jueves, 8 de diciembre de 2011

LOS ÁNGELES, 2029 -3


Dante se liaba un canuto cuando las sirenas quebraron el aire nocturno y la gente que trapicheaba, vendía su cuerpo o arreglaba negocios por allí cerca se esfumó como la ceniza al viento. No era raro que esto pasara en esa zona, y así, la pareja esperó en el coche, con los sentidos totalmente aguzados.

Notaron que la fiesta era justamente allí mismo. ¿Tenía algo que ver con ellos dos y su historia?

- La puta de dios –farfulló Dante. Tiró el cigarrillo y puso en marcha el V-10, al otro lado de la entrada principal de la iglesia. Rugió igual que una bestia hambrienta y salvaje el motor.

Rayos azulados de luz procedente de un rotador a treinta metros de altura, iluminaron la plaza. Más sirenas, disparos sucesivos, una sombra que corría como una liebre y se metía en la parroquia. Luego varios policías con armadura de combate llegaron en persecución de quien quiera que fuese, desde una de las calles adyacentes y un par de V-10 hicieron acto de presencia lanzados a toda velocidad chirriando las ruedas en su brutal frenazo. Vomitaron más agentes de la ley armados hasta los dientes.

KD, como se hacía llamar Kate, miraba atenta  las correrías de la policía especial, preocupada por el coche. Era del modelo de la policía aunque muchos corporativos los usaban y, si bien era raro que uno de esos bugas estuviese en un barrio como aquel, tampoco era anormal del todo. Los ejecutivos tenían sus gustos raros. Así que podían pedir documentación o pasar de él. De todas formas, aquel dispositivo de agentes acorazados estaba por otras cosas. Kate se preguntaba qué leches de misión sería aquella de la que apenas sabía nada, solo esperar a dos tipos y una buena transferencia bancaria. Dante estaba silencioso, harto de aguardar sin entrar en acción, inquieto, dispuesto a largarse ya mismo. Sudaba, y las ganas de echarle un polvo a su compañera se le habían pasado al momento.

Sonó su móvil de muñeca, el código pactado apareció en pantalla, la comunicación era segura. Una voz de mujer, acento eslavo al otro lado:

- Cambio de planes. Si queréis la pasta, id al callejón este de la iglesia. Ya.

El ladrón de coches engranó primera, se mordió el labio superior y puso en movimiento, lentamente, al V-6.

- De acuerdo, en marcha y acelera. Tu conduces y yo disparo –dijo sin entonación alguna la asesina. KD sacó una de sus “gemelas” y la empuñó con firmeza, liberando el seguro.

Dante giró en la primera calle a la derecha. No dudó de las instrucciones recibidas, no sabía quien era la mujer que contactó, le valía el conocimiento del código. Con todo, también preparó su arma. El V-6 entró silencioso igual que una bestia agazapada en el sucio callejón, cubierta con una gruesa cazadora militar y pantalones anchos: la fugitiva del maletín negro que había huido por la puerta que le indicara el padre Tomachio. Sus mechones de cabellos sobre la cara no dejaban ver la misma. Se metió rápida en el asiento trasero, apenas se sentó dio órdenes:

- Arranca ya, vamos, ¿zsi? Please. La de la artillería, habrá que matar polis, ok, algún problema. Sube la paga el doble para ambos.

El fuerte acento de la Europa del Este no se le escapó a KD, que pronto supo gracias a su multi traductor implantado que debía ser, con mínima probabilidad de error, rusa. Asintió, esgrimió una sonrisa de lado, fúnebre, casi obscena.  Dos agentes abrieron de golpe la puerta del edificio que daba al callejón, con rifles automáticos y protegidos por armaduras. Uno de los rotadores extendía sus luces frías y azules al otro extremo de la vía buscando el objetivo.

La mercenaria vio a los dos policías, apuntó a uno de ellos y abrió fuego sin preguntas. Dos proyectiles reventaron el cráneo del agente después de traspasar el visor del casco. El otro repelió el ataque, las balas rebotaron en el blindaje, Kate apretó el gatillo de nuevo mientras el vehículo arrancaba quemando neumáticos. Sus disparos impactaron en la coraza del policía. Las ruedas arrancaron humo del asfalto. Emergieron desde la iglesia más efectivos policiales, que con sus rifles escupieron una lluvia horizontal de metal contra el coche.

