jueves, 15 de diciembre de 2011

La nieve


Jadeaba. Inspiraba y expiraba rápidamente hasta que cayó sobre ella. Asombrada contuvo la respiración para sentir como resbalaba entre sus senos hasta llegar a su ombligo y detenerse plácidamente en él en espera de que algún otro compañero le hiciera compañía. Con las mejillas sonrojadas, los ojos abiertos de par en par, el pelo rizado y húmedo sobre su redonda cara y una amplia sonrisa en sus hermosos labios, disfrutaba con placer de aquel extraordinario y tan deseado momento. Su sangre hervía literalmente. Su corazón pugnaba por salirse de su pecho en cualquier momento debido al esfuerzo. Descalza, desprovista de abrigo, alzó su rostro hacia el cielo, cerró sus negros ojos y respiró profundamente para atesorar en su mente la fragancia y la magia del momento.
Suspiró. Sonrió. Se mesó su largo pelo rojo, apartándoselo de la cara y tranquilamente volvió a estirarse. Era consciente de que no podía continuar ni así ni allí. Se calzó las botas altas, sacudió su negro abrigo con la amplia capucha y colocándoselo, cubrió su cuerpo y su pelo. Se detuvo un instante antes de marchar y giró suavemente su cabeza para admirar lo que atrás dejaba, su particular “obra de arte”.
Su cuerpo se estremeció de arriba abajo y su rostro continuó iluminado por el bienestar que la embriagaba. Lentamente empezó caminar. Sus tacones no resonaron aquella noche por las vacías calles del pueblo. Estaba deseando llegar a casa, llenar la bañera de agua caliente y sumergirse en ella para que el fuego interno desapareciera y el calor corporal volviera a su estado natural. Aquella había sido la primera vez en su vida que había visto nevar...

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