jueves, 26 de abril de 2012

hay muchos traseros que patear 35



Anette no hubiese dudado en golpear a Carlo ante la rebeldía que esgrimía, pero la imprevista intervención de Yamec dejó en suspenso ese nuevo conato de insubordinación. Luego, las decisiones de Benley dejaron perpleja y atónita a Anette; no podía creer lo que oía, ella, que en todo momento le había apoyado. Rivers tenía claro que algo no funcionaba como era debido en el cabo y Dillon también se sintió estafado, apenas pudo esconder su irritación. El cabo respondió:

- Pero qué dices, Dillon? ¡¡Desertando!! Unos se quedan, otros, reciben órdenes de que se oculten estratégicamente en las cercanías, no estoy dividiendo la unidad. ¿En todo tenéis que ver algo raro?

Anette:- Eso es camuflar la verdad, Benley. Algo te ha hecho ese maldito Yamec, a ti y a Viviana, os ha engatusado, hipnotizado o yo qué se.

Sandro: - Antes a eso se le llamaba lavado de cerebro; o comerte el coco.

Anette:- Gracias por la aclaración pero cállate de una puta vez, quieres Sandro?! Escucha Benley, voy a aplicar el artículo 25 *. Si esto acaba bien todos estarán de acuerdo conmigo en que debes ser relevado del mando provisionalmente. Esta vez sí, no por incompetencia sino porque hay algo que te está afectando. Por tu bien, por el de todos.

Benley:- ¿De qué hablas? ¡Vete a las colinas ya, soldado! - Anette obedeció con chispas en sus ojos. Benley acababa de perder una aliada.

Se quedaron todos, incluido Carlo, a excepción de Helen, Sandro y Anette. Dillon cesó en su dialéctica con Yamec que no conducía a nada, no al menos ahora. Y Simo? Varios de sus compañeros le dieron la vuelta a su idea para desesperación del francotirador que se apresuró a aclarar las cosas; confiaba en haberlo conseguido. De cualquier forma, la diezmada unidad iba de mal en peor. Lo mejor que pudo suceder para aliviar la tensión fue entrar en combate.

...

Cuando este se inició pronto todas las instalaciones mineras exteriores se llenaron del sonido del tableteo de las ráfagas de metralla y los gritos de hombres y mujeres. Cada uno se buscó la vida rápido, logrando posiciones ventajosas y abriendo fuego contra el enemigo. Benley gritó órdenes, cuando ya Dillon y Rivers pasaban a la acción. Simo se ocultó tras una montaña de detritus junto a uno de los rebeldes. Viviana más allá con Benley. Carlo saltó al otro lado del puente repiqueteando su rifle. El grupo de Yamec obraba en consecuencia. Los soldados que acompañaban a los dos sintéticos fueron barridos rápido, a pesar de reaccionar pronto, no pudieron repeler la agresión, no ya de los rebeldes, que demostraron buen entrenamiento, sino del imprevisto con el que no contaban, los marines. Con todo, uno de los soldados acertó con su arma y mató a uno de los Guerreros de la Fe.

La nave no solo vomitó hombres, también un par de proyectiles que volaron el puente. Pero no aplastaron con todo su potencial bélico los edificios, quedaba claro de nuevo que los querían vivos, o al menos a Yamec. Los blindados abrieron fuego una vez cada uno, y dos edificios cercanos fueron destrozados; cientos de cascotes y llamas azul-doradas de quince metros se alzaron al cielo crepuscular. Simo no escuchó la voz de Helen pero empezó a disparar igualmente: los enemigos caían, no eran sintéticos, sino hombres de carne y hueso. Humanos de toda la vida. En cuanto a los conductores de los transportes era imposible debido al blindaje.

En los auriculares sonó la voz de Benley, con unas indicaciones precisas: tomar la nave, deshacerse de los dos vehículos de asalto de cierta similitud con su viejo M511. Ordenó a Helen y compañía que fuesen aproximándose al transporte, y a Rivers, que soltaba su particular regaló en amplias ondas de derecha a izquierda, que fuese a por el lanzamisiles. Dillon propuso cazar uno de ellos, Viviana zigzagueaba, Benley y Carlo corrían y disparaban; Simo les daría el apoyo suficiente a larga distancia.

Dillon encestó y vio volar a uno de los supervivientes de los recién llegados que quiso hacerse con un cañón. Un destello anaranjado luminoso desde una de las paredes de la montaña brilló medio segundo y uno de los blindados explosionó como un melón destrozado por una maza. Poco después el otro también fue alcanzado con las mismas consecuencias, y una docena de soldados mutilados con la cabeza o el vientre reventados se desparramaron en la planicie de altas y dispersas dunas. Luego, al momento casi, allá donde el fulgor apareció, un misil perforó la montaña dejando a su paso un cráter enorme. Cuando Rivers regresó con el Sadar corrió aprisa hasta caer junto a Dillon, para ver la humareda que quedaba en torno a los dos blindados.


