 1 p. de Daño.

Haz una tirada, Combate sin Armas, dificultad 2

Si tienes éxito ve a 69
Si no es así, ve a 75



40

- ¿A qué te dedicas, bruja? ¿A robarle la vida a la gente, su juventud, a beber su sangre? Sólo dinos dónde están los límites de tus tierras para que los rodeemos –le grité, furioso-

Un sentimiento de supervivencia me hizo restar mudo luego, quedarme callado...sin actuar, sin atacar, algo intimidado por el poder de la bruja esteparia. Me decidí a intentar engañarla:

-¡Bruja! Quédate conmigo si quieres. -Desmonté del caballo y dejé caer mi espada-. Aparta tus bestias mientras me acerco. No quiero traiciones.

Mi intención era llegar a su lado, que apartase las letales mandíbulas de sus feroces criaturas y estrujar por sorpresa su cuello, torcer su cuerpo y partirle la médula espinal. Era una locura, pero cuando estás desesperado, cometes acciones desesperadas.

Si intentaba llevárseme con alguna de sus artes, me lanzaría contra ella antes de darle oportunidad, a la vez que confiaba que mis compañeros le arrojasen sus flechas o lanzas.

Haz una tirada de Reflejos + Agilidad, dificultad 4

Si tienes éxito, pasa a 115
Si fallas, pasa a 47



41

Por extraño que nos resultara, Cimmeria no estaba suponiendo contratiempo alguno. Precavidos, aguardando el ataque y mordedura del lobo cimmerio, este no aparecía. Una tierra de desiertos helados, las llanuras se abrían a la primavera igual que los pétalos de una rosa al amanecer, y el viento, impenitente compañero soplaba sin descanso de sol a sol, en ocasiones suave, otras a ráfagas violentas, más y más frío en nuestra cabalgadura hacia el norte, hasta convertirse en una tortura que penetraba los huesos y se pegaba a las entrañas igual que un parásito hincaba sus colmillos en su víctima. Supimos del grupo de guerreros aesires, es más, dimos con dos de ellos que se recuperaban en una aldea de las heridas inflingidas en un combate contra una horda de vanires que asolaban el norte del país con intención de apresar a un buen número de cimmerios y conducirlos, una vez más, a la esclavitud. El grupo de mujeres cambió de manos y ahora los pelirrojos hijos de Ymir eran nuestro objetivo. Torcimos al noroeste, debíamos  atravesar los Montes Eiglophiant, en dirección a Vanaheim.

En ocasiones nos topamos con cazadores cimmerios, bastó con decirle que seguíamos la pista de sus enemigos vanires para que nos franqueasen el paso. Además, no veían mucha gente del sur por aquí y muy interesados por nuestros motivos nos preguntaban siempre qué demonios veníamos a hacer a sus tierras. Mejoré de mi herida (en caso de tenerla) aunque me resultaba imposible manejar con soltura la espada.

Te recuperas de todo el Daño

Pasa a 55



42

Whosoran, Brevea, Acherus y los demás ya galopaban enarbolando sus aceros y, aunque ese vanir de cabellera y bigotes trenzados puso sobre aviso al resto, estaba seguro que nada ni nadie salvaría a estos perros. Tensé el arco una tercera vez probando mi puntería y dirigí la saeta hacia un gigante vanir que se erguía alto y amenazante, girando la enorme hacha sobre su cabeza.

Armas de Proyectiles, Dificultad 2

Si superas la tirada, pasa a 44
Si no la superas, pasa a 110



43

Arremetí contra el tabernero, mis huesos se estrellaron contra el muro sólido de su corpachón. Apenas se movió del sitio, era anormal su resistencia física, a tono con lo que sucedía en su establecimiento. Sin embargo logré desplazar un poco su pesada mole, me miró desde la frialdad de sus ojos de demonio y no dudé en golpearle con mi puño y la empuñadura del cuchillo en su arrogante rostro. La sangre salpicó y me abalancé hacia la puerta llamando a mis compañeros. El posadero hizo voltear su cadena de metal, a la vez que su gigantesca mano sujetó la hoja de la espada de Acherus. Thel quiso hacerle probar el acero de su cimitarra, el tabernero fue más rápido y su cadena se enroscó en el cuello del kushita. Estuve al quite y el filo de mi arma cortó y desgarró el brazo que sujetaba esa cadena. Salimos corriendo, sin mirar más atrás, con las risas de ultratumba del posadero y la mujer lacerando nuestros corazones.

Pasa a 28



44

Keito alcanzó al guerrero en pleno tórax pero no fue suficiente para tumbarlo. Solté la cuerda con un sonido vibrante y mi flecha también le acertó traspasándole el corazón.

Los prisioneros vieron llegar a los cuatro jinetes, sus expresiones de desconcierto se dibujaron en sus caras; alguna mujer gritó espantada, algún cimmerio levantó  al cielo su himno de guerra. El hacha de Whosoran bebió sangre de una cabeza separada del tronco; Bazag partió con la afilada hoja de su cimitarra el cráneo de otro guerrero y Sablen abatió con acero a un tercero, hizo dar media vuelta a su caballo para terminar la faena ya que su rival se sostenía en pie todavía, pero un brutal hachazo le seccionó la pierna izquierda desmontándolo con un rugido de dolor. El vanir lo hubiese rematado de no ser por otro de mis certeros lanzamientos que hundió la punta de la flecha entre sus omóplatos. Sin embargo no pudimos evitar que otro de los guerreros abriera el pecho de Sablen quebrando costillas y destrozando su corazón con el hacha. A la vez que Acherus destripaba al penúltimo de los vanires y atravesaba su cuello de lado a lado, una última de mis flechas se clavó en la sien del que mató a Sablen.

Pasa a 6



45

La Señora de las Taigas. Caprichosa. Exigía un pago por cruzar sus tierras. Dos camaradas habían pasado de la luz a las tinieblas en un instante, lo que ella tardó en conjurar los elementos. Para demostrar su poder, su voluntad firme. Su absurdo antojo. Así son los seres cuya naturaleza malévola les conduce a imponer sus deseos por la fuerza de forma arbitraria.

 - ¡Necio descerebrado! ¡Te atreves a confundirme con una ramera de tu pueblo!

Fui golpeado por una fuerza invisible, brutal,  que me levantó cuando cargaba contra ella sin poder presentirla.  Me alzó varios metros en el aire, unas tenazas gigantescas me estrujaban los huesos, que se partirían en decenas de astillas y la piel sería arrancada a jirones.

El suelo se fragmentó por completo, un violento vendaval surgió de la nada, me encontré envuelto por una capa de aire helado, un velo que ocultaba la luz, choqué de pronto con la boca contra la nieve. Me robaban el aliento y zarandeaban igual que a un monigote. Por último algo pesado me golpeó con tal potencia que me desvanecí sin más resistencia.

Anota “Encuentro con la Señora de las Taigas”.

La aventura continúa en “Crónicas Mercenarias: Maclo”.



46

El desprendimiento nos tragó. Primero fue Keito quien cayó de su silla de montar al tropezar contra una rama, y rodó ladera abajo. Azucé al caballo obligándole a dar lo mejor de sí mismo, saltó el pobre animal y corrió, pero fue inútil. Estuvo apunto de despeñarse, lo dominé, pero asustado alzó las patas delanteras y casi consiguió tirarme al suelo. La avalancha se nos venía encima y unos momentos después su estruendo me dejó sordo a cualquier otro sonido y la masa compacta nos golpeó con tremenda furia sepultándonos y arrastrándonos en sus entrañas.