- Dime qué está pasando chica, que quieren de ti. Y dilo rápido –preguntó ahora KD, sin dejar de disparar.

- Esto va de joder al personal cuanto más mejor –respondió la reciñen legada. .

El V-10 aceleraba por las calles en penumbra seguido por otro de la policía al que pronto se unieron un par más y en las alturas el rotador. El vehículo estaba preparado con lo último pero sus perseguidores también. La conducción de Dante hizo que uno de los coches policiales girara de mala manera en un estrecho callejón, evitara a una moto y no pudiera esquivar a un camión de transporte contra el que se empotró de frente. Pero el rotador seguía allí y los otros dos. La mujer de acento eslavo se quitó la chaqueta, llevaba una camiseta gris sin mangas, corta, dejando su vientre al descubierto. También se deshizo del pantalón ancho, debajo vestía un ajustado pantalón negro. Maldecía en su lengua, efectivamente rusa, que KD comprendió, juraba contra la policía, maldecía a la  mafia japonesa y a las corporaciones.

El rotador lanzaba ráfagas de metralla hasta que uno de sus cañones láser levantó el V 10 por su parte trasera, lo hizo volcar y dar varias vueltas de campana. Quedó boca abajo en medio de un cruce del desolado barrio, los pocos transeúntes noctámbulos huyeron aullando y los tres pasajeros salieron ilesos, solo alguna magulladura. Cerca las sirenas de la policía sonaban estridentes, mientras una voz metálica atronaba desde el rotador, conminando a que depusieran su actitud y se entregaran.

KD se sacudió polvo y cristales de  su gabardina, armada con las dos pistolas.

-Dante, lárgate con nuestra cliente. Yo los distraigo, que se centren en mí. Ya les daré esquinazo.


Parapetada tras el coche la asesina de hielo en las venas, vació ambos cargadores de sus dos pistolas contra los cuatro agentes que se cubrieron con la carrocería de sus v-6. Escupieron fuego y metal sus armas  contra los tres fugitivos, y el intercambio de disparos compuso una sinfonía desigual a la que se unió el rotador desde las alturas. Uno de los agentes fue herido en la pierna, otro recibió una bala en la mejilla que le salió por la nuca. Dante asintió a las palabras de Kate,  sin embargo la rusa tenía otros pensamientos en mente: acuclillada sujetaba el maletín y hundía la cabeza en el pecho .Un hilillo de sangre se escapaba del oído izquierdo. Dante tironeó de ella y también repelió la agresión policial con su pistola.

De pronto, el rotador empezó a girar un poco descontrolado luchando el piloto por mantenerlo estable, era como si una fuerza invisible pugnara por hacerse con su control. El policía a los mandos decidió elevarse y alejarse de allí un poco. Dante aprovechó para tironear de la chica y emprender la huída pero ella prefirió correr tras KD, que desparecía por una de las esquinas a toda prisa. Dante corrió en otra dirección, su huida terminó lo mismo que su vida y sus esperanzas,  con tres agujeros en el torso y un cuarto que esparció la mitad de sus sesos por la pared.

La rusa desenfundó la pistola que llevaba a la espalda en un arnés y el cañón negro vomitó fuego y muerte. Otro de los policías se derrumbó maldiciendo. Las dos chicas desaparecieron por las callejas y el agente especial que quedaba en pie prefirió esperar refuerzos. El rotador dio un par de pases, sin embargo no localizó a sus presas, las cuales desaparecieron, perdiéndose entre las calles desiertas.


...






Edwards caminaba cabizbajo, su silueta delgada recortándose en las escasas luces del alumbrado encendidas, pensando en su nuevo proyecto. Había terminado a última hora en el laboratorio, cenó fuera y regresó a su domicilio. Había escuchado un tiroteo a lo lejos, nada anormal en aquel barrio, más de una vez había pensado en mudarse, estaba ahorrando el dinero suficiente para ello, pero las comodidades con las que se había rodeado en su piso así como que todo el mundo iba a su rollo en aquel barrio sin meterse con los demás, le hacían retrasar la decisión. De cualquier forma, su pequeña figura aceleró el paso, suspiró al llegar a la entrada del edificio donde vivía, la familiar fachada cubierta de graffitis de diversa condición, desde escenas de sexo, enfrentamientos entre bandas y policía, o ángeles esgrimiendo látigos en el Infierno.