El arma inteligente de Helen y la ametralladora de Anette, dejándose caer desde otro de los extremos, barrieron una amplia zona junto a la nave, masacrando a los soldados. Sandro no se quedaba corto y aportaba su granito de arena. Lo mismo que Carlo que llevaba unas cuantas bajas en su haber, o Simo, regular, paciente y eficaz desde su escondrijo. Un par de rebeldes fueron muertos por las detonaciones y fuego enemigo.

Quedaron evidentes varias cosas: los asaltantes no habían contado con la reacción de Yamec; no se trataba de sintéticos, sino tropas regulares, ni siquiera especialistas. Y por último, sería la última cosa en la galaxia esperar a un equipo de MC allí. Pero lo más diáfano a la vista de cualquiera es que habían pecado de una confianza excesiva. Sin comerlo ni beberlo, de supuestos gatos se transformaron en cuestión de minutos en ratones.

Algunos pocos soldados se reagruparon y escondieron entre los edificios en ruinas y las dunas. Otros ascendieron de nuevo a las tripas de la nave, en conjunto no más de quince, de los aproximadamente cuarenta-cincuenta que descendieron. Una bala casi le vuela la cabeza a Rivers. Benley y Carlo avanzaron, a cubierto en un pequeño talud no lejos ya de la nave. Rivers y Dillon maquinaban un plan agazapados y ganando terreno. Por la otra banda Helen y los suyos lograron llegar hasta la mismísima rampa de desembarque. Anette había sido herida en un brazo pero danzaba como el que más cubriendo la bestia de Sandro que ya asaltaba la nave subiendo la rampa disparando ráfaga tras ráfaga. Detrás, Helen con el pesado armatoste. Los rebeldes demostraron que tenían dientes y sabían enseñarlos, en particular Nela y el tipo malencarado, los más avanzados de su grupo, una duna a una docena de metros delante del médico y Rivers.

Viviana había sido enviada a ocuparse de Jane y Joe, evacuados y ocultos junto con la embarazada, el bebé y los dos heridos y un par de rebeldes que se quedaron con ellos en otra zona más alejada del perímetro y a cierta profundidad en las montañas. Toda una suerte o mejor precaución, pues alguien dentro de la nave decidió que era hora de exterminarlos a todos. Haces de luz blanca intensa relampaguearon y cinco misiles impactaron uno tas otro en las dependencias de la abandonada mina. Fue como si el mundo se viniese abajo, truenos ensordecedores propios de una hecatombe. Nada que no conociesen ya todos los presentes. Las ruinas fueron despedazas como si un animal de garras gigantescas las desmantelase.

Los proyectiles sembraron un campo de destrucción y muerte a su paso. Al poco un cañón de plasma encendió de violeta y amarillo eléctricos una zona cerca de Simo, lo que fue un hombre ahora era un amasijo de vísceras carbonizadas que cayó sobre él. Crepitó la voz de Benley: - Anette, Helen, Sandro, ¡¡adentro!! ¡Las baterías! Los demás, adelante, salid de ahí.




OFF

* El artículo 25 (que ni idea qué numeración tiene), es aquel que habla del relevo del mando si el oficial o suboficial muestra síntomas susceptibles de enajenación mental o incapacidad para obrar como se espera de él o una grave y acusada distorsión en su comportamiento. Se necesita apoyo suficiente para esto y se corre el riesgo de enfrentarse a un consejo de guerra si se considera tras un examen detallado y minucioso de los acontecimientos si cabe la posibilidad de haberse convertido en un motín.


El lanzamisiles lo tenéis, recordad que cargasteis con varias cosas al dejar vuestro vehículo.




Helen


Helen iba con el armatoste, cubriendo las espaldas de Sandro y Anette. Sandro, en cierto modo, parecía disfrutar matando como el psicópata que muchos sospechaban que era. Y Helen no sentía nada. Parecía tener en sus ojos algo similar a la compasión. Ello era debido en que pensaba por quién o para qué mataba aquella gente. Le daba la sensación que aquella nave y su tripulación solo era una pieza más de un ajedrez intangible, y ahora esa pieza caía ante ellos. La mano que movía a aquellos hombres era sin duda alguna despiadada, un movimiento cuya única finalidad podría ser únicamente saber si estaban armados, o simplemente hacerle saber a Yamec y su gente que fuera donde fuere lo sabrían y lo perseguirían, con implacabilidad, y con fuerzas infinitas ya que la Weylan tenia dinero de sobra para comprar a cualquiera que tuviese un precio.