Me sentí zarandeado, apaleado, tragué puñados de nieve,  rodaba, saltaba y me golpeaba una y otra vez contra el suelo, las piedras, los roncos de los árboles arrancados, hasta que perdí el conocimiento y probablemente la vida.

Pasa a 37



47

Me la jugué, temiendo una traición, preparando otra. Ladino, me mostré inocente cervatillo. Qué estúpido fui. Las redes de la brujería me atraparon, entornó los ojos la mujer, más astuta que yo. Tarde para mí cuando me di cuenta. Los lobos se apartaron, sus fauces entreabiertas. Quedé preso en la telaraña de magia urdida por la bruja.

Alguien arrojó una lanza, que nunca llegó a su destino desviada por un súbito viento nacido de la nada. Me encontré envuelto por una semitransparente capa de aire helado, me abalancé tratando de embestir a la hechicera, salté hacia delante, choqué de pronto contra una barrera invisible, y caí de bruces en la nieve. El frío aire de un torbellino se apoderó de mí y sentí que me trituraban los huesos, que me robaban el aliento, y zarandeaban igual que a un monigote. Por último algo pesado me golpeó con la fuerza de cien demonios precipitándose en torno a mí un telón de oscuridad.

Anota “Encuentro con la Señora de las Taigas”.

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48

Cabalgamos sin apenas descanso durante todo el día, devorando kilómetros, sin confiar en absoluto que el clan cimmerio mantuviese su palabra. Continuamos igual buena parte de la noche, alumbrados por el fulgor de las estrellas, espoleados por la seguridad de que éramos hombres muertos si nos atrapaban.

La aurora nos descubrió galopando por la llanura, agotados hombres y bestias. Nos precipitamos en las laderas de las  montañas, sus tupidos bosques nos protegerían, o eso suponíamos. Vislumbramos humaredas próximas en el horizonte que velaban parcialmente las espesas arboledas de las colinas. Era un humo oscuro, siniestro, no procedía de una decena de cálidos hogares. Conforme los jinetes ascendían por los bosques lúgubres de este norte tan extremo, tan distante de Belverus, de Tarantia, de la marinera Mesania, el olor ferruginoso de la sangre impregnó los ollares de los caballos y de  nuestro olfato. Presentíamos lo que íbamos a encontrar en breve: una aldea asolada, de casas destruidas e incendiadas, con un rosario de cadáveres y unas pocas mujeres que dejaron atrás hacía tiempo la juventud, sosteniendo en sus brazos los cuerpos de maridos e hijos asesinados, sin llorar, sin proferir un solo lamento, el odio y la tristeza intensa marcada en cada arruga de sus adustos rostros. Un tinte de amargura tiñó mis facciones, la macabra escena me traía lejanos y amargos recuerdos. Los vanires de rojas cabelleras siempre andaban a la greña con sus vecinos de Asgard y con los cimmerios, en particular con estos últimos, a los que fustigaban una y otra vez con incursiones en busca de esclavos. Una partida de estos había atacado el poblado, un par de días atrás, con la furia del huracán llevándose consigo a buena parte de sus habitantes. Procedían del norte, así que no eran los que buscábamos.

Continuamos nuestra andadura bajo las copas de los árboles del bosque. Dos días más tarde, en lo alto de un otero, a cubierto por las altas coníferas y fustigados por el aire helado que ululaba frenético desde las altísima cumbres cubiertas de nieve, pudimos contemplar Vanahein al oeste y norte, tras la cordillera de los Montes Eiglophiant. El espectáculo era asombroso, rodeados de montañas, picos y cumbres de afiladas rocas, bajo un cielo ceniza, nubes escamosas que formaban dibujos sin sentido, caprichosas ocultando o dejando pasar los jirones de rayos pálidos de sol.

Te recuperas de todo el Daño.

Pasa a 52



49

Me tocó la última guardia, la primera para Acherus a quien le seguiría Keito. Mucho mejor, esta noche podría dormir de un tirón, a diferencia de la anterior, lo necesitaba, tanto mi cuerpo como mi mente. No obstante, la intranquilidad que sentía con toda probabilidad me impediría descansar lo suficiente.


-Mantened los ojos bien abiertos –insistí a mis compañeros.

- Que sí, relájate un poco. Duerme y deja de pensar en fantasmas –respondió Bazag sonriendo.

Pasa a 195





50

La tundra nos acogió en su seno glacial durante varios días. No encontramos aldea alguna ni tropiezos con clanes o cazadores vanires, y mucho menos rastro de Maclo. Líquenes y musgo, arbustos enanos y poco más. En ocasiones teníamos suerte y cazábamos una despistada liebre ártica. Luego nos adentramos en un desierto helado, los días eran muy cortos, las noches largas y terriblemente frías. El viento insoportable y constante.

Te recuperas por completo del daño.

Anota “En la tundra de Vanaheim”

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51

- Me pregunto si deberíamos intervenir–apuntó el recto y siempre predispuesto Sablen-

Keito le replicó al instante:

- ¿Qué dices? Debes bromear, este maldito viento te ha trastornado. Nuestro objetivo es otro. No moveré el culo por esos perros cimmerios. No me pagan para eso.

- No nos ha ido mal en esta tierra –le recordé a Keito.

- Cuento un par de docenas de prisioneros, la mayoría niños y mujeres. Una decena de vanires. Podemos sorprenderles. Hagámoslo. Detesto a esos miserables esclavistas –propuso algo alterado Acherus-.

El belicoso Whosoran fue más directo:- ¡Vamos, sabandijas cobardes! Vamos a partirlos a cachitos. ¡Sangre para todos!

Sablen también estaba conforme, y así lo expreso mientras acariciaba su cruz de Mitra y continuaba mirando allá abajo:

- Observad con atención.  Un ataque rápido, una emboscada, tenemos arcos, y podemos cargar con los caballos. Hay niños, una vida de esclavitud y calamidades les espera. ¿Qué pensará Mitra que nos está viendo?

Keito, ceñudo,  negaba con la cabeza:

- Me sorprendes. En todas partes suceden estas cosas, es absurdo que pensemos en cometer este disparate. No es propio de vosotros plantearse siquiera esa posibilidad. Mitra no tiene nada que ver. No estamos aquí para esto ni somos los salvadores de unos cimmerios que no dudarían en destriparnos si sacaran algún provecho con ello.

Bazag fue de la opinión que deberíamos ser prudentes, arriesgarse por una lucha que no es la nuestra es de necios, aseguró. Sin embargo era obvio que la mayoría quería combatir, destripar a los guerreros pelirrojos. Más de media docena de pares de ojos me miraron, aguardando a mi decisión, era como si me hubiese erigido en su jefe, su punto de apoyo. Debido a mi experiencia todos ellos me respetaban y acataban mi parecer.