Estaba abriendo el portalón de la entrada principal con la tarjeta magnética cuando una silueta a la carrera tropezó con él y le derribó. Luego sintió el contacto del metal caliente en su sien. Una mujer en camiseta gris le encañonaba.

Los tres subieron al apartamento de Edwards. KD le quitó la pistola al tipo famélico. La chica del maletín lanzó este sobre el sofá azul, de piel artificial, vio la pantalla de ordenador encendida con un tablero de ajedrez, inclinó la cabeza a un lado, y tras un minuto tecleó un movimiento desconcertante para el ratón de laboratorio que era Edwars. Aquel movimiento abría unas posibilidades nuevas, inesperadas, en la partida. Luego ella se fue al baño y tomó una ducha dejando a los dos en medio del pequeño salón. KD vigilaba a través de las ventanas, las cuales ya había bajado su protección. Maldecía en su interior. La rusa estaba loca, se metía en la ducha,  pasaba de todo, las sirenas no dejaban de atronar y las luces hirientes de los rotadores no cesaban en su búsqueda. ¿Qué coño estaba haciendo ella, KD, allí, que no se largaba de una maldita vez?  ¿Y qué le sucedió al otro rotador? Se lamió una gota de sudor en el labio superior. Dante estaba fuera de juego, mejor él que ella. Miró al propietario del apartamento, quien parecía un conejo muerto de miedo.

- No temas; no hay motivo para matarte –tampoco lo necesitaba, pensó- Estás a salvo de momento, sólo necesitamos un…tiempo de reposo y desaparecemos.


Cuando la joven salió a los cinco minutos, desnuda, sin secarse, se sentó en el diván. Tenía pechos pequeños, caderas estrechas, largas piernas, depilada totalmente a excepción de una fina línea de vello azul en su pubis. Se fijó en  la mirada de Edwards, que seguía medio paralizado por aquella intrusión en su vida.

- No sex conmigo. Deja de mirar así y espabila. – Miró a KD, que sonreía, divertida y burlona hacia Edwars, que temblaba, incapaz de abrir la boca– Solo negocios. ¿Pareces tener agallas? ¿Te la jugarías con las mafias? ¿Las corporaciones? ¿Sí?


- Explícame todo y te diré. Habla y yo escucho –lacónica como siempre-Y por cierto, deberías taparte, creo que nuestro anfitrión está algo incómodo por la situación –la sonrisa brilló en su pálida cara.

Edwars continuó sin hablar. Su temor se lo impedía, y, en realidad, su mente estaba más concentrada en aquel movimiento de ajedrez que en lo que realmente sucedía s su alrededor. Quizá su comportamiento antisocial, apartado de todos, le ayudaba a aislarse de la situación actual. Estudiaba la pantalla y acabó por reconocer que era la mejor jugada que podía haber hecho. Miró de reojo a la mujer desnuda,  diciéndose a sí mismo que llevaba varios días intentando encontrar una jugada como esa y aquella hija de puta  lo consiguió en un minuto. ¿Quién era?


Observó un instante a las dos desconocidas y bajó seguidamente la mirada, bastante angustiado. ¿Acabarían por matarlo o lo dejarían tranquilo? Se temía lo peor. Un escalofrío recorrió su espalda, pero pronto desapareció al volver a levantar la vista. Miró el cuerpo desnudo, poco acostumbrado a hacerlo, a excepción de alguna prostituta en las calles. No reparó siquiera en los charquitos de agua que mojaban el suelo incólume de su piso. Se encontraba muy nervioso, jamás nadie subió a su apartamento, nadie entraba en su vida, no dejaba que lo hicieran. Y ahora  había dos mujeres armadas, dos criminales, sin duda alguna,  con unas pintas que verdaderamente le horrorizaban, y para acabarlo de arreglar una de ellas iba totalmente desnuda. Inclinó una vez más la cabeza, apesadumbrado, deseando que aquella locura y pesadilla acabase pronto. Muy pronto.


La mujer de la Europa del Este de levantó del diván. Paseó por el reducido apartamento como si estuviera sola. Husmeó en una habitación que tenía aspecto de laboratorio y despacho. Se puso el pantalón ajustado y una de las camisetas blancas del dueño del piso. Afuera sonaban las sirenas policiales.

- El dinero es una convicción. –Dijo con su intenso acento extranjero- Matar, otra. Vivir como un muerto otra más. Hay gente que quiere existir eternamente, o casi. Ya sabes, cápsulas cerebrales.



No hay comentarios:

Publicar un comentario