Entonces entendió que Yamec no tenia precio, no para la Weylan. Tenia otro precio que la Weylan no podía pagar, y aunque Ghost no podía entender como la fe podía mover a un hombre así, si podía entrever porque aquellos hombres seguían a Yamec. Justo en la rampa surgieron en su mente artificial todas esas cosas. El siguiente paso era tomar la nave. Aunque Helen se preguntaba si la carnicería que estaban haciendo solo seria una pantomima para estar donde la Weylan quería que estuviesen. "A caballo regalado, no le mires el diente" se dijo. Todo dependía de lo difícil que resultase tomarla. Y una vez tomada ver que sorpresas del futuro aguardaba. "Con un poco de suerte veré a mis hermanos pequeños en alguna cuna" pensó mientras intentaba divagar como habrían cambiado los sintéticos de combate. Viviana allí dentro disfrutaría, de eso no le cabía duda. Pero antes había que quitarse los problemas de encima. Y matar era su oficio.

- Anette usa tu instinto para ir a la cabina de mando, hay que evitar esos cañones de plasma disparen lo antes posible. - dijo por el comunicador. - Sandro, no te separes de Anette. Voy detrás cubriéndoos.




Simo Kolkka


Dentro de la cabeza de su primer objetivo le esperaba otra sorpresa. Ni cables, ni aceite para coches, ni nada por el estilo. Solamente sangre y cerebro. Había dejado al pobre diablo sin un trozo de cabeza. No quedaba lugar a dudas, eran completamente humanos. No entendía nada. Solamente que los parámetros de la misión seguían siendo los mismos, matar muchos hombrecillos a medida que salían de la nave, ya que no estaba en su mano frenar los transportes. Por suerte alguien se encargó de aquello. Solo levantó la vista de mira telescópica para ver pasar a Rivers con el Sadar. Eso si que eran buenas noticias. Las posibilidades de caer por fuego amigo se acababan de triplicar. Bueno... hoy es un buen día para morir. Siguió disparando, mecánicamente. Era la única forma de hacerlo, como si fuera un videojuego. Aquellos tipos a los que disparaba no tenían historias. No tenían familia, ni un pasado, ni un futuro. Solamente una bala para cada uno. Era importante reservar munición. Seguro que ya no las hacían como antes.

Escuchó las nuevas indicaciones de Benley. Irrelevantes. Conocía su papel. Se quedaría allí y cubriría al grupo. Eran suficientes allí abajo, y por muy buen tirador que fuera en espacios cerrados, era mucho más útil a aquella distancia. Se centraría primero en lo que retrocedían hacia la nave, con el objetivo de dejar la menor resistencia posible. Una vez los perdiese, intentaría llegar a los que decidieron esconderse. Era obvio que no estaban preparados para mucho mas que un ataque relámpago. Podía imaginárselo. Una vez hubiese caído Yamec, todo habría acabado. Pero ni el fanático era tan inocente, ni ellos estaban allí haciendo turismo. Pero el enemigo aún tenía algún as en la manga. En cuanto vio las luces psicodélicas a su alrededor se agazapó, buscando la mayor cobertura posible. Cuando consideró prudente abrir los ojos, se encontró con que el rebelde que había estado a su lado estaba esparcido encima de él. Se levantó y se apresuró a salir de allí. Una vez estuviese lo suficiente lejos volvería a buscar cobertura, en busca de los enemigos que se habían escondido. Si no tenía ningún objetivo claro echaría a correr hacia la nave, con precaución de no ser un blanco demasiado claro en ningún momento.





Jake Rivers


Hace mucho que no tomaban parte en una buena batalla, hasta cierto punto lo echaba de menos. No se trata de sintéticos de combate al parecer, son como Helen. Aún así sabe que Ghost es bastante eficiente combatiendo, conviene no confiarse en absoluto.

Comienza a disparar y a cubrirse cuando se da cuenta de tener un compañero al lado, Dillon. El médico encesta una granada dentro de un blindado. –Buen tiro- dice con cierta admiración al ver los efectos del explosivo. –Creí que lo tuyo era más bien el lanzallamas, pero me alegra que domines las armas más mundanas- añade sonriendo mientras asoma para lanzar otra ráfaga.