Si decides atacar, pasa a 29
Si prefieres guiarte por la prudencia y continuar vuestro camino, pasa a 205



52

Alcanzamos la cima del primer cerro, pasamos la noche en una cueva y continuamos al amanecer. Las jornadas se sucedieron con pocas novedades, atravesando laderas boscosas y desfiladeros sinuosos entre montañas de cumbres nevadas, soportando frío y el sempiterno viento que barría helado los umbríos bosques y perseguía animoso las grises y tristes nubes. La atmósfera de incertidumbre y agotamiento nos hacía mantener en silencio la mayor parte del día y el ambiente entre nosotros era tan gélido como las noches. Una mañana al poco de coronar un cerro, el caballo de Brevea tuvo que ser sacrificado al romperse una pata.

Pronto las colinas de los Montes Eiglophiant quedarían a nuestras espaldas, comenzaría el descenso y penetraríamos en Vanaheim. Muy a lo lejos, en frente, oeste y norte, se abría la tundra, una interminable llanura de tierra casi helada en otoño e invierno. Antes de ella, se podían ver los diseminados bosques de coníferas, los ríos y arroyos, las suaves colinas de la taiga que deberíamos cruzar. La ventisca no cesaba, como si el dios del viento se hubiese encariñado con el grupito de hyborios. Se observaba algún que otro hilo deshilachado de humo, muy lejos,  indicativo de la existencia de aldeas o poblados.

Pasa a 84



53

Trepé, con la hoja del cuchillo en la boca, sin apartar mi mirada de desafío fija en la del lobo. No era mi estilo dar la espalda a la muerte. Apoyé ambos pies en la pared, me sujeté al borde y me impulsé hacia arriba a la vez que lanzaba una cuchillada al grueso cuello del animal, en el instante en que él arremetía con una salvaje dentellada.

Sus fauces se cerraron con tremenda fuerza en mi antebrazo antes de que pudiese asestarle el golpe. Se escapó un gemido de mi boca, su dentellada resultaba feroz, brutal, me hizo soltar el cuchillo. Resbalé, perdí pie y quedé colgando del borde, agarrado con una mano y el otro brazo sostenido por las mandíbulas del maldito lobo.

De pronto, me sentí levantado en el aire, un inesperado impulso me elevaba, como si un gigante me alzara con su manaza. Caí de bruces contra la nieve. El frío aire de un torbellino se apoderó de mí y sentí que me trituraban los huesos, que me robaban el aliento, y zarandeaban igual que a un monigote. Por último algo pesado me golpeó con la fuerza de cien demonios y dejó que me precipitase hacia la sima oscura y profunda de la herida tierra.


FIN



54

Aún no se cómo logre escapar al furioso aliento de las montañas. Mi caballo brincó y saltó con acierto, gracias a sus fuertes y ejercitados músculos y guiado por mi buen hacer. Esquivé las ramas que salieron a mi paso, los tocones de árboles muertos, los desniveles del irregular terreno. Vi a Keito caer de su montura y rodar ladera abajo; no podía hacer nada a parte de huir del maldito final que me aguardaba a pocos metros sobre nosotros.

El estruendo de la avalancha me dejó sordo a cualquier otro sonido. Pude evitarla por muy poco, no miré atrás y continué cabalgando alejándome de la masa nívea que engullía todo a su paso. Pasó de largo, entonces me atreví a volver la vista atrás, ya a salvo.

Ningún otro de mis compañeros lo consiguió. Tragados, devorados, víctimas del colosal desprendimiento.

Pasa a 73



55

Alcanzamos finalmente las faldas de las inmensas montañas, cruzamos los majestuosos Montes Eiglophiant, a través de laderas boscosas, desfiladeros y cañadas de trazado sinuoso, vadeamos sin problemas varios torrentes de vivo caudal y sabrosos salmones. Soportando frío y el viento constante cuyas ráfagas barrían los umbríos bosques y ralentizaban nuestro ritmo.

Unos días más tarde los caballos trotaban por un bosque sombrío, en la ladera de las montañas, por un sendero bajo las copas de los árboles. Nos adentrábamos más en el bosque de pinos negros, bordeando un glaciar, torciendo al oeste, cada vez más cerca de Vanaheim. Aspiré con intensidad el maravilloso y penetrante olor de los altos árboles, únicos testimonios junto con las bestezuelas que vivían en estos montes de nuestro paso por ellos. Me daba la impresión de estar vulnerando la paz y sosiego de este recóndito y sagrado paraje.

Poco después, en lo alto de un otero a cubierto por las gigantescas coníferas y castigados por el aire helado que ululaba frenético desde las altísimas cumbres cubiertas de nieve, se pudo contemplar Vanahein al oeste y norte, tras la cordillera de los Montes Eiglophiant. El espectáculo era asombroso, rodeados de montañas, picos y cumbres de afiladas rocas, bajo un cielo ceniza, que cruzaban nubes escamosas formando dibujos sin sentido, caprichosas ocultando o dejando pasar los jirones de rayos acerados de sol.

Si tienes al menos 1 en percepción, ve a 105
Si no es así, ve a 205



56

No se lo que me llevó a continuar con mi acción. En el combate, en la batalla, la fiera que llevamos dentro aparece. No pude contenerme y acabé con él. Después de todo, ¿acaso no pensaba el cimmerio hacer lo mismo conmigo?

Clavé todavía más si cabe mis dedos en su garganta, pateó, bufó, se estremeció hasta que los últimos estertores de la muerte sacudieron sus miembros como el rabo de una lagartija. Luego quedó quieto, exánime. No volvería a ver más amaneceres ni los ojos mentirosos de su hermana. El silencio a mi alrededor era el de un sepulcro.

Me puse en pie, tembloroso, sudando, desafiante hacia sus congéneres. ¿Y ahora qué vendría?

Pasa a 36



57

El metal del hacha silbó en mi oído, yo ya me había deslizado igual que un zorro hacia la espada, agarré su mango en el preciso momento en que el vanir intentaba golpearme con el escudo. Lo evité por segunda ocasión a la vez que mi acero describió una amplia curva, cortando su garganta de lado a lado. Se derrumbó gorgoteando; su mano laxa dejó caer el hacha.

Otro guerrero se me echó encima, rodé sobre la hierba, me levanté mostrando mi acero al coloso que manejaba dos espadas. Sin tino, sin habilidad entrenada, se lanzó a bocajarro, salté y un palmo de metal atravesó su vientre; de una patada lo tumbé y como todavía pugnaba por levantarse, hundí filo y hoja en su corazón.

Miré alrededor. La escaramuza hubo terminado, los vanires estaban todos muertos.  Sablen también, el pecho abierto. Maldición. Me senté recostándome sobre el tronco del árbol, y examiné mis heridas.

Pasa a 6



58

¡Eso era! ¡Fuego!

Si te ha tocado la segunda guardia pasa a 186
En otro caso, ve a  117



59

Monté una vez más. El sol pálido apenas disipó el frío helado de la noche pero eso no impidió que me pusiera de muevo en marcha. El caballo bufó y relinchó, quejoso.

- Lo se, amigo, lo se. No es lugar para hombres ni bestias. ¿Cómo pueden vivir aquí estos malditos vanires? ¿Qué calor anima sus corazones tan fieros? No logro comprenderlo.

Poca comida y menos esperanza de hallar a Maclo o de salir de este lugar que congelaba mis huesos hasta el tuétano. Al menos contaba con el caballo.

