miércoles, 11 de abril de 2012

Al sur de Hiperbórea "El Mar" 3


El fuego chisporroteaba. Ligera ráfagas de aire helado golpeaban de improviso las llamas las hacían oscilar bruscamente. La noche era muy oscura, sin luna, la luz fría de la miríada de estrellas moría ante el trémulo resplandor de la hoguera. Pensativa, Aswarya respondió a su compañero, y le planteó a su vez una pregunta. El guerrero cerró el puño en torno a los dados, miró directamente a los ojos de la extraña joven. Levantó luego la vista a las estrellas, y de nuevo cruzó su mirada con ella:

- He conocido hombres que quedaban vacíos cuando cumplían la venganza que con ansia buscaban. A otros no les fue suficiente y continuaron matando. Si se algo de la venganza es que es una amante insaciable.

Lanzó los dados: doble tres. Los recogió y prosiguió:


- En mi caso no valía la pena. Lo entendí más tarde. En el tuyo, probablemente sí. Es distinto, Aswarya. Lo que te hicieron merece el castigo. Y yo te ayudaré a llevarlo a cabo, si quieres. Aparte de jugar a los dados, poco más tengo que hacer –sonrió tristemente-. Pero no dediques tu vida a ello. No les devolverás la suya. Seguramente te liberes de la amargura, pero no del dolor. Supongo.

-Tranquilo –contestó Aswarya-. Se que tiene razón en cuanto a la venganza, no debe ser la meta de mi vida. Esos malditos no se lo merecen-. Aprovecharé los buenos momentos, como este. La venganza no me los quitará, lo que tenga que llegar llegará en su momento.


Los dados bailaron en el aire, giraron, cayeron y rodaron. Cinco y dos.


-Mi pobre madre me enseñó lo poco que se de leer –continuó Lucos-. En un templo leí una frase que rezaba algo así: El hombre sabio disfruta de la vida. O sabe disfrutar de la vida. No recuerdo bien. Una cita ambigua. Depende de lo que entendamos por disfrutar de la vida. Para mí es el aquí y ahora, hacer lo que deseas. Sin pensar demasiado en ello. Conversar contigo, admirar las estrellas, bañarme en este río. Tal vez no vea un nuevo anochecer, sin embargo, no me preocuparé por eso.

Se pintó una sonrisa triste en la boca de Aswarya.

“Lucos habla en voz baja, para no despertar al niño. Son agradables las noches así, tranquilas, aunque hablemos de venganza a la luz de luna. Resulta extraño como la noche alienta las confidencias que no somos capaces de hacernos a la luz del sol. Me resulta raro oírlo hablar de su mujer y su hija, de su madre, como si no hubiera tenido vida antes de que nos conociéramos. Todos tenemos vida, y un pasado que puede ser muy distinto a nuestro presente actual. ¿Llevaría mucho tiempo junto a esos dados? Siempre le dan malas tiradas, traicioneros igual que su esposa, pero los ama. Resulta todo tan extraño.

Los dados son algo fascinante, suerte sin ningún control. Arriesgarse frente a algo sobre lo que no puedes influir, ni para bien ni para mal. Y, sin embargo, confías en ellos, como si el azar fuera una persona que estuviera de tu parte y te ayudara, aunque a veces se comporte como un enemigo. Ni siquiera sé qué significan los números, cuando gana y cuando pierde.”


Las últimas frases de la conversación se sumergieron en la noche, igual que el sueño hizo con los pensamientos y recuerdos de Aswarya. Sumida en un reparador descanso, creyó que los espíritus de sus ancestros la visitaban, le hablaban, aunque ella no distinguía las palabras, tan solo el movimiento de unos pálidos labios y unos párpados cerrados sobre cuencas que estaba segura no escondían ojos. Le transmitieron la sensación de inquietud. De peligro.

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