Los combatientes modernos le decepcionan en gran medida. Supone que no esperaban encontrar una resistencia bien organizada, además se están conteniendo, es evidente. Deben estar intentando atrapar a Yamec con vida. Una gran ventaja para ellos, siempre es agradable cuando el enemigo se esfuerza menos en matarte. Afortunadamente la unidad Sigma carece de ese tipo de reparos. A ellos les importa bien poco tirar a matar, llevan años haciéndolo. En algún momento debieron sentir remordimientos, ese momento queda atrás, o quizás han aprendido a guardarlo para los momentos de introspección, cuando están solos y deben enfrentarse a sus propios diablos.

Prosiguen intercambiando disparos, venciendo, avanzando… hasta que ocurre lo que tenía que ocurrir. Uno no trae una nave de esas dimensiones, bien armada, para dejarla parada en mitad del campo de batalla. Los misiles comienzan a volar entre el campo de batalla mientras el cañón de plasma se ocupa del resto de objetivos. Necesitan la nave entera, y sus compañeros van a tomarla, pero también les sería conveniente sobrevivir hasta ese momento. El SADAR no podría destrozar la nave aunque se lo propusiese, no obstante podría reducir la ventaja. Rivers se cubre y mira a Dillon. –Ni los misiles ni las granadas atravesarán el blindaje de ese monstruo- el médico lo sabe tan bien como él. –Solo podríamos intentar alcanzar puntos vitales de la nave, pero entonces la dejaríamos inservible-. Para Rivers es importante hacerse con la nave. Eso significa poder tomarse más tiempo para intentar dar con el sargento. –Podemos disparar contra el armamento, pero si disparo contra el cañón de plasma nos fulminarán con los misiles, y si disparo contra los misiles adiós nave, nosotros, y la mitad de esta maldita roca-. Ese último detalle es importante, no pueden alcanzar cualquier blanco gratuitamente, de nada sirve exterminar al enemigo para caer junto a él. –Desactivaré el sistema de calor del SADAR para que dispare recto, sin guiarse, y me moveré a una posición desde la que pueda ver la antena del radar. Si lo destruyo perderán los misiles- Necesitan guiarlos de algún modo y el calor no es el más indicado para armas de un calibre tan grande, no conseguirían alcanzarles a ellos sino a los amasijos que son ahora los blindados –Entonces aún quedará el cañón- le pasa a Dillon las granadas que le quedan –Esta vez no necesitas encestar, con calcular bien el tiempo y hacerlas explotar al lado bastará. No creo que taladren el blindaje pero si harán el bastante daño para dejar inservible el cañón. La antena del radar puede repararse luego, y podemos prescindir del plasma. Ellos se quedarán con un armatoste entero con el que ya no podrán luchar. Los demás deberían tener tiempo suficiente para evitar que despeguen-

Eso es todo, algo fácil y sencillo, al menos de decir, porque hacerlo es bastante más complicado. – ¿Alguna idea mejor?




Dillon Frost


La batalla petardea en sus oídos igual que tambores tribales del África profunda. Siente como su alma se estremece con cada explosión y como su mente le insta a tirarse al suelo y a no levantarse hasta que todo pase. Hasta que todo se solucione. Tiene miedo. Vienen a matarles. No saben quienes son pero lo harán. Siempre es así. Desconocidos que se matan. Le da cierto pavor. Su primer asesinato no fue en una guerra. Conocía a la víctima, tenía motivos. Era algo personal. Aquello era frío, aséptico, no había color. Se mataban...porque estaban en el sitio equivocado. Y que quisieran matarle con tanto ahínco le asustaba. No, le acojonaba. Porque demostraba cual era la naturaleza humana.
Por supuesto no se tiró al suelo ni se estremeció. Era un marine. Era Dillon Frost. Estaba rígido como un bate de béisbol, dispuesto a romper cráneos. El miedo latía a con su corazón y el pánico era aspirado con cada nueva bocanada de aire. No dejaba que le controlase. No era nada. Solo una idea más en su cabeza. Sobrevivir. Matar. Usar todo lo que tenía a manos. Vivir para ver un nuevo día. Eso era más importante. No quería luchar por Yamec. Tampoco por Benley. Ahora había visto que tenía algo de rata. Y a él solo le gustaban las ratas en el rancho que comían. No tenía más opción. Ya pensaría en lo demás más tarde. Era lo único bueno que tenía la lucha. Te desconectaba de todo. Los problemas, la familia, los amigos, el amor...allí no había cabida para esa clase de mierda. No le dabas vueltas a nada. Solo a la batalla, a sobrevivir. Si, para pensar en esas mierdas. Pero mientras luchabas, eso era lo importante. No pensar, solo guerrear. Esos bastardos habían elegido mal el momento en el que atacar.