El día resultó tan gélido y solitario como los anteriores. Mi fuerza de espíritu se resquebrajaba, se deshacía junto con los áureos copos de nieve que comenzaron a caer. La comida era escasa y más lo era la esperanza de hallar a Maclo o de salir de este desierto helado. Palmeé el cuello del fiel animal, al menos contaba con él.

Llegó el fin del día, que solo trajo más frío y además para empeorar las cosas, más nieve y viento. El temporal arreciaba, temí que mi montura no superase esta noche pero por fortuna me equivoqué y el recio animal resistió, incluso mejor que yo.

Pasa a 7



60

Anduve rápido y me libré de una cuchillada en la cara. Golpeé con el puñal a uno, a otro lo empujé. Pocos de ellos disponían de un arma, su mayor baza era el número. Lo inquietante era que proseguían con su canción y de nuevo comenzaron a sonar las flautas en esta ocasión unidas con timbales.

Entre estocadas, patadas y empellones nos abrimos paso hasta la salida, sin embargo no pudimos evitar que el posadero, que con un hachazo en el pecho y una herida sangrante en el brazo se mantenía en pie como si ningún efecto tuviesen sobre él los golpes y las estocadas, arrancase la cabeza de Thel con sus cadenas y los chorros rojos que brotaron nos sumergieran en un baño de sangre.

Pasa a 28



61

Un ruido desde las alturas llamó nuestra atención, nos detuvimos y escuchamos atentamente. La intuición maquilló de preocupación nuestros barbudos rostros.
- ¡Avalancha! –grité, asustado, pálido de terror.

Dirigimos a los caballos todo lo rápido que se podía entre el tupido boscaje y el mar de abetos que nos flanqueaban. El sonido aumentaba, se acercaba el alud y desesperados buscábamos la manera de que no nos alcanzara. Las monturas trotaron por la ladera con la misma urgencia y desespero que sus jinetes. Miré hacia arriba y pude distinguir la ola aterradora de nieve, rocas y árboles destrozados, que con un ensordecedor ruido nos iba a aplastar sin remisión.

Lanza dados, Cabalgar + Percepción, Dificultad 3

Si tienes éxito, ve a 54
Si fallas, ve a 46



62

- No dejaré que nos mates. No es que me importe en exceso la vida de estos hombres, pero su existencia en conjunto vale más que un año de la mía.  Si quieres un guerrero a tu servicio, yo soy el mejor, iré contigo, pero no seré tu esclavo y tampoco te resultará agradable.

No podía permitir que sus artes venenosas acabasen con ellos. Avancé con paso lento hacia ella, los lobos me franquearon el paso. Un jinete se colocó a mi altura, me retuvo sujetando mi brazo, en la mirada de mi camarada la negativa a que cometiese tamaña insensatez. Lo aparté con brusquedad:

- Yo elijo mi destino. Suelta. Continuad vuestra búsqueda y no preocuparos por mí. 

Los lobos me escoltaron, una tupida nevada se precipitó de improviso a nuestro alrededor. La bruja alzó su cayado hacia mí, sentí un impacto en mi frente, un toque invisible, la furcia empleaba su hechicería una vez más. Los contornos de la realidad se difuminaron y todo pasó de un destellante blanco al más profundo de los negros.

Anota “Encuentro con la Señora de las Taigas”.

La aventura continúa en “Crónicas Mercenarias: Maclo”.



63

Chasquearon las cuerdas de los dos arcos, los proyectiles zumbaron surcando el gélido aire del bosque, y  el par de centinelas cayeron abatidos por las flechas. Busqué una nueva diana y la localicé en un inmenso guerrero que sobresalía en altura y corpulencia del resto, alcanzándole en el pecho. Keito me imitó y se deshizo de otro con un flechazo que le atravesó el cuello.

Pasa a 32



64

Cuatro días después las laderas de las montañas quedaron atrás, enfrente aparecía Vahaneim, y la tundra, llanuras y bajas colinas de tierra casi helada en otoño e invierno. La nevada aparecía y desaparecía a intervalos, sin decidirse. Algunos bosquecillos de coníferas salpicaban el horizonte, regados por incontables riachuelos y más allá la distante taiga que deberíamos atravesar. La ventisca no cesaba, como si al dios del viento no le gustase nuestra presencia en sus territorios. Nos sentíamos huraños, discutíamos con frecuencia, necesitábamos el cálido sol del sur.

Con trote alegre que contrastaba con nuestros ánimos, los caballos galoparon hacia el oeste.


Lanza 2d6

Si el resultado es de 1 a 6, pasa a 187
Si el resultado es de 7 a 12, ve a 136



65

Caminé una decena de metros sobre el lago congelado. No se apreciaban huellas recientes de que nadie lo hubiese cruzado. Me apercibí que en algunos puntos el hielo era débil, quebradizo. Podíamos intentarlo pero con muchísimas precauciones.

- Si probamos hemos de ir a pie. Nos ataremos con las sogas, seguid en todo momento mis indicaciones.

Si decides atravesar el lago helado, pasa a 86
Si por el contrario prefieres continuar por el otro camino, pasa a 90



66

Atronaba el rugido del viento y la nieve casi me cegaba, todo pareció sucumbir ante la ira de la madre naturaleza gobernada y azuzada por aquella horrible y despiadada bruja que no quiso entrar en razón ni perder su tributo.

Llegaban amortiguados a mis oídos los gritos de terror, las maldiciones, relinchos y el ulular sarcástico del viento, que semejaba la voz distorsionada de la hechicera. Imposible saber quien pedía auxilio, quien estaba al lado de quien, no distinguía apenas nada, dominada la escena por los finos copos de nieve girando en un frenesí desbordado. Llamé a unos y otros, avancé contra el empuje del viento, di con mi caballo, tan espantado el pobre animal que era incapaz de moverse. Tiré de las riendas e intenté salir de este infierno helado.

Pasa a 15



67

Me deslicé hacia el hueco de una hendidura y el lobo de tamaño antinatural se perdió tragado por la ventisca. Intenté en vano sujetarme al borde, la abertura se ensanchó y me precipité medio metro dentro de ella golpeándome contra las paredes. Mis dedos resbalaban del afilado saliente al que me hube agarrado, desgarrándome la piel de las palmas de las manos.

Mientras pugnaba por no caer, escuché una ansiosa respiración y tras ella los colmillos del lobo, su mirada inquisitiva, cruel, sobre mí. Me pareció que el animal disfrutaba con la perspectiva, con este momento. Tragué saliva.

Si intentas trepar y enfrentarte al lobo con tu cuchillo –has perdido la espada-, haz una prueba de Atletismo + Armas Cuerpo a Cuerpo, Dificultad 3

Si tienes éxito, pasa a 109
Si fallas, pasa a 53

Si decides permanecer en el hueco, a distancia de las mandíbulas del lobo, pasa a 191



68

Un sexto sentido me previno de la inminencia de una intangible amenaza. En el preciso instante en el que la tierra se abría debajo de mi montura el animal ya daba un brinco azuzado por mis botas en sus flancos. Eso me salvó de hundirme en la ancha zanja que en unos segundos desgarró el suelo. Grité avisando a mis camaradas que hicieron lo propio, apartándose cuanto podían de la hendidura.

