miércoles, 4 de abril de 2012

Al sur de Hiperbórea 2



Recuerdos de Aswarya  (por Raelana)


No estoy sola. Los muertos me acompañan. Cada miembro de mi tribu viaja conmigo, atado a este cinturón de huesos. Cada falange tiene su nombre y me los recuerda, a ellos acudo cuando necesito hablar. Ellos me escuchan y me responden, flotan a mi lado cuando estoy dormida. Ellos viven mientras yo los recuerde, mientras yo los lleve conmigo. Y yo he jurado no separarme nunca de ellos.

El día que todos murieron está grabado en mi alma a sangre y fuego. Yo no estaba, no los vi morir. Yo había subido a la montaña, al hogar de los ancestros, donde los huesos de nuestros antepasados están enterrados. Allí podía hablar con ellos, preguntarles porqué las tribus del Oeste nos atacaban. Preguntarles como defendernos. Habíamos sufrido ya tres ataques, ataques cobardes donde un puñado de guerreros entraba en la tribu a robarnos las cabras y salir corriendo. Ellos nunca suben demasiado en la montaña, sus caballos no están acostumbrados a eso. Nosotros teníamos pocos caballos, éramos humildes, teníamos poco de todo. Los espíritus estuvieron callados ese día, permanecí allí toda la noche, quemando las hierbas prescritas, llamándolos y aullando y al final llorando al no recibir respuestas. Después bajé al pueblo y comprendí porqué no habían querido hablar conmigo. Los ancestros no estaban allí, en el suelo sagrado, habían bajado al pueblo y habían sido testigos de la matanza, los incendios, el miedo y el dolor. Esta vez habían sido muchos, yo encontré los restos, las pisadas de muchos caballos, muchos guerreros de nuestro pueblo derrotados. Las cabezas de mi madre y mi abuela estaban muy juntas, aunque sus cuerpos aparecieron en dos extremos distintos de la aldea. No había niños, se los llevaron a todos. A algunas mujeres también, las más jóvenes. Al principio tuve la esperanza de que alguien hubiera podido escapar pero esa noche los espíritus acudieron a mi en tropel, todos tan asustados que reviví todo lo que había pasado y lloré con ellos. Y les juré que no iba a volver a llorar jamás.

Llevé los cuerpos al suelo sagrado, tardé varios días en darles a todos la sepultura que merecían, me quedé allí con ellos, no soportaba volver a la aldea donde todo estaba destruido y cada mancha de sangre me hacía revivir la tragedia. Hice el cinturón de huesos, eran demasiados para hacer un medallón, aunque algunos los uní al medallón de los ancestros. El de mi madre y el de mi abuela. Es al medallón al que pido consejo cuando lo necesito. Al cinturón sólo le pido compañía. Voces amigas que me acompañen a través de los caminos. 

No tengo a dónde ir. Mi pueblo ha quedado atrás. Yo fui una niña traviesa, a la que le costaba concentrarse en los rituales que mi abuela me enseñaba. Me gustaba subir a las montañas y correr, y jugar. Mi abuela me regañaba. No hay tiempo para eso, tienes que aprender o todo nuestro saber se perderá. Mi madre ya sabía, pero ella nunca me enseñaba. Se pasaba el día de un lado para otro, sin ver ni oír a nadie. Mi abuela decía que se había adentrado demasiado en el mundo de los espíritus y no podía ver el nuestro. Yo no lo entendía entonces, pero ahora sí lo entiendo. Es fácil hablar con ellos, confiar en ellos. Y es duro vivir. A veces temo que me pase como a mi madre, pero llevo ya meses viajando y sigo viviendo en el mundo real. Me parezco más a mi abuela, ella siempre me lo decía. Mi abuela nunca se dejó arrastrar, dominaba en vez de ser dominada. Si miraba a alguien a los ojos se echaba a temblar. Yo nunca he conseguido eso. Después de mi iniciación la gente empezó a mirarme con mucho respeto, pero eso era en mi pueblo. En el resto del mundo las miradas son lascivas a veces, despreciativas otras, soy la extranjera, la que no conoce las costumbres y no sabe cómo comportarse. Pero también sé las virtudes de las hierbas y las piedras, la sabiduría de los animales y el poder de los espíritus. Y sé defenderme cuando me atacan.

No me gusta hacer daño, pero tampoco que me lo hagan. Al principio parecía más fácil si tenías un hombre. Un hombre se peleaba por ti, te protegía, era una pantalla y yo podía estar detrás y no se me veía. Viajé con él durante meses, pensando que era lo mejor. Porque tenía miedo de un mundo que no conocía y que era demasiado distinto para comprenderlo. Thorgrim se llamaba, tenía la piel tan oscura que me impresionó al verlo y los brazos tan fuertes que podía doblar el acero. Viajamos juntos, él conseguía trabajos de mercenario que realizábamos juntos, seguíamos viajando. Comprendí que no era seguro viajar con él la primera vez que me golpeó pero seguía teniendo miedo al mundo real. Tuvieron que pasar meses para poder comprender como eran las cosas. Cuando llegó el momento simplemente lo supe. Preparé la bebida como debía hacerse y se la eché en el vino. El ya estaba borracho y no se enteró de nada. Desaparecí de allí sin llevarme ningún hueso suyo. No creo que nadie me recuerde, a su lado yo era una sombra y nunca he vuelto a aquella ciudad. 

Desde entonces camino sola, y ya me siento más a gusto entre otros pueblos. Busco mis propios trabajos y los ejecuto yo sola. Hay gente que ya me conoce por mi nombre, son pocos todavía, pero algunos me miran con respeto y siento que me lo he ganado. Otros me llaman bruja y escupen cuando paso, pero yo no soy una bruja. Si los espíritus hacen algo a través de mi son ellos los que lo hacen, no yo. Es difícil explicar que sólo eres un recipiente, una portadora, un medio y que el poder que les asombra no es realmente tuyo. Me llaman Aswarya, la portadora de huesos. Mi nombre real no se lo he dicho nunca a nadie. Es como si lo hubiera dejado atrás, tan muerto como lo está mi tribu, y sólo lo oigo en sueños, pronunciado con la voz de mi abuela que a veces me canta cuando no puedo dormir.

Busco a los supervivientes. Los niños que no se acordarán de mí, las jóvenes que ahora serán madres de niños de otros pueblos. Recorro los mercados de esclavos de todas las ciudades por las que paso, con la esperanza de encontrar a alguno de ellos, pero no he tenido suerte. De los hombres que nos atacaron sólo tengo imágenes confusas en sueños, demasiado poco para poder encontrarles, aunque los muertos claman venganza y quieren usar mis manos. Si encuentro alguna pista los buscaré, se lo he prometido, pero no voy a buscar a ciegas. Tengo una prioridad por encima de la venganza: sobrevivir.

Ahora me he convertido en la única que lleva el legado de mis antepasados, la única que recuerda nuestras tradiciones y nuestros secretos. Soy algo más que una portadora de huesos, llevo conmigo todo lo que fuimos alguna vez, todo lo que hubiéramos podido ser. Mientras yo siga viva mi pueblo seguirá vivo. A veces pienso en volver, echo de menos las montañas, pero no puedo. No sobreviviré allí sola, tengo que seguir caminando.


2 comentarios:

  1. la primera frase de tu post me ha puesto los pelos de punta. Felicidades por el post, es fantástico

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  2. Gracias, Ana. El mérito es de Rae, el texto es de ella, y no podía ser menos que fantástico ;)

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