martes, 13 de diciembre de 2011

Leyendas 4




Cuenta una leyenda que existió una vez una persona que intentaba cada día dar lo mejor de si misma y sonreír a todos cuantos se cruzaba ante ella sin importarle si eran amigos, conocidos o simplemente desconocidos.
Dicen, que se interesaba por ellos, se desvivía por intentar encontrar soluciones a sus problemas, por mejorar sus vidas y arrancarles una risa de sus labios. Que era atenta y escuchaba en silencio, atendiendo a sus palabras.
Comentan que con el tiempo todos aquellos que habían tratado con esa persona mejoraron su calidad de vida y que creyeron que podían recurrir siempre que lo necesitaran a ella. Así lo hicieron durante mucho tiempo siempre sin encontrar nunca una negativa.
Explican que una sola vez aquella persona expresó tímidamente que necesitaba también de cuidados y cariño, de interés y apoyo, de abrazos y besos. Extrañados y alarmados, todos aquellos que habían recibido de forma incondicional y gratuita sus atenciones empezaron a alejarse, a abandonarla...
De la noche a la mañana todas sus vidas cambiaron,. Se convirtieron en un mar de dudas que se movía como las horas, que daban y quitaban en segundos alegrías. Fue un discurrir entre cascadas de sensaciones y sentimientos que provocaban a la bestia interior que todos llevaban dentro. Era vivir en un lecho de ortigas, dejando jirones de sus pieles entre las zarzas por absurdos códigos sociales que les impedían “dar” algo de si mismos a los demás.
Fue con el paso del tiempo, al querer recuperar las ganas de vivir, sonreír y disfrutar de sus vidas cuando volvieron a buscarla para ofrecerle aquellos simples gestos que nada costaban de dar. Todos y cada uno de ellos cayeron hincando sus rodillas en la fría tierra al darse cuenta de que aquel árbol sin hojas y marchito, con tronco de cuerpo de mujer, era ella. Todos y cada uno de ellos se lamentaron y lloraron por haber dejado morir de dolor y pena a la única persona que les aportó un poco de amor, esperanza y alegría a sus vidas...




Iasbel

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