Alguien nos observaba a unos metros delante nuestro  a través de la nieve y el viento que amainaba. Se trataba de una mujer cubierta con una capa negra que contrastaba con el blanco de su piel tatuada, acompañada de tres enormes lobos de pelaje casi albo, que gruñeron de forma horrible mostrando sus afilados caninos y sus rojas lenguas.


Pasa a 179



69

Arremetió una vez más igual que un ariete con la cabeza baja, impactando en mi vientre, lanzándome hacia atrás. Caí de espaldas, alzó su pierna con intención de aplastarme, así que le golpeé la otra con el pie, a modo de zancadilla. Cayó cuan largo era pero volvió a levantarse, finté y esquivé su siguiente puñetazo. Cargó como un toro, empujándome y trabándonos en una presa; no aguanté el empuje y di contra el suelo. La bestia se echó sobre mí, su mano aferrando mi muñeca, cual tenazas trituradoras. Trataba la mole de alzar su rodilla y aplastarme con ella a la vez que propinarme  un testarazo en el rostro devolviéndome el regalito anterior. Sonreía el animal aquel, goteando su sangre sobre mi torso, amenazando con quebrarme los huesos.


Hundí mis dedos en sus ojos, la furia del combate no le hacía padecer ni sentir el daño. Le salté el ojo derecho, El cimmerio al final aulló de dolor y por un segundo su defensa se debilitó. Golpeé en el estómago, después insistí contra la rodilla, el lobo bufaba sin soltar a su presa, aguantando el castigo. Noté que aflojó, pude liberarme de su presa, rodé y salté sobre él. Mis manos como garras se enlazaron alrededor de su cuello de buey con intención de estrangularlo. Apreté y presioné con firmeza, marcándose las venas en mis músculos por el esfuerzo.

El otro trató de desembarazarse de mí, pero ya era tarde para él. Sus fuerzas se agotaban, su tez adquiría un tono violáceo por la falta de aire.

Si decides matarlo, pasa a 56
Si lo dejas con vida, pasa a 102





70

No quedaba mucho ya, una cuarta parte tal vez. De súbito un caballo se hundió en el lago, relinchando en su agonía. Sus patas rompieron el hielo y se precipitó al interior de las aguas heladas a pesar de nuestros esfuerzos.

-¡Quietos, quietos! –grité.

El hielo se quebraba en varios puntos con veloces, zigzagueantes grietas, fracturándose a nuestro alrededor. El pánico de los animales empeoró la situación, otro cayó de lleno al agua, su jinete le siguió. Atados por las cuerdas, tironeamos de Keito. Desapareció en las aguas y traté de asir su brazo. La temperatura del agua era terriblemente fría y no pude sostenerlo por más tiempo.

Con estupor y horror fui testigo de la espantosa escena que se daba en los pocos metros alrededor: los caballos se alzaban sobre sus cuatros traseros, los hombres caían, blasfemaban, maldecían y eran tragados por la laguna helada. Debía cortar la soga si no quería terminar en el fondo del lago.

¿Cortas la cuerda? Pasa a 58
¿Intentas salvar a alguno de tus camaradas? Pasa a 79



71

Nos trabamos en una presa mutua, le propiné un codazo en la cara, su sangre manchó mis ropas. Fue más rápido que yo, torció mi brazo y golpeó un par de veces el hombro. El hueso crujió, pero aguantó. Me dio un cabezazo en la nariz, noté la humedad y tibieza de la sangre en la boca, reculé, y atiné a agacharme a tiempo de que no me alcanzase con un mazazo de sus puños. Con impulso me lo llevé por delante, tirándolo a tierra, sin embargo me propinó un brutal golpe de arriba abajo en el centro de la espalda. Volteé por encima y me puse en pie.

Escupí sangre otra vez a causa de un derechazo brutal, y mi hígado se resintió por el castigo que llegó acto seguido. Sujetó mi cabeza y con aquel rodillazo cerca estuvo de romper definitivamente mi mandíbula. Di un par de tumbos entretanto que él elevaba los brazos, aclamando a Crom.

Recibes 1 de Daño.

Haz una tirada, Combate sin Armas, dificultad 2

Si tienes éxito ve a 69
Si no es así, ve a 75



72

Descarté la idea de intercambiar fluidos con aquella chica. Mi estado no era el mejor para satisfacer a la joven cimmeria, el sopor del fuerte alcohol me pedía únicamente cerrar los ojos y dormir hasta bien entrado el día. ¿Con qué diablos preparaban esa cerveza? Aparté a la mujer, sin dejar de sonreír y le hice señas de mi evidente borrachera. Creo que me miró mal, disgustada, pero no le presté más atención. Tambaleándome llegue al camastro y me hundí en un sueño profundo.


Me arrancaron de mi lecho, me empujaron afuera de malos modos y el sol matutino clavó sus dardos en mis ojos. Eché mano a la espada pero no estaba en su sitio, y aprecié que el trato era el mismo para mis camaradas. Un enorme mazo golpeaba un tambor retumbando en el interior de mi cabeza y apenas recordaba lo sucedido la otra noche.

Pasa a 103



73

Continué solo en esta odisea en busca de Maclo. Tantos hombres muertos por una mujer. Por una palabra dada, por la recompensa de una bolsa llena de monedas de oro. Habíamos fracasado. Todavía quedaba yo, me dije. Mis carcajadas fueron respondidas por el eco burlón de la yerma llanura, bastante tenía ahora con sobrevivir a mi desesperada situación. Pero no cejaría en mi empeño, no. Al menos por la memoria de mis amigos. El sentimentalismo había conducido a muchos hombres y mujeres a una fosa.

Decidí seguir el rastro hacia el oeste, a las entrañas de un mundo glacial, helado, ¿qué otra cosa podía hacer? Delante, nieve, páramos extensos, desolados, vacíos, una vastedad de soledad blanca. Por no contar con los terribles y fieros clanes vanires. Con suerte podría cazar los pequeños animalillos que habitaban estas tierras.

Regresar no era una opción.

Si vas a caballo, pasa a 59
Si no lo tienes, pasa a 94



74

Fui el primero en lanzarme a la carga, comandando la misma, una saeta zumbó en el aire a un palmo de mi cabeza, mi espada describió un arco de arriba abajo partiendo la clavícula de un guerrero vanir. Seguí adelante, mi caballo saltó por encima de los esclavos, continuando su corta carrera hasta que el acero cruel del filo de la espada cortó la cabeza de un asombrado puerco que violentaba a una joven adolescente acorralada contra un árbol; el bastardo la había empujado, recogió su espada y al alzarse lo último que vio fueron mis dos pupilas llameantes; su cabeza cortada golpeó y rebotó varias veces en las altas hierbas hasta desaparecer entre los matorrales.

Volví grupas, la corta lucha hubo acabado, casi antes de empezar. Los vanires estaban todos muertos o moribundos, los que restaban con vida fueron masacrados por los prisioneros. Maldije al ver el cuerpo de Sablen tendido sobre la hierba ensangrentada, exánime, con la mitad de la hoja de un hacha hundida en su pecho.

Has salvado a una muchacha cimmeria de la deshonra. Anota su nombre, Velina. Después de leer la siguiente sección, suma 118 a su número y pasa a la sección del resultado.