No tuvo que hacer mucho. Las balas de sus compañeros danzaban el vals de la muerte mientras que Rivers, a la percusión, sentenciaba cada canción con espectáculos de luces. El estribillo y Helen y la nota discordante, Simo, siempre dando el cante, errático pero perfecto. No había melodía sin él. Él, solo una granada. Un mero gesto, un lanzamiento. Explosión y carne quemada. ¿Cuántos hombres habían muerto por que él había alzado el brazo? Una personal normal alzaba el brazo en el bus o para coger un producto de un macro mercado. Eso no mataba a nadie (generalmente). Ellos si. Eran marines. Pestañeaban y barrían la zona. Pobres diablos.


Rivers le felicitó por su tanto. Los psicópatas son así, se alegran de la muerte. No, no era justo con él. Solo era un guerrero. Él no lo celebró tanto. Matar no estaba bien. Algo dentro de su humanidad se lo decía. Seguía haciéndolo porque se le daba bien. Porque no había más opciones. O eso se decía. Si se alegraba de seguir vivo. Tenían cosas que hacer. Muertos no podrían hacerlo. Así de simple. Supervivencia. Ellos eran expertos en ese juego.
-Los estamos masacrando.-Comentó.-Igual que hacer una tortilla.-Era muy triste ver como caían. El chapuzas de su oficial había organizado una incursión relámpago. Yamec los había descubierto. Primer error. Ellos estaban allí. Segundo error. Y estaban de mala leche. Tercer y último error. Se quedó allí, parapetado, echando un ojo de vez en cuando. No tardaron mucho en sacar la artillería pesada. Misiles, plasma. Estaban desesperados. Querían vivo a Yamec. Otro punto a favor. Solo hubiera sido peor si sus enemigos hubiesen decidido disparar con sus culos.

Escuchó a Rivers. Quería dejarles ciegos y mudos. Si les quitaban la artillería ¿Qué les quedaría? Solo carne para sus balas. Asintió.

-Hablas demasiado. ¿Quieres convertir su nave en una bañera? Me parece bien.-Cogió las granadas. Las iba a necesitar.-Me acercaré un poco. No soy tan buen lanzador como crees. Lo de antes solo ha sido suerte.-Y así había sido. Iba a necesitar algo más para inutilizar el cañón. Se señaló la cabeza.-Procura mantenerla en su sitio, Rivers, aún no sé como coserlas.-Tiempo al tiempo.
Cuerpo a tierra, empezaría a moverse*. Reptando, entre la tierra y la sangre, cuando fuese necesario. No se molestaría en devolver el fuego. Se preocuparía de avanzar y de quedar bien cubierto. Si alguien representaba una molestia Simo se encargaría de él. No debía haber muchos, Benley había dado órdenes de tomar la nave. Y Sandro si era un psicópata. Podía haber algún enemigo perdido. Si estaba cerca se limitaría a freírlo. El lanzallamas era un arma formidable. Solo tenías que barrer la zona, igual que con una manguera, y alguien salía ardiendo y aullando de dolor. No necesitaba emplearse a fondo.
Se acercaría al cañón. Programaría una de las granadas. Un tiempo prudencial. Echaría todas en la bolsa. En su recorrido quizás se hubiese topado con algunos guerreros de la fe. Les pediría sus "santas" granadas para hacer algo "divino". Luego se concentraría y su brazo de hierro arrojaría una bolsa bastante cargada hacia el cañón de plasma. Desfiguraría el cañón de una forma u otra. Un movimiento de brazo, nada más. Un hombre en una cantina que se estira para coger un periódico, un niño que quiere llegar al frasco de galletas de encima de la mesa. Un gesto similar. Coger un frasco lleno de dulces. Un marine no necesitaba más para sembrar la destrucción.




Simo Kolkka


Escuchó la conversación entre el médico y el carnicero a través del transmisor.

- No es que me parezca divertido esperar a que nos acierten con los misiles, pero si queremos capturar la nave, quizás el no volar su arsenal sea buena idea a largo plazo. Vosotros veréis.



Helen McFersson

 (Anexo)


Tras oír a sus compañeros mientras está subiendo la rampa Ghost se alarma cuando algunos de ellos hablan de neutralizarla. Conociendo el poder del SADAR, la piloto se ve impelida a intervenir justo después de que lo hiciese el francotirador.

- Por no mencionar de que caben muchas posibilidades de que el transporte del que hablaba Yamec fuera esta misma nave. Y, en el peor de los casos, si nos encontramos con más insectos con el armamento de la nave podemos hacerlo en un plis plas. ¿Dónde tenéis la sesera? Vamos marines, hay que limpiar el interior de la nave antes de que se den cuenta que estamos dentro y decidan largarse.



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