Pasa a 6





75

Cayó sobre mí con todo el peso de su cuerpo, derribándome. Crujió mi espinazo, mi nuca rebotó en el suelo, casi pierdo el sentido. Un sinfín de golpes llovieron sobre mi rostro, cada vez más desfigurado. Partió mis labios, rompió la nariz, sentí el crujido de los huesos de mi cara astillados; golpeaba con una ira animal que animaba cada fibra de su ser. Golpeé, débil réplica sin esperanza alguna. Me pareció ver a través de un velo de sangre a la joven cimmeria sonreír jubilosa; una sonrisa cínica y mordaz pintada, una expresión de puro deleite por lo que contemplaba.

El guerrero agarró mis cabellos y estrelló mi cabeza una y otra vez contra la capa de nieve y la tierra dura debajo. Una y otra vez, hasta que desparramó mis sesos. Hasta que perdí el sentido y la vida.


FIN



76


El cazador cimmerio era fuerte como un oso. Creí que las venas de la frente me estallarían en cualquier instante y que mi brazo se partiría al segundo siguiente. La transpiración humedeció mi rostro crispado por el esfuerzo, forcejeaba intentando doblegar su brazo. Sus fríos ojos azules se clavaban en los míos, también resbalaban las gotas de sudor desde sus sienes, tampoco él veía claro su triunfo. Apreté los dientes y luché con desesperación para conseguir la victoria.

Centímetro a centímetro, su brazo iba cediendo terreno. Tras cinco minutos interminables y sudorosos logré poner sus nudillos sobre la mesa con un golpe seco. Dejé escapar un bufido de alivio, mis camaradas me palmearon la espalda y el mismo cimmerio, masajeándose sus músculos de hierro, me ofreció una gran jarra de cerveza. El resto de anfitriones gritó y bramó llamando a la fiesta, las mujeres pronto acudieron con bandejas a rebosar de carne de caza, pan, y mucha, mucha cerveza. Mis camaradas me felicitaron y se pusieron a comer y beber con tanto o más apetito que sus anfitriones.

Al acabar la velada, ebrios y saciados de comida, bebida, cantos e historias, resolví regalarle la espada a Blagan, el hijo del jefe.

Borra tu espada de Hyrkania. A partir de ahora llevarás la que te deja Whosoran, que tiene un hacha para defenderse.

Pasa a 34



77

El grandullón se adelantó hacia mí y se formó un círculo a nuestro alrededor. Mis camaradas poco podían hacer amenazados con espadas y hachas.  Pintaba mal el asunto. Se plantó enfrente, combatiríamos sin armas. Nada de lo que dijese iba cambiarles la opinión, así que me puse en posición de guardia y me preparé para su embestida. Lo miré a los ojos, era más joven que yo, más fuerte, más salvaje sin duda. No obstante, no poca experiencia atesoraba yo en años de luchas y combates en hediondos tabernas y crueles campos de batalla.

Fuese cual fuese el resultado, quizás no saliésemos con vida de esta aldea perdida en el norte del mundo. Y todo por no haberme acostado con esa desgraciada.

Anota Combate con Cimmerio

Haz una tirada de Combate sin Armas, Dificultad 2

Si tienes éxito, pasa a 80
Si fallas, pasa a 39



78

Caí sobre la nieve, no podía más. Las raíces no fueron suficientes para recobrar una mínima energía que me permitiese continuar. Escuché un sonido metálico, ¿o era mi imaginación? Me apercibí de unas sombras que se acercaban, tal vez la fiebre me hacía ver visiones, espectros, pesadillas andantes.

Llegaron hasta mí, grandes, poderosos, de rojas barbas y enormes hachas. Vanires, un grupo de vanires.  Alcé la cabeza, un tipo hercúleo me observaba sonriendo con desprecio. Me desplomé a sus pies, perdí la conciencia y con ella desapareció el frío, el miedo, el hambre.

Anota “Vanires”

La aventura continúa en “Crónicas Mercenarias: Maclo”.




79

Enrollé la cuerda en mis manos y clavé una rodilla en el hielo, que por fortuna resistió. Tiré con todas mis fuerzas, tratando de liberar a mi camarada del abrazo mortal de la laguna. Lo sujeté de los hombros y estaba consiguiendo alzarlo cuando la superficie bajo mis rodillas se quebró, precipitándome al agua. ¡Dioses! Pensé que el corazón se me paraba de sopetón, tal fue la impresión que recibí al sumergirme.

De algún lugar encontré las energías para alzarme y salir de la mortal hendidura. Arrastrándome, con repetidas y violentas sacudidas que estremecían todo mi cuerpo, logré gatear hasta una zona más densa de hielo y resistente.

Recibes 2 p. de Daño

Haz una tirada de 2d6

Si sale más de 6, ve a 12
Si sale de 1 a 6, ve a 89



80

La enorme mole de músculos se abalanzó sin esperar a más, cargó con la fiereza y fortaleza de una bestia furiosa. Me resultó fácil esquivarlo, un movimiento preciso a un lado, luego descargué con las dos manos unidas un fuerte golpe en su espalda. El cimmerio  se volteó con una rapidez inesperada y su mano derecha logró golpearme en la pierna debajo de la rodilla. Le aticé un poderoso puñetazo en la cara, rompiéndole los labios y la nariz; la sangre salpicó la ligera capa de nieve. Me aproveché de su desconcierto y le castigué una vez más con una patada en el estómago.

Pero el lobo cimmerio no estaba acabado.

Haz una tirada, Combate sin Armas, dificultad 2

Si tienes éxito ve a 69
Si no es así, ve a 71



81

Mis piernas no pudieron más, dijeron basta. Agotado hasta la extenuación, el frío helaba mi sangre, el hambre roía las entrañas y la fiebre devoraba mi entendimiento.

Las rodillas se doblaron sobre la nieve. Grandes copos se arremolinaban en torno a mi patética figura, una pequeña silueta difuminada en el blanco eterno de aquella soledad, un puntito oscuro en medio de la nada, eso era yo.

La nieve caía indolente cubriendo mis hombros, mi cabeza, mi cuerpo.


FIN








82


Después de varios días sin contratiempos una brumosa mañana nos internamos en Cimmeria, fría y solitaria tierra de cielos perennemente grises y poblada por fuertes hombres y mujeres taciturnos. La intención era dirigirnos al norte, hacia Aesgard. Encontramos varias aldeas incendiadas y saqueadas a nuestro paso, al parecer una banda de guerreros aesires estaba barriendo la zona a sangre y fuego. Esta tropa de guerreros  compró el cargamento de esclavas y ahora resultaba evidente su destino, los hielos eternos del norte. Me deprimía este negocio, esta compra y venta de género humano igual que la carne de ganado; sabandijas y estiércol eran los tratantes de semejante comercio. Pero era predicar en el desierto, la mitad del mundo era libre, la otra sumisa y esclava.

Existían varias rutas, y confiábamos que las nieves ya hubieran remitido lo suficiente. Sablen contó que con los cimmerios se podía tratar, sin embargo siempre estaríamos expuestos a una emboscada:

- El pueblo cimmerio tiene en alta estima el honor propio y ajeno, suelen pelear de frente, de día, nunca a escondidas –carraspeó-. No siempre es así, claro.

Aquilonia recordaba Venarium, su avanzada en suelo cimmerio, ahora y desde hacía años fortaleza cimmeria. Un puesto ganado a base de mucha sangre y vidas derramadas.


Te recuperas del daño, un total de: 1 + Constitución.

Si has estado en la Posada de las Cabezas, pasa a 41
En otro caso, pasa a 23




83

Nos precedió el vibrante y seco sonido de las flechas de Brevea y Keito, que eliminaron a los dos centinelas apostados. Aparecimos de la nada, de la densa espesura del bosque, jinetes de pesadilla para los desprevenidos vanires. Tomaron sus armas o descolgaron los arcos aquellos que disponían de tal arma, pero ya era tarde para ellos. Avanzamos impetuosos, nuestros caballos los derribaron y aplastaron con sus cascos. Una cabeza pelirroja cayó por un lado y el cuerpo al otro.

Haz una tirada de Cabalgar + Armas Cuerpo a Cuerpo, Dificultad 2

Si tienes éxito pasa a 74
Si fallas, pasa a 88



84

Acompañados por los imponentes picos, así como la nieve pulverizada que se arremolinaba en los cascos de los caballos y golpeaba con mil aristas afiladas los rostros castigados, languidecía la tarde, cuando el sol declinaba y pintaba de rosados cenicientos el horizonte plomizo, desde un otero se pudo contemplar iluminada por los haces moribundos del sol crepuscular, una extensa superficie alba que se extendía delante, un conjunto de lagos que formaban un archipiélago en el verano, ahora todos ellos helados, encajonados a derecha e izquierda por los altos farallones medio cubiertos de blanco e impracticables, formados por rocas de agudas aristas que cortaban igual que cuchillas de afeitar. Este era el paso que los cimmerios nos explicaron que usaban en los interminables inviernos, o en los veranos a remos de pequeñas embarcaciones improvisadas, tanto ellos como los vanires para acosarse mutuamente. Se ganaban muchos días de marcha pues el otro y único camino transitable zigzagueaba por los peligrosos desfiladeros de las montañas y angostos valles, en dirección noreste, hábitat de lobos y osos, sendero por donde tenían lugar también  incursiones de los guerreros vanires, para luego finalmente torcer al noroeste. El riesgo de los lagos estribaba en el hecho de que su superficie ahora no era fiable, pues el deshielo comenzaba.

Recuperas Daño, 1 + Constitución


Si tienes anotado Combate con Cimmerio, pasa a 120
Si no, pasa a 27



85

Para nuestro desconcierto, bloqueando la puerta nos topamos con el tabernero y su corpulenta humanidad; las cabezas pendían de su cinturón en una cadena de hierro:

- Eh, vosotros. Os habéis cargado mi local. Tendré que reconstruir otro. Pagad. – exigió el hombre -.

- Y tú, el de la barba, has bailado conmigo y me has tirado contra las mesas. Eso también tiene un precio.- Me giré encontrándome con la sonrisa lujuriosa de una de las mujeres, con un escote hasta el ombligo que apenas tapaba sus diminutos senos,
señalándome, sin animosidad, con  juego y burla en su lengua.

El dueño de la posada hizo girar suavemente la cadena con las cabezas, un gesto de indudable sentido. Insistió:

- Quiero otra cabeza para la colección. Os advertí, pero no escucháis, la gente solo oye, no escucha. Después se lamenta. – su rostro pétreo no sonreía, su mirada sí, brillaba en ella maldad acumulada por eones. La mujer le hizo un mohín:

- Eres bruto. No es eso lo que yo quiero…

Thel echó mano a sus monedas, murmurando maldiciones y con la otra desenvainando:

- Esto te pagará de sobras…

La zorra negó con un movimiento de su mano y lo interrumpió:

- Eso aquí sobra, estúpido. Quiero…sí, quiero al cachorrito, quiero saber si maneja tan bien su otra espada como la de metal. Ese es mi precio. Si me divierte, puede que salgáis de este lugar. Puede, aunque tal vez os acabe gustando. ¿Qué dices, cachorrito?, me preguntó, la burla bailando en sus ojos.

La sangre no me llegaba al corazón. Acherus palideció un instante, Whosoran se soltó y arremetió contra el posadero.

Si le vas a dar una buena ración de acero a la chica, pasa a  21

Si te olvidas de la mujer e intentas abrirte paso hasta la salida, haz una tirada de Atletismo + Combate sin Armas, Dificultad 3.

Si tienes éxito, pasa a 43
Si no es así, pasa a 13


86

Cruzar el lago fue la opción que mejor le pareció a la mayoría de acuerdo con mi dictamen, en verdad arriesgado, pero consideraba que con prudencia y obedeciendo mis indicaciones al pie de la letra no habría problema. Aunque no las tenía todas conmigo. Crujía el suelo helado con cada pisada de los cascos de los animales y de nuestro calzado de cuero.

Nos distribuimos y con extremo cuidado avanzamos. A veces cuando una bota se levantaba del frío suelo, un trozo de este se resquebrajaba y dejaba ver el agua a tan solo unos centímetros de la superficie. No perdía detalle de donde pisaba evitando las zonas de mayor peligro.

Lanza los dados. Si sale un doble, ve a  70
En cualquier otro resultado, ve a  98



87
  
Dos anodinas jornadas transcurrieron bajo una fina cortina de lluvia persistente. Atardecía, el pálido y débil sol y sus escuálidos rayos que apenas daban para calentar nuestros ateridos cuerpos, desapareció fugaz tras las nubes grises. Regresó la lluvia y el viento, azotándonos una vez más con su furia enfebrecida.

-Me pregunto qué mal le hemos hecho a su dios –dije para mí mismo más que para el resto.

- Este es el reino de Crom, o de Ymir. Estamos en la frontera de estas lúgubres tierras. Si es que los dioses tienen fronteras –respondió Acherus.

- He oído decir que la hija de Ymir, el Gigante de hielo, es el dios de la tormenta y de la guerra. Su hija Atali se lleva el alma de los guerreros muertos en combate. O eso he oído decir – añadió Keito.

- Supersticiones, Keito. No esperes a morir para encontrarte con la hija de nadie. Disfrútale en vida –bromeé.

Las risas disiparon un tanto el sombrío carácter de la marcha pero no la insistente cascada de agua que el cielo derramaba sobre nosotros. Varios torrentes  pendiente abajo amenazaban con hacer perder pie a nuestros caballos, así que decidimos acampar. Alguien descubrió una cueva, muy oportuna su presencia.

Recuperas Daño, un total de 1+ Constitución

Pasa a 100



88

Un fornido guerrero de largos cabellos rojos se encontró con mi implacable acero en pleno rostro, dándole únicamente tiempo a descargar con la misma furia su martillo de guerra sobre la frente de mi montura, quebrando huesos y aplastando su cerebro. El pobre animal se desplomó y salí despedido hasta besar mi cuerpo el grueso y áspero tronco de un roble. Conmocionado, necesité unos momentos para espabilarme, el resultado del encontronazo fue una luxación en el hombre. El forzudo vanir  se tambaleó, mi espadazo había seccionado su cara a la altura de la nariz, manchada ahora de rojo y sesos; el guerrero pelirrojo se desplomó, pesado, igual que un árbol derribado por el salvaje puñetazo de un gigante.

Había perdido la espada, caída a un par de metros de mí. Me giré al oír el grito de guerra de otro vanir, armado con escudo y un hacha de doble filo, sediento de mi sangre.

Anota un p. de Daño

Haz una tirada de Agilidad + Atletismo, Dificultad 3

Si tienes éxito, pasa a 57
Si fallas, para a 18



89

Mi caballo también fue engullido por las aguas, pero conseguí alcanzar la otra orilla, después de lo que me pareció una eternidad. Exhausto, tiritando convulsivamente,  caí en la dura capa de hielo, firme, al menos. Me recuperé y encontré un hueco donde pasar la noche, a cubierto del viento gracias a una pequeña elevación del terreno. Pude encender un fuego con algunas ramas, y me enrosqué  formando un ovillo mi cuerpo, apurando los últimos rayos de la puesta de sol. Arrebujado en mí mismo,  pasé la noche masticando mi autocompasión.

Conservaba la espada y el cuchillo, junto con el calzado y la capa. Esas eran mis posesiones materiales en este mundo. El panorama era horriblemente desalentador. Frío, hambre, mi cuerpo en un estado penoso, el aliento del acoso de las manadas de lobos en mi nuca y sus colmillos en mi garganta.

Confiaba que el alba desterrara los fantasmas de la noche, y el sol calentase un poco mis huesos y mi ánimo. Me armaría de valor y treparía por la ladera de la montaña.

Haz una prueba de Constitución, Dificultad 2

Si la superas, sufres un total de Daño igual a 3-Constitución,  por el intenso frío, tanto del agua que te ha dejado casi congelado como por el de la noche. Pasa a 73

Si fallas, pasa a 95



90

Continuamos el viaje bajo las tupidas copas de los abetos, la espesura del bosque formaba un techo de ramas y hojas que tamizaba la luz, haces de rayos dorados semejantes a lanzas, que marcaban nuestro camino. La senda nos condujo más y más arriba en nuestro periplo hacia Vanaheim. Ningún lobo apareció, ni oso ni hombre tampoco, delante o a nuestras espaldas, manteniendo en todo momento una actitud vigilante, aunque por las noches escuchábamos el aullido lúgubre de los primeros llamando a la luna. La caza era relativamente abundante y nos permitía alimentarnos sin carestía. 

El tiempo empeoró y la nieve hizo acto de presencia. Pronto, el bosque se vistió de blanco.

¿Tienes un Brazalete cimmerio? Pasa a 108
Si no es así, ve a 87



91

Estaba claro que los dioses del Norte no nos querían en sus tierras.

Escuchamos un retumbar en el exterior que se sobrepuso al ulular delirante del viento. Me arriesgué a sacar la nariz afuera y me apercibí de la tremenda tromba de nieve y rocas que se nos venía encima.

Quedamos enterrados. Completamente. La boca de la cueva estaba bloqueada y aunque intentamos retirar la masa de nieve, resultó del todo imposible. No podíamos movernos en la angostura del sitio, ni sabíamos cuántas toneladas de nieve teníamos encima. Keito se puso muy nervioso, el pánico le arrastró a soltar improperios y desatinos y tuve que propinarle un puñetazo para que se calmara. Luego se puso a excavar murmurando para sí.


Estábamos sepultados y muertos. Nuestros semblantes cenicientos lo decían todo. A la luz trémula de las antorchas decidimos descender por la rampa que había descubierto antes y esta nos llevó después de un deslizamiento de una decena de metros a otra sala de la caverna de dos metros de alto y de la misma amplitud más o menos que la anterior. En un estanque con forma de media luna reposaba la serena superficie de tonalidades verde oscuro.

Pasa a 10



92

Caminé una decena de metros sobre el lago congelado. No se apreciaban huellas recientes de que nadie lo hubiese cruzado y la pista me pareció sólida, tal vez algún punto débil, pero las garantías de cruzarlo sin incidentes eran muchas. Y evitaríamos el paso más largo por las montañas.

- Nos ataremos con las sogas, seguid en todo momento mis indicaciones. No estéis inquietos, se lo que hago.

Estaba completamente convencido de que no tendríamos problemas, así que me puse en marcha el primero.

Cuán errónea fue mi observación del estado real de la laguna helada, no lo sabría hasta un rato después.

Pasa a 70



93

Contaban con el factor sorpresa, desbaratado en parte gracias a mi instinto, pero eran más que nosotros y por completo pertrechados para la emboscada. Mis compañeros agarraron sus armas y pronto los aceros chocaban, madrugadora la muerte en su cosecha diaria.

Otro guerrero fornido de aquellos se me vino encima.

Si decides hacerle frente, pasa a 143
Si prefieres evitar este asalto, buscando una mejor posición, pasa a  197



94

Te recuperas del Daño, 1 + Constitución.

Los días fueron durísimos, azotados por el vendaval impenitente, la soledad extrema de los parajes helados, con las fortalezas de las montañas lejanas cubiertas de nieve, únicas testigos de mi paso. Ni rastro de hombres,  apenas de animales, tan solo raquíticos arbustos, que no tardaron en desaparecer. Comía lo que encontraba, rara vez carne, y cruda. Casi deseaba que apareciese de pronto un grupo de vanires y acabar con esto de una vez.

Haz una tirada de Constitución + Exploración, Dificultad 3

Si la superas, ve a 78
Si no, ve a 81

95

Por la mañana, los dedos albos y rosados de la aurora despejaban tímidos la bruma que se había levantado de madrugada,  la atravesaron y descubrieron un cuerpo rígido en posición fetal, congelado sus huesos hasta el tuétano, y su corazón hasta el alma.


FIN



96

Chocaron una vez los aceros. Luego trató de cercenarme la cabeza, me agaché y con un golpe circular le abrí el vientre de parte a parte. Mi rival se desplomó en su propio charco de sangre, los ojos muy abiertos por la sorpresa. Whosoran daba buena cuenta de otro bastardo a la vez que yo corría y ensartaba al último que pretendía golpearle por la espalda.

Pasa a 116

97

Contesté encolerizado, dejando ahora de lado la prudencia:

- Me río de tus amenazas. ¿Vas a matarnos? ¿Y qué? La vida es muerte. Tarde o temprano, es lo que nos aguarda. Somos mercenarios. La muerte forma parte de nuestra vida. No tenemos miedo. Eres fría como el hielo, entiendo que los hombres no se acerquen a ti y tengas que esclavizarlos para disfrutar de su compañía. Pero ninguno de los que estamos aquí ansiamos yacer con una bruja. Si quieres que alguno de nosotros se quede a tu vera ¿Por qué no vienes tú a por él? Diosa o bruja, me da igual, no eres más que una cobarde. Hunde el hielo ahora o lanza a tus fieras, pero en este gélido lugar no disfrutarás nunca del calor verdadero...-Desenvainé la espada. Por vano que fuese, moriría con el acero en la mano.-No dejaré que nos mates.


Brevea lanzó su flecha, que nunca llegó a su destino, desviada por vientos nacidos del cielo y la tierra. El frío aire de un torbellino se apoderó de la amazona, la levanto de su silla y la arrojó contra la nieve. El resto decidimos cargar. Entonces la violencia y la hechicería se desataron sin darnos cuartel. El extremo de bastón de la hechicera tocó de nuevo la tierra. Perdí de vista a la mujer pero la escuché reír.

Pasa a 106

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